P o r t a l  d e  i n f o r m a c i ó n  t r a n s e x u a l
 
       
 
`` Piel que no miente ´´  Mayela, una mujer transgenérica 24º

 

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( En ésta edición consta de tres capítulos )

LXXXIII

 

La respuesta de Lourdes no pudo ser más favorable. De inmediato respondió el mail y me dijo que la noticia le había sorprendido, pero que después, al digerirla con más calma, le sirvió para entender muchas cosas que había notado desde siempre en mi forma de ser.

–Como que me daba cuenta que algo no te dejaba soltarte por completo, como que algo te obstruía, ahora entiendo que era esto –me dijo en su mail.

Me pidió que le diera tiempo pues quería investigar más acerca del asunto antes de que nos viéramos y lo platicáramos cara a cara.

Así lo hice y semanas después ya estábamos comiendo.

-¿Y cómo te sientes? –me preguntó.

-Ahora muy bien, pero antes vivía con un miedo espantoso, y sintiéndome muy mal.

-No es para menos. ¿Sabes una cosa? Cuando me dijiste que era algo que a ti te hacía sentir muy bien pero que a Olivia no, pensé que andabas con otra.

-Bueno, de alguna manera es un problema de faldas.

-Sí,  de tus propias faldas.

-Así es.

-Imagino que Olivia debe estar muy confundida.

-Muchísimo.

-¿Y ya le explicaste de qué se trata todo esto?

-He intentado, pero creo que no sirve de nada. Se niega a entender.

-Es que no es fácil, imagínate.

-Lo sé. Pero siquiera que tuviera la mente un poquito más abierta, no necesariamente para entenderlo, sino al menos para enterarse de las cosas.

-No hay mucha información. Yo estuve buscando y en las bibliotecas no hay nada. Solamente encontré un libro de los años sesenta en donde dicen que el travestismo es una perversión sexual.

-Imagínate, son los libros que pude ver cuando era joven. Me hicieron mucho daño

-Como que de homosexualidad hay más cosas, más recientes, pero de transgénero, nada. Tuve que meterme al Internet y ahí encontré algo, pero tampoco creas que hay mucho.

-No, y lo poco que hay es de otros países. Pareciera que en México no existe el transgénero.

-¿A quién más le has contado?

-Nada más a Diego, y ahora a ti.

-¿Y le piensas decir a tus hijos?

-No, por lo pronto no. Yo no tendría inconveniente, creo que si se les plantea como lo que es, y se les hace ver cómo es que la sociedad se ha equivocado en muchas cosas, pues lo pueden entender. Incluso creo que lo puedan entender mejor que los adultos que tenemos tantas telarañas en la cabeza.

-¿No será muy difícil para tu hijo saber que su papá se viste de mujer?

-Sí, sobre todo al principio. Pero yo pienso que poco a poco podría irlo asimilando. El chiste es que se dé cuenta que ser hombre no es mejor que ser mujer, sino que lo importante es ser un ser humano pleno, auténtico, feliz, y si esto me ayuda a ser feliz, pues yo no vería dónde está lo malo. También tendría que hacerle notar cómo es que la sociedad ha sido muy cruel, no solamente con la gente transgenérica, sino en otros tiempos, o todavía en algunos lugares, con los indígenas, con los negros, con las mujeres.

-Eso si se me hace muy difícil.

.Pero, bueno, tanto Olivia como la mamá de mis hijas no permiten que les diga nada. Y mientras no viva mi rol femenino de tiempo completo pues creo que puedo mantener esto en secreto.

-¿Y has pensado en hormonizarte y llegar a vivir de tiempo completo?

-Por lo pronto no. Estoy muy contento con lo que está pasando, el poder salir, el tener libertad para vestirme como me sienta mejor... pero no te creas, de repente se me antoja, vamos a ver cómo se dan las cosas.

-Ahora entiendo por qué nunca te ha gustado vestirte bien, me refiero a la ropa de hombre.

-Pues sí, no me hace ninguna ilusión un saco, una corbata... para nada.

-¿Y cómo te ves de mujer? ¿eh?

-Pues, qué te puedo decir. Trato de arreglarme lo mejor que puedo, pero como no tomo hormonas ni nada, pues estoy muy lejos de ser una modelo. Pero me siento muy bien, eso es lo importante.

-Claro, eso es lo que cuenta. Me da mucho gusto que hayas encontrado este grupo.

-A mí también, no sabes cómo me han ayudado.

-¿Te digo una cosa? –preguntó Lulú con cierta timidez.

-¿Qué?

-Me gustaría conocer a Mayela, ¿tú crees que se pueda?

-Claro, yo encantada. 

LXXXIV

 

Quince días después estoy en el área de libros y revistas del Sanborn’s Coyoacán. Visto una falda azul rey con rayitas negras muy suaves que llega apenas debajo de la rodilla y un blusón del mismo color. Pantimedias color ala de mosca y tacones altos negros. Fui muy cuidadosa al seleccionar mi ropa. Comeré con Lulú y Diego. Fue la propia Lulú quien sugirió que invitáramos a mi amigo, no sé si para sentirse apoyada en caso de que resultara muy difícil el verme con ropa de mujer, o si realmente porque consideró que era una buena oportunidad para que también él me conociera en este rol. Lo cierto es que me pareció buena idea.

Quedamos de vernos en este lugar para de aquí ir a comer a cualquier otro lado. De alguna manera Coyoacán es el lugar donde mejor me he sentido. Pienso que la gente que frecuenta este lugar suele ser más abierta, menos convencional y, por ende, no tan llena de telarañas y prejuicios como en otros lugares. No sé si sea correcta mi apreciación, pero lo cierto es que es aquí donde mejor me han tratado y donde poco a poco voy adquiriendo más confianza para salir a otras zonas de la ciudad.

Soy la primera en llegar, es viernes y la ciudad siempre se desquicia un poco en estos días. A los pocos minutos veo entrar a Diego. Me pongo nerviosa, muy nerviosa. Mi primera reacción es instintiva, ocultarme detrás de uno de los libreros. Es curioso, durante muchos años me programé para ocultarme de la gente conocida, ahora respondo a esa programación. Finalmente me acomodo el cabello y me dirijo hacia donde viene mi amigo. Noto que al verme insinúa en su rostro una expresión de sorpresa que borra de inmediato.

-Hola, Diego –lo saludo, todavía nerviosa.

-Hola... ¿Mayela? –duda.

-Claro, así me llamo.

-¿Y Lulú no ha llegado? –dice, mientras mira alrededor como buscando refuerzos.

-No, espero que no tarde.

En eso estábamos cuando la vemos venir y salimos a su encuentro.

-Hola, Mayela –me saluda con naturalidad y me da un beso en la mejilla.

-Qué tal, Lulú, ¿qué gusto verte?

-Hola, Diego, ¿ya tenían mucho rato?

-No, yo acabo de llegar, Jor... Mayela –rectifica- ya estaba aquí.

Atravesamos la plaza y entramos a un restaurante muy agradable, a donde ya he ido en otras ocasiones en mi rol femenino.

-Las mujeres escogen mesa –dice Diego dirigiéndose a Lulú y a mí.

-Somos mayoría –comenta Lulú.

-Viéndolo bien, somos mitad y mitad, ¿o no? –apunta Diego y todos reímos de buena gana.

-Sí, uno y medio hombres y una y media mujeres –explica Lulú.

Yo escojo una mesa cerca del rincón, en primer lugar porque siempre he sido rinconera, y en segundo porque no sé cómo se sientan mis amigos con alguien como yo, quizá puedan tener cierto temor de que algún conocido los vea con una persona travesti. Así es que para evitarles incomodidades, en la medida de lo posible, busco una mesa apartada de la entrada.

El lugar es agradable, bien decorado, aunque sin lujos, y con buenos aromas, propios de un buen restaurante. No hay mucha gente, algunos hombres de negocios, unas parejas por allá y una familia con dos niños.

La comida se centra en mi travestismo. Diego trata de entenderlo y es Lulú quien con la autoridad de haberse documentado lo empieza a ubicar.

-¿Y te gustan los hombres? –pregunta Diego.

-Es muy complicado. En rigor no me gustan, prefiero a las mujeres, pero me encanta la manera en como me tratan. Me gusta que me digan cosas bonitas, que me consientan –respondo.

-¿Has salido con hombres? –cuestiona Lulú.

-Sí, una vez –confieso apenada- lo conocí en un chat y quedamos de vernos. Me trajo a comer aquí, justamente.

-¿Y te gustó? –quiso saber Lulú.

-Él no, pero la forma en que me trató sí. ¿Y saben que es lo que me gustó más?

-Que él pagara la cuenta –bromeó Diego.

-Claro, esa es una gran ventaja. Pero me encantó que como mujer yo no tengo que tomar la iniciativa para nada. O sea, él es el que llevaba la plática, el que trataba de quedar bien. Eso es bien bonito.

Es inevitable que de repente se dirijan a mí en masculino, sobre todo Diego. Cuando se lo hago notar, tanto él como Lulú me advierten que yo misma, más de una vez durante la comida, he hablado de mí también en masculino. No me había dado cuenta, son detalles que habrá que cuidar.

Antes del postre ya estábamos completamente identificados con la nueva condición. Me pareció muy interesante como ahora me identificaba más con Lulú que con Diego.

-Te ves bien –la soltó Mi amiga.

-¿De verdad? –respondí agradecida.

-Sí cuando me dijiste yo no quise formarme ninguna imagen en la mente, preferí conocerte. Pero aún así me sorprendes. Creo que si te hubiera imaginado como mujer no te hubiera imaginado de esta manera. ¿No se ve bien? –le preguntó a Diego.

Un sí no muy convencido fue la respuesta de mi amigo. –Lo que pasa –explicó- es que yo todavía no me hago a la idea. Como que me están quitando a mi amigo.

-¿Crees que soy una impostora? –pregunté.

-No, no es eso. Yo creo que es cosa de tiempo, de acostumbrarme.

Disfruté muchísimo esa comida. De alguna manera sentí que estaba invadiendo el mundo de Jorge, eran sus amigos, no los míos. Pero descubrí con agrado que me aceptaban y que sentían por mí el mismo cariño que por Jorge. Me di cuenta entonces que era yo –Jorge, Mayela, como fuera- la misma persona, y que en la medida en que empezaba a integrar ambos mundos así también integraba mi propia personalidad.

Tenía muy claro que Mayela y Jorge no eran dos personas distintas, sino la misma con diferentes manifestaciones.

Agradecí sinceramente a mis amigos que hubieran hecho el esfuerzo de conocerme en este rol. No me lo dijeron, pero intuyo que no ha de haber sido nada fácil. Sobre todo por un comentario que días después me hizo Lourdes en uno de sus mails. -Me la pasé muy bien en la comida –dijo- pero confieso que cuando salimos me preocupé mucho porque vi que pasaba una patrulla y me dio miedo que te fueran a hacer algo.

La verdad es que yo ni cuenta me di de la patrulla. Creo que he ido adquiriendo seguridad y confianza. 

LXXXV

 

Me invitan a dar unas pláticas para trabajadoras sociales del Gobierno del Distrito Federal. Me parece muy buena idea. Son mujeres que trabajan en comunidades y que muchas veces tienen que atender casos de violencia intrafamiliar. Sabemos que algunos casos de maltrato se dan por la orientación sexual o genérica de los hijos.

El caso es reiterativo, un padre que descubre a su hijo vestido con ropas de mujer y que descarga con el pobre muchacho todas sus frustraciones y toda su ignorancia. No sé qué tanta labor puedan hacer las trabajadoras sociales, pero sin duda será más efectiva si ellas mismas conocen de cerca lo que es el travestismo y los sentimientos contradictorios que puede tener un adolescente cuando se da cuenta que disfruta al ponerse las faldas de mamá.

El lugar está justo enfrente de la estación del Metro San Cosme, así es que utilizo este medio de transporte.

Al bajar del convoy siento que alguien me sigue. Hay mucha gente, así que  no puedo tener la seguridad. El caso es que acelero el paso y el sujeto hace lo mismo, y si lo disminuyo, igual. Procuro irme por donde hay más gente para evitar algún incidente. Sin embargo, al salir de la estación, el tipo me aborda. Es un hombre de unos 35 años, fuerte, ancho de espaldas pero no muy alto.

-Buenos días, señorita –me dice.

Tímidamente respondo el saludo.

-No se asuste, no voy a hacerle nada, nada más quiero platicar tantito con usted.

Imagino que si me niego puede ser peor, así es que le dirijo la palabra.

-¿Qué se le ofrece?

-¿Puedo hablarte de tú? –me dice.

-Sí.

-No lo tomes a mal, pero tú me gustas, eres muy bonita.

-Gracias –contesto halagada.

-Me gustaría invitarte a tomar un refresco.

-Gracias, pero tengo cosas que hacer.

-¿Otro día?

-No sé.

-¿No te molesta si te hago una pregunta?

-No.

-¿Tomas hormonas? ¿estás operada?

-No, ni tomo hormonas ni estoy operada.

-¿Y no te gustaría tomar hormonas?

-Pues... no lo he pensado. Es una decisión muy difícil.

-Mira, te voy a hablar con franqueza. Yo trabajo en una farmacia, la que está aquí a cuatro cuadras. Y puedo darte las hormonas que necesites, yo mismo te las inyecto, cuando gustes, si quieres de una vez...

-¿Y cuánto me costarían?

-Nada, te las estoy ofreciendo. Atrás de la farmacia hay una bodeguita, ahí te inyectaría y, claro, me imagino que te portarías bien conmigo, eres tan bonita, y ahora que te ponga las hormonas vas a quedar preciosa.

No sé qué pensar. Hay sentimientos encontrados. Por un lado me siento bien de saber que puedo gustarle a alguien, por otro lado me molesta que lo único que le interese a los hombres sea el sexo.

-No, muchas gracias, no me interesa –contesto muy digna.

-Mira –insiste- la farmacia está aquí cerquita, desde aquí la puedes ver.

Señala hacia donde, efectivamente, se mira el característico letrero luminoso que usan algunas farmacias.

-Cuando gustes –sigue- puedes ir, pregunta por Marco Antonio, nos la pasamos un rato bien a gusto y luego te pongo tus hormonas, vas a ver qué bien vas a quedar en unos meses.

Le digo que uno de estos días lo iré a visitar y me despido, pues se hace tarde para mi plática.

Durante la charla me cuesta trabajo quitar de mi mente el ofrecimiento de Marco Antonio, sobre todo cuando, a la hora de las preguntas, alguien me cuestiona si en algún momento he pensado en tomar hormonas.

-De repente ha cruzado por mi mente esa posibilidad –respondo- pero no con seriedad. Mientras no tome la decisión de vivir como una mujer las 24 horas del día, siento que podría ser contraproducente.

Por la tarde sigo piense y piense. Me molesta dar mi cuerpo a cambio de un bien material, de alguna manera sería prostituirme, y aunque respeto mucho el trabajo de las sexo servidoras, no es precisamente lo que quiero hacer con mi vida. Pero por otro lado de repente me asalta la duda de cómo me sentiría al estar con un hombre. Y, claro, me atrae la idea de las hormonas. Una de las razones por las que no he contemplado hormonizarme es por el costo que representan, pero... no, estoy loca, debo borrar de mi mente esas ideas. Si en algún momento decido inyectarme hormonas será una decisión perfectamente planeada, bajo supervisión médica y cuando tenga el dinero suficiente para comprarlas. Nunca iré a esa farmacia.

Por Silvia Susana Jiménez Galicia-.

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