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(Diario Digital Transexual; en La Red desde
el año 2.000)
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La
acusaron de homicidio, después cambiaron a robo. La detuvieron
en pleno invierno. Enferma de tuberculosis, la mantuvieron
durante cinco días esposada en un patio porque decían que
tenía problemas con los otros detenidos. Al salir libre pasó
un mes internada
Pagina12-.
La imagen difícilmente se borre de la memoria del abogado
Alejandro Bois. Había ido a ver a una travesti detenida en la
Brigada de San Justo y la encontró en un patio a la
intemperie, sola, durmiendo sobre un colchón viejo, tapada con
cartones y esposada. Hacía cinco días que Johana Robledo
estaba en ese mismo lugar. “La situación era abusiva, la
sacaron de la celda porque decían que tenía problemas de
población carcelaria y la dejaron tirada ahí”, recuerda el
abogado. Robledo entró engripada, pero su cuadro se agravó en
esa semana fría de agosto que pasó detenida y derivó en
tuberculosis. Fue este encuentro con su clienta lo que hizo
que Bois, además de defenderla, se transformara en testigo de
una futura causa en contra del personal de la Brigada. Johana
pasó dos meses en distintos lugares de encierro, acusada
primero de homicidio y luego de cómplice de un intento de
robo, crímenes que asegura no haber cometido. Al salir de la
cárcel, debió ser internada en un hospital durante un mes.
“A mí no
me dejaban verla y el abogado salió horrorizado de la
Brigada”, dice Gladys, la madre de Johana. Ella le llevaba la
vianda, pero su hija no podía probarla. “Estaba con cuarenta
grados de fiebre, me sentía cansada y encima tenía que tratar
de comer con las esposas puestas. No me las sacaban porque
decían que me podía escapar”, asegura Johana. A su madre le
tomó varios días saber por qué estaba incomunicada. La fiscal
Cecilia Cejas, de la UFI 1, la acusaba de “homicidio en
ocasión de robo” por un hecho ocurrido tres meses atrás.
Por
entonces, Johana Robledo vivía junto a su pareja, Marcos, un
joven de 18 al que ella le lleva diez años, en el fondo de la
casa de la familia del muchacho, en La Matanza. No tenía buena
relación con su suegra, pero los dejaban en paz. Después de
todo, Robledo aportaba su parte de dinero a la casa, haciendo
limpieza en una casa al principio, vendiendo ropa en la feria
de La Salada después. Sin embargo, el 26 de mayo, un asesinato
terminó con cierta paz cimentada en el hogar.
Gustavo
Cáceres, el hermano de su novio, tenía una moto nueva que
desentonaba con el barrio, y un día dos muchachos se
aparecieron por la casa e intentaron robársela. El hombre se
defendió y recibió un tiro mortal a cambio. Los ladrones no se
llevaron la moto. “La única testigo era Johana, porque su
novio estaba durmiendo. A uno de los ladrones ella lo conocía
de chico, era un pibe del barrio. Cuando vino la policía, ella
los llevó hasta el lugar donde vivía y después ayudó a hacer
un identikit, pero la policía no los capturó”, cuenta su
madre.
Dos meses
después, la suegra de Robledo la denunció como supuesta
cómplice del robo. La fiscal elevó la apuesta y le imputó el
homicidio. “Ese día también le dispararon a ella, pero la
familia estaba sorprendida de que no le den. Le pareció
sospechoso”, dice su abogado. La hipótesis judicial es que
Robledo había pasado el dato a los dos ladrones y les facilitó
la entrada. “Los ladrones no necesitaban que les faciliten las
cosas, la moto era nueva y en el barrio se notaba”, comenta
Bois. El juez de Garantías, Raúl Ricardo Alí, en principio
aceptó la acusación y dictó la prisión preventiva.
La policía
la fue a buscar el 7 de agosto. La madre de Robledo cuenta que
su hija estaba enferma, tenía mucha fiebre y estaba tomando
Tamiflu, porque sospechaba que se había contagiado de gripe A.
Cuando llegó a la Brigada de San Justo, la pusieron con los
presos comunes. “Me tiraban agua, me bardeaban todo el tiempo,
la verdad es que la situación era peligrosa. Yo les pedí que
me sacaran, tenía miedo de que me mataran. Entonces me
pusieron en el patio. Al principio sólo me daban agua, nunca
me dieron algo caliente, ni un té”, recuerda Robledo. Su
estado de salud empeoró. “Se pescó una tuberculosis”, agrega
la madre.
La
siguiente parada fue la comisaría de Don Bosco, donde
consiguió una celda aparte junto a otra travesti. Ese lugar
está pensado para personas que cometieron delitos sexuales y
no pueden estar con presos comunes, y también para personas
como Johana que, por distintos motivos, arriesgan su
integridad física al estar en una celda común. Allí pasó un
mes más, enferma, mientras el juez resolvía bajar la
calificación de “homicidio en ocasión de robo” a “robo
agravado por uso de arma” (en calidad de partícipe), sin
sacarle la prisión preventiva.
Luego la
pasaron a la Unidad 24 de Florencio Varela, donde estuvo otro
mes entero. “Se la veía mal, se moría, no tenía fuerzas”,
relata la madre. Y no exagera. El propio juez de Garantías
dictó una resolución el 30 de septiembre en la que ordenó la
excarcelación extraordinaria. “La situación de salud del
encausado Robledo resulta ser muy grave y, aun más, ha
empeorado”, dice el texto de Ricardo Alí, quien consideró que
debía primar “el resguardo de la integridad física a fin de
evitar un mal mayor”.
Johana
pasó de la cárcel al Hospital del Pueblo, sin escalas. Allí
supo que era portadora de HIV y que sus defensas, por decirlo
en criollo, estaban por el piso. Pasó un mes internada hasta
que pudo continuar el tratamiento en la casa de su madre (su
novio no apareció nunca más). Diana Sacayán, que la conoce
hace diez años, cuenta que su amiga perdió 10 kilos en la
cárcel. “Nadie en el servicio penitenciario fue capaz de
asistirla. La abandonaron de tal forma que esa inacción
resultó ser una tortura”, dice.
Sacayán
milita en el Movimiento de Antidiscriminación y Liberación
(MAL), donde Robledo suele participar en varias de las
actividades pensadas para que las travestis ganen espacios que
históricamente les son negados: educación, salud, vivienda
digna y trabajo. “Cuando supimos lo que estaba pasando,
presentamos una denuncia en la Secretaría de Derechos Humanos
bonaerense, en La Plata, en la parte de Igualdad de
Oportunidades en la que está Diego Cao.”
Ahora,
Alejandro Bois, su abogado, planea iniciar una causa contra el
personal de la Brigada de San Justo, causa que lo tendrá como
testigo. “Ni la fiscal ni el juez sabían dónde estaba detenida
ni la situación en la que estaba Johana. El personal de la
Brigada debió derivarla en un primer momento a Don Bosco.
Había cupo, no les costaba nada. Es más: cuando fui, les
pregunté por qué no la trasladaban y me dijeron que ‘estaban
en eso’. Media hora después lo hicieron”, cuenta Bois. Las
pruebas de cómo se deterioró el estado de salud de Johana
están en el mismo juzgado que decidió liberarla.
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C.
A. 04-11-2009
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