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(Diario Digital Transexual; en La Red desde
el año 2.000)
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Dos travestis
han sido asesinadas en el último año después de haber actuado
en dos bodas. Zabi adora las burkas: si no se las pone de vez
en cuando, es por miedo a que la policía la detenga
Vanguardia y
Actualización Diario Digital Transexual-.
Zabi muestra su mano al reportero. Tiene algunos anillos y dos
largas uñas rosas que sobresalen de sus dedos meñique y
pulgar.
–¿Por qué te
recortas las uñas de los tres dedos centrales?
–Para poder
cerrar bien el puño y pegar mejor –responde–.
Zabi vuelve a
extender la mano para señalar las cicatrices de navaja que se
dibujan en su muñeca, entre sus dedos: no es fácil ser
travesti en Afganistán.
Nació hace 24
años en Herat, toda su familia –explica– murió en las últimas
guerras, y es uno de las treinta personas afganas de Kabul
–más travestis que transformistas– que bailan en bodas y
fiestas como mujeres.
Este grupo de
chicos se han hecho travestis libremente, porque en Afganistán
existe otro fenómeno: niños convertidos en bacha bereesh
(chicos sin barba) por la fuerza, obligados de pequeños a
bailar en fiestas vestidos de niña y a prostituirse. Es una
costumbre sórdida y ancestral muy extendida por el país de las
burkas, condenada tanto por los talibanes como por las
organizaciones humanitarias internacionales. En Afganistán
todo el mundo sabe lo de estos niños y nadie dice nada: todo
tapado con una burka de silencio.
–¿Te
consideras hombre o mujer? –pregunto a Zabi–.
–Estoy en un
punto medio –responde–.
–¿Tienes
novia?
–Novio. Él es
muy fuerte.
En el último
año, de ese círculo de treinta travestis han matado a dos. A
una –dice Zabi– la quitaron la vida en la misma boda donde
actuaba, y a la segunda, al salir de otro casamiento.
–Vivimos con
mucho miedo. Nunca vamos solas por la calle.
A Zabi le han
intentado pegar, atacar, apuñalar y violar muchas veces.
Antes, durante y después de las bodas. Porque tan arraigada
está en Afganistán la costumbre de pagar a travestis para que
bailen danzas tradicionales en fiestas –Zabi, en temporada
alta, actúa hasta cinco días a la semana– como cargárselas a
lo bestia después del festejo.
–¿Te
defiendes?
–¡Claro!
Cuando lucho lo hago como un macho.
En un país en
guerra desde hace tres décadas, donde prácticamente todo el
mundo sufre algún tipo de injusticia, que degüellen a una
travesti es lo de menos.
–Todo Kabul
me conoce. También actúo en Jalalabad y Mazar-i-Sharif. ¡Soy
tan fácil de localizar! –suspira–.
Zabi actúa
hoy en la zona del mercado viejo de Kabul. Baila en el
reservado de un restaurante putrefacto con ventanas abocadas a
un cruce inundado de burkas y turbantes. Hay poca gente en el
reservado. Todo muy discreto. Todo en el borde de un
precipicio. Todo –bienvenidos a Afganistán– bastante
alucinante: al otro lado de la pared, de la misma pared, en el
extremo del restaurante, hombres barbudos y piadosos van
rezando sus plegarias ante una alfombra tejida con la silueta
de La Meca y su Kaaba.
–Soy una de
las tres mejores de Kabul –afirma Zabi con orgullo de
artista–.
–¿Y si los
talibanes vuelven al poder? –le pregunto–.
–Me pondré
una burka y me escaparé –responde–.
La relación
de Zabi con las burkas es también inversa: lo que más le gusta
comprar y ponerse son pantalones ajustados, comenta, pero
adora las burkas como adora a Michael Jackson. Se pondría una
burka muy a gusto de vez en cuando; y si muchas mujeres
afganas la llevan por miedo, Zabi no se la pone también por
miedo. Un amiga suya la lucía y la policía la arrestó. De
hecho, las autoridades castigan su uso por los hombres porque
mucho gángster afgano aprovecha la burka para hacerse
invisible.
El baile
underground en el restaurante putrefacto termina como tiene
que terminar: mal. Al parecer, el encargado no ha dicho al
dueño que en el reservado actuaba una travesti, y al dueño,
enfurecido, le ha faltado un milímetro para echar a Zabi del
local a culatazos de kalashnikov.
–Lo dice el
Corán: los que matan a gente como esta tienen un lugar
reservado en el paraíso –comenta un pastún llamado Bashir
mirando la fiesta acabar como el rosario de la aurora–.
–¿Quieres que
añada algo más en el reportaje? –pregunto a Zabi ya en la
calle–.
–Sí. Que
alguien me saque de este país.
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C.
A. 03-11-2009
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