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Las
travestis y transexuales recurren a técnicas peligrosas para
cambiar sus cuerpos y llegan a poner sus vidas en peligro.
Uf, si las
propias representantes del sexo femenino hablan de lo difícil
que es ser mujer, imagine lo que debe ser aspirar a
transformarse en mujer siendo hombre. Y no sólo eso: imagine
lo que debe ser aspirar a eso siendo hombre y relativamente
pobre.
Critica-.
Hoy en día, a las travestis y transexuales –unas 9.000 en la
Argentina según estimaciones no les basta con ir al gimnasio,
a sesiones maratónicas de pilates, dejarse crecer el pelo y
frecuentar peluquerías –cuando está dentro de sus
posibilidades, si no se inclinan por cabelleras artificiales.
No es suficiente con aprender a usar tacos para levantar las
nalgas, incorporar modales femeninos, manicura, depilación en
cera, fangoterapia, atemperar el timbre de voz. Hoy en día, si
no apelan a cierta química, cierta tecnología, ciertos
fármacos y ciertos tratamientos endocrinológicos, están
fritas.
No todas
tienen la suerte –ni el dinero que suele acompañar a la buena
suerte para dar el salto definitivo al otro género, y
colocarse prótesis de siliconas, o para consultar
periódicamente a médicos especializados en tratamientos
hormonales que las ayuden a transformar radicalmente el envase
sin poner en vilo su vida. Y aquí es donde empiezan los
problemas, la transformación comienza a ser un asunto de vida
o muerte, y el término “estar fritas” cobra todo su
significado.
“La
mayoría de las travestis que no tienen dinero para ir al
cirujano se inyectan siliconas industriales de forma
totalmente casera y sin conocimiento alguno de los efectos
colaterales”, dice Claudia Puccini, travesti militante de los
grupos de jóvenes de la Comunidad Homosexual Argentina.
“Son
productos que se compran en droguerías. Sale muchísimo menos
que una cirugía de mamas. Pero las siliconas industriales son
altamente nocivas. Muchas travestis murieron por las
complicaciones que les produjo este material. Son tan tóxicas
que pueden resultar en un cáncer”, advierte.
No es sólo
la silicona industrial lo que se inyectan las travestis para
tener lolas, son comentadas por lo bajo historias de
transformistas que buscan acentuar sus pechos con aceites
comestibles y hasta hay algunas osadas que se meten otra clase
de aceite, el Johnson, quizá con la esperanza de que, dado que
es un producto para bebés, sea menos nocivo que el resto. Sin
embargo, en ambos casos, corren altos riesgos de producirse
infecciones internas y, en casos extremos, ingresar al
torrente sanguíneo, algo que puede generar un desenlace
fatal.
“Las
chicas, por lo general, no tienen médico endocrinólogo y usan
los productos que les llegan por el boca en boca”, dice
Claudia, de la CHA. “Está, por ejemplo, el Perlutal, que a mí
me puede hacer muy bien y quizás a otro no. Las hormonas no
son tan nocivas como las siliconas industriales, lo que pasa
es que deben ser administradas en su justa medida. Un
desarreglo puede producir cualquier clase de complicación de
salud”.
Sólo un
hospital público ofrece servicios de endocrinología a
transformistas y tiene un convenio con la CHA: el hospital
Durand, con un equipo de ocho profesionales, entre ellos
psicólogos, psiquiatras, urólogos y endocrinólogos.
“En
verdad, nosotros no recibimos a travestis, sólo atendemos a
transexuales, que es una entidad reconocida legalmente, que
tiene una presentación judicial de por medio y merece su
tratamiento en el hospital”, explica el doctor Oscar Levalle,
jefe del departamento de endocrinología del hospital Durand.
Desde que iniciaron el servicio de cambio de sexo, ya
atendieron a más de 80 pacientes que se convirtieron de
hombres en señoritas de la noche a la mañana.
Pero así
como sucede con las travestis, advierte Levalle, también
reciben casos de transexuales que toman medicación por su
cuenta y corren infinidad de peligros. “Todas buscan el mismo
objetivo y usan hormonas por su cuenta”, dice Levalle.
“Las
transexuales suelen apelar más a consultas médicas, pero vemos
a travestis que no tienen esto tan en cuenta. También no sólo
vemos casos de mujer varón sino también casos de varón mujer.
Cuando uno quiere cambiar el aspecto físico, tiene que emplear
dosis altas de hormonas.
No es lo
mismo que a un hombre que le faltan hormonas masculinas, eso
es supletorio, reemplaza nada más lo que le falta. En cambio,
acá se le da una dosis potenciada para contrarrestar la
hormona propia. Si lee el prospecto de cualquier
anticonceptivo, habla de muchos efectos adversos ya en dosis
mínimas. Pero, bueno, ellas buscan cambios rápidos, quieren
tener mamas y que se caigan los vellos velozmente y esto trae
efectos dañinos sobre el hígado, el sistema vascular y toda
clase de trombosis, trastornos en la sangre. Nosotros
recetamos medicación a transexuales pero en tres meses, les
pedimos verlas para hacer control de rutina. Si les crecen las
mamas, hay que controlarles las mamas, infinidad de cosas”,
explica el médico del Durand.
“Hay una
falta total de acceso para nosotras a la cirugía plástica en
los hospitales”, denuncia Claudia Pía Baudracco, de la la
Asociación de Travestis Transexuales y Transgénero de la
Argentina (ATTTA). “El Estado no contempla el derecho a
feminizar el cuerpo”, se indigna Baudracco.
“Esto es
una realidad que, si bien no está regulada, existe”, explica
Patricia San Martín, médica de ginecología endocrinóloga del
hospital Ramos Mejía. “Por el uso incorrecto de hormonas, las
travestis tienen consecuencias graves a nivel infartos,
accidentes cerebrovasculares, tromboembolismos pulmonares. Y
muchas travestis no sólo usan más de una píldora, la suman
además a un tratamiento inyectable, y así duplican el riesgo.
Además, aumentan las posibilidades de tumores de mamas, de
testículos y de próstata. En el hospital estamos interesados
en tratarlos, pero tenemos muchos impedimentos legales. Como
médicos, no podemos prescribir una hormona femenina a un
hombre. Esa receta legalmente no se la podemos hacer”, resume
San Martín.
A veces,
no sólo ponen en jaque su salud, además, mal empleadas, las
hormonas pueden producir exactamente el efecto contrario. “Lo
que sucede es que muchos productos de venta libre contienen
estrógenos, pero no inhibidores de las hormonas masculinas ni
antiandrógenos. Con lo cual, producen un desfasaje hormonal. Y
les sale el tiro por la culata. El organismo comienza a
producir elevadas dosis de tetosterna para volver al grado
normal, y produce el efecto negativo de lo que las chicas
buscaban”, retoma Baudracco, de la ATTTA.
Ella sabe
de qué habla, pues vivió el drama en carne propia. En 1984, se
inyectó aceite industrial en los pechos y una filtración del
producto puso en peligro su vida. Si no se las quitaba ocho
años más tarde, quizá Claudia Pía no vivía para contar la
historia. “Yo me salvé a tiempo. Es que en esa época no se
manejaba tanta información como ahora y las travestis nos
metíamos de todo.
De
cualquier forma, nos siguen llegando a la ATTTA casos de
chicas que se meten cualquier cosa. Es alarmante. Yo les digo
a todas: ‘No tienen que aspirar, chicas, a representar el
modelo Barbie que les venden por la televisión. Cada una debe
aceptar el cuerpo que le toca’”. Algunas travestis, dice ella,
la escuchan y son cautelosas, responsables, recurren a un
médico y no experimentan con su cuerpo. Otras, no. Y a ellas,
intuye Claudia –o, más que intuye, teme– las verá nuevamente,
aunque tal vez cuando ya sea demasiado tarde
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C.
A. 01-03-2010
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