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La sirenas de Juchitán, Muxhes, personas trans en Estado de México que son institución cultural

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Han nacido biológicamente hombres y los sentimientos de una mujer; con ellas se inician sexualmente los jóvenes, mientras las mujeres las consultan “sobre hombres”. Son los muxhes del Istmo y su fiesta de La Vela

Milenio-. No es hombre, ni es mujer, sino todo lo contrario. “Soy muxhe”, confiesa orgullosa. Hace 33 años fue bautizada con el nombre de José Antonio, pero desde los 12 toda la ciudad de Juchitán la conoce como Mística. Su sexualidad la asumió desde antes, desde que tiene memoria, explica sonriente. Es zapoteca y travesti y, a pesar de que ha tenido que enfrentar una vida llena de prejuicios, en esta ciudad del Istmo de Tehuantepec tiene un espacio y una identidad que difícilmente le podría ofrecer otro lugar en el mundo.

“Soy como una sirena: mujer de la cintura para arriba y pescado de la cintura para abajo”, explica, dejando ver sus dientes de oro enmarcados por una cara regordeta perfectamente maquillada. Su cuerpo es el de un varón mestizo pasado de peso y de edad ambigua. A pesar de su voluptuosidad, se mueve con tal soltura y ligereza dentro de sus enaguas y huipil, que es imposible referirse a ella en masculino, algo que ella hace sólo en ocasiones, como cuando explica que es el hijo mayor de una familia compuesta por dos varones y cinco mujeres.

Hace poco cerró temporalmente su puesto del mercado donde vende huipiles y telas zapotecas; dejó de ofrecer perfumes, quesos a domicilio y no recibió más ropa ajena para lavar. Estas últimas semanas las dedicó en su lugar al sueño cumplido de toda su vida: es la reina de La Vela de Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro, grupo muxhe que celebra este año su trigésimo quinto aniversario.

LA FIESTA COMIENZA

La Vela de las muxhes es sólo una de las 26 que se celebran en Juchitán durante el año. La mayoría tiene un origen religioso, pero hoy en día cualquier motivo es bueno para reunir a la ciudad entera y ponerla a bailar. Un día antes de La Vela se celebra La Regada de Frutas. Veinte carretas jaladas por bueyes preceden un desfile que tarda más de tres horas en llegar a su destino final, la parroquia de San Vicente Ferrer. Desde los carros alegóricos las muxhes lanzan utensilios de cocina y juguetes a los asistentes. Hay color, abundancia, bandas de guerra, juegos pirotécnicos, resplandor e indumentarias de gala: huipil, enagua con holán, refajo, joyas de oro y flores, muchas flores. Una banda de músicos de viento marca el paso de los mayordomos de este año, Amaranta Gómez Regalado y Dionisio Ibarra Brito, a quienes toda la ciudad reconoce y admira.

Amaranta tomó su nombre del personaje de la novela de García Márquez, Cien años de soledad, aunque cualquier realismo mágico le queda chico: de una de las mangas de su huipil sobresale, sin ningún rubor, el muñón del brazo que perdió en un accidente automovilístico hace años. Esta muxhe presume su amputación con la misma dignidad que su sexualidad. En el 2003, a los 25 años de edad, fue candidato a diputado federal por el partido México Posible.

Mística hace su presentación oficial un día antes de La Vela. Dos chambelanes jóvenes y apuestos, vestidos de pantalón y chaleco blancos, la acompañan. Como en una fantasía infantil, va sentada en una antigua carreta blanca con dorado tirada por un “corcel”, y regala rosas a los caballeros —a los que más le gusten. Desde otro lugar, en la llamada Séptima Sección, sale otro carnaval. Este pertenece a la Sociedad Lésbico Gay Muxhe, un grupo formado hace tres años por Gema, una antigua “intrépida” que trata de organizar una Vela “más incluyente y sin pretensiones políticas”, según sus palabras.

Juchitán viene del náhuatl Ixtaxochiltlán, que significa “lugar de las flores blancas”. En esta pequeña ciudad colorida y hermosamente anárquica, el viento sopla tan fuerte que parece una inflexión más del idioma zapoteco, cuyo uso común aquí no denota marginación, como sucede en la mayoría del país con las lenguas indígenas.

Hay antropólogos que aseguran que la cultura zapoteca es matriarcal, pero el párroco de la iglesia de San Vicente Ferrer, Arturo Francisco Herrera, los desmiente con vehemencia: “Esta es una sociedad patriarcal, sumamente patriarcal, refinadamente machista”. El Padre Pancho, como lo conocen en Juchitán, está encargado de la parroquia desde hace más de 16 años. El día de la vela la misa está atestada de travestidos y transexuales. El sermón está dirigido a ellos. El Padre Pancho los conoce y los trata como parte de la comunidad; él está seguro de que la Iglesia tiene que llegar a aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero no le gusta que Juchitán sea conocido en el mundo sólo por sus muxhes. Culpa de morbosidad a los medios de comunicación por la forma simplista como muestran la cultura zapoteca y, por esta misma razón, le disgusta que el muxhe sea escandaloso y exhibicionista, pero acepta que el silencio fue por mucho tiempo el dolor más grande que tenía que soportar un muxhe.

Aun así, Juchitán no es Estocolmo: el muxhe tiene un rol social definido en la cultura zapoteca, pero eso no excluye por completo la intolerancia. Un alto ejecutivo de una importante empresa eólica que funciona en Juchitán justifica el tener que llevar su homosexualidad en silencio: “Esto en algunos sectores de la sociedad es más folclórico que otra cosa, pero acá hay homofobia como en cualquier otro lado, aunque, hay que aceptarlo, es un paraíso comparado con otras regiones del país”.

Ejemplo de ello es la situación que viven las lesbianas: la homosexualidad femenina no tiene el estatus que tiene en los varones. En palabras de la documentalista Juliette Binagne: “Hay que tener cuidado con el mito del buen salvaje. La discriminación existe allí, como existen todos los problemas inherentes a un país profundamente machista. No podemos quedarnos con la imagen superficial que nos muestran los medios de comunicación”.

LAS SIRENAS

En el Istmo de Tehuantepec la palabra muxhe —adaptación zapoteca del vocablo “mujer”— abarca cualquier tipo de homosexual varón. En Juchitán dicen que las niñas nacen boca arriba y los niños boca abajo, y que si el niño nace boca arriba podría ser muxhe. Es normal ver niños de 10 años o menos mostrarse afeminados, con una sexualidad aceptada por ellos y por sus padres. Ellos son los artesanos que bordan los vestidos regionales, quienes decoran los carros alegóricos en las velas, los costureros de los vestidos de las quinceañeras, los coreógrafos de los bailes. Muchos se dedican al activismo y algunos han participado en política con relativo éxito.

Es a ellos a quienes recurren los hombres jóvenes para iniciarse sexualmente, ya que la virginidad femenina antes del matrimonio sigue siendo muy importante. Por eso con los muxhes casi siempre es sexo y adiós; de formar una pareja, ni hablar. Gema, una de las costureras más reconocidas de Juchitán, explica nerviosamente: “Yo enamorada, no; ilusionada, sí, encariñada, pero estoy puesta en la tierra, qué voy a esperar. Tengo amigas que se pierden y he aprendido de ellas. ¿Yo? Un ratito, a lo que vienen, y se van…”.

En las familias zapotecas los muxhes tienen un papel importante. Se dice popularmente que tienen la mente y la fuerza de un hombre y los sentimientos de una mujer: serán ellos quienes cuiden a los padres cuando los demás hijos se hayan ido. A ellos recurren las mujeres para pedir consejos sobre hombres. Muchas veces son los que mejor cocinan y a veces se convierten en proveedores del resto de la familia. Hay casos en que no son aceptados por el padre, pero generalmente se convierten en el principal aliado de la madre hasta que el progenitor, finalmente, cede.

LA VELA

Noviembre 20. Es el Centenario de la Revolución Mexicana y también el día de La Vela de los muxhes. Cae la noche. El sonido de los redoblantes resuena por toda la ciudad. Los muxhes más importantes de la sociedad juchiteca se encaminan precedidos por sendas bandas de guerra hacia la pista de La Vela Ique Guidxi. Allí van Kikina Godínez, Felina, Amaranta, Camelia; más atrás, Mística. “Ahí viene”, se escucha decir en cada esquina.

Muchas pasaron largas horas frente a un maquillador, al que pagan hasta cuatro mil pesos por la sesión. Algunas usan indumentaria típica, y otras vestidos de noche, todo según sus posibilidades económicas: un traje típico puede costar entre 10 mil y 40 mil pesos, y a eso hay que sumarle el valor de las joyas.

Un cartón de 24 cervezas es el boleto de entrada para los hombres. Las mujeres dan una “limosna”, como se llama a la contribución en dinero que hacen en uno de los puestos de comida donde hay de todo: tamales de iguana, armadillo, huevos de tortuga, bofe… Se podría comer y beber toda la noche. En un pueblo con menos de 75 mil habitantes, más de tres mil asisten a La Vela. Vienen de la Séptima Sección, “donde a los hombres les sabe el pito a sal”, y también vienen de la Segunda, “donde les sabe a dulce”, explica Javi, un muxhe de 34 años que trabaja en uno de los hostales de la ciudad.

Como en todas las Velas, el atuendo oficial es pantalón negro y guayabera para los hombres y traje regional para las mujeres. Muchas señoras zapotecas no están de acuerdo con que los muxhes utilicen su indumentaria. El padre Herrera las entiende: “Para muchas (el vestido típico) es parte de la identidad femenina y se sienten agredidas cuando un muxhe lo utiliza. No es discriminación, simplemente sienten estar defendiendo su identidad de género”.

“Cien años de la Revolución, 35 años de gesta y lucha social”, grita Felina Santiago desde el escenario principal. Además de ser una de las estilistas más reconocidas de la ciudad, es una de las líderes con mayor visibilidad dentro de Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro. Es fuerte y su personalidad impone. Su activismo en la lucha contra el VIH/Sida la ha llevado hasta Japón, y a muchos rincones de México, con una obra de teatro que ella misma realizó.

La coronación de <i>Mística </i>como reina de la Vela de Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro.

La coronación de Mística como reina de la Vela de Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro.

No es un concurso de belleza, sino el desfile de inauguración; aunque haya lentejuelas, maquillaje exagerado, peinados hasta de tres pisos y, en algunas, silicona estratégicamente colocada. Más de 20 suben al escenario. Un muxhe de más de cien kilos, enfundado en un vestido azul y que parece no saber manejar los tacones, se tropieza al subir las escaleras hacia el escenario. Detrás, un travesti que parece el clon mejorado de Lucero la ayuda. Aquí hay de todo: desde el muxhe operado, que es la minoría, hasta el que sólo se viste para ocasiones especiales.

A las 11:30 llega Mística. Un séquito de chambelanes uniformados la sigue obedientemente. Entre el público su madre llora. Está orgullosa. Su padre y todos sus hermanos también están presentes. “Mi padre me hizo sufrir mucho, pero después me entendió y hoy me apoya”, confiesa. Usa uno de los cuatro vestuarios que va a utilizar durante La Vela, y se mueve como un hipopótamo en puntillas. Es graciosa, coqueta y carismática. Y hoy el mundo está a sus pies. Para pagar su vestuario, coreografías, orquestas, comida y otros gastos adicionales desembolsó 62 mil pesos. Un huipil como el que vende en su local del mercado le cuesta una semana de trabajo y lo puede vender en mil; ahora tendrá que trabajar de sol a sol para pagar sus deudas. Nada que no acostumbre.

Medios mexicanos e internacionales cubren la fiesta. Entre lentejuelas, huipiles, flores y mucha cerveza, tres bandas tocan sin parar. Se pasa del merengue a los sones istmeños o a la salsa, pasando por los himnos gays como “Loca”, de Shakira, que suena más de 10 veces esa noche. Mística habla ante el público. Durante La Vela hace tres presentaciones, siempre acompañada de bailarines y de vestuarios diferentes.

Jóvenes imberbes miran lujuriosamente a los muxhes, quienes se pelean a los más guapos. La fiesta sigue hasta las siete de la mañana y los muxhes que no consiguieron algún romance acosan a los pocos hombres que quedan.

Aún hay dos fiestas más, el lavado de ollas y el recalentado. Pero con cada una se reducen los convidados hasta la fiesta más íntima, en casa de Amaranta. El momento más importante del año para un muxhe, y el de la vida de Mística, ha terminado. Vestida como siempre, de huipil e impecablemente maquillada, vuelve al mercado para abrir su puesto. Todos la señalan cuando camina. Ella sólo sonríe. Todo el año representará a Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro en los diferentes pueblos alrededor del Istmo.

“Mística esperó este momento durante 17 años”, cuenta una de sus mejores amigas. Llenará su casa de fotos, como lo hacen todas las ex reinas, y soportará la soledad que le quede por el resto de su vida con estoicismo y alegría.

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C. A. 27-12-2010 Comenta esta noticia ( indica en el titulo de que noticia estas hablando)

 
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