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                                                       LA CORRESPONSAL TERMINA SU CRÓNICA   

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A la mañana siguiente, me perdí la mesa sobre despatologización, tan crucial, en que estuvieron Alira Araneta y Sandra Fernández. Alira me ha explicado parte de lo que se dijo, y lo pongo porque yo lo habría puesto. Coincido con Sandra en la idea de que lo trans no está en los márgenes del feminismo, sino dentro de él, incluso en su propio corazón. Ella, sin ser trans, puede reconocerse también en la despatologización, al ser “un cuerpo medicado y apropiado por la ciencia médica”. No fue la única que me perdí de nuestros colectivos más afines. También dejé de ir a otras de Ana Murcia, sobre resistencia transfeminista, a la de las Medeak y las Mass Medeak, a una de las de Raquel Platero, sobre las chicazos, etcétera, y a las de prostitución, en las que habló mi amiga Cristina Garaizábal (no sé si hubo más)  por coincidir con otras en las que estuve o por estar muy concentradada en las que participábamos directamente.  

Esa mañana estuve en la de Laura Bugalho, Elizabeth Vázquez y Astrid Suess sobre la transfobia.

Tres testimonios de personas experimentadas en el día a día, Laura y Elizabeth por su trabajo directo y multiforme con inmigrantes o trabajadoras del sexo trans, Astrid por el indispensable esfuerzo de reunir y comunicar los datos  de la transfobia en el Observatorio en el que coopera con Carla La Gata.  

Como para confirmar e ilustrar con la fuerza horrible de la realidad lo que se estaba diciendo, el blog “Género fluido” trajo el viernes 11 la noticia de que ha empezado el juicio de dos mujeres a las que se acusa de haber presuntamente sometido a coacciones, dar un trato humillante y degradante durante muchos meses y finalmente golpeado a Roberto, un trans masculino, de resultas de lo cual murió en un colchón en el suelo de su propia casa, desnudo y sucio, en 2007.  

Deliberadamente omito toda clase de adjetivaciones y valoraciones, porque esas circunstancias son suficientemente espantosas en sí como para no poder olvidarlas.  

Elizabeth Vázquez explicó detalladamente en su tiempo las técnicas jurídicas que utiliza el Proyecto Transgénero consiguiendo un uso alternativo del Derecho, que aproveche los resquicios de la legislación. Según la oíamos, fue formándose en nuestra mente la idea de que algunas podrían utilizarse en España, especialmente en materia de conseguir el cambio legal de nombre sin pasar por las horcas caudinas de los protocolos psicológicos. Explicaré otro día como están las cosas y cómo podrían estar aquí en este terreno.  

Lo que quiero subrayar de aquella mesa, es que me pareció la reunión del movimiento transfeminista. Estábamos prácticamente todas las asociaciones y grupos que habíamos participado en otras, éramos la mayoría en el aula, junto con personas amigas, y aplaudíamos con un sentimiento de comunidad. En el debate se presentaron  compañeras y compañeros que, siendo de nuestros grupos, se dedican también profesionalmente a la Psicología, y en los que vimos la posibilidad de acabar desde dentro con el poder injusto y disparatado que las leyes han concedido en estos momentos a los psicólogos sobre nuestras personas, permitiéndoles usurpar nuestras decisiones.  

Nos fuimos radiantes a la calle, al terminar. Nos quedamos cerca, en una cafetería, hablando de distintos aspectos de lo que habíamos vivido, y quienes pudieron y tuvieron fuerzas (yo no las tenía, a esa altura) se fueron a la fiesta final de las Jornadas, donde hubo sus más y sus menos por un tema tan transfeminista como la presencia o no de varones amigos.  

En estos días que han pasado desde entonces, he podido empezar a valorar lo que han sido las Jornadas. A primera vista, se podría decir que cada cual las ha vivido a su manera. Ha habido unos ciento cincuenta actos, he leído, muchísimos simultáneos, por tanto, y cada cual ha tenido que escoger su repertorio. De esta manera, puede parecer que ha habido muchas Jornadas distintas, según los intereses de cada una (o uno, porque los ha habido) de las jornadistas.  

Sin embargo, mirando más allá de los árboles que teníamos delante, es evidente que estas jornadas han sido las del no-binarismo feminista, las del transfeminismo, las de los conjuntos difusos.  

Nuestros temas han entrado en tromba, con la fuerza de la vida, para renovar y dar nueva vida al feminismo. En los últimos años, languidecía en la repetición. Como dice una bloguera, qué pereza daba plantearse asistir a una reunión en la que se iba a oir lo mismo, para convencer a convencidas y qué arrolladora alegría descubrir que se planteaba toda una temática nueva, antes oída, pero pocas veces vista en la práctica. Estas jormadas han tenido la virtud de agitar todas las mentes, de plantear mil cuestiones, mil objeciones, y por tanto de renovar las ideas y las experiencias de todas las participantes, personas, no lo olvidemos, abiertas a .lo nuevo y lo justo.  

El no.binarismo ha sido el tema estrella de estas Jornadas y las ha hecho históricas por ello. No hay más que leer los blogs maravillados y casi incrédulos por esto. Es un hecho histórico, porque supone un nuevo ciclo para el feminismo, la entrada en su tercera o en su cuarta ola, plantearse cuestiones inauditas, que traen incluso un vocabulario propio, que hay que comprender, replantearse prácticas y puntos de vista que se habían instalado y que ahora hace falta revisar.  

El principal de ellos, el más innovador, es la comprensión de que el feminismo, aun siendo potencialmente no-binarista desde siempre, aun entendiéndose como el mayor y más potente movimiento de liberación de género, superador justamente de la dictadura binarista, había permanecido hasta ahora atascado en el mismo binarismo que combatía, sin poder ver, como de hecho no podíamos ver casi  nadie, más allá de la dictadura de la concepción de los dos géneros cerrados. Una ideología impuesta durante milenios a toda la población, explica esta ceguera.  

Entender la opresión patriarcal (que es real) como una lucha de “hombres” contra “mujeres”, y por tanto, la respuesta, como una defensa de las “mujeres” contra los “hombres”, ambos términos entendidos como cerrados y homogéneos contra toda evidencia, ha sido la consecuencia.  

Basta con entender los géneros como conjuntos difusos, de mujeres difusas, hombres difusos, intersexuales difusos, transexuales difusos, etcétera difusas, todos, todas (y todes) más o menos mujeres, hombres, intersexuales, transexuales, etcéteras,  y ver que eso es la realidad por encima de toda ideología, para que sea preciso renovar toda la práctica y la teoría del feminismo.  

Eso es lo que hemos aportado los, las y les transfeministas, no-binaristas, difusistas, etcétera y ése es ya un paso irreversible. Una vez que se ha comprendido algo que es verdad, ya no se puede olvidar. 

Kim Pérez 14-12-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)

 

                             DE NUESTRA CORRESPONSAL EN JORNADAS FEMINISTAS ESTATALES DE GRANADA  

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Por segunda vez desde que colaboro en este Diario Digital  Transexual de Carla Antonelli, según creo, me he retrasado al enviar este Comentario Semanal.  

La otra vez debió de ser por un accidente de auto que sufrí; esta vez ha sido casi intencionado, porque quería hablar de las Jornadas Feministas Estatales que todavía hoy, lunes 7, se están celebrando en Granada.  

Desde junio de este año, nuestro grupo Conjuntos Difusos, formado por cuatro personas trans y por feministas integrantes de la Asamblea de Mujeres de Granada, se estaba preparando para participar en las Jornadas, llevando el tema del no-binarismo de género que interesaba a todo el mundo.  

Poco a poco, fue evidente que iban a participar otros grupos transfeministas radicales y despatologizantes como la Acera del Frente, con la ya histórica activista Juana Ramos y con Alira Araneta, la Guerrilla Travolaka , con Miquel Missé y Miriam Solá, las Medeak de Donosti y las MassMedeak de Bilbao,  Laura Bugalho, también histórica activista gallega, muy centrada en la inmigración, y por nuestra parte nos esforzamos en que estuvieran presentes Belissa Andía, del Secretariado Transexual de la ILGA mundial y Elizabeth Vázquez, del Proyecto Trvnsg3nero de Ecuador.  

Nosotros, la gente de Conjuntos Difusos, decíamos medio de broma, medio en serio que el no-binarismo se iba a convertir en el tema estrella de las jornadas. Lo deseábamos, pero no estábamos nada seguras de que las cosas fueran así.  Pero ya estaba claro que una treintena de activistas trans feministas, incluyendo a muchos trans masculinos y a personas que usan el prefijo trans de una manera completamente innovadora, íbamos a estar presentes.  

De hecho, el treinta por ciento de las ponencias y mesas redondas de las Jornadas iban a ser nuestras, casi una de cada tres. Sólo esto, representa un cambio mayor.  

Para entenderlo, hay que tener en cuenta la posición del feminismo en este momento, en que está experimentando un cambio de ciclo histórico, porque muchos de sus planteamientos clásicos han llegado ya a su conclusión lógica y la mayor innovación es teoría queer, que tiene ya casi veinte años, pero que ha lanzado también la cuestión del no-binarismo.  

Todo ello se plantea en el feminismo de 2009 en esta gran cuestión: “¿Cuál es el sujeto político del feminismo?”, es decir, quién hace el feminismo, la mujer, las mujeres, en su variedad, otros sujetos afines, en liberación gracias al proceso de liberación de género iniciado por las mujeres hace doscientos años, muchos de los cuales puede ser que no nos definamos como mujeres ni como hombres, quizá como trans en un sentido muy abierto, como intersex, como andróginos, etcétera,  y sin embargo somos personas realísimas?  

Nos dábamos cuenta, nos decían, de que nuestras posiciones no-binaristas tocaban de frente la cuestión. No sabíamos hasta qué punto el movimiento feminista español era consciente de todo ello.  

Anteayer, sábado 5, empezamos a darnos cuenta de todo en la ceremonia de inauguración. Yo estuve, por primera vez, en la inmensa sala central del Palacio de Congresos, comparable, para que os hagáis idea, a la del Parlamento chino, pero mucho más bonita, en la que había tres mil feministas.  

No dejamos de registrar alusiones bien marcadas a trans e intersex en las alocuciones iniciales. Pero todo culminó cuando Lola Van Guardia leyó un divertido sketch en el que una madre feminista dialogaba con su hija transfeminista o algo así. Es preciso decir que transfeminismo ha llegado a ser resignificado no ya como el feminismo de las trans, aunque parte de él, sino como una especie de feminismo transexual, que recorre con desparpajo los géneros.  

Era la mejor manera de presentar la cuestión de una manera dialogante, con humor, casi o preinteregeneracional ¡y de reconocer que éste iba a ser el tema estrella de las Jornadas! ¡Asombroso!  

La visibilidad física empezaba desde nuestra instalación en el mismo hall de la Facultad de Ciencias, llamada Espacio Difuso, realizado por nuestras compañeras Encarna y Loli, y también por Virtudes Martínez Vázquez, también compañera, que es un recorrido en el que se entra por una de las dos puertas de “Hombres” y “Mujeres” y se sale, después de varias experiencias de elección, por vestirse con prendas de hombre o de mujer (abotonadas a los lados establecidos), por ver videos y examinar una especie de “Principito” variante de género, pasando por una puerta múltiple sobre la que los letreros dicen “Yo” “Ich” “Moi” “Eu” “I”, etcétera.  

Lo gracioso es que, al ver las dos puertas de entrada, “Hombres” y “Mujeres”, algunas se acercaban al principio creyendo que eran los servicios, aunque también alguna dijo “Pues ya que estoy aquí, hago el recorrido”.  

Esa misma tarde, el ambiente empezó a animarse. Juana Ramos participó en una mesa redonda en la que expuso sus puntos de vista completamente coherentes con todo lo dicho y de paso aludió a las muestras de nuestro transfeminismo en las Jornadas de Córdoba de 2000. Luego, en el debate, Laura Bugalho hizo una llamada apasionada al “ya”, no al “mañana”, y las Medeak leyeron su manifiesto que terminaba diciendo que el feminismo de mañana será el transfeminismo o no será. ¡Nada menos!  

Por primera vez, en los oídos de muchas asistentes, sonaban conceptos como “biohombre”, que, aunque se pueden discutir, tienen una fuerza de cambio arrolladora.  

Ayer domingo, por la mañana, tuvimos otra mesa redonda a la que, primero, temimos que íbamos a estar cuatro gatos, pero enseguida, el aula se fue llenando y llenando hasta que se quedó gente fuera. Empezó Elizabeth Vázquez, contando lo que hacen en Ecuador y muy particularmente la enorme diversidad de las formas trans allí presentes, tradicionales o modernas, como la androginia de la Costa , en la que puede haber un mamá, o formas como las machas, los hembros, las femeninas, etcétera, etcétera, una variedad que afortunadamente al medio minuto te hace dar vueltas la cabeza porque es la variedad humana, ajena del todo a las clasificaciones de las tradiciones culturales europeas y norteamericanas, tan excesivamente racionales. El discurso de Elizabeth causó un profundo impacto a quienes comprendían, al oírlo, que no hay dos géneros, sino una multiplicidad, y eso basado  en la práctica y la realidad.  

Luego, Astrid Suess, nuestro compañero,  contó la historia y la formación del concepto de los Conjuntos Difusos, aportando imágenes que permitieran su comprensión y que sabíamos que eran muy efectivas. A partir de esa presentación de los conceptos no-binaristas, luego yo aludí a la subjetivación, es decir, cómo el proceso trans, y también el de los obesos, las feas, etcétera, conduce a tomar distancias respecto a tu cuerpo y tus circunstancias y a ser, finalmente, yo, persona, como solemos decir los y las trans. Entonces, para ejemplificarlo, cedí la palabra a nuestros compañeros Pablo Vergara, luego a Astrid Suess de nuevo, luego a María Angeles Cantero y luego a dos participantes del público, que era lo que pretendíamos. El conjunto de la intervención resultó muy impactante y fuimos muchas las personas a quienes se nos saltaron las lágrimas en unos momentos u otros.  

Y al terminar nos fuimos a la Escuela de Arquitectura Técnica, en la que Pablo y Astrid llevaban un espacio de debate en representación de Conjuntos Difusos, en el que los participantes trabajamos sobre una definición del binarismo, luego, en pequeños grupos, sobre lo que entenderíamos sobre el no-binarismo y finalmente lo pusimos en común y elaboramos un documento en power point sobre nuestras conclusiones. Como para confirmar nuestras apreciaciones generalizadas, las participantes jóvenes mostraron ideas muy nuevas que obligaban a reflexionar a las mayores, y finalmente, a aceptarlas. Hubo una participante que se definió como lesbiana, y precisamente por eso, y sólo por eso, como transgénero. Las ideas corrían y dislocaban planteamientos incluso nuestros.  

Por la tarde, Juana Ramos y Astrid Suess llevaban un segundo espacio de debate sobre translesbianismo, deseo y toda esa maravillosa selva. Se contaron experiencias personales, las dificultades tradicionales de la ubicación como trans entre lesbianas o en relaciones no etiquetables, y la necesidad de que las etiquetas no ahoguen nunca la vivencia del deseo. Una participante expuso otras dificultades relacionadas con la expresión jurídica de las nuevas relaciones, y Elizabeth Vázquez le respondió contando su experiencia con el uso alternativo del derecho que el Proyecto Trvnsg3nero practica en Ecuador.  

En cuanto terminamos, nos fuimos a toda prisa a la tercera gran mesa redonda en la que participamos, en una gran aula en la que cabían trescientas personas quizás, y en la que fueron entrando hasta sentarse en los pasillos, en todo espacio libre, incluso en la tribuna, y quedándose mucha gente en la puerta sin poder entrar. Astrid nos fue presentando y fuimos hablando, primero Belissa Andía, alta funcionaria internacional que contó sin embargo su historia personal, en la que figura, en su adolescencia, un ataque por una cincuentena de chicos a puntapiés y otros golpes, que podría no haber contado si no fuera porque unos adultos vinieron en su rescate, y después las historias de la prostitución trans, el trabajo del sexo. Yo quise hacer una exposición teórica que mostrara claramente lo que es el binarismo, su carácter falso e ideológico, su vinculación a la dualidad dominantes-dominados, que no admite terceros que se escapen, y a la solución real representada por el no-binarismo, o, en términos no negativos, los conjuntos difusos, expresión matemática basada no en el sí o no, sino en el más o menos, que hace de todos, no “hombres y mujeres y punto”, sino mujeres difusas, hombres difusos, intersex difusos, trans difusos, etcétera. Luego Miriam Solà, del colectivo Les Tisoras, tecnificó su exposición transfeminista, como era necesario y conveniente ante un auditorio en gran parte académico, dividiéndola en dos partes, una filosófica y otra política, y finalmente, Miquel Missé explicó, transformando su experiencia personal en dimensión teórica y política, las fuertes razones de su militancia despatologizadora, porqué no tiene inconveniente en considerarse “un hombre con pechos”, coincidiendo sorprendentemente con algunos de los andróginos de la Costa ecuatoriana, y por qué se considera un hijo del feminismo. La emoción de las participantes llegó en ese momento al máximo, comprendiendo vitalmente el significado de lo que exponíamos.  

Ahora me tengo que ir deprisa, porque queda la mesa redonda sobre transfobia de hoy, en la que van a hablar de nuevo Laura Bugalho, Elizabeth Vázquez y Astrid Suess.  

Kim Pérez 07-12-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)

 

                                                                             BEATRIZ ESPEJO

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Beatriz Espejo es una mujer. Es una transexual. Es una prostituta. Es joven. Es guapa. Ha escrito últimamente un libro, “Manifiesto Puta”, cuyo nombre sacude a quien intenta decirlo.  

Tiene la enorme autoridad de quien escribe desde la base de la sociedad, el lugar de quienes descargan y cargan en los mercados, de quienes sirven los cafés de las cuatro de la madrugada, de quienes atienden en las urgencias nocturnas, de quienes ponen en marcha la ciudad o la hacen reposar.  

Cuando Beatriz da una opinión, dan ganas de callarse y de pensarla muy bien, porque seguro que está muy fundada en la teoría y en la práctica.  

No es que tenga asegurado que no se equivoque, como es natural, es que todo lo que dice tiene mucho peso, y si se quiere desmontar, habrá que pensar mucho.  

Por ejemplo, cuando habla de la prostitución como valor. Como un contrato libre, entre iguales (salvando las ocasiones en que no lo sea), que garantiza la libertad de la mujer que quiera vivir de ella.  

Muy distinta de muchos enlaces convencionales en los que se cambia seguridad por regulaciones y limitaciones. O estabilidad por sinceridad. ¿Qué corazones son los que siguen cantando a la luz blanca de las siete de la mañana?  

Todo esto hace temblar o rechina a los tímidos bienpensantes que no han pisado la calle noche tras noche ni tienen el placer de vivir a su intemperie.  

Se equivoca Beatriz cuando postula la promiscuidad, en general, como mejor que la monogamia, pero no se equivoca cuando dice que, para algunas personas, puede ser más hermosa, y que deben ser respetadas.  

No es que quien sueña con una casita con los postigos colorados, llena de niños desayunando al sol, y con un amable compañero cuidando también de ellos, no tenga derecho a ese sueño. No se trata de que la mantequilla y la mermelada tengan algo de malo, sino de que no se impongan a quien prefiera otra forma de vida.  

¿Seguimos pensando en reglas universales, iguales para todos, en un mundo que ya ha visto cómo se hace eso, vestirse al estilo Mao y desfilar rítmicamente?  

Porque esto es lo que vienen imponiendo vía ordenanzas municipales, como Beatriz denuncia, las abolicionistas de la prostitución,  defensoras de una nueva decencia, “la dignidad de las (otras) mujeres”, que se inmiscuyen en sus vidas y arbitran castigos y penalizaciones a diestro y siniestro.

Defiende Beatriz que no tienen ni idea de lo que es la prostitución, que no la han visto de cerca en sus vidas, de lo que sin duda se sienten muy contentas, y que organizan el mundo desde sus despachos subvencionados.  

Y que tenga cuidado quien intente polemizar con ella con un estilo lleno de abstracciones que quedan muy bien en los ambientes académicos, porque se llevará de hecho, en el estilo en que escribe, mucho más fuertes de lo que yo sé decir, una rociada de imprecaciones que dejan la vaga sensación de que todo se ha puesto en su sitio.  

Que piense lo que dice, porque Beatriz habla con el fundamento de la experiencia y de la práctica.  

Es verdad que hay ocasiones de explotación, como las hay en todas las actividades, pero Beatriz sabe, porque las ve, sus proporciones. Y lo que no ha lugar es a un mundo en que todo siga igual, porque seguirá, pero clandestinizado, una ley seca que genere sobornos, chantajes, batidas, fugas, el reino no deseado de represión policial sobre un mar, el del sexo y la pasión, al que se intenta poner puertas.  

Éste es uno de los temas de “Manifiesto Puta” (Editorial Bellaterra) Luego seguiré con otros. 

Kim Pérez 30-11-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)

 

 

                                                                         UNA AMIGA MÍA

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UNA AMIGA MÍA 

Esta semana tengo que hablar de una de nosotras, primero, por ella misma, y segundo, porque su historia puede ser la de muchas, o parecida a la de muchas. Es verdad que este espacio no es mío, y que tendría que pedirle permiso, pero lo hago porque no es sólo su historia, sino nuestra historia. 

Un niño transparente que nace muy cerca del mar. Me imagino lo que eso es, porque yo no nací junto al mar, pero sí estuve yendo a la playa los primeros años míos. El mar es algo santo que embellece todo lo que toca. El niño gozaría de las excursiones de ida y vuelta a la playa, hasta andando, y de mil pequeñas cosas, como todos los niños: de las flores, de las cañas, de las aventuras. 

Le gustaría su pueblo y supondría que iba a a pasar su vida en él. Poco se imaginaría la tormenta, la tempestad, la tromba, que iba a caer sobre su vida y nada más que sobre la suya. 

Porque no hacía ni quería hacer nada de particular ; era un niño tranquilo y me imagino que querría tener una vida tranquila. Conforme crecía, se daba cuenta de que estaba más a gusto con las niñas que con los niños, lo que no tiene que tener  nada de particular. 

Y hasta los modales. ¿Qué tenían de particular sus modales de niño tranquilo y delicado? Eran modales de buena educación. ¿Por qué, en el colegio, empezaban a mirarlos como si los estuvieran descubriendo, y en cambio parecía normales los modales bruscos y alborotadores de los niños a los que les gustaba jugar al fútbol? 

Cuando un niño crece, se convierte en un muchachillo, delgado y esbelto, lleno de pasión. También la pasión, de manera natural, como si no tuviera nada de particular, se vuelve hacia otros muchachos. No se ha hecho nada para que sea así. Brota en el alma como las flores en los tallos. No habría nada que ocultar. 

Sólo que, pronto, se dio cuenta de que había que ser muy prudente respecto a estos sentimientos, porque si para él mismo no tenían nada de particular, y eran naturales como el agua, parecía que todos los demás se escandalizaban cuando otra persona los tenía, y hacían aspavientos, y se burlaban, y ponían motes. 

Y el huracán, el vendaval, los nublos negros, el aguacero, la inundación, se desencadenaron sobre el muchacho, y sólo sobre su persona, sobre nadie más. De pronto no tenía sitio en el pueblo, ni nadie queria tener nada que ver con él. “¿Pero qué he hecho? Yo era yo y sigo siendo yo”. 

Tuvo que salir corriendo y a la ventura, irse lo más lejos que pudo, al anonimato. ¿A quiénes se encontró? A otras personas hundidas. A los despreciados. ¿Qué hizo? Lo que pudo. 

Emergió de aquel temporal una mujer alta y delicada, bellísima. Pero no era fácil para ella sobrevivir. Si hubiese sido una mujer de las que podían salir de sus casas a las calles del pueblo, se la hubieran rifado. Siendo como era, bastante era con salir adelante. 

Tenía veinte años, estaba empezando a vivir, y esto era lo que le había tocado. Estuvo a punto de hundirse en las profundidades de la vida. Sobrevivió. Sacó la cabeza. 

Poco a poco fue enterándose de cómo funciona la vida y fue adaptándose. Se fue muy lejos, como a dos mil kilómetros. Vivió y brilló. Su belleza ya no podía ser negada. 

Conforme la vida cambiaba para ella, cambiaba para todos. Todas las personas que estábamos como ella, o sobrecogidas de miedo en nuestros rincones, o viviendo contra viento y marea, empezamos a notar que el viento era más suave. 

Ella encontró incluso su sitio en un partido político. El que había representado para ella, desde su adolescencia, la justicia, el progreso y la libertad. Fue bien acogida, cordialmente. 

Su futuro empezaba a dibujarse en la política, por solidaridad, para evitar que más gente siguiera pasando lo que ella había pasado. Llegó a lo más alto, verdaderamente conocía en el partido a todo el mundo. 

Hasta que se le presentó un dilema del que apenas se habla, pero del que voy a hablar, porque muestra, para quienes nos desprecien, la verdadera manera de ser de las transexuales. Ya había visto, años antes, otra historia similar, cuando unas amigas trans decidieron hacerse cargo de una compañera que se moría de sida. Su estado era tan terminal, que en el hospital querían mandarla ya a su casa. Pero ella, que seguía en los malos tiempos que a tantas les tocaron, no tenía casa donde ir. Entonces, sus amigas, decidieron hacer un turno para estar siempre una a su lado, y que no se encontraran al volver que el hospital la había despachado. Ah! Y fueron ellas quienes la acompañaron en la agonía, porque la familia de ella, aunque la avisaron, no quiso saber nada. 

Por eso, dejadme ahora que cuente otra historia de esta otra amiga, y sobre todo, déjame tú que la cuente. Considera que no es una historia tuya, sino una historia nuestra, de las que demuestran que las transexuales, a quienes muchos arrinconan y desprecian, somos simplemente humanas y a veces sabemos hacer lo que tienen que hacer los seres humanos. ¡Ésta es la verdad que demuestra hasta qué punto se equivocan quienes creen que debemos ser marginadas, como se equivocan con tantos otros marginales, que hubieran necesitado una mirada de respeto! 

Pues bien, voy a contar esta historia nuestra. El partido en el que ella había visto una tradición de progreso, justicia y libertad, había prometido una ley para los y las transexuales, pero los mil asuntos de la gobernación se ponían uno y otro delante, y ella se dio  cuenta de que se arriesgaba el olvido de la promesa. 

Y las personas transexuales, nosotras, necesitábamos un reconocimiento y un respeto, lo primero de todo. Que nadie volviera a creer que era normal lo que ella tuvo que aguantar en público o yo en el armario o tú en tus circunstancias. 

Estuvo pensando lo que podía hacer y tuvo claro que sólo una cosa. Emplazar públicamente al inmenso cuerpo del partido a que cumpliera sus promesas. 

Pero también se daba cuenta de que, de hacer así las cosas, se jugaba su futuro en el partido. 

Pensó: “¿Podría yo soportar la mirada de una trans en la calle si ahora no hago nada?” 

Y decidió jugarse su futuro, y ganó su apuesta sobre la Ley, pero perdió su futuro, por lo menos, de momento, mientras alguien no comprenda que hizo al partido fiable para las y los transexuales y para todos los que nos quieren y respetan. 

Sencillamente, quiero preguntarme cuántos políticos profesionales serían capaces de hacer algo parecido, y por poder sostenerles la mirada a quienes confiasen en ellos. 

La vida siguió, sin embargo, bien, incomparablemente mejor que la de antes. Sin embargo, esta historia creo que ha sido olvidada por todos.  No creo que ni siquiera haya contado para lo que hoy me mueve a escribir esta historia. 

De pronto, su pueblo, del que tuvo que salir huyendo, se ha acordado de ella, y le ha concedido uno de sus premios anuales. 

La trans que escapó como pudo vuelve entre los suyos, que le entregan un reconocimiento público. Han cambiado los tiempos; ahora no es como antes. ¿Han estado diciendo, cada vez que la han visto en televisión, “ésta es de Güímar?” ¿Han sentido, profundamente, la injusticia que se hizo con ella? ¿Han querido, de verdad, repararla? 

¿O más sencillo, han percibido su belleza como uno de esos regalos que reparte la vida aquí o allí, y que lo ennoblece todo? 

¿Han sentido ante ella el aroma del glamour, y les honra sentirlo en una hija del pueblo? 

Bien está. Anoche, viernes, estuvo en el Ayuntamiento y oyó un discurso encomiástico, sentada entre los más respetados.  Esta mañana, al despertarse, habrá sentido que se ha hecho verdad lo inimaginable. Ha vuelto a Güímar. 

El Ayuntamiento le ha dedicado unas palabras amables y respetuosas, en nombre de los que tenían que habérselas dicho al principio de su vida. Está bien. Es de agradecer. Todas las demás tenemos nuestros pueblos. Es una esperanza. 

Kim Pérez 23-11-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)

 

                                                                    TORRENTE DE VIDA 

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TORRENTE DE VIDA 

Cada edad tiene su gracia y te va metiendo en tromba en ella, con todo el poder de la vida. Ves llegar nuevas perspectivas, alejarse otras, quizá quisieras aferrarte a las antiguas, pero las fuerzas naturales te arrastran y no se les puede resistir; sólo puedes mirar e intentar comprender. 

Puedo hablar ya de cosas a la que la mayoría de las personas que entran en esta página todavía no han llegado. Y tanto, que puedo hablar en pasado de mucho de lo que para ellas es todavía futuro. 

Por ejemplo, de que el decenio de los cincuentas (de mis cincuenta años) fue una verdadera segunda juventud para mí. Por primera vez en mi vida fui a un montón de discotecas, de bares de ambiente, de terrazas de verano, bailé todo lo que pude, dejé a muchos boquiabiertos con mi edad (no la representaba), tuve amigos del alma, fui a fiestas en sus casas, comí con ellos, estuve en Chueca, gocé del ambiente, me despedí con un pico sintiendo sus caras pinchudas o sus suaves barbas, en fin! 

Todo fue porque por primera vez en mi vida pude vivir como trans y salir de una represión que me había tenido amargada durante los veinte, y los treinta y los cuarenta! Es verdad que la libertad se puede comparar con una paloma que sale de una jaula estrecha al cielo azul. Aquello era lo que sentí y por eso los cincuenta fueron tan hermosos para mí, los más hermosos de mi vida. 

Llegaron los sesenta, llegué a los sesenta y cinco, me retiré y poco a poco llegó el tío Paco con la rebaja. Todavía no ha llegado muy lejos, pero es verdad que, en particular, mis piernas están débiles. Ya no podría bailar, como antes, durante horas, ni caminar durante cinco kilómetros con placer, y deseando seguir. 

Esto me entristece, y hago lo que puedo por ejercitarlas. Sin embargo, soy realista. Esto irá poco a poco a peor, no a mejor. Quiera que no, el torrente de la vida me está haciendo entrar en otra edad, la vejez, y aunque miro con asombro de novata a las paredes, como un preso que acaba de entrar en su celda, aquí estoy. Aquí tengo que estar. 

Lo primero es quizá pensar en las personas a las que conozco a las que voy viendo entrar en la misma cárcel. Por la calle veo a algunas, todavía juncales, hasta guapas. Un mozo del colegio me sigue pareciendo atractivo, sonriente, amable, ágil. No conviene exagerar: esto sólo está empezando. ¿Pero a dónde vamos? 

¡El torrente! Aparta de mí alegrías que eran naturales. Amigos con los que tomaba el té, una entre ellos, compartiendo juventud, esperanza y risas. Tareas en las que me comprometía a fondo, y que ahora me cansan, aunque sigo comprometiéndome en otras, más descansadas. Aunque me esfuerce en reir, en salir, en distraerme, el ruido del torrente, constante, ruido de fondo, todavía quizá confuso y lejano, repite unas sílabas imaginarias: muer-te, muer-te, muer-te. 

Estoy entrando, por tanto, en los confines de la muerte. Esto es es este patio gris y frío, húmedo. No sé cuántos años tardaré en recorrerlo, quizá sea muy grande y tarde muchos, quizá sea pequeño y en un pispás se me haya terminado. Pero ya estoy en él. Prefiero mirarlo cara a cara, sin consuelos superficiales. Una vieja es una vieja.  

Hay una tarea que tengo que hacer, y la edad la va poniendo delante de mí como inevitable. Perderle el miedo a la muerte. Más exactamente, poder morirme como quien pasa en la vida de un momento a otro, con los ojos del alma bien abiertos, sabiendo lo que me voy a encontrar. 

Esta cuestión la he tenido en la imaginación desde siempre, desde que era niño. Por tanto, sería muy tonto llegar a la muerte sin acercarme a responderla. Es la gran cuestión que domina mi vida, más que la transexualidad. Sólo conozco una manera de llegar a ver la respuesta desde ahora, cuando precisamente tengo que encontrarla, ahora o nunca. 

Los yoguis, los sufíes, los extáticos, llegan a esas puertas, y quizá las abren. Si la muerte es el límite de la vida, ellos lo pasan, y más allá de esta vida, saben que lo han pasado en que a su paso van dejando un montón de hechos sorprendentes que las leyes normales de la vida no explican. 

Pero a ellos no les interesa la feria de esos hechos. Les interesa sólo abrir la puerta. 

Yo creo que la transexualidad es la primera consecuencia de esta mentalidad y lo que me ha preparado para llegar donde estoy. Para llegar a esto, es importante no preocuparse por los juegos corrientes de la vida, centrarse sólo en que se tiene tiempo para salir de ella. 

La persona transexual ha aprendido a diferenciarse de su cuerpo, en lo sexual. Mi cuerpo va por un lado, yo por otro. A mí siempre me ha asombrado tener este cuerpo, haber nacido donde he nacido, que mi familia sea mi familia. 

Quizá por eso soy transexual; porque me he podido imaginar de otra manera. Llegado el momento, no me extraña nada esto de que mi conciencia mande en mi cuerpo, que es lo que he hecho, e incluso la idea de que mi cuerpo es una forma de mi conciencia y no al revés. 

¡Matrix! Si es así, tengo que explorarlo. Mi cuerpo entero, mi vejez, mi muerte, que son cosas del cuerpo, están en juego. Si llego a verlo, la puerta se habrá abierto y habré encontrado la respuesta. 

Quizá lo tengan más difícil las personas que se identifican completamente (en realidad, casi completamente) con su cuerpo, con el sitio donde han nacido, con su posición en la sociedad, etcétera. Es como si lo que son dos planos de la realidad, yo y mis circunstancias, los tuvieran tan adheridos, que no pueden distinguir uno de otro.  Entonces, irán a la vejez, irán a la muerte como inevitablemente, porque sus cuerpos irán y ellas pensarán que ellas son sus cuerpos. 

Las personas transexuales en cambio tenemos más fácil comprender lo que estoy diciendo porque sabemos muy bien que una cosa soy yo y otras mis circunstancias. 

Puede ser que lo sepamos desde la oscuridad del colegio, cuando sabíamos que una cosa era yo y otra el niño oscuro y triste que veía pasar las horas y casi no comprendía lo que todo eso significaba. 

Estamos preparadas por lo menos para comprender el principio: yo soy una cosa, todo lo demás es otra. A partir de aquí, si somos capaces de mantenernos en esta convicción, quizá la puerta empiece a abrirse y el tumulto del torrente diga: vi-da, vi-da... 

Kim Pérez 16-11-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)

 

                                      GREASE. UNA REFLEXIÓN SOBRE LOS SEXOS Y EL AMOR  

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GREASE. UNA REFLEXIÓN SOBRE LOS SEXOS Y EL AMOR 

La otra tarde hacía otra cosa en el ordenador cuando en la televisión empezaron a reponer Grease, una de las películas de John Travolta y Olivia Newton-John, del director Randal Kleiser. 

Gracias a eso, le eché un vistazo distraídamente de vez en cuando, porque en otros tiempos, me la habría saltado de inmediato, sin poder soportarla. 

Grease es una de las fundadoras de la cultura pop, y cuando se estrenó, sentí que era radicalmente incompatible conmigo, y que yo estaba vencida por aquel futuro que se veía venir. 

Sentí que divulgaba paradigmas de estupidez y grosería, y era de verdad. Sin embargo, ahora, al verla de reojo mientras hacía otra cosa, me pareció una película genial. 

Tan de reojo la miraba, que ni siquiera me concentré en ella, porque estaba más concentrada en lo que hacía, y ni siquiera la vi entera. Nada más que el principio, y algunas escenas sueltas de entre medias. 

Sin embargo, fue suficiente. La película, no lo que representaba, me pareció inteligentísima. El director se distanciaba de lo que contaba tanto como para mostrar los grotescos defectos de sus personajes sin piedad, con ese realismo americano de las formas  de ser humanas tan penetrante. Pero al mismo tiempo mostraba claramente lo que podía ser el camino de su redención. A través del amor. 

La pandilla de muchachos del instituto era sencillamente repugnante. Los excesos de la testosterona juvenil mezclados con la falta de control de sí, producen estos efectos lamentables. Alborotadores sin sentido, moviéndose como marionetas, gritones sin gracia, chillones, indisciplinados por dentro y por fuera, los cerebros envenenados por el sexo, y la frustración sexual y la grosería a flor de piel. 

Travolta, en el papel del líder de aquella minicomunidad descerebrada, jactancioso, moviéndose ritualmente con un bamboleo rítmico, excesivo, amanerado, que le impedía andar con naturalidad, llevando como único instrumento indispensable un peine con el que terminaba con frecuencia las frases llevándoselo con un movimiento amplio a la cabeza y atusándose rápidamente los cabellos engominados, por si lo necesitasen. 

Sus facciones, dicho sea de paso, o su expresión, oscilando en fracciones de segundos entre la estupidez y la ternura, su cara como transformándose de la fealdad de unos ojos pequeños y una boca fea al encanto de la hermosura interior que transparentaba. 

¡Lo genial, por parte del director, era ver todo esto! 

Desde luego, si aquellos muchachos eran todos los hombres, o la mayor parte de los hombres, o los hombres más representativos,  o los que más se veían, y se había nacido para estar entre ellos, como era mi caso, daban ganas  de salir corriendo de su lado y de no parar hasta estar a mil kilómetros. Que fue lo que hice. 

Las chicas en cambio, sobre todo en la escena de su llegada al instituto, bien lavadas y bien arregladas con vestidos y rebecas pulcros y claros, emocionaban por la ilusión que mostraban sus caras. 

Confiaban en los chicos que esperaban encontrar y que habían edificado en sus imaginaciones, sin relación con la realidad. La verdad es que resultaba patética su ingenuidad, alimentada por los últimos restos del romanticismo (hoy estarían más desanimadas de antemano) 

Pero también es verdad que la cara de los chicos se transformaba en cuanto las veían. En ese momento se elevaba un cristal entre ellos y ellas. Ellos parecían más contenidos y expectantes, muy atentos a sus inocentes compañeras. 

¡Inocencia! Yo tuve esa inocencia, esa limpieza del corazón que esperaba que todo pudiera ser bello y noble. Por eso, viendo la película, me reconocía mucho más en el grupo de las chicas, aunque fueran ingenuamente patéticas, que en el de los chicos tan enterados de las miserias y vergüenzas de la vida. 

Hubiera hablado, como ellas, de amor, y hubiera esperado que llegase a mi vida. Me habría juntado con ellas en clase, como de hecho me junté con mis compañeras de la hermosa  Facultad de Filosofía y Letras de Granada (la que estaba en el elegante Palacio de las Columnas), independientemente de que fuera transexual. O, pensándolo bien, porque era transexual, pero no directamente por eso: directamente porque me parecían amables y educadas y graciosas como las de aquella película, lo mismo, debo decirlo, que mis compañeros, con los que me encariñé, porque eran sensibles y amistosos y hasta lloré de emoción al terminar el verano, pensando que íbamos a volver a vernos (había entre ellos dos excelentes poetas, un teatrero, y otros con vocaciones también literarias), mientras que los muchachos de la película, es decir, la extravagante pandilla de Travolta, me parecían oscuros, tontos y siniestros. 

Entre las muchachas (de la película), había únicamente una que sabía cómo era la realidad más frecuente, experta en amoríos, no en amores, y era consiguientemente cínica, o escéptica, o dura. Aunque se sentía en su expresión burlona, pero algo triste, la nostalgia de algo mejor. 

La primera vez que los muchachos llegaron en su viejo auto delante de la residencia de las chicas, ella se escapó por la ventana para irse con ellos, diciendo que quería pasarlo bien; ellos la conocían ya, y uno la acogió con la amable expresión de que “no le gustaban los platos ya probados”, o algo así. 

En fin, un estilo de relación como el de la mayoría de los muchachos y las muchachas de hoy, cuando, liquidado el romanticismo, un grupo de niños y niñas ¡de catorce años! me contó una vez su desengaño mutuo. 

Pero en aquella película, por lo menos, todo se transformaba cuando Travolta y Olivia recordaban el maravilloso verano anterior junto al mar y a partir de esta emoción reanudaban su amor. 

Él maduraba y se hermoseaba junto a ella, sin saber cómo ni por qué. 

Pero eso ya no lo vi. 

Las personas transexuales también podemos soñar con el amor. Y a veces lo encontramos. 

Kim Pérez 09-11-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)

 

                                     ¿TRANSEXUALES O INTERSEXUALES?    

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Lynn Conway ha escrito un magnífico artículo, verdaderamente magnífico, “Género, información básica”, en el que compendia lo más esencial y práctico de lo que se sabe hoy sobre intersexualidad y sobre transexualidad, y que se puede encontrar en castellano en el sitio de la OII, Organización Intersexual Internacional.  

Estando de acuerdo con ella en lo principal, voy a desarrollar y matizar el apartado final de este artículo, la parte dedicada a la transexualidad.  

La idea central de Conway es la siguiente. Parte del terrible error en que cayó John Money, que creía que la identidad de género se fundaba en el condicionamiento social, y que fue corregido en la teoría por Milton Diamond y en la práctica por la historia del niño al que se pretendió transformar en niña después de un fallo médico y que nunca se adaptó.  

Con estos datos y los relativos a las investigaciones sobre la BSTc del cerebro, Conway llega a la conclusión de que la identidad de género está biológicamente determinada por estructuras cerebrales que, a su vez, pueden estar más o menos definidas (Más o menos: entramos en un conjunto difuso)  

Con otras palabras, que añado yo: si el cerebro de una persona XX está masculinizado y el de una persona XY está feminizado, esto corresponde exactamente a lo que se llama intersexualidad en otras partes del cuerpo, y por tanto se trata de una intersexualidad.  

Pero estamos hablando del cerebro, y por tanto del órgano de la consciencia. La persona intersexual cerebral se percibe a sí misma con arreglo a la forma de ese cerebro, y también con arreglo a lo que ese cerebro ha recibido de su ambiente, que es lo que llamamos su cultura.  

Puede ser que la forma interior del cerebro sea muy definidamente femenina, y entonces, esa persona se entenderá como mujer; o masculina, y como hombre; o ambigua, y se sentirá una persona ambigua, independientemente de la forma del resto del cuerpo.  

Ése es el fundamento de la transexualidad, que es por tanto en el fondo una intersexualidad.  

Pero hay otro matiz, que afecta a las personas que nos sentimos ambiguas. Como nuestra cultura es binarista y acepta sólo la existencia de hombres y de mujeres, no deja un sitio para nosotras, lo que hace que si no nos entendemos como hombres, creamos que tenemos que entendernos como mujeres, y si no podemos comprendernos como mujeres, creamos que tenemos que comprendernos como hombres.  

Y entonces, esto no funciona. Pero no es culpa nuestra, sino de las representaciones de nuestra cultura, que está limitada por el binarismo. Si en ella hubiera sitio, respetado y reconocido, para nuestras ambigüedades, muchas  habríamos escogido vivir conforme a ellas por respetar mejor nuestra naturaleza.  

Por otra parte, es verdad que muchas personas ambiguas, o la mayoría, se adaptan bien a su sexo asignado, y funcionan razonablemente en conformidad con él. Aquí es donde entran las variantes biográficas, los sucesos de tu vida, los amores o los golpes, que pueden hacer que te integres en el sexo asignado o que, por el contrario, no ajustes en él. Por tanto, por esas razones biográficas, puede haber personas ambiguas que no sean transexuales y otras que lo sean.  

Vemos por consiguiente que no sólo hay un condicionamiento biologico, sino a continuación de él, otro biográfico. Los dos. Superpuestos, por lo menos en algunas de nuestras historias.  

Esto es todo lo que puedo decir en relación con las actuales teorías sobre la homosexualidad y algunas teorías feministas, que rechazan rotundamente cualquier condicionamiento biologicista y ponen en primerísimo lugar la contracultura, la voluntad, la libertad de opción, etcétera.  

Por lo menos, puedo dar fe de que en muchos casos de transexualidad, esto no funciona porque no explica suficientemente nuestras historias. En cambio, puedo atestiguar la tranquilidad y la paz que se sienten al leer estas hipótesis de intersexualidad cerebral, al aplicarlas a lo que sabemos de nuestra historia, y al decirnos: “Esto es lo mío; esto es lo que lo explica todo” (o casi todo)  

Quizá en el caso de los y las homosexuales y de las feministas a las que me refiero esto no sea así, pero las y los transexuales debemos buscar explicaciones propias y que nos sirvan, independientemente de las que sean válidas para otras situaciones.  

Puede ser útil ordenar todo lo que se ha dicho, para situarse mejor:  

=Todas o casi todas (hay que pensar en excepciones) las personas transexuales somos personas intersexuales en cuanto a la concordancia cerebro/ resto del cuerpo.  

=Algunas personas transexuales son tan definidas cerebralmente, que su identidad de género es de mujer o de hombre.  

=Algunas personas transexuales son indefinidas cerebralmente, por lo que su identidad de género es ambigua.  

=Algunas personas indefinidas cerebralmente, se adaptan por razones biográficas a una identidad de género como hombre o como mujer (transexual o sin cambios)  

En todo esto, no hay patología ninguna. La intersexualidad no es patológica, sino que entra dentro de los ensayos y variaciones continuas de la naturaleza, que tienden hacia una adaptación mejor. Las abejas, por ejemplo, son una especie en la que la mayoría puede considerarse intersexual.  

La intersexualidad y la transexualidad, por tanto, deben considerarse procesos dinámicos de desajuste con lo dado que pueden conducir a un ajuste o adaptación mejor. 

Kim Pérez 02-11-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)

 

                                UNA VISIÓN PERSONAL SOBRE LA DESPATOLOGIZACIÓN  

 

UNA VISIÓN PERSONAL SOBRE LA DESPATOLOGIZACIÓN  

Queda como principio, entonces, que la transexualidad no es una enfermedad mental. Y estoy de acuerdo con esto yo, que he sufrido una verdadera enfermedad mental, que en su tiempo se llamaba neurosis obsesiva intensa y ahora, trastorno obsesivo compulsivo (fijaos en la palabra trastorno)  

Para entendernos, es la manía de lavarse las manos continuamente, que después deriva hacia otros temas, tales como ducharse por cualquier cosa, o agobiarse por contagiar algo a alguien, etcétera  

Sé muy bien el sufrimiento que este verdadero trastorno causa. Lo empecé a sentir con unos quince años, calculo, y sólo en la madurez empecé a comprenderlo y controlarlo. Ahora es sólo un residuo que ya, prácticamente, no me molesta.  

Pues lo que digo, conforme con todos los que han lanzado este tema de la despatologización, en España la Guerrilla Travolaka y la Acera del Frente. La transexualidad no es un trastorno. La neurosis obsesiva es un trastorno. En todos los sentidos de la palabra. Deseas con toda el alma que se te quite y no paras hasta que lo consigues.  

La transexualidad no deseas que se te quite. Expresa tu manera de ser. Los sufrimientos que produce no son por sentirla, sino por las dificultades externas que puedes encontrar para expresar lo que deseas.  

En cuanto consigues expresar la transexualidad, por lo común, te serenas y sientes bienestar.  

Cuando tienes que expresar, contra tu voluntad, una neurosis obsesiva, sufres.  

(Puede ser que creas que la transexualidad te hace sufrir; pero examina bien si las causas de ese sufrimiento son internas o externas; si de pronto, todos los obstáculos, todos, desaparecieran, ¿sufrirías?; pues si crees que sufrirías, escríbeme, por favor)  

La consecuencia de que la transexualidad esté patologizada, es que nos pone bajo la autoridad de psiquiatras y psicólogos, porque se supone que ellos saben como tratarnos y curarnos, aunque sea accediendo a nuestro deseo de hormonación y curación.  

Pero eso supone, si no estamos trastornados, poner unas de las decisiones más importantes de nuestra vida en manos ajenas. Alguien va a decidir si nos autoriza a cumplir nuestros sueños o no nos deja cumplirlos. Alguien va a decidir por nosotros, va a sustituir nuestra voluntad, y, no lo olvidemos, como transexuales somos personas sanas.  

Yo lo soy como transexual, y también estoy sana ya (ya) como antigua paciente de un verdadero trastorno obsesivo. Y no sólo eso, sino que creo que darle vía libre a mi transexualidad fue tan sano, que me ayudó a curar mi verdadero trastorno obsesivo.  

Y por otra parte, los psiquiatras y psicólogos no son Dios. Se pueden equivocar. En el fondo, lo que saben de las personas transexuales, es lo que las personas transexuales les hemos explicado. Me he dado muchas veces cuenta, hablando con ellos, de que tenía que explicarles mis sentimientos, que ellos, al no ser transexuales, no podían entender directamente, en sus matices, en su fuerza, en su intensidad. Un psiquiatra o un psicólogo, ante una persona transexual, tiene que oírla, y reconocer que, como es natural, sabe menos de ella que ella misma.  

Los psiquiatras y los psicólogos no son Dios, ni siquiera cuando está justificada su autoridad, el saber hacer que da autoridad.  

Pero en el caso de la transexualidad, no está justificada su autoridad, porque la transexualidad no es una enfermedad.  

En el actual estado de cosas, esto significa un montón de cosas prácticas. Primera de todas, que el protocolo actual de las UTIG está desfasado. Funcionan con un protocolo de diagnóstico (de una fantasmagórica patología) y de autorización (al paciente “paciente”) para vivir su vida.  

Por eso, yo llevo años proponiendo que este protocolo se sustituya por otro de reconocimiento de que el usuario, no el paciente, sabe mejor que nadie lo que quiere y por qué lo quiere. Puede ser que necesite aclaraciones, alguien a su lado que le explique lo que pueda ver confuso, pero él es la autoridad sobre sí mismo o sí misma.  

Esto, en términos médicos actuales, se llama autonomía y consentimiento informado (pero informado de verdad, no el trámite y la firma que parece que hoy se dan muchas veces)  

Muchos usuarios, considerados pacientes, han tenido que sufrir hasta ahora las consecuencias de un régimen de autorización, y por eso los llamo pacientes “pacientes”.  

Ah! Y que no se nos olvide! Tenemos que pedir a las direcciones de las UTIG, Unidades de Trastornos de Identidad de Género, que quiten las Tes de sus nombres, sencillamente porque no corresponden a la realidad. No existen tales trastornos.  

Puede preguntarse con razón, en la práctica, si la despatologización psiquiátrica de la transexualidad puede afectar a las necesidades médicas de las personas transexuales.  

Es decir, si se puede decir: “¿No tenéis ningún trastorno? Pues no hay Seguridad Social. Idos a una clínica de cirugía estética”.  

Esto sería confundir las cosas. Precisamente porque somos personas mentalmente sanas, las personas transexuales sabemos que sentimos un “malestar clínicamente significativo” que justifica la atención médica, si es a esa conclusión a la que hemos llegado.  

Ese malestar es fuerte porque afecta a nuestra presentación ante los demás, a nuestra vida social desde el principio de esta sociabilidad, la identidad de género. Es comparable (aunque sea más profundo) al que siente una persona que haya nacido con una nariz demasiado grande de verdad. Es un órgano perfectamente sano, pero cualquiera sabe que, si se puede operar, será hacerle un favor a quien lo tenga.  

Por ese motivo, que yo sepa, la rinoplastia está incluida en las prestaciones de la Seguridad Social de Andalucía.  

Otras veces, esta cuestión se planteará como una batalla técnica. Pero hay que darla, cuando sea necesario. Lo que no se puede es partir de un error, el de que la transexualidad sea un trastorno mental. Porque a un error siguen otros errores, y el principal es el del régimen de autorización. Quien sepa cuáles pueden ser las consecuencias de este régimen, sabrá por qué estamos dando la batalla de la despatologización. 

Kim Pérez 26-10-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)    Compartir en Facebook

 

                                                             Despatologización

 

A las doce del día, con el sol de otoño, estábamos en la Fuente de las Batallas, en el centro de Granada, desplegando la pancarta transparente que decía “La transexualidad NO es una enfermedad”, entre la gente de la Asamblea de Mujeres, que ha cooperado a fondo, la de Nos y la de Conjuntos Difusos que naturalmente nos la hemos tomado como propia.  

Pusimos las sillas azules, la mesita plegable, los actores se pusieron las batas blancas que se habían preparado y empezamos el teatrito que había preparado el grupo Toma Kandela.  

El argumento trataba de las preguntas de un psicólogo basadas en un test de masculinidad/feminidad superconvencional, que después daban lugar a un diagnóstico de disforia de género, con el júbilo y los saltos de alegría correspondientes por parte de la persona trans, lo que daba pie a la incisiva cuestión dirigida al público de si habían visto alguna vez alguien tan alegre al saber que tenía una enfermedad.  

Antes de la representación, tuve la ocasión de hablar con una psicóloga amiga, que siempre ha tratado muy amigable y eficazmente a las personas trans que han llegado a ella, y le comenté que en el 99, hace ya diez años, cuando conseguimos las primeras conquistas del movimiento trans en España (el informe del Defensor del Pueblo Andaluz, la Proposición del Parlamento Andaluz, la creación de la primera Unidad de España, la Proposición del Congreso de los Diputados), teníamos tan poco como punto de partida, que si nos hubieran dicho que para dar un paso adelante teníamos que bailar delante de la Consejería, hubiéramos bailado.  

En el 2006, las y los trans levantamos la voz in extremis, viendo que el siguiente paso, la Ley de Identidad de Género, estaba en el limbo y corría el peligro de quedarse en él para siempre, y con un gran esfuerzo se sacó adelante, y se consiguió, aunque hubo que dejar que el Gobierno la redactara a su manera, para lo bueno y para lo menos bueno.  

En 2009, estamos en otro tiempo histórico. Lo que no teníamos, ahora lo tenemos. Hemos podido evaluarlo en la práctica. Y, viendo realidades, y pensando sobre ellas, nos hemos dado cuenta de las siguientes realidades:  

Primera. La transexualidad está inscrita dentro del repertorio internacional de enfermedades psiquiátricas llamado DSM.  

Segunda. Este hecho tiene como consecuencia lógica que los psiquiatras (una pregunta de paso de la que no sé la respuesta: ¿y los psicólogos?) reciban el derecho de decidir si padecemos esa famosa enfermedad psiquiátrica, la disforia de género.  

Tercera. En los EEUU se decidió hace muchos años el protocolo básico que los psiquiatras (o los psicólogos) debían seguir, enfocado a autorizar la hormonación primero y la cirugía después, sin imaginarse siquiera que pudiera haber otras alternativas.  

Estas otras alternativas son las que el no-binarismo ha descubierto y justificado. Algunas de ellas pueden no necesitar ni la hormonación ni la operación. Otras pueden requerir hormonación y no operación. Otras más, hormonación y operación. Y siempre, por sentido común, es sólo la persona trans quien puede decir: “Hasta aquí quiero llegar”.  

El análisis que acabo de exponer, se deshace en cuanto afirmamos que no tenemos ninguna enfermedad psiquiátrica. Las enfermedades psiquiátricas son, o trastornos del conocimiento (alucinaciones, etcétera) o trastornos de la afectividad (depresiones, obsesiones, etcétera)  Nosotras, las personas trans, no tenemos, en cuanto trans, trastornos del conocimiento: sabemos, por ejemplo, muy claramente, que somos hombres y que no queremos ser hombres, no sufrimos alucinaciones que nos digan que “ya”, antes de todo proceso, tenemos cuerpo de mujer.  

Por eso precisamente somos trans: porque sabemos que nuestro cuerpo es de hombre y queremos que sea de mujer, por ejemplo, y sabenos que vamos a tener que hacer un proceso. Por tanto, no hay trastorno del conocimiento: vemos la realidad tal como es y sabemos lo que tenemos que hacer para cambiarla (en más o en menos)  

¿Hay, entonces, un trastorno de la afectividad? Vayamos por partes. La transexualidad puede tener causas biológicas o biográficas.  

Si son biológicas (intersexualidad cerebral), pare usted de contar. Lo biológico no es lo psiquiátrico. Si yo soy intersexual porque mi cuerpo externo no corresponde a los modelos de hombre o de mujer, esto  no es una cuestión psiquiátrica. Sin embargo, me puede producir dolor, y ese dolor debe ser atendido, por un médico o un cirujano, pero no por un psiquiatra, que es de lo que venimos hablando. Si yo soy transexual porque mi cuerpo interno (el cerebro) no corresponde a las pautas de los cerebros de los hombres, siendo yo hombre por el resto de mi cuerpo, esto no es una cuestión psiquiátrica. Sin embargo, me puede producir dolor, y este dolor debe ser atendido por un médico o un cirujano, pero no por un psiquiatra.  

¡Vamos, lo natural es que tal circunstancia me produzca dolor!  

Obsérvese la estricta correspondencia entre lo que digo antes de las personas intersexuales y de las transexuales. Pues si las primeras no necesitan un psiquiatra que las diagnostique como intersexuales, nosotras tampoco.  

 Bien es verdad que me parece que la intersexualidad cerebral, por sí sola, no causa la transexualidad.  

Con o sin intersexualidad cerebral de fondo, que si la hay, puede predisponer, pero no decidir, la transexualidad viene directamente de factores biográficos.  

Pongamos unos de ellos, los que parecen más psiquiátricos, los traumas. Trauma significa golpe, y los golpes, de por sí, son completamente naturales. La vida nos golpea continuamente, a todos los humanos, a los animales, a las plantas. ¿Es normal que duela? Claro que es normal; lo que no sería normal es que los golpes no dolieran.  

Y ese dolor, nos obliga a reaccionar, eso es lo normal. El motor de la evolución son los traumas, de los que sale o la adaptación o la desadaptación, y luego una nueva adaptación mejor, etcétera. “Lo que no mata, engorda”, dice el dicho.  

Los traumas (recuerdo: golpes) pueden tener efectos pasajeros o permanentes. Los efectos pasajeros pueden venir de golpes duros pero cortos. Los efectos permanentes pueden venir de golpes repetidos, diarios, insistentes. Puede haber también golpes cortos de efectos permanentes o golpes largos de efectos pasajeros. Todo esto es lo natural, lo normal.  

No se requiere un psiquiatra para nada de esto. Un psiquiatra estudia trastornos, no golpes. Puede haber un golpe cuyo efecto sea un dolor largo, retorcido, complejo, confuso. Eso no es un trastorno, sigue siendo un golpe. Puede ser que quien lo sufre, en su dolor, puede desear la ayuda de un psicólogo –no de un psiquiatra- para ayudarle a poner orden en sus ideas, no para curarle de nada.  

He estado  hablando de los traumas, y quiero recordar que no son la única causa biográfica de la transexualidad. ¡Cuántas más puede haber, no traumáticas, cuántas puede haber que sean debidas a otros sentimientos, alegres, divertidos, al placer de vivir y al gusto por jugar con el género, cuando se intuye que es una creación cultural y por tanto variable!  

Pero no hablo de ellas porque no las conozco bien. Hablo de traumas porque conozco bien la historia de mis traumas, y ahora, que después de vivir el largo proceso cultural que nos ha traído hasta hoy, sé lo que son los traumas, comprendo muy bien que nunca he necesitado la ayuda de un psiquiatra.  

Hubiera necesitado, eso sí, un psicólogo que me hubiera ayudado a poner mis pensamientos en orden. O quizá un amigo. Como nunca  encontré a quienes pudieran ayudarme, acabé por tener que ponerlos en orden yo misma. Ha sido muy largo, muy difícil y muy confuso, pero lo he conseguido. Yo misma he ordenado mis pensamientos y mis sentimientos. No tengo ningún trastorno psiquiátrico.  

Pero es verdad: también, con la misma claridad de juicio, sabía que mi trauma, mi dolor, era permanente, y requería una hormonación por lo menos y quizá una intervención quirúrgica. O sea, los dolores por los traumas de género pueden ser tan clínicamente significativos, que requieran ayuda médica. Sin ser problemas psiquiátricos, justamente porque lo necesario es esa ayuda. Despatologización no es desmedicalización.  

Será mejor que sigamos hablando del tema. 

Kim Pérez 19-10-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)    Compartir en Facebook

 

                                                               DE VUELTA

 

DE VUELTA  

Estoy de vuelta de escribir el borrador del Manual de Transexología como quien vuelve de un viaje.  

Durante muchos meses no me he ocupado de las cosas del día a día de la transexualidad ni siquiera de mis propias preocupaciones trans, aunque estos meses han sido decisivos también para mí, personalmente.  

Me han servido, lo primero, para poner en orden mis ideas y cambiar, así, la  perspectiva con que veo la transexualidad. Me he dado cuenta de que antes, me despertaba cada mañana (o me ponía a escribir estos comentarios)  como si empezara de nuevo a pensar en todo, cuestionándome todo y volviendo una y otra vez al principio.  

Esta manera de hacer las cosas sería espontánea, pero tenía el inconveniente de que no me permitía valorar debidamente algunos de esos hechos que alguna vez has pensado que son importantes pero que has olvidado.  

El resultado era sentirme insegura en mis propias posiciones, sin darme cuenta de que a veces eran improvisaciones, juegos mentales de una mañana que por la noche se desvanecían, y especialmente sentirme confundida y seguir arrastrada por la eterna vacilación entre lo masculino y lo femenino que pueda haber en mí.  

Pues por eso le estaré siempre agradecida a la querida amiga que me animó a escribir el Manual, y que espero que me dé permiso para poner su nombre en la dedicatoria, porque escribirlo me ha supuesto ver con tranquilidad los principios de las cosas, lo que sigue a continuación, las consecuencias a las que se llega, es decir, verlo todo con profundidad y con coherencia, y tener la impresión de mucha más seguridad en lo que digo; lo que antes podía descubrir intuitivamente, ahora también lo puedo razonar; lo que antes podía ser un error debido a la misma improvisación de la opinión, ahora lo puedo corregir.  

En resumen, cuando al principio decía que esperaba que el Manual fuera útil para las personas transexuales, para sus allegadas y para los profesionales, no me podía esperar que también hubiera debido decir; “y útil para mí”. ¡Las ventajas del pensamiento ordenado!  

Ahora sólo tengo que repasar el Manual para verlo todo en perspectiva. Lo que haya olvidado en el día a día,  podré recordarlo y no empezar siempre desde el principio sin estar ya en el principio. Tengo que usarlo yo misma, porque una de las ventajas del pensamiento en orden, lógico, sistemático, es que es suprapersonal.  

Lo voy a hacer, si Dios quiere, porque tengo que pasarlo, lo primero, desde el estado de borrador en que está a una versión en la que se haya borrado lo que pueda sobrar y añadido lo que haya que añadir. Y en realidad, ese estado de borrador tiene que ser permanente, pues siempre habrá nuevas concepciones y nuevos hechos que transformen la visión anterior y ayuden a formar una más clara. 

Esto es la ciencia, y ésta es su fiabilidad: revisión perpetua. Éste es el orgullo y ésta la humildad de quien se pone a hacer ciencia, como yo sólo la bosquejo en este manual. Karl Popper lo llama falsabilidad. No quiere decir que todo conocimiento es relativo, sino que todo conocimiento es imperfecto, revisable, y que es bueno que se sepa.  

En estos meses, la elaboración del Manual ha coincidido además con dos acontecimientos que han repercutido en él con mucha fuerza. Uno de ellos, la preparación dc las Jornadas Feministas Estatales, que serán del 6 al 8 de diciembre en Granada, un acontecimiento que no ocurre todos los años ni mucho menos, que reunirá a tres mil feministas y en el que habrá unos sesenta actos diarios.  

Una de las organizadoras me avisó de que se iba a producir y a principios del verano me acerqué para proponerles que uno de los temas que se tratasen fuera el no-binarismo de sexo y de género, es decir, la realidad de que hay hombres, mujeres e intersexuales, o personas masculinas, femeninas y ambiguas.  

Lo acogieron muy bien, muy interesadas, y sobre la marcha creamos un grupo, formado por integrantres de la Asamblea de Mujeres de Granada y por otras personas, variantes de género que permanecen con seguridad en su variación, o transexuales, y la circunstancia de que en la primera reunión, unas obras en la calle de la Asamblea que nos atronaron, nos llevó a reunirnos en el bar Botánico, junto al encantador jardín así llamado.  

En una de las primeras reuniones, llegamos a formar el concepto de conjuntos difusos de sexo y de género, tomado de las Matemáticas, y que resulta utilísimo para las ciencias sociales, y entre ellas, para la Transexología.  En él aparece que las mismas mujeres son un conjunto difuso, que los hombres son otro conjunto difuso, no cerrado, y que por tanto, las personas que somos variantes de sexo y de género, o entramos con naturalidad en esos conjuntos difusos (mujeres u hombres trans) o formamos otros intersexuales con pleno derecho. Este concepto puede transformar fuertemente el feminismo tal como lo conocemos y desde luego la transexualidad tal como la entendemos y la ponemos en práctica.  

El segundo acontecimiento que pasó durante estos meses fue la Campaña por la Despatologización de la Transexualidad, de dimensiones mundiales, llevada aquí por Guerrilla Travolaka y la Acera del Frente.  

Nadie se alarme. Supone que la transexualidad deje de ser considerada un trastorno psiquiátrico, como lo está ahora mismo al estar incluida en el DSM, o relación de enfermedades mentales. Desde luego, podemos empezar por preguntarnos “¿somos los transexuales enfermos mentales?”, y sabemos que la respuesta será que no.  

Pero, como es natural, podemos inquietarnos temiendo que la despatologización psiquiátrica signifique el fin de la atención médica. “Si no estáis enfermos, entonces fuera de la Seguridad Social”. No es así: despatologización psiquiátrica no quiere decir desmedicalización física. La existencia de un “malestar clínicamente significativo”, expresión usada hasta ahora, es real, pero no es psiquiátrica. Es al contrario signo de normalidad. Si yo, como parece, tengo un cerebro más bien femenino, lo normal es que esté a disgusto con el resto de mi cuerpo, masculino. Si además mi biografía está llena de golpes por este hecho, lo natural y normal será que arda en deseos de ajustar mi cuerpo a mi cerebro. No hay nada de psiquiátrico ni en la intersexualidad –cerebro femenino, resto del cuerpo masculino- ni en los golpes en sí, puesto que todas las personas recibimos golpes todos los días.  

Por tanto, si hay malestar clínicamente significativo, deberá haber una solución clínica, pero no una solución psiquiátrica. Y esto tiene una ventaja indudable: deslegitima la necesidad de un diagnóstico psicológico o psiquiátrico de disforia de género.  

Primero, no es lógico que los psicólogos realicen un diagnóstico supuestamente psiquiátrico (¡DSM!) Segundo, el malestar no necesita diagnóstico; existe; y quien lo puede atestiguar es sólo el paciente que lo siente.  

Éste es el fundamento de la petición actual de que el régimen de autorización en los tratamientos sea sustituido por un régimen de autonomía. Los psicólogos no deben tener el insólito poder judicial de decidir sobre las vidas de personas mayores de edad y equilibradas, sino informarlas sobre las consecuencias de sus decisiones, de manera que se llegue a unn verdadero consentimiento informado en el que la última palabra la tendrá el usuario, única persona que puede medir, desde dentro, su malestar. Y en las actuales UTIG (Unidades de Trastornos de la Identidad de Género) debe desaparecer, en primer lugar, la T de Trastorno.  

Y todo esto, sin contar con que el no-binarismo puede proveer a muchas personas transexuales de recursos conceptuales para afirmarse como tales, sin necesidad de hormonación ni de operación. Pero somos cada una de nosotras quienes podemos decir si la hormonación o la operación nos son necesarias o no.  

Y Linsia, quiero desearte que descanses en paz, hermana, compañera, porque sea la que fuere la causa inmediata de tu muerte, has muerto fundamentalmente por ser transexual. 

Kim Pérez 12-10-2009  Comenta esta noticia ( indica en el titulo)    Compartir en Facebook

 

                                                                 Lucecita de alarma

 

Hablaba con una muchacha a la que acababa de conocer. Trabaja en un bar, de noche, bar de gente joven.  

“Yo no he visto nunca en el bar a dos muchachos besándose”.  

¿O dijo chicas?  

La oí distraída, sin fijarme mucho.  

De pronto, se encendió la alarma. Empecé a hacer cuentas. ¿Cuánto tiempo hace de que salíamos, los amigos de “Nos” de Granada, y yo,  y hacíamos o hacían besadas, para que la gente fuera acostumbrándose?  

(Eran unas besadas preciosas. Me acuerdo de un amigo, muy guapo, besando a otro al pie de la fuente del monumento a Colón y a Isabel la Católica, en el mismitico centro de Granada, de noche, a la cinematográfica luz de los focos.  

Me acuerdo de Pedro y Jorge besándose en un pub lleno a rabiar, como en el metro, su beso como volando por encima de la gente)  

¡Fue en 1993! ¡Hace dieciséis años!  

¿Y no ha cambiado desde entonces nada en los bares? ¿Todavía dos chicos gays y dos chicas lesbianas no se atreven a besarse en un pub que no sea de ambiente?  

¿De qué ha servido todo lo que entonces hicimos y otros muchos hicieron?  

Ha servido. Lo sé. En el plano oficial y público, el que está a la vista de todos. Hemos conseguido leyes decisivas, los gays y lesbianas la ley del matrimonio, las y los trans la ley de identidad. La mayoría de la gente, de buena o mala gana, sabe que hay una tercera ley no escrita, la de la corrección política, sabe que tiene que decir que tiene amigos gays, que tiene que aceptar que los gays se casen y las trans cambiemos de papeles, que si alguno o alguna somos funcionarios del Estado hay que admitir que seamos militares, o guardias civiles, o profesoras, o funcionarias de prisiones, o de hacienda (pagadas por el Estado) o…  

Pero siempre que pague el Estado. ¿Encuentran ahora –no ahora mismo, con el paro, sino en estos tiempos- las trans trabajo por cuenta ajena, contratadas por un particular, o la cifra sigue siendo parecida a cero?  

La lucecita de alarma, colorada y parpadeante, sigue encendida.  

Me llama mi amiga Lola y me cuenta que vio el pasado sábado “El Callejero”, de la 6, y en él vio un reportaje sobre una trans colombiana, nacionalizada española (seguirá el próximo sábado) que tiene que hacer la calle para vivir, porque no puede hacer otra cosa.  

Lola se hartó de llorar, porque vio también las barbaridades que le decían muchos hombres, incluidos algunos hipócritas clientes de la noche, que cuando pasaban junto a ella, en sus autos, la cubrían de insultos.  

Lola se acordaba de lo mucho que ha pasado ella y le dolía en el alma que siga pasando lo mismo. Que no haya más salida laboral que la calle y que los señoritos que no saben nada de nada te sigan machacando!  

(La primera asociación trans, Transexualia, de Madrid, se fundó en 1989, hace veinte años, no ha dejado de trabajar, ¿y tanto queda todavía?)  

Yo dejé en la práctica el noventa por ciento de mi activismo en 2006, cuando me jubilé, convencida de que esto andaba ya solo. De lo poco que hice fue mirar a América Latina, y publicar las terribles noticias que llegaban de allí, pero convencida de que esto era ya otra cosa.   

¿Estoy segura? Hemos convencido a los gobernantes –y a los de izquierda, los otros, ni pun-, ¿pero hemos convencido a la sociedad de que necesitamos respeto, ni más ni menos que todos los demás?  

El trabajo no ha terminado, ni mucho menos. Cada una de nosotras, especialmente, sabe los desaires que ha tenido que pasar, o las risas malignas, o los insultos, por las buenas. Si cada cual repasa su memoria, sabrá lo que queda por hacer. Y a lo mejor, lo que cada cual puede hacer.  

Kim Pérez 09-02-2009 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                Mis amadas novelas

 

Me meto en “City of Night”, la novela de John Rechy, como quien se mete en un bar de los que me gustan, el pequeñito donde tantas veces he ido con mi amigo, donde la gente se enrolla canutos con naturalidad.  

Lo necesito porque sé que en el fondo las novelas son el centro de mi vida, en las que vivo y me enseñan a vivir; y a sentir, lo más importante de mi vida. Eran lo único que leía en mi juventud; y ahora tengo que obligarme a leerlas, porque ahora me dan miedo, me ponen delante mi vida y mis sentimientos con una minuciosidad pasmosa; siento lo que siento cuando me estoy lavando los dientes.  

“City of Night” es una novela de 1963, que cuenta cómo era el ambiente de América, seis años por tanto antes de Stonewall. Yo debí de leerla, en la traducción francesa, en 1966, cuando tenía veinticinco años. Sé que ahora voy a leerla más a fondo y con más tranquilidad.  

La compré porque en ella se hablaba también de “transvestites”, de Miss Destiny, por ejemplo. Me vuelve a interesar porque lo que se cuenta es su vida entre las vidas gays, no ninguna teoría sobre lo que es ser “transvestite”. Son sentimientos y experiencias de lo que se habla, nada más.  

El Narrador es el protagonista. Comienza contando su niñez, Texas, El Paso, una familia medio mexicana, la pobreza, una madre que ama profundamente a sus hijos y les pone ropa y ropa encima de las mantas para que no pasen frío de noche, un padre que fue niño prodigio de la música con ocho años y que dirigió una orquesta sinfónica en su juventud, pero que luego fue fracasando y fracasando y trabajando de cualquier cosa y llenándose de ira y de odio contra todos.  

Han tenido que dejar una casa y ahora viven en otra cuyo empapelado se cae a pedazos. Uno de sus hermanos pegaba la frente al cristal de la ventana, siendo muy pequeño, y miraba durante horas. Su abuela, que vivía entonces con ellos, le preguntó por qué pasaba así tanto tiempo, y el niñito le contestó: “Porque me gusta ver la vida”.  

Lo mismo me pasa a mí, leyendo esta novela. También es lo que siente el narrador. Su padre muere, él siente el fracaso de un amor siempre ansioso, en medio de tanto aborrecimiento (cuántos gays y trans sentimos algo parecido), y llegado el momento, decide irse de El Paso, dejando atrás a su madre, para vivir la vida.  

Llega a Nueva York con veinte dólares (serían más que ahora) y se instala en un hostal institucional para hombres solos. Un marinero, muy oso, recién desembarcado, se declara gay, le dice que le pagó cincuenta dólares a un muchacho, pero que ahora está pelado.  

Él no hace aspavientos y el marinero acaba aconsejándole que vaya a Times Square, que era la zona de ligue en aquel Nueva York.  

Su primer cliente es un caballero, ligeramente distinguido, que le ofrece diez dólares y lo lleva a su piso confortable y solitario. Le aconseja que lo deje todo, que se vuelva a su tierra, que se case y tenga un montón de chiquillos y le pide que se deje hacer algo más o menos repugnante. Luego le sugiere que vuelvan a verse.  

En el segundo encuentro le propone que se vaya a vivir con él.  El relato entra en un clima de desesperación pero a la vez de fascinación por todo lo que va viendo.  

Va conociendo a personas muy frustradas y solitarias. Luego, sé, porque ya lo he leído una vez, que hablará de los compañeros a quienes va conociendo, y a las “tapettes” trans –es la palabra francesa, ignoro la inglesa- que viven con ellos, perfectamente sumisas y feminizadas, a la manera de entonces. Ya lo volveré a contar, cuando llegue a donde habla de ellas (estaba a punto de llegar Stonewall, lo recuerdo)  

Me pregunto si es posible conservar la fascinación sin caer en la desesperación.  

La mayor parte de las vidas humanas son patéticas, pero todas fascinantes. Hay la media solución que decía el caballero del piso solitario, volverse al pueblo, casarse y tener muchos hijos, pero para algunas y algunos de nosotros sencillamente no es posible o no es aconsejable.  

Se me viene a la cabeza la lamparita roja que hay o había en las iglesias incluso de noche, cuando están vacías. Yo creo que los sacerdotes deberían limitarse a edificar esas iglesias y a encender esas lamparitas.  

El resto, deberíamos ponerlo nosotros, cuando entramos, preferiblemente cuando la iglesia está a solas. Nos sentamos en un banco reluciente y pensamos.  

Tenemos la sensación de que la luz señala una presencia. Mientras esté encendida, hay esperanza.  

Podemos pensar en los sueños locos que hemos tenido en nuestras vidas y que algunos se han cumplido, generalmente a medias, pero que son muchos más los que han fracasado.  

Pero podemos pensar también que el ser humano está hecho precisamente para soñar, con el Máximo, el Absoluto, y que si estamos hechos para eso, es porque podemos conseguirlo, y algún día, de alguna manera, entraremos en el Paraíso.  

Entonces podremos darle a nuestro padre el abrazo que no pudimos darle en vida.

Kim Pérez 02-02-2009 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Fin de la primera parte

 

Ya está. Ya he encontrado la solución de la fórmula que me ha estado persiguiendo durante decenios. En mi caso es hipoandrogenia – disforia – transgenitalidad.   

Como ya he hablado tanto de estos conceptos, no os voy a cargar ahora, repitiéndolos una vez más. Sólo, si acaso, diré que hipoandrogenia es lo que le pasa objetivamente a un feto XY cuando recibe menos andrógenos durante su gestación, que disforia es el sentimiento subjetivo de desajuste con los varones, desde su niñez, y que transgenitalidad es que esa disforia se concentre en el rechazo a los genitales masculinos.  

Si por casualidad ha entrado hoy a este espacio alguien que no me haya leído nunca, y que le interese esta cuestión, que me escriba por favor a transiya arroba yahoo punto es, y le contestaré de mil amores.  

O sea, que ya puedo y debo dejar de darle vueltas a lo mismo.  

He escrito tanto de lo mío, con miedo de parecer más egocéntrica de lo que soy, pensando que lo que me pasa es bastante común y les pasa lo mismo a otras personas trans; que por tanto, mi análisis podía ser útil por lo menos a una parte, no sé si mayoritaria o minoritaria, de las trans.  

Yo he estado buscando con ansiedad la fórmula de mi naturaleza toda mi vida. Ahora me doy cuenta de que la he encontrado y puedo relajarme. Ya sé lo que soy. Pierde su sentido seguir dándole vueltas, en público, en compañía de vosotras, a lo mismo. Si alguien quisiera saber mis razones, puede buscarlas en la Hemeroteca de los Comentarios, en este Diario Digital Transexual, o en un blog que tengo en outgender punto blogspot punto com. Alguna vez convendría volver a hablar de esto, pero en general, ya está, y puedo hablar de otra cosa.  

En realidad, la fórmula ya la había encontrado hace tiempo, pero necesitaba un zarandeo que me dijera: “¡Ya la has encontrado! ¡A ver si hablas de otra cosa!”    

El zarandeo se ha producido de pronto y voy a usar este comentario como mensaje a quien me lo ha dado.  

De pronto  he encontrado en la red unos mensajes de 2007 en los que una antigua amiga –que espero que lo siga siendo- decía en resumen: “¡Ya estoy harta de que repita lo mismo! ¡No sabe hablar más que de sus inseguridades!”  

Esto es lo que me ha dado un latigazo y me ha hecho pensar que, llegado cierto momento, no hacía más que repetirme y que ya era hora de asumir mis conclusiones y de pasar página para no cansar al personal.  

Es verdad lo que dicen esos mensajes. He hablado de mis inseguridades, una y otra vez, buscando en público la solución de esto que era un enigma, pero me parece, como he dicho, que era necesario y útil para otras personas, hasta cierto momento, llegado el cual, como manifiesta el escrito de mi amiga, de hace dos años, ya estaba bien de repeticiones.  

¡Ah, de paso le diré que la “andanada” a que se refiere, de otra amiga, la considero munición gruesa en una batalla política que tuvimos que mantener, bastante larga y a fondo, y que confío en que no afecte a nuestra relación personal!  

Y a la amiga a la que vengo respondiendo, si lee este comentario, que me escriba por favor, y le diré que ha hecho mal no diciéndomelo personalmente, pero bien en cuanto me ha dado una necesaria y saludable sacudida.  

De modo que doy por terminada la primera parte de estos comentarios, entendiendo por tal la afanosa búsqueda de una identidad, para mí y para las personas que sean como yo. Ya la he encontrado, punto, y me alegro muchísimo que algunas personas se hayan identificado con lo que he visto, lo que significa que todo ha sido útil.  

Seguiré hablando –pero ya no como búsqueda personal, puesto que ya he encontrado la solución- de lo que creo: que en la base de algunas de las formas de transexualidad, hay una intersexualidad (la hipoandrogenia) porque esto sirve para que algunas personas trans nos entendamos mejor a nosotras mismas.  

¡Y espero también seguir hablando de otras cosas! 

Kim Pérez 26-01-2009 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                              Jazminillo

 

 

Qué frrrío hace! Me bajo hacia donde ponen el mercado, a las orillas del río y, según bajo, hace cada vez más frío.  

Los hombretones que tiran de los caballos de los carretones no echan humo por las bocas porque las tienen tapadas, los que más tienen, con siete vueltas de bufanda, y los que menos, metiéndose la barbilla contra el pecho y subiéndose la camisa para que les tape la boca.  

Y mejor que se las tape, porque así no se meten conmigo, como tienen por costumbre, para reírse, cuando paso.  

Yo también me he vuelto las solapillas de la chaquetilla de algodón gris para que tape algo el frío y me meto las manos hasta el fondo de los bolsillos de los calzones, para que se calienten algo con el contacto con las piernas.  

Me pongo en una esquina de la Plaza del Postigo, que por un lado baja por la Calle Corredera, en el sitio que me gusta. Me apoyo en la pared, doblo la pierna y pongo el pie izquierdo en ella. Hace tanto frío, que tiritar me cansa.  

Pasa la Pascuala, la portera del 17, que es una mujer buena, gorda, con sus faldones negros y sus toquillones liados, también tapándole la boca.  

“¿Qué haces, Jazminillo, aquí tan temprano? ¡Te vas a quedar arrecío!”  

“Pues ya ve, Señora Pascuala, esperando a lo que salga”.  

Se ha parado delante de mí y me da una perra chica, cinco céntimos. Mucho es para lo poco que tiene. Para mí, lo primero del día. Se parecen al solecico, que empieza a salir por enfrente, al otro lado del río, y que es como una perra gorda colorada y alegra la mirada, aunque salga entre nieblas.

El día va a estar claro, el cielo se pone azul muy finito, y ya parece que hace menos frío, sólo con ser de día.  

Todo está alegre. Miro con alegría a la gente que baja, sube, se para, a los hombres que me  insultan no les hago ni caso, ya estoy acostumbrado y miro más bien cómo el sol les alegra también la cabeza, la cara, los hombros, cómo les ha descongelado la boca y por eso ya pueden meterse conmigo.  

Sube de la Parroquia del Señor Flagelado una señora con abrigo de piel vuelta en el cuello y mitones también de piel para meter las manos. Lleva el velo sujeto con un alfiler de perlas y la acompaña una criadita joven y abrigada sólo con una toquilla que me mira con avidez, como si nunca me hubiese visto, mientras la señora saca del mitón una perra gorda, diez céntimos, y me la da.  

Ya tengo para desayunar. He oído a mis espaldas al Señor Antón, abriendo los portones de la taberna, y me meto.  

Todavía no hay nadie. El Señor Antón limpia con una bayeta el zinc del mostrador.  

“¿Ya estás aquí?”, me dice secamente. Los hombres no pueden demostrar sus sentimientos. Me pone el vaso de vino blanco que tomo todos los días.  

“Mira, si quieres pan, ahí lo tienes”. Me señala un cuscurro que sobró de ayer, duro como la piedra, pero lo parto como puedo y lo voy migando en el vino.  

“Deme usted una cucharilla, señor Antón”. Me la da.  

Miro en una pared el taco del calendario, porque no me acuerdo de a cuánto estamos. 18 de enero de 1909. “¿Es el día de hoy, señor Antón?”, le pregunto. Ni me responde, limpiando los vasos que va a usar.  

Me veo en el espejito rayado y nublado que tiene en el rincón.  

Veo mi cara que me sorprende como siempre, porque me parece maravillosamente joven y suave,  como la de una muchacha, almendrada, el mejor regalo que me ha dado el Señor; el pelo lo tengo negro, mal cortado y mal peinado, pero me da gracia, con los mechones tiesos; mis ojos muy grandes y negros, nada tristes, brillantes, dispuestos a gozar de la vida en lo que pueda.  

Me llaman Jazminillo porque un señor me lo decía, hace ya muchos años, decía que tenía el cutis como masa de jazmín, de suave y de blanco, y así se quedó.  

Yo he nacido así, sin partes, y por eso no me he desarrollado, ni como hombre, ni como mujer. Pero estoy a gusto con lo que soy, como soy. Ni siquiera lamento ser pobre y pasar a veces hambre, porque sé que así veo la vida. Los señores están en sus casas, fumando. Yo estoy en la calle.  

Mientras me miro, me pasa lo mismo que siempre, cada vez que me veo. Me gustaría que alguien me mirase igual y me quisiese.  

Que me  mirase como yo me miro. Que le gustase como yo me gusto. Que se quedase maravillado con mis mejillas de jazmín. Me da un impulso, que digo que es como de ponerme presumida. Me imagino más bien a un hombre queriéndome así, a lo mejor un muchacho de mi misma edad, pero no sé si me voy a enterar alguna vez de lo que debe ser eso, porque a mí no me gustan los hombres, ni tampoco quisiera dormir con una mujer. Es parte del lote que me ha tocado. Nada de nada.  

En la taberna ya ha ido entrando público, hombres, nada más, claro está. La mayor parte piden también un vaso de vino peleón para matar el gusanillo y hablan con voz bronca. Sus figuras, sus barrigas, sus gorras, se destacan entre los rayos del sol de la mañana que ya va entrando con fuerza y se mete entre sus piernas como un gato. Soy feliz mirándolos así.  

Dentro de la taberna, no se atreven a meterse conmigo, porque saben que el Señor Antón los pondría de patitas en la calle, pero me miran.  

Los más ricos, en vez del chato de vino piden una copa de aguardiente y los más finos, de anís, y entonces la  taberna se queda perfumada. Hay los que piden café, y el Señor Antón se lo va echando de una jarra donde lo tiene hecho en una manga.  

Por la puerta veo que la plaza se va llenando también. Hay gente que pone puestos de patatas asadas o de castañas,  y están calentitos con los fogones que ponen. Los clientes se acercan por lo mismo, al olor, al humo y al calor. Los adoquines relucen con el sol que les da desde abajo. Los barrenderos barren los restos de ayer con sus escobones.  

Entonces, entra a la taberna la Florencia, liada en su mantón de Manila, y encima una toquilla. Se recoge con gracia todo, con sus manos tan finas.  

Es tan guapa, que nadie se atreve a meterse con ella, aunque saben que es un muchacho que se viste de mujer. Vendrá de donde venga, ella aprovecha su condición para ser la única que entra en la taberna.  

Es temprano, pero ya tiene echados polvos de arroz en la cara, tan fina como la mía, y se ha puesto colorete, y tiene los labios perfectamente pintados. El pelo lo tiene liso y recogido en un moño, y encima un pañolón de flores, como su apodo.  

Se pide un café con leche y un anís. Me mira y me saluda como una reina, “Buenos días, Jazminillo”.  

“Buenos días, Florencia”.  

Ella sí se enamora, vaya si se enamora. A veces le he visto lagrimones y unas pocas veces, muy pocas, la he visto borracha, de pura rabia y desesperación, cayéndosele la cabeza sobre el mostrador de la taberna.  

Pero no es lo propio de ella. Siempre se recompone. Una vez le oí algo de un muchacho, cuando tenían los dos diecisiete años, y creo que sigue buscándolo.  

El sol va subiendo, el día se anima, se oyen ya voces altas, risas y pregones al aire. Ella es muy hermosa como es y yo, como soy. La verdad es que no echo de menos peinarme, ni pintarme, ni ponerme mantones de Manila.  

Me gusta ser así, ah, y me gustan las coplas, porque repito en mi pensamiento las que he oído y se me han quedado en el alma.  

Kim Pérez 19-01-2009 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       Sin que haya disforia

 

Aquí estoy de nuevo con mis compañeras y compañeros trans, viviendo la vida que me llena el corazón.  

Un buen año 2009 o deseo, lo que  no significa un año lleno de salud, dinero y amor, sino que nos dé más fuerza para enfrentarnos a todas las dificultades que quieran venir.  

Ayer recibí un interesante comentario de una persona sobre la entrada de mi blog “Reivindicación del travesti”. Habla de que le encanta, le gusta, disfruta de cosas como la estética de la mujer, verse en el espejo, salir como mujer a la calle, etc  

Se califica como transvestista o  crossdresser, lo que me parece que significa que su identidad masculina sigue firme, y que después de estas salidas regresa a ella con naturalidad.  

Lo que me llama la atención es que todas las expresiones que usa son positivas: encantarle, gustarle, disfrutar. No hay ninguna disforia –disgusto, desajuste, desadaptación- en su experiencia. Hace las cosas así porque goza de ellas y como dice, es un gozo no sexual. Me parece a mí que el placer sexual en esto suele estar ligado a la disforia, por razones complejas que explicaré otra semana, si Dios quiere y su sentimiento travestista es tan poco disfórico que ni siquiera va  acompañado de ninguna reacción sexual (parafilia, pero ya  digo que lo explicaré)  

Esto hay que tenerlo muy en cuenta a la hora de estudiar la transexualidad. No es la disforia la única causa; también puede serlo una euforia, la alegría o placer del cambio de género.  

¿Entonces, de dónde viene este gusto por el travestismo, que resulta tan natural?  

A mi entender, viene de dos fuentes también sencillas:  

La primera, es el interés por la estética de la mujer, que puede estar presente tanto en varones heterosexuales como homosexuales, pues en sí, puede no ser un interés erótico, sino el placer cognoscitivo de sumergirse en ese océano de significados.  

Y aquí viene la segunda, que es la curiosidad humana, el deseo de saber lo desconocido, de experimentarlo todo. Hay algo que nos llama la atención a todos lo humanos, que es saber cómo sienten y viven las personas del otro sexo.  

Pues si encima la estética de esas  personas nos gusta, es natural que salgamos a la calle para ver cómo se puede sentir quien está dentro de ella. Si además hay miradas que refuerzan nuestro ego, mejor. Si como varones somos del montón, pero como mujeres, maquilladas y arregladas, resultamos bellas, es muy divertido.  

Se puede comprender todo esto, y saber que en realidad, es un acto artístico, una actividad performativa o representación, como dicen los anglosajones, una exploración de la compleja y divina  realidad de las cosas.  

Es artística porque en ella hay dos planos, como la hay en el arte, el artista y su obra; en este caso, los dos planos son la identidad masculina de quien se traviste, y su obra, quizá perfecta, el travestimiento. Es lo que se hace, por cierto, en el teatro Kabuki o en el No, en el hermoso y profundamente artístico Japón.  

Esto nos lleva a que no tiene sentido la clandestinidad que imponemos al travestismo.  Los transvestistas deberían poder salir orgullosos a la calle, ser reconocidos como transvestistas, como artistas.  

Deberían poder exponer el transvestimiento como una forma de expresión, análoga a la de la moda o el teatro. Deberían poder ser aplaudidos por sus múltiples y creativos viajes de ida y vuelta a la feminidad.  

Lo más parecido que hemos creado a lo que digo son las drag queens, cuya estética es cada vez más libre y desenvuelta (ya no se usan, creo, los pechos postizos; su pecho es liso, masculino, y sin embargo todo lo que hacen es una exacerbación de la estética femenina en personas que, al acabar su performance, vuelven tranquilamente a su identidad masculina.  

Lo único que hace falta es ampliar esta estética y pasar a expresar las múltiples modalidades de la vida de las mujeres.  

Puede pensarse también que, con el tiempo, algunas personas transvestistas se estabilicen socialmente en una vida como mujeres. La performatividad puede extenderse, llegar a ser full time con facilidad. En este caso, la identidad masculina interna básica seguirá, aunque reservada, a la vez que la identidad socia, puede extenderse a todos los momentos del día. También esto debería poder vivirse públicamente y hasta ser aplaudido: "soy varón y me gusta vivir como mujer".  

En todo esto no hay disforia, sino expresión, gozo de vivir. Es una forma de explorar la realidad, de vivir a la propia manera, de llegar hasta donde se quiere y no hasta donde no se quiere, de vivir humanamente, civilizadamente, descubriendo a cada momento posibilidades.  

No hay que seguir el modelo binarista que, llevado al extremo, nos exigiría que, si cambiamos de género, cambiáramos también de sexo. Es concebible una persona transvestista, inluso full time, que sea a la vez un buen padre y un buen esposo, o que siga una relación homosexual plena.  

Debemos llegar a verlo con total claridad. 

Kim Pérez 12-01-2009 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                        Navidad del 2008 (Relato)

 

 

Cuando hace demasiado frío, me acuesto debajo de las cuatro mantas de mi cama, aunque sólo sean las nueve, y miro por el gran ventanal de cristales desnudos, sin visillos, ni cortinas, ni persianas, que deja que las luces de la noche entren en mi habitación. Son tantas, que incluso me parece que podría escribir o leer un periódico sin encender la mía ni hacer gasto, pero la verdad es que nunca lo he intentado. 

Enfrente, tengo la luz de un ático que se apaga a las tres de la madrugada y se enciende otra vez a las siete. Esto me hace sentir en "La ventana indiscreta", la película verdaderamente de culto de Alfred (¿o Albert?) Hitchcock en la que entro como en mi casa.  

Mi habitación es lo que más quiero de lo que tengo en estos años; está en un quinto piso, sin ascensor, de una casa muy antigua, del siglo XIX, pero la cristalera es tan grande, que me gusta imaginarme que es un loft. Pago sólo doscientos euros al mes, pero va a ser mientras pueda. El precio tan bajo es porque no tengo agua ni aseo (el agua la tengo que tomar, en baldes, de un grifo en el pasillo, y el váter es común y está también en el pasillo)  

Pero temo que dentro de poco, no voy a poder pagarlo. Estamos en 2008 y soy de las primeras que se han quedado en paro. Tengo cuarenta y cinco años y tú verás. He trabajado en los últimos años fregando escaleras en una ETT importantísima y explotadorísima. Creía que lo tenía seguro, pero resulta que la ETT pertenecía a una financiera holandesa o kuwaití, filial de un banco americano y, de pronto, todo se ha volatilizado. Me he quedado colgada de la brocha.  

Miro las paredes en sombra de mi, digamos, "loft". Entre la luz de la cristalera, entreveo los recuerdos que cuelgan en ellas, que me parecía que me iban a acompañar precisamente ahí toda mi vida.  

Suena un jazz. Hubieran podido estar delante de mí, en las de un loft verdadero, si yo hubiera podido conservar mi puesto de asesor de un banco de inversiones, antes de mi transición, hace diez años, pero no fue posible.  Luego, vinieron las escaleras, como yo decía, pasé del parquet a las escaleras en dos meses, y me consideré afortunada al conseguirlas.  

La verdad es que he sido feliz con ellas, viviendo en plan bohemio, con poca pasta pero mucha libertad, lo que nunca me podía imaginar que fuera tan bello. Bares baratos pero donde tienes amigos verdaderos, noches despreocupadas -¡qué diferencia con las de antes!- y un polvo de vez en cuando. ¡El paraíso!  

Pero ahora ha llegado el paro y después lo que pueda y se me ocurra y encuentre, pero ya por cuenta propia, porque es utópico pensar en algo distinto y temo mucho que todo sea otra cosa.  

Porque viendo el panorama, los tropeles que se van quedando en paro, me da miedo que llegue el momento en que me vea hasta en la calle, con cartones y tres plumones uno encima de otro. ¡Si por lo menos el Gobierno nos diera cuartos gratis, como éste, a los parados cuando agotásemos el subsidio! ¡O nos metiera en polideportivos, como los refugiados de los huracanes! (Esto podría ser hasta divertido)  

Por el momento, me arrebujo debajo de mis cuatro mantas, sintiendo el aire frío como un cuchillo entre las paredes del loft, fuera de la cama, porque hoy por hoy tengo esto, mientras dure. ¿Quién tiene algo seguro?  

Tengo más. En la pared de enfrente, encima de la larga repisa anticuada que corre todo a su largo, al lado de la estufa rota de hierro que tiene polvo fósil en sus ranuras heladas, tengo una fotografía de Philippe, guapísimo, alegre, mi amante y mi amigo que me despierta tanta ternura contradictoria. 

Me gusta mirarlo entre la luz y la sombra de la cristalera, es la alegría de este cuarto.  

Yo sé ahora que nunca he deseado verdaderamente a los hombres pero siempre una parte de mi rebeldía ha sido que tenían que gustarme y he esperado que pasara el milagro y así hice la transición con toda la ilusión que me pude imaginar en mi alma.  

Luego, vino la frustración, lo que había es lo que hay, Philippe es mi amigo, desde luego, gracias a Dios, desde que teníamos veintiún años los dos. Lo conocí en un pub de ambiente y hemos tenido verdaderamente momentos maravillosamente felices, como aquel viaje que pudimos hacer juntos a Argelia, en el que yo me repetía continuamente "está pasando de verdad", en el que miramos juntos el mar desde aquella plaza de grandes plátanos, de un color azul pastel muy suave, entre un olor salado que nos llegaba del puerto, y yo pensaba que se abría ante nosotros una felicidad infinita, digna de unos muchachos tan jóvenes.  

Se me saltan las lágrimas. No sé si entonces teníamos veintidós años. Yo creo que Philippe era para mí el hermano mayor que nunca he tenido, mi modelo, mi guía, una especie del padre que siempre he echado de menos, pero a nuestra escala juvenil, tierno y gracioso, fuerte y afectuoso, refinado y experimentado, más que yo.  

Nuestra convivencia, todos los días, como en aquel viaje, era divertida y estimulante, cuántas cosas nuevas conocimos, en cuántos garitos nos metimos, cómo bailamos hasta el amanecer, con cuántos medio desconocidos nos reímos y hasta nos besamos.  

No había sexo para mí en nuestra amistad, nada más que cariño y caricias. Por eso le podía dejar que tuviera sus aventuras, y hasta sus amores, y para mí era suficiente que me los contase. Pero a veces, de las caricias en el brazo pasábamos a las caricias en la espalda, profundas, de éstas a los abrazos y de éstas a la cama.  

Cuánto supo mi cama de entonces -ojalá fuera la de este loft-  de mi pasividad, porque aunque yo podía cumplir pasivamente, me daba cuenta de que no deseaba su cuerpo como él merecía, minuciosamente, interminablemente.  Había aprendido algunos paripés y los hacía, pero sin convencimiento. Él, naturalmente, se dio cuenta poco a poco, comprendió que era irremediable, lo mismo que yo lo iba comprendiendo y empezó a sufrir.  

Yo aguantaba las noches porque quería ganarme su compañía durante el día, pero la verdad es que habría deseado que no hubiera sexo entre nosotros, o mejor, que el sexo consistiera sólo en caricias en los brazos y besos en la boca -esos sí, me vuelven loca- y sentir el picor de su barba en sus preciosas y queridas mejillas e incluso un calentón final y un apretujón, pero no sé, sin tanto sexo concreto como él necesita.  

Acabo de ver esta noche en la televisión a Tom Jones, que seguiría igual de guapo y atractivo si se quitara una dichosa barbita que lo disfraza, ya con sesenta y ocho años (lo han dicho) y sigue con su voz potente y llena con esos brillos metálicos en los bordes que me fascinan y me estremecen. Siempre se me derriten las corvas con esos hombres poderosos y paternales como Sean Connery (de viejo) o Gary Cooper, en aquellas maravillosas películas de los cincuentas, de antes de que yo naciera, como "High Noon", título que me gusta mucho más que lo de "Solo ante el Peligro", andando, en esa y en otras, tan rápido y tan despacio, cadencioso, con esos pasos tan largos y ágiles, mirando con ojos bondadosos y achicándolos de pronto y apretando sus labios encantadores para disparar.  

En fin, como Philippe y yo no pudimos seguir el sexo, y en él mis ansias de felicidad infinita, seguimos siendo amigos de siempre, amigos especiales, y colegas y compañeros de mil aventuras, aunque hace años que él ha tenido que irse, y por eso tengo su foto colgada en la pared de mi loft, bueno, de mi habitación , y es lo mejor que hay en mi vida, y sigue estando, aunque me haya quedado frustrada.

Esto no lo voy a perder porque es mi propia historia, me digo mirando por los cristales las luces. Es lo único sólido como el acero que hay en mi vida, para lo que estoy preparada desde mi niñez.  

Mañana me iré a darme de alta en la Asociación de Parados que han abierto en el barrio. Es de gente de izquierdas, y en ella hablan de formar cooperativas y cosas así.  

El otro día, cuando estuve por primera vez, había unos okupas hablando de lo del muchacho muerto en Grecia y dispuestos a tirarse a la calle. De momento me parece una exageración, pero con el tiempo no sé si me alegraré de que estén ahí y de contar con ellos. Las mentalidades cambian.  

A  lo mejor, consigo meterme en alguna cooperativa, o en una comuna de okupas, o qué sé yo, y a lo mejor nos metemos todos en una revolución y entonces el loft será mío (esto lo digo medio en broma medio en serio), aunque tenga que compartirlo con un homosexual viejo que también se hubiera quedado en la calle (la imaginación es libre)  

Hace unos días creí volverme loca de indignación cuando me enteré de que la Iglesia en la que me he educado apoyaba que siguiera la penalización de la homosexualidad en las naciones en que está penalizada hasta con pena de muerte. Yo pensaba que la Inquisición era cosa de otros siglos, pero veo que esa mentalidad sigue viva, y aunque ya no meta en la cárcel ni mate, como antes, dispuesta a apoyar a otros para que sigan metiendo en la cárcel y matando.  

¡Como si ahora quisieran meter en la cárcel o matar a Philippe, mi amigo querido! ¡O a mí, porque no sé si siempre distinguen entre homosexuales y transexuales y si, en estos momentos, yo quiero que distingan, ni si vale la pena distinguir!  

Y eso que es en esa Iglesia donde yo he aprendido que más vale ser pobre que rico. Por lo menos, la inteligencia se despierta y el corazón también. He sido más feliz en las escaleras que en el parquet y a lo mejor seré más feliz en el paro que en las escaleras. De modo que, a lo mejor, adiós loft, tan bello como eres.  

También me llevaría a la Asociación a Philippe, si se quedase en paro (es periodista digital), para que cree la página de la Asociación, o la de la Cooperativa, o la de la Comuna Okupa.  

Estos son mis pensamientos en esta Navidad de 2008.  

                                              

Kim Pérez 15-12-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                  Prueba en la vida real o No

 

 

En el comentario sobre operarse o no, decía que ésa es la segunda decisión más importante que tiene que tomar una persona disfórica. ¿Entonces, cuál es la primera? Evidentemente, la más difícil, la más comprometida, la más decisoria: la prueba de la vida real, convertida después en transición definitiva o no.  

Insisto siempre: parece que lo más duro es la cirugía. Me río de ese miedo. Lo más duro es dar la cara ante tu familia, perder quizás a padres o hermanos, ante tu trabajo, perderlo o ver que te someten a mobbing, dar la cara ante tu barrio y soportar miradas, burlas más o menos disimuladas, comentarios (Luego vuelve todo a su sitio, que nadie se alarme, pero los primeros pasos son así)  

¡Salir del armario! Hoy parece que es una simple declaración. Para nosotras especialmente es el día a día o el minuto a minuto. En resumen, con razón, asusta, es lo más duro. La operación, al lado de esto, unas pocas horas y luego unos cuantos días, rodeándote personas que están todas para cuidarte, es nada, y hasta alegre y tierno.  

Frente a este difícil paso, la prueba de la vida real, caben muchas actitudes por nuestra parte, que voy a analizar.  

La primera es cuando resulta materialmente imposible. Pueden darse muchas circunstancias que te lo hagan imposible (tú eres el único juez) Por ejemplo, trabajas por cuenta ajena, tienes una hipoteca y unos ancianos padres a tu cargo. O tienes unos hijos adolescentes que temes fundadamente que se desequilibren. O lo que sea.  

Para clasificar tus circunstancias como imposibles, tienes que tener la seguridad de que lo sean. Cualquier detalle puede cambiar: por ejemplo, trabajas para el Estado y eso da la seguridad de que tus decisiones serán respetadas.  

Imposible no es cuando sólo hay miedos o aprensiones o pretextos. Por ejemplo: "A mis padres les va a dar un ataque al corazón". Luego, lo preparas todo bien, tienes prudencia y paciencia, y al final ves que se acostumbran.  

Pero cuando has decidido no hacer la prueba de la vida real, porque objetivamente es de verdad imposible, cuando con un terrible dolor en el alma tienes que decir que no, puede ser que te venga bien alguno de los recursos que voy a explicar a continuación.  

La segunda situación que se puede encontrar es cuando existe disforia, pero no es agobiante, ni insoportable.  Es difícil distinguir esta situación, porque todos nos hemos adaptado como hemos podido alguna vez. A lo mejor, podemos identificarla cuando, a lo largo de muchos años, pudiendo, no nos hemos decidido, e incluso hemos mantenido conductas no disfóricas hasta en lo sexual con alegría y olvidándonos por completo de la disforia (hasta que ha vuelto)  

Sin embargo, creo que es fundamental que sepamos que somos personas disfóricas. La disforia existe siempre, aunque sea intermitente, pero es una equivocación decirse por ejemplo "me caso y se me pasa". Te puedes casar, está bien, pero no se te pasa.  

Entonces, lo que debes es hacer frente a la realidad de la disforia y de los sufrimientos que te puede traer. Si la disforia es moderada, es posible que puedas evitar cualquier prueba de la vida real, mantenerla en el campo de la fantasía, pero eso sólo no será suficiente para darte estabilidad. 

Tienes que analizar tu disforia, con frecuencia debida a problemas afectivos infantiles. Tienes que ver si existe una identidad intacta debajo de ella, que te dé alegrías más profundas, más arraigadas en ti y más sólidas. Tienes que reforzar esa identidad continuamente. Todo eso es posible. Tienes que encontrar con quién hablar libremente de todo eso, porque el silencio ahoga y enquista la posible evolución.  

Me parece que, en resumen, tienes que encontrar un medio donde puedas recordar cada día e incluso decir algo parecido a lo que hacen los alcohólicos rehabilitados en la asociación de Alcohólicos Anónimos: "Hola, me llamo Fulano de Tal y soy disfórico".  

Si en el fondo, esto es lo que ansías, si la disforia es una carga para ti, si sueñas con verte libre de ella, esto es lo que te conviene hacer.  

Pero supongamos que la disforia corresponde a un desajuste tan profundo entre tu personalidad y tu corporalidad que necesitas y puedes hacer la prueba de la vida real.  

Aún entonces, sólo después de hacer la prueba lo sabrás seguro. Mientras, podrás considerar que cualquier decisión es reversible.  

Ahora bien: cuando puedas, y tengas suficiente seguridad, haz la prueba.  

No te quedes en el campo de la fantasía, en el que todo es posible, todo parece bello y sobre todo, tus pensamientos dan vueltas en el vacío, enquistándose en sí mismos, sin cotejarse con la vida real.  

Decídete, aunque sea duro y te dé miedo. Al fin y al cabo, el enfrentamiento con la realidad va a hacerse alguna vez, pues mejor cuanto antes podamos conseguir experiencias necesarias para la evolución de nuestros sentimientos.  

Algunas veces se duda qué tiene que ser antes, la prueba de la vida real o la hormonación.  

Desde luego, la prueba de la vida real, con sus alegrías y sus frustraciones. Debe seguir por lo menos dos años considerándose prueba, para pasar de la euforia del principio a la costumbre y la rutina de más adelante, momento en el que ya podemos empezar a pensar con objetividad. Y sabiendo que todo es reversible, aunque volver atrás dé miedo y exija también mucha valentía.  

La hormonación debe considerarse también parte de la prueba, como un ensayo general con todo, como dicen en el teatro. Para las trans feminizantes supone además afrontar el descenso de la líbido, que puede disminuir la fuerza de la Identificación con la Imagen de la Mujer en el Espejo, de la que he hablado mucho en mis comentarios. O también, en otros casos, puede disminuir el deseo hacia el varón, que también es uno de los motores de algunas de las personas disfóricas.  

En conjunto, a veces la hormonación puede dejarnos con la sensación de que nos hemos quedado colgadas de la brocha. En ese momento, la prueba ha mostrado su utilidad, y podemos dejarla (aunque se puede seguir con la prueba del cambio de género)  

Si de todos modos nos compensa, también ha mostrado su utilidad, y adelante, sabiendo ya más de nosotras mismas.  

Para los trans masculinizantes suele haber muchos menos problemas, porque la hormonación aumenta su libido, con la euforia consiguiente. Para ellos, toda la cuestión de las pruebas se suele reducir a los problemas familiares, que pueden ser tan dolorosos como los nuestros. Una vez iniciada la prueba de la vida real, suele ser fácil, puede ser gradual, puesto que socialmente está muy admitida, y es estimulante lo mismo desde el punto de vista del aumento de la líbido, que trae consigo toda la gracia de la vida sexual, que desde la mayor consideración social hacia la masculinidad, que sigue existiendo.  

Por eso digo lo de la cabeza fría. El trans masculinizante tendrá que conocerse bien y preguntarse: "¿Es esto realmente lo que quiero? ¿Es mi verdad?" Algunos que conozco, muy lúcidos, se mantienen en una posición no binarista: "No soy hombre ni mujer, y esto es lo que quiero ser".  

Kim Pérez 08-12-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       Operarse o no operarse

 

Al grano. La segunda cuestión más transcendental que se presenta para una persona trans. Operarse o no operarse.  

En este comentario voy a limitarme a las trans feminizantes. Los trans masculinizantes lo tienen más claro hace tiempo, por realismo. En la actualidad, suelen hacer una mastectomía, seguida de una histerectomía más bien por prudencia para evitar quistes, y punto. No vale  la pena seguir con más complicaciones. El caso de Thomas Beaty es modélico. Hace lo que quiere, independientemente de lo que diga la gente. Y es bello lo que hace.  

Normas.  

Lo primero, tomar la decisión con tranquilidad. No precipitarse, en la euforia de los primeros meses o años de la transición. Esa euforia pasa y llega el realismo, momento en el que podemos tomar la decisión.  

Especialmente, en el caso de las trans jóvenes, más impulsivas que nadie. Les digo que por lo menos no tomen esta decisión antes de haber seguido el recorrido que propongo aquí.  

El precio de equivocarse es sentirse mutilada y no realizada. Y decirse, sin vuelta atrás, "me he equivocado". Es un precio muy caro que justifica tomar estas precauciones.  

Lo segundo es prescindir de las opiniones ajenas, dejar la era limpia para poder trabajar sobre los propios sentimientos y nada más que sobre ellos. Es verdad que las voces que nos vienen de la sociedad pesan sobre nosotras, pero es preciso desafiarlas con un "bueno, ¿y qué?".  

En particular, pesan las que vienen de las mismas trans, y en especial, cierta opinión jerárquica que dice que se es más mujer si se está operada. Contestaré un poco brutalmente que yo estoy operada, felizmente, y no me siento mujer. Me siento otra cosa, intersexo.  Si de lo que se trata es del gusto de sentirse superior a alguien, o del miedo a sentirse inferior, diré que lo que se tiene que conseguir es sentirse profundamente una misma o uno mismo, saber en todo caso que "soy más yo que nadie".  

Lo tercero, después de estas consideraciones previas, comprobar que tienes ya un sentido tranquilo de la realidad y sus pros y sus contras, y no hacer caso de los demás, sino de ti misma, ya es meterse en faena.  

La cuestión básica es la siguiente: ¿He interiorizado yo los genitales, y sus funciones, hasta el punto de que no convenga prescindir de ellos?  

La respuesta llega mediante una larga observación. Uno de los mejores terrenos de exploración es el mismo proceso de hormonación, sobre todo si dura alrededor de dos años, que es lo aconsejable.  

En él desaparece o disminuye la libido. Eso hace que algunas personas sientan con desagrado la nueva situación, con lo que pueden decidir dejarlo. Seguirán viviendo su disforia de otra manera, sin hormonarse, y estarán a gusto, porque será lo que les conviene a ellas. Otras pueden sentir que la nueva situación, aun con la líbido muy disminuida, es mejor y más agradable que la anterior. Éstas tendrán que decidir si se quedan en la hormonación, si es suficiente para ellas, o si siguen adelante.  

Este paso tiene que ser mucho más reflexivo, mucho más dependiente del conocimiento de sí misma. Si ha habido una experiencia positiva de la genitalidad masculina, extendida en el tiempo, memorizada, es posible que la reasignación genital se sienta como una pérdida y una mutilación.  

Una de las señales de que puede no convenir operarse es la preocupación por la conservación o no del placer.  Muchas trans me preguntan por eso, y yo les contesto lo que estoy diciendo, que si les preocupa, es señal de que es positivo para ellas. En cambio, cuando no preocupa y puede pasarse por encima de él, haya o no placer, es cuando parece que la operación no parecerá una mutilación, sino una adecuación.    

 Sólo si se sabe que la función genital, la penetración, para decirlo más claro, no ha sido nunca realidad, o no ha sido grata, ni interiorizada, se puede afrontar la reasignación con cierta seguridad. 

Aún así, la reasignación puede dejar algunos flecos. Se da el caso de personas que sólo usaron los genitales como medio de distensión ante el estrés, mediante la masturbación. De pronto se dan cuenta de que este medio ya no es posible, o es difícil, y se ven, aunque sólo sea en esas ocasiones, menoscabadas.  

"¿Pero qué clase de mujer voy a ser si conservo los genitales masculinos y menos aún, si los genitales son funcionales?"  

"¡Ah, es que no eres una mujer, eres una trans!", le diría, poniendo en estas palabras todo lo que trato de comunicar hace años.  

Y dentro del concepto trans figuran todas nuestras realidades, nuestras particularidades, empezando porque somos y seremos personas XY (como las mujeres con insensibilidad androgénica), porque nuestras historias personales suelen ser complejas en cuestión de género, y no tenemos que callarnos nada de ellas, por una nueva ortodoxia conformista con la feminidad.  

Llevo tiempo queriendo hacer ver que nuestros problemas de disforia vienen del concepto binario de la sexualidad, que consiste en creer que sólo hay hombres y mujeres, cuando existimos en realidad los intersexos. Por eso, si una persona disfórica quiere eliminar lo más posible los rastros de masculinidad, está dejándose influir por el mismo concepto binario que le ha hecho daño.  

Hace falta ser valiente, e ir contra corriente hasta el final. ¿No hemos ido ya por el sólo hecho de transitar? ¡Pues adelante!  

De hecho, parece que cada vez hay más personas trans que deciden no operarse, y que son femeninas y bellas. En el fondo, eso corresponde a lo que se pretende cuando te has convencido de que el binarismo es un error.  

Lo que lamento es que también haya muchas personas trans muy jóvenes que se deciden a operarse con dieciocho, incluso con dieciséis o diecisiete años, cuando su conocimiento de sí mismas es insuficiente.  

En un impulso lo hacen, pero deberían ser prudentes, y si pasa algo de duda por sus mentes, tener paciencia y esperar a que esas dudas se aclaren. Al fin y al cabo, ahora es muy posible transitar, conseguir el cambio de nombre y de sexo legal aun sin operarse. ¡Que no sea el deseo de ser querida por un hombre lo que decida! Tus resoluciones tienen que ser tomadas por lo que tú quieras de verdad, por lo que se ajuste a tu manera de ser, aunque el mundo estuviera vacío.  

Poco a poco iremos aprendiendo todas lo que significa ser no binarista. Y si ya te has operado y piensas que te has equivocado, de todos modos eres una persona no binaria.  

Kim Pérez 01-12-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                      Transexualidad por estrés o por desastre

 

Una cariñosa lectora me propone que escriba sobre la transexualidad por estrés o por desastres, y me doy cuenta de que nunca lo he hecho, porque no la conozco bien.  

Sin embargo, voy a contar lo que sé y lo que deduzco. Mi fuente para la transexualidad por un desastre afectivo es el relato autobiográfico detallado de Kathy Dee, "Travelling. Un itinerario transexual". A veces he visto la obra, de portada blanca, con las líneas silueteadas de dos rostros, en alguna Feria del Libro Antiguo. Es de los setentas.  

La historia es la siguiente. El protagonista (empezaré en masculino) tuvo de niño una hermana mayor, muy querida por su madre, que murió. Él comprendió que, de alguna manera, tenía que sustituirla ante los ojos de su madre.  

De momento, no pasó mucho más. Creció, se hizo joven, se casó felizmente, trabajó como ejecutivo, una buena vida de clase media.

Una tarde, al volver a casa, se encontró a su mujer con un amante, que le pareció más viril que él. Creo recordar que incluso hubo luego ironías de su esposa hacia su persona.  

Esa noche se desencadenó su proceso transexual. No recuerdo si pasaron un par de días, y en otra noche, tomó su auto y se plantó de Bélgica, donde vivían, a Hamburgo, relativamente cercana.  

En esa ciudad de la prostitución, se travistió y empezó a trabajar como prostituta trans. Aquí se puede dejar la historia.  

Ahora traduzco lo que he leído y contado.  

Puede haber alguna preparación en la niñez. Una devaluación de la virilidad, como en este caso, o alguna disforia, en otros. Una valoración de la feminidad, todo ello, lo suficientemente pasajero como para no dejar aparentemente rastro.  

Si no fuera tan fugaz, el niño se habría considerado desde aquel tiempo disfórico o transexual. Pero no fue éste el caso.  

El niño siguió creciendo como otro cualquiera, casándose, heterosexualmente atraído y enamorado de su mujer. Si no hubiera pasado nada, habría seguido así hasta el fin de sus días.  

Pero pasó. Se sintió profundamente desengañado y humillado, los pilares de su masculinidad se resquebrajaron, se sintió inseguro en su virilidad, su orgullo, su alegría, tanto, que necesitado de un asidero, tuvo que volver atrás, a un recuerdo medio olvidado en el que tenía que compensar la pérdida de su hermana, un recuerdo también desequilibrante porque habría representado para él igualmente su desvaloración como niño.  

Así, hundiéndose en tristezas sucesivas, pero encontrando en cada una un punto de apoyo, como los puede encontrar en la pared de una cueva un espeleólogo que desciende por ella atado a una cuerda, el muchacho sale de noche (tiene que ser de noche, porque es lo que mejor representa su estado de ánimo: negrura y luces brillando en la autopista) y se va a otra gran ciudad desconocida, a recomenzar su vida casi desde cero.  

Tiene que ser como mujer, el deber que vislumbró en su niñez, su única esperanza ahora. Y tiene que ser destruyendo su vida masculina, su trabajo y su experiencia como ejecutivo, ahora desde la prostitución, desde el sexo, el principio de todo.  

Ésta sería la transexualidad por desastre, la  esperanza de empezar de otra manera.  

La transexualidad por estrés no la conozco por ningún relato detallado, pero sí por algunas referencias sueltas, y me parece similar a la anterior.  

Se dice que J. Edgar  Hoover, temible Director del FBI desde los veintes hasta los setentas, un toro, se travestía para relajarse, e incluso, en reuniones de trabajo con íntimos, daba vueltas por el cuarto, travestido con un vestido de noche rojo, fumando un puro y dictando o discutiendo.  

Esto es un caso menos extremo, pero nos puede dar un indicio de por dónde pueden ir las cosas.  

Como en la historia anterior, alguna preparación en la niñez. Y luego, una  vida masculina competitiva, el estrés duradero de ciertos trabajos, aceptado como necesario, y finalmente una tensión que se rompe, y obliga a buscar formas de vida menos estresantes.  

Y entonces, el recuerdo de aquellos sueños infantiles, y la suposición de que la vida femenina es menos competitiva, más distendida, más tierna.  

El paraíso para una persona harta de luchar.  

Entonces, puede plantearse la renuncia a una identidad masculina y la adopción de una identidad femenina.  

El futuro, deduzco que dependerá de algunas variantes: la profundidad mayor o menor del estrés que ha provocado la respuesta transexual; el éxito o el fracaso en la relajación pretendida. Pero habrá que tener en cuenta que si se supera el estrés, la identidad masculina inicial volverá poco a poco.  

Entonces, habrá que saber administrar la situación, sabiendo que el refugio femenino está ahí y que sin embargo se desea volver a asumir una identidad masculina. Es cuestión de prudencia. 

Kim Pérez 24-11-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                   Universidad, transexualidad, intersexualidad

 

De nuevo hace un par de semanas tuve ocasión de dar una conferencia en la Facultad de Ciencias de la Educación de Granada, invitada por una profesora que está haciendo una tradición anual de estas conferencias, dentro de mis intentos sólo parcialmente fructíferos de acercar la transexualidad a la Universidad.  

Digo que parcialmente, porque hasta ahora sólo he conseguido ser oída de vez en cuando en esta forma de las conferencias y ayudar a un joven investigador para que hiciera una espléndida tesis de licenciatura sobre nuestro tema. Todo muy discontinuo todavía y dependiente sólo de la lucidez de las personas que se implican como pioneras. 

Sería preciso conseguir que se hicieran tesis de doctorado y que algún departamento lo asumiera dentro de sus líneas de investigación e incluso que se presentara un máster sobre él. En España, todavía no es éste el caso, y la consecuencia es, como sabemos, que los profesionales no salen bien formados en transexualidad y no pueden prestar una ayuda informada a las personas transexuales, a menos que hayan tenido la ocasión de formarse por cuenta propia.  

Sin embargo, la transexualidad  no es una cuestión marginal en los Estudios de Género, sino central, por cuanto permite radiografiar lo que sabemos sobre sexo y género. De hecho, en los años sesentas, fue "Sex and Gender", de Robert Stoller, sobre las personas transexuales, la obra en la que primero se entendió la distinción entre sexo y género, asimilada enseguida por el movimiento feminista y que desde entonces constituye el centro de sus posiciones.  

Por tanto, por razones teóricas y prácticas, la transexualidad debería ser estudiada en las Universidades españolas, las conferencias, preferentemente de personas transexuales, las únicas que sabemos desde dentro de lo que estamos hablando, deberían proliferar, y sobre este caldo de cultivo generarse seminarios, tesis, líneas de investigación y másteres. Algo se está consiguiendo en Valencia, gracias a Vicent Bataller, Málaga, por las publicaciones de la Unidad de Identidad de Género, Barcelona y Madrid;  perdón si me olvido o desconozco otros esfuerzos, pero ese mismo desconocimiento sería señal de que lo que se va consiguiendo está injustamente en precario todavía; cuánto trabajo hay pendiente hasta que se consiga en España algo tan conocido por todos como aquella Cátedra de Transexualidad de la Universidad Libre de Amsterdam del Profesor Goorens; estamos a fines del primer decenio de los dos mil, tenemos la ley más avanzada hoy por hoy del mundo, y esto parece todavía impensable.  

En esta conferencia en Granada tuve ocasión de exponer mis puntos de vista actuales, bastante radicales y que inserto dentro del lema "De la transexualidad a la intersexualidad". 

Empecé recordando que nuestra cultura nos envuelve a todos con el concepto binario del sexo que está simplemente tan equivocado como el sistema astronómico geocéntrico frente al heliocéntrico. La naturaleza no genera sólo hombres y mujeres, sino también intersexos (y no como accidente, añado ahora, sino a veces como un recurso fundamental para la vida de las especies)  

Pero el binarismo impregna nuestra manera de entendernos, desde la forma de la religión hasta algunas de las formas del feminismo. Dije, medio de broma, que me opongo a la corrección política de la o y la a, mientras se olvide la e, que existe y debe ser respetada.  

Expuse que el binarismo afecta también a las personas disfóricas, porque si creemos que sexualmente sólo se puede ser A o B, si no podemos ser A, pensamos que sólo podemos ser B. Éste es el origen de la palabra transexual, entendida como persona que transita de un sexo o un género al otro.  

Pero si tenemos en cuenta que el binarismo no es real, entonces se abren otras posibilidades. Entre A y B existe C (o, según la broma que decía antes, entre la a y la o está la e)  

Éste puede ser el origen del término trans, entendido no como persona que transita del todo, sino como persona que es transición, que está en medio y le gusta estar en medio.  

Este concepto no binarista puede ayudarnos a muchas personas a comprender y aceptar que nuestra naturaleza es intermedia, sobre todo por hipoandrogenia en personas XY e hiperandrogenia en personas XX. Puede ser que nos sintamos por primera vez a gusto y en paz cuando comprendamos que sencillamente somos así.  

Esto replantea incluso la función de la hormonación y la operación. Si alguien comprende que, físicamente, tal como es, es ya intermedio, intersexo, posiblemente no necesitará hormonarse ni operarse. No excluyo que sea necesario, yo lo he sentido así y estoy básicamente a gusto habiéndome operado. Pero me pregunto que, si yo hubiera sabido desde mi adolescencia la realidad de que hay personas intersexos y yo soy una de ellas, hubiera sentido la necesidad de operarme.  

Es verdad que una de las fuerzas que actúan en la disforia es la actitud social. Mientras la sociedad, en su conjunto, siga siendo binarista, y crea que sólo hay A o B, si no eres A, tendrás que decirles que eres B, para que te entiendan. Si no, resumirán tu honda experiencia de ti, de tu singularidad, diciéndote: "¡En fin, que eres un tío (o una tía)!", o algo semejantemente doloroso.  

No somos sólo nosotros, los y las trans, quienes debemos dar el giro copernicano de aprender lo que es el no-binarismo. También es necesario que la sociedad entera lo aprenda, yendo más allá del a/o feminista, para que entienda nuestras formas de expresión, nuestra condición de intersexos y la respete plenamente, como algo que existe y es naturalmente útil y beneficioso. Aunque no nos lo creamos todavía nosotros mismos, de esto quiero hablar otro día.  

Kim Pérez 17-11-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                   La otra forma de ser Trans

 

La semana pasada hablé de la identidad cruzada precoz, desde los tres años. Ahora voy a hablar de la otra forma de ser trans, cuando la identidad cruzada se forma después de esa edad.  

Imaginemos que es con trece o catorce años. Antes se ha formado una identidad lineal masculina o femenina.  

Pero una identidad puede estar también más o menos equivocada. La identidad no es la verdad, sino un pensamiento o sentimiento, y por tanto puede ser más o menos errónea. Si yo formo una identidad como varón, sin más precisiones ni distinciones, puedo ver a lo largo de los años que no ajusto por lo menos con la mayoría de los otros varones. Empieza la disforia.  

Pero a la vez, sigue viva en mi memoria la primera identidad que formé, equivocada o no. Según Köhlberg, esa identidad primera es irreversible. El pensamiento humano funciona así.  

Entonces, la nueva identidad que pretendo formar, cruzada, entra en combate con la primera identidad lineal que tengo formada.  

Ese combate se manifiesta en la turbulencia de este proceso que, en nuestras historias, aparece muy erotizado, lleno de masturbaciones y de sentimientos de culpa, obsesivo y muy doloroso. Es natural: es la lucha interna entre dos identidades.  

En la identidad cruzada precoz se da una lucha, pero al revés. Al salir de la niñez, el adolescente cree comprender la realidad, e intenta demostrarse a sí mismo y a todos que es un varón o una mujer, linealmente, tal como correspondería a su cuerpo, hipermasculinizándose o hiperfeminizándose. Este intento no es tampoco verdadero, por lo que fracasa en la juventud o en la madurez, cuando la persona comprende que tiene que volver a su identidad primera, desprendiéndose de esa capa de la otra identidad con que ha intentado revestirse durante años.  

En nuestro caso es al contrario. En la adolescencia, cuando en el supuesto anterior se intenta negar la identidad cruzada, nosotros es cuando la afirmamos, porque suele ser entonces cuando hace crisis la identidad lineal; es a la pubertad sobre todo a lo que no nos adaptamos. Mientras los anteriores se hipermasculinizan, nosotros nos hiperfeminizamos, por ejemplo. Y mientras en el supuesto anterior se recupera la paz al volver a la identidad primera, en el nuestro sigue el combate años y años.  

A no ser que comprendamos lo que ahora es mi punto de vista fundamental: que el binarismo sexual está equivocado.  

Llamo binarismo a la suposición de que existen sólo dos sexos.  

Esto es simplemente erróneo: continuamente nacen niños intersexos, pero nuestra cultura no los ve. Los ve como hombres o mujeres fallidos, no como lo que son, intersexos. Sin embargo, la intersexualidad es uno de los recursos fundamentales de la naturaleza. Especies enteras, como las de las abejas o las hormigas, están basadas sobre la existencia de machos, hembras e intersexos.   

Como nuestra cultura es binarista, también las personas trans hemos aprendido el binarismo. Podemos ser intersexos cerebrales -hay una grandísima variedad de intersexualidades- pero no lo sabemos.  

Por tanto, es lógico que no ajustemos con quienes no son intersexos y es lógica la disforia ante el descubrimiento gradual de que se espera que seamos como quienes no son intersexos. Es decir, yo soy intersexo, pero se espera que sea como los varones o, en el otro caso, como las mujeres. De ahí viene, gradualmente, el no, que decimos a fondo.  

Pero aprendida la perspectiva binarista, donde sólo hay A o B, si no somos A, seremos B, suponemos. Entonces puede venir otro desajuste, en este caso con B. Éste es nuestro combate, en el que, después de muchas batallas, podemos decirnos con angustia: "¿Qué soy yo, Dios mío?", y la culpabilidad se dispara (Distingo entre culpa y culpabilidad. Culpa, objetiva; culpabilidad, subjetiva)  

La respuesta no binarista es sencilla. Soy intersexo y debo formar una identidad de intersexo. Paradójicamente, esto es sencillo personalmente, porque se basa en muchas realidades, muchas experiencias, una vida de realidades y experiencias, pero es muy difícil socialmente, porque nuestra cultura no lo reconoce y no nos ofrece modelos de vida. Cada cual tenemos que crearnos nuestro propio modelo. De hecho, esto me gusta y me enorgullece. En el caso humano, hay mil formas de ser intersexo y eso individualiza muchísimo a las personas intersexuales.  

Kim Pérez 10-11-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                        Transcurso de la identidad cruzada precoz

 

Una identidad es una forma del pensamiento o mejor, del sentimiento. No es algo que nazca directamente del cuerpo. Nace de nuestra comprensión de la realidad, que puede ser más perfecta o menos. Los animales no tienen identidad, simplemente son, y actúan en correspondencia con lo que son.  

Los seres humanos somos una realidad u otra u otra, pero tenemos que comprenderla primero, y en función de lo que comprendemos actuamos. Tenemos incluso la posibilidad de juzgar lo que somos y de decidir si nos gusta o no nos gusta (por eso digo que la identidad es una forma del sentimiento) Si nos gusta lo que somos, lo aceptamos; si no nos gusta, lo rechazamos (en este caso, cuando se trata de la identidad de género o de sexo, llamamos a este disgusto disforia)  

Otra cosa es por qué podemos sentir disforia. El ser humano tiende a aceptar lo que simplemente le dicen sus mayores, o es la costumbre de cada día, e incluso a encariñarse con esa realidad. Si lo rechaza, será por algo objetivo, no simplemente por un capricho. Ahora bien, las causas de ese sentimiento pueden ser varias o estar medio ocultas o totalmente a la conciencia, que entonces no lo comprende, pero lo siente.  

En el caso de la disforia de género, es posible que las causas sean varias, porque de hecho no lo sabemos con seguridad: puede que estén en las relaciones con los mayores en la niñez, en el encariñamiento y admiración por alguno o alguna, y en el distanciamiento paralelo de alguna o alguno; o pueden ser más profundas y estar en la hipótesis que yo he mencionado muchas veces de la hipoandrogenia cerebral prenatal en personas XY o en la hiperandrogenia correspondiente en personas XX.  

Naturalmente, todo esto es demasiado complicado, y no se sabe o no se comprende, cuando se es pequeño sobre todo. Pero produce un desajuste, que a su vez influye en las relaciones con los mayores que antes veíamos, y que finalmente puede ser que lleve a un sentimiento de disforia.  

Llevo meses o años preocupándome por una forma de identidad que lleva a la disforia, pero esta semana se me ha refrescado mi atención por otra.  

Me refiero a la identidad cruzada que se forma muy pronto, hacia los tres años. No es el caso de la mía, cuyos primeros indicios se formaron hacia los ocho o nueve y ya definitivamente hacia los trece, pero puede ser el mismo caso de la que se recupera a edades superiores (veinte, treinta, cuarenta), que, a su vez, puede deberse a otras causas (estrés profundo, frustraciones, etcétera)  

Lo que me interesa es señalar el camino singular que suele seguir la identidad cruzada que se forma hacia los tres años, a la que llamaré identidad cruzada precoz.  

No voy a tratar de sus causas, porque en general las ignoramos. Pero sí de sus efectos.  

Köhlberg señaló que la identidad humana básica se forma hacia esa edad, y que es irreversible. Por tanto, si por la causa que sea, una personilla XX o XY (o, minoritariamente, con otra fórmula) forma a esa edad una identidad cruzada, ésta será irreversible. (Nos pasa lo mismo, pero al contrario, a quienes hemos formado una identidad cruzada femenina o masculina a una edad superior: siempre tendremos que enfrentarnos con la identidad básica que formamos hacia los tres años, y que es lineal y no cruzada)  

Pues bien, la personilla que forma una identidad cruzada hacia los tres años, vive todavía sobre todo en el ambiente protegido de la familia, donde esa identidad se consolida por medio de fantasías o sueños, como la frecuente convicción de que al hacerse mayor cambiará de sexo; sin embargo, puede ser que aun en ella experimente los primeros choques, por ejemplo, que se le niegue lo que dice ser (con gran sorpresa por su parte), o que se le regañe por lo que haga (por ejemplo, negarse a llevar la ropa correspondiente a su género asignado)  

Sin embargo, los choques verdaderamente grandes sucederán cuando la personilla empiece su socialización externa, fuera de la familia. Entonces aprenderá (todavía) las palabras insultantes y comenzará a afrontarlas.  

La reacción más corriente es someterse a la presión social. Entonces, la personilla empieza a pensar que se ha equivocado y a desear ser uno más, para ser aceptado.  

Empieza entonces en estos casos un período de negación, que puede ser fortísima y durar muchos años. En particular, es característico que, en la adolescencia, estas personas suelen estar en plena negación de su disforia e intentando asimilarse lo más posible a la mayoría, mientras que las personas que hemos formado una identidad lineal pero no podemos mantenerla, estamos esos años en plena rebeldía contra el género asignado.  

Durante los años de la adolescencia y los siguientes, de la juventud e incluso de la madurez, es  posible que las personas que han formado una identidad cruzada precoz intenten contrarrestarla siguiendo modelos hipermasculinos o hiperfemeninos. En el primer caso, me consta que hay quien se ha dedicado al culturismo, para formar muchos músculos, o se ha dejado barba, o se ha hecho camionero, etcétera. En el segundo, recuerdo fotos de exagerada feminidad en el arreglo, vestidos, etcétera.  

Pero bajo esa identidad lineal pretendida y cultivada, no se olvide que subsiste una identidad cruzada irreversible por ser muy precoz. La persona que está en este caso, supongo que puede incluso haberlo casi olvidado, o puede que no le agrade recordarlo. Puede incluso que se resista con todas sus fuerzas a admitirlo, dependiendo de la fuerza del miedo social. Pero esa identidad cruzada está ahí, estructurando toda su personalidad.  

Generalmente, el período de negación empieza a terminar cuando la persona es ya suficientemente mayor como para afirmarse frente a las convenciones sociales. No suele ser de golpe, sino mediante un lento despertar, a veces muy doloroso.  

El despertar puede ocurrir a los veinte, treinta, cuarenta, incluso más años. Por eso carece de sentido considerarse superior, por parte de las personas que han hecho su transición antes, a las personas que han tardado todos estos años en despertar.  

Lo que sí suele ocurrir es que, cuando por fin cambian, esta transición suele ser apacible y segura. Es como encontrarse consigo misma o consigo mismo, con la criatura que una vez fue, y reemprender el camino.  

También me parece que en este grupo debe de ser más frecuente, después de haber superado la negación de la identidad cruzada, tender a afirmarla de una manera muy intensa y polémica. Debe de ser más frecuente la afirmación "soy una mujer como otra cualquiera o un hombre como otro cualquiera", la pretensión de ser vista entera y simplemente como una mujer o un hombre, el afán por eliminar los rastros de la vida anterior, porque nadie lo sepa, por alejarse incluso físicamente de ella yendo a vivir lejos, etcétera.  

Quiero decir que en ese caso se equivocan. Identidad es sentimiento, no realidad, como decía al principio, y nuestra realidad, en todos los casos, es una naturaleza ambigua, más o menos intersexual, en la que, para alcanzar el pleno equilibrio, hay que respetar tanto sus elementos masculinos como femeninos.  

Si puedo, la próxima semana explicaré cómo transcurre la transición de las personas que hemos formado primero una identidad lineal y después experimentado la disforia. La primera, recordemos que según Köhlberg es irreversible, lo que explica la particular tensión que hay en nuestras vidas entre dos identidades.  

Kim Pérez 03-11-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                           Disforia genital o Skopzic syndrome

 

Entre las pocas personas disfóricas que existimos, hay un grupo todavía más pequeño que no somos propiamente disfóricas de género, sino disfóricas genitales, como yo nos llamo.  

La esencia de la cuestión se puede entender bien: una persona disfórica de género no se ajusta al género que se le atribuye, es decir, a una construcción cultural relacionada con el sexo (roles, actitudes, socialización) ni a sus símbolos, especialmente la ropa. Por tanto, lo que quiere cambiar es sobre todo su género. Y eso es compatible con cierta indiferencia por los hechos propiamente sexuales, como los genitales.  

Una persona disfórica genital, en cambio, siente sobre todo que no se ajusta con sus genitales, por la razón que sea, y por tanto lo que quiere cambiar más que nada, son sus genitales. Y eso es compatible con cierta indiferencia por los hechos de género, como los roles, las actitudes, la socialización, o sus símbolos como la ropa.  

Los anglosajones, americanos e ingleses, que nos llevan algún decenio de ventaja en el conocimiento de los hechos disfóricos o trans, se han dado cuenta de que este segundo subgrupo existe, que es real, y lo han llamado "Skoptic syndrome" (se puede buscar en Wikipedia) Yo prefiero llamarlo, como he dicho, disforia genital, por las razones que voy a explicar.  

Skoptic syndrome, o síndrome escóptico, que resulta un nombre bastante apabullante, son palabras que han sido elegidas muy discutiblemente. Síndrome lleva directamente a un problema médico. Skoptic, por su parte, viene de los Skopzy, una secta rusa cuyos integrantes se castraban voluntariamente, más que por deseo de castración, por ansias de salvación, para sobreponerse a los pecados de la carne.  

Aceptando de momento el nombre de síndrome escóptico, se aplicaría con la mayor exactitud a varones que conservan su identidad masculina pero que ansían la castración.  

Seguro que los hay y que por eso, para entenderlos, para poder hablar de ellos, lo primero es darles un nombre. Al fin y al cabo, la ciencia avanza formando nuevos conceptos y cada  uno de ellos requiere un nombre.  

Sólo que yo creo que es más conveniente formar el concepto y el nombre de disforia genital.  

Analicemos por qué digo no al nombre anglosajón y por qué propongo este otro. Síndrome se define como "cortejo sintomático de patologías poco definidas", es decir, como una serie de síntomas con valor patológico y que requieren intervención médica. En este caso, el síntoma sería el deseo de castración, por parte de alguien que no la necesita y la intervención médica sería la del cirujano o la del psiquiatra, alternativamente. Escóptico, relacionado con los Skopzy, no correspondería a la realidad, según lo que he dicho antes.  

Disforia, por su parte, es un sentimiento de disgusto. Sería patológico, si no estuviera justificado, y lógico, si lo estuviera, y no patológico. Por mi parte supongo que la disforia procede muchas veces de situaciones de hipo- o hiperandrogenia, que no pueden ser consideradas como patológicas, sino como variantes individuales dentro de la gama de la impregnación endocrina prenatal.  

En los casos que estamos considerando, si la hipoandrogenia (cerebral) llevara a un desajuste, disgusto o inadaptación con las conductas de género androgénicas, tendríamos una disforia de género. Algo natural y normal.  

Si la hipoandrogenia (cerebral) llevara a un desajuste, disgusto o inadaptación con la conducta genital, tendríamos una disforia genital. Algo también normal y natural.  

La cuestión se plantea en las salidas médicas (hormonación, reasignación genital) de las disforias de género y genital. Hasta ahora se aplican porque son las únicas conocidas para superar el sentimiemto de desajuste, disgusto o inadaptación.  

Pero cabe esperar que la evolución de nuestra cultura permita en un futuro ya inmediato otras salidas.  

En particular, la concepción no binarista de la sexualidad, al admitir que existen varones, mujeres e intersexos, lo que es una realidad biológica, ayudará a que una persona que se siente desajustada, disgustada o inadaptada con uno de los dos géneros o sexos que hasta ahora concebimos, no se sienta obligada a considerarse dentro del otro género o sexo conceptuales, sino para que busque soluciones intermedias.  

Es decir. Pienso que no hay sólo hombres y mujeres. Tampoco hay sólo intersexos (en eso me diferencio del movimiento "Ni hombres ni mujeres", como norma general) A mi entender, hay hombres, mujeres e intersexos. Más exactamente, hay hombres a los que les gusta ser hombres, mujeres a las que les gusta ser mujeres, e intersexos a quienes nos gustaría ser intersexos, si aprendiéramos a serlo.  

Me parece que hay algunas trans, no muchas, que somos disfóricas genitales. Cuando hacemos una transición de género, nos encontramos con sorpresa que tampoco nos ajustamos del todo (aunque nos ajustemos mejor)  

Incluso podemos recuperar una parte de la identidad masculina. Que no cunda el pánico. La disforia subsiste, porque recuperamos la identidad de género, pero no la genital.  

¿Será posible, en ese futuro que ya se ve ahí mismo, que la disforia genital, expresada en términos de intersexualidad reconocida, no requiera tampoco la salida quirúrgica? ¿Que se acepte, por ejemplo, un hecho tan simple como la pasividad sexual, una de las modalidades básicas de la experiencia homosexual, extendida también a las relaciones heterosexuales, un intersexo pasivo que se relaciona simplemente con quien le ame y le desee?  

Kim Pérez 27-10-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                             Muchachas Trans

 

 Somos la generación trans que ha conseguido las conquistas legales que más necesitábamos. Ha pasado un lapso increíblemente corto de tiempo entre la falta total de derechos y la casi plenitud actual, pero ya vemos crecer alrededor nuestro a la siguiente generación, que va a vivir sobre lo que hemos conseguido.  

Las iba a llamar nuestras hijas trans, pero es mejor dejarlas en sobrinas, porque tienen padres, desde luego, y una de las mejores cosas que hemos conseguido es cambiar la actitud de muchos padres de trans.  

Yo estoy muy orgullosa, en particular, de un momento en el que estuvimos comiendo en un restaurante, hace relativamente poco, los padres de una trans y los de otra, las dos muchachas y yo.  

Me daba cuenta de que sólo unos años antes, tal comida hubiera sido imposible. ¿Padres y madres, presentes con naturalidad para hablar de sus hijas? ¿Comiendo públicamente conmigo, transexual notoria?  

También, hace unos años que he compartido amistad, meriendas en su casa y hasta comidas en un chino con los padres de una trans, ella y nuestras amigas.  

Y hace un poco más que mantuve amistad por teléfono con la madre de otra joven trans, a quien conocí en Madrid, en un encuentro, y fui testigo, a través del hilo, de la transformación y emancipación de su hija.  

En general, la constante de estas historias es la misma: presencia de los padres junto a las hijas en sus transiciones, comprensión y ayuda. Cuando pensamos en las dramáticas historias que ha vivido y vive nuestra generación, nos damos cuenta de los resultados que hemos conseguido, porque este cambio radical de actitud es obra nuestra.  

(No es que seamos las únicas autoras de estos cambios; son parte del tránsito de una cultura autoritaria a una democrática, hablando en general, pero en particular, en el terreno de las y los trans, ha sido necesaria nuestra presencia; si no hubiéramos estado aquí de la manera en que hemos estado, seríamos una sociedad democrática, pero transhomófoba, como ha habido muchas; porque también estoy convencida de que mucho de lo que han conseguido los homosexuales, lo han conseguido con nosotras como vanguardia. ¡Desde Stonewall!)   

Pero, con los ojos abiertos, veo que hay mucho todavía que hacer, y ahora se lo tengo que decir a esas sobrinas nuestras, de la nueva generación. ¡Esto lo tenéis que hacer vosotras!  

Porque muchas de vosotras seguís estando incómodas y hasta siendo desgraciadas, de una manera que para nosotras es inconcebible.  

Habéis hecho vuestra transición muy jóvenes, vuestros rasgos no habían madurado, de modo que por fuera sois casi mujeres como otra cualquiera (ya sabéis que esta frase la digo con intención) Por otra parte, habéis contado con la ayuda constante de vuestros padres, conscientes incluso de que necesitabais más atención que vuestros hermanos. Y habéis podido seguir vuestros estudios, ya en el otro lado, y tener amigas y amigos, que a veces saben lo vuestro y para ellas y ellos es algo normal, superando por ejemplo la horrible soledad que viví en este aspecto.  

¿Entonces? Se puede decir que entre todos os hemos puesto en la puerta de la vida sin casi sufrimientos. ¿Por qué, al atravesarla, seguís sufriendo por vuestra condición de trans?  

Me doy cuenta de que es por un hecho cultural, que por tanto se puede transformar: por la dichosa frase de que "soy una mujer como otra cualquiera". ¡Es que no lo sois! ¡Sois trans, una realidad distinta, con inconvenientes y ventajas que no tiene una mujer como otra cualquiera! Podéis ser atractivas, pero de otra forma, más ambigua, con un punto de camaradería, más descansada, más vuestra.  

No queréis ni decir que sois trans. Muchachas, como si eso fuese algo vergonzoso, cuando es el símbolo de vuestra vida, de vuestra lucha y de vuestra valentía. Pero al decir que no sois trans, os salís de la realidad.  

Sois trans, no hombres, no mujeres, ésta es la realidad, y la realidad merece respeto para no darse calamonazos contra ella, como me los daría si niego la realidad de esta pared que tengo delante y que la puerta está más allá.  

De esa dichosa frase viene la convicción de que, por ejemplo, no tenéis que decirles a vuestros amigos que sois trans, para que os traten como a  otra muchacha cualquiera, y vuestro nerviosismo mientras se lo creen y vuestra indignación porque, cuando lo sepan, se sientan engañados y os traten como a mentirosas. ¿Porque, qué es lo que habéis hecho, sino mentir o por lo menos no decir la verdad?  

También viene de ahí una especie de indignación metafísica contra vuestra condición, sin ver las ventajas que de hecho tenéis. "¡Es que soy una desgraciada por ser trans!" No; lo eres por no saber vivir como trans. ¡Apréndelo, ahora que puedes serlo con naturalidad!  

Puede ser que sueñes con ser artista o modelo, proyectando en el infinito tu imagen como la Mujer con Mayúsculas, admirada y cumplimentada. No, tampoco. La mayoría de las adolescentes genéticas que tienen ese sueño, que es desde luego uno de los más femeninos de los nuestros, porque expresa la necesidad de ser querida, aprenden a sustituir su ansia de ser una Mujer con Mayúsculas (irreal) por la realidad de ser una mujer con minúsculas, ella misma, y entonces es cuando aprenden a  vivir su propia vida, personal, y esperar ser queridas por lo que son, no por una Imagen con Mayúscula, un Sueño que no corresponde, en nadie, a la Realidad.  

Puede ser que alguien llegue a quereros. Es más difícil todavía que para una mujer genética, pero quien os quiera os querrá por lo que sois y como sois, no por vuestras fantasías. Quien me quiere (aunque sea como amigo) me quiere por lo que soy, y de eso me siento orgullosa.  

Por otra parte, es cierto. No sois las únicas que hoy tenéis que aprender algo. El mundo en que vivís, especialmente el de los amores y el sexo, es horrible. A mí me daría miedo ser ahora joven y tener que salir a la calle. Especialmente, muchos de los muchachos son una mezcla espantosa entre ser inmaduros y depredadores. Los más educados y respetuosos muestran de pronto un egoísmo que abruma.  

La causa de esto está clara, pero es preciso saber mucho de la vida para comprenderla. Nuestro sistema de educación es permisivo y eso significa que no distingue que en todo ser humano hay tendencias buenas y tendencias malas, y que es preciso que aprenda a vivir las buenas y a contener las malas.  

Como he sido profesora, soy testigo de que nuestro sistema de educación no enseña jamás que en cada ser humano está el mal también, ni a  mirarlo cara a cara. No se enseña que en nosotros está la mentira, y que hace falta decir la verdad. Que está el egoísmo, y que hace falta respetar. Etcétera.  

Había muchachos serios, responsables, respetuosos. Buenos. (De derechas o de izquierdas) Quedan menos. Así, no de otros tiempos, sino de éstos, salen a las calles muchachitos jactanciosos, prepotentes, mentirosos, egoístas, cobardes. Si una trans se los encuentra en su camino, que tenga cuidado. Si ella ha aprendido también a ser mentirosa y egoísta (no somos cobardes), el choque entre dos mentiras y dos egoísmos puede ser tremendo.  

¿Qué es lo que se puede hacer? Pues aprender de la vida. Ahora, para eso es preciso ir poniendo las ideas en orden y ser capaz de darle un nombre a cada cosa. Eso es lo que trato de hacer en este comentario.  

Kim Pérez 20-10-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                   España mira a la Argentina

 

 

Me encuentro con Lohana Berkins en Granada. Es llena, confortante, grandes pechos matronales, viste un vestido negro escotado (en mi honor, dice) Un minuto de presencia física hace más para sentir que una persona está en tu vida, que años de relación virtual, aunque las videoconferencias invadan la memoria. 

No, es cuestión de sentir el calor de la persona, su voz, la expresión de sus ojos minuciosamente percibida.  

Coincidimos en todo. Me impresiona que no se considere ni hombre ni tampoco mujer, como yo, pero especialmente que la mayor parte de las trans en Argentina digan que son así, que se despreocupen de los detalles, que desafíen las convenciones. 

O sea que yo, que me siento bastante sola aquí, diciendo lo que digo, allí estaría acompañada a tope, entre compañeras a las que entiendo y que me entenderían. 

Le digo también que comulgo fervorosamente con el nombre de travesti, que aquí hemos querido olvidar. Han sido dos procesos distintos: aquí hemos usado, primero, para todas y todos el nombre trans, lo que está bastante bien, pero ahora usamos el de mujer u hombre, a secas, o el de mujer u hombre transexual, que a mí ya no me pega. 

Allí han decidido usar para todas el nombre de travesti, y para todos, todas son travestis. Esto me gusta más. Fue el primer nombre que supe darme, cuando Coccinelle, en los sesentas, aun habiéndose operado, lo usaba. Y en masculino: "los bellos travestis del Carrousel". 

Bueno, está claro que para los trans no sirve lo de travesti. Supongo que les llamarán trans -que también me parece bien- o transexuales masculinos. Está bien. 

La Argentina está lejos todavía de nuestras leyes, y en la actitud social, apenas empiezan por lo más elemental, pero nosotras estamos a años luz detrás de ellas en comprensión, en discurso sobre el hecho transexual.  

Lo que cada vez me opongo más rotundamente es a la frase que cada vez se oye más aquí del "soy una mujer como otra cualquiera".  El sentido común dice que no, que no somos mujeres como otras cualesquiera, aunque sólo sea porque nuestra vida no es como la de otra mujer cualquiera, ni mucho menos. 

Es más sano reconocer -¡es de sentido común!- que nunca lo hemos sido y que nunca lo seremos y yo, más bien, me alegro de eso. Mi orgullo está en que no soy una mujer como otra cualquiera, más bien soy una trans como otra cualquiera, o un travesti, si se tercia, como otro cualquiera. 

Lo más crudo es comprender la razón por la que aquí pensamos así y allá piensan de otra forma. Es preciso irse a la teoría social en general, aplicarnos, para entendernos, los mismos métodos que se aplican para entender el conjunto de la sociedad. 

Nuestra posición es conservadora, usa lo ya establecido, no innova nada. Hay hombres, hay mujeres, y yo si no soy hombre, seré mujer. ¿Habrá algo más conservador? 

¿Por qué somos una sociedad conservadora? Porque tenemos -o teníamos, hasta la crisis- un bienestar que tiende a hacernos pequeño-burgueses, señoritos, como decimos en Andalucía, que es otra manera de decir hijos de papá. 

Somos de derechas en realidad, o cerrados, aunque creamos que somos de izquierdas, o abiertos. Pretendemos sobre todo la respetabilidad, el acomodo, la integración. Le tememos en realidad al desafío, la creatividad, nos horroriza tener que crear nuestra imagen personal, esa mezcla de cualidades hermosísimas que son específicamente nuestras. Por eso decimos que somos mujeres como otras cualesquiera, nos falta decir que somos señoras como otras cualesquiera. El cualquiera es la clave: como todas, del montón, renunciando a nuestra originariedad, a nuestra singularidad, a nuestra diferencia. 

Todo esto tengo la impresión de que lo decimos a la vez Lohana y yo, no discutimos, completamos lo que la otra empieza a decir. 

Ella menciona la palabra comunidad, que me emociona cuando yo la he vivido aquí, porque era muy hermosa. Ahora aquí ya no existe, y por eso en cuanto arreglamos nuestros cuatro asuntos personales nos vamos cada cual por nuestro lado, a vivir nuestras vidas personales y separadas. 

Es verdad, es fácil sentir la comunidad cuando la vida fuera es dura, y es difícil cuando no hay problema. Es incluso demasiado fácil cuando la prostitución es el único modo de  vida y salir a las veredas -las aceras- de noche es tan valiente, que sabes que tienes muchas posibilidades de morir antes de los 30. 

Así están las cosas en la Argentina, aunque van mejorando desde hace un año, y así no son aquí. Desde luego, tenemos motivos para alegrarnos de que las cosas sean aquí como son y para desearles que pronto sean allí como aquí. 

Pero una travesti, una trans, un trans, somos rompedores por naturaleza, como los izquierdistas, como los radicales. No ajustamos con las mayorías y eso es  una suerte. Lo único que necesitamos para eso es decirnos la verdad a nosotros mismos. En cuanto nos la digamos, nos sentiremos con dificultades, aunque sean más suaves, y eso es buenísimo.  

Nuestra comunidad se formará con naturalidad. No seremos como otra persona cualquiera, es decir, como la mayoría, heteros sin disforia, sin cuestiones de identidad, pero sin esa dulce compañía que da el tener disforia, problemas de identidad, y compartir la voluntad de salir adelante. 

Kim Pérez 13-10-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                 Menores y Domenico di Ceglie

 

 

El extraño proyecto que ha generado ya una rarísima unanimidad parlamentaria para reformar nuestra Ley de Identidad de Género, tiene otra dimensión muy sensible de la que tampoco me fío.  

Se refiere a los menores de edad. Nada más decir estas palabras, cualquiera que conozca su deber, debe prestar atención.  

Se está hablando, todavía vagamente como es natural, de adelantar hasta los 16 años la aplicación de las previsiones de la ley, relativa al cambio de sexo legal, recuerdo, lo que puede suponer la autorización de un tratamiento hormonal cruzado y  la cirugía de reasignación de sexo antes de la mayoría de edad.  

Tengo que decir, aunque sorprenda a primera vista, que me opondré con todas mis fuerzas a lo uno y lo otro. Y recordaré que yo he sido menor y he tenido graves conflictos de identidad , de modo que sé de lo que hablo.  

El argumento que puede que se use para autorizar el cambio legal de sexo y, en su caso, el tratamiento hormonal cruzado y la reasignación de sexo, puede estar en favorecer su integración en el  medio escolar, evitando acosos y sufrimientos, y en favorecer el cambio antes de que se consolien los rasgos secundarios del sexo de origen de modo que su integración futura en el medio social en general sea prácticamente perfecta.  

Es natural estar de acuerdo con estos propósitos; pero los medios tienen que ser muy diferentes.  

Explicaré la situación. Para hacerlo, me valdré de una conferencia del Doctor Domenico di Ceglie, italiano especializado en la atención a menores  con variantes de identidad de género, que trabaja en Londres. Tuve la suerte de oírle en el Coloquio Transiti, de Bolonia, en 2000, y allí estaba también mi amiga Beatriz Espejo.  

El Doctor Di Ceglie refiró su experiencia con un adolescente que evidenciaba una fuerte variante de identidad. Se decidió aplicarle un tratamiento hormonal de detención de la pubertad (los hay) y favorecer su integración escolar mediante el cambio de ropas y de nombre, supongo que con el consentimiento de las autoridades escolares.  

Las decisiones dieron un resultado perfecto. El (ahora se verá por qué no digo la) adolescente culminó sin problemas sus estudios secundarios, se dispuso a pasar a la Universidad al mismo tiempo que llegaba a los dieciocho años, y en aquel momento, dio las gracias y dijo que ya no le interesaba cambiar de sexo.  

Esta historia es posible por la extrema fluidez de las experiencias durante la niñez y la adolescencia. Estas edades son de formación, y por tanto no hay en ellas posiciones definitivas. Se trata de aprender, a cada momento, sobre el mundo y sobre sí, y de revisar las posiciones anteriores, y los niños y adolescentes lo hacen con toda naturalidad.  

También lo hacemos y lo debemos hacer los adultos, pero con mucha mayor rigidez, debido a que nos afianzamos en  determinadas posiciones que se convierten en nuestra personalidad, y nos cuesta más cambiarlas aunque  veamos con toda claridad que es lo realista y necesario  

Por eso, es completamente lógico que al  hablar de niños y adolescentes se evite definirlos como transexuales u homosexuales y se prefiera hablar de variantes de género o de orientación. Adjudicarles una etiqueta más definida representa no conocer por una parte la realidad de la situación y por otra, fijar en su conciencia algo que no está fijado. Se debe, por el contrario, explicarles por qué se les aplica este nombre provisional y por qué son libres para cambiar de posición cuando lo vean conveniente.  

Se trata de poner en práctica, por parte de los adultos, el siguiente procedimiento: seguir respetuosamente el proceso personal de los niños y adolescentes variantes de género u orientación;  no prejuzgar nada; no forzarles a que sigan ningún camino, sino abrir ante ellos puertas alternativas que pasarán o no; y apartar los obstáculos que puedan hacerles daño.  

En este último punto es donde se insertan las verdaderas medidas para favorecer su integración escolar y social en general a las que antes me refería.  

En España, por ejemplo, se puede conseguir fácilmente que la dirección de un colegio o instituto a la que se le pida, acepte que en las listas de clase el alumno figure con un nombre alternativo, aunque en las listas oficiales, de uso interno, figure con su nombre oficial. Sé que es fácil, porque personalmente lo he conseguido, para una adolescente, incluso con el visto bueno de la Inspección de Educación competente. Pero es cierto que, hasta ahora, tal decisión depende de la buena voluntad de la dirección o de la administración educativa.  

Para los casos en que esa buena voluntad falte, es conveniente que exista una disposición que generalice la aplicación de esa práctica, convertida en norma. Es posible, no lo sé, que convenga que esta norma esté recogida por la Ley y que, en este punto, convenga reformar la Ley de Identidad de Género.  

Pero se habrá deducido que soy partidaria de que cualquier cambio legal del nombre de los niños y adolescentes sea fácilmente reversible si cambian las circunstancias, y dentro de los límites de sentido común que corresponden a la seguridad jurídica.  

En cuanto a los tratamientos hormonales, recuerdo que para esas edades existen unos tratamientos de detención de la pubertad, que son una alternativa a los tratamientos androgénicos o estrogénicos que se aplican en la edad adulta. Los rasgos secundarios del sexo no se desarrollan, y permiten así llegar a los dieciocho años, sin agobios, para tomar una decisión.  

No creo que estos tratamientos de detención de la pubertad estén contemplados ahora por ninguna previsión legal en España, y convendría que lo estuvieran desde luego.  

En cambio, me opongo rotundamente a cualquier tratamiento irreversible y sobre todo a cualquier forma de cirugía de reasignación de sexo, sobre los caracteres primarios o secundarios, antes de los dieciocho años, lo digo para que se sepa.  

Lo digo en nombre de la extrema fluidez de las actitudes de género durante la niñez y la adolescencia. Con facilidad, un niño o un adolescente que ahora mismo cree saber con total seguridad lo que pretende, dentro de unos años podría sentirse mutilado o mutilada por la cirugía.  

Espero, y si no lo recordaré, que cuando se discutan estos asuntos se recuerden las experiencias del Doctor Domenico di Ceglie y el adolescente a quien trató, tan acertadamente.

Kim Pérez 06-10-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                          Que no nos toquen nuestra Ley

 

El PNV, un partido de derechas, ha dicho que apoya una reforma de la Ley de Identidad de Género. El PP también lo ha dicho.  

La intención de estudio de la reforma se ha aprobado por unanimidad.  

Se trata de que no sea preciso hormonarse para tener el derecho al cambio legal de nombre y de sexo.  

El PNV incluso justifica esa posición: "Es lo más coherente con la filosofía de la ley". Habla del sexo psicosocial, y nada más.  

¡Qué raro! El PP reconoce que no hay una demanda de los colectivos interesados. O sea, no lo hemos pedido y los partidos de derechas están corriendo para darnos más de lo que hemos pedido. 

El PP dice también, como señalando un problema: "¿Qué cambio se ha producido en la sociedad para cambiar una ley que fue aprobada hace sólo un año?" Pero, contradiciéndose, van de buena gana a reformarla, y no para recortarla , sino  para ampliarla a tope. ¡Qué raro!  

También está ERC, izquierda nacionalista, en el mismo rollo. ¿E IU, dónde está, por qué se ha sumado? Tengo que hablar con ellos. ¿Y Rosa Díez? Sólo el PSOE, autor de la Ley, acepta que se discuta, aunque con un tono poco convencido ¿Pero por qué lo acepta, entonces?  

No me fío. Me parece que alguien ha tenido una inmensa capacidad de convicción, pero el tiro le ha salido por la culata; que los que hayan  propuesto esta ley van por un lado y los partidos de derecha van por otro, aprovechando la oportunidad que se les presenta.  

Seguramente piensan que si se hiciera así, nos encontraríamos en el futuro con un montón de problemas de sentido común. Personas nacidas varones afirman que se sienten mujeres, y sólo por eso se les reconoce legalmente la condición plena de mujeres, pero no probarían la seriedad de su reclamación ni por una hormonación ni por una cirugía parcial o total, ni querrían emprender nada de eso.  

Esta posibilidad de no hormonación existe en la Ley ya para casos en que razones de salud impidan realizarla, y está bien. Tengo en la mente además a  un amigo que nos demostró suficientemente que no podía y cuya seriedad y sinceridad eran palpables.  

Pero el proyecto de reforma de la Ley generalizaría, y sin presentar razones, esta excepción. Ningún cambio objetivo, subjetividad plena; eso es lo que yo siento, o lo que deseo, punto. Déme usted los papeles. Y el Estado va y los da.  

Voy a hacer una salvedad; he pensado que esos partidos de derechas puede que piensen, en términos cristianos: "Es que la Ley no debe favorecer actos contra natura como la hormonación o la extirpación de los genitales, y si aprobamos esto, conseguiremos que nadie se sienta obligado por la ley a hormonarse".  

Puede ser, ojalá fuera verdad tanta buena fe, pero  parte de una concepción errónea de lo que es contra natura y lo que es secundum natura; (yo no he ido contra la naturaleza; en mi naturaleza había un conflicto y yo lo he arreglado)  

Pero me temo que ni siquiera esto. El PNV, un partido cristiano, ha mencionado, no esta filosofía, sino la de un movimiento radical de izquierdas, la teoría queer en estado puro (yo soy queer, pero de otra manera)  

Ha dicho que el cambio de nombre, en realidad de sexo legal "debe pivotar sobre el sexo psicosocial y no en torno al físico". Yo alucino; ¿un partido cristiano, usando el lenguaje y los conceptos  radicales? (Y no por ser más radical se tiene más razón, que muchas veces está "en el justo medio")  

De nuevo, mi comentario es: ¡qué raro!  

Me pongo a cavilar y pienso que a lo mejor me eqivoco,  pero mi deber es avisar de un peligro que puede haber contra los y las transexuales. Supongo que todo esto puede ser maquiavélico, por parte de quienes lo han propuesto, fuera de las Cortes, y por parte de quienes lo han secundado, en las Cortes. Maquiavelo pretendía que el fin justifica los medios. Pues bien, los fines de unos y otros pueden ser los que ahora veremos, pero los medios somos los y las transexuales, es decir, parece que se trata de manejarnos  o de usarnos para llegar a ciertos fines que no son los nuestros. Ya ha reconocido el PP que saben que esto no es una demanda de nuestros colectivos. ¿Entonces de quién es, a qué fines sirve fingir una atención por los y las transexuales que no corresponde con lo que necesitamos?  

Por parte de los partidos de derechas, tan inesperada amabilidad, no solicitada, sería la que oculta una manzana envenenada. Puede ser que  piensen que, bajo tal cobertura, pueden conseguir unas intenciones más verosímiles, que serían dejar que surjan problemas, que se multipliquen los escándalos, porque los habría ante hombres enteros y pateros reconocidos plenamente como mujeres, para que se produzca un clamor popular que ponga en cuestión la entera Ley de Identidad de Género y los derechos que hemos conseguido las personas transexuales.  

Pero si no lo pensaran ahora así, y yo me estoy pasando de desconfiada, llegado el momento, producidos esos escándalos, agrandados por los medios sensacionalistas, y ellos con una mayoría absoluta, se les ocurriría entonces y lo harían. Echarían a la opinión pública contra nosotros.  

Tiene razón el PNV cuando dice que esto es respetar el sexo que se siente; el sexo que llama psicosocial, usando la llamada ideología de género. Pero lo que pretende es separar por completo el sexo psicosocial del sexo físico y las personas transexuales decimos precisamente que eso no es así; que el sexo psicosocial manda y que eso se refleja precisamente en el sexo físico, de una manera u otra, pero no deja que el sexo físico siga enteramente por libre, como si fuéramos dos personas.  

No tiene razón tampoco cuando dice que así se sigue más coherentemente el espíritu de la ley; no es ésta la filosofía de la ley, que ha buscado precisamente un equilibrio entre subjetividad y objetividad. Se trata de una ley equilibrada; esa intención la desequilibra.  

La intención de la reforma es probablemente  aplicar la teoría de género o la teoría queer, aprovechando la ley que existe para los y las trans. Pero estas teorías son teorías, que se pueden discutir y revisar, y las y los trans somos un hecho, y unas personas que podemos analizar lo que nos conviene.  

Soy muy partidaria, por mi parte, de la teoría queer, pero por ejemplo mis interpretaciones son distintas de las que aquí van implícitas. Y puedo discutirlas a fondo. Estoy en contra del binarismo sexual, creo que se deben reconocer las situaciones intermedias entre A y B, pero también reconozco que existe A y B. Si a alguien que es plenamente B, se le llama plenamente A, esto no funcionará.  

La Ley de Identidad de Género está hecha para personas que hemos necesitado acercarnos físicamente a A y alejarnos de B. Si se piensa en un hecho más radical, en el que no haya huella corporal del paso de A a B, que todo A pueda ser reconocido como B, entonces se quiere una interpretación particular y discutible de la teoría de género o la teoría queer.  

Una ley que siga esa interpretación, distinta de la mía, o distinta de la de otra personas, puede pretender la abolición del género, mediante la fluencia de los géneros. Que nadie pueda decir "soy hombre" o "soy mujer", porque esos conceptos hayan dejado de contar en la práctica. Para que se me entienda, yo soy partidaria de la realidad: que hay hombres, hay mujeres (incluso hombres y mujeres transexuales) y hay personas intermedias como yo. Pero para resolver cuál es mi situación social, no necesito convertir a todos los demás en un puré homogéneo.  

Menos soy partidaria de que la experiencia trans, que es muy concreta, pero muy variablemente interpretable, sea puesta al servicio de una opción teórica o política. Que la teoría y la política se ponen a nuestro servicio, es lo natural. Pero que alguien intente manejarnos no lo es.  

En este proyecto, es curioso que se pierden de vista las necesidades específicas de las personas trans. No se valora la necesidad de un cambio corporal, mayor o menor, ni se apremia a la Seguridad Social, en cuanto a asistencia psicológica, endocrina o quirúrgica, en sus varios planos, que es lo que las personas transexuales estamos requiriendo de verdad. Todo lo que se plantea es sentimiento-cambio de papeles.  

También se puede temer que, por parte de algunos haya otro equívoco. Si todo puede culminar de una manera tan sencilla, si podéis tener el cambio legal de sexo, ¿qué hacéis planteándoos la hormonación, con sus grandes consecuencias, o diversas formas de cirugía, el apoyo psicológico para emprender tan grandes cambios, por qué decís que os es necesario todo ello, por qué reclamáis la Seguridad Social? Si fuera así, curiosa demostración de lo que es pensar en la transexualidad desde fuera y no desde dentro.  

Espero que la actitud del PSOE sea la que está siendo: abierto a discutir, eso siempre es sano, pero también a recordar, entender y defender su propia Ley. Me temo que en él haya en este punto dos almas, la realista y la radical, por lo que tendrá que resolver primero su propia división teórica. Espero también que hablemos con IU, y que les expongamos lo que está en juego, haciéndoles conscientes de su apoyo histórico a las personas transexuales; también hablaremos con ERC, con CiU, con CC y con Rosa Díez , en el mismo sentido; y con el PNV, con el PP, para decirles que hemos visto su extraño juego y, si tengo razón, que no hagan maquiavelismo a nuestra costa y obedezcan de una vez a sus principios cristianos.  

Espero que, al cabo del año que se han dado, haya una unanimidad de los partidos, pero completamente distinta de la actual.  

Kim Pérez 29-09-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                   Materia y Transexualidad

 

No, no se preocupe nadie, no voy a usar pantalones.  

He tenido que guardar un  par de antesalas, y en ellas he vuelto a ver con calma a algunos hombres, que me parecen casi todos feos, y no quiero ser como ellos.  

Me daba cuenta de que la falda formaba mi última  barrera de seguridad, y  sentía protegida mi identidad tras ella.  

Aunque por mí misma, a solas, en una isla desierta, me hubiera puesto cargadores de faena, que me hubieran hecho sentirme ágil, insolente, y con esa pizca de dureza que sí me gusta.  

Pero no en sociedad. Entre otras personas, si me pongo pantalones, paso a ser directamente un hombre, inequívoco, y yo necesito que se sepa que hay un  equívoco, porque es en el equívoco de la ambigüedad donde vivo.  

Lo de las antesalas es porque he tenido que hacerme una intervencioncilla, no me atrevo a llamarla operación, pero con anestesia general, eso sí; me han quitado dos pólipos que se me habían formado en el colon.  

Ha salido todo muy bien, he salido sobre todo instantáneamente de la anestesia, con plena lucidez, pero he tenido mucho miedo, durante meses o semanas, desde que supe que tenía que pasar por esto.  

Naturalmente, no soy una novata del quirófano. Lo que más me angustiaba, era el miedo a despertarme sintiendo que no tenía control sobre mi cuerpo ni plena conciencia de esa situación pasajera. Hablando con una querida amiga, me confirmó que eso le pasó una vez y que fue angustioso.  

Ya me ha pasado un par de veces, incluso durmiendo en mi cama tranquilamente; es angustioso de verdad.  

Tuve tiempo, durante los meses precedentes, de pensar en ello. Llegué a la conclusión de que es el miedo a que la conciencia tenga menos fuerza que la materia. Mi pensamiento, impotente frente a otras fuerzas que lo rodean.  

Esto es lo más humano: Mi conciencia quiere dominar sus circunstancias, no ser dominada por ellas.  

Y de pronto, al llegar aquí, pensé que ésta es justamente una definición de transexual: persona que quiere dominar sus circunstancias sexuales, no ser dominada por ellas.  

No obedecer lo que aparentemente es nuestro destino material, si ese destino, por la razón que fuere, nos parece inaceptable.  

Romper claustrofóbicamente con la aparente ley que nos manda: "¡Tu cuerpo es así! ¡Tú tienes que ser así!"  

Responder: "¡No! ¡Mi mente es como es! ¡Yo quiero ser como es mi mente, no mi cuerpo!"

Todo ello es, por lo que he explicado, majestuosamente humano. Las criticadas personas transexuales somos un modelo de humanidad y a veces he sentido, cuando alguna persona hetero me ha felicitado por haber tomado mis resoluciones, que intuía confusamente todo esto.  

Que el ser humano debe mantenerse en rebelión permanente contra la materia.  

Leo continuamente la novela de Robert Graves "Rey Jesús". En ella, este historiador que convirtió sus hipótesis en novelas (y murió en Mallorca, la isla donde empezó mi vida) interpreta a Jesús Nazareno mucho más radicalmente que cualquier iglesia. Y no sin razones.  

Interpreta, para empezar, que Jesús Nazareno pretendía ser el Rey dinástico de los Judíos, el sucesor legítimo de Herodes. Y lo argumenta.  

Pero sobre todo, interpreta el mensaje básico de ese Rey de los Judíos como una llamada a la liberación de la conciencia frente al dominio de la materia. Es la materia que nos domina la que nos lleva a la muerte. Es la materia la que nos mantiene en este círculo de dependencia.  

Robert Graves piensa que Jesús  entendió que venía para luchar contra esta fuerza de la materia, a la que llama la Hembra; yo prefiero decir, la Diosa. Mientras el eros nos domine, dependeremos de la Diosa, que nos lleva a la muerte.  

Por eso, para Jesús no había más opción personal que la castidad, la esterilidad.  

¿Y hasta cuándo durará el dominio de la materia sobre la conciencia?  

Robert Graves pone en los labios de Jesús unas tremendas frases de un Evangelio apócrifo, que tienen que ver con nosotras de manera indirecta: El dominio de la Hembra (o la Diosa), es decir, el deseo, la muerte, continuará mientras haya hombres y mujeres, o mientras el hombre no sea como la mujer ni la mujer como el hombre...  

Kim Pérez 22-09-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                    Belleza de lo ambiguo

 

 

Hace diecisiete años que empecé mi transición, quince desde que ya fue decidida y continua, y en este tiempo se han producido cambios en mis sentimientos que voy a explicar por si le son útiles a alguien.  

Mi punto de partida fue una situación obsesiva de deseo de ser mujer, obsesiva literalmente. 

La frustración de mi disforia era radical, porque había renunciado a mis sentimientos dieciocho años antes, y la consecuencia era que los vivía nada más que en sueños. Escribía relatos sobre transexualidad y lo hacía durante horas y horas, días enteros, con una excitación y una intensidad tremendas, con las sienes palpitándome, sintiendo las venas de mi frente, tanto que me asusté viendo que iba a acabar por darme un ataque cerebral, al mismo tiempo que mis fantasías se iban dirigiendo hacia temas masoquistas, pero luego sádicos que me horrorizaban, y me hacían temer volverme loca.  

Las fantasías de mis relatos eran muy autoginefílicas; recuerdo en especial que en ellas aparecía mucho el tema de los pechos y los sujetadores, y que éste en particular tenía un matiz masoquista. 

Por todo aquello, asustada, dándome cuenta de que todo era consecuencia de mi autorrepresión y frustración, comprendí, como me lo dije entonces, que "sólo la Realidad podía salvarme", para huir de aquellas obsesivas fantasías, y decidí hacer mi transición, al coste que fuera, porque la alternativa era perder mi salud física y mental.  

Acerté. Todo fue bastante difícil, como suele serlo, pero inmediatamente me serené, me equilibré y hasta ahora.  

Una de mis primeras experiencias fuertes fue conocer a los primeros gays a quienes vi, presentándome yo como transexual (aunque todavía fuera de hombre)  

Muchos años antes, cuando todavía estaba luchando por definir mi identidad, en un medio, en Granada, extraordinariamente solitario, había entrado fugazmente en el COC de Ámsterdam, una organización homosexual muy fuerte desde los sesenta, que mantenía un gran bar en su planta baja. Fue entrar en él y comprender que no era lo mío; me salí inmediatamente. La cuestión era, como comprendí después, que si yo quería entenderme como homosexual, varón a quien atraen los varones, aquello no correspondía a mi manera de ser, ni por lo primero, ni por lo segundo.  

Esto lo comprendí en Madrid, empezada ya mi transición, hace casi justo los diecisiete años que decía al principio. Acudí a Cogam, porque tenía un teléfono de atención sexual que encontré casi milagrosamente en El País, pero yo sabía ya que yo era transexual y ellos homosexuales. Había una especie de cristal o barrera entre ellos y yo, que me permitía verlos objetivamente, sin preocuparme de si yo era como ellos o no.  

En el equipo de guardia -fue en el verano- había un  cincuentón canoso, pelo aureolado y barba gris, y dos jovencillos. Me saludaron amablemente, les expliqué que yo era transexual, etc. Lo que me impresionó de ellos fue ver que, durante la conversación, entre risas, se acariciaban sin reparo los brazos, o que al despedirse, se besaban ligeramente en los labios. Lo que vi fue un modelo para mí desconocido de hombre, tierno y afectuoso, que contrastaba con lo que yo entendía por varón, un ser áspero, rudo, peligroso, que siempre tiende una distancia de seguridad con los otros hombres, y si quiere tener un gesto de afecto, imita un puñetacillo de te toco y no te toco.  

Ese tipo de hombre duro, a veces grosero y brutal,  es el que me hacía sentir toda mi disforia. ¡Que pudieran confundirme con uno de ellos! ¡Que pudieran creer que yo pensaba y sentía como ellos! (El recuerdo de Gary Cooper, duro y tierno, limpio de corazón, no me compensaba; después he sabido que de joven era algo afeminado)  

Pero por estos gays de Cogam no sentía disforia alguna, sino más bien una homofilia, una identificación sentimental; pensé incluso, me acuerdo perfectamente, que si los hubiera conocido en mi adolescencia, yo no sería transexual; es decir, hubiera crecido aprendiendo que ser hombre no es tan malo, o que hay hombres que me gustan por su manera de ser.  

Ahora preciso un poco más: me gustan los hipoandrogénicos como yo, sobre todo si son homosexuales, por lo rompedores que tienen que ser; me gusta que sean sensibles, lectores, cariñosos, lloricas; me emocionan los golpes que tienen que sufrir en la vida; me hace llorar la bandera del Arco Iris que nos representa; me identifico con ellos; podría amar a uno de ellos.  

El siguiente impacto que  me trajo la realidad sucedió dos años después, bajando yo o subiendo por la escalera de un gran bar, en Madrid, junto a la Puerta del Sol, donde había ido con mis amigas Mónica y Jenny. Me di cuenta en aquel momento, cuando yo me estaba hormonando y mi pecho empezaba a formarse, que ya no me importaban las historias de sujetadores ni quizá de pechos; es decir, por lo que fuera, mi autoginefilia empezaba a evaporarse. Y me alegré.  

La autoginefilia, o excitación por la imagen de la Mujer en el Espejo, siempre me ha fastidiado. Desde que en mi adolescencia me travestía, me miraba fascinadamente en el espejo, y entonces venía inoportunamente la excitación sexual, que yo no deseaba. Me daba cuenta de que era un añadido, algo que yo no debía sentir, la irrupción de una sensación masculina en algo que era precisamente una protesta contra la masculinidad. Cuando la excitación llegaba a su colmo, me avergonzaba, lloraba, e incluso me arrastraba de rodillas por mi cuarto, rezando con angustia. Después es verdad que buscaba esa excitación como desahogo, pero siempre avergonzándome y encontrándola fea u horrible.  

De modo que, cuando con la hormonación, o por el simple hecho de estar expresando en la realidad, por fin, todos los días, que yo no era un hombre como la mayoría de los hombres, la excitación desapareció, yo en la gloria.  

Lo curioso es que, con los años, poco a poco, como si se evaporase algo superpuesto y que yo hubiera confundido con mi piel, también se ha evaporado toda la autoginefilia. No es que ya no me excite, es que no me interesa tener una imagen de mujer. Poco a poco, hace años, dejé de maquillarme, de pintarme las uñas, de usar sujetador, de llevar bolso. Ayer vi unas imágenes de unas bellísimas jóvenes colombianas por las calles de Cali (de verdad, tienen fama de ser y son las mujeres más bellas del mundo, altas y estilizadas) y tuve un momento de envidia por ser como ellas, el habitual sentimiento autoginefílico, pero nada que no se olvidase en dos minutos.    

Ahora tiendo a ver a las mujeres como distintas de mí, por lo que mi estilo ambiguo de vestir se acentúa. Mis sentimientos de afinidad, mi homofilia, son por los gays, por los maricones y  mariquitas, por la gente que se me parece en muchas cosas y que ha vivido algo que se parece mucho a lo que yo he vivido.  

Menos su fascinación por el sexo físico masculino. Los genitales masculinos y su funcionamiento me repelen tanto, me parecen tan feos y ridículos, que estoy a gusto habiéndome operado. Tampoco quería unos genitales femeninos; un agujerito me hubiera sido suficiente, para hacer pis. O que mis genitales hubieran permanecido en el estado en que estaban en su inmadurez, cuando sólo servían para eso, para hacer pis. Sé que nunca he podido aceptar sus cambios, ni entenderlos, ni usarlos convencidamente de que fueran lo mejor que se podía vivir.  

O sea, homofilia por los gays, no autoginefilia, asexualidad. Alguien, en mi caso, podría preguntarse, "¿Me habré equivocado? ¿Será que no soy trans?" Me doy cuenta de que, para algunas personas, una experiencia parecida a la mía, y esta pregunta, puede provocar una gran angustia.  

Escribo para ellas. Yo creo que no me he equivocado, que simplemente la definición de la disforia o de la transexualidad, tiene que ser más amplia de lo que hemos comprendido hasta ahora.  

Yo ahora me defino en términos positivos. Ni siquiera soy disfórica, he superado todo lo negativo, lo que "no quiero ser". Ahora, para mí mismo o para mí misma, puedo expresar todo lo que soy en términos positivos, lo que me gusta ser.  

Me gusta ser una persona hipoandrogénica, sensible, lectora, escritora. Me gusta sentir homofilia, es decir, afinidad, por mis semejantes, los gays, sabiendo que semejantes no quiere decir que seamos iguales. Me conmueven y me emocionan mis amigos gays. Mi emoción fundamental es la amistad, me encanta que mi amigo sea un hombre fuerte y sensible, algo así como el hermano mayor que nunca he tenido. No soy ya autoginéfila, aunque mi imagen en el espejo, de señora mayor, me sigue dejando tocada; pero sé que es sólo una imagen. Soy bastante asexual, o mejor dicho, agenital, porque me encantaría tener alguien, hombre o mujer, con quien darme achuchones y con quien tomarme del brazo para ver la televisión y que un beso en la boca se escapara de vez en cuando.  

Esto es lo que soy y lo que me gusta ser. El nombre que le demos es lo de menos. Lo importante es la realidad. De todos modos, necesita expresarse, y quisiera, en los próximos meses, expresarla mediante la ropa. A lo mejor vuelvo a los pantalones, pero me gustaría que fueran pantalones como de faena o de aventura, de esos que tienen bolsillos grandes a  lo largo de los perniles. La conciencia de mi manera de ser me permitirá buscar con placer y curiosidad tanto en las tiendas de hombre como en las de mujer. Lo que me guste, me lo pondré. Ya la gente empieza a estar educada en respetar la personalidad diferente. Habrá quien me llame maricón, pero cuántos no me lo habrán llamado durante estos años. Es verdad que la falda es tan radical, que produce un respeto, y por eso a lo mejor sigo llevando falda, pero a mi manera, compatible con chaquetonazos militares. Yo no sé cómo se llama lo que soy, pero sé lo que soy.  

Kim Pérez 15-09-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                           Teoría postmarxiana de la disforia

 

Es irrefutable el aserto marxiano de que la sociedad está estructurada en una infraestructura tecnoeconómica y una superestructura ideológica, moral, política, que depende de ella. Decenios de reflexión a la contra y de enseñanza de la Historia me lo han confirmado.  

Digo, postmarxianamente, que en la vida humana hay elementos extraestructurales, relacionados con la forma extrahumana del Universo -relaciones matemáticas, intuiciones estéticas, eróticas y místicas-, que organizan la estructura social y personal.  

Las estructuras sociales se dividen en modos de producción bien definidos. Disiento de Marx en su enumeración, porque comparto con autores como Gordon Childe el criterio de que son el modo recolector, el cazador, el labrador y pastor, el mercantil, el industrial y el informático.  

Cada modo de producción crea sus herramientas conceptuales o sus representaciones (ejemplo: dioses) que forman una ideología que intenta racionalizarlos.  

El modo mercantil avanzado creó (Grecia y Europa) los conceptos de crítica y razón, y las representaciones de opresión y liberación, luego desarrolladas durante el modo de producción industrial, a expensas de los conceptos de crítica y razón, quizá recuperables en el modo de producción informático, tan individualista.  

Este esquema general de la sociedad y la cultura permite alojar la cuestión de la disforia, permitiendo comprenderla con mayor profundidad y orden conceptual.  

Puesto que los sexos son un hecho biológico, prehumano, la disforia de sexo (anatómica) o de sexualidad (fisiológica) es un hecho extraestructural, probablemente relacionado con algún grado de intersexualidad cerebral. Es concebible esta disforia en la desnudez del modo de producción recolector y también es posible su expresión simbólica en algún rito o juego.  

Conforme la sexualidad se va complicando y se transforma en género (cultural, variable) en el modo cazador, se puede superponer a la anterior una disforia de género, o incomodidad con las formas universalizadas como código de género. Es notable que en la sociedad cazadora se produjo la primera división del trabajo, fundada en la división dual de sexos (cazadores guerreros frente a curtidoras cocineras) y que en ella se produjeron también las primeras formas de travestismo feminizante y masculinizante (chamanismo, berdachismo), fundado sin duda en la inadaptación personal a los estereotipos sexuales-profesionales, relacionada probablemente, a su vez, con el hecho extraestructural de la hipoandrogenia-hiperandrogenia.  

A lo largo de los sucesivos modos de producción, el hecho de la disforia siguió caminos distintos, según el contexto superestructural, relativamente variable en cada uno. En algunos fue consentido con mayor o menor convicción (jairas de la sociedad mercantil india, religiosamente pluriforme y abierta), en otros reprimido.  

Entre nosotros, después de ser permitido en el modo mercantil avanzado de Roma (Cibeles) fue reprimido en la terrible crisis que acabó con aquella sociedad y durante muchos siglos después. Nuestros modos mercantil, de nuevo avanzado, e industrial, crearon las representaciones de la opresión y la liberación, pero ha sido preciso esperar a los recientes decenios para que estas representaciones sean aplicadas a la homosexualidad y a la disforia.  

En estos principios del modo de producción informático, por tanto, homosexualidad y disforia se entienden dentro de un proceso general de liberación que abarca a todos los desfavorecidos, marginados u oprimidos. Incluye a los pueblos explotados por otros pueblos, a las mujeres sometidas, a los niños trabajadores, todas las formas de semiesclavitud práctica, incluyendo a los trabajadores en precario, a los pagadores de hipotecas abusivas, etcétera.  

En este proceso, volviendo a la disforia, es previsible que la distensión del código de género, como efecto del proceso general de liberación, traerá una multiplicidad de formas de género, ya no disfóricas, en las que se expresará la variedad sexual humana, probablemente sin que se sienta como necesaria una operación de reasignación de sexo, lo mismo que la variedad del deseo sexual se expresará en una gama (como ya existió en Grecia o en Turquía) en la que las categorías excluyentes de heterosexualidad y homosexualidad se volverán difusas y libres, una bisexualidad generalizada y más o menos polarizada personalmente hacia cada uno de los extremos.  

Kim Pérez 08-09-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                  Casa de muñecas

 

 

He visto anunciada una casita de muñecas entre los coleccionables de principios de curso en los kioskos y me he dicho: "¡Voy a comprármela!"  

Siempre me han gustado las casitas de muñecas, el único juguete de niñas que me ha interesado. Ni las muñecas, ni las cocinitas, ni las peluquerías, ni los caballitos con crines sedosas y peinables, incluso algunos de ellos me han repelido. También es verdad que pocos de los juguetes de niños me han gustado: ni los balones, ni los meccanos tan industriales, y porque entonces no los había, pero tampoco los héroes tan musculosos y agresivos, ni los circuitos de competición al parecer tan admirados por los chiquillos, ni los camiones, ni los cochecitos. Soñé eso sí, literalmente, durmiendo, siendo muy pequeño, con un gran tranvía amarillo, de madera, como de un metro de largo. Me gustaron los avioncitos, que representaban la libertad en las nubes. Y los barquitos, que llegué a hacérmelos en la playa, usando corchos de flotadores como casco, cañas para el mástil y cordones de croché para las cuerdas, la primera y casi la única vez en mi vida que he demostrado habilidad manual, por lo mucho que los necesitaba y me gustaban (después los echaba en la desembocadura del Río Verde, charcas llenas de renacuajos y bordeadas de cañas)  

También me gustaron los trenecitos, tanto por la mecánica de las locomotoras, como porque daban lugar a estacioncitas y a otros posibles paisajes. En el aburrimiento del Cortijo, aprendí a hacerme cortijitos de barro, con corrales y vigas de palitos cubiertas por más barro, puestos sobre una rasilla, un ladrillo delgado (otra habilidad manual mía, y también por necesidad)  

Es decir, tuve vehículos terrestres, marítimos y aéreos (una clase de juguetes que expresa la sensibilidad masculina), pero con un matiz tranquilo, acogedor, incluso casero (me gustaba imaginarme los camarotes) que se expresaba en el gusto por construcciones como los cortijillos o las estaciones o las casitas.  

Tuve también un osito, un teddy bear con su chaleco y todo, que pondría entre los juguetes de segundo rango. Me gustaba, pero no es el primero que recuerdo.  

Esta reflexión sobre los juguetes que hemos tenido, que nos han gustado o que hemos deseado, y sobre los que deseamos todavía, siendo mayores, es lo que llamo test de los Reyes Magos, porque los juguetes son símbolos profundos de lo que necesitamos y de nuestra manera de ser.  

Tanto, que puede ser que nos fastidie reconocer que, por ejemplo, no hemos querido muñecas, pero son tan fuertes, que en el fondo, nos gusta ser como somos, sabiendo lo que queremos. Aplicándome el test de los Reyes Magos, me sale una sensibilidad masculina pero atenuada, algo intersexual, que es lo que vengo descubriendo como causa de mi inadaptación sexual, de mi disforia de género.  

Volviendo a las casitas, recuerdo haber visto, la primera, la de mi tía Amalia, que no me impresionó demasiado. La segunda, en cambio, sí. Pero tengo que contarlo con detalle.  

Había en Almuñécar, una casa de imitación árabe, la Najarra, con paredes coloradas y un jardín grande y alegre detrás de una tapia también colorada. Una vez que paseamos por allí, di un salto, supongo, y miré por encima de la tapia, y vi algo maravilloso. Una casita de verdad, de obra, de tres metros de altura, con dos plantas, y ventanitas y puertas por donde entraban y subían las escaleritas un grupillo de niños, felices y divertidos.  

Bueno, aquello quedó en este simple recuerdo. Años después, llegó a mis manos, no sé cómo ni por dónde, una casita de muñecas de verdad, es increíble, muy grande, casi de un metro de alto y algo más de ancho, de estilo francés, con grandes ventanales por donde meter los muebles  y ver los cuartos. Pero estaba completamente vacía y desamueblada, y yo no podía encontrar los muebles precisos. Perdí interés por ella, lo que me demuestra que no son sólo las paredes lo que me interesa, sino sobre todo lo que puede expresar, tanto la fachada como el mobiliario, el estilo de vida que se materializa en ella.  

Desinteresada por mi cascarón vacío, le encontré una utilidad secundaria cuando me regalaron dos patitos, como su hogar. Naturalmente, la dejaron sucísima, pieza de gallinero, los patitos me temo que murieron, y la casita, arrinconada en la carbonera, acabó deshaciéndose.  

Una casa es la personalidad visible de su dueño o de su dueña. Dice cómo siente, lo que espera de la vida, lo que le gusta ver, sus frustraciones y sus consecuciones.  

Las dos que he visto anunciadas, una es de estilo andaluz, y me gusta en general, porque son muebles que recuerdo, aunque yo nunca tendría una casa con ellos, y la otra es de estilo mediterráneo, que me gusta menos, pero los muebles, más.  

Me parece que voy a acabar comprándome una casa vacía, de un estilo que me guste, y amueblándola con los que vayan poniendo a la venta de una y de otra, o con los que pueda ir encontrando en cualquier otro lugar, que no sean muy caros, para que sea verdaderamente una de mis casas, como la de verdad, y cualquiera que la vea lo comprenda. 

Kim Pérez 01-09-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                        Conversación en el piso de encima

 

Subíamos seis personas el otro día hacia el piso donde nos habíamos citado; quien nos viese, percibiría sobre todo el gris de nuestros cabellos, transmitiendo plata a nuestro paso; íbamos a entrar y percibimos por nuestra parte la grisedad del apartamento que nos habían cedido. Rellano descolorido, puerta despintada, la sala de paredes grises y altas ventanas de postigos cerrados donde nos íbamos a reunir y que procedimos a abrir.  

Quien nos hubiera visto llegar, reunirnos, subir por las escaleras, habría visto seis señoras sesentonas, casi setentonas, aunque bastante altas en general, aunque con voces graves, demasiado masculinotas.  

"¿Qué somos, qué ponemos?", nos preguntamos nosotras mismas ya en la sala, porque teníamos que hacer actas.  

"Comité de  Transexuales", dijo muy dispuesta Destra, enseguida. "¡Qué dices!", replicó Filis, "con el trabajo que nos ha costado. Asamblea de Mujeres Transexuales de la Tercera Edad".  

"Yo pondría Reunión de Personas Disfóricas", dije sobriamente.  

"Hija mía, parece que es como si dijeras Reunión de Pacientes Trasplantados de Riñón", me contradijo Aim, como dolida.

No sé lo que se aprobó, porque ni siquiera leí el acta, que escribió Bertha, por su buena letra. Sí me acuerdo de lo que hablamos.  

Estábamos Aim, Bertha, Destra, Granma, Eccehom (yo) y Filis (nicks en la red), transexuales, sesen-tentonas, y habíamos decidido reunirnos para hablar de nuestras experiencias de personas bastante afines, por lo que sabíamos unas de otras. Para que se me entienda, simbolizo nuestra afinidad con el color gris de nuestros cabellos y que era la resultante de los colores y cortes de nuestras ropas, en general, sobrias o sosas. Sin duda, hay gente trans coloreada, que da la impresión de rojo, blanco, azul, naranja, verde, púrpura... No era nuestro caso.  

Aim comenzó la conversación por el accidente de aviación que ha abrasado a ciento cincuenta personas. "¡Es horrible!", dijo Filis. "Pero corto", dije yo. "Tres o cuatro segundos y fuera". "¿En qué mundo estamos?", dijo sombríamente Granma, la Roja. "Es como una jaula con barrotes, porque nos pueden pasar cosas todavía peores". "¿Como qué?", dijo Aim, siempre pura. "Como que haya un terremoto, y te caiga una losa de hormigón encima, y que te deje casi sin sitio para respirar durante cinco días", repuso Granma. "Uf", hice yo, tocada en mi claustrofobia.  

"Y todo esto lo ha organizado Dios así", dijo Bertha, reflexivamente, "y lo tengo que decir, o preguntar, porque soy creyente".  

"Pues lo mismo que dices de la losa", dije yo, "es ser disfórica. Es encontrarte entre los barrotes de una jaula y no poder salir".  

Mis compañeras se quedaron calladas. Les sentó como una pedrada en el cuerpo.  

"Yo esperaba que esto desapareciera, que se fuera solo", dijo Granma, despacio.  

"Yo no. Yo oscilaba entre el delirio, cuando tocaba la disforia, y pensar en otras cosas, cuando se iba. Lo que me preocupaba sólo era saber que no podía tomar decisiones, porque todo iba a volver, y luego a irse" (Quien contó esto fui yo)  

"¿Es bueno o es malo ser trans?", preguntó Aim.  

"¡Es bueno!", dijo Filis, impulsiva e irreflexivamente, como de costumbre.  

"Es malo y es bueno", dije yo, superreflexivamente. "Es malo porque te quita mucho. A mí me ha quitado pareja, hijos y ahora, cuando llevo ya muchos años sin andrógenos, me ha quitado hasta la alegría de querer ser mujer; sólo queda la disforia pura, un disgusto, un desajuste, que me dice que he hecho bien cambiando y que he hecho lo que tenía que hacer".  

"Yo no sé cómo puedes creer en Dios", dijo sombríamente Bertha, la comunista. "Eso es lo que hay: barrotes por todas partes. Eso no puede haberlo hecho nadie que sea bueno".  

"Yo creo", respondí, "que Dios es bueno y es malo, o que está más allá del bien y del mal, porque él lo ha inventado todo. Es como un Novelista, y nosotros somos su Novela. Sólo él sabe el Argumento y nosotros lo escribimos, pero sólo él sabe unir lo uno con lo otro. Esta es la Novela de los barrotes y la libertad".  

Granma saltó:  

"A fin de cuentas, da lo mismo. Para mí no hay Novelista, hay Novela, y eso sí, los personajes la vamos escribiendo. Como para nosotros hay lo bueno y lo malo, lo que nos conviene y lo que no nos conviene, la cuestión sigue siendo la misma: la disforia es buena o mala?"  

Entonces hubo un pequeño milagro natural. Por las altas ventanas, que habíamos abierto al llegar, y por las que había entrado sólo un bochorno sombrío y plomizo, entró una bocanada de aire fresco. Y al mismo tiempo, las nubes grises dejaron que entrara el sol de la tarde, amarillo y dorado, que doró las paredes grises de la sala. Nos doró también a nosotras, las disfóricas, brillando en nuestros cabellos grises y descubriendo los colores de nuestras ropas. El rojo y el verde brillaron, el amarillo mucho más, el azul y el añil, incluso el gris como plata, casi como oro, todo brillaba tiernamente. Nos echamos a reír con el espectáculo repentino.  

"Este  brillo del sol poniente es lo bueno de nuestras vidas de trans", dijo Filis. "Le damos importancia, por lo que somos. Y si no fuéramos trans, no estaríamos aquí y si no estuviéramos, no lo habríamos visto. Vivimos lo que nadie vive y vemos cosas que no ven los hombres ni las mujeres."  

Kim Pérez 25-08-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                SexoAmiguisimo; Leopoldo Alas

 

Imagen izquierda de Leopoldo Alas con Agustín Almagro; grabado de Roberto González Fernández, año 1985.

Ha muerto, demasiado joven, Leopoldo Alas, que era sobrino bisnieto del otro Leopoldo Alas "Clarín" que hemos estudiado en Literatura Española.  

Por personas que lo conocieron, he sabido que fue muy agradable, también poeta, y activista homosexual, que creó y mantuvo el primer programa de radio gay de España.  

Incluso ABC -para quienes me leen de fuera: un diario muy conservador- le dedicó una larga nota de recuerdo, a tres columnas y con foto. Y por ella me enteré, con alegría, de que Leopoldo había mantenido la idea que él llamaba del sexoamiguismo.  

Digo con alegría porque, a juzgar por la palabra, es lo mismo en lo que yo creo desde hace tiempo. No sé en realidad si él entendía por esta palabra lo que yo entiendo; me inclino a pensar que sí; y por eso la voy a explicar, señalando que será a mi manera.  

Yo creo que el punto de partida suyo y mío sería la constatación de que muchos homosexuales -y transexuales- estamos, no solos, sino sin pareja.  

Digo que no estamos solos porque generalmente tenemos amigos y amigas que cuentan mucho en nuestras vidas, incluso más que en las de los heteros. También es verdad que muchos de estos amigos y amigas los hemos encontrado precisamente porque somos homosexuales o transexuales, en distintos medios del ambiente, en bares o asociaciones, en la noche o el activismo; forman lo mejor del estilo de vida gaylesbitrans, desde luego.  

Entre gays y lesbianas, muchas de estas amistades son antiguos amantes; para las trans, mucho menos sexuales, son sencillamente amigos, que por cierto pueden ser lo mismo gays, que lesbis, bisex o trans; para los trans, más sexuales, son simplemente gente del ambiente que siempre los comprenderá mejor y con quienes podrán desahogarse con mayor libertad.  

Bueno, creo que la idea de Leopoldo Alas y desde luego la mía, consiste nada más que en tomar conciencia de esta realidad y valorarla, en vez de ir lamentándose por no tener pareja. La amistad es una forma de amor y, como dice la canción, "el que tenga un amor, que lo cuide, que lo cuide..." 

Retrato de Leopoldo Alas de LUCA GUARINI, a partir de una foto de Paola Pontelli, con su gata “Trufa”

También creo que nuestra amistad es más que amistad. Suele ser intimidad, puesto que hablamos con nuestros amigos de cuestiones de las que los amigos heteros no suelen hablar. Las amigas sí, pero me atrevo a pensar que en nuestras amistades hay más solidaridad, más comunidad, más apoyo mutuo incluso que entre amigas.  

Voy a ir más lejos en mi explicación. Creo que la pareja no es funcional en las relaciones gaylesbitrans, salvo cuando hay niños por medio.  

La pareja es funcional para la reproducción de la especie humana. Cuando la madre está embarazada, que recordaré que significa estorbada, por la preñez y la larguísima crianza de nuestros niños, que nacen especialmente indefensos y lo son durante muchísimo más tiempo que otros animales, es bueno que haya junto a ella otra persona libre que la ayude. Por cierto, lo más conveniente es que esa otra persona sea el padre, pero puede serlo una mujer u otro hombre.  

Por tanto, para las personas gaylesbitrans, me parece que el deseo de tener pareja tiene un significado sentimental -el deseo de encontrar alguien que lo sea todo para mí y yo todo para él o para ella; una unión perfecta de las almas- pero no tiene un apoyo funcional, mientras no haya niños por medio, como no sea una ayuda para pagar la hipoteca.  

Bendito sea cuando alguien tiene la inmensa suerte de encontrar a la persona de su vida. Pero las que somos del montón de los corrientes, los que no la encontramos, o si la encontramos es de otra o de otro, o es mucho más joven, o nos hipnotiza pero no le hipnotizamos, o no comparte nuestra sexualidad, o cualquier otra de las innumerables dificultades que suelen encontrarse, tenemos que pensar en arreglárnoslas de otra manera.  

Porque el objetivo es no quedarnos solos ni solas, sobre todo en la vejez, la edad más delicada (y en la que ya estoy, por lo que sé de lo que hablo)  

Las lesbianas, las trans que desean y aman a las mujeres, los trans que también, lo tienen más fácil. Sabemos que suelen formar parejas bastante estables, con o sin hijos. Esto no es teoría, es una constatación. Es la realidad, y lo que es real debe ser reconocido antes de ser explicado. Puede haber muchas explicaciones, pero me voy a fijar sólo en una: la humanidad y sentimentalidad de sus parejas femeninas, capaces de poner la subsistencia de la pareja por encima de todo.  

En las demás historias, en las que implican a varones, es donde están los problemas. Pero lo primero que quiero decir es que la compañía del varón puede ser deseada sexual o sentimentalmente. En mi caso, declaro que  mi deseo de la compañía de varones es sentimental, no sexual. Necesito su amistad, su cariño, y si se escapa de vez en cuando un beso o una caricia, mejor (me encantan las barbas), pero ni necesito ni deseo todas las fatigas de la sexualidad.  

Para todas estas historias, es donde está indicado el concepto de sexoamiguismo. Una relación en la que no está claro dónde termina el sexo y empieza la amistad (la típica amistad gay entre antiguos amantes, inconcebible en términos heteros) o que, simplemente, está basada en la amistad, con esa sentimentalidad añadida.  

Gente que se sienta en una terraza al sol a ver pasar la gente guapa y que hace comentarios que reafirman su confianza mutua e intimidad. O que se reúne para comer compartiendo secretos, risas y experiencias afines.  

Supongo que a veces, entre los amigos gays, puede caer un polvo, sin más consecuencias. Otras veces, entre unos  y otros, o unos y otras, contando a las trans, puede haber el placer instantáneo de un beso o de una caricia, llenos de significado. En general, es suficiente para sentirse en compañía.  

Los conjuntos de amigos gays, lesbis, bisex  y trans perduran a través de los años, grandes o pequeños, de muchas o pocas personas. Los heteros no tienen ni idea de lo que significa un beso cuando nos encontramos. De eso es de lo que hay que tomar conciencia.  

Todavía no sé lo que significa la amistad gay o trans ante la enfermedad o la muerte. Pero en general, estoy tranquila. Por alguna historia que me han contado, sé que significa incluso más que la hermandad, es decir, que los gays, lesbianas, bisex y trans, están a veces donde no están los mismos hermanos. Ésta, desde luego, será la prueba definitiva de lo que vengo diciendo.  

Y después de la muerte. Yo me vengo acordando, todos los meses, desde hace quince años, de una amiga trans. Sé que esto es nuestra amistad.  

(Una de las Web de Alas en Internet: http://www.myspace.com/leopoldoalas )

Kim Pérez 18-08-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                         Un descubrimiento del 8 del 8 del 8

 

 

Para mí también es memorable el 8 del 8 del 8 a las 8 (pero de la mañana, que es más significativo), cuando estaba acostada todavía en mi cama abierta del verano.  

Entraba la luz clara y yo, medio despierta, pensaba sin embargo en algo que nunca he considerado, mi sexualidad, en mis reiterados análisis sobre mi disforia.  

Y me daba cuenta de que es una sexualidad que parece femenina, lo que tiene mérito comprender cuando el cuerpo que yace sobre la sábana tiene ya sesenta y siete años.  

Empezaré recordando una vez más que hay casi tantos caminos hacia la disforia o la transexualidad como personas. Lo que digo, puede sonar a chino -aunque ya sabéis, Ix Ban Ya es España-, a otras personas trans, incluso mucho más femeninas que yo, pero es parte de mi camino a la disforia, más genital -o de repelencia por lo genital- que otra cosa.  

En resumen, hace un par de años -un par de años- me enteré, leyendo -leyendo- del deseo varonil de entrar en el cuerpo de su pareja y verse dentro de ella. Yo, desde luego, no lo tengo. Eso no significa nada para mí. Tengo que preguntarme -es decir, tengo que esforzarme para entenderlo- lo que puede significar para los varones. Tengo que preguntarlo.  

¿Es algo parecido a clavar un alfiler a una mariposa, es apoderarse de ella, de su belleza? ¿Es algo menos duro, más bello y más tierno? No lo sé ni me lo imagino, ni me interesa. ¡Tanto deporte, jadeo y sudor para eso!  

Me puedo imaginar sin embargo acogiendo en mi cuerpo al de un varón. Ahora que estoy operada, podría ser frente a frente, cara a cara, beso a beso. Sí entiendo que puede ser un acto de ajuste mutuo, como el de dos piezas de madera de un mueble que encajan perfectamente. Tampoco es que lo desee mucho, pero lo entiendo. Entiendo que después de una tormenta de sentimientos, de experiencias comunes, de deseos mutuo y de estar junto al mar, se llegue de una manera natural a esa traca final (por su parte, no por la mía) Será hermoso, gracioso, terminar de esa manera, es tierno saber que se ha llegado a eso, mirarse desde entonces con ojos cómplices. Es decir, lo entiendo.  

Si me doy cuenta de eso, en mi asexualidad práctica, entiendo por qué mi disforia estaba tan centrada en la repelencia por lo genital. Simplemente, cuando llegué a la adolescencia y vi cómo funcionaban los genitales, me di cuenta de que no eran míos, y de que no podía soportar que el resto de las personas, el conjunto del público, supusiera que yo era como no quería ser y como no podía ser.  

Eso probablemente tiene que ver con otra cosa que casi desde siempre había comprendido, mi ambigüedad, mi ligero afeminamiento.  

Desde los nueve o los diez años, al verme, había visto con claridad mi manera de ser y me había gustado un poco calladamente porque era mi manera de ser.    

Me daba cuenta de que sería mejor corregirla, como intentaba corregir mis "pies de Teresa", nombre que me enteré de que se les daba a los que se ponían juntando las puntas y separando los talones; por lo demás, yo no era verdaderamente femenino, lo que más me gustaba eran los barcos y las novelas sobre barcos, no las muñecas ni las cocinitas.  

Es decir, era un poco ambiguo, o suficientemente ambiguo, como se quiera decir, pero ahora sé que eso no era suficiente para provocarme la disforia. Sólo con eso, me habría dedicado toda mi vida a la filatelia y a la lectura, pero no habría sido una persona disfórica.  

Lo soy por lo que decía al principio: porque mi ambigüedad social y sentimental era en el fondo la parte visible de una realidad no visible: una sexualidad que no era masculina y que no podía soportar parecer masculina.  

Es decir, lo soy incluso por razones más profundas de las que llevo meses o años hablando. En este comentario, pongo mis ideas por fin en orden -espero- y me aclaro.  

Sé que mi disforia, más que de género, es genital. He hecho bien, por tanto, operándome y cambiando muy poco, lo indispensable, de género. No hago nada por disimular mi voz, ni por seguir aficiones más femeninas, ni por arreglarme más femeninamente. En cuanto a la ropa, se puede decir en general y con descaro que soy un hombre con falda.  

También hay trans que son mucho más femeninas de género que genitalmente. Dejadles que transparenten feminidad, que se arreglen a fondo y que no se operen, porque no lo necesitan.  

También sé que hay trans que lo son a la vez de género y genitalmente. Representan la experiencia más profunda de la transexualidad, pero la mía es la mía, estoy orgullosa de ser precisamente como soy y supongo que todas y todos sentiremos tres cuartos de lo mismo.  

Kim Pérez 11-08-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                  GayLesbiTrans en la crisis actual

 

 

Ahora que los gaylesbitrans hemos conseguido levantar la cabeza, tenemos que afrontar, como todos, una crisis global. 

Crisis significa cambio radical; unas cosas mueren y otras nacen; veamos cuáles pueden morir y nacer para nosotros. 

La crisis de ahora tiene dos dimensiones, una de coyuntura y otra de fondo. 

La de coyuntura, a la vez, es doble: financiera (hipotecas) y económica (encarecimiento del petróleo, de los alimentos, parón de la construcción en España, paro masivo) 

Todo esto, visiblemente, nos afecta como a todos. Se va a sufrir mucho, desahucios, paro, etcétera. Se puede resolver rápidamente (un par de años) o instalarse por más tiempo. En ese caso, podría tomar fuerza un problema que nos afectaría más que a otros: violencia callejera, desarrollo de la extrema derecha transhomófoba, entre otras fobias. Pero esperemos que todo sea breve, y que si no lo es, no surja esa amenaza. 

La crisis de fondo, el cambio en que unas cosas mueren y otras nacen en todo el planeta, tiene que ver con el cambio de los pueblos y de los sistemas económicos e ideológicos. Ahí cambia todo, y muy deprisa. 

Todos sabemos que hay una gran potencia emergente, China, que sigue una fórmula económica autoritaria-liberal. Dentro de siete días todo el mundo va a tomar conciencia de su grandeza, aunque también de su poco respeto a los derechos humanos. Pero en general, China me tranquiliza, porque es el pueblo del sentido común, del punto medio entre los extremos, conciliador (incluso del marxismo y el capitalismo), grandísimo como la quinta parte de todos los humanos, poco agresivo, pacífico por el fondo de su cultura. Es un seguro de estabilidad y cuanto más fuerte sea, mejor. Su trato a las trans está siendo bueno. 

A su lado, está emergiendo otra grandísima potencia, la India, perfectamente democrática, más pacífica todavía, empírica y libremente religiosa (creadora del yoga), otra quinta parte de los humanos, casi la mitad junto con la China. También me tranquiliza. Las trans están en su cultura desde hace siglos (las jairas) 

Entre ellas, el Japón, Corea, Thailandia, Singapur... El siglo XXI y quizá el tercer milenio entero serán de Asia. 

Al Oeste, lo que nace y lo que muere es más incierto. Nace quizá el Brasil, como potencia mundial en Sudamérica, la única en que toda una sociedad de casi doscientos millones de personas se está transformando y va en una misma dirección, aprendiendo español para ejercer su hegemonía sobre los pequeños países limítrofes. Brasil es también tranquilizante, liberal y simpático. El papel de Venezuela en cambio, depende sólo de un hombre; no creo que se mantenga. 

Los Estados Unidos envejecen y se oxidan. Sus rascacielos se quedan anticuados, comparados con los de Asia. Sus puentes son ya históricos. Su poder militar le arruina. Sólo la NASA sigue abriendo futuro a la Humanidad. Su sociedad está a la defensiva ante la inmigración hispánica. Esta vieja sociedad guerrera pero liberal (que llegó a su máximo liberalismo social al generar Stonewall y el barrio del Castro de San Francisco) puede anquilosarse bajo la extrema derecha que nace en ella. 

En la medida en que los Estados Unidos decaigan, México crecerá, y será el equivalente del Brasil en Norte y Centramérica. También es toda una sociedad joven, de más de cien millones de personas, que empuja aunque es contradictoria y todavía confusa. Por cierto, soy nieta quince de Moctezuma y de todos sus antepasados mexicas, toltecas y olmecas. Y estoy convencida de que la aparición de la Virgen de Guadalupe fue verdadera y convirtió de corazón a los naturales. Hay sitio allí para los gaylesbitrans, si se recuerda por todos la herencia india de libertad y respeto para los berdaches. Que viva México, que vaya adelante. 

El centro del planeta es lo más problemático. Es Europa, el Norte de África, el Cercano Oriente, todo lo que rodea al Mediterráneo hermoso. Soy rigurosamente monoteísta y veo con claridad que, de nuevo, inesperadamente, cuando parecía muerta, la cuestión central está en el Nombre de Dios. 

En su Nombre el siglo y el milenio empezaron con una obra maestra de la muerte y la destrucción, realizada por hombres armados con cúteres y con la voluntad de sacrificar sus vidas, que destruyeron con precisión los dos únicos rascacielos modernos de Nueva York y abrieron una bocana en el Pentágono, una historia de futuro-ficción que acabó con el prestigio casi sobrenatural de los Estados Unidos. Y eso se hizo en Nombre de Dios. 

El islamismo radical, el Islam tras él, se está levantando como un solo hombre -nunca mejor dicho- para volver a entrar en la Historia, y demuestra una resolución, un valor, una claridad de propósitos, una unanimidad de doctrina, un adoctrinamiento masivo que hay que mirar frente a frente. 

Lo que pueda pasar en el futuro, depende de que prevalezca el modelo turco, democrático, siempre tolerante, fundado espiritualmente en el sufismo aunque ahora políticamente laico, o el árabe-iraní (wahabismo y chiísmo) 

Porque, a efectos de esta reflexión, lo que está en juego es la homofobia radical del modelo wahabí-chií o la libertad del modelo turco. 

Tengo que decir que soy pesimista racionalmente sobre esta cuestión, y temo que los wahabíes-chiíes arrasen, pero no todo lo racional es real. 

Para detener esa deriva, y las que serían sus terribles consecuencias, muerte y destrucción por doquier y de los gaylesbitrans mejor no hablar, sólo queda el entendimiento profundo entre Europa y Turquía y algunos árabes como Argelia. 

España ya ha dado ejemplo de lo primero, con la tentativa de la Alianza de Civilizaciones, que abarca de momento sólo a Erdogan y Zapatero. 

En Europa, por cierto, sólo España está mostrando vitalidad. Todos hemos sentido que la Eurocopa es más que la Eurocopa, y que Nadal, Contador, Sastre, Gasol representan lo mismo; un pueblo que crece y que está contento de su manera de vivir. No por casualidad tenemos las leyes gaylesbitrans más avanzadas del mundo. Esperemos que nuestra actual voluntad de paz y entendimiento desarme la violencia, en lo que, miro alrededor, y constato que no estaremos solos. Toda Europa, por un lado, China, India, Turquía, Brasil, México... Vayamos en paz.  

Kim Pérez 04-08-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       Thomas Beatie; siglo XXI

 

La primera impresión que me da la foto de Thomas Beatie es la de naturalidad. 

Un cuerpo de hombre combado, un rostro de hombre joven con sus pelitos de barba impertinentes y a la moda, una expresión distendida, una figura entera que transmite una decisión importante, una hermosa espera. 

La espera de una niña, que ha podido venir a este mundo gracias a que nadie pensó "Eso no puede ser". 

Esto lo justifica todo. Por cierto, la estética de la foto se acentúa por el contraste de la piel lechosa de Thomas con el color oscuro del fondo. Y Thomas me recuerda físicamente al joven Leonardo di Caprio. Es un Leonardo en plena aventura. 

La imagen se transforma en un icono de la transexualidad en el sentido de que expresa como ninguna otra la distinción entre sexo y género y la no binariedad del sistema sexogénero, que son las mayores aportaciones de la experiencia transexual a la conciencia de la humanidad. 

La distinción entre sexo y género resulta evidente. Thomas es un hombre genérico, que hace vida de hombre, y que contiene dentro de su cuerpo unos órganos genitales femeninos que le permiten concebir y parir. Terminada esa función, volverá a ejercer su rol masculino. Thomas Beatie se puede definir como persona de género masculino y sexo femenino. Para él, sin duda, definición suficiente, que explica que haya podido tener una niña bien real. 

Esta distinción es liberadora, porque permite otras soluciones prácticas cuya utilidad podemos comprender mejor que nadie las personas disfóricas. Thomas ha podido cambiar de género, pero para otras personas eso es imposible, por razones sociales. Ante esa imposibilidad, algunas nos planteamos -como yo en su momento- lo contrario de lo que ha hecho Beatie: adelantar en la transformación del sexo, mediante la hormonación o la cirugía, sin cambiar de género. Vivir un secreto íntimo, una satisfacción privada, limitada al propio conocimiento, el más importante. Género masculino pero sexo femenino o feminizado. Para mí, entonces, ésa hubiera sido también una definición suficiente. 

Para expresar todo esto con palabras, nuestro lenguaje es inadecuado, porque refleja una cultura binarista, en la que sólo hay dos sexos, y a cada sexo corresponde un género. Por eso, la Prensa se ha hecho literalmente la picha un lío, al hablar del "primer hombre embarazado" o del "padre-madre", lo que nos devuelve al tema de la película de Arnold Schwarzegger. No se trata de eso. Desde luego, nuestro lenguaje transexual resulta más adecuado, porque diríamos simplemente "el primer hombre transexual embarazado" o "el primer transexual masculino embarazado" y sabemos que eso es perfectamente posible. 

Pero lo que aparece  con mayor profundidad es la no binariedad del sistema sexo género. Esta experiencia muestra que hay por lo menos cuatro posibilidades: género masculino, sexo masculino; género masculino, sexo femenino; género femenino, sexo femenino; y género masculino, sexo femenino. Hay más, en realidad; hay muchísimas más, porque la realidad es que tanto el sexo como el género son lo que se llama conjuntos difusos. 

No hay dos sexos en la naturaleza, hay muchos más, lo que se llama intersexuales, naturalísimos, que nacen cada día en los paritorios, dos de cada cien personas, según creo. Y mucho menos hay dos géneros. La mujer masculina y el hombre femenino, cada uno con distintos grados de intensidad, con distintas formas de expresión, están en nuestra experiencia diaria. Sólo que la parte arcaica de nuestra cultura nos sigue ordenando: "La mujer debe ser femenina y el hombre masculino", lo que nosotros sabemos de sobra que puede ser asfixiante, incluso sin ser transexual. Porque podríamos añadir: "¿Y los intersexuales, deben ser intersexuales?" La parte arcaica de nuestra cultura, titubeante, respondería con total inconsecuencia lógica: "No, tienen que ser masculinos o femeninos", porque para ella, en el fondo, no existe o no debe existir la categoría "intersexual" o "intergenérico". 

Yo les diré a los y las transexuales que no debemos tener miedo de las consecuencias de la experiencia de Thomas Beatie, al contrario. 

No debemos temer que dé una imagen poco clara de la transexualidad, que confunda al público, que haga pensar que los transexuales no llegamos a ser verdaderos hombres y mujeres, usando inconscientemente definiciones arcaicas de lo que es hombre o mujer. 

Nosotros no hemos roto el sistema sexogénero (porque lo hemos roto, al demostrar que sexo de origen y género de decisión no tienen que ir juntos) para vover a cerrarlo a nuestro paso. No podemos decir: "Sólo hay hombres  y mujeres", una vez que hemos roto ese concepto asfixiante, para volver a decirlo, perjudicándonos a nosotros mismos, que nunca seremos afortunadamente hombres o mujeres en el sentido estrecho de las palabras. Seremos siempre lo que somos, una realidad que abre la realidad: transexuales. 

¿Qué es ser transexual? Parafraseando una luminosa definición que leí una vez de la bisexualidad: Ni hombre a medias, ni mujer a medias: enteramente transexual. 

Es verdad que entramos así en un mundo que da miedo, porque es nuevo, y está lejos de todo lo que estamos acostumbrados a pensar, con arreglo a la parte arcaica de nuestra cultura. Nuestra cultura, nueva, nos lleva a circunstancias inesperadas, que nunca hubiéramos podido pensar: a los trasplantes de órganos, a la inseminación in vitro, a la clonación, a la transexualidad. 

Para no perderse en este mundo nuevo, tenemos que recurrir a un solo principio de la cultura arcaica: preguntarnos por el bien y el mal. ¿Dónde está el bien, en tanto cambio? 

La respuesta es sencilla: lo bueno para el hombre es lo que sirve al hombre. Lo que le quita dolores, lo que aumenta su dominio sobre la naturaleza ciega. El hombre no está al servicio de nada, excepto del bien; todo está al servicio del hombre, pero para su bien. 

En general, para contradecir una idea hoy muy en boga, el hombre no está al servicio de la naturaleza. La idea de que no se puede ir "contra natura" es errónea. Una vez leí que Felipe IV, rey de España y Portugal, pensó en hacer navegable el Tajo, mediante esclusas, de Lisboa a Toledo, idea grandiosa. Pero la sometió a una junta de los teólogos decadentes del siglo XVII que dictaminaron que si Dios hubiera querido que el Tajo fuera navegable hasta tan alto, lo hubiera hecho así, sin darse cuenta de que, por la misma regla de tres, cualquier cambio efectuado sobre la naturaleza sería malo, por ejemplo, la agricultura, porque si Dios hubiera querido que una tierra diera trigo y no otra cosa, hubiera hecho que lo diera por sí misma... 

No; son buenos los cambios con que transformamos la naturaleza al servicio del hombre, como son malos los que nos perjudican.  

Al servicio del ser humano está reconocer la naturaleza no bipolar, sino de conjunto difuso del sistema sexogénero, este reconocimiento supera muchos desajustes, muchos sufrimientos que produce el concepto de un sistema sexogénero bipolar, pues entonces este reconcimiento es bueno. 

Hay otros dos iconos que yo pongo junto al de Thomas Beatie. Una fotografía, famosa en su día, de Leslie Feinberg, y un fotograma de una película de Eva Robin's. 

La imagen de Leslie Feinberg lo muestra, desnudo, muy musculado, en postura de culturista. Brazos, torso, piernas, brillan con el contraste de luz y sombra de los músculos. Apenas se repara en el tanga negro que cubre su vientre ni en particular en que por la zona genital es liso. Pero esto es lo que Leslie Feinberg quiso hacer ver en esta foto. Que su masculinidad no tenía que ver con su genitalidad. 

Lo mismo, pero a la inversa, es lo que Eva Robin's transmite en esa imagen, en la que está completamente desnuda. Sus larguísimos cabellos, su cara completamente femenina, sus delgados brazos alzados, los graciosos pechos en su ligero torso, se complementan con unos genitales masculinos inertes que no contradicen el resto de su cuerpo sino que son como su consecuencia natural, lo que justifica su encanto y su excepcionalidad. 

Éstas y otras formas infinitamente variadas anuncian lo que será la sexogeneridad del siglo XXI.  

Kim Pérez 28-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                            Belleza de Falete

 

Hace un par de semanas, Falete estuvo en la playa, en Ibiza, y la revista "¡Qué Me Dices!" le hizo un "robado" o un "posado", como dicen los paparazzi.  

Lo vi después en una televisión, le añadió algunas imágenes suplementarias, me interesó mucho, al día siguiente me compré el QMD, para verlo todo con más tranquilidad y esta es mi opinión. 

Falete es justo como yo estoy diciendo que muchas deberíamos ser. Es un muchacho que asume una identidad prácticamente femenina sin dejar de ser un muchacho. 

En nuestra falta y necesidad de referentes estéticos, ofrece la estética de la ambigüedad más perfecta, con toda naturalidad, sin que se pueda decir que en su imagen se sepa dónde empieza lo femenino y acaba lo masculino y viceversa. 

Nos da una imagen, es un icono no sé si de lo trans, de lo queer, de lo drag, de lo ambiguo,  y es serio, sincero y tierno. 

Es verdad que en él -porque se debe decir él- toda su estética está facilitada por su obesidad, que suaviza todas sus líneas, las de su cara y las de su cuerpo y su profesión en el espectáculo. A un famoso se le permiten cosas que en un simple mortal serían abucheadas, es verdad, pero también hay que preguntarse si han madurado los tiempos hasta el punto de que el simple mortal pudiera vestir como viste Falete e ir por la calle sin ser excesivamente molestado. No me hago ilusiones. Sé que habría miradas, comentarios y hasta insultos, pero por lo menos, ya, podría sentarse en un bar a tomar algo, entrar en una tienda, ir a una conferencia y encontrar otras miradas afectuosas y consideradas. No digo que sea fácil. Quizá es una tremenda batalla cultural que haya que dar. A lo mejor, la clave de todo está en la naturalidad y la valentía. 

Repaso las imágenes de Falete, y me doy cuenta de que él está dando esa batalla. Quizá convenga juntarse con él, para darla. 

Empezando por el nombre. Decidió seguir con su nombre de varón, en diminutivo, desde luego, como nombre artístico. También podía haber elegido un nombre ambiguo. La cuestión del nombre es muy importante, es nuestro primer signo de identidad personal. Hace falta que guste y poder reconocerse en él cada vez que nos llaman. No hay que someterse a ningún convencionalismo del tipo "Si ahora soy mujer, tendré que elegir un nombre en las estanterías de mujer". No, mi nombre es mi nombre. A quien primero tiene que representar es a mí mismo o misma, y sólo yo sé lo que representa, y sólo yo sé por qué lo elijo o lo conservo. 

En la primera imagen, saliendo del mar, en el pequeño rompeolas del Mediterráneo, lo que más me llama la atención es su cabello largo, liso, mojado, hermoso. Castaño oscuro, cae con fuerza tirando de su cabeza en una caricia natural, la del peso del agua. Y tiene una perla blanca en el lóbulo de la oreja. Sus facciones son reflexivas y serias, los ojos mirando a la arena, los labios carnosos apretados. Su papada baja suavemente, en curva, desde el mentón a la base del cuello. 

Su torso es hermoso, rollizo, y sus pectorales caen como pechos aplastados. Sus brazos son plenos y en sus antebrazos, más delgados, lleva sendos brazaletes de fibras en las muñecas. En la mano derecha lleva algo transparente, que desborda por encima de su pulgar. Sus uñas están pintadas de blanco. 

Lleva un pantalón negro como bañador. Sobrio y justo. 

Las piernas tienen curvas suavísimas, son proporcionadas, muy hermosas. 

Nada en su arreglo es excesivo, nada excede demasiado de lo admitido para los varones de hoy, aunque hay un punto delicado de exceso, y también la suma, la acumulación de datos: el cabello largo (la "mata de pelo" que corresponde a la antigua estética de las tonadilleras), los pendientes, generalmente admitidos si son simples aretes de oro, pero en este caso, perlas, los brazaletes, que en su caso no son de oro, ni ostentosos, las uñas pintadas, pero de blanco... 

En el tondo o círculo de enmedio, una foto menos bella, Falete emerge de las aguas, que le llegan casi a la cintura, al ombligo más exactamente, con la cara deslumbrada y fruncida por el sol. Pero la quiero usar para ilustrar el "Falete, inmenso" del titular, que sin duda juega con los significados de la palabra "inmenso", referida a su obesidad y a su arte. Sí, Falete sugiere una Venus o, mejor, un Buda saliendo de las aguas, con sus connotaciones de plenitud y misterio. También quiero usar esta imagen para sugerir su belleza gitana, hecha de sensualidad y sensibilidad, o alerta, o agudeza, o atención. 

La tercera foto es cuando ya sale del agua y ésta le llega a media pierna, agitada y congelada en la fotografía por sus movimientos. En ella se entrevé mejor el objeto transparente que lleva en su mano derecha: ¿una esfera de cristal? Al pronto, con sus medias sombras sobre su vientre, parece casi una medusa, pero no puede ser. 

La cuarta foto, la del extremo de la derecha de la doble página, es más trivial, pero la más aleccionadora a efectos prácticos de arreglo. Falete se ha encasquetado una cinta blanca para sujetarse el pelo, sobre la coronilla. Se ha puesto una túnica amplia, amarilla, estampada con motivos florales morados, que le llega a las corvas, y forma amplios pliegues. En la mano derecha lleva una bolsa de baño roja. Su arreglo es el de una señora que sale del baño, pero también es el suyo, y bajo él se transparenta su pantalón de baño negro. Es un hombre que viste como una mujer. 

En la foto de arriba, apaisada, se le ve tomando el sol en la arena con un amigo. La sombra rasurada barba del amigo se ve con toda nitidez y te preguntas si Falete tiene también una sombra de barba. Acaricia con las dos manos el objeto marino transparente. 

En el breve texto que acompaña a las fotos, viene también una información deslumbrante: en octubre, Falete se va a casar con su novio Isaac. Esto es también uno de los objetivos que hemos conseguido en los años recientes. 

Kim Pérez 21-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                      Compañeras de Orgullo

 

Este año casi me quedo sin celebrar el Orgullo. Suelo pasarlo en Granada, donde muchos años se ha celebrado el de Andalucía, aunque el año pasado fue en Sevilla, creo, y éste en Torremolinos. 

Menos mal que, cuando fui a dar la conferencia sobre  la cuestión de lo que tanto vengo hablando, "De la transexualidad a la intersexualidad", la representante de la Asamblea de Mujeres, que la organizó dijo de pronto, cuando estábamos en el estrado, que era un acto conmemorativo del 28 de junio, lo que yo no sabía y me alegró mucho por poder hacer algo en esta fiesta. 

Hace dos años, en 2006, también estuve en Madrid y gocé de la enorme multitud y del compañerismo elevado a un millón que eso hace sentir. Me cité allí con mi amigo Jorge y gozamos de compartir primero pensión y luego aquel apartotel de estética tan americana; gocé de compartir esos días con Carla y con Juana, arriba y abajo, por las calles de Madrid; de conocer a Andrea y Ángel; de comer en casa de Christian con sus amigos, de donde luego salimos todos para la manifestación; de encontrarme a Andrés, nada más llegar a la manifestación, con las manos llenas de folletos; de conocer a Jean-Claude y ver a un montón de amigas y amigos tras la pancarta, o delante de ella; de ver de nuevo a Claudia la periodista, que estaba guapísima; de verme, en especial, junto a Juana, a la que tanto quiero, cuando la manifestación llegó a su término, paramos, y procuramos colocarnos cerca del escenario, entre tanta gente, jóvenes, con ojos felices. 

Estaba entre amigas y amigos, como se ve, entre compañeros. 

Pero para explicar lo que sentíamos, mejor me voy a las manifestaciones de Granada. 

Son mucho menores, de mil o dos mil personas, pero ese número de personas juntas forma una masa suficiente para impresionar en la Gran Vía, y si se le ponen unas cuantas banderas del arco iris, alguna inmensa, llevada por diez o doce personas, alguna gente disfrazada, como Rubén, que todos los años representaba algo, o María José, que también busca recursos sorprendentes y estéticamente rompedores, algunas drags, etcétera, queda bastante llamativo y animado por las consignas y las canciones divertidas. 

Se sonríe mucho en las manifestaciones. Primero, porque estás entre amigos, y manda la guasa y la risa. Segundo, porque eres consciente del punto de provocación que todavía hay en ello. 

Lo notas al ver las caras de sorpresa, los ojos abiertos de par en par, de mucha de la gente que vas viendo en las aceras, a la que ves más próxima, quizás porque la manifestación es más pequeña y resulta más inesperada. Son gente que no ha ido a verla, sino que pasaban por la Gran Vía y se la han encontrado. Gente de todas las clases, por tanto, cada cual de su padre y su madre. 

Nada más que con tu presencia, les vas diciendo: "¿No ves? ¡Estoy aquí! ¡Doy la cara! ¡No me oculto!", y sientes que lo estás diciendo. Yo, porque soy siempre visible, pero me imagino lo que siente un joven gay que se manifiesta así por su ciudad, a la vez feliz, inquieto y desafiante. 

Las caras, las analizas mientras pasas. La mayoría, la gran mayoría, son positivas y tranquilas. Te miran con curiosidad, pero amablemente. Algunas mujeres te aplauden (los hombres tienen más crudo aplaudir a  una manifestación gay, aunque la aprueben) Algún hombre ya viejo (bueno, de mi edad), ya gordo, en camiseta, sale a un balcón y él sí aplaude, y te das cuenta de qué piensa: "¡Ojalá yo hubiese sido joven en estos tiempos!" Ves también caras hoscas, cómo no, hombres cuya mirada se atraviesa y sabes que te matarían si pudieran. Eso es el Orgullo: estar ahí, dar la cara. 

Hay extravagancias, pero son las del sentido del humor. El Orgullo es la única manifestación en la que se sonríe todo el tiempo, en la que se va para pasarlo bien y para demostrar que sonreímos. La sonrisa se convierte en nuestra principal demostración. Por eso el Orgullo tiene y tiene que tener algo, a la vez, de Carnaval. Sonreímos y nos divertimos frente a la adversidad, y sobre todo frente a quienes quieren machacarnos, borrarnos de sus vidas y si es menester, de las nuestras. Ésa es nuestra principal arma: la seguridad en nosotras mismas (estoy hablando de todas, maricones) Sonreímos. Y a veces somos indescriptiblemente felices.  

El año pasado, por estas fechas, estuve viendo una televisión por satélite, más bien carca, y aunque a veces me gusta que dé caña, de pronto se me quedó en cueros. En la tertulia sacaron el tema "¿De qué se enorgullecen los gays?" y los contertulios pusieron caras consternadas, que significaban algo así como que de nada. Yo tenía el móvil apagado, no podía mandar un mensaje para que llegase a tiempo, pero si hubiese podido, hubiera mandado éste: "`¡De sobrevivir!" 

Es que el Orgullo es sobre todo compañerismo. Te encuentras con los tuyos, en líneas generales. Gente que sabe lo que es el armario y la salida del armario. Gente que sabe lo que es tener problemas con la familia, demoledores, porque son lo más querido. Gente que ha perdido amigos. Gente de la que se han burlado los niños cuando eran niños y estaban en el colegio. Gente que ha aprendido a sentirse avergonzada y culpable (porque es fácil sentirse culpable cuando no encajas con lo que se espera de ti) 

¡Y frente a eso es el Orgullo! ¡Estar con los tuyos, verlos en multitud, una vez al año, todos juntos, y que se te abran los ojos y comprendas que no tienes que sentirte avergonzada ni culpable, sino orgullosa por salir adelante! 

¿De qué tendría que avergonzarse, por ejemplo, un mariquita del que me hablaba el otro día mi amigo Ángel, que es hetero, al que hace cuarenta años metían de cuando en cuando en un calabozo un par de días, evidentemente por ser mariquita? 

¿O la Paca, del Puerto de Santa María, de quien me contó mi amiga Lola, muy mal repintada, vestida medio de hombre medio de mujer, con el pelo teñido de platino, que se puso en medio de la procesión de la Virgen de los Milagros, delante de la presidencia de los bodegueros y gritó: "¡Abajo Franco! ¡Abajo Franco!", la única que se atrevió a hacer eso, por cierto? 

Cada cual hemos intentado sacar la cabeza por donde hemos podido y sabido y como hemos podido y sabido. 

No tengáis miedo de que el Orgullo sea una manifestación divertida y extravagante. Es lo suyo, es lo nuestro. Imaginaos que hiciéramos una manifestación seria, responsable, en la que los todos los participantes fuéramos como vamos a nuestro trabajo al día siguiente y gritáramos sólo reivindicaciones formales. Sería una manifestación de color gris y predominarían los pensamientos tristes. Si habláramos sólo de nuestros problemas, predominaría la conciencia de problema, no la de solución, que en cambio es la que resplandece cuando sonreímos, cuando reímos, cuando le damos vía libre a nuestra extravagancia, cuando provocamos y sobre todo cuando estamos juntos en el Orgullo.  

Kim Pérez 14-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                Interior de la Disforia, III parte

 

 

Me volvía loco, los últimos años de negación de mi transexualidad. Como le había dejado sólo el resquicio de la fantasía, me pasaba a veces días enteros escribiendo, fantaseando, con frenesí, yo qué sé, diez horas, doce horas.  

Tengo guardadas esas fantasías, pero no tengo ganas de buscarlas, ya sé que hoy me aburrirían.  

Escribía con tal concentración, con tal tensión, que las venas de la frente me palpitaban e incluso me dolía la nuca. Tenía miedo de que me diera un ataque cerebral, y por eso pensaba que incluso estaba en peligro de muerte.   

En cuanto a  las fantasías en sí, seguían las leyes del estímulo decreciente propias del alcoholismo y la drogadicción en general (aunque yo no bebía ni una gota ni menos me drogaba); necesitaba que los temas se renovaran, aunque eran reiterativos y obsesivos; que fueran cada vez más fuertes; me encontré pasando de la obsesión por tener pecho a insistir en los matices masocas, de sumisión, de esta perspectiva; y luego, descubrí con horror que la creación de temas masoquistas es lo mismo, pero al revés, que la de temas sádicos; si quieres fantasear masoquistamente tienes que inventar temas sádicos; y de pronto, en ese momento, me vi a punto de llegar a temas demoníacos.  

Fue demasiado; me horroricé. Pensé: "Sólo la realidad puede salvarme". Me daba cuenta de que era la fantasía libre, sin ningún contacto con la realidad, lo que me llevaba a tal estado, y en aquel momento decidí entrar en la realidad de mi transexualidad. 

Hablé con un amigo médico, me tomó en serio pero me pidió que fuese a un psicólogo que acreditase la transexualidad, me asusté porque tenía conexiones con mi familia, contacté con el teléfono de Cogam, me fui a Madrid, entré por primera vez en el ambiente, vi a trans que fueron una bocanada de brisa fresca sobre mi pobre mente recalentada, etcétera.  

Entré en la realidad. Luego me asusté y eché atrás durante un año más, pero ya era todo  irreversible y por fin empecé mi transición.  

Puedo asegurar que fue entrar en la realidad, hallar la Sociedad Sexológica de Granada, donde me acogieron y respetaron amistosamente, llegar por medio de ellas (eran sobre todo mujeres) a un médico amable y estudioso que me inició el tratamiento, empezar a hormonarme al cabo de unos meses, y toda la locura en la que yo estaba cayendo se disipó, mi pensamiento se tranquilizó y se saneó y empecé a vivir como una persona normal (aunque parezca asombroso a quien no entienda que la transexualidad pueda llevar a la normalidad)  

Sé que una parte importante de esta normalización se debió a la  hormonación con antiandrógenos, etc, porque es incluso recomendada para todo tipo de parafilias (o sexualidades paralelas) que puedan llegar a ser agobiantes, angustiosas o peligrosas. Pero también creo que otra parte fue gracias al paso de la soledad, de la sola vida interior, a la socialización; de tener por fin personas con quienes hablar de mis sentimientos; de no tener que limitarme a vivirlos en total silencio, callado, sólo dentro de mí.  

Unos meses después de empezar mi hormonación, cuando estaba en Madrid, en un bar cerca de la Puerta del Sol, con mi amiga Mónica, pues para entonces ya había contactado con Transexualia, me sorprendió de pronto y me hizo mucha gracia constatar que, en el momento en que comenzaba a tener pecho, mi antigua obsesión por esa idea, y por todos los masoquismos y sumisiones que podía unir con ella, había desaparecido por completo.  

La realidad me mostraba que yo podía ser trans y al mismo tiempo no definirme completamente como mujer, ni siquiera vivir completamente como mujer, aunque todavía no lo veía con total claridad.   

Sí lo veía Cristina Garaizábal, que veía mis experimentos con el género con mucho interés, o lo veía, refiriéndose a sí misma, otra amiga, Nancy, muy femenina de aspecto y que se definía como "ni hombre ni mujer", lo que anoté mentalmente con gran atención, pero de momento no pude llegar a las últimas consecuencias de esta manera de pensar.  

Es que, de hecho, me quedaba un margen de frustración, puesto que yo creía que nunca podría hacer una transición completa, dadas, primero mi situación laboral, segundo mi estatura, que veía como un obstáculo insalvable, tercero el tamaño de mis pies, mis rodillas, mi voz, etcétera, por lo que me contentaba con ser trans fuera del armario, pero de manera teórica, sin que tuviera consecuencias sociales totales (es decir, una trans que públicamente decía que lo era, pero que continuaba vistiendo como hombre) 

Esto me doy cuenta ahora de que era algo extraordinario, aunque entonces no me di cuenta de hasta qué punto. Iba a la televisión, y hablaba de que era transexual, aunque llevaba, todo lo más, ropa que yo llamaba unisex, pero que al verla ahora en mis fotos, reconozco que era llanamente de hombre, sólo un poco más afeminada de lo corriente. Me teñía el pelo, me maquillaba, mis pechos se percibían a través de los jerseys como Antxón Urrusolo, presentador de la televisión vasca, remarcó una vez. Iba al trabajo así, con horror de mis compañeros (y normalidad por parte de los alumnos) En fin, algo revolucionario, aunque yo no sacaba todas las consecuencias. Era, justamente, un modelo de vida intersexual.  

Pero estaba, como digo, todavía frustrada, porque percibía todo aquello como un paso intermedio. La feminidad de mi amiga Merche era una incitación constante hacia nuevas posibilidades de vida. Nos divertíamos, salíamos, ella coqueteaba, se arreglaba, tenía éxito entre los hombres. Me vi en un autobús, de viaje a Valencia, donde ella culminó uno de mis sueños, porque se operó. Fueron meses o años maravillosos para mí, porque lo que habían sido mis fantasías se convertían en realidad que no podía vivir plenamente, pero sí compartir, ver de cerca, en tantas mañanas, tardes y noches, desayunando juntas en un bar bajo los árboles, o tomando unas copas en una terraza nocturna o yendo juntas a todos los programas de televisión donde éramos requeridas, que fueron muchos, de todas las televisiones, de toda España. 

No me quedaba más que seguir por el mismo camino. El 5 de enero de 1995 me operé. Pero seguí llevando mi look unisex. Sólo en octubre de 1996, para volver a clase, casi dos años después, me decidí a ponerme falda, lo que era el paso definitivo a la clase de las mujeres. Luego vino el usar peluca, sacarme el nuevo carnet de identidad (tardé mucho tiempo en decidirme), cambiar todos mis papeles y asegurar mi posición legal con ese cambio, etcétera 

Por supuesto, por entonces, usaba ya todos los convencionalismos de la feminidad: me maquillaba, me pintaba las uñas, llevaba bolso, etcétera. Me divertía al pensar que todo eso a Cristina Garaizábal le decepcionaba en el fondo, viendo que asumía una imagen de género claramente femenina, y que dejaba a un lado toda la creatividad de mi etapa intermedia.  

Pues Cristina, no te preocupes, porque superé también esa otra etapa. Poco a poco me cansé de maquillarme y de pintarme las uñas y un buen día lo dejé. La peluca voló por la ventanilla en un accidente de auto y, cuando me convencieron de que mi imagen era mejor sin ella, aun con mis entradas, dejé de ponérmela.  

Poco a poco, colmada cualquier frustración, emergía mi parte masculina, como la llamaba entonces, o mejor mi realidad intersexual, como la veo ahora.. Me encantó ponerme chaquetones militares encima de la falda, en invierno. Chocar a la gente, ahora por la otra banda. Antes era la feminización de una imagen de hombre, ahora es la masculinización de una imagen de mujer.  

Estoy descubriendo la conciencia de la intersexualidad. Y es muy interesante. Y en ella estoy.  

Kim Pérez 06-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                Interior de la Disforia, II parte

 

¡Qué fuerte es ponerse a escribir sobre estas memorias vivas en medio del calor de la tarde del verano! 

Pero me da la sensación de que este calor es vida. Es la emoción del pasado, del presente y oh, del futuro. Las cosas que pasan y se te quedan pegadas a tu piel, para que luego, la inteligencia, les dé vueltas y las entienda.  

Lo que se ha vivido es feo y gris o, a veces, maravilloso. Recojamos esas briznas de delicia, en las que hemos visto por una rendija de la vieja puerta el jardín del Paraíso, para sentir el gusto de la esperanza... que es como una limonada fresca y perfumada. 

Porque la disforia, en el fondo, es estar jodida. Pero es verdad que ese jodimiento abre también perspectivas insólitas que otras personas no conocen. 

Como iba diciendo, con trece o catorce años, la disforia, el jodimiento, se me presentó con todo su esplendor de grisura y agobio. Pero también con destellos que se pueden resumir en ser otra cosa, y en dejarme llevar por la fantasía de que yo podía ser otra cosa, escaparme de lo que era, dejar de ser un varón gris, soso, tímido, torpe, con poca gracia, y convertirme en una mujer deslumbrante y bella, por eso querida y por eso protegida de tanta hosquedad.

Yo entendía la vida entre varones como esencialmente hosca. Como tenía la obligación de estar en un colegio de varones, creía que todos estaban también obligados, y que eran amigos entre sí porque no podían serlo de las niñas. Yo desconocía del todo las leyes del sexo, y en particular, las de la homofilia, ese sentimiento potente de compañerismo que hace que los varones estén a gusto entre varones y las mujeres entre mujeres. 

Ahora también sé algo que entonces no sabía. Yo me conceptuaba como varón, sin más, porque nuestra cultura marca que hay varones y mujeres, sólo esas dos posibilidades. Y mi disforia venía de que veía lo que estaba previsto para los varones, y no me gustaba, no era lo mío. Prefería lo que estaba previsto para las mujeres, desde luego, como prefería el colegio de las niñas al colegio de los niños. Pero preferir no es identificarse. Pero como tuve que pasarme años y años viviendo mi disforia teóricamente, en silencio, a solas, un secreto enorme y vergonzoso, no pude vivirla en la práctica y ver cómo evolucionaba con la realidad. 

Por es soy partidaria, cómo no voy a serlo, de que la disforia se exprese de alguna manera, que no se quede en el secreto, para que la realidad vaya dando nuevos puntos de vista y vaya fluyendo y cambiando, y no se quede enquistada en lo mismo durante años y años, como a mí se me enquistó. 

Durante esos años yo sólo sabía que no quería ser hombre y que quería ser la única alternativa que conocía, es decir, mujer. 

Como no podía dar ningún paso práctico, la fórmula siguió intacta, durante años: "no quiero... quiero..." 

Bueno, sí di algunos pasos, pero tan cortos, tan difíciles, que es como si no los hubiera dado. Un año de relativa libertad, en Argelia, en medio de años de paredes blancas y sin ventanas, antes y después. O algún mes en Londres, puerta que yo misma me cerré cuidadosamente, a continuación, equivocándome con todo convencimiento, en el fondo porque no tenía con quién hablarlo (¡algo que en la era de internet tenéis todas! ¡No lo desperdiciéis!) 

Lo único que cambió por entonces fue como un pesimismo que me quitó incluso las ganas de travestirme en solitario. Demasiado esfuerzo para tan poco resultado. Me refugié, fue peor, en la sola fantasía. 

Llegó por fin el momento del ¡ya! que fue más bien un ¡ya está bien! y ¡basta ya! 

Entré en la realidad. Quiero decir que empecé mi transición. Ya no era pura fantasía, sino la realidad de cada día, nueva relación con la gente, nuevas amistades, nuevos problemas prácticos

Y eso que yo me planteaba, por mi trabajo, que nunca iba a poder hacer una transición completa. Pero me conformaba con vivir entre trans, con ser amiga de trans, con definirme como trans (una trans que empezaba nada menos que a decirlo, aunque vistiese como hombre), con hormonarme. 

En cuanto entré en la realidad, empezaron a cambiar las cosas. Aquel verano (fue en verano, con las calores, cómo no) del 91, me fui a Madrid, a hablar con los de Cogam, cuyo número de contacto había encontrado, con mi ropa de cincuentón cansado, pero furioso, ropa sosa, anodina, una  camisa blanca, un  pantalón de raya. 

Mi único contacto previo con homosexuales había sido mi entrada en el COC de Amsterdam, y mi constatación de que aquel bar grande y oscuro no era lo mío. Pero mi llegada a Madrid, a hablar con homosexuales, ya era como transexual; ya era sabiendo que yo no era como ellos, poniendo una barrera invisible entre ellos y yo. 

Y en cuanto puse aquel cristal por medio, me pasó lo inesperado: me gustaron. Gracias a diferenciarme de ellos, me  gustaban. 

Tengo que precisar aquí lo que sentí, para que se me entienda bien. Había, de guardia en Cogam, otro cincuentón con barba, y dos muchachillos. Lo que vi es que no había entre ellos la hosquedad que tanto aborrecía entre los hombres, y que lleva a un no querer tocarse, o a amagar puñetazos, como forma de expresar el afecto. Aquéllos se tocaban, pasaba uno la mano por el antebrazo del otro con suavidad, con lentitud, con gusto, con cariño. Cuando se despidieron, lo hicieron dándose besos en la cara. ¡Sólo eso, nada menos que eso! 

Me di cuenta de que los homosexuales eran un modelo de hombre que yo nunca había visto (de cerca, con tranquilidad, entre ellos) También pensé aquella tarde que si en mi niñez hubiera tenido un amigo como ellos, yo no sería transexual. Pero sabía ya que podía quererlos y admirarlos justamente porque estaba tras el cristal de la transexualidad. 

Mi disforia empezaba a transformarse, pero seguía siendo disforia. Y lo sigue siendo. Me gustaban los homosexuales en la medida en que son distintos del concepto de hombre convencional. Porque eran sensibles, sobre todo, sentimentales, comunicativos, cariñosos, expresivos, lectores, artistas, enamorados, lloricas, sensuales, como yo en una palabra, excepto en la sexualidad. 

Ah, lo primero que hice fui irme a Galerías Preciados, que creo que todavía existían, y comprarme un pantalón caki y una camisa alegre, de no sé qué color. Mi primer cambio fue simplemente de colores. Pero me sentí nueva, joven y transformada. Así empecé a vivir en la realidad. 

Creía que hoy iba a terminar con mis explicaciones, pero veo que queda mucho por decir, y nada menos de cómo se ha ido transformando mi disforia con la práctica total, cuando me he operado, cuando -después- me puse por primera vez falda, cuando dejé de pintarme... 

En fin, queda, si Dios quiere

Kim Pérez 29-06-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                            Interior de la Disforia, Primera parte

 

Me doy cuenta de que será útil hablar de lo que es la disforia por dentro. 

Bueno, sólo puedo hablar de la mía, porque desconozco los matices de la que puedan sentir otras personas. 

Sé que hay trans no disfóricas para quienes la transición es una forma de expresión placentera; como me decía una querida amiga, "es como elegir los canapés en una fiesta". Bendita sea esa manera de ser positiva. 

Pero quienes somos disfóricas tenemos en ella una fuente de dolor; pero el dolor no es malo, por cierto: te avisa de que algo no funciona y te incita a que revises tu posición. Es exactamente la banda sonora de las carreteras modernas. 

Pues la disforia es un disgusto o desajuste con el sistema de sexogénero por el que circulamos. 

Es un sentimiento muy estable, que dura toda la vida. En cambio, como he dicho ya en otra parte, las formas de ajuste a que incita la disforia resultan bastante variables. 

Soy una persona disfórica, por tanto, ya vieja, que ha tenido tiempo de ver esas variaciones y sorprenderse con ellas. Puede ser que alguien más joven sienta que no va a cambiar nunca, con total seguridad. La felicitaré por su juventud y le diré que dentro de diez años hablaremos (si Dios quiere) 

La consecuencia que se abre a la inteligencia, por encima de los sentimientos, es que los sentimientos hay que expresarlos para que no se enquisten y te machaquen, pero que es mejor ser lo más flexible que se pueda a la hora de expresarlos, porque todo fluye (panta rei) 

Puede ser que mi disforia, todavía no de género, comenzara cuando tenía cuatro años y mis primos mayores (muy mayores: tendrían diez años) me trajeron un gorrión, muerto con una escopetilla, con la cabeza arrancada y atada a una pata, y uno de ellos me dijo: "Dile a tu abuela -la del otro lado- que los gorriones aquí son así". 

Aseguro que, a mis cuatro años, los miré con disgusto (a los dos, lo que ahora me doy cuenta de que no es justo), sintiéndolos  irracionales, pero sobre todo innecesariamente agresivos -contra el pajarillo, contra mí, contra mi abuela, a la que no conocían- y distintos de mí en su rudeza, porque yo buscaba siempre el cariño, la confianza, la unión luminosa con otras personas; en dos palabras, descubrí el gamberrismo varonil. Los nombres los pongo ahora, pero lo que sentí, lo recuerdo todavía. Incluso estoy viendo el lugar donde pasó eso: una esquina del cortijo con las paredes encaladas, brillando con el sol. Recuerdo mis sentimientos siguientes: un asombrado menosprecio por lo que hacían -tenía cuatro años y yo también era malo- y la constatación de que no eran como yo.   

Me imagino que el primo de los dos que ha sobrevivido -el otro ha muerto- lee esto por curiosidad y me da pena que lo lea, porque sería injusta con él: no lo he tratado casi pero sé que es una buena persona, que ha hecho una vida ordenada y lógica. El otro fue un cabeza loca toda su vida, que se dio un golpazo tras otro equivocándose casi en todo acá y allá, víctima de sí mismo, o más bien de unas atropelladas hormonas que nunca pudo controlar. 

El siguiente paso fue en el colegio de niños al que tuve que ir (eran los cuarentas y los cincuentas) Era un lugar rudo, de paredes con desconchones. Me sentí perdido, ya no sé por qué; iba al colegio literalmente a rastras y llorando. Encontré sólo la comprensión y el apoyo de algunos de los religiosos hacia aquel niño solitario: el Padre Fidalgo, austero y elegante; el Padre Espiga, vasco, robusto y amable; el Padre Pío, sobre todo, jovencillo, profesor de otra clase, pero que se dio cuenta de mi aislamiento y me dedicó un cuarto de hora de atención que no he olvidado. Pero recuerdo con desagrado los urinarios, su olor pesado, lo deshonroso del sistema.  

Entonces surgió la primera manifestación de la disforia de género. De género, seguro, esquemática, arquetípica. Junto al colegio de los niños estaba el colegio de las niñas, y yo sabía que era ordenadísimo, limpísimo, casi poético en sus formas de vida -aquella sala con un gran cuadro de una Virgen de estilo casi prerrafaelita, de colores suaves y alegres, delante de la cual ponían cada día una lamparilla de aceite y un ramito de flores-, iluminado con grandes ventanales, con un suelo de tarima perfectamente encerado y perfumado. 

Yo tenía que pasar por delante del colegio de las niñas para llegar al de los niños -tan nítidamente separados los sexos- y, naturalmente, un día tuve que formularme la pregunta clave: "¿Por qué he tenido que nacer niño y no niña? ¿Por qué tengo que ir al otro colegio y no a éste? 

De momento, no pasó nada más. Tendría yo ya ocho o nueve años. Luego, fueron acumulándose los hechos, que ya no voy a detallar, pero cuyo resultado fue el desagrado profundo por mis compañeros -llegué a comprender que era lo contrario de un homosexual-, muchos de los cuales, los más visibles,  habían entrado también en una fase de gamberrismo y voces desacordadas, de grosería verbal multiforme, de adolescencia descontrolada, con la que yo no quería ser confundido. 

Los internos llevaban un uniforme, los domingos, de chaqueta, pantalón y corbata azul marino, tan pulcro, que me parecía que engañaba sobre quienes lo vestían. Un día se hicieron una foto todos juntos y yo me imaginaba que tuviera que ponerme, de uniforme, junto a ellos. Yo no quería ser contado entre ellos, que quien nos viera supusiera que yo era uno de ellos, que yo era como ellos. (No ser contada entre ellos, expresión que he leído hace poco en otra trans) 

(Ahora los he vuelto a ver cincuenta años después. Todos son muy educados y algunos, muy cariñosos. Ojalá los hubiera visto así antes) 

Ya por entonces -trece y catorce años- mi disforia de sexo estaba muy definida. El rótulo que se le podía poner era "antimasculinidad". Pero esa antimasculinidad había que vivirla en la práctica. Y entonces se cruzó en mi vida la imagen de la mujer en el espejo, la fascinación de una feminidad que podía ser mi manera de ser, una imagen que yo trasladaba de las revistas de modas de mi tía, que hojeaba febrilmente, de sus brillantes páginas de cuché, de sus anuncios de ropa interior, sobre mi propia imagen, de adolescente fracasado, tímido y solitario, y me hacía soñar que aquella belleza pudiese ser la mía, y que yo fuera deseada y querida, y mereciera ser admirada y protegida.

Así la disforia se convirtió en transexualidad. Hemos llegado a lo más intenso de mis recuerdos. Turbulento, pasional. Hace falta descansar. Espero seguir el próximo día. 

Sólo diré que empecé a transvestirme con ansia delante del espejo. Que aquello me excitaba y al mismo tiempo me avergonzaba de mi excitación, porque me daba cuenta de que, como mujer, no podía sentir eso. Me ponía ropa que extraía del armario de mi tía. Necesitaba que alguien me viese así, e imaginaba siempre que era un varón quien me veía, y que me admiraba y me quería, pero no se hizo nunca realidad ese sueño. Luego, me dejaba la ropa interior para ir al colegio, y recontaba las prendas que llevaba, y a veces llevaba más de mujer que de varón, con lo que intentaba consolarme. 

Pobre trans de quince años, pobre disfórica, mejor dicho. Luego contaré cómo llegué a la plenitud de mi vida. 

Kim Pérez 23-06-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

  

                                              Transexualidad y Feminismo

 

Voy a hablar en este comentario mucho de mi participación en el movimiento feminista, y me vais a permitir que lo haga, porque voy a hablar de mis opiniones personales. Puede ser que alguien no esté de acuerdo con lo que voy a decir, pero me reconocerá de todos modos el derecho a tener opiniones personales. Por eso, no está mal que todo este comentario tenga un color personal. 

El 17 de junio mis amigas de la Asamblea de Mujeres de Granada me han invitado a dar una charla, el 26 de junio a una conferencia -dos días antes del Orgullo Gay- y el año que viene posiblemente participaré en unas Jornadas, todo sobre el tema "De la transexualidad a la intersexualidad", que les ha interesado mucho. 

Las relaciones del feminismo español con las transexuales han sido históricamente buenas, a diferencia de lo que pasó en los Estados Unidos. En 1993, por iniciativa de Cristina Garaizábal y Empar Pineda, estuvimos Mónica Blanco, Jenny, Mercedes Camacho y yo en las Jornadas de Madrid, que resultaron una experiencia catártica para el feminismo y para nosotras. Un aula de la Complutense llena hasta desbordar, gente sentada en las escaleras y el suelo, sonrisas, cordialidad y luego amistades para toda la vida. 

Luego, en las de Córdoba, en 2001, me parece, estuvimos Juana Ramos y yo, también con Cristina y Empar, en un ambiente igualmente amistoso, aunque ya más tranquilo. Allí tuve ocasión de exponer que el feminismo es antisexismo, y por tanto no puede defender en exclusiva los intereses de las mujeres, porque eso sería corporativismo: debe tener una visión más amplia, de igualdad humana por encima de la diferencia de los sexos; se llama feminismo por su origen histórico en las mujeres, pero debería llamarse Nosexismo. También pude hablar de mi opinión de que las transexuales somos "más o menos" mujeres, y me di cuenta de que este "más o menos" podía dar mucho juego, y era comprendido y reflexionado. 

En general, las feministas nos ven a las transexuales como una especie de aventureras del género, o exploradoras del género, o generonautas, de las que las experiencias, por ser más radicales que las suyas, les han abierto los ojos sobre las dimensiones culturales del género. En los Estados Unidos, eso es así desde que Stoller publicó "Sex and Gender", un libro sobre la transexualidad que llamó la atención de las feministas, cambiando su primera opinión, en gran parte negativa hacia las transexuales. En España, fueron Cristina Garaizábal y Empar Pineda las que introdujeron la nueva valoración, gracias a su amistad con Mónica Blanco y Jenny, y por eso desde el principio las relaciones entre el movimiento trans y el feminismo fueron positivas. 

Ahora, como generonauta, quisiera dar un paso más y sé que me van a escuchar atentamente. 

Quiero hacer pensar a las feministas sobre el concepto de intersexualidad. Empezaré haciéndoles ver que el concepto de la dualidad de los sexos es erróneo, porque físicamente, biológicamente, hay por lo menos tres situaciones en humanos y animales: hembras, intersexuales, cuya máxima expresión es el hermafroditismo, y machos. 

Luego quiero seguir hablando de los matices intersexuales en cada sexo. No hay machos o hembras absolutos, puros, sino una graduación que se puede representar estadísticamente en forma de dos campanas de Gauss, no separadas, sino unidas por un seno; siempre hay población en cualquiera de las situaciones. 

Sin embargo, quiero hacer ver que la realidad biológica es la que es, pero que nuestra cultura no la comprende: funciona sobre la base de sólo dos conceptos, el de varón y el de mujer, más o menos entendidos como puros. Sabe que hay realidades intermedias, pero no las conceptúa como autónomas, valiosas, sino como hombres o mujeres imperfectos, nos olvida de hecho, o nos censura por ser como somos. 

De aquí quiero pasar a que muchas veces, las personas transexuales nos situamos en la línea descendente de la masculinidad o de la feminidad, y de aquí nuestra disforia, porque al no ajustar con los modelos culturales nos encontramos fuera de lugar, y en busca de una identidad que nuestra cultura no nos da (no hay más que ver las películas, todavía hoy, y preguntarse cuántos personajes definidamente intersexuales aparecen en ellas) 

Por tanto, planteo la cuestión de la transexualidad como un diálogo -a gritos- entre naturaleza y cultura. También tiene otra dimensión, cuando la disforia no procede de una intersexualidad definida de partida, sino de otros factores (falta de modelo paterno, fracasos amorosos, estrés por el rol masculino...) . Si se parte de ellos, aunque no se sea intersexual de partida, se lo es de llegada. Una persona trans, hormonada u operada, es objetivamente intersexual, se mire como se mire. Pero también nos falta el concepto de intersexual para decírnoslo a nosotras mismas. Si no somos hombres, seremos mujeres, nos dice nuestra cultura. Y punto. Si luego vienen nuevos desajustes, no nos entendemos, y acabamos echándonos las culpas a nosotros mismos, en vez de echárselas a las limitaciones de nuestra cultura. 

Pero de aquí quisiera pasar a la cuestión de la intersexualidad como más o menos general en toda la humanidad -más o menos, lo digo con guasa-, y a la postura que las feministas deben tomar ante este hecho natural. 

Mientras dividan a la humanidad entre mujeres, varones y punto, no estarán superando el sexismo cultural. No hay sólo hombres y mujeres, estamos otras personas, y los hombres y mujeres son más o menos hombres y mujeres. 

Cualquier teoría que se funde en la realidad, será fuerte, y la que no se funde, será débil. Por eso, las personas transexuales -o intersexuales- debemos invitar a las feministas a que reformulen sus teorías. 

Por ejemplo -y esto lo digo medio en serio, medio en broma-, la política lingüística de la o y la a es insuficiente. Nosotras debemos reivindicar que se use también la e, y se diga, por ejemplo, ciudadanos, ciudadanas y ciudadanes, puesto que lo somos con igualdad de derechos, aunque seamos menos. 

Ya en serio, creo que la opción lingüística por la o y por la a es una norma de cortesía (como el "tú y yo"), a veces más que natural, y a veces, artificial. Pero la broma nos ayuda también a visibilizarnos y a visibilizar una situación de intersexualidad "más  o menos" general, que, si se admite, permitirá que muchos hombres no tengan que hacerse lo más varoniles posible, y muchas mujeres, tampoco tan femeninas como las que más, sino que reconocerá el valor propio de Yves Saint-Laurent o Isabelle Eberhardt, que han tenido una forma de vivir y sentir propia, pluralizadora e innovadora de la humanidad.  

Kim Pérez 16-06-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                 Dolor de Disforia

 

 

Cuánto dolor, cuánto destrozo en la vida trans. Lo digo con naturalidad: la transexualidad es dolor, es disforia, disgusto, desajuste. Si no hubiera dolor no habría transexualidad. El dolor es lo que nos da fuerzas para afrontar los demás dolores (soledad, quedarse sin pareja, sin hijos, perder la familia, perder el trabajo, soportar insultos), con tal de superar ése fundamental, la disforia. 

Me he equivocado en parte cuando me he empeñado en poner la intersexualidad como base de la transexualidad (para no poner el dolor) Es verdad que algunas de las personas transexuales son un poco intersexuales, pero las personas intersexuales no son muchas veces transexuales, se quedan a gusto en el género que les toca. Me ha llamado un amigo que es gay y tiene una voz pastosa y suave de mujer; es muy femenino físicamente y psicológicamente y ha pensado, en teoría, cambiar de sexo, pero no le apremia eso, puede pasar porque no tiene disforia. 

En cambio, ser transexual es sentir un dolor básico, profundo, que cuando pensaba la otra noche en él, me parece un dolor a gritos, aunque sea callado, por la costumbre, que nos permite sonreír. A veces, ya no lo sentimos, pero de pronto nos da la sensación de que no sabemos ni de dónde viene, ni dónde nos duele, ni qué remedio puede tener. Yo voy a intentar decirlo. 

La mayoría de las veces, ese dolor viene de muy antiguo, desde casi siempre, porque se debe a que nuestro padre no nos ha querido lo que necesitábamos, y ese dolor no tiene remedio. Ni entendiéndolo tiene remedio. Freud se equivocó cuando pensó que los dolores del alma se curan entendiéndolos. 

De esa falta de cariño, total o parcial, pero que se convirtió en desengaño, viene el no poder apreciarnos como varones. Incluso, la natural aversión por los varones se intensifica al máximo, porque no está ese cariño para compensarla, como le pasa a los demás varones. Si no los queremos, tampoco ellos nos quieren. Si somos ariscos, hoscos con nuestos compañeros, si no les sonreímos con naturalidad y cordialidad, ellos tambíén serán ariscos y hoscos con nosotros y probablemente agresivos. Acabaremos detestando al conjunto de los varones. No querremos ser varones.  

Si no podemos ser varones, y sin embargo nuestro cuerpo nos dice "eres varón", ¿qué podemos hacer, qué podemos ser? 

Nuestra cultura sexual, que es muy dualista -hombre, mujer, en eso sí he acertado por lo que veo-, nos dice: "si no quieres ser varón, tienes que ser mujer". Entonces viene la autoginefilia, la fascinación de la imagen de mujer en el espejo, para tirar de nosotros con todas las fuerzas en esa dirección. Cuando somos jóvenes, es difícil resistirnos a esa fuerza, porque están todas las hormonas están implicadas en ella, y precisamente las masculinas. Si entonces podemos hacer casi real esa imagen, si podemos salir a la calle y atraer las miradas, entonces nos reafirmamos por fin en nuestra persona, vemos que alguien, preferiblemente un hombre, nos valora, cubriendo el hueco que dejó nuestro padre, o incluso si nos quiere y nos desea, entonces es el no va más. 

Por eso estamos muchas transexuales que somos hijas de militares. Porque nuestros padres, aunque nos quisieran, no estaban educados para demostrar sus sentimientos, sino para ser duros y aparentemente insensibles, y lo fueron con nosotros en los años en que más los queríamos y más los necesitábamos y eso es un dolor. 

Si de hecho no tenemos el consuelo de poder salir a la calle a que nos admiren y a soñar que nos quieren, entonces tenemos que buscar la afirmación propia por otras vías, pero tenemos que encontrarla, porque si no, los deseos de autodestrucción se vuelven terribles. Destruir esto que sufre tanto, que no es querido, que quizá no lo es porque no lo merece, porque es soso, o tristón, o feo. Terminar pronto con este sufrimiento que parece no terminar nunca. Hay que evitar llegar a este punto, porque la vida es siempre sorprendente, por fuera o por dentro, por lo que pasa o lo que se comprende, mientras que la muerte es un punto final que impide esas sorpresas (a lo mejor nos trae otras, desde luego, pero es mejor dejarlas que lleguen cuando tengan que llegar) Entonces, en ese sentido, hay decisiones aparentemente exageradas, pero que son positivas, porque son una salida. 

Por ejemplo, hay personas disfóricas que no pueden hacer una transición pública, por lo que sea (no porque no quieren, sino porque no pueden, de verdad, se mire como se mire) y que deciden operarse sin que nadie lo sepa. Es un secreto entonces que queda entre yo y mí. Pero es un secreto afirmador, estimulante. En secreto, sin que nadie lo sepa, puedo decirle al mundo, a los varones: "ya no soy como vosotros". Me he afirmado por fin, puedo decirme lo que soy, lo veo, por lo menos yo estoy de acuerdo conmigo. 

Estoy segura de que hay personas transexuales que hacen eso y que, en general, nadie lo sabe. Yo misma lo estuve pensando para mí. Cuando empecé mi transición, estaba segura de que nunca podría hacerla públicamente, por mi clase de trabajo en la enseñanza y porque necesitaba ese trabajo para mantener a mi madre y que estuviera en su casa. Si eso hubiera seguido siendo así, hubiera tenido que hacer algo parecido. Buscar un cirujano, operarme, volver a mi casa, vestir con ropa masculina y aquí no ha pasado nada. Qué digo, si eso es lo que hice. Tenía tantos miedos sociales, que de hecho seguí vistiendo con ropa de varón casi dos años, aunque yo decía que era con ropa unisex, que me sentaba fatal. Fue cuando fueron apareciendo poco a poco fisuras en mis miedos, posibilidades en medio de lo que yo creía imposibilidad, cuando me decidí, pero me operé el 5 de enero de 1995 y me puse falda por primera vez en público en octubre de 1996. O sea, que si hubiera tenido que seguir siempre sin ponerme ropa de mujer,  no habría pasado nada. 

Puede haber decisiones menos extremas, desde luego. La persona transexual que no puede decirlo públicamente, puede por ejemplo hormonarse en secreto, que es casi lo mismo que operarse para empezar a afirmarse. Poder decirle por fin a los propios genitales: "estáis dormidos, no me hacéis falta, ya no tengo que estar sometida a vosotros". 

O encontrar formas de vida intermedia, vivir una vida íntima como mujeres o entenderse a sí mismo como un ser ambiguo, quizá homosexual, u homoafectivo, querido por los hombres precisamente como ambiguo. 

Todo eso es necesario para calmar el dolor de fondo, la disforia, aunque nos traiga otros dolores añadidos, pero secundarios. Ese dolor tiene que ser calmado, para que no nos destruya. Es cuestión de adaptación, de supervivencia, de sacar la cabeza por encima de todo. 

Kim Pérez 09-06-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     Geisho

 

Hace unos días vi fugazmente por el satélite Comosellame (pero este detalle es importante) un documental sobre los acompañantes masculinos en el Japón, que me pareció muy interesante. 

Se trata de una reciente moda, que ha creado bares de alterne, en los que las clientas pueden conversar, sobre todo, y tomar unas copas con jóvenes profesionales. El sexo está excluido. 

Por eso decía lo del satélite. Para que se vea mejor de qué mundo nuevo estoy hablando y desde qué mundo nuevo. 

Lo que me llamó la atención es el aspecto muy andrógino, muy femenino, de los jóvenes conversadores. Como en los antiguos shows, sus fotos están puestas en un panel, a la entrada, para que las clientas decidan con quién quieren pasar la velada. Los rostros de líneas suaves, los ojos  muy redondeados -los japoneses se operan ahora los párpados-, el pelo muy tieso y coloreado, parecen de muchachillas estilo manga. 

Lo sorprendente es que las clientas prefieren que sean así. He observado que las mujeres bios aman un estilo andrógino, según qué circunstancias. Puede ser que en la pasión amen a un hombre muy viril tipo Gary Cooper o John Wayne (vertientes afectiva y dura, respectivamente), pero las adolescentes chillan por un Leonardo di Caprio, de rasgos femeninos, y las mujeres adultas japoneses prefieren que sus acompañantes parezcan casi mujeres. 

Es cierto que la esencia del encuentro, para ellas, es la conversación. Sabemos que la sociedad japonesa -¿van por el siglo XXII?- es muy impersonal, virtual, racional, y en ella se echan de menos, seguro, los contactos humanos. 

Los muchachos deben ser buenos conversadores, para dar vida a esas almas solitarias que llegan a ellos. Supongo que graciosos, caballerosos, comprensivos, tiernos y con un punto de energía masculina que las clientas no pueden encontrar en sus amigas. Pero sus figuras hacen ver que ellas desean tener en ellos amigos-amigas. Me figuro que volverán al bar una y otra vez y que pedirán hablar con el mismo compañero una tarde y otra, haciéndose así, por debajo de las formalidades del negocio, algo así como amistades clandestinas y complicidades muy sutiles.   

Porque no olvidemos que se trata de un negocio, lo único que puede asegurar un acompañante joven y guapo a una mujer que ya no lo sea, y que bajo la forma agradable hay escondida una víbora: como en los otros bares de alterne, el fin económico es que la clienta beba cuanto más mejor (pero a lo mejor un día por semana) y, para conseguirlo, el acompañante debe beber con ella (pero todos los días, alcoholizando su juventud); dudo que, ante la capacidad de observación femenina, sea posible beber té en vez de whisky, como se hacía o se hace en los otros bares de alterne, aprovechando la habitual ceguera masculina. 

La hipocresía también se esconde bajo tanta obligada sonrisa. Pero no se puede olvidar cuántos verdaderos amores y aún matrimonios han surgido en nuestros tradicionales bares de alterne o en la prostitución, en general. 

El documental llamaba a estos muchachos geishos, y lo son en el sentido de artistas de la comunicación entre los sexos y sin sexo. Pero esta experiencia, en un país tan abierto a la innovación como es el Japón me sugiere otras reflexiones, útiles para las y los trans y que ya os estaréis figurando, porque corresponden a los temas que vengo tratando hace tiempo.  

La primera es la constatación de la creatividad humana, que siempre puede sorprendernos con lo nuevo, abandonando códigos y convenciones antiguos y creando nuevas formas. 

La segunda, la valoración estética de la androginia, incluso en el espacio de la heterosexualidad. La utilidad de las formas andróginas en ciertas relaciones. La necesidad de que tomemos conciencia de este hecho, porque en él está nuestro porvenir como trans. 

Hablo de cosas nuevas e inéditas, pero que hay que tomar en consideración. Mientras en nuestras ciudades se alzan los rascacielos y nuestras mentalidades y maneras de ser se transforman, debemos saber que lo nuevo es real y, si resuelve muchos de nuestros problemas e incógnitas, será bueno. 

Kim Pérez 02-06-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                            Ojo con la imagen de la mujer en el espejo

 

La transexualidad tiene dos motores principales: la disforia y la imagen de la mujer en el espejo. 

La disforia suele ser bastante estable; la imagen de la mujer en el espejo es más inestable, pero puede ser temporalmente muy fuerte, y por eso voy a hablar de ella;  

Los americanos la están llamando autoginefilia, palabra formada por tres raíces griegas, autós, uno mismo; giné, mujer, y filía, deseo, y las tres juntas, "deseo de sí como mujer". La creó hace pocos años Ray Blanchard, sexólogo, y le secundó, con pasión y valentía, pero a mi juicio parcialmente equivocada, la transexual Anne Lawrence, creando un torrente de indignaciones y un riachuelo de adhesiones. 

La cuestión era que, como Anne Lawrence dijo, la autoginefilia ponía en la base de la transexualidad un deseo sexual -heterosexual- vuelto sobre la misma persona, lo que desvelaba algunas ilusiones frecuentes. Pero lo que Blanchard y Lawrence olvidaban era por qué el deseo sexual puede volverse sobre sí mismo, en vez de proyectarse sobre otra persona. Una de las respuestas, como luego diré, es la disforia, y con esto es con lo que no han contado ni Ray ni Anne, y con lo que seguramente a ella le gustaría contar, para explicarse su propia transexualidad de una manera menos brutal. 

Con finura europea, voy a explicar en primer lugar por qué prefiero decir lo de la imagen de la mujer en el espejo mejor que lo de la autoginefilia, sobre todo cuanto tengo tiempo para no decir esa palabra sola. 

Todo arranca de una novelilla que leí en mi adolescencia, de un autor italiano, y que he perdido. Confío en que algún día la encontraré. Había un chiquillo que estaba en un cuarto de armarios, pensando en qué se ponía para una fiesta de disfraces que organizaban sus padres o sus abuelos. Hasta aquí, todo es muy obvio, pero desde aquí empieza la delicadeza de la historia. Él quería mucho, en secreto, a su prima y, de pronto, vio un vestido de ella. Se lo puso pensando que sería divertido bajar con él a la fiesta y se miró en el espejo del vestidor. Entonces, entre las veladuras del cristal, creyó ver a su prima, tan parecida a él. Y se quedó fascinado por la imagen que veía en el espejo, sin poder apartar los ojos de ella, sin oir ya los ruidos de la casa, sin sentir pasar los minutos. 

Está claro que su sentimiento era ver la imagen querida de su prima sobre su propia imagen. Es casi la forma más perfecta de unión entre dos personas que se aman, "la amante en el amado transformada", como decía San Juan de la Cruz, o al revés, el amante en la amada transformado. Lo triste es que, en este caso, es una ilusión o una alucinación, no una realidad. 

Pero también, cuando este sentimiento deja de ser e impulso casual y pasajero de una tarde de verano y se convierte en algo estable, hay que preguntarse por qué, que es lo que no han llegado a ver Blanchard ni Lawrence. 

A mi juicio está muy claro: la imagen de la mujer se convierte en un deseo permanente cuando no se tiene una imagen propia como varón que parezca aceptable, es decir, cuando hay disforia. Es decir, la fascinación de la imagen de la mujer en el espejo suele ser la primera consecuencia de la disforia. Es  como una sustitución que tiene a su vez toda la fuerza y el atrctivo del deseo sexual.

En este sentido es donde la imagen de la mujer en el espejo se convierte en un motor potentísimo de la transexualidad. Y aquí es donde hy que tener cuidado, pues como parte del instinto sexual es muy apremiante y hace perder la cabeza. 

Lo hemos sentido cuando hemos pasado febrilmente las páginas de una revista de moda, de modelos estilizadas e irreales, y hemos querido ser esas modelos, o vestir como ellas, sin ninguna consideración a nuestra realidad física; o cuando paseando por unacalle hemos visto a jovencillas que han despertado inmediatamente una envidia o una angustia radical por no poder ser como ellas. Indudablemente, querer ser mujer es querer ser también una mujerona, quizá con cara de brutota, o francamente fea, como ha muchas, pero este sentimiento destapa su naturaleza cuando nos hace fijarnos sólo en mujeres jóvenes y guapas y además nos urge para parecernos a ellas, haciéndonos a veces pasar por encima de toda lógica, poniéndonos minifaldas imposibles, o entregándonos a un festival de cirugías estéticas, o saltando por encima de las personas a las que más queremos sin medir los tiempos, ni calcular las formas, ni inventar soluciones reales. ¡Ya, ya, ya, y todo, todo, todo!, es nuestro grito de guerra. 

Todo ello es muy pasional, divertido o estimulante, pero hay que tomar en cuenta, obligatoriamente, cierto hechos, para no equivocarse. Lo primero es que todas las pasiones decaen, pero en especial, que ésta puede quedar a cero justo cuando nos lleva a sus últimas consecuencias: la homonación o la operación. En éstas, los antiandrógenos o la falta de andrógenos casi total producen una notable caída de la líbido (no total, lo digo para la tranquilidad de quienes estén pensando en ello) En cuanto la líbido disminuye, puede acabarse la fuerza de la imagen de la mujer en el espejo, dejando a quien la siente en gran desconcierto y, si fue lo que tuvo mayor importancia para su decisión, en el aire o agarrado de la brocha, como decimos en España. Además, suele ser un hecho bastante rápido. Yo tenía antes de mi transición cierta fijación por tener pecho y llevar sujetador, que me molestaba un poco, porque comprendía lo que era, pero que estaba en todas mis fantasías. Fue empezar a hormonarme y a los pocos meses me di cuenta de que había desaparecido. No me importó nada, lo que me demostró que  la disforia era el principal motor que funcionaba por debajo de la autoginefilia, pero para quien crea que la imagen de la mujer es el principal motor, puede parecer que todo ha sido una equivocación y dejarle sin saber qué hacer ni cómo entenderse. "¿Qué soy, dónde estoy, por qué soy tan rara, cómo puedo entenderme?", se pregunta. 

Como persona disfórica, es la respuesta, "eres disfórica sobre todo", le diría yo, más o menos disfórica, con una disforia debida a una desadaptación sexual, que a su vez puede deberse a cierta intersexualidad, a un trauma con el padre o con otros varones, a un trauma en la relación con las mujeres, hasta el estrés por tener que sentirse varón responsable de mil obligaciones. Pero, a fin de cuentas, persona disfórica. Este convencimiento, no sexualizado, es lo que puede permitirnos pensar tranquilamente lo que podemos o lo que debemos hacer. 

Curiosamente, puede reaparecer una imagen de la mujer en el espejo con otras cualidades. Yo ahora me imagino con frecuencia una mujer sesentona, alta, sólida, el pelo canoso y sin mucho arreglo, quizá medio corto, quizá con moño, que lleva un vestido gris, con poca forma, y una carpeta grande con sus pinturas o sus escritos, que vive en una casa con porche disfrutando de los limoneros de su jardincillo... Ah, solterona vocacional, bastante asexual en una palabra. Es casi una versión de lo que soy y me resulta fácil identificarme con ella. 

Kim Pérez 26-05-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                               Phaedra Kelly sobre la Intersexualidad

 

Oportunamente, Phaedra Kelly me envía un artículo suyo publicado en la revista británica Forum, una hermana menor de PlayBoy (volumen 1, número 3), en la que también habla de intersexualidad, como si ella y yo hubiéramos estado pensando en ello (pronombre neutro, por cierto) al mismo tiempo. 

Phaedra Kelly es conocida en el mundo anglosajón por su intenso activismo, que la lleva especialmente a viajar a otros países para conocer la vida trans en ellos y a redactar luego artículos que publica en revistas especializadas. No creo que haya nadie que conozca de cerca la realidad trans en todo el planeta como ella, quizá no intensivamente, pero sí extensivamente. Y de ciertos países, probablemente las suyas son las primeras noticias. Es también la Presidenta de una red que se llama International Gender Transient Affinity,  cuyo principio básico es que las personas trans somos una nación viva entre otras naciones; y algo de eso hay en la realidad. 

La conocí por carta, hace años, como una persona transgenérica que vive dualmente, como tantas otras personas, voluntariamente o por necesidad, es decir, una parte del tiempo bajo una identidad masculina y otra bajo una identidad femenina. En su caso, esta circunstancia ha estimulado la reflexión sobre el tema del Andrógino, y ésta es la que ha traducido ahora en un amplio artículo teórico, que es el que voy a comentar. 

El artículo se titula, paradójicamente, "Future Origin" (es decir, "Origen futuro", lo que en filosofía se llama "causa final") y tiene algo de ciencia ficción. 

Una de sus primeras constataciones es que las personas trans, vengamos de donde vengamos, somos pensadores. Yo me había dado cuenta de eso hace tiempo, observando que, en general, somos inteligentes. Es natural, y ella define la razón de que pensemos más que otros en la necesidad de salir adelante. En el marco de esta tendencia a pensar más de lo habitual sitúa sus propias reflexiones (como yo sitúo las mías) 

Comienza por la fuerte tendencia trans a la heterosexualidad (también se puede decir ginefilia, en el caso de MaF, para evitar discusiones) En particular menciona la experiencia de los transvestistas, que al transformarse se sienten tranquilizados, relajados, "probándose a sí mismos hasta el límite" y emergiendo "más viriles, más centrados mentalmente y bien equilibrados". Por cierto, estas observaciones sobre los transvestistas son particularmente útiles en la cultura trans en lengua española, que está muy centrada en la experiencia transgenérica o transexual y apenas habla de la transvestista, que resulta incluso políticamente incorrecta. El hecho de que las personas TG o TS no experimenten la sensación de ser más viriles, sino todo lo contrario, no invalida la experiencia TV que lo afirma, y muestra diversidades de las que hay que hablar y entender. En cambio, añadiré por mi cuenta, que es común a muchas personas TG, TS y TV -no a todas- experimentar una excitación, que suele ser desagradable moralmente, no deseada, para las TG y TS y agradable y deseada para las TV. Como se verá, Phaedra Kelly piensa que la causa de todo está en cierta androginia o intersexualidad, mientras que yo, que soy intersexualista, pienso que estos hechos llamados recientemente autoginefílicos ("deseo de sí como mujer") tienen otro origen más complejo, generalmente no sexual, del que quiero hablar con mayor extensión. 

De todos modos, hablando de heterosexualidad o ginefilia, Phaedra Kelly recuerda cuántas personas transgenéricas o transexuales se deciden en una edad ya adulta o madura, cuando se han casado heterosexualmente y han tenido hijos,  sobre quienes observa, sorprendentemente, que son más frecuentemente hijas (sería conveniente hacer una estadística para confirmar esta observación) 

Analiza a continuación la teoría del sexo cerebral, sostenida en particular por el Dr. Gooren, de la Universidad Libre de Amsterdam, a quien entrevistó en 1992, reconoce que está fundada en el estudio de muy pocos cerebros de personas trans (¡de todos modos, deberíamos animarnos a donar los nuestros!), pero llega a la siguiente y lógica pregunta de por qué puede haber cerebros físicamente trans. 

La respuesta hoy está clara (cambio aquí el orden de la exposición de Phaedra Kelly) Como ella dice más adelante, todo ser humano comienza su vida femeninamente; para ser varón, se requieren de tres a cuatro flujos consecutivos de testosterona, y ciertamente, los intersexuales no han recibido uno o quizá dos de esos chorros; "posiblemente, algunas TS y TG -añade- han perdido uno (...) lo que pone a intersexuales y trans en medio -mujer, trans, varón- y haría un tercer género, lo que no es un concepto que Occidente haya aceptado desde el Neolítico". 

Estos son los conceptos que yo sigo básicamente -uniéndoles la posibilidad de que la feminización pueda seguir otras veces a fuertes traumas afectivos- Pero Phaedra Kelly (ahora vuelvo a su orden), cree que existe en general un Desarrollo Intersexual, como posibilidad de todos los seres vivos, con caracteres positivos, para mejorar la supervivencia de la especie. Recuerda que los anfibios, en ciertas circunstancias extremas, pueden volverse intersexuales, y que el hermafroditismo existe en los vegetales, peces, reptiles, aves y en la mayoría de los invertebrados más primitivos. Observa que, lo mismo que parece que las nuevas condiciones ambientales, por la acción humana, estén haciendo aumentar el cambio de sexo espontáneo entre los peces, también puede deberse a lo mismo un supuesto aumento de la cantidad de personas trans. En este punto, ya no sigo a Phaedra Kelly, porque pone en unas cuantas líneas demasiadas suposiciones, que habría que comprobar una por una. 

Pero expone una hipótesis interesante -que también habría que comprobar- pensando en las personas trans que tienen hijos, cuando afirma que son quienes preservan la vida, al llevar toda la herencia de la humanidad (o una herencia mayor) 

Afirma que "la naturaleza ha bendecido a las trans con habilidades para cruzar todas las fronteras impunemente, alcanzar todas las mentes, ser todo para todos y negociar la paz". 

Esto coincide con algunas observaciones, de mi propia experiencia, que me muestran mi capacidad para estar en medio, para hacerme comprender por todos y todas, para procurar llegar a acuerdos por encima de todo -un amigo, antes de mi transición, me llamaba Cunctator, "el que junta"-, para ser enérgica, tener autoridad, y a la vez ser comprensiva. No tengo que disculparme por estas flores, porque, primero, bastante barro he tirado antes sobre mí misma, y segundo, estoy hablando de caracteres que quizá sean naturales o puedan llegar a tener con naturalidad muchas y muchos trans. Esa mezcla bella de masculinidad y feminidad de la que somos capaces como nadie más. 

Científicamente, todo esto son todavía sólo hipótesis, es decir, intuiciones, suposiciones, que deben ser comprobadas para convertirse en tesis; pero merecen ser estudiadas. ¿Será verdad que las personas trans somos más completas que las que se definen como mujeres o como varones? ¿Será verdad, como sugiere Phaedra Kelly, que por eso mismo representamos más ampliamente la herencia genética de la humanidad o, quizá, una forma distinta más integrada, de ser humano, "ni medio hombre ni medio mujer, sino perfectamente intersexual", y que por tanto, nuestros hijos, cuando los tenemos, pueden enorgullecerse de nosotros? 

Será verdad o no será verdad, pero desde luego, merece ser estudiado. 

El artículo termina con algunas reflexiones sobre la historia de la religión, que alude a la posible sustitución del culto de un antiguo Dios/Diosa Elohim, a quien Jesús habría seguido, por el Dios Yahweh. Este complejo estudio debe ser seguido y comentado aparte, pero muestra la trascendencia histórica, cultural y cultual de nuestra condición.  

Kim Pérez 19-05-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                     De la Transexualidad a la Intersexualidad

 

La transexualidad es un hecho que ocurre en el plano de la consciencia. Independientemente de que ocurra por razones biológicas, o psicológicas, no hay transexualidad mientras no haya consciencia de la transexualidad, es decir, consciencia de un deseo de cambiar de sexo. 

Esta condición de hecho de conciencia pone la transexualidad muy cerca de los hechos de cultura, si no es un hecho de cultura ella misma. En la medida en que la cultura es un proceso de aprendizaje, siempre revisable, podemos preguntarnos si no debemos revisar el hecho que llamamos transexualidad. 

Porque el nombre y el concepto son recientes; se crearon hacia 1955, por David O. Cauldwell, divulgador sexológico, y los recogió y prestigió su gran colaborador, Harry Benjamin. Quiero decir que si este nombre y este concepto tienen una historia dentro de la cultura sexológica, corresponden a la historia de la cultura, cuyas formulaciones son variables,  y por eso es lógico que deban ser revisados. 

Transexualidad es la traducción de nuestro primer deseo, el de transitar de un sexo a otro, el cambio de sexo, el paso de A a B (o a veces, el de afirmar  un sexo mental definido y distinto del aparente) Sin embargo, un análisis más cuidadoso muestra que este esquema mental depende de un concepto previo: el de que "hay dos sexos, A y B". Pero la realidad muestra a la reflexión que la sexualidad no está tan nítidamente definida: hay A, hay B, y hay AB o intersexuales. Por otra parte, dentro de A y dentro de B hay una gama real que va desde la mayor intensidad a cierta indefinición o ambigüedad. 

Por tanto, si en la realidad, más allá de nuestros conceptos, además de A y B hay AB (simplificando), cabe la posibilidad de que el deseo de cambio de sexo, sabiéndolo, se dirija a AB, como más propio de quien siente ese deseo. 

Este cambio de perspectiva tiene algunas ventajas. En primer lugar, es más conforme a la realidad. Como sabemos, hay que admitir que, hoy por hoy por lo menos, la transición de género no equivale a un cambio de sexo pleno, sino a una aproximación. Las personas que transitamos quedamos, objetivamente, en una situación AB. Por tanto, es más realista considerarse AB que considerarse plenamente B o A. Es realista  subjetivamente, para entendernos nosotras mismas, y es realista objetivamente, para que nos entiendan los demás. 

Identificarse como AB tiene también ventajas prácticas. No hay que obsederse por una mimetización perfecta de las cualidades de B o A, puesto que no se pretenderá ser B o A. Se llegará hasta donde se pueda o hasta donde se quiera. Cada cual se expresará a su manera, dando a los demás un ejemplo de autenticidad. Serán concebibles, en particular, todas las situaciones ambiguas, como intergenéricas o intersexuales, por ejemplo aquéllas en las que se engendra o se concibe un hijo, y a la vez se vive intergenéricamente. Las experiencias drags o rompegéneros han intuido y señalado el camino. 

Es verdad que lo difícil será hacerle comprender al resto de la sociedad este concepto de intergeneridad o intersexualidad. Pero es necesario, dado que nuestra sociedad, como conjunto, está culturalmente equivocada en este punto, y también aprendiendo mucho en este punto. No hay "dos sexos, dos géneros", hay más de dos sexos biológicos y más de dos géneros culturales, y ésta es una verdad objetiva que debe aprenderse y quienes debemos enseñársela somos precisamente las personas transexuales, porque estamos situadas en el punto crítico de este error. Lo conseguiremos; éste debe ser nuestro próximo esfuerzo y nuestra próxima reivindicación, por nuestro bien y el de todos. 

Por cierto, es posible, a efectos prácticos, seguir usando el término transexual, pero no necesariamente en el sentido de tránsito de A a B, sino  en el sentido de transición o intermediaridad dentro del sistema sexo-género. De aquí que tengan razón muchas personas de entre nosotros que afirman su identidad, no como hombres ni como mujeres, sino como transexuales, no como "transitadas", sino como "transeúntes" o "en tránsito", lo que a todas luces está muy cerca de afirmarse como intersexuales o intergenéricas. 

La consciencia transexual surge inmediatamente, directamente, de complejos procesos afectivos de identificación y desidentificación, que se dan por una gran variedad de circunstancias, tales como problemas con el padre del mismo sexo, que estorban identificarse con él, problemas con otros hombres y mujeres, o niños y niñas, problemas de fracaso, incluso de estrés. Pero mediatamente, indirectamente, a veces puede surgir también de cierta intersexualidad o ambigüedad biológica, AB, que produce un desajuste con el sexo considerado como propio, A o B, y por tanto una disforia que conduce a la transexualidad. 

Hablo aquí de una transexualidad en sentido amplio, que incluye a los homosexuales variantes de género y a las tres formas que es frecuente reconocer en la transexualidad, transvestismo, transgenerismo y transgenitalismo, que no me parecen realidades diferentes, sino expresiones circunstanciales del mismo sentimiento, en las que cada persona puede pasar de una a otra, hacia más o hacia menos, con el paso del tiempo. 

(Intersexualidad como adaptación e intersexualidad biológica) 

Hemos visto ya que el origen de la transexualidad está muchas veces en un proceso afectivo, originado en traumas o carencias realísimas de la niñez y la adolescencia, especialmente la imposibilidad de identificarse con el progenitor del propio sexo, por su ausencia, distancia o actitud hostil, o bien con los pares de edad, por las mismas razones. 

Otras veces, son los traumas de la edad adulta, especialmente los fracasos afectivos o el estrés laboral o familiar los que desencadenan el proceso, pudiendo estar preparado por otros traumas o carencias infantiles y adolescentes que no resultaron determinantes en su momento. 

Pero en ambos casos, la salida transexual produce una intersexualidad psicogénica que debe ser valorada como solución a esos traumas o carencias, precisamente por su función de equilibrio y adaptación. Otra cosa es que los problemas externos, sociales, sean tan grandes, que estorben o impidan la funcionalidad de esta salida, convirtiéndose en un nuevo problema y trauma por sí mismos; pero esto no debe ser atribuido a la transexualidad en sí, sino a un entorno intolerante. 

Otra cosa es también que la salida transexual sea la única concebible. Hablando por mí diré que mi experiencia es que en mi adolescencia se me presentaron de hecho tres soluciones, pero la transexual fue la única viable. 

La transexualidad como proceso afectivo puede proceder también de una intersexualidad biológica más o menos acentuada. En este caso, discernible por test proyectivos, como el "test de los Reyes Magos" del que he hablado ya, o por observaciones sobre la sexualidad o conducta sexual, puede que la intersexualidad produzca una inadaptación profunda al esquema binarista de los sexos A y B, y por tanto una disforia. Puesto que la persona disfórica participa de la cultura binarista, es natural que se diga "si no puedo ser A, seré B", o viceversa. Sólo un estudio más profundo de sí misma y de la realidad de los sexos puede permitirle decir "soy AB". 

Por tanto, resulta importante estudiar aquí la intersexualidad biológica, con la perspectiva que puede dar la experiencia transexual. Él primer efecto de esta experiencia es percibir que la intersexualdad puede referirse en sentido estricto a quienes tienen órganos genitales no definidos, o bien a la vez órganos masculinos y femeninos, pero que en sentido amplio puede referirse a la amplísima gama de los seres humanos situados entre un polo de masculinidad máxima y otro de máxima feminidad.

Si representamos esos polos por personas como Arnold Schwarzenegger y Marilyn Monroe, es fácil ver que la mayoría de las personas no llegamos a tal polaridad. Pero quien se vea como definidamente masculino o femenina no debe preocuparse por este hecho. Intuyo que la repartición de las personas sigue dos grandes campanas de Gauss, cuyas cumbres están cerca de los extremos, aunque no en ellos, pero que están unidas por un seno cuyos valores mínimos no llegan nunca a cero. 

Los grados de masculinidad y feminidad pueden o podrán medirse por la intensidad de los flujos de andrógenos recibidos en la edad prenatal. Como se sabe, los embriones son en un principio indiferenciados anatómicamente, aunque no cromosómicamente. Los embriones XY dan vía libre a un gran flujo de andrógenos, mientras que los XX reciben pequeños chorros. Parece que los flujos no se dan de una vez, sino espaciados. Los primeros diferencian el fenotipo, el cuerpo visible, y posiblemente, los últimos diferencian el cerebro. 

Pero estamos hablando de flujos, y por tanto de intensidades o cantidades variables. Si los flujos que reciben los cuerpos XX son mayores de lo habitual (hiperandrogenia) o los de los cuerpos XY son menores (hipoandrogenia), los primeros se masculinizarán o diferenciarán más, y los segundos menos, lo que dará lugar a formas intermedias, al hermafroditismo humano. Pero incluso si el cuerpo se ha diferenciado plenamente, puede ser que el cerebro se diferencie parcialmente, formándose niñas relativamente masculinas y niños relativamente femeninos. 

Así puedo formular una hipótesis: Una gran parte de las historias de homosexualidad y transexualidad puede explicarse por una intersexualidad cerebral relativa. 

Ciertamente, otra parte de la homosexualidad y la transexualidad se debe a factores afectivos muy complejos, relacionados sobre todo con la identificación o desidentificación, e incluso puede ser que toda homosexualidad y transexualidad derive inmediatamente de la afectividad identificatoria y desidentificatoria, pero una parte de ellas puede proceder mediatamente de esa intersexualidad cerebral. 

Más en concreto: una niña relativamente masculina y un niño relativamente femenino tendrán dificultades para identificarse con la feminidad y la masculinidad mayoritarias, lo que provocará procesos de identificación y desidentificación que conducirán a sus propias formas de identidad y afectividad-sexualidad. 

(Evaluación bioética) 

El  punto de vista que sigo difiere completamente del que postula la "perspectiva de género", que niega valor a la diferencia de los dos sexos, lo que vengo llamando A y B y pretende unificar, con métodos culturales, a todos los seres humanos en una condición intergenérica o AB. 

Yo mantengo aquí la realidad  de A y B y la realidad de AB. 

Pretendo también responder a la pregunta por el valor de salud de AB. ¿Se trata de una patología que deba ser prevenida o curada o de un hecho natural y sano, que debe ser respetado? 

Cuando la transexualidad-intersexualidad procede de procesos afectivos que siguen a graves traumas o carencias, hay que señalar su función de equilibrio y adaptación. Pueden ser prevenidos, mediante la observación cuidadosa de la persona en edad de formación, intentando compensar esos traumas o carencias, pero si no se consigue, hay que respetar la formación precisamente por su función equilibradora y adaptativa. Cuando la persona transexual-intersexual muestra voluntad de salir de este proceso, se le puede ofrecer ayuda profesional en dos sentidos: primero, explorando la existencia o no de traumas o carencias que puedan explicarlo, y la posibilidad o no de compensaciones conscientes diferentes de la transexualidad-intersexualidad; segundo, en el caso de que esta exploración resulte negativa,  mostrándole la función positiva de la transexualidad-intersexualidad. 

Cuando la transexualidad-intersexualidad tiene origen biológico, fundado en una hipo- o hiperandrogenia comprobable o bien en la sexualidad o bien en las inclinaciones conductuales, su valoración debe ser la de la intersexualidad en general. 

En principio, debe ser entendida como un hecho natural, que aporta variedad adaptativa a la vida. A veces, ha sido aprovechada para estructurar incluso a ciertas especies, como sucede con las abejas y las hormigas, en las que hay hembras, machos y una mayoría de hembras no definidas, que no se reproducen directamente, pero crean las condiciones de reproducción de la especie. En el caso de los seres humanos, las características intersexuales modulan y diversifican las que serían muy rígidas de los extremos masculino y femenino, y en los puntos más centrales se podrían definir, parafraseando una célebre definición de la bisexualidad, como "ni hombre ni mujer, ni medio hombre ni medio mujer, sino completamente neutro", es decir, distinto. Se puede decir que el interés de las funciones neutras para las potencialidades humanas es complementario del que tienen las funciones femeninas y las masculinas.  

Pensemos de nuevo en los arquetipos de extrema masculinidad y extrema feminidad que he representado como Arnold Schwarzenegger y Marilyn Monroe. Pueden ser muy atractivos, pero sería muy monótono un mundo formado sólo por personas como ellos. Más aún, supongo que sería un mundo en el que no habría posibilidad de comunicación profunda entre los sexos, más allá de la edad del atractivo. Pues bien, de hecho hemos contado siempre con las posibilidades de la intersexualidad de la que vengo hablando. En personas XY, de la actividad y la agresividad ligadas con los altos niveles de andrógenos, se pasa a cierta tranquilidad, reflexión y sensibilidad ligadas a los niveles medios de estas hormonas, lo que permite por ejemplo la creatividad científica y artística. En personas XX, de la pasividad y la coquetería ligadas con los bajos niveles de andrógenos, se pasa a la sobriedad y energía ligadas también a los niveles medios. En resumen, la humanidad no podría pasarse sin hombres relativamente femeninos, sin mujeres relativamente masculinas, y sin personas definidamente neutras. Por cierto, no existen sólo personas XX y XY, aunque sean la mayoría, sino personas que tienen XO y combinaciones de más de dos cromosomas, y esto forma parte de la realidad. Ni siquiera el sexo cromosómico es dual.  

Kim Pérez 12-05-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                Revolución sexual en Chile (2º)

 

Kim Pérez realiza un comentario sobre el libro de Víctor Hugo Robles, "Bandera Hueca". Este libro se comenzó a publicar desde la semana pasada en la sección paralela al "Comentario de la Semana". Imagen izquierda de Víctor Hugo Robles en la actualidad

Puse una segunda parte del libro de Víctor Hugo Robles hacia su mitad física, y creo que atiné, porque me parece que se cuentan dos historias distintas: la primera es la de la epopeya gaylesbitrans, que incluyó la salida de la antigua humillación, del apocamiento, de los perros lanzados contra las travestis, de la sumisión a una discriminación gigante y universal, las primeras actitudes rabiosas, los bastayás, las lágrimas del sida avasallador pero que no avasallaba, las primeras asociaciones que fueron verdaderas hermandades de perseguidos, el apoyo por hermanos verdaderamente religiosos, las performances medio desafiantes medio divertidas, cosas realmente hermosas, tiernas y valientes, que han iluminado nuestras vidas. La afirmación de la dignidad gaylesbitrans, si hay que decirlo con una palabra.

La segunda es la historia de la progresiva normalización. La presencia gradual en la sociedad como verdaderos ciudadanos. La reclamación de derechos, articulados a partir del derecho fundamental a la dignidad personal. Las controversias, muy en especial contra la insostenible postura dogmática de la jerarquía eclesiástica y contra su reflejo, la posición del sociólogo Villegas. El desvanecimiento, en la conciencia gaylesbitrans, de las asociaciones, en un contexto donde sólo son ya administrativamente necesarias. La angustia de quienes se ven todavía marginadas en un contexto de normalización. Los avances legales, hacia un reconocimiento pleno de la dignidad gaylesbitrans, en el marco de todo un mundo occidental, del que Chile está en uno de sus extremos. Y la perspectiva tendencial de los cambios a los que la experiencia de la dignidad y la libertad nos conducirá a todos.

Voy a detallar el comentario de estos puntos que el texto de Víctor Hugo Robles documenta. Pero lo primero en lo que voy a insistir es en la necesidad de estos textos de Historia, no muy abundantes en la cultura de lengua española, porque nos explicitan la visión de un vector, un movimiento, pudiendo ver así con más exactitud de dónde partimos (cuáles fueron las miserias que tuvimos que aguantar, para que se entiendan, cuando se pierda la memoria viva de ellas), y también dónde estamos, en un lugar que, para que lo sepan nuestros enemigos, se justifica precisamente por esas antiguas miserias, y a dónde vamos, que no puede ser más que a la plena humanización de la experiencia gaylesbitrans. Le sugiero a Víctor Hugo Robles que siga ampliando en ediciones sucesivas este texto, por su necesidad.

Aparece, ya en las primeras páginas de esta segunda mitad, una alusión a esa vena de vida auténtica que son las travestis de la prostitución, y más en concreto de la prostitución callejera. Los riesgos de la profesión son los ya conocidos y de vez en cuando dan lugar a una noticia en los periódicos. Supongo que en Chile los problemas seguirán casi intactos y que aún falta para enfrentarse a una salida racional. Mientras ser travesti signifique ser marginada, la prostitución tendrá el aspecto de salida de emergencia que todavía tiene. Ni regulacionismo ni prohibicionismo ni milongas. Cuando hay que comer, la vida se busca como se puede. Este capítulo merece la lente de aumento que le propongo a Víctor Hugo Robles que aplique, ampliando y ampliando lo que tiene la belleza de la vida atrevida y difícil. Traves Chile es su organización de combate. De pasada, diré que me gusta mucho que en Chile como en Argentina se siga usando la voz travesti, porque fue la primera que supe aplicarme y porque, cuanto más humillad está un nombre, más fuerza da usarlo, como desafío.

Aparte de la alusión a Traves Chile, a la que le quedan muchos desplantes que plantear, hay un hecho, sorprendente a primera vista, que quiero explicar, respecto a las demás organizaciones. En todo movimiento social o cultural se pasa de la emoción de los tiempos épicos a la administratividad de los tiempos normales, lo que se puede percibir en la transición de los vagabundos mendicantes que seguían a Jesús hasta la Iglesia o en la de los héroes y guerrilleros comunistas al aparato. Seguramente es necesario, para administrar, pero sólo para administrar, determinadas verdades. Así se explica, posiblemente, la invisibilidad, volatilización o desvanecimiento, en esta segunda parte, de las organizaciones gaylesbitrans, excepto unas menciones, al principio, del MOVILH y del MUMS. No sé si pasa ya allí ese fenómeno general. Por lo menos en España he observado que, a medida en que se convierten en interlocutores respetados de las autoridades, a medida en que pueden sufrir los embriagadores vapores de la subvención y del clientelismo, sus oficinas se convierten en oficinas y dejan de ser espacios cálidos de acogida y hermandad. Entonces pueden prestar servicios comunitarios de mayor o menor calidad, pueden administrar la interlocución política, o a lo peor ser plenamente mediatizados y manipulados o pueden conseguir objetivos constantemente valiosos o pueden ser meras máquinas de poder. Como digo, esta evolución es peligrosa y fea, pero posiblemente sea la única posible mientras no surja otro movimiento centelleante.

El outing póstumo de Gabriela Mistral, la Premio Nobel chilena, es conmovedor. Es tan divertido que despierte escándalo entre los biempensantes, como emotivo que conmueva a lesbianas, gays y trans, y sea acogido con simpatía entre las mentes abiertas. Este outing es necesario para compensar los tiempos. Creo que en el tiempo en que vivió la escritora todo lo posible era a condición de no decir "yo", y de no hablar siquiera de lo que no se podía hablar. No pudo decirlo ni Óscar Wilde. Tampoco se atrevió Lorca (aunque sí Cernuda) Ahora hay que decirlo, porque ellos sin duda habrían querido vivir esta expansión y esta expresión. Pero con estos grandes nombres, cada pueblo puede trazar una historia de sus glorias contradictorias, sus bellezas y sus formas de lo prohibido, tan cerca del manantial de su literatura, y con Gabriela Mistral le ha tocado el turno a Chile y a todos nosotros.

Ahora, en cambio, vive y dice todo lo que quiere decir Pedro Lemebel, de quien también se recogen a menudo sus actos y sus palabras en esta historia. Diré sólo que el resplandor solar de lo que dice hace no querer caer nunca más en prosaísmos, porque a la vez contiene la plena emoción de una militancia tan genérica, que me parece la de la libertad, la dignidad y la belleza de la vida humana.

Me llama en particular la atención el arrebato homófobo de Fernando Villegas, sociólogo y comentarista de televisión. Voy a comentarlo con extensión por dos razones: porque durante mucho tiempo, nos encontraremos de vez en cuando con esos ataques homófobos, aunque cada vez nos darán menos miedo; pero sobre todo, porque son también las palabras de nuestro homófobo interior, de nuestros sentimientos de culpa, y por eso deben ser desarticuladas. Mientras no sepamos rebatirlas, nuestra victoria no estará conseguida.

Para situarnos donde debemos, recordaré al "niño que se viste de niña en la oscuridad del ropero" (Lorca) o al adolescente que, sentado en su banca, admira y se conmueve ante un compañero. Eso es el principio de todo, pero Villegas, en un alegato que por cierto no era sociológico, habló de un deseo de emporcarlo todo, de un masoquismo rebajador y retrotraedor. Pero no hay como ver los hechos desde fuera, para no entenderlos. En los casos en que la homosexualidad vaya unida con el masoquismo, hay que ver la acción de ese homófobo, inquisidor interno que todos llevamos dentro, asustándonos, culpabilizándonos, avergonzándonos, echándonos al surco, echándonos en brazos de la parafilia para compensar nuestras angustias. He tenido momentos de masoquismo desbocado, ya no los tengo, y creo que sé de lo que hablo.

En cambio, lo que el propio Villegas no parece haber advertido es la progresiva degradación de su propio pensamiento. Pasar del no entendimiento a la aversión y de ésta al insulto, vehemente, agobiante, es la paradójica impureza de los puros, el pecado de los fariseos, tanto más grave e inadvertido cuanto que se hace en nombre de una pureza que, realmente, se parecería mucho más a las calladas experiencias de aquel niño y aquel adolescente que a la incomprensión y a la voluntad de incomprensión que el propio Villegas representa, sin advertirlo.

Tan parecida, por otra parte, como Víctor Hugo Robles advierte, a la de la jerarquía eclesial (católica o evangélica), con sus distinciones entre práctica homosexual y persona homosexual (¿es práctica homosexual soñar con un beso?) y tan distinta, para un cristiano, de la de Jesús de Nazaret, un hombre puro que jamás le dio la espalda a nadie, y fue especialmente afectuoso con los más despreciados.

La historia del estallido de Villegas resulta por tanto oportuna porque nos lleva, indirectamente, a pensar en lo que tenemos que conseguir, aunque sea sin su ayuda, a apartar amablemente al homófobo exterior y al interior, a avanzar serenamente en la dignidad y la libertad, y a ver lo que nace de ellas.

A partir de estos gritos e imprecaciones, también angustiados sin duda, de estas manifestaciones del viejo orden que Víctor Hugo Robles recuerda también que nos ha quemado, encarcelado, y sigue azotándonos, lapidándonos en los pueblos integristas, donde los Villegas son millones, podemos atisbar ya y ver plenamente en el futuro una cultura que integre la experiencia homosexual y transexual de una manera abierta y ordenada.

Sobre la base de lo que ya estamos consiguiendo, nuestra libertad y nuestra dignidad, se puede construir una nueva cultura homosexual y transexual, liberada de increpaciones internas y externas, serenada. A partir de ella, surgirán nuevas formulaciones, nuevas distensiones personales, nuevas expresiones. La homosexualidad como forma de una afectividad y una estética que no siga los modelos de la heterosexualidad. La valoración afectiva y erótica de los sentimientos de afinidad y compañerismo, el abrazo entre los iguales o los admirados, la convivencia que no tiene que seguir necesariamente la forma parental de la pareja y puede multiplicarse en el círculo de los amigos queridos. Yo veo también, para muchos homosexuales, la superación de la rigida distinción entre lo homosexual y lo heterosexual, ya anunciada por el movimiento queer o, para muchos transexuales, la afirmación de los intersexual, por encima de la no menos rígida transición binarista de lo masculino a lo femenino.

Dentro de mis límites, quiero aludir sólo a una página más del libro de Víctor Hugo Robles: la de la carta de Karen Atala Riffo. Su resumen es dignidad y amor a sus hijas. Es medida de las enemistades que sufrimos, y puesto que nadie comprende lo que no vive, es una señal de que el combate de nuestra minoría debe seguir.

Kim Pérez 05-05-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                               Revolución sexual en Chile (1º)

 

Kim Pérez realiza un comentario sobre el libro de Víctor Hugo Robles, "Bandera Hueca". Este libro se comenzará a publicar desde esta semana en la sección paralela al "Comentario de la Semana". Imagen izquierda de Víctor Hugo Robles, detenido por la policía de Chile en una manifestación.

No siempre nos damos cuenta de que, quienes vivimos estos tiempos, estamos protagonizando el final de la marginación histórica de homosexuales y transexuales, y el principio de una situación de respeto y normalidad.  

Tras los largos siglos negros, en los que se  ha sufrido de todo, hogueras, cárceles, burlas, hay una estrecha banda de luz, cuyo principio se puede poner en Stonewall, en 1969, y que ha  llegado a su madurez hacia 1990, pero todavía no ha culminado. 

Cuarenta años no es nada, frente a cientos y cientos de años en los que, quienes tuvieron que vivir en ellos, perteneciendo a las minorías sexuales, tuvieron que sufrir la horrible represión interiorizada y si no, la humillación pública, la expulsión de sus familias, la persecución en los momentos peores, el apedreamiento en serio o en burla, todo lo que todavía hoy vemos con horror en algunos países. 

En Europa y América se generó un movimiento de emancipación popular que, sin embargo, no nos tocó durante un siglo; los emancipados, los burgueses primero, los proletarios después, siguieron tratándonos con la misma displicencia de siempre: pongamos el martirio de Óscar Wilde como paradigma de la hipocresía represora. 

En Stonewall empezó la Revolución Sexual por lo que se refiere a transexuales y homosexuales -nos pongo a las trans las primeras, porque nosotras, con Sylvia Rivera, fuimos las primeras que saltamos- y eso es lo que nos ha tocado vivir; en eso estamos, gloriosamente; si las generaciones siguientes pueden vivir mejor, será por el esfuerzo continuo de la  generación actual, de unos más a la vista, otros secundando y creando, en la vida diaria, las nuevas formas de vida homosexual o transexual que están haciéndose posibles en cuanto vemos reconocida nuestra libertad y nuestra dignidad. 

Pero la Revolución Sexual no está terminada, ni siquiera en Europa y América; la medida de lo que falta está en las historias de angustia que todos conocemos, en nuestras propias vidas o en vidas que están a nuestro lado; avanzada, sobre todo en España, la liberación legal, queda muchísima represión social en muchos de nuestros países, que hace que muchas personas tengan que vivir como si nada se hubiera conseguido, en la práctica como si no hubiera existido nada de lo que, sin embargo, existe. 

La Revolución Sexual es tan de hoy, tan de ahora, que todavía no se han escrito casi los libros de historia que la cuenten y analicen, y por eso apenas tenemos conciencia de ella; tampoco en el fragor de la Revolución Francesa hubo tiempo para contar lo que estaba pasando; en la nuestra, que está resultando menos fragorosa, más del día a día, de un trabajo de hormiguitas, es más natural que escaseen esos libros de historia y sin embargo se van escribiendo poco y resultan emocionantes, porque es la historia de nuestro tiempo y de lo que hacemos y de lo que vemos que pasa ante nuestros ojos. 

Tan es así, que muchas veces quienes escriben estos libros de historia son personas que han participado en las movidas que se cuentan en ellos. Éste es el caso de Victor Hugo Robles, que ha escrito "La Bandera Hueca" (agujereada), porque "hueco" es uno de los nombres-insultos de los homosexuales en Chile. 

El libro es un libro de historia, es decir, un libro serio, fundado en documentos en los que se objetiva un movimiento tan largo y heroico. Me gustaría que los que se burlan de los homosexuales y los transexuales supieran que el grupo Integración se fundó en 1977, cuatro años después del Golpe de Estado de 1973 de Augusto Pinochet. ¿Cuántos heteros se mantendrían desde entonces inmóviles y atemorizados? ¿Cuántas veces ha habido homosexuales y transexuales que bien podrían decirles a las bandas juveniles que los acosan, o los atacan, o los golpean, "si supiérais que soy mil veces más valiente que vosotros"? Pues entonces se trataba de desafiar, no a bandas, sino a la Policía y al Ejército del dictador y los de Integración no se quedaron en sus casas ni quietos. Se reunían en casas particulares, ¡se reunían! Suficiente para que algún vecino colaborador de la dictadura los denunciara; no fueron denunciados y se salvaron. Pero no se limitaron a sus reuniones, sino que se atrevieron a organizar ¡un Congreso! Víctor Hugo cita a Iván, de 67 años ahora, uno de los organizadores: "El mini congreso fue en 1982 y se realizó en un local llamado El Delfín. Los gays le llamábamos el ampliado, pues éramos como 100 los presentes. Los líderes eran varios, entre ellos un sacerdote". 

Aunque aquello transcurriera bien, Víctor Hugo no deja de recordar a quienes fueron víctimas físicas, hasta la muerte, de la dictadura. "En un habitual operativo militar y al percatarse los milicos que mis amigas eran maricas, las sacaron a unas canchas abandonadas, les ordenaron correr en la oscuridad y les echaron unos perros hambrientos para matarlas. A la Lety la mataron los perros a puros mordiscones y a la Chela la remataron con una bala en la cabeza". 

También las lesbianas se organizaron en 1984, en Ayuquelén, también motivadas por un asesinato, el de Mónica Briones, a manos de un ex amigo.  

Luego, viene una historia de organizaciones, pero muy poco burocrática, desde los nombres, "Las Yeguas del Apocalipsis", que en 1989 desplegaron una pancarta con el lema "Homosexuales por el cambio" en un acto del candidato cristianodemócrata Aylwin; una fecha en que ni siquiera los demócratas podían sentirse a gusto con aquella irrupción; y desgraciadamente, menos aún los cristianos "respetables" (no aquel sacerdote del Delfín....) 

Las Yeguas, inspiradas por Pedro Lemebel, cuya palabra rota y fresca tuve ocasión de que me impresionara con su belleza antes de saber todo esto, convirtieron la lucha transhomosexual en performances desgarradoras, al pie de la letra (pies sangrantes sobre cristales, entre ellas) que simbolizaban los sufrimientos bajo la dictadora y, según lo previsto, consiguieron lo más difícil, "poner la homosexualidad en la agenda de la izquierda". 

Lucha es lucha, y es dificultad. Sobre todo, cuando apareció el sida vampiro (me niego a escribirlo con mayúsculas, por cierto) El movimiento homosexual no supo posicionarse, en un primer momento, y el MOVILH (aquí sí, no me importan las mayúsculas) se negó a participar en una manifestación, a la que acudían organizaciones de seropositivos, supongo que para combatir la asociación de ideas entre homosexualidad y sida. A mí, por mi parte, aquellos años me aterraron, y retrasaron mi liberación, lo digo con vergüenza: aterrarse era egoísmo; luchar junto con otros era solidaridad. 

Pero, por entonces, también hubo autocrítica. ¿Se podía hablar de movimiento gay cuando "en Santiago, el grupo MOVILH son diez personas; las Yeguas del Apocalipsis dos; el Taller SER cinco y en Calama son seis personas. Menos de cien personas para doce millones de habitantes"? Pues sí, y a la vista está: principio quieren las cosas y cuando en Madrid el Orgullo Gay llena la Gran Vía de lado a lado y de punta a punta con un millón de personas, cabecitas negras y banderas del arcoiris, hay que recordar que también así empezó lo nuestro. Esas cien personas de Chile fueron las mariposas que al mover las alas pudieron también generar su huracán. 

Tengo que señalar también la primera donación que dio fuerza física al movimiento, que fue de las "religiosas católicas de Zusters Van Liefde (que también apoyan a mujeres trabajadoras sexuales del Uruguay", contraviniendo "expresas indicaciones del Vaticano". También aquí las trans tuvimos el apoyo, los primeros años, de determinadas religiosas, que por su trabajo en la marginación sabían de lo que hablábamos. Una ráfaga de luz se desliza en este momento: la Revolución Sexual va acompañada también por una Revolución Religiosa, protagonizada también por los últimos de la fila y quienes comparten sus vidas con nosotros. 

En medio de la crónica colectiva aparecen también algunos destellos personales que permiten averiguar algo de la presencia de Víctor Hugo Robles en aquellos primeros combates y hacen el relato familiar y sentido, algo de lo que hemos vivido. Fue el presentador de "Triángulo Abierto", el primer programa homosexual de la radio chilena, que se mantuvo catorce años, con un espacio incluído de saludos que me enternece nada más que imaginar.  

Luego, la desgracia del incendio de la discoteca Divine, de Valparaíso, un dolor de familia, y los avances lentos y firmes, una besada desafiante en un Seminario de la Universidad (dos pasos juntos), un cuadro de Bolívar travestí, los chilenos saliendo primero en el Pride de Nueva York del 94, "Ángeles Negros", un libro subvencionado por primera vez, un beso que Lemebel le robó a Serrat, las primeras reformas legales por iniciativa del MOVILH, y la presencia de homosexuales en el Parlamento para negociarlas.  

Al escribir estas últimas frases me doy cuenta de que pasamos de pronto de la nostalgia del día a día de la militancia, lleno de primeras veces, a un cambio cualitativo de lo que se está contando: de la lucha a las primeras victorias; de las transformaciones sociales cuando llegan al poder político y desde él siguen transformando la vida social con una eficacia multiplicada. Ese punto de inflexión, para Chile, se dio en 1998. 

En ese mismo año, recuerda Víctor Hugo Robles que se estaba produciendo una transformación del movimiento homosexual chileno, al abrazar a "locas, travestis, y homosexuales vih positivos". "Nuestra" entrada produjo tensiones, como suele suceder, y la salida de un dirigente que no comprendió que las trans (y las locas y los seropositivos) somos la verdadera fuerza de choque del movimiento gay, que no sin razón asume una estética drag en los Orgullos, contestando así a los razonamientos de quienes temen por la respetabilidad homosexual (Recuérdese la histórica contraposición, en "Stonewall", película, de los homosexuales integracionistas y las travestis que acabaron desatando el huracán).

Silvio Rodríguez, otros artistas, la "bandera hueca" (bandera del Chile marica), la cuestión de las fichas policiales, martilleaban en los mismos clavos. Víctor Hugo Robles adoptó la técnica de las perfomances para seguir avanzando, para lo que creó el personaje del Che Guevara gay. En un acto de la central sindical, apareció con una corona de espinas y una pancarta que decía "La hierba está conmigo, yo estoy contigo"; a la discoteca Planet fue con una boina negra estrellada, una camiseta de la selección chilena con el 11, un bidón supuestamente de fármacos antisida y los labios muy pintados de rojo. ¡Me hubiera encantado que fuéramos amigos entonces! 

Con un atuendo similar, boina estrellada y labios pintados, se presentó en la Marcha de Derechos Humanos al Cementerio General, en 1997, donde la Policía cargó con gases lacrimógenos. Y finalmente, en otra manifestación en el Parque Almagro, "fue delirante, ya que terminé con los pantalones abajo, encaramado en el monumento a Diego de Almagro y gritando desaforado con el poto al aire: "¡Que viva el Che Guevara, que viva el Che Guevara!” Finalmente, en la Feria del Libro, "temerario, salté al escenario con pañuelo rojo en la mano y comencé a bailar una desenfrenada cueca al ritmo de la canción nacional, mientras gritaba: “¡Juicio a Pinochet, juicio a Pinochet, por los desaparecidos, juicio a Pinochet!”. 

Éstas son las artes marciales gays. Y son efectivas, y desarman. 

He llegado así a la mitad del libro. La continuación, la semana que viene. 

Kim Pérez 25-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                 Yo era ambiguo

 

Me asomo al mirador. El mar, sereno y claro, me rodea por todas partes, la tierra queda a mis espaldas, arbolada, florida y frutal, cantada por los pájaros. 

Todo es hermoso y alegre, sé que mi figura corresponde con tanta hermosura. Mi cuerpo es esbelto y tengo veintitrés años; soy moreno, tengo los ojos negros y hondos, mis facciones, mis movimientos, son delicados y tranquilos, sé que mi piel es aromática como el mar o las flores, me he sumido en mi perfume muchas veces entre sueños y sé que tú también te has hundido en él. Llevo ahora un camisón largo, por debajo de las corvas, que se mueve con ligereza con la brisa de la mañana, que deja ver mi garganta y libres mis movimientos. 

Delante del mar y de su olor salado, que me llega a bocanadas en la brisa, siento que es el infinito y sé que es el mejor lugar para pensar en ti, que estás descansando todavía, envuelto en las sábanas blancas y arrugadas, tu piel tostada contrastando con su color, los ojos cerrados ocultando lo que ves tras ellos. Eres tan parecido a mí, que te siento como si fueras mi imagen en el espejo, pero eres material, tienes peso y puedo palparte y percibir tu calor joven. De esta noche no se me puede olvidar el contacto de nuestros labios y el de nuestros vientres, como si fuera otro beso, porque en ellos no hay genitales que perturben sus líneas lisas y su tierna belleza. 

Estoy delante de la barandilla del mirador y siento la fuerza del aire del mar en la cara. Tengo que entornar los ojos, mientras la belleza y las gotas microscópicas me acarician, tranquilizándome. Yo sé muy bien quién soy y quién eres tú, tan parecido a mí y sin embargo, distinto, y tan amado y deseado. Sabemos lo que somos, lo justo para sonreírnos cuando nos vemos, alegrándonos por estar juntos, milagro que nos asombra cada mañana. 

Quienes no saben cómo somos son quienes no son como nosotros, porque no tienen imágenes ni palabras para darnos nombre. Es verdad que nosotros lo tenemos muy fácil, porque el nombre que nos damos es Tú y Yo, intercambiándolo; yo soy como tú y tú eres como yo. Mi amigo, mi igual, el compañero que mira el mar como yo lo miro y siente lo mismo que yo siento.  

Lo difícil es cuando tenemos que dejar esta casa, la orilla del mar, y meternos en el pueblo a comprar cosas. Es difícil elegir la ropa justa. En teoría, nos correspondería chaqueta y pantalón, según los criterios exteriores, e incluso una vez nos pusimos chaquetas de rayas verticales rojas y blancas y pantalones inmaculados y bien rayados, estilo Cambridge, y resultaba alegre y brillante como la luz de la mañana, pero nos dimos cuenta de que los otros pensaban que éramos distintos de cómo somos, y después de habernos gastado un dineral en esas prendas, tuvimos que dejarlas, habiéndonoslas puestas un solo día. Otra vez, nos decidimos por salir a la calle con unos vestidos camiseros casi como el que llevo ahora, sobrios y ligeros, despreocupados, y bajamos riéndonos, porque eran como vestidos de mujeres, pero tampoco los otros nos veían como somos. 

Es un problema, vestir de manera que los otros entiendan cómo eres, y que eres distinto a ellos. La manera más fácil, desde luego, lo que usamos casi siempre es ponernos pantalón y camisa suelta, un estilo unisex que alcanza su propósito cuando la gente nos mira, con nuestros cabellos mojados y más bien largos, y no sabe si somos hombres o mujeres, y se dirige a nosotros con unas dudas graciosísimas. 

Kim Pérez 21-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Por las familias Trans

 

Me he animado hablando con unas compañeras y he abierto el Foro TransFamilia. Le pregunté a Carla si le importaba que lo anunciase en este Diario Digital y me dijo que adelante, porque además llenaba un hueco, y le agradecí de corazón su generosa actitud, porque es preciso que este Diario Digital sea el espacio en que muchas personas se enteren de que existe ese hermano menor y acudan a sus páginas. 

Estoy impresionada; siento que estoy en lo mío. Se lo dije también a mi amigo Equis, y me dijo con una sorprendente clarividencia que ese foro puede ser la ocupación de mi vida. Es verdad. 

Voy a explicar por qué. Lo primero, porque estoy convencida de que la mayoría de las trans están en este caso. No lo parece, porque no se las ve, por definición. Entran en los foros, y para ellas es casi la única expansión, pero están ahí. 

Por eso, la primera utilidad de esta iniciativa consiste en que vean con claridad que no están solas, ni mucho menos. Es que muchas veces están tan aisladas, tan clandestinas, que les parece que son las únicas del mundo a las que les pasa esto. Aunque la lógica les diga que no, la práctica parece que se lo confirma; no ven a nadie, no oyen a nadie, creen que no se puede hablar de estas cosas.  

La segunda utilidad es hablar. En realidad, es lo único que necesitan. Hablar entre compañeras y, si es posible, que las cónyuges descubran que también pueden hablar con otras cónyuges y que también son compañeras entre sí. 

La tercera utilidad  es reflexionar y encontrar formas prácticas de vivir la difícil experiencia de ser trans, de tener una cónyuge, de criar a unos hijos. De que lo trans sea el rayo que vive en tu interior y de que la vida práctica y el cariño vivan también y te hagan temblar ante la perspectiva de perderlos y la voluntad de seguir a su lado te cueste lo que te cueste. 

¿Cómo se puede llegar a esta situación?, se preguntarán quienes no estén en este caso. Mi respuesta es clara: Tú lo sabes. ¿Quién no se ha encariñado o ha admirado o amado a una mujer cuando has sido joven y no te conocías del todo? ¿Quién no ha pensado, ante la conciencia de su disforia, “esto son tonterías; me caso y se me pasan”? 

Experiencia suficientemente común a personas atraídas por las mujeres o también atraídas por los varones o no atraídas ni por unas ni por otros, como para que si las circunstancias son las adecuadas, ves que te has casado, y que tu cuerpo de trans es capaz de engendrar hijos que luego te maravilla que estén en el mundo. 

Pero es natural que la cónyuge se sienta desconcertada y perdida cuando ya no puedes más y te diga: “Pero yo me he casado con un hombre, que me ha gustado; y yo te quiero como hombre”. 

“Pero no soy un hombre”, le dices con la misma angustia. 

(Yo creo que tienes razón, y ella también; es que no eres hombre, eres trans, aunque eso necesita mucha explicación. Definir lo que es ser trans es descubrir uno de los misterios de la naturaleza, para el que  nuestras lenguas no tienen casi nombres, ni nuestra cabeza modelos: es el misterio de la intersexualidad. Pero ése es mi punto de vista y puede ser que tenga que discutirlo mucho) 

Encontrarse, hablar, pensar, es todo lo que se requiere en este foro. No es poco y será difícil conseguir lentamente un número de participantes que estimulen la conversación general. Entre ellos, habrá sobre todo trans, y a continuación, cónyuges de trans. De éstas, unas hablarán y otras permanecerán calladas, leyendo. No importa. Con que vean que hay otras parejas que viven lo mismo, será suficiente. Con el tiempo se decidirán a hablar. 

También pueden entrar, ojalá, padres y madres de trans jóvenes, ahora que ya es posible que comprendan y ayuden a sus hijas o sus hijos, quizá a exponer sus perplejidades, quizá a contar sus soluciones. Será bueno, en la medida en que nos hagan ver la capacidad humana de normalizar lo que antes pudiera parecer más insólito. 

Y en la misma línea, me encantaría que participaran personas que viven las mil situaciones abiertas que la sociedad abierta permite: parejas que aman a una persona sabiendo que es trans o quizá porque es trans, parejas en las que las dos personas son trans, del mismo sexo o de distinto sexo. Todo es posible, desde luego con las o los trans es imposible aburrirse, y a fin de cuentas, lo que se advierte en todos los casos es muy sencillo: una persona a la que se quiere, por ella, más que por su sexo, masculino, femenino o neutro. 

Hay esperanzas. Hay parejas que se mantienen y atraviesan todo lo que tienen que atravesar. Hay hijos que son respetados y que luego agradecen ese respeto o, simplemente, quieren a quien les ha traído al mundo, con todos sus problemas. Hay infinitas formas de esperanza, porque la inteligencia humana es capaz de encontrar toda clase de soluciones a estos problemas que encuentra. No hay una solución única, pero la comunicación y el diálogo ayudan a que cada cual encuentre su solución. 

* Fotografía superior del hombre transexual Stephen Whittle y su familia

Kim Pérez 14-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                         Queda por hacer esto

 

La valiente y generosa acción de Marta Salvans ha tenido el efecto de poner delante de los ojos de todos lo que queda por hacer en el ámbito transexual y las angustias que ello supone, que justifican la huelga de hambre que emprendió y que pudo terminar ante la actitud abierta de la Generalitat. 

Antes de seguir, quiero recordar lo que hemos conseguido en España, para poder situarnos. 

Lo más importante es el reconocimiento moral que hace el Estado en la Ley de Identidad de Género. Si el Estado nos respeta, tenemos un argumento muy sólido para conseguir que toda nuestra sociedad nos respete y para que otros Estados sigan el mismo camino que el nuestro (que también siguió al holandés o al belga o al canadiense y siguió y adelantó al británico) 

Sin embargo, del dicho al hecho hay gran trecho, y nuestra sociedad nos respeta algo más, sectorialmente, pero queda muchísimo por conseguir, que se traduce en marginación, desprecios y sobre todo paro.  

El trabajo es la clave de la inserción en una sociedad, por lo que si vemos que el trabajo por cuenta ajena para las transexuales sigue siendo próximo a cero, podríamos cifrar en ese número redondo el grado de inserción social, si no fuera por el trabajo por cuenta propia o como funcionaria del Estado, que afortunadamente funciona. Decenas de tiendas de barrio gestionadas por trans, algunas cooperativas y decenas de funcionarias trans del Estado, en todas las ramas, lo testimonian. Pero si sacáramos la proporción en relación con la población total trans, las cifras siguen siendo exiguas. 

Queda la prostitución como salida laboral pero obligada para muchas. Desde luego, que el conjunto social no se escandalice ni saque conclusiones. Es el conjunto de la sociedad, con sus autoridades al frente, culpables por omisión, el que no nos da el pan –el trabajo- , por lo que no puede asombrarse de que muchas lo busquen donde lo haya. 

Muy lentamente, van apareciendo señales esperanzadoras en este aspecto. Conozco trans muy jóvenes que están siguiendo el mismo y sorprendente camino: apoyo familiar (antes casi impensable), continuación de sus estudios, transición, cambio legal conforme a la nueva Ley. 

Es previsible que cuando terminen sus estudios, dado que su presencia física suele corresponder muy bien a su nueva identidad legal, simplemente se incorporen a la corriente laboral general, por cuenta ajena o por cuenta propia. Esto empieza ya a ser una realidad y se generalizará a partir de dentro de unos cinco años. 

¿Pero qué se hará con quienes tengan ahora más de treinta años y un aspecto físico (estatura, voz…) distante de los estándares femeninos? ¿Trabajan por cuenta propia o en los cielos del funcionariado o se ven sometidas a la precariedad, el paro, la dependencia familiar o la consiguiente marginalidad, depresión, etcétera? 

Me perdonarán los trans masculinos si hablo sólo de las trans femeninas, porque saben que éste, como otros, es un problema sobre todo nuestro. Ellos podían encontrar sólo los derivados de la falta de papeles, pero hoy están resueltos. 

Marta Salvans ha hecho llegar a la Generalitat un buen escrito en el que se reúnen muchos de los problemas que nos aquejan, en este caso, a todos los transexuales. 

Uno de ellos se deduce de lo que he dicho hace un momento sobre las trans jóvenes. Si hay apoyo familiar, todo está resuelto, ¿pero si no lo hay? 

En este punto queda por hacer casi todo en la formación de asociaciones de padres de transexuales (a ejemplo de tantas anglosajonas y de la de gays y  lesbianas que ha constituido aquí el Casal Lambda-perdón por las que desconozca) 

Por cierto, estas asociaciones pueden unirse o ir en paralelo a las de cónyuges y allegados de personas trans que empiezan su transición en la madurez; el grado de angustia –no hay otra palabra- que puede producir el ver que se arriesga una vida familiar es tan fuerte, que resulta apremiante que se pongan manos a la obra, o mejor, que nos pongamos. 

El cambio cultural espontáneo está en marcha, pero es lento. ¿Dejamos sufrir a otra generación? ¿O ponemos en marcha a los gobiernos para adelantarlo: campañas de información pública -¿qué tal spots en televisión?-, instrucciones a los colegios para que atiendan a los escolares variantes de género, cuotas de empleo público, reforma de los planes universitarios para integrar la transexualidad? 

Esto es lo que se puede hacer. ¿Se está haciendo algo de eso? ¡No! 

Pues esto es lo que nos queda por conseguir y, si no fuera porque los primeros responsables somos nosotros, los colectivos afectados, que no hemos alzado bastante fuertemente la mano y hemos dejado que Marta haya tenido que levantar su voz en solitario, sería también  en lo que el Estado está faltando por omisión. Desde  luego, si no le decimos nosotros lo que nos falta todavía, no se moverá. 

Queda pendiente también, en gran parte de España, la debida atención médica por la Seguridad Social, que ha sido el detonante de la acción de Marta. Se irá resolviendo, parece que en Cataluña se empezarán a realizar reasignaciones quirúrgicas en el último trimestre de año, lo que demorará sólo, digamos, otros seis meses lo que muchas personas trans están cansadas de esperar durante años. Desde luego, cuando se consiga, será un buen ejemplo para Euskadi y para Mariquilla y toda la villa. 

También falta todavía un gran cambio cultural en la interpretación de la transexualidad por parte de las propias personas transexuales, lo que será un factor decisivo para transformar las perspectivas. A mi entender, debemos insistir en lo que una parte de la transexualidad tiene de intersexualidad, y en el entendimiento de la sexualidad como un continuo donde las intensidades de la masculinidad y la feminidad forman una gama; también en lo que otra parte de la transexualidad tiene de disforia, y en las causas de esa disforia; y finalmente, en la unión de la intersexualidad y la disforia. 

Una consideración personal. Soy una persona más bien intelectual, poco  activa físicamente, y menos con sesenta y siete años. No me veo ya promoviendo asociaciones, encuentros, etcétera. Pero estoy retirada y eso me da muchísimo tiempo libre. Puedo escribir y hasta orientar a quien me pregunte. No llego a querer coordinar. Pero ésta es mi contribución a lo que queda por hacer: mi email, transiya@yahoo.es

Kim Pérez 07-07-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                       La huelga de hambre de Marta Salvans

 

De nuevo ha habido una trans que ha demostrado su inteligencia y su valentía en una lucha personal que ha supuesto un sacrificio. 

Supongo que hace falta realizar una huelga de hambre para darse cuenta de lo que significa tener el estómago vacío durante veinticuatro horas, y luego otras veinticuatro, y otras veinticuatro, y otras, y …  

Sobre todo con la incertidumbre de lo que pasará –empezando por la propia salud- y de si servirá para algo. 

Marta Salváns tomó esta decisión personalmente, sin contar con nadie más, pero tomando en cuenta los intereses de otras personas, por delante de los propios. Tuvo los ojos abiertos para el sufrimiento de otras personas transexuales hasta el punto de no querer soportarlo, por lo que ha puesto su protesta  delante de los ojos de todos. 

Es que es verdad que las personas transexuales seguimos sufriendo de muchas maneras y lo que hemos conseguido, siendo importante, no puede cerrarnos los ojos sobre lo que nos queda por conseguir hasta que estos sufrimientos se canalicen debidamente y se resuelvan. 

El sufrimiento personal y casi solitario de Marta Salváns durante estos días –ha tenido a Gina Serra a su lado- es  una más de las dificultades y angustias que llenan la vida de las trans y los trans. Es verdad que no podemos hacérselo ver directamente a quienes no los tienen que pasar –ojos que no ven…-, pero también es verdad que nos dan una fuerza particular que podemos hacerles medio comprenderlos bajo la forma de nuestras protestas.  

Una huelga de hambre verdadera y seria es una señal de la seriedad de lo que se reclama. Por otros motivos hay a veces huelgas poco serias, más efectistas que reales, pero en nuestro caso, es fácil ver en nuestros ojos que la huelga responde a la realidad. 

Sólo cabe arriesgar la salud  y la propia vida si se trata de defender la salud, la vida u otros valores igualmente primordiales, como la dignidad de las personas. 

En estos casos, el derecho moral a emprender la huelga de hambre, es equivalente al derecho de legítima defensa personal o colectiva. También un soldado o un guerrillero que defienden a su nación arriesgan su vida legítimamente, aunque en el caso de la huelga de hambre ha una ventaja moral añadida: no se pone en riesgo más que la propia vida, no se toman otras para defender los propios derechos. 

La huelga de hambre sólo es efectiva cuando enfrente hay un interlocutor dispuesto a escuchar  y capaz de respetar a quien la emprende. Por eso, su iniciador, el maestro de la no violencia, Mahatma Gandhi, supo que podía emplear este recurso. Tenía enfrente a Inglaterra, una nación con prensa libre, tradición de respeto a la valentía humana, y Gobierno democrático. Muchos otros gobiernos de la época hubieran volatilizado físicamente a quien protestase así. 

En este caso, parece que la Generalitat de Cataluña ha estado a la altura de lo que se podía esperar de ella. También es un gobierno que tiene una tradición de respeto a los derechos humanos y también gobierna sobre un pueblo que tiene medios de comunicación libres. 

Creo que la televisión catalana dio una buena cobertura de los hechos, que resultó impresionante,  y eso sin duda sirvió para conseguir un buen resultado. Por otra parte, me consta lo que Carla Antonelli hizo para difundir la información que le llegaba y lo que habría hecho en caso necesario. 

Gracias a ello, la huelga de una sola persona fue escuchada. No importó que fuera incluso en momentos –la Semana Santa- en los que se podía temer que no quedara un alma en los despachos. Precisamente por eso, esa voz solitaria, en un espacio solitario, resonó mucho más. Y hay que decir en honor de los políticos catalanes competentes, que supieron escuchar, pasando por alto sus vacaciones, y comprender lo que esa voz decía. Hasta el momento en que escribo, domingo 30, y en espera de comunicado del lunes 30, declaro que no tengo motivo para pensar otra cosa. 

El peso y el prestigio de Cataluña en nuestro Estado es suficientemente grande, como para que lo que se consiga allí (que es lo que se consiguió en Andalucía y está aquí en marcha desde hace ya diez años) sirva para estimular en el resto de las Comunidades españolas las mismas decisiones. 

Me parece que la huelga de hambre de Marta Salváns habrá servido por tanto para que no sea necesario, por lo menos de momento, emprender otras. El sacrificio de Marta, su estómago vacío y exigente durante estos días, habrá hecho posible que otros estómagos puedan seguir con su alimentación regular. Pero las múltiples formas de sufrimiento de las personas transexuales siguen estando vigentes y el trabajo no se ha acabado. El movimiento transexual tiene que seguir en pie.

Kim Pérez 31-03-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                              Somos personas

 

Una de las expresiones más frecuentes y también más fuertes que se oyen en labios trans es “yo, ante todo, soy persona”. 

Yo también la he dicho, me la he dicho muchas veces, antes de caer en la cuenta de que a mi alrededor la decían otros muchos compañeros y compañeras. 

¿Cómo entenderla o cómo explicarla mejor? Porque parece una obviedad. Para no interpretar lo que dicen otras personas, empezaré por decir lo que significa esta frase cuando yo la digo. 

No soy hombre ni mujer; soy persona. Soy trans, si quieres que diga eso. Soy una especie de espíritu caído en un cuerpo humano y sorprendido de las condiciones que eso significa. Soy parecida a un ángel, de quienes se dice que no tienen sexo. Espero con toda mi alma que me libraré de ser un demonio, porque deseo ser amada, no temida. Soy quizá una extraterrestre, venida por medio de reencarnaciones de lejanos planetas, donde no existe el sexo dual como aquí y la gente se ama de otras maneras. Por eso digo que yo, ante todo, soy persona. 

Creo que muchas otras personas trans dicen esta frase en el mismo sentido que yo la digo, pero para otras muchas tiene otro significado. 

Para éstas, es una respuesta a tanta agresión y descalificación como a veces sufrimos, que nos cansa. 

Es como decirles a los agresores que piensen que no somos bichos raros, sino seres humanos expuestos a una condición rara, a una manera de ser poco usual, pero legítima. 

Como dice mi amiga Merche Camacho, a veces hay que recordar a las otras personas que “si me dan un pellizco, me duele, y si me pinchan, sangro”; porque algunas parecen incapaces de empatía o de ponerse en nuestra piel y nos condenarían con gusto a arrastrarnos toda la vida por donde ellas y no nosotras quisieran que fuéramos. Pero como dice también siempre Merche, su madre le ha enseñado una cosa que es lo principal: “Tú, con la cabeza siempre alta”. 

Las dos interpretaciones de la frase pueden acercarse. Quienes pensamos que ser persona significa que estamos por encima de la división entre hombres y mujeres, podemos hacer nuestra la postura de quienes piensan que ser persona es afirmar una condición común a todos los seres humanos, un respeto por nuestra común humanidad, por encima de cualquier diferencia. 

Hay una especie de teoría moral y política en esa frase, aunque la digan personas que no han estudiado la teoría y sólo conocen la práctica de nuestras vidas. Es como si dijéramos: “Te exijo respeto porque yo te doy respeto, basado en que tú y yo somos personas”. 

Este poner la persona o la común condición humana por encima de cualquier otra consideración tiene consecuencias muy importantes. Nos hace concluir que las personas somos iguales por encima de cualquier diferencia de sexo, raza, riqueza, educación, circunstancias, edad, etcétera. 

Lo hermoso es que a partir del reconocimiento de esta igualdad puede ir formándose cierto compañerismo, cierta ternura o compasión, cierta solidaridad universal. 

Por eso definirse como persona, lo que es una definición abstracta, porque está por encima de cualquier otra consideración (una persona es un ser humano, sin que importe si es hombre o mujer o ni hombre ni mujer, guapa ni fea, rica ni pobre, morena ni rubia, buena ni mala, simpática ni sosa, lista ni torpe, niña ni vieja, y todas merecemos el mismo respeto) es el hecho central y más noble de la cultura trans y también ayuda a que se forme nuestra particular valentía trans, que se basa en el hecho de poner las consideraciones personales por encima de cualesquiera otras. 

En las últimas semanas he visto la valentía trans en Mari López, capaz de poner el cariño y el respeto a su familia por encima de su propia angustia por vivir su vida; eso es de trans, aunque consista enn no poder vivir como trans  o en tener que retrasar el momento. Las trans no somos las únicas personas que sabemos que si en nuestra alma hay un sentimiento de respeto  y de cariño debemos ponerlo por delante de todo, porque es lo que sentimos, pero el ser trans nos ayuda a sentir así. 

También he visto la valentía trans en Marta Salváns, capaz de arriesgar su salud y hasta su vida por los derechos de otras personas. También es su experiencia de trans lo que le ha enseñado a pensar así. 

Las mismas trans o los mismos trans no nos valoramos mucho o no sabemos valorar lo que la vida nos ha dado. Esta experiencia de que somos personas por encima de todo vale la pena de lo que nos haya costado. 

Kim Pérez 24-03-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                             Mari López. Tercera parte

 

Te llegó poco a poco la edad de hacer la mili y allí fuiste. Nada más llegar al cuartel, descubriste la existencia de hombres más prepotentes todavía que pasaban la vista sobre ti como si no existieses. Cuando lo cuentas, siento la ira temblando en tus palabras. La cultura del avasallamiento y la intransigencia había parasitado una vida militar o cuartelera tan lejana de lo que es el compañerismo de las armas, cuando hay algo que defender de verdad. La única manera de disipar la ira es que comprendas el mecanismo que hacía de aquellos hombres, muñecos jactanciosos y temibles. 

Viste también, naturalmente, el trato que les reservaban a los mariquitas de uniforme, caídos como tú en la trampa del reemplazo obligatorio. 

Había  uno en tu unidad, y decidiste ser amable con él. Recuérdese tu silencio, grabado a fuego en tu memoria. Pero podías compartir los paquetes de comida o el poco dinero que te llegaban desde tu casa, desde donde te mandaban lo que podían. Al compartirlo, desde luego, te duraba lo que duraba la tarde. Al llegar la noche, no quedaba nada, pero tuviste la ocasión de conocer lo más hermoso de la vida humana, compartir los alimentos, lo que nos hace compañeros, que significa los que comen el mismo pan. 

Una tarde, tu compañero entró en la cantina, como pudo, y tú le invitaste. De pronto, surgió la sorpresa de la reacción de uno de los dos cantineros, que empezó a darte voces y terminó por salir detrás de ti a la calle increpándote y empujándote: “¿Cómo puedes convidar a un ser depravado?”, te decía. Se te quedó en la memoria lo de “ser depravado”, que es la prueba, añado yo, de que aquellas opiniones no se habían cocido en la mente del cantinero, sino que venían de  lejos. 

Tú te callabas y obedecías. Para no complicarte las cosas, te distanciaste del compañero; echabas por otro lado cuando lo veías de lejos. Él lo comprendería, pero estaba mal. Lo que pasaba es que no sabías hacer otra cosa. Muchos de los que te dan de lado a ti estarán en el mismo caso, desde luego. 

Sólo la lucha contra la injusticia que nos ataca a todos puede salvar a quienes la sufren, pero tú tenías demasiado miedo y demasiado poco conocimiento como para saberlo y comprenderlo. Enfermedad generalizada. 

Volviste de la mili y te diste cuenta de que amigos y parientes –sólo tus padres no te decían nada- daban por supuesto que te casarías. “Así se hacen los hombres”, te decían, lo que era verdad, pero no para ti. 

Se fue formando, detalle por detalle, para que cayeseis Lola y tú en él, el tremendo nudo que tan bien conocen muchas personas transexuales y homosexuales. 

“Esto son tonterías mías”, pensaste, “me caso y se me pasan”. 

No se lo dijiste a Lola, por vergüenza y por el convencimiento de que era verdad. ¿Para qué asustarla o que te rechazase? ¿Para qué perder la oportunidad de ser un hombre como otro cualquiera? 

Pero si se lo hubieras dicho, el nudo tiene recursos para seguir formándose, porque te hubiera respondido, casi seguro: “Yo te quiero, porque eres bueno, ya verás como estando a mi lado, todo cambia”. 

Unas y otras palabras, las que te dijiste tú y las que te hubiera dicho ella, no las habías oido nunca, y sin embargo habrían sido dichas, exactamente tal cual, las mismas que miles de transexuales y homosexuales y sus parejas se dicen, creyendo que son suyas, cuando son parte del mecanismo de la represión interiorizada. 

En fin, los dos pajarillos cayeron en la trampa y empezaron su vida matrimonial. 

Se fueron a Barcelona. Tú te pusiste a trabajar en la construcción o en lo que saliese. Viviendo en los arrabales de una gran ciudad, tuviste la ocasión de descubrir por fin lo que eras: “¡Travesti!” o “¡Transexual!” 

Ya tenías respuesta al “¿Qué soy yo?”, que te había hecho sufrir durante tantos años, al ver que no te identificabas con los homosexuales, pero a la vez estabas expuesto a sus mismos peligros, a la denigración y el rechazo, incluso a las palizas. 

Pero era bueno tener por lo menos un nombre para entenderse, la alegría que hemos conocido miles de travestis o transexuales, al saber lo que somos. 

Por supuesto, aunque ya lo sabías, sabías también a lo que te exponías. 

Volvías del tajo a tu casa en un cochecillo que te habías comprado. Como eran kilómetros de grúas y descampados hasta la civilización, solías llevarte a un compañero de la obra que vivía cerca. 

Una tarde, por la carretera solitaria, viste a una personilla haciendo autostop. 

Paraste y se acercó. Era una travesti. 

Mientras iba llegando, tu compañero, muy alterado, te dijo: “¡Es una travesti! ¡Si esa persona se sube, yo me bajo!” 

Ahí si estuviste bien. “Pues bájate” le dijiste. 

Y se bajó, la travesti subió, la llevaste al barrio, ella se quedaría extrañada, o no tanto, de que su subida al auto fuera acompañada de la salida de un pasajero, pero él siguió los kilómetros de a carretera a pie y no volvió a dirigirte la palabra. 

Pero todo eso te recomendaba seguir en el silencio más absoluto. 

Te comprabas de vez en cuando ropa, donde no te conocieran –tenías el valor de comprarte ropa, yo no lo tuve-, y la escondías donde Lola no la encontrara. Sólo una vez la encontró. Creyó que era cosa de una broma y la quemó, como si supiera en el fondo lo que podía significar. 

Recuerdo los hermosos versos de una amiga de Galicia a un par de medias, que habían hecho que sus piernas fueran  bellas, viendo cómo ardían. 

Pero tanto silencio empezó a volvérsete insoportable. Empezaste a peregrinar yendo a psicólogos, esperando que alguno supiera decirte la palabra reveladora, pero no lo encontraste, ni siquiera en Barcelona. 

El primero te dijo: “Esto es fetichismo”, como si fuera un simple juego erótico, y tú sabías que no lo era, porque estaba envuelto tu rechazo a lo masculino, y el sentido de quién eras. 

Otros te confesaron que no sabían cómo ayudarte. Uno me dijo a mí: “Sentimos pánico cuando llega un transexual y sabemos que lo ignoramos todo”. 

El tercero o el cuarto, al segundo día, te dijo muy contento: “Ya sé lo que le pasa. Y conozco el remedio”. 

Le preguntaste y, en su opinión, sufrías una enfermedad mental que se resolvería con un tratamiento psiquiátrico. De alguna manera, tuviste también la clarividencia de saber que se equivocaba. 

Nada en claro. Seguisteis en Barcelona quince años y no pasó nada. Pero Lola fue poco a poco enterándose, como era natural. Tuvisteis que volveros ya, mientras ella no acababa de comprenderlo del todo, a la vez que su mundo se derrumbaba. Pero tuvo paciencia. 

Al volver, la acompañaste un día a una psicóloga con la que habías hablado en un pueblo cercano y se lo dijo claramente, incluso  tajantemente, sin matices: 

“Es una mujer. Es como tú”. 

Lola se calló y lo pensó, es su manera de reaccionar. Intentaba comprender pero no acababa de conseguirlo. Ella es del pueblo, es hija del pueblo, y piensa como el pueblo: En que hay hombres y mujeres y punto. No ha sabido nunca o por lo menos no ha sabido nunca del todo lo que significa que haya intersexuales o transexuales, y le da miedo saberlo y sacar todas las consecuencias. 

Por lo que eso puede afectar a su vida social, por ejemplo. La pesada atmósfera moral del pueblo, la ha destruido ya, como destruyó en su tiempo la de José María y sus padres, pero podría destruirla más todavía. 

Eso no sabes ni cómo ha llegado. Tú has sido extremadamente cuidadosa para que no se sepa allí, pero se ha sabido, la gente observa, y piensa, y deduce, y por un hilo casi invisible es capaz de sacar el ovillo, sobre todo entre las cuatro casas de un pueblo. 

La dictadura del qué dirán agobia como pocas, dictadura exterior e interior. Tú empezaste a darte cuenta cuando tus amigos, los de tu edad , con quienes habías compartido tantos ratos de terraza en el bar, sobre todo en verano, de sombras cálidas y añoranzas de futuro libre, quienes te habían hecho favores y tú les habías correspondido, de pronto resultó que no te conocían. 

O mejor dicho, te conocían si estaban solos cuando pasabas. Entonces, “adiós” y “adiós”. Para demostrar cuál era el fundamento de todos los conflictos, si estaban con alguien al pasar tú, entonces te volvías invisible. 

Y desde luego, adiós sólo y sólo adiós. En total, medio segundo, y mirando a diestra y siniestra. ¿Pararse? Imposible, alguien os puede ver. ¿Acompañarte? Más imposible todavía. Las lenguas se pondrían a trabajar. 

Por lo mismo, para ti, como les pasó a los padres de José María se ha acabado el trabajo ocasional, cuando un vecino necesita que se le eche una mano. ¿Qué dirían los demás si al pasar por el camino te vieran en su garaje o faenando entre sus árboles? 

Para Lola sucede lo mismo. El qué dirán es expansivo y contagia lo que toque. No eres ya tú, sino las personas que tengan que ver contigo, las que alguna vez te hayan defendido… Todo es contagioso. 

Ella se ve también apartada. Menos mal que en el campo es fácil apartarse físicamente. Para ella existe la casa que compartís, sin hijos, la casa de su madre anciana a la que va todos los días porque la necesita, la casa de tu madre, también muy anciana, por lo mismo; y, por lo menos, el silencio de los demás cuando está delante es soportable, porque a veces hay las impertinencias, las preguntas aparentemente inocentes de los curiosos que quieren divertirse, y eso es peor. 

Ha consentido en un acuerdo, que es llegar lo más lejos que puede. Cuando vuelves a la casa, te cambias. Unas horas al día, las horas de la noche, puedes ser tú. Pero ella no puede hablar de lo que más te importa. Habláis de todo, menos de eso. No sabes si te has arreglado mejor o peor a su juicio, qué deberías hacer para mejorar tu imagen, no puedes compartir lo que eres, en una palabra. Es duro, pero hay otras cosas en la vida, y tú lo reconoces: hay dos ancianas solitarias, si no fuera porque estáis ahí, y hay que ocuparse de ellas. Y hace falta transigir, para que en el pueblo no os hagan la vida imposible. Ya es difícil, y no saben casi nada, y suponen, y disimulan. Hay un respetabilidad superfcial, pero respetabilidad. Qué sería si lo supieran todo y no tuvieran que disimular. A lo mejor iría todo mejor, pero no lo sabéis y no queréis arriesgaros. 

Ha sido mucha tensión, durante años, y te ha costado un infarto. En el pueblo se ha sabido, por supuesto, pero no ha habido más compasión para ti. No sabes lo que te reserva la vida, el misterio de tu existencia. 

La criatura pequeñita, de cuatro años, repite: “¿Qué hago yo aquí, otra vez, en este vida?” 

Es como una adivinanza. Tiene que haber una respuesta

Kim Pérez 17-03-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                      Mari López. Segunda parte

 

Con catorce años te sacaron de la escuela, porque era necesario que te pusieras a trabajar para que la familia se ganase la vida. 

Te pusiste unas veces de aprendiz de albañil, y otras ayudabas en el pegujalillo de campo que teníais. Tus manos, por fuerza, se pusieron duras, resquebrajadas y callosas, pero eso no te importaba; también las de tu madre y tus tías lo estaban y, en el fondo, eso se veía como un orgullo; trabajabais y vivíais por vuestras manos, no de manos ajenas. 

Lo que sí te importaba, en la cuadrilla de albañiles, es que era el mundo de los hombres, y que se suponía que tú estabas allí como hombre. No por el trabajo, aunque como aprendiz te tocaba llevar el cantarillo del agua, lo que era para ti un momento en que reinaba el encanto de imaginarte como las mujeres que los subían a sus casas, apoyados en sus caderas, desde la fuente. Tampoco por el polvo blanquecino que cubría tu cara, tu chaqueta, tu camisa y tu pantalón al terminar la jornada, porque era el precio de los billetes que te llevabas a la casa, sino por esa chaqueta, esa camisa y ese pantalón obligados, de albañil, ese silencio tuyo y esas conversaciones ásperas, en las que salían a relucir el fútbol, las mujeres que pasasen cerca y las palabrotas. 

Los hombres de la cuadrilla eran hombres buenos, lo ves ahora con toda claridad, que trabajaban para mantener a sus familias o para formar una, y que se desahogaban con esas conversaciones, pero no eran como tú, y eso es todo. 

Ya entonces, catorce, quince, dieciséis años, el aprendiz de albañil rezaba muchas veces en la cama, y siempre pedía lo mismo: “Señor, si levantaste del sepulcro a Lázaro, por qué no haces el milagro de que mi cuerpo sea de mujer” 

Las mañanas eran la amarga comprobación de que todo seguía igual. 

Pero, naturalmente, esa ansiedad producía sueños, en la misma dirección. Solía repetirse uno, con total evidencia, en que de pronto veía que se había cumplido lo que deseaba y, más aún, veía su cuerpo redondeado por un embarazo de cinco o seis meses. “Ya está, ya soy así”, pensaba, maravillada, con una felicidad indescriptible, viendo por fin a la mujer que acaso estaba detrás de su pensamiento, a los cuatro años, cuando vio correr aquella agua caudalosa. 

Al despertar de aquel sueño, el golpe era más fuerte todavía, al pasar una vez más a la realidad. Habiéndolo visto como si fuera la realidad, o acaso como si fuera otra vez la realidad, al despertar era también indescriptible el dolor y el aborrecimiento del propio cuerpo invasor e inoportuno. 

Fuera más apropiado acaso darte cuenta de que era el espíritu de la aldea, la mentalidad que dominaba a tus vecinos y que les obligaba a ser como eran lo que  no te dejaba respirar. Ojala hubieses nacido en un tranquilo pueblo, moderno e ilustrado, donde no te hubieses visto obligada al silencio desde los cinco años, y hubieses encontrado almas con las que dialogar y seguir la dialéctica de tus sentimientos, te llevase a donde te llevase, enseñando a todos algo más de la realidad humana. 

Pero tu pueblo era el resultado de una mentalidad de siglos, que hacía a la gente decente, desde luego, pero a cambio de negar cualquier diferencia. 

Lo viste con horror en lo que le pasó a José María, un muchacho de tu edad que era hermafrodita y por eso recibía el rechazo general. 

La intersexualidad es la prueba visible de que es la naturaleza  la que forma no sólo varones y mujeres, sino personas en diversas situaciones intermedias y por tanto de que estar en ellas no es un pecado ni un vicio, sino un hecho natural cuya lógica debe comprenderse y respetarse. 

Sin embargo, los sólidos varones de la aldea podían ser viriles, pero no estaban dispuestos a comprender ni respetar nada que estuviese fuera de la idea que habían aprendido de lo que es ser humano. 

Una tarde, se fueron a gastarle una broma a José María en el patio de la escuela, fuera de las horas de clase, cuando se quedaba sola y deshabitada; tenía quince años. 

No es que le pegaran fuerte, pero sí jugaron a tocarle, a darle una manotada, a no respetarle. Los niños chicos le daban patadas en las espinillas.  

Luego le obligaron a desnudarse, y lo dejaron en cueros y tiritando en medio del patio y se fueron; ése era el corazón de la broma y así triunfó la evidencia de su naturaleza, pero no supieron sacar las consecuencias. 

Los que jugaban con una persona eran niños y jóvenes: catorce, quince, diecinueve, veinticinco años. Por tanto, había hombres hechos y derechos, que no tenían la excusa de los pocos años. 

La broma fue la pasión de un inocente, el sufrimiento de un Cristo. Si hubieran comprendido los paralelos, quizás lo hubieran pensado mejor. 

Es curioso que ésta es a la vez la historia más moderna que pasó en la aldea, aunque con algunas diferencias Al oírla, se puede trasladar, detalle por detalle, a cualquier patio de escuela en cualquier gran ciudad, después de las clases, a una banda de gamberros agresivos y a su víctima desnuda. 

Pero la diferencia, en contra de la aldea es que los atacantes lo hicieron en nombre de lo que para ellos es lo que tenía que ser, de lo que consideraban respetable, porque en un barrio hubiera sido una gamberrada, sabiendo que estaría mal hecho. Por supuesto, otra diferencia, a favor de la aldea, es que en el barrio urbano no se habrían ido con bromas, lo hubieran machacado. 

Pero la intransigencia instalada en los corazones del pueblo era tan grande, que la volcaron incluso con los padres de José María, a quienes los vecinos les negaron el saludo por la calle y hasta el trabajo. Es difícil de entender, a no ser que se tenga en  cuenta el temor desmesurado al qué dirán de los pueblos. Naturalmente, los padres y el propio José María tuvieron que irse del pueblo. 

Estos destierros son frecuentes, todavía. A ti, aquella historia te llenó de pavor. Eso es lo que podía pasarte a ti. Tu silencio se hizo macizo. 

Kim Pérez 10-03-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                    Mari López. Primer parte

 

Mari López varea rítmica las ramas de sus olivas, unas cuantas que le dan la vida y a la vez la cárcel. 

Ha puesto en derredor los lienzos por tierra, y en ellos van cayendo hojas y aceitunas, y hasta tallos. 

Al terminar cada vareo, ella y Lola, su mujer, se doblan por la cintura para escoger con práctica las aceitunas y echarlas en una esportilla. Al final del día, el cansancio y los riñones hacen que se sienten en los lienzos, y echando el cuerpo a un lado, vayan recogiendo. 

Ahora, a las cinco de la tarde, Mari López, por los riñones, se ha incorporado, echando el torso para atrás, con gusto, y dándose cuenta por un momento de que en este día de invierno, el cielo está radiantemente claro, la temperatura suave, y las laderas de la sierra bajan desde donde están sus tierras, cubiertas de olivas fielmente alineadas, hasta lo hondo de la la ancha vaguada, para levantarse de allí de nuevo, en nuevas laderas y nuevas filas de olivas, hasta que dejan ver, por el sur, las sierras azules y un cielo tan claro y tan brillante que duele. 

Por allí está Sevilla, donde todo es posible, como aquí no es nada posible, y más lejos todavía, al suroeste, está Cádiz, donde son posibles más cosas todavía, porque es el mar, la luz y la libertad. 

Mari López va como un hombre cualquiera, a primera vista. Va como puede ir un albañil, porque ha trabajado en eso, o más concretamente como un albañil del campo. Como un buen hombre, responsable y trabajador. 

Como si viviera en la clandestinidad. Pero es curioso que en la aldea, a la que volverán dentro de dos horas, todos saben que es transexual, y por eso todos le han retirado la palabra y hasta el saludo. Para eso, podría pensarse, de perdidos al río. Pero las circunstancias son las que son y cuando se es responsable, se es responsable. No es el pueblo el que cuenta, sino las necesidades de la familia, en la que hay personas que requieren una atención continua y que no pueden ser desatendidas. Cuando te toca, te ha tocado. 

Para tocar otra vez las teclas del piano, no se trata sólo de tu carne, sino también de la de Lola. Lola te ha dejado hablar, te ha oído, y ha estado dispuesta a seguir a tu lado. Ha respetado tus llantos y tus angustias. Por eso mismo, ahora que también su carne la necesita, tú no puedes dejarla sola, en la casa casi solitaria, porque también a ella la han dado de lado, y habéis asumido responsabilidades que pueden durar decenios. 

Se trata de tu vida o la de estas personas. Tú sabes que no podrías vivir tranquila, ni gozar de tu libertad, si la hubieras puesto por delante de la de ellas, como si no existieran. Existen; entonces lo tuyo tiene que esperar. 

Llevas más de cuarenta años esperando. Acaso el principio de todo está en lo que te pasó cuando tenias cuatro años, que se te ha quedado clavado desde entonces, la tarde que llovió y llovió,  tanto que por la calle bajaba un caudal de agua salvaje y ancha, con fango y ramas y tablas, y tú, con tu cuerpecillo tan chico la mirabas desde la puerta,  y  de pronto pensaste; “¿Qué hago yo aquí otra vez, en esta vida?” 

 De lo siguiente también te acuerdas muy bien: tenías cinco años. Esperabas a que los mayores se fueran y dejaran la casa vacía, llena de sombras y de cuartos huecos, para coger la prendas de una mujer que había en la casa, y ponértelas, que te arrastraban. Te acuerdas todavía del olor a jabón y de la suavidad de aquellas prendas. 

Luego, las ponías en su sitio, como podías. No te acuerdas de lo que pasaba después, que tenía que ser malo, porque en la alacena, tan ordenada, aparecían las huellas del ratón. 

Era lógico que se preguntasen por qué. 

Recuerdas que hacia los siete años, hacías las travesuras propias de la edad, pero marcadas por la soledad y el silencio. 

Había en la aldea una casa cuya familia había emigrado a Navarra. Tenía una cerca de alambre y vagabundeando por allí descubriste que en la cerca había un agujero. 

Te metiste por él, pasaste el descampado lleno de hierbajos y descubriste que se podía entrar en la casa vacía.

 Entraste y viste las habitaciones destartaladas, pero co algunos muebles. Había un arca, y se podía levantar la tapa. Dentro había ropa vieja de mujer. 

Te la pusiste y te paseaste por la casa, en silencio, gozando de un sentimiento muy hondo. El niño tenía siete años. Pasaste en tu silencio una hora o dos.  Te sentabas en las sillas desportilladas, hacías como que guisabas en la cocina, jugabas tu solo, con tu imaginación, como juegan los niños sentimentales y fantasiosos. 

Al caer la tarde, cuando te iba a dar miedo la oscuridad, guardaste la ropa en el arca y echaste a correr, pasaste la puerta trasera, el corralillo, el agujero, y te presentaste en tu casa, feliz y callado, como quien viene del Reino del Secreto. 

A la tarde siguiente, en cuanto pudiste, ya estabas allí. Y otros días. Era un regalo increíble que te había hecho la vida, una casa para ti, un arca como la de una princesa, una soledad que te permitía la libertad. 

Duró un mes. Al cabo de ese tiempo, la familia de Navarra volvió y quitó la casa. 

Pero aquel año era una bendición para la personilla de siete años, como si la vida te mimase. 

Entraste en la escuela y te pusieron a jugar al fútbol, como todos los niños. Al cabo de unos días, sin saber por qué, el maestro, un hombre severo, os dijo a ti y a un niño tullido que no jugarais más. 

Todo lo que voy a contar es como arquetípico. Todas las personas transexuales feminizantes hemos fantaseado con algo parecido, una feminización impuesta, unos maestros o superiores que reconocen nuestra condición y que, en vez de regañarnos, nos dan el empujón, ponen su autoridad en el empeño, disuelven con ello cualquier resistencia, nos dicen adelante y nos dan legitimidad. 

En las fantasías, la feminización es total. Para ti fue menos, pero fue suficiente para que te resultara hermoso. 

El maestro te llevó a la señorita –el niñito tullido se quedó haciendo otras cosas- y ella te puso a jugar al baloncesto con las niñas. 

Estabas con las niñas. Pudiste quedarte con ellas. Jugabas con naturalidad. Ellas pensarían lo que pensasen, pero también tenían siete años, y tú eras simplemente el niño que jugaba con ellas. 

Aparte de este hecho, lo único que podía parecer una transición era que el equipo tenía una camiseta especial, con un corazón rosa en medio, y te dijeron que, naturalmente, jugases con la camiseta puesta, uniformado con las niñas. 

Tú jugabas como si estuvieses todavía en la casa de Navarra. Tu silencio te permitía seguir dentro de ti como si siguieses vagando por aquellos cuartos y pasando por aquellas puertas interiores. Saltabas hacia la canasta como si estuvieras viéndote en una película, en cámara lenta, la camiseta blanca y el corazoncito rosa. 

No sabes ni lo que pensarían y dirían los niños, ni los padres de los niños, era una aldea. Tú estabas dentro de ti y fuera, el poco contacto que te interesaba era agradable. Estudiar en silencio, embebiéndote en los libros, un niño aplicado y que al volver a la casa se pasaba las tardes estudiando, sin más expansión ni juego con otros que los entrenamientos y los partidos de baloncesto, los entrenamientos con las niñas, que te dejaban en paz, los partidos con la camiseta blanca y rosa, igual que ellas, maravillosos. 

Bueno; no lo sabes, pero te puedes figurar los pensamientos de unos y otros. Los de las niñas, porque los vistes materializados el día que salisteis de excursión al campo, todos de uniforme, las niñas con sus jerseys claros y alegres, con unas bandas de florecillas multicolores, y los niños con los suyos azulones, más serios y aburridos. 

Llegastéis al paraje del riachuelo y los arbustos donde ibais a merendar, tú te quedaste como de costumbre un poco parado y despistado, hasta que de pronto llegó la Paqui, que te cogió de la mano y muy decidida salió corriendo y tú detrás naturalmente. 

Os echasteis luego  carreras, hasta que jadeantes y acalorados os tuvisteis que sentar en la tierra, como a quinientos metros de donde se oian los gritos de los demás. 

De pronto la Paqui se sacó el jersey y, risueña, te lo pasó. Tú, ni corto ni perezoso, te quitaste el tuyo y se lo diste, y os los pusisteis, cambiados. 

Entonces, la Paqui echó a correr y tú detrás, feliz como si flotaras. Corríais por un camino, y de pronto, en una revuelta, apareció un maestro.  

Te paró agarrándote de un brazo y dijo: “¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí?” 

Y a continuación: “No te vas a olvidar de mí en tu vida” 

Y te arreó un manotazo. Efectivamente, no lo has olvidado, pero no sabes exactamente lo que te quiso decir. 

En los años setenta, ya no eran los años del hambre en Andalucía, pero sí los de la escasez y la emigración. La escasez era la suficiente como para que en tu casa no hubiera juguetes, por lo que al preguntarte yo por ellos, no puedes hablarme de ninguno. Jugabas a las bolas con los niños, pero ni siquiera podías comprarte las de catarro, que eran las más baratas, y tenías que hacértelas de un pellizco de barro y  cociéndolas en el brasero de picón. Jugabas o jugabais también a la comba, en la que las niñas aceptaban a veces a los niños más chicos, pero no siempre,  o a médicos y enfermeras, poniendo vendajes, tomando la fiebre. Se suponía que tú tenías que ser el médico, aunque a veces te dejaban ser enfermera y alguna de las niñas hacía de médica. 

Eso sí: cuando a veces te daban unos cuartos para comprar helado, por ejemplo, tú los ahorrabas, y cuando tenías lo suficiente, te ibas al kiosco de la plazuela, donde se vendía de todo, y te comprabas uno de los pocos libros para niños que había entre la mercancía. 

¿Cuáles te compraste?, te pregunto. “Mujercitas”, que todavía lo tienes; el Quijote, que también lo guardas; novelas de piratas; y de Julio Verne. Libros pequeños y baratos, me aclaras, pero que  alimentaban tu hambre de algo más que la vida diaria y te transmitían la fantasía, tan fundamental en el campo.  

Seguro que al terminar de leerlos, vagabas por las callejuelas o los descampados rememorando una y otra vez lo que habías visto en sus páginas, mientras los otros niños desfogaban sus impulsos jugando al fútbol.  

¿Qué pasó entre medias de esa vida tranquila, para que tu siguiente recuerdo, con tus once años, fuera terrible? 

¿Qué ansiedad empezó a formarse, cuál fue la angustia? 

Una tarde negra, cogiste un ovillo de cordón y empezaste a liarlo lentamente, apretadamente, sobre los genitales. 

Seguiste mucho tiempo, dándole vueltas y vueltas. Te daba la sensación de que los hilos te cortaban. Sufrías pero te agradaba, porque pensabas que ibas a liberarte. Más vueltas. Pero el dolor crecía y en tu cabeza, por la nuca, te parecía que te entraba como un mareo que no sabías lo que te traería. 

Vueltas y vueltas y dolor. De pronto, insoportable, que te iba a tirar de espaldas. Comprendías ahora que no podías desliar el cordón, ni llegar a tiempo para aflojarlo antes de desmayarte, porque eran muchas vueltas. De pronto, sin pensarlo, te encontraste llamando a gritos a tu madre. 

Estaba en la casa y te oyó. Medio la viste entrando por la puerta de tu casa. 

Supo lo que tenía que hacer. No dijo nada. Con paciencia, despacio, empezó a desliar el hilo. Tuvo que hacerlo durante mucho rato, porque era mucho y muy fuerte, casi clavado en la piel, lo que habías enrollado. 

Terminó y se retiró en silencio, sin preguntarte nada. Era como si supiera lo que te había pasado. Ella había deseado tener una niña, durante el embarazo, y pensaba que lo que te pasaba, te pasaba por ella. ¿Qué le puede decir entonces una madre a su niño? 

No era preciso hablar. El silencio te envolvía, mullidamente, en lo agradable y también en lo espantoso. Tenías once años y tenías que aprender a vivir. 

Tú solo, sin ningún maestro. En aquel momento, ya en los años ochenta, nadie en el pueblo, sabía nada que te pudiera decir, ni a nadie le podías preguntar. Sabían lo que es un homosexual,  y tampoco lo hubieran respetado, pero de la transexualidad, encima, nadie sabía ni podía explicar ni mucho menos comprender nada.  

Kim Pérez 25-02-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                    Disforia de genero, corazón del feminismo

 

Afirmo que la disforia de género es la base común de la forma de conciencia transexual y de la feminista. 

Se puede establecer unos itinerarios paralelos entre la formación de una y la de la otra. 

La disforia de género está fundada por su parte en un trauma que puede ser no de género o de género.  

En personas XY, los traumas no de género pueden venir de miedos, subordinaciones, frustraciones, rechazos, incluso de un estrés sostenido que se traducen simbólicamente en términos de género. 

En personas XX, los traumas son generalmente de género, y se deben a la insuficiencia del código de género que ha estado vigente para integrar sus vidas.  

Tanto en personas XY como en personas XX, los traumas de género pueden venir especialmente de la insuficiencia del código de género para integrar la hipoandrogenia XY y la hiperandrogenia XX. 

Un trauma requiere un reajuste o reequilibrio, para conseguir una readaptación, y en este sentido, los traumas son creativos. 

La respuesta a los traumas formulados en términos de género puede estar en la homoafectividad, o afecto compartido, admiración e identificación con un semejante, lo que refuerza decisivamente la propia posición, salvándola de la soledad y formando una conciencia de grupo, o puede consistir en la disforia de género , concepto del que se puede ir un paso más de su entendimiento como simple disgusto o desajuste para llegar a la insumisión frente al código de género vigente. 

En la medida en que el código de género es la parte cultural o aprendida de la sexualidad, está sometido al error y al abuso, lo que legitima la insumisión de género.  

La insumisión puede consistir en un cambio de la posición personal dentro del género, pero aceptando el código de género vigente; hablaré en este caso de insumisión pasiva, observando que es la más común en la conciencia de las personas transexuales, tanto XX como XY.  

En cambio, esta insumisión puede consistir en propugnar el cambio del código de género vigente; la llamaré activa y observaré que es la propia de la conciencia feminista. Por ser más profunda, constituye una forma de conciencia que pueden asumir las personas transexuales. 

En las personas XX feministas, la insumisión de género activa suele ir acompañada de una fuerte homoafectividad, o conciencia de grupo, que puede llegar o no la homosexualidad. 

Pero en la medida en que el cambio del género, que defino como parte cultural de la sexualidad, es también cultural, está también sometido al error y al abuso. Éste es el caso en particular de la fracción feminista de la perspectiva de género. 

Es erróneo entender, como esta fracción hace, que la sexualidad sea toda ella cultural, o toda ella genérica. Esta posición se ha fundado en afirmaciones de Money y de Freud; pero las afirmaciones de Money no han sido confirmadas por la realidad, más bien han sido desverificadas y las de Freud limitan su validez a las fases primarias, preandrogénicas, del desarrollo. 

No es lógico por tanto deducir de los errores y abusos de género (parte cultural de la sexualidad) que deba cambiarse toda la sexualidad e incluso que se deban negar y diluir las diferencias sexuales. 

La disforia de género, como hecho, los traumas que la producen, evidencia la necesidad de cambiar el código de género para ensancharlo. La ambigüedad requiere formas de expresión y de reconocimiento, como la virilidad requiere formas de expresión y de reconocimiento y la feminidad requiere formas de expresión y de reconocimiento, todas ellas armónicas, no opresivas. 

Este es el segmento del código de género que debe ser ensanchado. No es lógico proponer la ambigüedad como única forma de expresión legítima, por tanto la única que  merece reconocimiento. Eso sería pretender que las personas variantes de género funcionáramos como nuevo único paradigma, como opresoras a la vez de la virilidad y de la feminidad, y nada más lejos de la realidad de personas que hemos pretendido ser respetadas y por tanto sabemos lo que es el respeto mutuo. 

Empiezan a levantarse voces sorprendidas y dolidas, que hablan de un lobby GLBT que pretendiera transformar a su imagen al conjunto de la sociedad. Esto hace necesario que levante mi voz: si es lobby, no es GLBT, pues los GLBT nos hemos constituido como tales sobre nuestra diferencia, y lo último que podemos pretender es la uniformación; no queremos cambiar el código de género vigente para que nos haga sitio. Ni queremos, ni nos conviene pretender una universalización de nuestras respuestas a los problemas que hemos encontrado. 

La conciencia disfórica de género, transexual o feminista, no tiene garantizado más acierto que el de la insumisión frente a los errores o abusos de género; pero a partir de ese momento, sigue sometida a revisión crítica continua. Lo cultural está expuesto siempre al error y al abuso.  

Lo natural se sostiene con la fuerza de su lógica objetiva, profunda, sus coherencias y consecuencias entrelazadas muchas de las cuales desconocemos. Pero aun así, el ser humano no está sometido a la naturaleza, que puede cambiar. Pero estamos sometidos a la razón, debemos obedecerla queramos o no queramos, porque el ir contra la razón nos machaca, y por eso cualquier cambio que impongamos a la naturaleza, debe ser para nuestro bien, no para nuestro mal.  

Las personas disfóricas debemos ser prudentes antes de decidir cambios hormonales y quirúrgicos y buscar alternativas. Las feministas deben ser prudentes al contemplar la pluralidad sexual humana, que tiende a ser binaria, pero que no es binaria desde la misma naturaleza; la solución del excesivo binarismo no puede ser la ambiguación general de todos los humanos, ni el combate binario entre dos antagonistas, sino el reconocimiento de la pluralidad. 

Kim Pérez 25-02-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                            Entre el drama y la cotidianidad

 

Recuerdo ahora mismo cuatro dramas disfóricos. O mejor dicho, no los recuerdo, sino que los tengo muy presentes, clavados en mi corazón. 

Una persona, muy femenina desde su niñez, que ha sufrido también desde su niñez el acoso de sus compañeros de clase. Es la que mejor está ahora, porque ha podido poner tierra por medio. 

Otra persona cuyas circunstancias y responsabilidades le impiden o le estorban con fuerza un cambio de género. Lo vive obsesiva y depresivamente. Me ha dicho que ya no espera nada de la vida. Ojalá lea estas líneas para que lo siga y lo consiga.  

Una tercera persona que se ha casado y tiene hijos, por lo que no sabe cómo conciliar su vida familiar y su disforia. Las sacudidas que sufre son terribles, hasta el punto de que dudo si llamarla. Ojalá me lea, para que esto sea algo de compañía. 

La cuarta persona es muy joven, ha hecho la transición, y no comprende las dificultades que encuentra con los muchachos, a los que desea y necesita, porque quiere considerarse una mujer como otra cualquiera.  

¡Cuánto dolor! 

Por otra parte, está la experiencia de la cotidianidad, cuando ya se ha hecho la transición, que yo diría que se ve en que la atención se pone en otras cuestiones y no en la transexualidad. 

La transexualidad se vuelve entonces un dato más de la vida, con el que se cuenta, pero que no ocupa todo el campo del interés vital, que puede estar centrado en cuestiones económicas o profesionales, en las relaciones personales (cuando ya se ha resuelto la cuestión de quiénes me admiten y quiénes no me admiten, y se vive naturalmente entre quienes me admiten), en los intereses vocacionales… 

Es curioso que la transexualidad deja de ocupar entonces el cien por cien de la vida mental, para quedarse en un veinte o un diez por ciento… Otra prueba está en la convivencia con otras  personas transexuales. Muy intensa en los tiempos de la transición, cuando se necesita compartir experiencias tan fuertes, se diluye según se entra en la cotidianidad e incluso se pierde. Las personas transexuales tendemos a abandonar cualquier relación con otras personas transexuales, sencillamente porque a cada cual le apetece dedicarse, llegado el momento, a solas sus cosas. 

Pero mientras existan dramas como los que he expuesto, las personas que los sufren requerirán del apoyo de la comunidad de quienes los comparten. 

Aunque sea entre oleadas de lágrimas. Por lo menos, no verse a solas, compartiendo fibra por fibra, rasgo por rasgo, experiencia por experiencia, lo que comprendemos porque lo conocemos. 

Es posible dar consejos, porque sabemos por experiencia los que podemos dar y los que no valen de nada. 

Por experiencia sé que lo mejor  que pudo hacer la persona muy joven que digo al principio fue cambiar de ciudad, aunque le costara un grandísimo esfuerzo a sus padres. 

Por experiencia sé también que en los otros casos, la transexualidad no quiere decir que se vaya a vivir enteramente como una mujer, sino enteramente como una transexual; esta relativización de las aspiraciones, que es completamente realista, es lo que puede permitir soluciones de transacción, en las  que se encuentren modos de expresar y vivir la disforia que se ajusten a la realidad. 

¡Sobria fuerza de la realidad, en todos los sentidos, en el de que es real la disforia y son también reales los límites para llevarla a la práctica, así como el ingenio humano para eludirlos en la medida de lo posible! 

Kim Pérez 18-02-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                         Hablando de identidades intermedias

 

Estoy en una página transexual y sé que muchas personas transexuales tienen una identidad definida. Se saben hombres o mujeres definidamente, pero de manera cruzada. No hablo ahora de estas personas, sino de las que tienen una identidad intermedia y acaso insegura, sin saber muy bien dónde están en la gama de los sexos. 

La intención de estas líneas es ayudarnos a formar una identidad definidamente intermedia, aunque esto parezca una contradicción en los términos. 

No lo es. En la naturaleza hay quienes son definidamente varones, definidamente mujeres y definidamente intersexuales. Las dos primeras categorías abarcan a la mayoría de las personas, la tercera es una pequeña minoría, pero real. 

¿Cuál será la identidad o conciencia de sí que forme una persona físicamente intersexual de nacimiento? 

La cuestión se parece mucho a la que nos planteamos muchas personas transexuales, que nos sentimos en el aire, entre un sexo y el otro. 

Voy a responder a esta pregunta tratando primero de ella por dentro, como duda sobre la identidad íntima, y después por fuera, como forma de la identidad social. 

Por dentro, se pueden plantear varias formas de vacilación de género. 

La más simple es la disforia. Puede darse en varones masculinos y sin embargo disfóricos. La disforia puede definirse como inadaptación e incluso fobia al género de origen o a los genitales de origen o a ambas cosas.  

Se es como se es, y sin embargo, desagrada esa realidad, que se intenta transformar cambiando de género o de sexo. 

Pero estoy descubriendo, en mi propia experiencia de persona disfórica, que la disforia es una inadaptación al sistema de los sexos en general, no a uno de los sexos en particular. Una vez que se ha cambiado, se descubre con sorpresa que aunque se esté más a gusto, sigue la inadaptación al nuevo género o sexo, la persona sigue sintiéndose diferente, aunque no sea con la angustia y el apremio de la situación anterior. 

Algunas personas transexuales resuelven esta adivinanza –porque lo es, es un conjunto de datos enigmáticos que deben ser comprendidos- afirmando su identidad como personas transexuales, no como hombres ni mujeres, sino como personas que son transición, intermediación, ambigüedad. 

Éstas personas usarían como lema “No soy una mujer, soy una transexual”, o “No soy un hombre, soy un transexual”, mientras que las primeras a las que me refería al principio de este comentario elegirían como lema el del hermoso cartel –una muchacha arrolladora- realizado por Transexualia, Soy como Soy, Xega Joven y la Asamblea Ciudadana por las Libertades hace algunos años: “No soy un transexual, soy una mujer” (o “no soy un transexual, soy un hombre”)  

Pero aun la ambigüedad puede resultar excesiva para algunas personas que se sienten poco ambiguas, bastante masculinas o bastante femeninas en correspondencia con su sexo, y sin embargo son disfóricas. 

Esto puede parecer extraño a quien no esté en este caso, y sin embargo es real. 

En estos casos, creo que el sobrio concepto que la persona se forme íntimamente de sí debe ser: “Soy un varón disfórico” o “soy una mujer disfórica”.  

También puede analizar de dónde viene la disforia. La gestión es como la de una fobia. Al comprender su origen, aunque subsista como sentimiento, por proceder de experiencias muy primarias y arraigadas, puede moderarse o controlarse. 

Socialmente, la persona que se ha definido íntimamente como disfórica, puede realizar una transición de género o no; en cualquiera de los casos, debería expresar de alguna manera su condición de disfórica para alcanzar su equilibrio, puesto que la naturaleza humana requiere siempre la expresión. Es decir, cuando no haya hecho la transición, debe atestiguar de alguna forma su disforia y cuando la haya hecho, también. 

Pero es difícil expresar la disforia y ser comprendido en una cultura que sigue comprendiendo sólo la polaridad entre hombre y mujer.  Para compensar esta dificultad, propondría una práctica que se podría llamar “disfóricos anónimos”, cuyo primer rito sería decir “me llamo Equis y soy disfórico” y que encontraría en la ayuda mutua la que no puede dar la sociedad más general. 

La práctica puede ser algo distinta para quien sepa que es una persona ambigua y que de ahí viene precisamente su disforia. 

Ambiguo quiere decir entre uno y otro, o ni uno ni otro. Por eso digo que la transición puede no resolver la inadaptación, si se entiende como intento de pasar del todo al otro sexo. 

Propongo, para esto, que la persona sea consciente de que no da el salto del todo, sino sólo medio salto. 

Le puede parecer que entonces se quedará en el aire, pero no es así. La realidad la recogerá, puesto que existen realmente personas ambiguas o intermedias. Muchas veces, por instinto, muchas personas nos definirán correctamente diciendo “es una transexual” o incluso “es un transexual”, no “es un hombre” ni “es una mujer”. 

Quiero decir que en estos casos, de hecho se puede aceptar una identidad como transexual, no como hombre ni como mujer, tanto íntima como socialmente. 

Aun así, habrá dificultades para mantenerla por razones culturales, puesto que nuestra cultura sigue siendo bastante binarista y los requerimientos para definirnos como hombres (sin matices) o mujeres (sin matices) son continuos. 

Éste es el sentido de la afirmación de grupo, del “orgullo trans”. Soy como soy, existo y tengo derecho a existir. 

Esto necesita ser expresado socialmente y se puede expresar de mil maneras que quedan a la creatividad de la persona transexual, unas más discretas, otras más provocadoras. La serie de formas de expresión que existen o pueden existir es afortunadamente interminable. Recordaré algunas, de menos a más: usar, deliberadamente, un nombre ambiguo, vestir de forma ambigua, con prendas unisex, muchas o pocas, creativamente, estéticamente, no maquillarse, o maquillarse teatralmente, no usar prótesis para el pecho –las drags han dejado de ponérselas-, no preocuparse por depilarse la barba o no… Todo esto, para alguna personas transexuales puede parecer demasiado, otras pueden cortar aquí o allí, a su gusto o conveniencia… 

En general, se trata de afirmar la ambigüedad definida como forma personal de ser, y el derecho a serlo sin que nadie pueda imponernos otra forma. 

El movimiento trans será nuestro principal apoyo en este ir contracorriente, pero para eso, el mismo movimiento debe desprenderse plenamente y conscientemente del binarismo ambiente: es el conjunto social que mejor puede comprender que hay hombres, mujeres (no trans o trans) y también personas trans y hasta personas disfóricas, quienes no nos reconocemos en el actual sistema de los sexos.

Kim Pérez 04-02-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                         Falta ahora: Identidades intermedias

 

¿Qué hemos conseguido en España? Mucho, muchísimo, pero no todo. 

Echemos la vista sólo quince años atrás, hacia 1992, quienes tenemos edad para ello. Entonces faltaba casi por completo el conocimiento social acerca de la transexualidad. Ahora lo hay. Hay  padres que ayudan a sus hijos transexuales. Faltaba entonces radicalmente el respeto social. Hay más, nacido del mayor conocimiento y de la pedagogía de la televisión. Faltaba la atención debida a los escolares transexuales. Ahora empieza a haberla y los responsables educativos demuestran buena voluntad. Faltaba la incorporación a la vida política. Ahora la hay, puesto que contamos con el apoyo del PSOE, de IU, de ERC… Faltaba la plena incorporación a la vida laboral. Ahora sigue faltando, aunque hay más incorporaciones. Faltaba el reconocimiento legal de nuestra identidad. Ahora lo hay, con la ley más abierta del mundo. Faltaba por completo el derecho a la reasignación quirúrgica mediante la Seguridad Social. Desde Andalucía, se va extendiendo, aunque demasiado lentamente. 

Todo ello no ha llegado solo, sino por obra de un movimiento transexual del que me gusta recordar que la asociación pionera en España fue Transexualia, de Madrid, desde 1989. 

¿Llegados aquí, qué queda por hacer aparte de lo que falta o está incompleto en el recuento anterior? 

Voy a ponerme radical. Falta el reconocimiento social de la intersexualidad como tal, incluso en las personas transexuales.  

No voy a hablar de las personas que nacen intersexuales fenotípicamente, es decir, de aquellas cuya intersexualidad es visible desde su nacimiento. Sólo voy a recordar que la naturaleza no genera sólo varones y mujeres, sino también intersexuales. 

Voy a hablar de aquellas personas que, entre las transexuales, podríamos definirnos mejor como intersexuales. 

La palabra “transexual” indica migración de varón a mujer o de mujer a varón. Pero habemos personas que preferimos quedarnos en medio, más cerca de uno u otro de los extremos según los casos. 

Podríamos llamarnos “trans”, prefijo que indica justamente el paso, pero significando que estamos en medio, que vivimos en el puente, como el de Florencia, y no deseamos vivir en ninguna de las orillas. 

O podemos llamarnos intersexuales, o disfóricas –porque no nos sentimos a gusto en ninguna de las orillas- o ambiguas, o neutras… 

Lo primero para nosotras es entender este nombre; culturalmente, sabemos muy bien la existencia de varones y mujeres, de quienes lo ideal es que sean “muy hombres” o “muy mujeres”. 

Pero es preciso aprender que también existen los intersexuales definidos, y menos definidos, los hombres poco masculinos y las mujeres poco femeninas a quienes sin embargo nos agrada profundamente ser como somos, porque es como somos.  

Esto sigue estando poco conocido socialmemte. Incluso las personas transexuales nos planteamos nuestra identidad como varones o mujeres, incorporándonos a la simplificación en la que cae en este punto nuestra cultura. 

No nos  planteamos, como ya se hace en Estados Unidos, que sigue llevándonos algún decenio de ventaja, que nuestra identidad pueda ser intermedia y que prefiramos quedarnos en lo intermedio. 

Puesto que nosotros mismos no nos lo planteamos, es natural que la sociedad en general no se lo plantee. 

Es verdad que no es fácil. Es más fácil asumir los papeles ya existentes, seguir los modelos de la mujer femenina o el varón masculino. Perfecto para quien se identifique con ellos. Pero generador de disforia para quien no se identifique. 

Hablo por tanto para quienes estén en este segundo caso. Entonces falta mucho, para entender y saber lo que necesitamos. 

Por ejemplo, socialmente, el reconocimiento de los nombres ambiguos. No como truco legal para conseguir uno de aspecto más femenino o más masculino, como lo era aquí antes de la ley, sino como expresión pública de la propia identidad, de la manera en que la persona se sabe y se siente. 

Falta también, para cada cual, saber hasta dónde llega su condición intermedia y cómo expresarla en la práctica. 

Por definición, lo intermedio es un continuo con mil matices. Incluye la hipoandrogenia en varones que se sienten sin  embargo varones sin problemas y la hiperandrogenia en  mujeres que aceptan su condición. 

Se puede decir que, mientras lo intermedio no afecte a la identidad, no se plantea nada. Pero en nuestro caso somos muy conscientes de ello, afecta a nuestra identidad y nos planteamos cómo expresarlo, puesto que el ser humano necesita expresar lo que es y lo que siente. 

¿Cómo expresarlo? No es fácil en un mundo en el que las tiendas distinguen nítidamente entre ropa de hombres y de mujeres y los aseos están divididos entre señoras y caballeros. 

En la práctica, cada cual tiene que crear e inventar su look y sus reglas de vida. La sociedad general tendrá que entendernos. Esto tiene tantos matices que, por primera vez en los años que llevo cooperando en esta página, tengo que decir que, si Dios quiere, continuará.   

Kim Pérez 04-02-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                             Cuatro pasos

 

Bueno, me parece que por ahora he terminado de darle vueltas a la cabeza en cuanto al origen o la causa de la transexualidad. 

La otra noche, de repente, comprendí o sentí que comprendía, con sólo tres pasos, la genésis de lsa más compleja, que es la transexualidad ginéfila de varón a mujer, es decir, la que solemos llamar, en el lenguaje que hemos aceptado, y que no es exacto, transexualidad femenina lésbica. 

Es natural darle vueltas a esta cuestión. De ella depende entender lo que vivimos, y entenderlo es necesario para vivirlo bien, sin errores. Es preciso saber si se debe a una enfermedad, o no, en el primer caso, que tenga cura, o no, o a un conflicto o un trauma, o no, o por decirlo todo, porque muchas veces lo hemos pensado, a un vicio, o no. 

Le he dado vueltas toda mi vida, porque si yo fuera “una mujer en un cuerpo de hombre”, todo sería mucho más sencillo, vería que todas mis reacciones y actitudes eran parecidas a las de las mujeres de mi alrededor, y me diría que sería por lo que fuere, pero que yo tenía claro quién era, y punto. 

Pero en mi caso, y en el de muchas otras, no veo eso tan claro. Tampoco veo que todas mis reacciones y actitudes sean parecidas a las de la mayoría de los varones y sobre todo pienso que no quiero ser como la mayoría de los varones; quisiera ser como algunos gays afeminados, si pudiera, pero no soy como ellos. En fin, un lío. Y por eso tengo que pensar. 

Voy a poner aquí, bien claro, lo que me parece que es la conclusión a la que he llegado sobre esta  clase de transexualidad. Se trata sólo de cuatro párrafos. Como están tan relacionados entre sí, los pongo numerados. Todos y cada uno requieren una explicación más detallada, que luego daré. Son los siguientes: 

1. En la niñez, nos definimos a nosotros mismos como masculinos o femeninos según nuestras afinidades y preferencias. Algunos hemos estado de hecho en un terreno neutro. 

2. La libido se forma integrada por dos impulsos: atracción y repulsión (hacia uno de los sexos y el otro) 

3. Estos impulsos se equilibran por la homofilia y heterofobia (hacia el mismo y el distinto sexo), que  forman la identidad de género. 

4. Si no se ha formado el sistema homofilia/heterofobia, queda desnudo ante la conciencia el sistema de atracción/repulsión, y entonces puede formarse una identificación con la imagen de la mujer en el espejo. 

El primer punto  se refiere a la consciencia de sí, y tiene que ver con el género, no con el sexo. El chiquillo se da cuenta de que es masculino, femenino o neutro, independientemente de saber que es niño o niña.  

El segundo tiene que ver con la biología. Ojo, esa atracción y repulsión pueden estar desde el principio cruzadas. Hay por ejemplo varones biológicos que nunca se han sentido atraídos por una mujer. 

El tercero, se refiere a la sociabilidad humana. En la niñez, se aprende a valorar y admirar a los congéneres de sexo (“los niños con los niños y las niñas con las niñas”),  lo que fortalece con orgullo y placer la identidad de género.  

Pero el cuarto advierte que esto no sucede siempre, por lo que sea. Entonces, si no se ha formado una verdadera, sólida y tranquila identidad de género  sólo queda, para personas XY en este caso, el deseo  de las mujeres y el rechazo de los hombres forma una identificación con la imagen de la mujer en el espejo. 

Veo aquí una explicación breve y clara de la transexualidad ginéfila de varón a mujer. De hecho, mientras pensaba de noche en los tres últimos puntos, tenía la impresión de que tomaba partes de mis recuerdos y las explicaba de una manera muy sencilla y memorizable, con la fuerza de la evidencia, como si me tomara a mí y me llevara a la verdad sobre mí. 

He suprimido del esquema la idea de conflicto, que estaría entre los dos primeros puntos. Es que es posible que la homofilia falte por cualquier conflicto que afecte a la propia estima, pero también puede faltar sin que haya conflicto, por simple ausencia de modelos de identificación, a no ser que llamemos conflicto a esta carencia. Por ejemplo, puede faltar por esa neutralidad de la que hablaba en el primer punto, de la que se suelen encontrar muy pocos puntos de referencia. 

Otros hechos pueden ser explicados también con este esquema. 

La transexualidad ginéfila de varón a mujer puede partir de la identidad masculina o neutra del primer paso, pero le falta el tercero. Así se explica que el deseo de la mujer, si falta la homofilia, se convierta en identificación con la imagen de la mujer en el espejo, un sentimiento muy fuerte.  

Ahora bien, es un proceso inestable, porque la hormonación produce un descenso de la libido, que a su vez lleva con el tiempo a una intensidad mucho menor de la identificación con la mujer.  

Lo que la sostiene es la no-homofilia, que puede consistir en una verdadera androfobia (aversión a los varones y a la imagen de sí mismo como varón) que puede incluir aversión a los genitales masculinos. Si se llega a la cirugía de reasignación genital, sus resultados serán paradójicamente estables, por fundarse en una androfobia biológica y por tanto estable.  

Con el tiempo, la homofilia puede desarrollarse superficialmente produciendo una androfilia inestable. 

En cambio, la transexualidad  de varón a mujer andrófila, que no conozco por dentro, me parece que sigue el mismo esquema pero de manera diferente. 

No me atrevo a hablar mucho de ella. Sólo diré que en ella, la identificación con lo femenino suele ser muy temprana, desde los tres años por ejemplo 

La libido suele formarse cruzada, dirigida hacia los varones, a quienes se ama y desea.  

Si este amor produce una homofilia fuerte, la persona evoluciona homosexualmente, aceptando su condición masculina de sexo pero a la vez su feminidad de género.  

Si, por lo que sea, no se ha producido la fase homofílica, entonces queda la identificación temprana y la persona evoluciona transexualmente. 

En los dos casos, en este caso es donde más sirve la definición de “alma de mujer en un cuerpo de hombre” En mi caso, me definiría como “alma neutra en un cuerpo de hombre”. Pero paradójicamente, por ser la identificación tan temprana, la persona se suele aceptar completamente como es, sin traumas. Puede ser que se identifique con los varones, aunque valorando su fuerte lado femenino, o puede ser que se identifique más con las mujeres, aunque en este caso no suele sentir la necesidad de una cirugía de reasignación genital; si llega a ella, es reflexivamente, para ser  más deseable por los varones a quienes ama. Si no, es porque piensa que siempre ha sabido que es una mujer y siempre su cuerpo ha sido así, por lo que no tiene que transformarlo. 

Todo esto es muy estable y tranquilo. 

Me parece que la transexualidad de mujer a varón  ginéfila sigue el mismo esquema que la anterior y también es muy estable. 

El sentimiento básico en ella es la identificación con lo masculino y a la vez el amor por las mujeres. 

No hay apenas más diferencia entre los transexuales masculinos y las lesbianas camioneras que los primeros no aceptan su cuerpo y las segundas sí, lo que tiene que ver posiblemente con que los primeros no han pasado por la fase homofílica –o la han pasado con los varones- y las segundas sí. 

En todo caso, la actitud hacia el propio cuerpo suele ser realista, y depender de las circunstancias, igual que en la transexualidad andrófila de hombre a mujer. 

¿La transexualidad andrófila de mujer a hombre se parece en cambio más a la que he descrito al principio?  

No lo sé; parece también más inestable; tendré que pensarlo. Tendría que hablar tranquilamente con muchos transexuales masculinos; ya lo he hecho con algunos amigos, a fondo, pero tendría que hacerlo con más. A ver si lo consigo.

Kim Pérez 28-01-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                          La Almendra de la Transexualidad

 

Las siguientes reflexiones puede que ayuden a ver dónde está la almendra de la transexualidad. De hecho, me las hago en un momento en que ya pienso en otras cosas y vivo mi vida, interesada por mil cosas distintas, la filosofía, la historia, la genealogía… 

Estoy en ellas, me dedico a ellas, me distraigo de la transexualidad, y cuando veo a otras personas y me veo a mí, veo que mi naturaleza no es muy masculina, pero es suficientemente masculina, ambigua, delicada, pero masculina. Me hago el test de los Reyes Magos y me sale eso. Sé dónde estoy, de los dos lados que hay. También pienso en lo que siento que soy, y tal como lo veo, me digo que tengo una identidad básica masculina. 

Sobre todo, no me veo en el otro lado, me veo más parecida a los hombres que a las mujeres, en mi trato, en mis conversaciones, en mi estilo de vida. 

“Bueno, pues has llegado a un punto claro. Deja tu falda, ponte pantalones, deja de hablar en femenino,  vuelve al masculino, vuelve a vivir como un hombre en público, que todos te vean como un hombre”. 

No. Estoy a gusto como estoy. Me gusta llevar falda, me gusta que los taxistas  me llamen señora, me tranquiliza y me da seguridad. 

“Eso es que ya me he acostumbrado, pero no corresponde a la realidad, estaré mintiendo por vivir como mujer, si no soy mujer ni me siento mujer”. 

Pero me imagino volviendo a ponerme pantalones de hombre, volviendo a usar los aseos de hombre, dejando que me llamen “caballero” y volviendo a plantarme en la vida como hombre. ¡Qué tristeza! 

Seré lo que sea, me sentirá como me sienta, pero en la práctica, no quiero hacer lo que parece lógico, pero probablemente no lo sea. Estoy más a gusto detrás de este cristal invisible, con esta distancia de seguridad que me separa de los hombres, diciendo “sí, seré masculino, pero estoy a este lado, que no es nada, que no tiene nombre, pero que está separado, que no me obliga a vivir como hombre”. 

Supongo que este cristal, que no se ve, pero que tengo que reconocer que existe, que es sólido, aunque sea transparente y parezca que no está, es la disforia. 

En resumen, cuando me dejo llevar por las convenciones, pretendo vivir como si todo fuera correlativo, como en las otras personas, una naturaleza, una identidad, una manera de vivir, un placer en todo ello. Pretendo no ser una persona problemática, adaptarme con naturalidad, decir “soy un hombre” o “soy una mujer” y punto, como lo hacen todos, y vivir a gusto, y no puedo. En mi manera de ser,  hay dudas y desajustes, es decir “soy esto, me siento esto”, pero “no es suficiente”. 

No soy Portugal, en paz consigo mismo, soy España, dividida y conflictiva, ésta es mi naturaleza y mi identidad. Pero es mejor ser España.

Kim Pérez 21-01-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                          La Begum Nawazish Ali, que grande es

 

Pakistán era una feria, lo es, lo era, lo volverá a ser, cuando se le cure y se disuelva esa horrible costra gris que le ha salido en un costado. El Pakistán era alegre; cuando llegaban las fiestas de Dios y de los santos, las mezquitas se alumbraban con bombillas de colores en figuras barrocas y sonaba la música por todas partes, el ritmo tan deseado, que llena los corazones, mientras los paseos abarrotados de gente se llenaban con el humo de las fritangas y el aroma de los pinchitos.  

La gente iba entrando en las mezquitas, los hombres y las mujeres juntos, a la misma sala, éstas con sus hermosas matas de pelo rizadas que se agitaban largamente a un lado, a otro, ahora a la izquierda, ahora a la derecha, mientras sonaba el ritmo de las coplas, la música de los tamboriles y las tablas, las canciones desgarradas, felices, cantos de amor en la noche, “Alla-hu, Alla-hu”, los cantos de los corazones humanos que persiguen la felicidad. Es que la población del Pakistán es casi toda sufí, la mejor de las versiones del Islam, libre y amante, porque con decir que el emblema de los sufíes es un corazón con alas, está todo dicho. Un poco hortera en sus versiones populares, para decirlo todo, oliendo a pachulí, ahora pacá, ahora pallá, pero éste es su mayor encanto, lo que demuestra que es verdaderamente popular, aunque no se sepa si esto es un éxtasis o es que la gente se pone y se coloca, porque aquí no se bebe vino, es la única diferencia con las ferias nuestras, se consumen otras cosas y sobre todo la gente se deja arrastrar por el deseo infinito, perfecto, absoluto, la sed humana. 

He hablado mucho en pasado y no, esto es presente, fue y es así, felizmente, hasta que se metieron los talibanes, barbudos, serios, severos, fuera la música, fuera las mujeres, venga, con el burka, fuera de las mezquitas encendidas donde entran a mover acompasadamente los cuerpos y las matas de pelo, oyendo la música que bajaba por los alegres desiertos. Las bombas empezaron a estallar, eso sí que es música, y el suave Pakistán, el alegre Pakistán de la noche, el alma y el corazón, se retuerce ahora de dolor y la sangre se le sale.  

Ahora, en el mismo momento en que no se sabe cuál de los dos espíritus se va a salir con la suya, el diablo disfrazado de santo o el santo disfrazado de pecador, está en medio de la televisión pakistaní, esto no se puede creer, parece una alucinación pero es verdad, un travesti que es la estrella principal de la nación. Digo un travesti porque después de cada programa su belleza se deshace, se quita el maquillaje de los ojos, tan bellos, las mejillas y los labios, se saca los postizos de los pechos, se quita la hermosa peluca y vuelve a ser un muchacho de menos de treinta años en camisa blanca y vaqueros. Pero, mientras ha actuado, ha sido una mujer perfecta, tan guapa que su principal encanto son sus gestos mesurados y sus labios perfectamente pintados tan irónicos y su mirada feliz. Entrevista a todo quisque, políticos e industriales, intelectuales y generales, feroces bigotudos y caballeros britanizados y los deshace con su encanto femenino que hace olvidar que se sostiene sobre un cuerpo de varón, como un fantasma sobre una médium.  

Se llama Alí Salim, o Ali Saleem, según la grafía inglesa, para quien quiera buscar cosas sobre ella, un nombre de hombre. Es bisexual, ama todo lo que es amable, e hija de un coronel retirado, como yo. Es graciosa, inteligente, divertida, cáustica, hace reir a un país que detrás del cristal del televisor se desgarra. El gobierno del señor dictador Musharraf ha querido quitarla, pero no ha podido. Otros habrán pensado cosas peores. Es la gracia de Pakistán la que sale todas las noches que ella habla y está ahí. 

Él se ha inventado un personaje, es decir, no es ella misma, sino alguien a quien representa. Es  la viuda inteligente y rica, una Begum, que incita a quien la visita y le musita encantadoramente “libertad”, con sola su presencia. Es la trans más importante del mundo, más grande de la Historia en donde está y en medio de dónde está, transformando la angustia en risa gentil y amable. Nos hace soñar. Es la representación de lo que significa ser trans, que no lo sé explicar ni me atrevo a decirlo, pero que es lo que ella es: el encanto, la belleza. 

Cuando se pone de pie en el plató, su figura se descompone, porque es más bien masculina. La cabeza demasiado grande sobre un cuello ancho, la túnica y sus pliegues cayendo sobre un un cuerpo estrecho, de líneas rectas. Es como es. Vuelve a sentarse y son sus ojos, sus labios, su voz, los que arrullan el alma. 

Kim Pérez 14-01-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       Camino de Chueca

 

Algún día puede ser que eches de menos esta vida tranquila y casera”, me dice uno, y tiene razón. 

La vida puede ser no dura, sino durísima, y de qué me quejo. 

Anteayer fui con mi amigo Zeta que no es gay, pero es músico, la cosa más parecida a los gays que se vende en los heteros, a tomarnos un café en “La Dolce Vita”, un bar, cerca de casa. 

Me encantó el rato y absorbí todos los detalles por todos mis poros. Lo han redecorado y han conseguido un ambiente que voy a contar; la luz es fuerte, en general, pero los tonos son calientes, amarillo, rojizo, marrón, sombrío, todo brillante. Había en la pared un televisor de plasma, grande, donde ponían un partido de fútbol, con el color verde del césped y el blanco de unos jugadores, y había cinco o diez curritos en tres o cuatro mesas, mirándolo. Solos, cada uno. ¿Por qué se habían bajado de sus casas al bar para verlo si estaban aislados, separados cada uno como un metro? Pero se lo pasaban bien, moralmente juntos, y ayudaban muy atentos si alguien buscaba algo. 

Zeta y yo nos pusimos tras un pilar pintado de oscuro para que no nos distrajera el espectáculo, porque a ninguno de los dos nos interesaba. A mi derecha estaba la barra, con la chica argentina rubia, guapa, pero un poco desmejorada, que nos saluda amigablemente cada vez que vamos, y tras de él, estaban los colorines de una máquina de juego y la de tabaco no apta para menores. En la máquina estaba jugando un hombre vestido de pana amarillenta,   coleta de pelo rubio; se volvió un momento y vi que tenía también bigote rubiasco, un tipo duro. Me hubiera gustado más que fuera delicado y nostálgico, un muchacho con quien hablar mucho. 

Zeta y yo estuvimos hablando un rato, pero por desgracia no podíamos hablar de lo que me hubiera interesado: de los hombres que te hacen soñar, de los amigos del alma. Nos tomamos primero dos cafés, uno cafeinado y otro descafeinado de máquina, bien hechos, como allí los suelen poner. Luego, como era Navidad, se me ocurrió que debíamos tomarnos unas copas, y yo pedí para mí un pacharán seco, que me lo puso la otra muchacha, la morenita y pálida, no la argentina, larguísimo, que temí que se me subiera, y Zeta pidió un licor de whisky y, como no lo tenían, se despachó con un coñac, que preguntó y eligió, y luego me acercó para que lo oliera, un aroma caliente que daba miedo. 

“¡Bares! ¡Qué lugares!”, eran las palabras que se me venían a la cabeza. Para que hubiera sido un rato perfecto, sólo faltaba que hubiera sido de ambiente el bar o de medio ambiente. 

Eso fue anteayer. Ayer, salí por la mañana por el lateral de mi casa, y bajé por la parte de atrás, una cuesta que da al valle del río, frío en invierno, pero despejado y alegre. 

No había nadie o casi nadie en la cuesta, junto a los cañaverales, y me dio un poco de miedo. Pasé junto a un grupillo que estaba tomando el sol en la barandilla y comiéndose unos bocadillos liados en un papel por lo que vi de refilón y el colmo fue que noté que alguien se separaba y se venía tras de mí. 

Anduvimos como unos tres pasos y de pronto me habló y al volverme vi la amistosa cara de Uwe Doble, con rizos rubios bastante crecidos y desaliñados, delgado pero bronceado, y un bigote rubio parecido al del Capitán Jack Sparrow. Me felicitó las Pascuas y me contó que estaba viviendo en la calle con sus amigos sabe Dios dónde y cómo, con este frío y que pronto se iría en busca del sol. 

Por cierto, hablando del Capitán Jack Sparrow, nunca he visto a ningún hombre que parezca más una mujer, guapa, joven, angulosa y sensual, de labios anchos, con un bigotillo una barbita postizos y un gorro de pirata. Combate a sablazos y resulta femenino y encantador. 

Bueno, volviendo al paseo que estaba dado, de pronto vi, en lo alto de la colina que queda al lado derrecho del río, mirando hacia arriba, esa especie de castillo semicircular que es un bloque de pisos encima de una muralla lisa y sin ventanas y me acordé de pronto, pinchándome la nostalgia, que en él vive Ka, que es un antiguo compañero de colegio, de cincuenta años antes, al que recordaba como el más gallardo de todos, siempre discreto y bien educado. Lo reencontré hace meses, y resulta que vivíamos al lado. Una mañana nos vimos en la calle en que vivo, bajo los árboles, estaba tan guapo como siempre, me acompañó amablemente al asador donde iba a buscar la comida –me acabo de acordar de que tengo que encargar la de hoy- y luego volvimos tranquilamente, hablando y comentando asuntos de política hasta que me dejó en la puerta de mi casa, sin la menor preocupación por ser visto y comentado junto a una transexual. No sé si le gustará que cuente esto, pero lo pongo porque estos sentimientos me gustan. 

Seguí dando el paseo, pasé por delante de “Casa Paco”, el merendero al que he ido varias veces con mi amigo Equis y donde está clavado mi corazón con todos los recuerdos y nostalgias, llegué al nuevo puente colgante y di la vuelta, viendo enfrente los antiguos bajos industriales y proletarios, de gente leída y libre, en los que da alegremente el sol y que se reflejan en las aguas del río, y luego seguí, acechando a ver alguna pajarita de las nieves en alguna piedra del cauce, echando de menos el soto medio salvaje de álamos y yedras que quedaba al lado y admirando la casa posmoderna que han hecho en su lugar, una caja de cristal sobre pilotes metálicos, con un tubo de cristal que es el ascensor, que sube desde la altura del río hasta el único piso; algo digno de salir en un sueño, lleno de significados. 

Echo de menos la libertad de coger un tren Altaria e irme a Madrid, a Chueca. Sé que por el camino iría con la cabeza apoyada en el cristal, fantaseando con lo que pudiera encontrar en esos días, como una quinceañera. 

Me sentiría libre, e integrada en un mundo maravilloso. Por cierto, tengo que comprar el Zero en cuanto salga para saber que estoy cerca de él. 

En Madrid, sé lo que haría; saldría con mi querida amiga Jota, tan libre, y nos iríamos a cenar y luego a un bar. Me bebería desde luego todo lo que viera: manos junto a manos, brazos entrelazados, cuerpos que gravitan despreocupados unos junto a otros, besos que se escapan de pico o de tornillo, sonrisas o mejor muchas sonrisas, también las caras pálidas y las ojeras de la depresión y la frustración, mejillas con barba de dos días, de las que encanta sentir junto a la tuya, sentimientos a tope, en fin, todo lo que valoro. 

No es que yo me vaya a comer ninguna rosca, ya no está el horno para bollos, pero sería suficiente para mí ver y sentir. 

De trans, voy a decir las que ahora me gustaría encontrar. Además de Jota, que me gusta como he dicho por lo libre que es, porque con ella se puede hablar de cualquier cosa y con cualquier punto de vista, ahora me gustaría encontrar a alguna travesti, literalmente, alguien pintadísima y que al volver a casa se lavara la cara y se quedara en camisa blanca y vaqueros y que sin embargo, aun así, dejara claro que es una travesti, y se percibiera eso en todos sus poros, o hacerme amiga de alguna drag, que es lo mismo, pero más exagerado y más soñador. 

No me hago ilusiones de que las cuatro palabras que cambiásemos esa noche llegaran a más; una amistad es algo mucho más casual y complicado. 

Pero bien visto, tampoco tengo que irme a Chueca para conseguir eso y frustrarme con eso. Lo mismo lo puedo conseguir y lo mismo me puedo frustrar en el ambiente de Granada, donde también hay como una Chueca que empapa toda la ciudad llena de estudiantes. Sólo tengo que ponerme de acuerdo con mi amiga Y Griega, que es muy cariñosa, de izquierdas y hetero, y a quien he conocido por medio de Ka, y organizar una salida nocturna, un cruising asexual, vamos. 

Una mujer hetero es capaz de meterse y disfrutar en el ambiente, lo que nunca le pediría a Ka, por músico que sea, porque un hombre hetero es mucho más mirado y timorato para esas cosas. Bueno, pues salimos Y Griega y yo y disfrutamos. Muchos me saludarán y yo les presentaré a ella. Deseo algo más o mucho más, pero eso, a lo peor no llega nunca y a lo mejor, me giro de pronto, en mi misma calle, y allí está.  

Kim Pérez 07-01-2008 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                   Trans en la Juguetería

 

Más que un cuento de Navidad, este año voy a esperar otra vez a Papá Noel o a los Reyes Magos, con el fin de hacer un recorrido por los juguetes que una vez nos gustaron y que eso nos permita conocernos mejor y saber dónde estamos y a dónde vamos. 

Explicaré que voy a dar un rodeo para aclarar lo que son los juguetes y lo que  es el juego; pero este rodeo es necesario para entender lo que han sido los juguetes para las personas transexuales que hoy son adultas y lo que nos enseñan y lo que no nos enseñan sobre nosotras mismas; fundamental, en los dos casos. 

Que un niño pueda elegir sus juguetes es lo más importante; el juego es el único momento en que es soberano y dueño de su vida. Son sus sueños y sus fantasías los que pone en el juego; se va conociendo a sí mismo mediante ellos. 

El juego no es un juego; es una actividad muy seria y verdadera en la que se expresan las perspectivas de futuro, ya que el presente está para los niños sumamente limitado. Es la naturaleza del niño, su inconsciente y su consciente, lo que aparece en sus juegos. Los juguetes los elige como medios para expresar lo que quiere decirse a sí mismo y decir a los demás. 

Por eso es tan importante que los adultos no interfieran en los juegos de los niños. Con buena intención, sé que se pretende lo mejor para ellos. Pero lo mejor para ellos es dejar que cada cual despliegue en el juego lo que hay dentro de sí, tan profundo y delicado, y de lo que el adulto no tiene la menor idea, como nadie sabe lo que hay en la mente de otra persona. 

Cuidar de que el niño no se haga daño y que no haga daño a otras personas; ahí terminan las competencias del adulto. 

Hay una opinión generalizada hoy que supone que los adultos educan a los niños mediante los juguetes que les dan o les niegan; por ejemplo, que si se les regalan juguetes bélicos los niños serán belicosos. Esto es falso.  

Todo ser humano tiene de su herencia biológica cierta dosis de agresividad, necesaria para la supervivencia. El niño que pide un arma de juguete, simplemente necesita expresar esa agresividad básica, que es simplemente un hecho interior. Si se le niega, pondrá por delante la inmensa creatividad infantil y usará un bolígrafo para hacer disparos imaginarios; para que en el futuro controle su agresividad no bastará con que se la niegue, sino que deberá ser educado en los medios y los fines de una vida verdaderamente humana.

Lo mismo pasa cuando se pretende enseñar el no sexismo mediante juguetes no sexistas. Esto viene del antiguo supuesto de que la mente humana, al nacer, es “tam quam tabula rasa”, es decir, como una tabla lisa en la que otro puede escribir lo que quiera. 

Desde Kant se sabe que esto no es  cierto, que el ser humano nace ya con ciertos condicionamientos mentales, predispuesto a ver ciertas cosas y a no ver otras; gracias al lenguaje informático, podemos decir que viene programado para ciertas funciones y no para otras. 

Esto es verdad también sexualmente; la feminidad o neutralidad o ambigüedad primera de los embriones se rompe cuando el cromosoma Y induce en la gestación un chorro de andrógenos, variable de intensidad, eso sí, que predispone más o menos  a la personilla XY a unas actitudes distintas de las de la personilla XX. 

Esto tiene que ver con la elección de juguetes, pues ya hemos visto que el juguete expresa lo inconsciente y lo consciente, las pulsiones que hay dentro de cada cual, más o menos confusas o evidentes. 

Lo puede saber esto el feminismo llamado de la diferencia; no lo sabe el feminismo de la igualdad, que insiste en que la sexualidad es también una “tabula rasa” o lo que es lo mismo, que el ser humano es todo cultura, todo dependiente de lo que haya aprendido y se le haya enseñado, olvidando que es verdad que somos en gran parte cultura, pero también somos naturaleza. 

Ya vamos llegando a la sexuación de los juguetes y a sus variantes en las personas transexuales. La ideología feminista de la igualdad piensa que los niños y las niñas eligen determinados juguetes porque se les enseña a elegirlos y se les niegan otros. Pero el niño no recibe ciertos juguetes y después aprende a jugar con ellos. El niño desea ciertos juguetes, los pide afanosamente antes de haberlos recibido. La prueba de esta afirmación se encuentra en nuestro interior y en nuestros recuerdos: el amor con el que miramos ciertos juguetes y el desinterés por otros. 

Generalmente, los juguetes que se piden son conformes con el propio género, pero otras veces son neutros o cruzados. Es verdad que en este tercer caso, los padres suelen negarlos; pero creo que es porque no entienden lo que está en el alero. 

Ahora vamos a hacer ya el recorrido por la juguetería para ver cómo se clasifican los juguetes en masculinos, femeninos y neutros, y cómo las personas transexuales elegimos unos y otros; quizá elegimos algunos masculinos, algunos femeninos y algunos neutros. 

Está el anaquel de los juguetes que se clasifican como masculinos porque los pide la mayoría de los niños y literalmente sueñan con ellos: en él se encuentran primero los vehículos de todas clases –autos, camiones, trenes, aviones, barcos-; luego las armas y los disfraces de guerrero; también los edificios para juegos de guerra, como los castillos o los barcos piratas armados hasta los dientes; las construcciones por piezas, como las arquitecturas y mecanos; los balones; y, lo último pero no lo menor en nuestro tiempo, los videojuegos, especialmente los que representan combates de mil maneras y estilos o carreras en que los autos virtuales se lanzan a toda velocidad. 

Todo ello expresa pulsiones muy arraigadas en la mente masculina: acción; agresividad y combate, directos o simbolizados en los deportes; y por lo que respecta a las construcciones, la intensidad de la pulsión de análisis, que es la misma que lleva a un niño chico a romper el cochecito que se le acaba de regalar: para ver cómo está hecho. 

No sé lo que otras personas pueden saber de lo que vivieron; lo que sí puedo decir es cómo pasó delante de aquel estante el niño que fui yo: maravillado por un avioncito que me compró mi padre, que volaba de verdad, con un resorte, y en la caja se le veía entre unas nubes grises; habiendo soñado, una noche, con un tranvía amarillo y todo, de un metro de largo y casi medio metro de alto, que me ilusionó mucho; habiéndome hecho yo mismo barquitos de pesca con grandes corchos y mástiles de caña. Interesado, en otras palabras, por la sección de vehículos de todas clases que hubiera en aquel estante. 

En cambio, me habría repelido literalmente toda la parte de guerra. ¡Qué feos son los muñecos guerreros, supermusculados y agresivos que les gustan a tantos niños! ¡Qué latazo y qué aburrido que en un videojuego que tiene a lo mejor verdes prados y hermosos palacios no haya más remedio que combatir y hasta destruirlos! 

Lo más curioso es que sé que soy una persona agresiva; pero o lo soy menos de lo que creo,  comparativamente, o no necesito fantasear con ello o no estoy programada como los videojuegos. 

Las pelotas, para qué decir: nada. Me hubiera deprimido que alguna vez los Reyes Magos me hubieran traído una e inmediatamente la habría arrinconado en un armario, para no verla. No hay en mí nada de esa necesidad de formar bandos y de combatir y sudar durante dos años que apasiona a tantos varones hasta hacerles tocar el cielo.

En cuanto a las construcciones por piezas, tampoco nada de particular. Me interesa el resultado final, el palacio hecho con aquellos tacos de madera de colores, pero quisiera dejarlo hecho. En cuanto a los mecanos con los que se hacían las que me parecían horribles máquinas desnudas, nada de nada; más bien, bajo cero, bastantes grados, repulsión, vamos. 

Paso por delante del estante de las niñas, porque sus juguetes les interesan a la mayor parte de las niñas. 

Veo en ellos bebés. Nada, cero. Los bebés me aburren. Un bebé concreto, un sobrino, me enternece, pero de ahí a soñar con los bebés en general, a querer tener un bebé, hay una distancia por la que yo no paso. 

Hay cerca unos caballitos, rosados o celestes, con grandes crines rizadas y doradas. Son una mezcla de caballo, bebé y adolescente. A muchas niñas les deben fascinar, porque los fabricantes los hacen; si no, no seguirían fabricándolos. El juego con ellos, en general, debe de consistir en peinarlos, una acción que les gusta a muchas niñas. 

A mí esos colores desvaídos, esa blandura excesiva, esas melenas en vez de crines, me producen desolación; no ya ternura, sino también repulsión; en fin, no están hechos para mí, no estoy hecha para ellos.

Las muñecas, propiamente dichas. Con vestidos para ponerles, con pelo para peinarlo. Son amigas, para compartir la vida, o proyectos de futuro. Su dueñecita querría ser un día como ellas. 

Yo recuerdo que las de mi hermana no me interesaban. Nunca jugué con ellas. Menos me hubieran interesado los aditamentos, generalmente rosados, que hay ahora, piezas de otro mundo para mí. 

Quizá con algún muñeco me hubiera sentido compañero y amigo querido. Tuve un Teddy Bear, un osito con chaleco y pantalón, al que tuve cariño, pero tampoco mucho. 

De lo de los peinados salen las peluquerías. En general les gusta a muchas niñas todo lo que sea peinar porque es una forma de acariciar a otra persona y a la vez de ponerse guapas. 

Si a muchos niños les gusta la acción, a muchas niñas les gustan las relaciones personales, la protección a los bebés, soñar con que son atractivas y queridas. También es verdad que a otras les traen sin cuidado esas cosas, como a una hermana mía, a la que le gustaban los autos y jamás jugó con muñecas. De mayor es una magnífica madre. 

Pero yo andaría caviloso por aquellos estantes, hasta que llegando al final vi ¡una casita de muñecas! 

Me gustan; no sí si más o menos que los avioncitos y los barcos, pero me gustan. De pequeño, además, vi en el jardín de una casa de Almuñécar una casita de verdad, con habitaciones de metro y medio de alto y puertas de un metro, por las que pasaban los niños, se asomaban a las ventanas de verdad y subían por una escalerita hasta un cuarto que había en el piso alto, también con su ventana. Era una preciosidad. 

Me gustaría tener una casita de juguete, a condición de poder elegir su mobiliario, de amueblarla poco a poco para que expresase lo que yo quiero, de que tuviera una fachada como a mí me gusta. 

Vamos, me gustaría tanto, que se me acaba de ocurrir que debería comprármela –a la vejez, viruelas- y ponerla como a mí me gustaría. 

¿Ponemos este juguete entre los neutros? No; yo creo que es más bien de niñas, por su delicadeza, por la paciencia que es precisa para cuidarlo, por la expresión de sentimientos que se ve en él. Cualquier niño bruto lo machacaría en un pispás. 

Este gusto por las casitas es hasta el punto de que en las redes de trenes de juguete, me gustan mucho más las estaciones y las maquetas, las casas tirolesas, los abetos, los caminos, las vacas, que las vías o los propios trenes. Vamos, levantaría las vías por mi gusto. 

Los juguetes neutros, de verdad, son los de sobremesa: los puzzles, los tableros de juegos… Les gustan por igual a muchos niños y a muchas niñas. A mí me aburren, porque no dejan lugar a la imaginación y a mí me gusta que los juguetes dan pie para fantasear. 

Al recapacitar, me doy cuenta de que me pasa algo parecido a lo que sentí con los juguetes de niños: que no me interesa la mayoría de los muy sexuados –de guerra o muñecos- pero me interesa una clase de juguetes de cada estante: los avioncitos y los barcos; las casas de juguete. 

Esto me dice, claramente, que tengo una naturaleza ambigua. Me lo confirma, no queda lugar a dudas, porque me expreso a mi manera, un poco como los niños, un poco como las niñas, pero distinto de unos y otras. 

He pretendido que otras personas trans reflexionen sobre sus recuerdos, para conocerse mejor. He leído que una trans, ya avanzada su transición, pudo reconocer que le encantaban los trenes de juguete, con lo que pudo ser más fiel a sí misma. 

Otras trans dirán: “Me han gustado siempre las muñecas. Ahora tengo mi cuarto lleno de muñecas por eso”. Eso significa que serán menos ambiguas, más femeninas que yo. Pero ellas tienen derecho a ser como son y yo a ser como soy. 

También puede haber las que digan: “¡Pues a mí me han gustado siempre todas las cosas de niño, cochecitos, armas, balones, videojuegos muy guerreros! ¿Qué soy yo?” 

Yo creo que el detonante de la transexualidad no está en la ambigüedad, ni en la masculinidad, ni en la feminidad, sino en el conflicto. Si la naturaleza de cada cual se vive sin conflicto, no habrá transexualidad. Si lo hay, relacionado de alguna manera con el género, habrá transexualidad, sea la persona masculina, femenina o ambigua. 

O sea, que yo a estas últimas que dicen que sus juguetes eran todos masculinos, les diría: “Tú eres trans”. 

Y luego añadiría: “Y partes de un conflicto, como todas. Analízalo para ver a dónde te lleva y a dónde no te lleva”. 

Y a mis queridos amigos, los transexuales masculinos, con su gusto por el anonimato, les diría: “Muchas veces, vosotros ni os lo preguntáis. Os gustaron siempre los juguetes de niño y rechazásteis con energía los de niñas. Luego os gustaron las compañeras de clase y luego deseásteis a las mujeres. En vosotros suelen estar las cosas más claras, porque la hiperandrogenia no engaña. El conflicto básico que vivisteis fue la contradicción entre lo que deseábais y lo que se suponía que debíais desear” 

Pero puede haber personas, trans femeninas o trans masculinos, cuyos recuerdos con los juguetes sean distintos de los que pongo aquí. Si quieren hablar de ellos conmigo, aquí estoy. Felices Pascuas y que Papá Noel o los Reyes Magos os traigan lo que siempre habéis querido.

Kim Pérez 17-12-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                              Polaridad sexual y transexualidad

 

La sexualidad es una polaridad. Físicoquímicamente, cumple el efecto electromagnético de que “polos del mismo signo se repelen; polos de distinto signo se atraen”. 

Sin embargo, socialmente se le acumula un efecto secundario, pero contrario. La sociabilidad está guiada por el principio de afinidad y, a efectos sociales, “polos del mismo signo se atraen y de distinto signo se repelen”. 

Esto sucede a efectos sociales, no sexuales, y es el fundamento de la homoafectividad, presente en la vida social humana, que forma grupos de sexo que, a su vez, psicológicamente, dan lugar a la identificación y a la identidad. 

Una homoafectividad muy intensa puede erotizarse y entonces se convierte en homosexualidad. Para que eso sea posible, es preciso suponer que el erotismo es una fuerza en principio indiferenciada, anterior a la polarización sexual, algo así como la fuerza de la vida, las ganas de vivir y de gozar. 

En la vida social humana, la homoafectividad puede no haberse desarrollado en algunas personas por razones como la falta de experiencias de afinidad. Entonces no se produce identificación con el propio género y la identidad resultante puede ser débil o inexistente.

Pero la necesidad humana de entenderse a sí mismo o de tener una identidad cognoscitiva, de poder darse un nombre, a falta de una identidad alineada con el propio género, puede producir una identificación  cruzada, dando lugar a la transexualidad. 

Para entender bien lo que quiero decir, hace falta mirar atentamente algunas sutilezas. Primero, todo ello sucede a nivel social o de socialización. Segundo, la falta de experiencias de afinidad puede deberse a diferencias objetivas en el grado de afinidad (hipoandrogenia XY o hiperandrogenia XX) que sean socialmente amplificadas; pero puede deberse también a otros conflictos cualesquiera que impidan una comunión de afinidades. Tercero, la identidad de género pensada, sentida, subjetiva, puede formarse por una identificación cruzada fuerte o puede no formarse definidamente, por lo que se queda indecisa, ambigua, oscilante. 

Como todo eso ocurre en el nivel social, es compatible con que la sexualidad siga polarizada. Una persona con identidad cruzada puede sentir la atracción-repulsión fisicoquímica coherente con su genitalidad. O puede no sentir esa atracción-repulsión definidamente  si  su sexualidad está poco definida (hipo-, hiper-) O puede ser que primero haya sentido la homoafectividad-homosexualidad y que eso haya producido una identificación cruzada (si siento así, es que soy una mujer, o un hombre, porque me gustan mucho los hombres, o las mujeres) y en estos casos  la pulsión sexual es más fuerte que la identificación cruzada, hasta el punto de poder renunciar a ésta con tal de seguir aquélla.

Kim Pérez 17-12-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                               A quienes no pueden cambiar

 

Algunas estimaciones, poco comprobadas y poco comprobables, aprecian en un dos por ciento el número de personas que sienten alguna forma de pulsión trans, incluidas naturalmente las que no la manifiestan públicamente de ninguna manera. 

Dos por ciento es una cifra muy alta, mucho más alta, cien veces más alta que el uno por diez mil o por veinte mil en el que se estiman las personas transexuales. 

Esto significa que son muchas las personas que no manifiestan sus sentimientos, que no los hacen públicos de ninguna manera o sólo en una intimidad estrecha y casera. De hecho, no vemos a tantas personas, no nos encontramos con ellas, ni siquiera en las asociaciones trans. 

Escribo para estas personas, de las que yo he formado parte hasta los cincuenta años, por lo que conozco demasiado bien el inmenso dolor que viven.  

El sufrimiento puede ser tan grande, que incluso te pregunten angustiadamente: “¿Esto tiene cura?” 

Desde mi punto de vista, la respuesta tendría que ser: “La pulsión trans no es mala en sí, porque es una respuesta, una adaptación ante un conflicto. Por tanto, la palabra “curación” no es adecuada. Pero como todas las pulsiones debe ser racionalizada o controlada. No podemos dejarnos llevar simplemente por ella. Si hay circunstancias que realmente nos lo impiden, estas circunstancias merecen mucho respeto. Y el uso de la razón es nuestra sola fuerza para salir adelante, empezando por no hablar de curación sino de adaptación” 

Yo me escapé in extremis porque las circunstancias pasaron de impedírmelo a permitírmelo. La puerta se abrió, pero ahora, dieciséis años después, no estoy segura de que abrirla como yo la he abierto fuera la única manera de abrirla.  Otras personas, amigas mías, a quienes conozco bien, incluso de mi misma edad, no han podido escaparse y siguen atrapadas por sus circunstancias e hipnotizadas por la única puerta que ven. 

Y son, como digo antes, probablemente la mayoría de las personas trans. 

Supongamos que, andando el tiempo, para algunas de ellas cambia el viento, como cambió en mi caso, y pueden expresar sus sentimientos, aunque sea en una edad tardía en la vida. 

Pero supongamos que para otras no cambia y no lo consiguen. Están ahí, viendo la alegre conversación de quienes han podido y sin poder participar de esa alegría. ¿Qué puedo decirles? 

Paradójicamente, la situación de no expresión nos pone también frente a frente de la naturaleza de lo trans, a lo que hay que mirar como es, para intentar soportar su falta de expresión. 

Primero, hay que racionalizarlo en lo posible. Muchas trans no “somos” trans=mujeres, sino que “tenemos” una pulsión trans, cuya historia hay que reconstruir y entender para poder controlarla racionalmente, como los humanos debemos hacer con toda nuestra vida. 

Segundo, en los casos en que la pulsión trans va unida a una excitación, lo que la potencia inmensamente, se produce también una angustia extra e irracional. Si sólo pienso en el cambio de género, podrá dolerme porque hay motivaciones profundas para este pensamiento, pero si además lo deseo, si es causa de un erotismo y este erotismo no tiene perspectivas, el dolor puede ser terrible. Para estos casos, como fue el mío, puedo dar la solución que entendí para mí: con asesoramiento médico, bajar la libido de manera que la mente se clarifique, y para eso sirven tanto los tratamientos que se aplican para las parafilias como una hormonación, en la medida en que los antiandrógenos o los estrógenos producen una disminución de la libido. 

Estos dos pasos son simplemente preparatorios. Faltaría el tercero, referido a lo que se puede hacer con la pulsión trans, cuando no se puede expresar en público. A mi entender, los dos pasos anteriores pueden servir para relativizarla y, en la medida en que queda relativizada, se la ve con cierto distanciamiento, y se la puede empezar a controlar racionalmente. 

Únicamente nos desborda cuando se la absolutiza, es decir, cuando se entiende que trans=mujer (sin matices) y que por tanto mi vida tiene que ser igual a una vida de mujer (sin matices) 

La teoría queer es muy inclusiva y permite la creatividad en la expresión, sin limitarse a fórmulas preestablecidas. Las personas con capacidad creativa lo pueden tener más fácil. Sé que hay una gama de formas de expresión parciales que pueden ser suficientes en condiciones de extrema dificultad. Puedo hablar de ellas con fundamento, porque las he vivido y en mi extrema angustia sé que eran suficientes. Para mí, que era tan pobre de felicidad, por lo que reconozco que unas pueden ser suficientes también para otras personas, y otras, no. 

Pero era suficiente para mí tener amistades transexuales, y usar algunas prendas unisex, y seguir una hormonación (con atención médica) para saber yo, en mi soledad, aunque fuera sólo yo, que se estaba reafirmando mi ambigüedad… 

Me parece, en resumen, que estos tres pasos, voluntad de racionalización, descenso de la libido (cuando sea necesario) y expresión parcial y creativa de la pulsión trans pueden ser suficientes para relativizarla y para conseguir una adaptación mejor a las propias circunstancias.  

Kim Pérez 10-12-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                  Ida y vuelta de una transición

 

Hago este balance de mi transición a los dieciséis años de haberla empezado, por mí, porque necesito saber dónde estoy, pero también por quienes puedan reconocerse más o menos en mí. Desde luego, el titulo indica que ya no estoy de ida, sino de vuelta, aunque quiero explicarme y explicar hasta qué punto estoy de vuelta. En todo caso, la idea de la relativización de la transexualidad, por lo menos en mí, se me reafirma. No se trata de verme igual que una mujer, sino de verme como soy, aceptando mis elementos masculinos y mis elementos ambiguos. 

Perdonadme que haga el comentario hablando de mi experiencia, pero es que me parece que es necesario que se cuenten más experiencias y  las teorías no se queden en el aire. Por otra parte, estoy segura de que habrá mucha gente que se reconocerá más o menos en lo que digo, de manera que ésta no es sólo mi historia, sino que puede ser parecida a la historia de otras personas. 

Sobre todo, para quienes están empezando el camino de ida,  puede ser interesante leer lo que dice alguien que está de vuelta, a dónde he llegado y a dónde no, y lo que he aprendido por el camino. Pues adelante. 

Yo he tenido toda mi vida oscilaciones identitarias. Pero en 1991, ya no podía más y por eso empecé a dar los pasos que poco a poco me llevaron a hacer la transición. 

Sabía todo lo que no había en mí de femenino, pero esperaba que la condición de mujer estuviera en mí reprimida, y que según avanzara el cambio, se decantase también la feminidad en mi manera de ser. 

Sin embargo, el nombre lo elegí porque era ambiguo; me recordaba a la vez a Kim Novak, que me había fascinado en “Me enamoré de una bruja” y a Kim Philby, un espía doble de la Guerra Fría; me hubiera encantado ser espía; moverse sin que te vean. 

Empecé la transición en condiciones muy difíciles; creía que mi trabajo, que era la enseñanza, me impediría hacerlo públicamente. También veía obstáculos insuperables en mi estatura, en el tamaño de mis pies, en mi voz, en mis entradas. 

Estaba dispuesta, de todos modos; había pasado tantos años de represión que cualquier paso era suficiente para mí. Empecé sin pedir mucho: siendo trans entre trans. Fue muy grande entrar en contacto con Transexualia. Aunque fuera con ropa masculina, poder hablar con Mónica, Jenny, Nancy, Miriam, Juana, Raquel, era muy suficiente para mí. Y que ellas me considerasen trans. 

Presentarme en público como trans, aunque fuera en petit comité, tuvo una consecuencia inesperada: había tenido en mi juventud un amigo homosexual –por carta- que fue la vida para mí; y ahora me gustaron los homosexuales en general. Hasta entonces había tenido con ellos un sentimiento desengañado: “No soy como vosotros”. Pero ese verano de 1991 estuve en Cogam, en Madrid, y me presenté como transexual, es decir, diciendo en voz alta para ellos y para mí: “No soy homosexual”. Y establecer esa barrera de seguridad, fue suficiente como para que me diera cuenta de que eran un tipo de hombre distinto: tiernos entre sí, cariñosos, se saludaban con besos, se acariciaban  los brazos, nada prepotentes, nada jactanciosos. Un modelo de hombre que no tenía los defectos que en mi niñez me habían echado atrás de los hombres. Pensé que me gustaban, sentimentalmente, y de que si hubiera tenido un amigo gay en mi niñez, quizá, por sentimentalismo –no por sexo- hubiera sido gay y no transexual. 

Desde entonces eso es tan fuerte que mi mejor amigo es gay, que me encanta estar con gays, que me echo a llorar leyendo novelas de amor gays y  me ha encantado cuando he tenido la ocasión de besar a un gay o de sentir su mejilla pinchuda o suavemente barbuda o de que me acaricie el brazo. Y no hay sexo en nada de ello, nada más que sentimiento: 

Porque los veo como si me viera a mí mismo, en mi adolescencia gentil, esbelta, triste y extraviada. Ellos también han estado estupefactos de descubrirse gays y con frecuencia se sintieron solos y luego marginados y ridiculizados. Sois como yo. 

Cuento esto con detalle, porque ha sido fundamental para que a lo largo de estos años empezara a aceptar la especial masculinidad que hay en mí. Soy como vosotros. 

Pero de momento, preferí obviar este descubrimiento. Mi voluntad fundamental seguía siendo cambiar de género. 

Encontré en 1993 a mi amiga Merche, que me fue importantísima, porque estuvo junto a mí. Gracias a ella, mi transición no fue a solas. 

Pero me seguía pareciendo que tenía que ser limitada. Empecé a hormonarme –bajo supervisión médica, desde luego- pero opté por la ropa unisex. Le llamaba así por ejemplo a los chándales. Poco a poco me decidí a completarla con collares, pendientes, maquillaje y cabellos cuidados –por Merche, que es peluquera- y teñidos. La imagen que me importaba era la que tenía ante mis ojos, pero no me cuidaba de la imagen a los ojos ajenos, lo que hubiera debido hacer, porque la idea, en sí, era buena pero mi imagen era torpe y rara –lo vi al hacerme unas fotos. 

Ya trabajaba así, vivía así, y mi trabajo se mantenía sin demasiados problemas gracias al respeto y el cariño de mis estudiantes. Por entonces, simplemente yo me estaba feminizando, con gran alegría y grandes esperanzas. Seguía tratando a muchas trans y era feliz entre ellas. 

Para mí, todo culminó el 5 de enero de 1995, cuando me operé. Había estado dispuesta incluso a operarme aunque nadie lo supiera, simplemente por mí, para que lo supiera yo. Hubiera sido también suficiente para mí; una isla de salvación en el negro océano de desesperación en el que había vivido durante decenios. 

De acuerdo con mi manera de ver las cosas seguí vistiendo ropa unisex, aun operada, casi dos años más, hasta que la evolución de las cosas sociales me convenció de que sería mejor dar un paso más, y lo di: en octubre de 1996 me puse falda para empezar el curso. 

Ya por entonces me maquillaba y pintaba todos los días, llevaba medias y ropa interior apropiada, usaba bolso, me puse una peluca para mejorar mi aspecto, formaba nuevos hábitos que se volvían naturales. Entraba decididamente en los aseos de señoras (hasta entonces, mis entradas habían sido furtivas, y deseando que nadie me viera), porque ahora eso era lo lógico. 

Sin embargo, la plena identidad como mujer no llegaba. Además, cada vez me interesaba menos. 

Uno –uno- de los resortes que habían empujado mi transición era la autoginefilia, la fascinación por la imagen de la mujer superpuesta sobre la propia, el erotismo del espejo. Había sido suficiente que la libido bajara por la hormonación para que la autoginefilia empezara a ceder.  

Me habían fascinado los pechos y los sujetadores, hasta el punto de que mis fantasías se centraban en ellos; ya no; dejé de usar sujetadores, un latazo y ahora me fastidia tener pechos. Después, lentamente, a lo largo de años, dejó de interesarme el maquillaje, y dejé de maquillarme: desde entonces, la cara “lavá”. Hace poco, me he aburrido de los bolsos; salgo a la calle con la cartera en la mano; es más cómodo. 

Por otra parte, miro mi historia, y veo a un joven varón, alto, delgado, melancólico, sensible. Lo veo haciendo juego con tantos homosexuales que son como él aunque se diferencia de ellos en el deseo; no desea lo que ellos desean. 

La experiencia de Cogam me ha hecho aceptar lo que soy. También veo que la transexualidad fue un recurso para no ahogarme, cuando pensaba que nadie me quería y que yo no era digno de amor: era demasiado torpe y tímido. Pero el amor es una verdadera necesidad para cualquier persona, un hambre. 

Pero también soñé entonces ser un joven príncipe del que nadie sabía su condición y de pronto se revelaba y surgía la admiración de todos por él; o ser un niño, tan guapo como yo lo fui, a quien un viejo pescador hubiera querido como un padre y enseñado a ser grumete; proyectos que tenían en común que no requerían un cambio de género, pero que resultaban inviables. Ahora, cuando lo pienso, me doy cuenta de que en estos dos deseos- deseos de ser amado, a fin de cuentas- me figuraba siendo varón. Y eran dos a uno, en relción con el deseo de cambiar de sexo. 

Sé que, si de alguna manera hubiera podido hacerlos realidad, si hubiera resultado que, por lo menos, fuera el nieto de un marqués o hubiera podido ser marino, gran parte de mi afectividad se hubiera lanzado por estos medios de ser admirado y querido de la manera que yo quería y quizá no hubiera sido tan importante cambiar de sexo. 

Por fin veo que está formándoseme una identidad estable que es a la vez masculina y ambigua. 

Me gusta ser masculino y ambiguo, porque es ser como soy. Para entenderme, tengo que decir que es muy importante la parte de ambiguo, casi tanto como la de masculino. 

Ser ambiguo para mí significa tener algunas cualidades como la sensibilidad, hasta la melancolía, la vulnerabilidad, la comprensión por encima de todo, la delicadeza, el temperamento de artista, cosas que también pueden ser propias de muchos hombres pero que en general se dan entre los menos androgénicos. Y yo soy sin duda hipoandrogénico. Haber sido lector, soñador, llorica, tímido, cobarde, en mi niñez, y no deportista, realista, descarado, audaz, valiente, es uno de los resultados normales de la hipoandrogenia. Ésta es una de las claves de mi realidad y bien visto, me gusta y me enorgullezco de ser así. 

Algunos de los matices de mi hipoandrogenia tocan como es natural lo biológico. Soy básicamente heterosexual, en el sentido de que me agradan espontáneamente las mujeres, que las miro con agrado, es la palabra, pero mi heterosexualidad es difusa. Cada vez que he intentado centrarme en ese agrado, que me guste una mujer concreta, he sentido poderosas resistencias. Inmediatamente le encuentro defectos insuperables. Tampoco tengo ni siquiera sentimientos por la mujer tan fuertes como el compañerismo, la emoción y la ternura que siento por los homosexuales.  

Tampoco siento la pulsión de la sexualidad activa. Tuve que leer una vez, por casualidad, los impulsos que sienten los hombres, para enterarme, no sin extrañeza y poco interés por ellos. 

Eso explica que la salida de mi sexualidad haya sido la autoginefilia, en la que el interés por la mujer, en general, se vuelve sobre la imagen de la mujer en sí mismo, la imagen de la mujer en el espejo. Pero ahora, como digo, hasta la autoginefilia ha volado. 

Quizá –pero sólo quizás- mi hipoandrogenia explique que lo único que permanece bastante estable después de estos años, en mi caso, sea el desagrado por los genitales masculinos.  

Me imagino como si estuvieran de nuevo en mi cuerpo y me desagradan; me agrada más estar como estoy, francamente, tocar con mi mano esa región y ver que no hay nada; me tranquiliza. 

El desagrado es físico y simbólico; no me agrada imaginar su forma; y tampoco me gusta lo que representan, que imagino únicamente como poder y temor. 

También es verdad que, para alguien que no esté traumatizado, pueden representar algo tan dulce como el caño por el que pasa la vida; o la seguridad de los suyos; o la firme bondad. Hay hombres que son buenos y amables; la mayoría; son paternales, llegado el momento; imaginarlos como padres, como buenos padres, es lo más justo que se puede decir de ellos; quizá yo podría reeducarme para pensar eso, incluso para haberlo pensado de mí cuando estaba a tiempo; quizá ese sentimiento y esa esperanza –ser un día como mi padre o como mi abuelo- me hubiera compensado suavemente, gradualmente, de mis sentimientos de rechazo, me hubiera hecho sentir cierta ternura por mi cuerpo tal como era, en su integridad. 

Podría haber aprendido a ser hombre plenamente, a lo mejor, a perdonar a mi cuerpo por ser como era. No lo sé; eso queda ya dentro de lo futurible. Pero, incluso estando como estoy, estoy aprendiendo esa manera de ser masculina, delicada y amable. 

Pero también es verdad que esto es sólo quizás y que quizás yo no hubiera sido capaz nunca de esa virilidad, por tierna y amable que fuere, que si no he tenido una esposa y unos hijos es porque no podía tenerlos y también puede ser verdad que mi mente hipandrogénica prefiriese el vacío como expresión de su realidad, mejor que unos genitales que en el fondo no entiende y sólo con esfuerzo podría entender y aceptar como popios. No lo sé, es dudoso, pero, por lo poco que hoy sabemos, puede ser. 

Por eso, dentro de mi manera de pensar y de sentir, el estar emasculado –que es la palabra técnica que representa lo esencial de mi estado- es de hecho una manera de expresar la parte sensitiva, vulnerable y frágil en la que tanto me reconozco y  tanto me define a mis ojos y quiero que se vea en mí.  

“Un hombre emasculado por su voluntad”, podría ser en todo caso una de las descripciones actualizadas de mí, que no deja de contener un elemento dramático que responde a largas y penosas realidades. 

Lo que pasa es que en todo caso necesitaba que eso se percibiera, que lo supieran todo, no sólo los que estuvieran al corriente, como en general los hombres que están contentos de serlo o no tienen problema con serlo lo manifiestan con sólo su manera de vestir.  

Por eso no puedo ponerme de nuevo pantalones, ni siquiera pantalones de mujer, porque con mi complexión corporal, con sólo ponerme un pantalón paso a parecer simplemente un hombre, un hombre como otro cualquiera, y yo quisiera que todos viesen, nada más verme, mi especificidad y mi singularidad; quiero que me vean como soy y como me siento, un hombre ambiguo, que necesita que todos entiendan esta segunda palabra con todo su significado. 

Por eso mismo no puedo entrar en un aseo de hombres, primero, porque sólo imaginarlo despierta todas mis fobias (aunque supongo que con tenacidad podría reeducarlas, comprendiendo a los hombres como deben y pueden ser y no como son muchos de ellos), pero segundo, porque entrar o salir por esa puerta no afirma mis matices, tan importantes, que aun en un mundo de hombres perfectos yo quisiera afirmar, porque son los míos. En este apartado, la solución, para mí, estaría en los “aseos neutrales” que ahora se están ensayando en los Estados Unidos para quien quiera usarlos, a condición desde luego de que fueran voluntarios y no obligatorios. ¡Entrar por una puerta por la que también entrasen gays, camioneras y drag queens! Para mí, perfecto. 

Pero que desde fuera, por lo menos, se me cuente entre las mujeres, es para mí es un refugio, un asilo, una tranquilidad. No me identifico ahora con las mujeres deslumbrantes y jóvenes, pero me siento cerca de las de mi edad, sobre todo de las solteronas, un poco asexuales. Un cabello gris y recogido, una ropa gris y sin forma, una vida casera y solitaria, una proyección emocional en las plantas que riegan, una evasión intelectual en la pintura, o la literatura, una manera de ser cariñosa y acogedora con todos.   

En resumen de los resúmenes, ahora posiblemente me gustaría usar pantalones –me imagino con gusto esos actuales de faena o de campaña, llenos de bolsillos a lo largo de todo el pernil-, que además son ropa unisex, sobre todo si en mí parecieran unisex; pero no lo parecen. 

Por eso me pongo falda y me dejo el pelo lo más largo y rizado que puedo,  porque es la única manera de que todos vean lo que hay en mí, mi ambigüedad, mi hipoandrogenia, lo que miro con ternura porque es lo mío, de que les guste y hasta de que se sientan un poco protectores conmigo, lo que necesito, lo que me encanta. 

Por lo menos, con mi aspecto actual, el cabello natural, rizado y blanco con grandes entradas, un jersey o una chaqueta vaquera, un gran chaquetón medio militar en invierno  y la falda, que suele ser recta, también medio militar, los que me ven pueden decirse: “Un hombre vestido de mujer”. 

Hay que recordar que quienes hablan así lo dicen por las apariencias (en este caso, mi estatura, voz, entradas, etcétera) y que muchas veces las apariencias engañan, pero en este caso, en mi caso, corresponden a la realidad, aunque no a toda la realidad. 

Aunque sea duro, tengo que decirlo. Soy un varón ambiguo que necesita expresar lo que es, en los dos sentidos. Soy un travesti,  palabra ambigua que también amo, y que despierta todos mis recuerdos y mi ternura, género indefinido o poco definido. En el  matiz de las dos cosas que quiero expresar, que  es mi vida, está mi orgullo, porque es lo que corresponde a mi manera de ser. 

Necesito unos símbolos que expresen mi ambigüedad, eso es todo. Amo mi ambigüedad, tiene mucho sentido para mí, y necesito que se vea y se sepa. He necesitado operarme, pero eso no afecta al fondo de mi ser. He aceptado ciertas formas de la feminidad, pero no todas, como lo hacen las drags y a veces los homosexuales o algunos homosexuales, desplegando su pluma. 

Hasta ahí llego yo, hasta aquí puedo hablar por lo que sé dentro de mí. 

Desde fuera, sé que hay transexuales que se sienten del todo mujeres y nada más que mujeres, que se han identificado en su niñez con las mujeres, encontrado iguales a ellas, reconocido como ellas, que necesitan hacer vida de mujeres; no hablo por ellas, como es natural, hablo por mí. Y me gusta ser como soy. 

Kim Pérez 03-12-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                   La Transexual y la gitana

 

Estos meses me entretengo mucho con la Genealogía, no sólo como hobby, sino por necesidad muy fuerte de autoafirmación; necesito –es una necesidad de trans- sentirme valorada, querida, y como tengo antepasados de alto copete, la Genealogía es una manera de sentirme simbólicamente ese príncipe que quise ser para que la gente me admirase y me viera como algo mágico y maravilloso. 

Pero esto es poco más que un juego de la mente, en la vida contemporánea, afortunadamente igualitaria, republicana de hecho, lo que es tan serio y tan verdadero que pasa por encima de cualquier otra consideración. 

Esta mañana de domingo me he ido a comulgar –palabra que significa “sentirse unido con otras personas”- y me he sentado en el primer banco de la derecha, donde estaba también una muchacha gitana rumana que luego pide limosna en la puerta. Iba con su falda larga plisada. 

De pronto, me he vuelto consciente de que las dos éramos dos marginales, la transexual con su falda azul marino y su jersey negro de cuello alto –me estilizaba dentro de lo posible- y la gitana con su faldón. 

Eso que yo he aprendido a ver a los gitanos con ningún victimismo. Son un pueblo cuya constitución no escrita les ha enseñado a ser libres, ayudándose a tope unos a otros en sus familias, aunque eso les cueste ser pobres y no mezclarse con los gachós.  Es decir, no son víctimas como no lo son los okupas, sino que viven al modo que les gusta, como una opción. 

En el fondo, tratan a los gachós de igual a igual, y con el orgullo de ser gitanos. Todo esto no está muy lejos de lo que estamos aprendiendo a hacer los homosexuales y transexuales y de lo que celebramos el Día del Orgullo. 

Lo que no impide que, uno por uno, sobre todo estos gitanos extranjeros, se sientan solos y rechazados. De hecho, los rechazamos mucho, no sólo por miedo al desconocido y extraño –xenofobia- sino porque parecen más imprevisibles e independientes que nuestros gitanos españoles, menos acomodados a las reglas de nuestra civilización. 

De modo que una muchacha gitana rumana que va con su faldón pidiendo limosna por las calles, debe sentirse con frecuencia sola y mirada con hostilidad y recelo por los gachós y las gachís de España, más todavía que por los de Rumania. 

Ésta se mete en la iglesia, sigue la misa, y ve a un sacerdote que sigue los ritos de una manera distinta que los ortodoxos a los que está acostumbrada. Hoy las canciones que han sonado han sido rítmicas, alegres y sensibles, y le habrán gustado, comparándolas con las solemnes salmodias de la liturgia ortodoxa. 

Me he dado cuenta de que al sentarme junto a ella –al principio obligadamente-, que estaba sola en su banco, he hecho un gesto de hermandad humana.

Yo la he analizado y ella me habrá analizado también. A lo mejor ha pensado: “¡Qué gachí más larga y más rara! ¡Qué raras son estas extranjeras!”, o a lo mejor ha pensado: “¡Un hombre vestido de mujer!” 

Pero ha llegado la hora de darse la paz y yo tenía ganas de que llegase. 

Me he vuelto hacia ella y le he tendido la mano. Ella también me ha mirado, con unos ojos muy grandes, un poco amarillos, y unos labios grandes también, muy serios y apretados. Nos hemos dado las manos. “La paz sea contigo”, me ha dicho también, en español. 

Me he quedado contenta de lo que ha pasado. Ha sido la primera vez, en todos estos años, que he sentido en mi mano la de una gitana rumana. Para ella, no es la primera vez, desde luego, que un español o española le ha dado las mano. Se ha vuelto hacia el banco de atrás, y dos señores y una señora han cambiado el saludo con ella. 

Pero a lo mejor, para ella, es también la primera vez que le ha dado la mano a una transexual.  

Kim Pérez 26-11-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                      La Transexual y la gitana

 

Estos meses me entretengo mucho con la Genealogía, no sólo como hobby, sino por necesidad muy fuerte de autoafirmación; necesito –es una necesidad de trans- sentirme valorada, querida, y como tengo antepasados de alto copete, la Genealogía es una manera de sentirme simbólicamente ese príncipe que quise ser para que la gente me admirase y me viera como algo mágico y maravilloso. 

Pero esto es poco más que un juego de la mente, en la vida contemporánea, afortunadamente igualitaria, republicana de hecho, lo que es tan serio y tan verdadero que pasa por encima de cualquier otra consideración. 

Esta mañana de domingo me he ido a comulgar –palabra que significa “sentirse unido con otras personas”- y me he sentado en el primer banco de la derecha, donde estaba también una muchacha gitana rumana que luego pide limosna en la puerta. Iba con su falda larga plisada. 

De pronto, me he vuelto consciente de que las dos éramos dos marginales, la transexual con su falda azul marino y su jersey negro de cuello alto –me estilizaba dentro de lo posible- y la gitana con su faldón. 

Eso que yo he aprendido a ver a los gitanos con ningún victimismo. Son un pueblo cuya constitución no escrita les ha enseñado a ser libres, ayudándose a tope unos a otros en sus familias, aunque eso les cueste ser pobres y no mezclarse con los gachós.  Es decir, no son víctimas como no lo son los okupas, sino que viven al modo que les gusta, como una opción. 

En el fondo, tratan a los gachós de igual a igual, y con el orgullo de ser gitanos. Todo esto no está muy lejos de lo que estamos aprendiendo a hacer los homosexuales y transexuales y de lo que celebramos el Día del Orgullo. 

Lo que no impide que, uno por uno, sobre todo estos gitanos extranjeros, se sientan solos y rechazados. De hecho, los rechazamos mucho, no sólo por miedo al desconocido y extraño –xenofobia- sino porque parecen más imprevisibles e independientes que nuestros gitanos españoles, menos acomodados a las reglas de nuestra civilización. 

De modo que una muchacha gitana rumana que va con su faldón pidiendo limosna por las calles, debe sentirse con frecuencia sola y mirada con hostilidad y recelo por los gachós y las gachís de España, más todavía que por los de Rumania. 

Ésta se mete en la iglesia, sigue la misa, y ve a un sacerdote que sigue los ritos de una manera distinta que los ortodoxos a los que está acostumbrada. Hoy las canciones que han sonado han sido rítmicas, alegres y sensibles, y le habrán gustado, comparándolas con las solemnes salmodias de la liturgia ortodoxa. 

Me he dado cuenta de que al sentarme junto a ella –al principio obligadamente-, que estaba sola en su banco, he hecho un gesto de hermandad humana.

Yo la he analizado y ella me habrá analizado también. A lo mejor ha pensado: “¡Qué gachí más larga y más rara! ¡Qué raras son estas extranjeras!”, o a lo mejor ha pensado: “¡Un hombre vestido de mujer!” 

Pero ha llegado la hora de darse la paz y yo tenía ganas de que llegase. 

Me he vuelto hacia ella y le he tendido la mano. Ella también me ha mirado, con unos ojos muy grandes, un poco amarillos, y unos labios grandes también, muy serios y apretados. Nos hemos dado las manos. “La paz sea contigo”, me ha dicho también, en español. 

Me he quedado contenta de lo que ha pasado. Ha sido la primera vez, en todos estos años, que he sentido en mi mano la de una gitana rumana. Para ella, no es la primera vez, desde luego, que un español o española le ha dado las mano. Se ha vuelto hacia el banco de atrás, y dos señores y una señora han cambiado el saludo con ella. 

Pero a lo mejor, para ella, es también la primera vez que le ha dado la mano a una transexual.  

Kim Pérez 26-11-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

  

                                                    Matrimonio y Transexualidad

 

En estos años, la relación con algunas amistades queridas me pone delante de los ojos con frecuencia y me hace darle vueltas a la cuestión del matrimonio de las personas transexuales o disfóricas.  Para entendernos, me referiré a lo largo de este escrito al matrimonio de XY con XX, porque si decimos matrimonio a secas, podrá quedar la duda de si trato también del matrimonio homosexual y la de qué es homosexual y heterosexual en nuestro caso. 

Voy a tratar, primero, de las personas disfóricas que están casadas y no han empezado la transición, y después, de las personas disfóricas que están casadas con la transición ya hecha. 

Es muy frecuente la primera situación. Responde a un “me caso y ya se me pasará”, tomado en la juventud, con poca experiencia, en uno de los períodos de purga o negación que son tan frecuentes en muchas personas disfóricas. Hay que decir que la disforia no se pasa, aunque pueden variar sus formas de expresión. 

La disforia, el desagrado de género, es una condición estructural de la persona que permanece independientemente de que se le haga caso o no, como herencia de un conflicto que ha sucedido en la realidad, históricamente, y que por tanto está ahí en la memoria. 

Puede ser que, en la euforia de la purga o período de negación de la disforia, ni siquiera se le haya dicho a la persona que se elige como cónyuge. “¿Para qué? Si se me va a pasar. Además, podría perderla y la amo”. 

O puede ser que se le haya dicho, y que la otra persona haya pensado: “Le voy a ayudar a que se le pase. Sí, ya se le pasará. Además, podría perderlo y lo amo”. 

Una y otra se están equivocando con falsas expectativas. Pasa el ciclo de negación, la emoción de la novedad, se asienta el día a día en el matrimonio y vuelve la disforia. 

En ese momento, la esposa puede sentir amenazada su identidad, su deseo, su necesidad vital. Es normal, dadas sus esperanzas, aunque estuvieran equivocadas. 

Pero también es verdad que puede no interpretar bien la realidad que tiene delante. En muchos aspectos, su marido es un ser masculino, al que ha podido amar y  ha podido amarla por esa parte de masculinidad, aunque a la vez tendrá que expresar de alguna manera  su disforia. Este “es y a la vez no es” es más dificil de entender, puesto que es más fácil entender las realidades sencillas, pero es parte de la realidad que siempre se ha tenido delante. Incluso con sus ventajas, cuando el amor viene por la delicadeza o la sensibilidad, que son propias muchas veces de las personas disfóricas. Si no hubiera disforia, no habría tal delicadeza o comprensión e intercomunicación. 

También a veces la esposa puede aceptar la realidad, por puro afecto, sacrificándose mucho o poco, según los casos. Puede, pero no se le puede exigir. Depende del equilibrio afectivo que también ella necesita que pueda comprender y aceptar la situación. 

Y están los hijos. A mi entender, la regla en este caso es la siguiente: Un niño necesita estabilidad para desarrollarse. Hay casos en los que les perturba mucho la decisión de su padre. Eso es independiente de lo que puedan decir o verbalizar. Sobre todo en los hijos varones, que necesitan en la niñez y la adolescencia, tener un modelo de varón, que buscan en primer lugar en su padre, sus hechos, su conducta, sus estudios se pueden ver muy afectados y entonces se comprende que, pese a su buen voluntad no han podido entenderlo. Las niñas pueden entenderlo mejor e incluso solidarizarse, pero cuando son pequeñas, no se debería correr el riesgo de que no lo entendieran. Entonces no quedan más que dos soluciones: o la persona disfórica se aleja de sus hijos para hacer su transición –ya se sabe, “como la uña de la carne”-, o espera a que superen por lo menos la adolescencia. Hay dolor en ambas opciones, pero el dolor no es malo de por sí, cuando está justificado. Es un sacrificio y los sacrificios engrandecen a la persona que los hace, especialmente, en su momento, a los ojos de sus hijos. 

Hay muchos casos en los que, llegado el momento, o no habiendo hijos, el matrimonio se salva y permite la transición. 

La solución más típica es pasar a vivir como amigas. Se renuncia al sexo, lo que puede no ser muy importante para ambas, pero se salva la convivencia y la familia. 

La esposa puede sentirse insegura, de todos modos, y lo más práctico es que se ponga en contacto con otras compañeras que estén en su caso para que constate, primero, que es un hecho compartido, no una situación única, y segundo, que entre varias pueden encontrar mejor las soluciones a los problemas del día a día. 

En los países anglosajones florecen las Asociaciones de cónyuges, parientes y allegados de las personas disfóricas; en los países de lengua española, nuestro reconocido individualismo nos lo estorba; pero es posible acudir a Encuentros –eso sí nos gusta-, trabar amistades y quedarse con teléfonos. 

También se puede pedir a la persona disfórica que realice por su parte un esfuerzo por amor a su acompañante, si es posible. Cuando hay un matrimonio, es posible que la disforia no haya llegado demasiado lejos y que la identidad masculina no haya desaparecido del todo. Para esas personas, identificarse quizás como intersexual, quizás como varón disfórico, puede ser posible y les permite ir menos lejos que las que se identifiquen como mujeres en el pleno sentido de la palabra. 

La identidad intermedia permite una gradación en la expresión. No es obligatorio para expresar la disforia meterse en el trayecto psicólogo-endocrino-cirujano. En el grado mínimo, se puede expresar mediante el transformismo, o el dragqueenismo, asociándolo con una expresión estética, cuando el carácter lo favorece, expresiones de fin de semana, de bares, de amigos hoy relativamente frecuentes, o mediante un  transvestismo casero o interamistoso, también de fin de semana, de encuentros, de aventuras compartidas; en otros grados, puede llegarse a la hormonación o incluso a la operación como hecho personal, que no trasluce a la vida pública, y compatible con esa identidad personal como persona intersexual o como varón disfórico, que se puede compartir con la persona querida. 

Es verdad que la disforia requiere alguna forma de expresión y comunicación, como todos los sentimientos, y a la vez un control racional. Si falta lo primero, se produce la situación de represión que explicaba Freud como muy perjudicial, en la medida en que las fuerzas afectivas comprometidas, existiendo e impedidas de expresión, hacen daño a la misma persona que las tiene y a su entorno. 

Hace falta darles alguna salida y en esto el mismo Freud deja abiertas las puertas al reconocer que estas salidas pueden ser simbólicas. Deben ser controladas racionalmente, eso sí. Dar salida a las pulsiones no quiere decir dejarlas incontroladas, como una tromba. Precisamente, la falta de expresión favorece los estallidos y las trombas y la expresión, en algún grado, favorece el control racional. 

Por control racional entiendo tomar en cuenta las realidades que nos envuelven, su valor para nosotros y sus resquicios. La comunicación con otras personas transexuales, hoy favorecida por internet, resulta muy valiosa, por lo de que cuatro ojos ven más que dos, aunque también hay que someter a crítica lo que se nos dice.  

Cuando se trata de la convivencia de dos personas, esta racionalidad es indispensable. Puede hacer ver que la separación es inevitable, o puede encontrar los terrenos de transacción que permitan seguir conviviendo.  

Kim Pérez 19-11-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                   Lo que dije en la conferencia

 

No soy partidaria de la falsa modestia (se es lo que se es, ni más ni menos), de manera que voy a contar cómo fue la conferencia del otro día en la Facultad de Pedagogía de Granada. 

La clase estaba llena de alumnos. La profesora me presento diciendo que “mis alumnos me adoraban”, lo que me alegró y pensé que era casi verdad: me querían y eso es más que suficiente. 

Me senté en el borde de la mesa, costumbre de profesora, y empecé a hablar, rápidamente, de que ya se sabe cuál es la diferencia entre homosexualidad y transexualidad, la expliqué en pocas palabras para quienes no se hubieran enterado, y me metí en lo que he descubierto hace pocos días: que hay una identidad fáctica y una identidad desiderativa, pero que ambas son identidades (lo podéis ver explicado con más detalle en el “Comentario de la Semana” anterior) 

También en pocas palabras, la fáctica es el concepto de lo que soy, que a veces es muy frustrante, y la desiderativa es el de lo que quiero ser, a veces como respuesta a esa frustración, por lo que no es un deseo cualquiera, es un ansia muy fuerte. 

Lo que quería hacer, al empezar de esta manera, es que vieran que el fundamento de la transexualidad es común a todos los seres humanos; que no se creyeran que somos personas raras, sino que comprendieran que nuestras motivaciones son las de todos, aunque sean más intensas y radicales en nuestro caso: el descontento por lo que se es (algo normal), el deseo y hasta la necesidad de ser algo mejor. 

Les expliqué que las identidades desiderativas pueden ser realistas o no realistas, pero siempre expresan lo que la persona es, aunque sea simbólicamente, y lo que le falta y por tanto desea. 

Les puse como ejemplo de identidad desiderativa poco realista la de las muchachas que sueñan con ser modelos; les dije que, a lo mejor, novecientas noventa y nueve de cada mil no lo consiguen, pero que eso expresa una realidad afectiva: necesitan ser reconocidas como bellas por todos, necesitan ser deseadas y queridas para sentirse vivas. 

También les expliqué que la misma persona puede tener varias identidades desiderativas, y les dije que en mi adolescencia formé tres, muy diferentes, unas más realistas que otras, pero no les concreté cuáles, porque no era el momento y para dar más suspense a la conferencia. 

Ya entonces pasé a la segunda parte, más centrada en la transexualidad, y les dije que una decisión tan difícil se explica sólo si hay un verdadero conflicto (en la identidad fáctica) 

Les insistí en que la palabra “conflicto” suena mal (nadie queremos tener conflictos), pero es algo profundamente natural, la vida es conflicto, e incluso para vivir necesitamos entrar en conflicto: para alimentarme, necesito por ejemplo comer gambas, lo que me hace entrar en conflicto con las gambas, pero tendría que decirles: “perdonadme que os mate, pero os necesito para vivir” (dicho sea de paso, lo mismo nos pasa cuando comemos vegetales, son células vivas las que tenemos que comernos para vivir, lo que es un conflicto también para las coles) 

Por eso, que algo nazca de un conflicto es plenamente natural, y a los conflictos puede aplicarse en general el principio de que “lo que no mata, engorda”. Es verdad que pueden acabar con nosotros, es algo profundamente serio, pero si los superamos, crecemos en humanidad. 

A mi entender, el conflicto más general para las personas transexuales es el de no sentirnos suficientemente valoradas, queridas o admiradas en lo que somos (lo que nos dice nuestra identidad fáctica) y buscar con ansia los medios para conseguirlo (nuestra identidad desiderativa) 

Si por medio llega el pensamiento, para un muchacho, por ejemplo, de que las mujeres son más deseadas, queridas, valoradas, protegidas, admiradas que los hombres y que si él fuera así, los hombres lo mirarían con mejores ojos, ya está construido el esquema de la transexualidad (y más si en su situación fáctica se siente rechazado, no querido, desvalorado, amenazado, despreciado por los hombres) 

Si la situación es duradera, su respuesta será también duradera y formará una transexualidad estable, que se queda formando parte de la personalidad, que es un recurso de supervivencia ante un conflicto grave. 

Por ahí más o menos (por lo que recuerdo más lo que ahora añado) terminé mi exposición y pasamos a las preguntas. Los estudiantes me sorprendieron por su madurez y por los conocimientos previos que permitían que el diálogo fuera entre personas que sabían de lo que hablaban. Todas las preguntas, empezando por la que hizo para romper el fuego, una chica de negro de la primera fila, fueron interesantes. 

En dos de ellas, planteadas por chicas que estaban más al fondo, mis respuestas fueron –ahora me doy cuenta- verdaderas, pero algo inexactas. 

Planteé que el conflicto que genera la transexualidad puede deberse a que la persona, tal como es no se halla dentro de los estereotipos de género. Dije que el género es un continuo que va desde Schwarzenegger a Marilyn Monroe y que está claro que la mayoría de las personas no estamos en esos extremos, pero que en nuestra actual cultura funcionamos como si lo estuviéramos; hacemos de uno el modelo “varón” y del otro “mujer” y nos empeñamos en meternos en la casilla. Las personas que luego seremos transexuales nos sentimos más lejos del extremo y con menos ganas de meternos en él, “yo estoy aquí” (señalé más o menos cerca del medio, pero a la vez en la mitad masculina) y entonces, simplificamos también, y decimos “si no soy A, o si no puedo ser A, entonces sere B”, con lo que nos vamos de un extremo a otro. 

Entonces, una de las alumnas vio que, si en la cultura del futuro estuviera más clara la idea de continuo, y cada uno pudiera decir con naturalidad dónde está, la transexualidad dejaría de tener razón de ser, porque por ejemplo los varones más femeninos se sentirían reconocidos y valorados como tales varones más femeninos y yo le dije que sí, creo que equivocándome en el momento. Es cierto que, si las variaciones de género son reconocidas por una cultura, los conflictos motivados por ellas se acabarán, y habrá menos razones para ser transexual, porque se podrá ser ambiguo con toda naturalidad, sin tener que dar el salto de identidad; pero he pensado ahora que tampoco quiero poner el énfasis en lo del continuo, porque sé que existen a) personas muy ambiguas que no son transexuales y b) personas transexuales pero que no son nada ambiguas, que son varoniles, vaya, y sin embargo necesitan cambiar de sexo, por ejemplo. Esto hace ver que lo decisivo no es lo del continuo, sino lo del conflicto; esas personas transexuales que digo, varoniles y como sea, han tenido en su niñez gravísimos conflictos que les han hecho rehusar cualquier forma de masculinidad. 

Luego, un alumno de las primeras filas, casi treintón, me preguntó por lo de mis identidades alternativas. Le conté que, en mi niñez, formé tres ideales de futuro: uno, el cambio de sexo; otro, la admiración por los príncipes (tal como vi la vida de príncipe en “El Príncipe Estudiante”, una película que me hipnotizó), y que me hizo desear haber sido un príncipe, porque era admirados, deslumbrantes y queridos, lo que yo no era; y el tercero, el ser marino mercante, lo que yo me imaginaba en el puente de mando de un barco surcando las olas de noche. 

Analicé los otros dos sueños; el segundo, evidentemente es irrealista, pero si se hubiera realizado en algún grado, siendo yo por ejemplo el hijo de un marqués ¿hubiera satisfecho suficientemente mis ansiedades afectivas? No lo sé, pero creo que sí. 

El segundo, me parece arquetípico, según el concepto de Jung, un símbolo básico de la vida: el barco es un símbolo fálico, sin duda, y el mar es un símbolo femenino. Es un arquetipo masculino, se mire como se mire, y expresa la parte masculina de mi personalidad (aunque también había la necesidad de ser querido: quise ser también grumete, como el niño de “Capitanes intrépidos”, que encontró el amor de un padre en el marinero portugués que hacía Spencer Tracy) 

Entonces lo dejé ahí, pero ahora añado: me voy a lo que dije antes sobre personas viriles que son transexuales debido a hondos conflictos. En mí puede haber esa forma de virilidad, pero también ha habido fuertes conflictos que son lo que me ha hecho transexual. 

La profesora me pidió que hablase de mi militancia y de cuáles son las tareas que nos quedan, y respondí que ahora, en España, hemos conseguido todos los cambios legales que necesitábamos, o estamos cerca de conseguir los que nos faltan (cirugía por la Seguridad Social en todas las Comunidades), pero  que la sociedad ha cambiado mucho menos, y todavía hay muchas discriminaciones en el ambiente; pero haber conseguido ya lo legal nos permite tranquilidad para centrarnos también en la tarea de estudiar lo que somos (que es la que nos puede dar fuerza moral) 

Terminamos y los estudiantes empezaron a aplaudir. Yo estaba un poco triste, pensando en que otras veces, después de estas conferencias, esos aplausos han servido para poco. Les saludé con cortedad, pero los aplausos seguían y mis amigos, que estaban allí, me dijeron luego que fue un aplauso largo. La profesora me ha dicho después que la conferencia les había impactado y espero que eso sirva para conseguir lo que todavía no hemos conseguido, lo que le insistí a la profesora antes, a todos durante y a la profesora de nuevo después: la necesidad de que la Universidad española, como las anglosajonas, incorpore plenamente la transexualidad dentro de los estudios de género. Me ofrecí para cooperar con cualquier estudiante que lo quisiera. “Eso es poco usual”, reconoció la profesora, valorándolo. Hasta ahora, he podido cooperar a fondo sólo en una tesina. Ojalá dentro de poco lo pueda hacer en decenas de memorias, tesinas y tesis.  

Kim Pérez 12-11-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Volviendo a la identidad

 

Me había puesto a pensar sobre la formación de nuestra identidad, definiéndola como un concepto sobre sí, cuando de pronto apareció en mi mente una idea que me sorprendió, y que puedo llamar la más sorprendente que me ha llegado en estos años. 

Es la de que la identidad, para todas las personas, no sólo se refiere a lo que son, sino a lo que quieren ser. La primera la llamaré fáctica y la segunda desiderativa. Quiero decir que no sólo sabemos que somos lo que somos, sino que, además, somos hasta cierto punto lo que queremos ser. Las ambiciones, los deseos, los proyectos que nos dan vida, corresponden a nuestra manera de ser, aunque sea simbólicamente. 

Es el hecho de ser transexual lo que me ha permitido comprender este mecanismo general humano, por la distancia que hay entre una identidad y otra, pero es aplicable a todos, a la muchacha que quiere ser modelo para ser amada o admirada y al muchacho que quiere ser futbolista para sentirse fuerte y vencedor. 

No se eligen los sueños en el vacío. Son una proyección de lo que se es, de lo que se tiene y de lo que falta. Cada cual tiene su fórmula propia de identidad en el presente,  decepcionada o contenta,  y la proyecta hacia el futuro como la esperanza siempre de algo mejor. 

Para todos, la identidad de lo que se quiere ser, puede ser realista o menos realista. En el segundo caso, se fracasará más o menos, pero esa nostalgia permanecerá firme en el corazón y buscará formas sustitutorias en las que expresarse, como la de quien quiso ser aviador y no pudo serlo, y se contenta  con su colección de aeromodelos. 

Pero también hay a menudo distintos proyectos, en todos los cuales se habría realizado esta identidad desiderativa. El fracaso en uno puede ser compensado con lo conseguido en otro, si absorbe la inteligencia y el corazón porque responde verdaderamente a las necesidades íntimas. 

¿Por qué se eligen estas identidades desiderativas? La forma más simple es por amor; se eligen porque parecen bellas y fascinan y eso es porque llenan los vacíos que son naturales en todo ser humano. Deslumbrado, el sujeto ve una forma hermosa de ser y piensa “Quiero ser así” (Quiere vivir lo que se vive de esa manera, quiere sentir lo que se siente, quiere pasar por la vida como por una experiencia luminosa. No me cabe duda de que algunas personas transexuales piensan así, no son disfóricas, simplemente llegan a la piscina con la intención de disfrutar del agua y del sol) Otras veces, la identidad desiderativa se forma como solución y salida de un conflicto arraigado (por ejemplo: “no me quiere nadie, quiero ser digno de amor, quiero ser como esa persona que es digna de amor o de admiración”) Éste es el caso de las personas transexuales disfóricas, que llegamos aquí empujadas por un conflicto tan íntimo como ése. 

En todas las personas funciona esta proyección, pero en las personas transexuales se ve mejor porque hay una distancia radical desde nuestra identidad fáctica (sabemos por ejemplo demasiado bien que hemos nacido varones) y nuestra identidad desiderativa (queremos ser mujeres o trans, algo intermedio pero bello) Esto puede surgir por tanto por simple fascinación ante la forma y vida de una mujer, sin disforia, o por nuestros conflictos (desamor, acosos, fracasos, estrés) , con disforia. 

Luego, el deseo tiene que confrontarse con las realidades de todas las clases (económica, familiar, etcétera) y a veces es realista o posible y a veces no es realista y es más o menos imposible. Digo más o menos, porque en este caso, siempre quedará latente, realizado simbólicamente en ese más o menos (relacionándose con el mundo trans, hormonándose sin cambiar socialmente, travistiéndose ocasionalmente, etc) y lo mejor es que haya identidades desiderativas alternativas que sí se puedan realizar y colmen en parte nuestros deseos, en los que se encarna nuestra personalidad y que por eso no son caprichosos, sino profundamente identitarios; tienen que ver con nuestra manera de ser, con nuestra comprensión propia, con nuestra felicidad en la medida en que podamos conseguirlos.

Kim Pérez 05-11-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                  La formación de la identidad

 

Me han pedido de la Facultad de Pedagogía de Granada que dé una conferencia y esto es lo que quiero decir: 

Una identidad es un concepto que cada cual se hace sobre sí mismo. 

Hecha esta definición, vamos a ver sus partes. Un concepto quiere decir un hecho de pensamiento, una imagen abstracta; y abstracto se refiere a lo que cada ser tiene en común con otros seres. 

Al descubrir lo que tenemos en común con otros, descubrimos también lo que no tenemos en común con algunos otros; o mejor, el orden temporal de estos descubrimientos es muchas veces al revés: lo que compartimos con unos, lo descubrimos a partir de nuestras diferencias con otros; antes de decir un sí, tenemos que decir un no; así funciona el pensamento humano. 

Este concepto de lo que somos nos lo hacemos nosotros mismos, usando nuestra capacidad de reflexión, que quiere decir la capacidad de pensar en nosotros mismos, de vernos por dentro. 

Para que el concepto de nuestra identidad sea sólido, debe basarse en la realidad. Podemos fantasear y engañarnos a nosotros mismos, pero la realidad protestará y el concepto erróneo o falso que hayamos construido sobre ella acabará desmoronándose. 

Ahora bien: los conceptos que nos formamos no sólo dependen de nosotros, sino de lo que nuestra cultura nos ofrece. No solemos ser capaces de crear nuestros propios conceptos, sino que tenemos que tomarlos del repertorio que nos ofrece nuestra cultura y ver el que mejor se nos adapta; los trajes están hechos y generalmente no somos capaces de coser un traje nuevo; nos probamos los que nos encontramos y elegimos el que mejor nos va. 

Utilizando como ejemplos los que más nos interesan, diré que nuestra cultura concreta tiene sólo dos conceptos para definir la realidad sexual: hombre y mujer. En su armario, faltan los conceptos de andróginos presentes en otras culturas y que corresponden estrictamente a la realidad. Por eso, no tenemos modelos; si soy varón, es que soy como papá y si soy mujer, es que soy como mamá; y si no soy varón, soy mujer, y viceversa; ¿pero si creo que no soy ni varón ni mujer, como quién soy? 

Entonces, voy directamente a explicar cómo se forma la identidad de las personas transexuales. 

En principio, sabemos que físicamente somos como los hombres o las mujeres; no tendríamos sentido de la realidad si no lo supiéramos; sabemos también que los demás nos consideran como hombres o mujeres y que tienen por tanto las correspondientes expectativas respecto a nosotros; a nuestros gustos y a lo que haremos en la vida. 

Lo que no saben es que en nosotros hay un gran no a todo eso; no nos gusta cómo se nos considera ni lo que se espera de nosotros. Ya he dicho que la mayoría de las experiencias conceptuales empiezan por la conciencia de un no que luego da lugar a la de un sí. 

(Advierto que parece ser que algunas personas transexuales tienen una experiencia que parece empezar por un sí: se adaptan tanto a las personas del otro sexo que empiezan su vida identificándose con ellas; luego viene el no, el rechazo al propio sexo; lo sé por los relatos de algunas de ellas, pero me falta su confirmación; si alguna, al leer esto, pensara “pues esto es lo que he vivido yo”, le agradecería que me lo dijese) 

La razón por la que muchas personas que luego serán transexuales  empiezan por decir que no a su sexo físico creo que hay que ponerla en un conflicto fuerte y duradero sufrido en su niñez o preadolescencia. 

Ese conflicto debe referirse al sexo, palabra que originariamente no significa genital, sino grupo de personas definidas según sus genitales. Es decir, lo conflictivo debe ser la pertenencia a un grupo de personas determinado. Ese grupo de personas puede estar definido a su vez por el padre, o por los compañeros, o por uno y otros. El niño o preadolescente encuentra dificultades fuertes y duraderas para sumarse a ese grupo; empieza ahí la disforia. 

Generalmente, las dificultades vienen de cierta androginia que impide que los demás lo acepten plenamente como uno de los suyos y que el niño pueda aceptarse como parte de quienes siente como diferentes; pero también pueden venir de otras causas, como los malos tratos por parte de un padre agresivo o por los compañeros hasta producir una indefensión. 

Entonces, después de haber llegado a decir ese no, a sentirlo como un gran horror y repugnancia, tiene que decir un sí, para sentirse presente en la vida, aceptado por alguien a quien pueda aceptar. 

Nuestra cultura concreta le ofrece sólo dos alternativas; si no eres hombre, eres mujer;  o viceversa. 

Entonces, el niño disfórico intenta comenzar a identificarse con el otro sexo; ya es transexual. 

Generalmente, le va mejor desde luego identificarse con el otro sexo, porque si las dificultades que ha tenido con el de partida vienen de cierta androginia, puede verse de hecho más a gusto entre ese otro grupo de personas. 

Si se ha llegado hasta aquí con plena convicción y adaptación, perfecto, me puedo ya callar; el proceso transexual ha cumplido sus metas. 

Pero a veces, el sentimiento de disforia (un “no”) subsiste después del proceso transexual (otro “no”)  Esto se debe a las estrecheces del armario de conceptos sexuales de nuestra cultura. La misma palabra “transexual” lo refleja y cae en ello: paso de “un” sexo al “otro”. 

Puede ser que la persona que no se siente hombre, vea que tampoco se siente mujer y que esta doble realidad le haga sentirse perdida. “¿Entonces, qué soy?” 

Sienten esta confusión como una vergüenza o una culpa, pero lo cierto es que se debe a un error de nuestra cultura. No hay sólo hombres y mujeres, hay también intersexos, los hay, sin salir de lo físico, la Naturaleza los produce dentro de una gama infinita que va del hombre más o menos femenino al hermafrodita y a la mujer más o menos masculina; pero nos olvidamos sistemáticamente de ellos. 

Entonces, muchas personas transexuales, al encontrarse con este dilema, lo resuelven adoptando simplemente una identidad como transexuales; es decir, como personas que se instalan en la transición, sin necesidad de ir de un extremo al otro. 

Otras pueden definirse como disfóricas, lo cual corresponde rotundamente a la realidad, y a la vez significa un grado de transición menor que el de las que se definan como transexuales. 

En todo caso, están expresando una identidad, es decir, un concepto bien fundado sobre sí mismas. Y están creando un concepto más avanzado y matizado que la simplificación            que sólo ve hombres y mujeres.

Kim Pérez 29-10-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                Maduración del proceso transexual feminizante

 

Cuando ya la persona ha decidido empezar un proceso transexual, puede que siga una de dos opciones, que de hecho, corresponden una a la inmadurez de la experiencia transexual y la otra a la madurez de la misma: 

-        O sigue con exactitud la imagen de la mujer en el espejo, figura externa que le fascina;

-         O decide la fidelidad a sí misma, como realidad interna. 

Como luego se verá, frecuentemente se empieza por la primera y luego se llega a la segunda. Hay una secuencia temporal de una a otra. Generalmente, muchas personas que no nos conocen bien, objetan que las transexuales pretendemos ser “demasiado femeninas”. Esto puede ser verdad en los primeros años del proceso transexual. Creo que en los siguientes, se tiende a poner las cosas en su sitio. 

En el primer caso, primará en ella el mimetismo de la imagen  femenina estereotipada. Es notable que la imagen de la mujer en el espejo no es exactamente la que se ve, sino la que se sueña, y en este sentido con frecuencia es la de una mujer joven, atractiva y seductora, y raras veces la de una mujer serena, o bondadosa, o madura. 

La fascinación –debo repetir esta palabra- de esta imagen es consecuencia de la ginefilia que la produce, expresión de una heterosexualidad masculina que sin embargo se ve expuesta a su propia negación por la disforia. 

Está claro que la fuerza de esta imagen puede conducir a la cirugía de reasignación en los casos en que no es necesaria ni deseada por sí misma, sino a otras cirugías estéticas igualmente no necesarias, con el fin de conseguir igualar lo más posible el propio cuerpo y el propio rostro a esa imagen de mujer que el espejo pueda devolver estimulantemente a cada momento. 

También la mimetización de una conducta femenina estereotipada es otro aspecto de la fascinación por la imagen de la mujer, que funciona bajo su presión, La persona transexual se siente empujada a copiar gestos, hechos, a imitar gustos y actitudes, teatralmente, sin que nazcan de sí misma. Esto es parte de lo que los observadores de fuera ven como una exageración de los estereotipos femeninos. 

Pero está también claro que de esa manera se llega a una especie de narcisismo en el que la persona transexual se casa por así decirlo con esa imagen; es una mujer deseada que está siempre al lado, obediente para aparecer con sólo mirar un espejo, capaz siempre de hacer cosquillear la piel. 

Sin embargo, expuesta a desaparecer, en cuanto la hormonación o la operación hagan disminuir la libido. En ese momento, en que la persona transexual se encuentra más cerca de parecerse a esa imagen, desaparece el interés por ella, aburre, por lo que la persona transexual puede encontrarse desconcertada y aun extraviada. 

Pero todo esto tiene un lado positivo para ella: la desaparición o disminución de la fuerza de la imagen de la mujer en el espejo, conduce a la atención sobre su propia interioridad, no sobre la exterioridad, y a conocer las causas interiores de su transexualidad, las más fuertes y estables. 

Generalmente, la disminución de la fascinación por la imagen de la mujer es lo que permite entrar en la madurez de la experiencia transexual. 

Entonces es cuando la persona transexual puede conocerse a sí misma, viéndose por dentro en la complejidad de su disforia y de sus pulsiones; aceptando que no sea la imagen de una mujer la que aparezca ante su mirada interior, pero tampoco la de alguien que haya conseguido desarrollar una masculinidad. 

Conociendo el difícil proceso de adaptación que ha tenido que seguir para poder aceptarse, con toda su realidad y su verdad, sufrimientos y ansias, soledades y compañías, autocomprensiones y equivocaciones. 

Realizando su vida a partir de ese momento como cualquier otra persona: con la mayor fidelidad posible a lo que hay dentro de sí, sea como sea, sin estereotipos. 

En particular, la llegada a este momento fundamenta mucho mejor la decisión sobre la operación, que ya no se ve como una adecuación a un estereotipo externo sino como una adecuación al interior de la propia persona que se plantea si llegar a ella. 

¿Yo, a solas, ante mí misma, la necesito o no la necesito? Sabiendo que, en la complejidad de los sentimientos transexuales, ella sola no me feminiza más o menos. Dicho de otra manera, hay personas transexuales muy femeninas que no necesitan operarse y otras menos femeninas que necesitan operarse. 

La operación no tiene que ver con el grado de feminidad conductual, sino con la disforia, que puede haberse centrado simbólicamente en los genitales o no. Siempre es simbólica, por cierto; nos hace más parecidas exteriormente a las mujeres, pero no nos hace mujeres a las que no lo somos. No transforma nuestros impulsos, nuestros instintos. Pero puede ser que algunas transexuales hayamos puesto la disforia de género expresada en una forma corporal que desde entonces nos repele, y otras no hayan llegado a ese sentimiento tan concreto y que incluso encuentren cierta forma de ambigua serenidad y seguridad en la presencia de esos órganos en un cuerpo feminizado. 

No se espere que la transexualidad sea un hecho tan simple como “un alma de mujer en un cuerpo de hombre”, sobre todo porque hay hombres muy femeninos que no son transexuales. Creo que más bien es siempre o casi siempre un hecho complejo, que es preciso entender para poder simplificar. Y su simplificación me parece que está en la disforia de género o de sexo.

Kim Pérez 22-10-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                El proceso transexual de las personas feminizantes

 

El proceso transexual de las personas feminizantes no comienza como una deficiencia hormonal o una patología psíquica, sino como consecuencia de un conflicto al que sigue como respuesta adaptativa. 

El conflicto suele plantearse de modo parecido al de los procesos homosexuales, como dificultad en la relación con el sexo masculino durante la niñez, representado por el padre o por los compañeros de edad, lo que estorba o incluso impide en nuestro caso la identificación con la masculinidad. 

Esta dificultad puede deberse a la lejanía física o afectiva del padre o los compañeros, a su frialdad o a su agresividad. A veces, pero no siempre, se sufren agresiones objetivas, palizas e insultos. Es más frecuente padecer la simple distancia o no aceptación, que a la larga es demoledora. 

En todo caso, el niño que luego será transexual se siente insuficientemente arropado por ellos e incluso puede sentir verdadera hambre de padre y de amigos. Como resultado del conflicto, no se siente suficientemente querido ni valorado y como consecuencia interiorizadora, no se valora a sí mismo en general, ni en particular su condición masculina. 

Este conflicto objetivo ha sido observado con frecuencia al estudiar la transexualidad, pero en cambio no se ha tomado en cuenta la subjetividad de quien lo sufre. 

Si se aplicase a las personas transexuales el estudio caracterológico de Heyman-Le Senne, que se basa en las alternativas relacionadas con la emotividad, la actividad y la resonancia (primariedad o secundariedad), hipotetizo que muchas o casi todas serían muy emotivas, muchas no activas y muchas secundarias (reflexivas y tardas en la respuesta), lo que representaría un predominio de los tipos caracterológicos nerviosos y sentimentales. 

Es decir: seríamos personas especialmente sensibles a los problemas emocionales, con frecuencia también especialmente pasivas o inertes para reaccionar y muchas veces dadas a una gran resonancia o interiorización de todos los procesos. No son estas tres cualidades por separado las que pueden hacernos transexuales, sino la interacción de las tres ante un conflicto emocional relacionado con la necesidad de identificación. 

Esto explicaría el hecho de que, en las mismas condiciones familiares, no todos los hermanos sean transexuales. En los que sean menos emotivos o más serenos, las mismas circunstancias producirán un conflicto menor; lo mismo en los que tengan más capacidad de reacción activa e incluso de agresividad  o en los que sean más primarios o rápidos y poco reflexivos en sus reacciones. 

Por lo mismo, no todas las personas emotivas, pasivas y secundarias, las llamadas sentimentales, son transexuales. Tienen que haber vivido un conflicto muy  profundo, relacionado con sus posibilidades de identificación masculina, para serlo. 

(Esto se puede aplicar también al concepto de hipoandrogenia prenatal como generadora de ese temperamento sentimental. Por intensa que sea la hipoandrogenia, si no hay conflicto, no hay transexualidad. Sin embargo, es cierto que una hipoandrogenia incluso ligera puede precipitar el conflicto, al estimular la inaceptación por parte del padre o los compañeros) 

El conflicto con el padre o los compañeros puede manifestarse, a), en una necesidad predominante de su afecto; b), en una carencia de identificación sexual o de género o c), en ambas exigencias juntas. 

En el primer caso, el niño responderá al conflicto en sentido homosexual; es  la valoración de la figura paterna o la exaltación del sentido de la afinidad y el compañerismo lo que explica muchas homosexualidades, incluso las más centradas aparentemente en la corporalidad que en la sentimentalidad, pues el cuerpo no es más que el simbolo visible de los sentimientos que se desean. 

En el segundo caso, es cuando se produce la disforia, que puede ser de género o de sexo, según afecte sobre todo a los aspectos sociales y  conductuales o todo esto haya sido también muy corporalizado y se simbolice en el rechazo de los genitales. Pero la disforia sola no tiene que ver con la orientación sexual, que puede seguir siendo ginéfila, aunque puede dificultar su desarrollo, generando una asexualidad práctica. 

En el tercer caso, cuando las necesidades afectivas en la relación con los varones, padre o compañeros, son particularmente intensas y se superponen a la vez a las dificultades de identificación, es cuando se da la transexualidad andrófila, alimentada con fuerza por ambos componentes. 

La transexualidad se inserta por tanto en la teoría del conflicto y la respuesta y es natural en cuanto que los conflictos forman parte inseparable de la existencia y requieren una respuesta. 

En este sentido, parece necesario seguir el proceso transexual, puesto que es una respuesta a un conflicto. La persona transexual intenta, al seguir el proceso, dar respuesta a las necesidades de identidad, afecto y valoración que el conflicto le ha quitado. Las personas transexuales feminizantes esperamos muy intensamente ser queridas y valoradas por los otros gracias a nuestro proceso, lo que puede permitir lo que es más importante, que podamos querernos y valorarnos a nosotras mismas, es decir, tener una identidad. 

(Por eso, cuando a menudo nos encontramos con que el sueño de ser queridas por los otros se convierte en una pesadilla de prejuicios y agresiones, nos es suficiente con poder valorar nuestra propia imagen. “Pero soy mujer”, como dice mi amiga Sonia) 

Pero queda claro que de alguna manera hay que dar una respuesta total o parcial al conflicto. El conflicto no puede quedar sin solución, porque entonces conduce a la melancolía y a la lenta destrucción de quien lo sufre, o de sus esperanzas y combatividad.  

Sólo se puede atenuar esta angustia pensando que esto es lo que ha sufrido hasta ahora la mayoría de las personas transexuales. Incomunicadas unas de otras, teniendo la impresión de ser únicas o casi únicas, culpabilizadas, sólo una minoría ha tenido hasta ahora la posibilidad por sus circunstancias o la audacia de vivir en público su transexualidad. Una exigua minoría se ha liberado mientras que la gran mayoría, quizá nueve de cada diez, ha tenido que subsistir en la clandestinidad como ha podido. 

Es verdad que no todos los conflictos a que me refiero se han vivido con igual intensidad y parece que hay transexualidades o personalidades más flexibles y otras más inflexibles. Pero ahora es posible más fácilmente que antes entender y vivir la respuesta transexual, que a su vez admite por tanto distintas modalidades.

Kim Pérez 15-10-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                         La ternura y firmeza de las transexuales

 

Hace unos días me pasó una cosa que me hizo sentirme orgullosa de ser trans como hacía meses o mejor, años, que no me sentía. 

Me había reunido con una amiga para hablar de proyectos en otro terreno, que exigen mucha comprensión, pero también energía. 

Ella estaba por la comprensión, el acuerdo, la amabilidad, las manos unidas como los indios a toda costa. 

Y yo también; sé muy bien que soy conciliadora y que estoy más a gusto en medio de la concordia que de las discusiones; pero había un aspecto que me sublevaba y por el que no estoy dispuesta a transigir, por buenas razones, porque en otro caso me haría sentirme mal, insegura y dejaría paso a la posible agresividad de otras personas. 

Mi amiga me decía que está cansada de enfrentamientos y guerras que no conducen a ninguna parte, lo que, dicho sea de paso, hacía suponer que si yo defendía mis derechos –en un tema que no tiene que ver con la transexualidad- y la verdad, eso sería como crear un enfrentamiento. 

Por supuesto, no voy a ceder en eso, pero de momento preferí pasar de la cuestión. 

De pronto, mi amiga me sorprendió al comentar que en mí hay las dos vertientes, la conciliadora y la enérgica, y que eso es posiblemente hasta orgánico, aludiendo veladamente a mi condición, mientras que ella no puede ir más allá de sus deseos de paz o tranquilidad. 

Le respondí que siempre había sentido eso. Por ejemplo, en mi trabajo, siempre me había dado cuenta con cierto asombro de que podía ser a veces más tierna y comprensiva que mis compañeras y, a veces, más drástica y seca que mis compañeros que, en ciertas ocasiones, mostraban más miramientos que yo. Y siempre he sentido que tener esas cualidades aparentemente contradictorias, es por ser transexual. 

Porque no es que sean distintas o correspondientes a distintos sexos, es que en mí están unidas, como yo soy una persona unificada. Como cualquier persona pasa de la alegría a la tristeza, yo puedo pasar de la ternura a la dureza. Todas las personas pasan también de una a otra, ¿pero por qué yo paso, como he visto, de ser más tierna, no que los hombres, sino que las mismas mujeres, y más dura, no que las mujeres, sino que los mismos varones? 

Porque ser más tierna que los hombres y más dura que las mujeres no tiene ningún mérito: eso es lo que son en general las mujeres para lo primero y los varones para lo segundo. 

Entonces es como si yo sobrepasara, por los dos extremos, a lo que veo en mis compañeras mujeres y mis compañeros varones. Cuando ellas se sentían inseguras con los alumnos, yo me sentía segura y podía ser comprensiva; cuando ellas se alejaban confirmando la distancia, yo seguía cerca; cuando ellos se frenaban ante cualquier temeridad, yo seguía adelante y ponía en marcha por ejemplo una revista ¡semanal! en el colegio, abierta a los comentarios libres sobre todo, incluso sobre los profesores –con límites razonables. 

Y a la vez sé, que comparada en general con las mujeres, resulto dura, y comparada con los hombres, resulto blanda, pero es en ciertos aspectos que mejoran los originales: soy más segura que las mujeres y menos brutal y torpe que los hombres. 

Es como si las personas transexuales no tuviéramos ciertos frenos o límites hormonales que afectan por un lado a las mujeres, para que sean femeninas, y por otro a los varones, para que sean masculinos. Es como si la naturaleza, al echarnos al mundo, dijera : “Tú no tienes que estar limitada por nada, tú no tienes que ser femenina ni masculina, tú puedes ser como eres”. 

Al pensar todo eso, me doy cuenta de una diferencia entre lo que somos y lo que puede entenderse por intersexualidad o ambigüedad, en lo que a menudo me he reconocido. 

No es que seamos intersexuales en el sentido de que estemos a medio camino entre las mujeres y los varones lo que, en las personas verdaderamente intersexuales, hombres delicados o mujeres enérgicas, aunque a veces unos y otras tengan un verdadero encanto, cada cual en lo que le es propio, significa simplemente hombres menos viriles que el promedio y mujeres menos femeninas que el promedio. 

Así era el muchacho en el que tanto pienso, de fina cara y largas manos, emergiendo de su jersey de cuello de cisne negro, que vi apoyándose lánguidamente en la barandilla de latón de un café de París, hace cuarenta años. 

O así eran mis tías, que galopaban a caballo y cazaban en el Cortijo del Río hace casi sesenta años; por cierto, dos actos que no me motivan, aunque yo también los haya practicado; pero cuando montaba a caballo me daba miedo galopar y nunca me atreví; y cuando cacé acabaron por darme lástima las presas. 

O sea, que aquel muchacho tan bello –es que no se le puede llamar guapo, sino bello- seguía siendo un varón y mis tías eran sin duda mujeres, pero uno y otras desdibujados con relación a los modelos básicos. 

En cambio, las personas transexuales estamos por encima de lo que es ser hombre y ser mujer. Por eso, a veces, hemos sido comparadas  con ángeles, fuera de la división habitual de los sexos. 

Todo esto es lo que yo había pensado, pero había olvidado, quizá por haberlo pensado sólo yo, por miedo a equivocarme. Pero así es como me ha visto mi amiga y eso me indica que es posible que sea así de verdad y ésta sea mi naturaleza objetiva. Alguien que ha sido hecho para que, de una manera unida, vaya de lo tierno a lo duro, unifique ampliamente estas maneras extremas de ser en una sola personalidad, y vea y haga así lo que muchas mujeres y muchos varones no pueden ver ni hacer por separado. 

Y éste es mi orgullo transexual.

Kim Pérez 08-10-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Cortocircuitos

 

Hoy voy a hablar, para avisar y tranquilizar, de uno de los hechos más sutiles de algunas de las experiencias trans: el cortocircuito que se puede producir entre la disforia y el eros. 

Es propio de personas XY, disfóricas, y de orientación ginéfila, es decir, amantes de la mujer. 

Se trata de lo siguiente: el adolescente disfórico (usaré todavía el masculino) se encuentra vacío de identidad, literalmente, sin poder aceptar ninguna imagen suya, porque le revela a sí mismo como masculino, que es lo que lo trastorna, por la carga del trauma que lo ha herido. 

En ese momento, la identidad femenina aparece como una hipótesis, “Si no soy A, seré B”, dentro de un esquema cultural que admite sólo dos alternativas, A o B. 

Primero en su imaginación, esa hipótesis empieza a fascinarle. Hojea revistas, ve imágenes alucinantes, se fija  en anuncios de la televisión, “puedo ser como ella”, mira a muchachas por la calle y el deseo se convierte en envidia. 

Así llega hasta el espejo. Puede ser que se haya travestido por primera vez. Y entonces ve una imagen de mujer superpuesta sobre la suya. Ve por primera vez una imagen aceptable de sí. Es una imagen electrizante por ser de mujer. Y a la vez es la suya, cuyos rasgos, cuya carne, aparecen bajo el deslumbramiento del maquillaje o la ropa interior. 

En ese momento, se produce el cortocircuito. La nueva imagen cumple dos funciones, le da la identidad que le falta y a la vez es bella y deseable. Disforia se ha unido a eros y alcanzan una potencia indescriptible.  

La alegría repentina del descubrimiento de sí lleva a la excitación, aunque al mismo tiempo, en el fondo de la consciencia, haya un rechazo de esta excitación: “No, esto no, no quiero excitarme, si soy de verdad una mujer debo ver mi imagen con serenidad y con ternura” , pero la excitación en la soledad y en la angustia de la transgresión se convierte en un  torbellino que es muy difícil de resistir. 

El final de momento de esta situación es el agotamiento, la vergüenza, la tristeza. Pero se ha descubierto un canal que conduce al mismo tiempo al placer y al consuelo. La imagen de la mujer en el espejo se vuelve necesaria. Se busca en todas partes, en la sombra en la tierra, cuando llevamos el pelo ya largo, en el reflejo pasajero en los escaparates, en las fotografías. 

Esta asociación de imágenes y sentimientos se hace habitual. A veces, la persona ya trans, se entiende a sí misma y se dice “estoy enamorada de mí misma”; o “me he casado conmigo misma” o, como contaba Kathy Dee, lo mismo que una amiga suya, se pasa horas en el baño, contemplando su cuerpo desnudo, ya operada, viendo en él la imagen de la mujer. 

Hasta que, paradójicamente, la misma hormonación o la operación, comienzan a hacer su efecto, en el que se puede tardar meses, de que descienda paulatinamente el nivel de la líbido en la persona trans. 

Entonces se produce un cambio desconcertante. Ya no interesa o interesa mucho menos la imagen de la mujer en el espejo. No es que desagrade, pero ya no electriza ni fascina. 

Puede ser que la persona trans, que ya no necesita esa imagen, en el fondo protésica, lo manifieste dejando de maquillarse, de usar el rimmel y el pintalabios, de buscar ese brillo que antes la deslumbraba, porque ya no le dice nada de particular. 

Puede sentirse, quizás, entristecida o deprimida. Ya no tiene aquel poderoso estímulo que la exaltó y la hundió durante los años anteriores, que resultó crucial para tomar su decisión. Puede que se encuentre perdida de nuevo: “¿Pero qué soy?” 

Y sin embargo, no hay motivo. Volvamos al principio. Recordemos que hubo dos elementos que se superpusieron: la disforia y el eros. 

La disforia fue el fundamental, la causa básica de todo el proceso. Describámosla como una falta de identidad aceptable. 

¿Se puede imaginar, quien no sufra disforia, el dolor y la angustia que se puede sentir al decirse “no sé lo que soy” o, peor, “no puedo aceptar estar donde estoy” o que “los demás vean en mí lo que no quiero que vean”? 

Son formulaciones negativas, pero reales, y por ser negativas son dolorosas. Y estables. Ante tanta angustia -¿es que ya no os acordáis?- la imagen de la mujer en el espejo pudo ser un consuelo artificial, pero fue un consuelo. Ayudó a salir del paso. Duró mientras tuvo que durar y se fue cuando ya no fue necesaria. 

Porque en el fondo, en el proceso, nos afirmamos como personas disfóricas, o trans, es decir como distintas de lo que no podemos soportar. No seremos mujeres como otras cualesquiera, pero resultaba peor que nos vieran como hombres como otros cualesquiera. Ahora, desde luego, ya nadie nos ve así. 

Propongo que asentemos nuestra identidad sobre el hecho de que somos personas disfóricas. Nadie nos puede negar, a las que lo somos, que lo somos. Por qué lo somos, puede ser otra historia. El hecho es que lo somos. 

Puede ser que algunas percibamos en nuestra historia una ambigüedad de origen, causa de la disforia o desadaptación y de todo lo demás. Yo lo percibo en mí y ahora tengo suficiente con ello. 

Kim Pérez 01-10-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                Compañeras

 

Lo más parecido a las terribles experiencias de la mística que se puede tener en la vida diaria es la música. Hoy lo he comprobado una vez más metiéndome en un documental sobre los blues en Inglaterra, en el que ha participado gente como Tom Jones o Van Morrison, cantando, haciendo música y todo eso. 

Digo que me he metido, porque como tengo la suerte de tener ahora un amigo músico, y sé cómo funciona su banda, todo lo he visto lleno de vida, a todos unidos en la percepción de algo que está por encima de sus vidas, esa  música larga y lenta, quebrada y levantada, suave y rota, que te hace entender de verdad la vida y sentimientos tan hondos que no sabías ni que los tenías, realísimos, clarísimos, y a la vez inexpresables e inexplicables con palabras y por eso, y porque te saca de este mundo y a veces no te importaría ni morirte, digo que es lo más parecido a la mística que tenemos a  nuestro alcance la gente corriente. 

Como ahora sé cómo funcionan mi amigo y sus compañeros, que son músicos profesionales y muy entendidos de técnica, sé que cuando se reúnen por gusto en cualquier ocasión, no descansan de la música, sino que ponen sus guitarras por medio y aprovechan para tocar y cantar  con todo su placer y dedicación, como si no lo hubieran hecho una y otra vez actuando los fines de semana.

Me doy perfectamente cuenta de que, entre bromas y risas, sentados espatarrados en los sofás, hartos de verse desde hace veinte años y sabiéndose de memoria, están unidos por su gusto, pasión, enamoramiento, por algo común a los cinco o seis, común y más grande que ellos, un infinito corriente abierto a todos, la belleza de cualquier vida vista desde dentro, entre cervezas y cubatas, y eso los hace de verdad compañeros y amigos, porque aman lo mismo. 

Como sus personalidades están rotas por el amor, se ríen con facilidad, se abren, no entran en los juegos de poder y prepotencia de otro, no fardan, no son engreídos, lo cuentan todo con toda naturalidad, amores, ligues y fracasos, saben situarlo todo en una canción y por eso les dije una vez que, siendo un grupo de heteros, eran lo más parecido a los gays que he visto. 

Y de vez en cuando me gustan y los deseo, simplemente porque me gusta lo que hay en sus cerebros, detrás de sus ojos, porque sé que lo comparto. 

Me he dado cuenta de que mi sentimiento principal es el compañerismo, seguramente porque me faltó cuando hubiera debido sentirlo por primera vez, entre las cañas verdes de mi niñez. 

Yo deseaba por encima de todo tener compañeros que me quisieran y a quienes querer y no lo tenía. Por eso los busco continuamente, en todo momento, de una manera tan natural que no me doy cuenta. 

Recuerdo cuando me sentí compañera por primera vez y con orgullo de otros profesionales jóvenes como yo, en un intento de movimiento social o de sindicalismo, en los últimos años de Franco, quizá porque era la primera vez en que me sentí plenamente aceptada y con un sitio en la sociedad. Estoy viendo el aula acristalada en la que nos reunimos y han pasado cuarenta años. 

Luego he sentido muchas veces lo mismo, una emoción suave, una fraternidad, cuando me he visto en las Asambleas de nuestra cooperativa, cuarenta personas unidas en un mismo destino laboral, los mismos problemas, las mismas alegrías y los mismos orgullos. 

Me gustaba contar los años que me quedaban para estar con mis compañeros y constatar que eran muchos. Cuando ya fueron pocos, sentía la presencia de un corte como el de quien por una carretera se acerca a la barandilla que da a la playa y luego al mar. 

Con esto, os podéis figurar mis sentimientos cuando por fin pude vivir en compañía mi transexualidad. La locura de los primeros años, cuando nos vimos entre amigos y amigas transexuales en Zaragoza, a San Sebastián, a Sevilla. La alegría de viajar en un auto en el que los cuatro ocupantes éramos transexuales, una condición tan poco frecuente fuera, y allí estábamos cuatro y de ver cómo nos saludaban los cerros y los llanos a nuestro paso. La paz, la íntima felicidad de convivir con mi amiga y mi amigo, como una familia, casi todo el tiempo juntos, de dormir en su casa, de viajar con ellos, de levantarme e ir a desayunar a la calle entre los árboles con ellos, de  que estuviéramos juntos y fuéramos muy felices en la playa. 

No creía posible vivir lejos de los y las trans. Eran mi mundo, mi aire, mi vida.  

Cuando mis sentimientos se fueron depurando y me conocí mejor, esta unión se extendió a los amigos gays con quienes compartí muchas hermosas y cariñosas horas, sin ser yo gay.  Pero nuestras niñeces se habían parecido y también nuestras adolescencias desconcertadas y nuestras juventudes locas y temerarias y reprimidas y sufridoras, todo a la vez. 

Luego, la necesidad de ser yo misma o yo mismo por encima de todo me alejó de mis compañeras trans, dejándome vacía y como desamparada, lejos pero a gusto, olvidándome de todo, metida en otras cosas que no tienen nada que ver con las trans: política, historia, filosofía, etcétera. 

Hasta que encontré la puertecilla por la que he podido volver a entrar en el jardín de la compañía trans. Ahora sé cómo soy y siento a muchas trans y travestis muy parecidas a mí. También, como con los gays, pero con mayor precisión, rememoro  niñez y adolescencia y juventud. Me quiero figurar que todas, en más o menos, hemos compartido las mismas indecisiones y confusiones. Me digo que todas nos parecemos más de lo que nos diferenciamos. Una travesti pone su foto en blanco y negro de cuando tenía doce años delante de ti, y eres tú. El compañerismo, para mí, es casi como el amor. Desearía que nuestras almas entraran una en otra y saber cada vez más de mi compañera, aspirar a saberlo todo y ver parecidos y diferencias conmigo. 

Eso es unión. Seguramente, no todas las personas sienten eso, ni siquiera es necesario. El noventa por ciento de mis compañeros en el aula acristalada, el sesenta por ciento de mis compañeros de la cooperativa, el treinta por ciento de mis compañeras y compañeros trans, supongo, me figuro, temo, a lo mejor me equivoco, que no saben lo que es esto y prefieren vivir por libre y por su cuenta. Pero les deseo que lleguen a sentirlo, porque es bello.

Kim Pérez 24-09-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                            Voy a ser Amazona

 

A mi entender, para muchas y muchos trans, primero es la disforia, la sensación de desajuste; luego viene la necesidad de un modelo con quien identificarse; entonces se encuentra este modelo en el otro sexo y ya se sigue todo. 

Como se ve, es una cuestión de conocimiento o de conciencia de sí y de la realidad de los sexos. Por eso es una cuestión humana; los animales pueden ser homosexuales pero no pueden ser trans, porque la identidad requiere conciencia de lo objetivo y lo subjetivo. 

Ahora voy a fijarme en la cuestión del modelo; lo elegimos sobre la siguiente base: “las mujeres” o “los hombres”. 

¿Con qué características? Las trans queremos seguir el modelo de, es decir, nos identificamos con, una mujer joven, guapa y atractiva. 

Los trans, es curioso, con un hombre discreto, incluso gris, un hombre anónimo más que un hombre que brille por cualquier razón. 

Es evidente que, sintamos lo que sintamos, hay mujeres y hombres de mil clases, jóvenes, maduras y viejos, feas y guapos, listas y torpes, audaces y tímidos, obesas y obesos, altas, bajos. El que estén tan prefijados como suelen estarlo los modelos que elegimos, muestra que no nos identificamos con “una mujer” o “un hombre” cualesquiera, en general, sino que en nuestra imaginación necesitamos fijarnos en un tipo muy determinado.  

En el caso de las trans, está claro por qué. Arrastramos falta de autoestima por nuestra condición de varón, que nos parece fea, indigna de amor y por eso no amada (es una consecuencia del trauma de homoafectividad que creo que sufrimos muchas) y pretendemos, al identificarnos con una mujer, pasar a ser queridas, deseadas, valoradas, protegidas… Lo que echamos en falta. 

Éstos son por lo menos los anhelos primitivos, juveniles, resistentes a lo largo de toda la vida, los que sostienen la transexualidad femenina, independientemente de que se hagan realidad o no. Los sueños son los sueños. 

(Por cierto, no alcanzo a entender el sueño trans masculino; si alguno leyera esta página y quisiera explicármelo, se lo agradecería mucho) 

Algunas trans llegan a hacer realidad este anhelo; otras, la mayoría, no, o sólo en parte. Es mejor, para eso, ser trans cuando se puede ser joven, bella y deseable, porque se puede vivir lo soñado. Yo, que casi no pude vivir como trans cuando era joven, bella y deseable (qué duro es escribir estas palabras), he encontrado sin embargo un cariño afectuoso y hasta protector por parte de mis amigos, que es una parte de lo que deseaba. También me habréis visto escribir que me identifico con una solterona alta, un poco sosa, que vive tranquilamente en su casita añosa y pinta, o escribe poesía, o algo por el estilo. Puro realismo. 

O sea, que los modelos los elegimos también en la medida en que se ajustan a nuestra realidad. Pero los elegimos, para responder a nuestras necesidades, para curar o aliviar nuestro trauma. 

Eso nos permite libertad de elección. Es muy interesante que la experiencia de los años nos muestra que algunos modelos pueden desvairse y dejar de ser operativos. Podemos sentirnos incluso desamparadas o perdidas al ver que lo que siempre hemos deseado ser, ya no nos interesa. 

A mí me ha pasado –y estoy recuperándome- con el modelo de joven, guapa y deseable (aunque puede seguir estando vigente en los sueños, pero en los que vienen al dormir) 

La razón puede ser porque ha mejorado mi autoestima, puesto que ahora me siento algo más querida que antes; o quizá por puro sentido de la realidad: ahora sé que es imposible ya ser joven, guapa y deseable. Pues a otra cosa, mariposa.

Entonces, para no perderse, hay que volver al principio y verse como lo que se ha sido y se es: una persona que no soporta su sexo porque está traumatizada y disfórica. Un caracol sin concha que necesita encontrar una casa libre. 

A partir de ese momento, podemos elegir modelos. Yo me he fijado, ya digo, en el de solterona –ah, se me olvidaba decir que quizás guiri, noruega o alemana o algo así; muy libre de manera de vivir; muy segura. Pero este modelo es un poco pasivo, o tímido, o gris, o discreto, o triste, o aburrido. 

De pronto, el otro día, se me ocurrió otro modelo. Voy a personalizarlo en Isabelle Eberhardt, una belga, creo (no voy a buscarlo porque me resulta más interesante mezclar la realidad con mi imaginación) que, a fines del siglo XIX estuvo con los tuareg del Sahara, los hombres azules, vestida de hombre pero sin dejar de hacer saber su condición de mujer, con sahariana y polainas, unas veces con salacot y otras liándose a la cabeza, como ellos, un turbante azul que luego caería como un manto casi transparente sobre su espalda, cabalgando y galopando como el primero de ellos, tirando tiros al galope como ellos o con mayor puntería que ellos, porque estuvo también en sus guerras y necesitaba hacerse respetar. 

Me la imagino durmiendo en una jaima para ella sola y despertándose a media noche con el solo susurro de un hombre arrastrándose por la arena para violarla y ella disparándole con su pistola a una pierna para darle una lección inolvidable a todos (me acabo de inventar esta historia) 

Pero también me imagino su felicidad al sentirse libre de los condicionamientos del sexo o de los más opresivos, en la alegría de las galopadas entre las risas, los gritos, el calor, el fulgor amarillo del día, bajo la grandísima cúpula del azul transparente, entre nubes de arena o en la tranquilidad y el frío de las noches mucho más brillantes de estrellas que en cualquier otro lugar del mundo. 

También ella había elegido su modelo de vida, muy distinto del que seguían las damas respetables y medio atontadas de su tiempo, con sus faldones largos y oscuros. 

Está claro que no me voy a ir al desierto. También está claro que me considero sobre todo una persona delicada, lectora, tranquila y que jamás de los jamases me habría sentido a gusto galopando en un caballo, gritando y disparando. 

Pero reconozco que hay elementos del modelo de Isabelle Eberhardt que me fascinan y que se parecen a mi manera de ser. Soy audaz, a mi manera. Me fui haciendo autostop, en mi juventud, de Francia hasta Suecia y volví de Suecia hasta España. Me hipnotizan los espacios libres, inmensos, vacíos, porque tengo ansias de libertad. Soy combativa y muy orgullosa y creo que hay una forma de amor en las peleas. He luchado, desafiado, negociado. Me gusta ser también así y dejarme de timideces, sino palpar el infinito. 

A la vez, secretamente, me doy cuenta de que Isabelle Eberhardt les fascinaba a los tuareg. La deseaban callados, la querían. Les enternecía en el fondo. Con toda su arrogancia no era un hombre seco y terrible. Podían desear protegerla de los mil hombres que pudieran hacerle daño. También eso, en el fondo de mi corazón, me atrae y me interesa. 

A lo que era Isabelle Eberhardt le doy el nombre de amazona. Ya se sabe lo que eran las amazonas de los mitos griegos: mujeres libres y guerreras, sin hombres, que se cortaban un pecho (a-mazos, sin pecho) para mejor apuntar el arco.  

En el siglo XIX y XX se ha llamado amazonas a las damas a caballo que tomaban parte en la caza del zorro, con un elegante y sobrio atuendo, sombrero de copa, chaquetilla y falda negra, de caída recta, botas y fusta. 

También a las mujeres audaces que cabalgan o saltan en los concursos hípicos: gorra redonda, chaqueta y pantalón de montar con botas, indumento casi igual al de los varones. No es difícil ver en éstas un aire de valentía y decisión, la suficiente para volar por los aires sobre un caballo. Me las imagino después del concurso, charlando en el bar del club hípico, con sus compañeros, despatarradas y cómodas en los sillones. 

En fin; me gusta, me interesa, me expresa, aunque sólo sea simbólicamente, el modelo de las amazonas.

Kim Pérez 17-09-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Indiferenciada o no

 

Una compañera jovencísima se ha operado ayer. Pensando en ella esta noche, la defino como indiferenciada, aunque me doy cuenta de que es por hechos visibles a simple vista, como su largo cabello rubio, su voz y sus mejillas suaves, la feminidad de su aspecto, aunque su carácter, como el mío, muestra a la vez languidez e iracundia, mucho genio, lo que es más diferenciado. 

En todo caso, el alto grado de indiferenciación de una persona, en lo visible o en lo invisible, porque también hay muchas transexuales superficialmente muy masculinas, es lo que explica que sea transexual. 

He recordado el concepto de indiferenciación que es básico en la biología contemporánea de los sexos  y consiste en el descubrimiento de que el sexo de partida de cualquier ser es el femenino, que si recibe una afluencia de andrógenos suficientemente fuerte, se convierte en masculino. Pero esa afluencia de andrógenos puede ser cuantitativamente diferente según las personas y entonces la masculinización puede ser insuficiente y el sexo básico se afirma en menor o mayor medida. 

Quiere esto decir  que la diferencia de los sexos no está en una afirmación diferente y contrapuesta por distintas condiciones de partida, según las cuales somos lo uno o lo otro, con total independencia de lo uno y de lo otro, de manera que si eres masculino, lo serías básicamente y fundamentalmente, y lo seguirías siendo por exclusión radical de lo femenino en ti, de manera que sería difícil de explicar la ambigüedad o intersexualidad. Esto que acabo de decir en este párrafo, la Biología de los sexos demuestra que no vale. 

La verdad, según los estudios biológicos recientes, es que todos los seres somos originalmente femeninos y sólo esa intensificación variable del flujo de andrógenos hace a algunos más o menos masculinos. 

Las estructuras XX y XY no son binarias, aunque lo parezcan, como la estructura 1-0 (los que hayáis estudiado, recordad las Matemáticas del instituto) 

Ésta significa una diferencia entre “algo” o “nada”. Por ejemplo, en un flujo eléctrico, representa “corre” o “no corre”. No representa “corre más o menos”, porque entonces, “corre”. 

La estructura de los cromosomas sexuales quiere decir que sobre la base X igual para todos, el cromosoma Y es sólo un interruptor que da la orden de que fluyan los andrógenos y masculinicen al niño, pero ese flujo puede ser más o menos intenso y efectivo, quedando el chiquillo más o menos masculinizado.

Yo estoy físicamente diferenciado, incluso en mi voz y en la textura de mis mejillas, porque mi proceso de androgenización duró más años que el de la compañera de la que hablo, pero así y todo, sé y he sabido siempre que mi carácter no está suficientemente diferenciado. 

Sé que soy lánguido, sentimental, muy sensible y sensitiva, nada activo y que me gusta serlo porque es como soy, es la lealtad natural a sí mismo.  

Es decir, no estoy suficientemente diferenciado como para integrarme sin más por mi manera de ser con el conjunto de los hombres, a quienes en la práctica, cuando estoy entre ellos, noto como distintos de mí, más o menos. 

Así que sé que no soy suficientemente androgénico de carácter y entonces emerge algo que es mío también, como de todos, que tengo derecho a reclamar como mío, como real y existente, mi feminidad de base. 

Según el concepto binario, equivocado, que he seguido inconscientemente hasta ahora, si eres hombre, eres algo radicalmente distinto de una mujer, y al revés. Es decir, es como si no tuvieras derecho a pretender ser femenino. Según el concepto verdadero de la diferenciación, todos los hombres tienen algo de mujer, unos más y otros menos. Me puedo quedar tranquila. Existe mi feminidad de base. Tengo derecho a ella. 

Ahí están, en todas las personas, las tetillas para recordarlo y hasta el clítoris se puede desarrollar o no. 

Así es legítimo también que mi amigo transexual masculino, que tiene una manera de ser claramente androgénica, se considere muy diferenciado, es decir, varón, aunque queden en él algunos flecos que no lo están (por ejemplo, es muy cotilla) 

La noción de indiferenciación y diferenciación resuelve así el enigma transexual y las cuestiones morales que nos plantea (solemos saber mucho de sentimientos de culpabilidad que a lo mejor no tienen nada que ver con la realidad) 

Da una explicación sólida y una base estable a las transexuales femeninas y justifica a los masculinos. No hay necesidad de poner la causa en la disforia, que no es más que la señal de la inadaptación al grupo al que se considera que perteneces por tu cuerpo diferenciado, aunque tu carácter no lo esté.  

Pero es verdad que la disforia, sin ser la causa, puede ser el desencadenante del proceso transexual, por su fuerza emotiva, aunque también hay transexuales sin disforia.

Pensar esta noche en mi compañera, tan joven, me ha resuelto con una palabra, “indiferenciada”, el problema que tantos años he querido entender sin conseguirlo, hasta hoy, 5 de septiembre de 2007, de madrugada, cuando un amigo ha vuelto de su viaje de Brasil trayéndome un collar que me ha puesto al cuello.

Kim Pérez 10-09-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                             Leyendo sobre gays

 

Anoche me encontré el libro de Shangay Lily “Mari, ¿me pasas el poppers?” que me debí comprar ¡en 2002! cuando  me traía todos los meses de la librería una carga de literatura gay, y que desde entonces se me había traspapelado. 

Tenía necesidad de algo que me alimentara el corazón y cuando lo vi, me fui para él y me lo llevé a la cama, tendida al aire en la noche de agosto, con la lamparita de pantalla que tiene un timón en el palo a mi izquierda. 

A Shangay le he escrito y me ha escrito un par de veces, me enorgullece decir que otro par de veces hemos hablado por teléfono, es amiga de amigas y me parece sensitiva, tierna, amante, siempre sobreactuante y muy inteligente, en análisis, finura y cultura. Por eso me fui para su libro, en el que resplandece todo eso y la gracia del lenguaje. 

Me lo leí casi entero en ese par de horas nocturnas y lo dejé más bien por no exagerar. Y a dormir, extrañada, pero con un sentimiento de paz en el alma. 

Porque lo que más se siente en él es el amor a la vida o a lo bueno que a veces tiene la vida. Eso lo describiré como la sensación de cosquilleo, o parpadeo, o tremulación, que se puede sentir cuando se disfruta de las aventuras, las risas, los amigos, los bares, el placer, el ansia de perfección, el fracaso en eso que no es fracaso, el realismo, las bromas, los momentitos de ternura, el impacto de la inmensa realidad, el aprendizaje, la experiencia, la sabiduría compartida… 

Por eso yo necesito las novelas en general (actuales, que funcionen como documentales de la vida) y gays (en particular) y me estremecen, me dan la vida y hasta me harto de llorar, leyéndolas. 

Pues “Mari” no es una novela, pero como si lo fuera, porque es un espléndido documental de la vida homosexual –masculina- en España a principios de los dos mil. 

Por ponerle dos peros y no quedarme reprimida, uno consiste en que me parece que Shangay es demasiado respetuosa con la ortodoxia de la teoría de género; y cuando se sale de las ortodoxias, se debe salir para siempre (pero este pero resulta poco importante en la práctica); y el otro, en que yo hubiera puesto en la P la Pareja, esa eterna ambición de los gays, pocas veces conseguida porque (y en eso sí estoy de acuerdo con Shangay y con la teoría de género) porque se pone como modelo la pareja hetero, y la gay es otra cosa. 

Al leer el librito, para mí ya canónico, me he enterado por fin de cómo son los homosexuales. Incluso teóricamente, en cuanto a motivaciones, etcétera. No lo había visto con tanta claridad ni con Eribon (“Reflexiones sobre la cuestión gay”), ni con Alberto Mira (“De Sodoma a Chueca”, que me encanta), ni con Ricardo Llamas (“Teoría torcida”), por citar libros inteligentes, etcétera. 

Lo primero que aparece con toda claridad es que los homosexuales varones son varones. Y un mundo de varones con varones, es un mundo varonil al cuadrado, por encima de todos los prejuicios, insultos y autodefiniciones. 

Los homosexuales son varoniles en su estilo de vida, sobre todo el cruising, que Shangay traduce como merodeo y yo prefiero traducir por crucero de caza. 

El cruising es meterse en dificultades, complicaciones, peligro, parques, salas X, urinarios, con tal de levantar la pieza literalmente y contarla como trofeo.   

Les encanta la aventura. Son tíos. 

También es varonil el férreo control sobre las emociones. Las tienen, cómo no, pero la regla de oro es no demostrarlas. 

Se suelen negar a mariconadas como los besos y a todo lo que sea afectuoso, tierno, solícito, lo llaman pluma y lo rechazan, porque a lo que aspiran es a un mundo de hombres entre hombres. Son más varoniles que los heteros, a quienes les gusta la pluma en las mujeres. Su ideal es una de esas películas de tíos cachas, grasientos, medio desnudos entre harapos y con poderosas ametralladoras en los brazos. Sin descanso del guerrero. 

El sexo para ellos es varonil porque es analítico, constructivista, lo que les interesa es cómo se hace, de qué está hecho, cómo funciona y cuál es el resultado. Si todo es medible, mejor. El valor del instrumento genital es una medida. 

Han sido niños desmontando el auto el mismo día de Reyes y no por destructividad, sino por curiosidad y hasta por amor al pobre vehículo. Luego han montado meccanos o equivalentes con un compañero. De mayores les interesan los circuitos, los motores y las estructuras, y por eso son manitas y les gustan las chapuzas. 

No me imagino a una niña arrancándole la cabeza a una muñeca el día de Reyes para ver cómo está hecha. A las mujeres les interesa el conjunto como conjunto y ver cómo se inserta en la vida, un conjunto mayor. Les gusta y lo aman como conjunto. Besan a su muñeca y la cuidan con esmero. En eso, aunque no me hayan interesado precisamente las muñecas, entiendo más a una mujer y me parezco más bien a ella. 

La relación con otros tíos es abstracta y funcional. Interesa la relación, no el término de la relación. No el tío, ni quien sea, ni lo que haga, ni lo que sienta (ver el  anterior apartado sobre mariconadas) 

Lo que interesa es ver lo que hacen los aparatos al conectarse (no es culpa mía que el lenguaje de la ingeniería sea el mismo que el masculino referido a los genitales) y sobre todo evaluar los cosquilleos resultantes. Análisis técnicos de instalaciones, accesos, dominio de las técnicas, procedimientos, evaluación final en términos de resultados cuantificables (más, menos, lo mismo) 

Todo eso proporciona un compañerismo lleno de sobreentendidos y de convergencias intermasculinas. 

A lo que más se parece un cuarto oscuro, según describe, e interpreto yo, es a un taller de motos en el que todos los mecánicos van con monos grasientos y despechugados, tiznados de grasa y esgrimiendo las llaves inglesas, y en el que el suelo está pegajoso o resbaladizo de manchones de grasa. A mí me horrorizaría. Pero a los mecánicos les encanta. Es su mundo áspero y enternecedor. 

En toda esta descripción parece que falta la ternura gay. Y sin embargo existe, y en Shangay está siempre latente, en forma de guasa, como existe en los interesados, ávidos de mamarla -perdón-, aunque no sepan cómo, porque, como varones de nuestros meridianos, están deseducados para eso. 

Estoy casi segura de que la impersonalidad debe ser lo mayoritario en las zonas de ligoteo. Yo desde luego conozco más el ambiente de las parejas y los amigos gays que el de los cruceros y sé que en él hay y sobra personalidad. 

Es curioso que tantos gays sean encantadores. ¿O son los que yo conozco? Y tiernos. Aunque a veces parece que la ternura se da más entre los amigos y hasta los examantes que entre los amantes. En las parejas gays veo casi siempre un elemento de tensión, como si estuvieran a punto de saltar, y saltan con facilidad y ya digo que creo que sé por qué: están construidas a imagen de los matrimonios, cuando debían de estarlo a la imagen de las parejas de la Guardia Civil (o de Brokebrook Mountain) 

Por eso, la amistad gay es duradera, leal, atenta, amable, fundada en experiencias comunes y generadora de otras experiencias: salir juntos de cruising para contarse después los resultados, ir a comer en un restaurante de ambiente, quedar en casa a cenar y oir música, salir luego a una terraza a admirar a los camareros y comentarlo, cotillear y despellejar, sentirse pertenecientes en una palabra, integrados, queridos. 

Solícita para ir a visitarte al hospital cuando te ha atropellado un auto y para arreglarte unas flores o hacerte un mandado; y, desde luego, para que llores sobre el hombro de un amigo y para disolverlo todo luego con bromas y risas. 

Yo creo siempre que el porvenir sentimental de los gays está más en los amigos que en las parejas.  

En conjunto, me veo muy diferente y bastante amariconada, comparada con ellos, pero no en la  sentimentalidad. Soy muy sentimental, lo primero, horribile dictu en teoría para un gay, pero su realidad más profunda. Me encanta besar, acariciar, tomarme de la mano delante del televisor, dar besitos en los nudillos, rascar la espalda. 

Lo que pasa es que a los gays les encanta también todo eso, pero no en el duro héroe que anhelan. Como tienen que ir unos con otros, y tienen que conformarse con conquistarse mutuamente, tienen que disimular lo que sienten, para parecerse a ese héroe. Pero la aspiración de todos es siempre un hetero implacable, lo que no sería imposible, bien visto, como lo han demostrado las culturas bisexuales, Grecia y Turquía, por ejemplo. 

(Ahora entiendo, querido amigo mío, tu silencio bloqueado en los primeros contactos, tu hermetismo, tu rigidez que oculta tu corazón tan tierno) 

Bueno: voy a ir más lejos, más sincero y más hondo: soy de quienes creen que lo que los homosexuales y muchas transexuales necesitamos más en el fondo de nuestro corazón es un compañerismo, un discipulado con un hermano mayor que nos dé seguridad y nos enseñe a vivir, un padre, en una palabra, Gary Cooper o Al Pacino en “Perfume de Mujer”. 

Los homosexuales encontrarán su paz cuando reconozcan que es a ese hermano mayor ejemplar a quien buscan siempre, afectuoso, divertido, protector y mucho más enterado de todo que uno mismo. Lo han tenido y se les ha perdido. Han estado en el paraíso y quieren recuperarlo. 

Para nosotras, las transexuales, el vacío es mucho más profundo. Por lo que sea, no lo hemos tenido nunca o no lo hemos tenido tanto tiempo como querríamos. 

Por tanto, no nos hemos podido configurar a su manera, y hemos tenido que buscar otro modelo: el de la madre, el de una mujer. Luego se nos ha liado todo. 

Lo que el libro de Shangay me enseña es hasta qué punto soy diferente de un gay y en qué me parezco. 

Me parezco desde luego en esa sentimentalidad de fondo, aunque yo no la oculto. Soy sentimental, muy sentimental y quisiera ser más sentimental. Así me va, desde luego. 

No me parezco en que no me interesa ese mundo monosexual y menos un mundo de hombres hoscos y ásperos.  Desde luego, las películas de esos héroes grasientos y las de guerra y violencia en general las quito en cuanto las veo. 

Tampoco me interesan los circuitos ni las técnicas. Mi ideal de la vida sexual es apretarme junto a una persona a quien quiera en la cama y si hay sexo, que lo haya, pero sobre todo ver amanecer a su lado. 

Tengo miedo físico por las aventuras físicas. El peligro le quitaría todo el encanto a lo que pudiera llegar. Y la precariedad, la suciedad, los manchurrones. Que no cuenten conmigo en los cuartos oscuros. Me encantarían sólo si fueran románticos. 

O sea, que en contra de mi autodefinición, soy mucho más maricona de lo que suponía. Seguramente por eso soy transexual y no homosexual. 

Y lo he sacado todo esto de uno de los libros en los que ama la vida Shangay Lily.

Kim Pérez 03-09-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                              Desgracia o gloria

 

Agarraré el toro por los cuernos para hablar como tienen que hablar las personas. A primera vista, resulta sensato decir que ser transexual es una desgracia como otra cualquiera. 

Una condición en la que, si no te decides o si no puedes, sufres toda la vida de una necesidad irrealizada, de un ansia esencial frustrada, tan fuerte que a algunas las lleva al suicidio o al intento de suicidio y, si te decides en la edad adulta, puede significar la pérdida de un buen empleo (o la renuncia voluntaria) y la subsiguiente subsistencia en una situación precaria; o el alejamiento de la familia; o la rotura de un matrimonio y el distanciamiento de los hijos, y a veces todo eso junto, o por separado en el mejor de los casos, parece desde luego una desgracia. 

Y luego puede llevarte también a una mesa de operaciones en la que serán amputados órganos perfectamente sanos, lo que te dejará completamente estéril, aunque contenta. 

Y que, en general, dificultará que formes pareja, por lo que en  la vejez, como yo, será fácil que te encuentres sola y sin hijos. 

Hoy, gracias a nuestra lucha, han desaparecido o se han atenuado muchos de los problemas sociales con que nos encontramos las y los transexuales. Hemos conseguido que los padres de los y las transexuales jóvenes les comprendan y que con su apoyo puedan ser tratadas con consideración en los institutos y las universidades, que puedan vivir como varones o como muchachas en ellos, hacer sus estudios, etcétera. En fin, un paraíso desde nuestro punto de vista de las generaciones anteriores. Pues bien, incluso así surgen los inconvenientes: al haberse acostumbrado a que les traten por igual, no se acostumbran a asumir que tienen limitaciones con relación a otros varones o muchachas y sufren angustiosamente por ello. 

Algo de esto, mutatis mutandis, y desde luego atenuado con relación a lo nuestro, lo viven también los homosexuales, que pueden también querer no serlo por considerarlo igualmente una desgracia. 

Es posible hacer una distinción fina y verdadera. En nuestro caso, la desgracia es la disforia que te hace sentirte inadaptado a un sexo que social y físicamente te corresponde; la transexualidad es la respuesta adaptativa a esa disforia y en este sentido es buena. 

Pero lo único que hemos hecho es trasladar la desgracia un paso atrás. ¿Por qué me ha tocado tener que sufrir esta disforia? 

Encima hay que aguantar sentimientos de culpa por las barbaridades reales que podemos haber hecho o imaginado y por el proceso en general, en la medida en que consideremos que hemos cedido y que hubiéramos debido mantenernos firmes; en fin; una  desgracia. 

(Desde luego, sinceramente lo digo, por todo eso, durante los años en que es posible, los de la niñez y la adolescencia, intentaría prevenir la transexualidad. Si es cierto, como supongo, que procede de problemas en la homoafectividad, que provocan la disforia, haría todo lo posible, al primer indicio, para ayudar al niño  o la niña a mantener una homoafectividad equilibrada) 

Sin embargo de todo lo dicho, es posible mantener una posición  opuesta: la transexualidad es una condición difícil, pero positiva e incluso gloriosa. 

Para comprenderlo, es preciso subirse hasta la filosofía, pero una filosofía que está en la calle, aunque no lo sepamos, en el día a día de nuestra cultura. 

Para Foucault y los foucaultianos, que hoy inspiran la teoría de género dominante, la homosexualidad y la transexualidad no existen como tales, sino que son una forma extrema de transgresión. 

Liberan al individuo de los códigos sociales opresivos, de la temática del poder y la conservación del poder que hay tras ellos, abren nuevas perspectivas humanas, indefinidas pero nuevas. Los y las homosexuales y transexuales no somos personas definidas por una condición y limitadas por ella, sino personas que tenemos una práctica sexual determinada como podríamos tener otra. Somos heraldos de la libertad. 

No cabe duda de que se respira al oir esto. El aire fresco entra en nuestros pulmones. Y por otra parte, es real en el sentido de que está por doquier en nuestra cultura, de la GLBT primero, pero también de la general.  Vas por Chueca o por cualquiera de las zonas gays de nuestras ciudades y lo ves en la forma de la cultura arcoiris. Lo ves al abrir el “Zero” o la “Shangay” o… Lo ves al entrar en esta Revista Digital. Lo ves el Día de Orgullo Gay y Trans. 

Es cierto que todo esto es arriesgado, pues desafía incluso el orden natural de la procreación. Aunque se puede decir que el orden natural es mucho más flexible de lo que suponemos. Hablando de nuestros parientes próximos, los chimpancés y los bonobos,  quienes  siguen un  orden natural estrictamente, los primeros son muy promiscuos y los segundos disuelven las tensiones con prácticas homosexuales y, sin embargo, están organizados de modo que procrean con naturalidad y aseguran la crianza de sus niños. 

Por otra parte, sin libertad no hay amor. Quienes creemos que el amor pleno y absoluto es el único futuro que da sentido a nuestra existencia, hemos de ver nuestra disforia como, en efecto, lo que rompe los ataderos de códigos supuestamente naturales pero que no lo son, y al hacerlo nos libera y nos posibilita una vida verdaderamente amante sin constricciones sociales sobre cómo debemos amar. 

El amor verdadero es libre y surge como surge, enfrenándose a menudo a todo. Jesús pagó su voluntad de amor enfrentándose con todo el orden legítimo  o natural de su sociedad, con reyes, políticos y sacerdotes, códigos civiles y leyes religiosas. Quien no lo vea como Dios, puede verlo como arquetipo de la libertad del amor. Al final fue aplastado, como es lógico, por todos ellos, pero resucitó por lo menos en nuestra memoria. Se puede entender a Jesus Christ Superstar y sólo a él.

Kim Pérez 27-08-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       Chávez y Trans

 

Hugo Chávez está haciendo en Venezuela un régimen destinado a los pobres y que se apoya en ellos.  

Eso es nuevo en América Latina, después de Castro, y puede abrir perspectivas en el mundo. 

Pero Chávez lo quiere realizar sobre todo mediante su poder personal, lo que convierte a su régimen en autoritario. 

Las minorías sexuales tenemos que mirar con mucha atención el curso de los movimientos revolucionarios porque, como tales minorías, el principio que necesitamos que se respete por encima de todo es la libertad. 

Lo malo de cualquier autócrata es que la línea política depende sólo de su voluntad. Puede ser ahora amable y luego terrible, o viceversa, y eso dependerá de la actitud y aun del humor con que se levante un solo hombre. 

No todos los movimientos revolucionarios respetan por otra parte la libertad sexual. Desde este punto de vista, el ejemplo de los regímenes amigos de Chávez es duro: el de Cuba no se ha distinguido por su respeto a “los mariconsones”, como nos llama Castro,  y el de Irán nos está ejecutando. 

Si no está reconocido con firmeza el principio de la libertad personal, si se sacrifica en nombre de la libertad colectiva, al final se depende de criterios personales, los de los dirigentes, no contrastados colectivamente, democráticamente, y del azar de su benevolencia o su malevolencia. 

Por eso yo, como miembro de una minoría sexual, no puedo estar de acuerdo con el régimen de Chávez,  aunque simpatice con él en algunos aspectos. 

Pero es curioso que, de una condición aparentemente personal, haya tenido que elevarme hasta defender un principio general, el de la libertad. Esto hace ver que la condición sexual no es sólo privada, sino que tiene una dimensión pública. 

Yo, desde luego, sé que necesito la libertad de pensamiento, la de expresión, la de asociación, para defender mis derechos más íntimos y queridos. Pero también he necesitado que se reconozca públicamente en España la libertad de experiencia y de expresión sexual para poder hacer mi propia vida y aprender lo que he tenido que aprender. 

La homosexualidad y la transexualidad son cuestiones de integración social, por sorprendente que parezca decirlo así. El problema que hemos tenido durante siglos homosexuales y transexuales ha sido poder integrarnos en la vida social siendo públicamente homosexuales o transexuales, y lo hemos ido consiguiendo, aunque ahora parezca  obvio, sólo desde hace unos veinticinco años. 

Ésta debe ser la clave de nuestra militancia política, en cuanto homosexuales o transexuales. Porque en cualquier momento, una deriva autoritaria de la sociedad puede hacernos volver a lo que ha sido normal a lo largo de demasiados siglos y sólo ahora, pero ahora, desde hace un soplo, empieza a  abrirnos la posibilidad de vivir. 

Hace sólo unas semanas, una revista conservadora española, “Época”, y una televisión de esa misma línea, “Intereconomía”, se lanzaban a la yugular del movimiento GLBT  con un artículo, una publicidad y un debate  sobre el “Orgullo Gay” en el que tomaban el alegre Carnaval del desfile como si fuera nuestra realidad cotidiana y decían “¿Orgullo? ¿De qué…?” 

“¡De haber sobrevivido!”, les hubiera respondido yo. Y aún: “¡De haber sobrevivido a vuestro odio!” 

Poca duda cabe de que, de tener suficiente poder, los conservadores anularían todas las conquistas del movimiento GLBT de los últimos decenios y aun patrocinarían los tratamientos de aversión. 

Pero muchas veces los revolucionarios no están exentos de sospecha. ¿Cuál sería el destino que les reservasen los integristas islámicos a quienes cayesen bajo su poder? 

Quiero decir que quienes hemos experimentado en nuestras carnes el suplicio de la represión durante tantos años, la clandestinidad o el desprecio ajeno, la soledad, no podemos aceptar ninguna posición política que secundarice a la libertad. Somos personificaciones de la libertad, desde luego. 

Sobre la base del respeto a la libertad, que es el fundamental que requiere cualquier ser humano, se puede a continuación hacer una política de apoyo a los hombres libres y pobres que sea apoyada y controlada por ellos. Chávez está ahora mismo en el filo de la navaja: o su régimen respeta la libertad de los venezolanos o la aplasta. O apoya la libertad de todas las personas en los regímenes con los que simpatiza, abriendo una posibilidad de cambio, o la desprecia como ellos hacen. 

Mira por dónde, las minorías sexuales, hostigadas históricamente por derechas e izquierdas, defendidas finalmente sólo por éstas, nos convertimos en la  piedra de toque y en las garantes de la palabra democracia.

Kim Pérez 20-08-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                           Travestís y/o Transexuales

 

Un amigo me avisó el martes de que ponían en Documentos TV un documental sobre la transexualidad. Estuve viéndolo aunque tuve que hacer un esfuerzo de atención, dado mi distanciamiento durante estos últimos años del discurso clásico de la transexualidad. 

Me gustó ver que, de las transexuales, las tres que salían eran amigas mías, Olga, Andrea Planelles y Claudia. Pensé en contarle a mi amigo que nuestro mundillo es tan pequeño, que todas nos conocemos y, si no, podemos conocernos. No conocía en cambio a  las travestis que participaban y me hubiera gustado. 

Porque la dirección planteó el programa insistiendo en la dicotomía entre transexuales y travestís, como hechos diferenciados. 

Yo no estoy tan segura de esa diferenciación. En primer lugar, porque muchas personas transitan entre esas identidades, pasan de una a otra, ahora se consideran travestis y dentro de un par de años se definen como transexuales, o viceversa. En segundo lugar, porque para muchas otras personas, la experiencia de transición de género es confusa, de manera que no hemos sabido dónde situarnos exactamente. En  tercero, porque en la práctica, muchas veces la opción entre transexualidad y transvestismo depende de las circunstancias en que vive la persona, sobre todo de sus obligaciones familiares, un hecho que debe ser respetado porque es una cuestión de amor al fin y al cabo. 

Por todo esto, yo considero que hay sólo una diferencia externa entre transexualidad y transvestismo: el tiempo en el que se vive la experiencia, como una forma de vida completa o parcial. Sólo esta diferencia se puede objetivar y tomar en cuenta con claridad para formular las cuestiones que se pueden compartir y las que son propias de cada una de esas opciones que, en este caso, suelen ser verdaderas opciones tomando en cuenta esto o lo otro. 

En cambio, cuando queremos hacer la distinción entre transvestismo y transexualidad analizando los sentimientos, de una manera interna, nos encontramos en una realidad insegura y fluctuante, muy difícil de interpretar y dificilísima de matizar. Por ejemplo, podría ponerse la diferencia en la actitud hacia los genitales, pero en la práctica, muchas sabemos las sutilezas de esa actitud, los tornasoles del rechazo, la dificultad de entender las causas. Un intento de simplificación  que pusiera la diferencia en una pregunta del tipo: “¿Genitales sí o no?”, se encontraría en muchos casos con respuestas del tipo: “Es que no puedo contestar con un sí o un no; tendría muchísimo que hablar”. 

Por eso, yo no analizaría la opción entre transvestismo y transexualidad como basada en dos maneras de ser, sino en dos maneras de vivir. 

Y en eso sí hay diferencia, desde luego.  

Vuelvo al documental. Las travestís (que yo defino como a tiempo parcial) viven a su vez de dos maneras: las que se travisten en público y las que se travisten en privado. 

Aquí de nuevo se comprende que son las circunstancias las que establecen la diferencia. Creo que el cien por cien de las travestís de armario querrían travestirse en público, pero o no pueden o no se atreven. 

Atreverse o no es cuestión de tener una forma de vida que lo permita o no y, a veces, de tener una amiga que te dé ánimos. En ese caso, se puede superar la melancolía del travestimiento solitario. Yo a la vista de mi propia y triste experiencia recomendaría vehementemente a todas las travestís de armario que salieran de él, aunque no sea más que en el apartamento de una amiga, o en salidas a la calle en condiciones controladas, preferiblemente en compañía. Lo digo porque es la única manera de romper el bloqueo de los sentimientos que se produce en la soledad, en la que se repiten y repiten tristemente sin conseguir avanzar en ellos, llegar a experiencias distintas. 

Me gustaban las travestís que veia en público, divertidas y provocadoras. 

Sé lo que es la provocación, la he vivido aunque con técnicas distintas, y sé que llega hasta lo más hondo de ti, como una afirmación frente al mundo, rebeldía frente a todas las coacciones que hasta ese momento te han humillado. 

Es buena y alegre, me ha dado algunos de los momentos más radiantes y felices que he tenido, y también me ha permitido sentir una solidaridad profunda con mis compañeras y compañeros. Entrar en tromba en un pub como diciendo “somos trans, qué pasa” y festejar nuestro orgullo bailando durante horas ante los demás clientes, estupefactos, ha sido una de las experiencias más maravillosas que he conocido en mi vida de trans. El orgullo de las drag queens es lo mismo, y el orgullo de ser amigas, ellas y nosotras, ídem de ídem. 

Por eso, no me extraña que las travestís que veía en el documental fueran brillantes, con sus refulgentes maquillajes, sus peluconas y sus vestidos de noche y que relucieran de descaro y alegría. 

Quisiera haber guardado en mi esa actitud, si la hubiera identificado entonces con tanta claridad como ahora la veo. Era la actitud de Ocaña, por cierto o es la de Shangay Lily. Se suele definir como transgresión; yo la defino como autoafirmación. 

Lo que parece es que no se puede mantener la provocación toda la vida o hay circunstancias que la impiden. Por ejemplo, yo no podía ser provocadora y profesora; tenía que ganarme una respetabilidad, demostrar que se puede ser trans y vivir como todo el mundo.  

Por otra parte, hay que ganarse la vida y buscarse un huequecito en la economía, donde a menudo te exigen esa misma respetabilidad; y no se puede repudiar, por las buenas, lo que te puede dar el pan (y también la libertad y la independencia para vivir como quieres) 

En cuanto la persona trans quiere vivir a tiempo completo como trans, con esto es con lo que se encuentra.  Es posible provocar mientras sea durante un tiempo, y preferiblemente por las noches y tu trabajo no se ponga en el aire, No es posible vivir todo el tiempo como drag queen (sería agotador, cariño) por ejemplo en un trabajo de oficina (aunque todo se puede andar; ¿qué tal maquillarse tipo Alaska? 

Esto es lo que transmitía la parte del documental dedicada a Olga, Andrea y Claudia. Normalidad. Bajábamos del brillo y la espectacularidad a la vida diaria. Trabajo, clases, entrevistas de trabajo. Nada en el fondo desusado. Personas que se incorporan poco a poco a la vida normal, no sin dificultades, desde luego, después de un cambio de género. 

Rutina; esa rutina maravillosa y sorprendente que sólo conocemos las transexuales a fuerza de vivir día a día y durante veinticuatro horas la transexualidad; cuando bajas a la calle sin que sea un evento y te asombra que eso sea ya posible para ti; por eso, la rutina, palabra gris, para nosotras es luminosa y eso es una parte más de nuestra manera de vivir. 

Un poco de melancolía, también se advierte en nuestras vidas. Olga conduciendo por las calles sola, como en una película americana. Menos mal que se ve a ella y Andrea colaborando en un proyecto informático. Claudia asombrada de verse sola, como una adolescente. 

En el fondo, esa melancolía viene paradójicamente de querer vivir como personas corrientes, en cuyo caso perdemos, porque no somos personas corrientes. 

Solemos tener grandes dificultades para la vida de pareja. Pero no hace falta la pareja para ser feliz, también están los amigos, los ambientes que nos llenan y en los que yo me he sentido privilegiada por participar. En algunos de ellos, ser trans es un timbre de honor. Tienen que ser ambientes muy abiertos para sentir así. 

Yo reservaría, para mantener mi alegría, un espacio para la provocación autoafirmadora y divertida. Durante el día es posible que mi trabajo me limite, pero también las noches y los fines de semana están abiertos. 

Me imagino yendo por las noches al bar de la Calle Elvira, que llamamos de los anarquistas. Ahí hay música, insubordinación y buen rollo entre personal de todas las edades, hasta de setenta u ochenta, si se tercia (como yo misma) Una transexual está alli en su sitio y cuanto más se vea que es transexual, mejor, más brilla con su rebeldía  y más alegra la vista. 

Nos podemos dedicar  a buscar cada cual nuestro espacio. Ése es nuestro sitio. 

Kim Pérez 13-08-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                   "Por la i "

 

Antes de seguir, quiero decir que estoy bastante bien, disfrutando del gran lujo que es el tiempo libre como pensionista o pensionada, escribiendo mucho, dedicándome a la Filosofía, la Historia y la Genealogía… 

Sé por otra parte que la tranquilidad de que gozo y me permite dedicarme a estos asuntos relativamente impersonales se debe a que he resuelto mi proceso transexual llegando hace ya doce años a lo que para mí y en mi caso y mis sentimientos era su culminación, la operacion. 

De hecho, me interesan ya tanto esos asuntos y pongo la atención tan poco en las cuestiones de mi identidad, que solo dos cuestiones me mantienen preocupada por la temática transexual: la redacción de estos Comentarios semanales y la durísima situación de las trans en América Latina. 

Si no fuera por ello, viviría ya ahora dedicada a tiempo completo a las cuestiones que decía al principio, interesada por ellas pero no por otras, una vida más o menos de solterona que es casi lo que soy y lo que me gusta ser. 

Una filósofa solterona. Una historiadora solterona. Una poeta solterona. Casi igual que una pintora solterona, una novelista solterona, guiri, noruega o inglesa, larguirucha, pelo canoso, vestida descuidada pero cómodamente, de las que se ven a veces por las ciudades de España, su carpeta grande en la mano… OK. Eso me conviene.  

Todo eso por fuera. Por dentro es más complicado, y necesito ver claro por dentro para poder escribir estos Comentarios y, por eso, para tener plena sinceridad con quienes los leen, que son unas doscientas personas a la semana, y a quienes en general no conozco, tengo que hablar de mí por dentro. 

Porque, estando a gusto, no sé exactamente dónde estoy o no sé quién soy en cuanto a mi identidad y mi orientación, los dos parámetros que definen la sexualidad de una persona. 

Esta noche he puesto mi mano un momento en mi ingle. Está lisa y vacía. Me parecía increíble. He llegado a esto. ¿Estoy mejor? Sí, sin duda. Me agrada, me consuela, me tranquiliza. 

Pero me pregunto: ¿Estaré loca? ¿Cómo he podido llegar a esto? 

En el fondo, a no tener sexo. En mi caso, no por estar operada soy mujer. Yo no quiero ser una mujer. Lo que quería era no tener sexo, en el fondo, y eso es lo que he conseguido. 

Estaba como en guerra contra el sexo masculino. La he ganado sobre mi cuerpo. Por eso estoy en paz. 

¿Pero cómo se llama esto, lo que soy, donde estoy? 

La verdad es que estoy como si me hubiera escapado del sistema sexo-género que hay en la tierra y en ese caso, soy un extraterrestre, perteneciente a un planeta donde no hay sexo o muchos de sus habitantes no tienen sexo, pero estoy desterrado en éste, donde no se concibe lo que soy yo. 

“Si no eres varón, eres mujer”, me repite toda mi cultura. “Pues no”, me responden mis sentimientos, “quizá no seas ni varón ni mujer”. 

“Lo que eres es una loca”, concluye el espíritu burlón que vive junto a mí. 

Pero se extraña al ver que me quedo triste. “Eso es lo que quisiera saber, si soy una loca, o más bien un loco, o no”. 

Tengo sólo algunas referencias. La tranquilidad, incluso el bienestar, el equilibrio en que vivo desde que empecé mi proceso son reales y contrastan con la angustia, la ansiedad y la melancolía que me asaltaban antes de emprenderlo y me hubieran desequilibrado y amargado con gran facilidad. Ansiaba algo que no tenía y me veía a punto de envejecer sin conseguirlo y morirme con la amargura de mi fracaso. 

Ahora lo tengo e incluso puedo mirar con realismo lo conseguido. No era para tanto. Yo ansiaba ser mujer, pero ahora que estoy al otro lado sé que lo que pretendía no era exactamente ser mujer, sino no tener sexo. Ser solterona, en una palabra y de broma. 

No quería tener sexo porque en el fondo creo que no estoy hecha para tener sexo, aunque lo lamento mucho, o mejor, muchísimo. ¿Me imagino con una mujer? Estoy segura de que en mi caso, siendo como soy, es mejor no haber hecho la prueba. Aparte de las tensiones habituales de la vida matrimonial, ¿qué habrían sido mis tensiones de identidad? Es mejor haberlas vivido a solas, tragármelas yo.  

¿Y con un hombre? Pasajeramente, sí, establemente tampoco o menos todavía. Mis tensiones hubieran sido devastadoras. No tendría el derecho de arriesgar la felicidad de ningún hombre. 

Pero como amigo, sí, y más que amigo, como compañero del alma. La experiencia me ha dicho que sí, no una sino tres veces en mi vida, teniendo tres amigos a los que he querido, dos de ellos habiéndome querido. 

En resumen, no sé qué nombre tiene lo que soy, pero sé lo que soy. Se puede llamar asexual o quizá intersexual. Entra más o menos dentro de lo trans, aunque no es ser trans en el sentido de hombre que transita a mujer. Pero puesto que existo de esta manera, tengo derecho a existir y a defender el reconocimiento de mis derechos. El primero, el de estar aquí. Quizá reivindicando una A o una I, de asexual o de intersexual, entre las siglas del movimiento GLBT. De momento, la realidad del movimiento trans puede ser suficientemente flexible como para en ella quepamos las solteronas.

Kim Pérez 06-08-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                            Surferos en el mar azul

 

En las horas de calor, no hay como un documental en que se vean cosas del mar para quedarte aletargada, como si estuvieras metida en las mismas olas. Lo vi anteayer pero al acordarme me parece que fuera hoy, cuando en la siesta hay el mismo calor y aletargamiento. 

Era la narración de la vida de unos jóvenes surferos profesionales que pasaban por el Océano Índico y las Islas Maldivas, más precisamente. 

Pensad, al principio, en el mar muy azul, que se levanta y se baja lentamente como un pecho que respira (comparación ya muy vista pero muy verdadera) Dejad ese azul y ese fresco al fondo de todo lo que voy a contar, lo que no os costará trabajo, porque el mar siempre está al fondo. 

Poned, nadando en él, a unos muchachos muy altos, perfectamente formados con la fina musculatura y esbeltez que presta la natación, de piel muy morena (porque eran mulatos), agradables o guapos, como cada cual los quiera ver. Qué alegre es ver a un muchacho guapo, cómo se sonríe sin pensar de hecho en su belleza. 

Que brilla entre las aguas cuando se sumerge y burbujea, metiéndose el sol hasta reflejarse en su piel, con  unos rayos finos que salen como si fuera de un delfin. Uno saca la cara de pronto para respirar y ya no es tan guapo, porque se ve un momento la cara más severa del hombre que será. Pero no lo es todavía; es un poco feo en ese momento, pero se lo perdono, porque es inocente, mientras vuelve a hundir la cara en el agua. 

Porque son inocentes, de verdad. Imaginad unos muchachos surferos profesionales que no saben más que de surf, ni hablan de otra cosa. Bueno, el surf, por lo que sea, absorbe a algunos, de una manera noble, como aventurera, debe de ser por esa relación tan íntima con el mar que permite, siendo el mar para nosotros algo tan básico. 

No saben mucho de nada más, nada más que de localizar desde la avioneta las olas que rompen en bajíos, en medio del mar, donde se ve de pronto una pluma blanca y es una ola tan alta y luego vuelta sobre sí misma como para meterse valientemente, ágilmente en ella.  

Entonces cambian, desde luego, y de ser unos muchachos más bien ignorantes pasan a dejar ver esa divina capacidad humana de ser perfecto, en medio de una situación ardua o extrema. 

Cuando terminan de surfear cansados pero frescos, veo a uno descansando un momento en la litera de su camarote, las piernas más grandes porque están en primer término, algo velludas, es gracioso, descansando, el sol entrando horizontal por el ojo de buey pegado a la litera, una colcha de flores medio echada sobre su cuerpo, y me gustaría ser amiga suya y echarme a su lado y reírme con él. No es deseo sexual, es el gusto por la juventud, por la piel fresca  salada, por la alegria de la vida, por la belleza, pero sí, me abrazaría con él y hasta me divertiría que pasaran las cosas que pasan, porque son las naturales, sobre todo para él y me alegraría por él, para que también sintiera más plenamente esta alegría, este dulce placer, este gusto de la vida. 

Como luego, cuando salen y pasean por las calles de Mahé, de tapias y casas bajas entre una espesura de palmeras y plataneras, en las que hay tantas buganvilias y enredaderas  al borde de la calzada de tierra como yo recuerdo de los paraísos entre los que he nacido y crecido. Hay aquí también niños libres en la calle, que nos miran y se divierten, y todo eso les hace y me hace sentir una cosa muy fina, muy alegre y muy triste, un sabor suave en la boca, el aroma de las enredaderas, la alegría de la vida. 

Mientras ellos, tan esbeltos, repentinamente cubierta la plenitud de su ser por unas camisetas de tirantes viejas y descoloridas, una de ellas grisácea y otra azulada, andan abandonada y cadenciosamente por la calleja de tierra.

Kim Pérez 30-07-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                   Sentimientos de Identidad

 

Todo ser humano necesita pertenecer a un grupo; eso permite sentimientos de seguridad y de afirmación de sí mismo. Tener conciencia del grupo al que se pertenece es la identidad. 

Es decir, no es exactamente qué se es, como si hubiera que revisarse con cuidado siguiendo varias listas de cualidades establecidas de antemano, sino simplemente con quiénes me gusta estar, entre quiénes estoy más a gusto, con quiénes me reconozco... (que, en mi caso no es exactamente con las mujeres, sino con las trans) 

Casi todos saben que pertenecen a un grupo que no les da problemas; por eso, las identidades de la mayoría de las personas son naturales y nada conflictivas, pero también casi automáticas e inconscientes. 

Las personas trans, en cambio, somos especialistas en identidad, porque nuestra pertenencia de grupo, en un área tan básica como el género, es conflictiva. Eso nos hace particularmente conscientes de nuestra identidad de género, de sus razones y sus matices, pero no quiere decir que seamos conscientes del todo de las implicaciones de este hecho. Yo llevo cincuenta y nueve años de disforia de género y estoy empezando a comprenderlo. Pero quizá este escrito pueda servir para que otras personas disfóricas lo comprendan antes y organicen su vida en consecuencia. 

Empecemos por asentar que la identidad de género es quizá la primera y más básica entre la multitud de identidades que puede tener una persona, que puede sentirse vinculada o no a determinados grupos: hay identidades religiosas, filosóficas, políticas, profesionales, de clase, nacionales, urbanas, deportivas, de tribus urbanas, sexuales... 

Esto no quiere decir que todas las personas tengamos que tener una identidad en todos estos campos, sino que cada cual puede encontrar sus sentimientos de pertenencia más operativos en uno o varios de ellos. Es verdad que casi todos tenemos una identidad de género o de orientación sexual, pero después de ella, la identidad más fuerte  y operativa puede estar en sentirse seguidor del Barça o vasco o violinista o granadino o rockero o católico o comunista o aristócrata o varias de estas cosas a la vez o unas sí y otras no, y de hecho cada persona construye su vida en función del grupo con el que más se identifica. 

(Cuando se tienen varias de estas identidades, es decir cuando se pertenece a grupos muy diferentes, es posible que en cada uno de ellos se desconozca y hasta sorprenda o no guste la afinidad de la persona por otro) 

Ahora voy a hacer una precisión que me parece original en una de sus partes: la identidad de género se construye en relación con el padre o la madre, como se sabe, pero también con los compañeros de la niñez. 

Cuando la relación con el padre y los compañeros del mismo sexo es agradable, se forma una homoafectividad o identificación que permite sentirse varón o mujer sin problemas. 

Cuando hay dificultades en estas relaciones (porque en realidad hay dos clases en ellas), y estas dificultades son graves y no permiten sentirse perteneciente al sexo de origen, se forma una disforia. 

Las dificultades pueden venir de la ausencia o distancia física o afectiva del padre, de la incompatibilidad de caracteres con los niños o niñas con los que de hecho se convive (los que te han tocado como compañeros de calle o de colegio) y para hacer incompatible suele ser fundamental la hipoandrogenia en los niños (la dulzura, la pasividad, la timidez) y la hiperandrogenia en las niñas (la hiperactividad, la deportividad), el rechazo que se puede sentir por parte de los otros o que se puede sentir por dentro hacia ellos... 

La respuesta puede ser una identificación rápida y automática con el otro sexo, o bien un vagabundeo sin identidad definida hasta que se elige el otro sexo como referencia. 

En el primer caso, desde muy temprano la persona disfórica ha encontrado un grupo al que pertenecer, que quizá la ha aceptado bien desde la niñez, y por tanto construye su identidad de género dentro de ese grupo. Esto puede pasar en niños que han encontrado un sitio entre la niñas desde siempre, o en niñas cuya eficacia en los deportes, por ejemplo, les ha hecho ser aceptadas y respetadas desde siempre por los niños. 

Pero en ambos casos, el paso de una identidad de género coherente con su realidad social y sexual a una identidad de género discrepante, algo tan fuerte y radical, sólo se explica por un trauma previo que cause la disforia. Traumas que hay que entender en el cuadro de los sentimientos y las necesidades infantiles (En una amiga mía fue el síndrome, en su niñez, del "príncipe destronado", por la llegada de otra hermana) 

En este caso, puede ser también que la persona disfórica encuentre su grupo de pertenencia, su identidad, su homoafectividad, en el nuevo al que se ha adscrito. Esto genera una transexualidad muy fuerte y nada conflictiva, basada en los recuerdos y sentimientos de prácticamente toda una vida. 

En el caso de los vagabundos de la identidad, los que han pretendido sumarse a un grupo sin conseguirlo, ni tampoco a otro alternativo, pueden quedar toda la vida ansiosos de identidad. Como ése es mi caso, contaré que me pregunto por qué me atraen tanto los homosexuales si yo no soy homosexual ni podría haber mantenido su clase de vida sexual. Mi respuesta es que me siento próxima a las experiencias de su infancia, como niños que se han sentido sexualmente diferentes, más o menos acosados, y que luego, como adultos, pueden ser más sensibles, más abiertos a la estética, menos ásperos y agresivos, más interesantes para la conversación... En una palabra, tengo sentimientos homoafectivos hacia ellos, me siento dentro de su mismo carro, me alegra y me enorgullece saber que soy aceptada y tengo un sitio dentro de su ambiente. 

Por otra parte, es notable que las identidades se refuerzan por la hostilidad ajena, como una especie de reflejo defensivo. Yo no me he sentido más transexual que cuando empecé a salir del armario, sintiendo por todas partes el desafío que eso me suponía y el orgullo de saber que estaba fuera y en compañía de la amiga a la que antes me he referido. Recuerdo como glorioso nuestro paso por el pasillo central de un tren, con todos los ojos clavados en nosotras. Yo iba por cierto con ropa masculina todavía, pero suponía que sólo el hecho de ir con mi amiga me situaba en el mismo lado, y es me enorgullecía profundamente. 

Mis sentimientos de alegría y de orgullo luego en Madrid, con otra amiga, que trabajaba en la prostitución, eran sentimientos de grupo, de saber que éramos acosadas y humilladas en cuanto salíamos a la calle, y que sin embargo salíamos con la cabeza alta y con gracia. De nuevo la homoafectividad se desbordaba en mí, hasta el punto de no imaginar que pudiera vivir sin compañía de transexuales. 

Paradójicamente, la normalidad que fuimos consiguiendo con los años, el saber que no era heroico ya, sino rutinario bajar a la calle, ir en autobús o trabajar, fue diluyendo ese sentimiento de grupo y metiéndome en mi vida individual o dando primacía en mi dedicación y mis sentimientos a otras identidades, históricas o políticas. 

Quizá por eso, las trans realizadas tendemos a aislarnos en nuestras vidas personales en la medida en que son posibles y ya no difíciles. Cada cual se dedica a su trabajo y vive por su cuenta. Hay cierta melancolía en ese aislamiento. Pero tampoco hay que añorar los años heroicos o terribles. 

Sin embargo, los sentimientos homoafectivos, que son también de afirmación de sí frente a la negación ajena, son tan bellos, que hay que preguntarse dónde encontrarlos. 

Yo los encuentro pensando en aquel muchachito que fui, triste y delicado, y en quienes pudieron ser como yo. Ése es el grupo al que pertenezco.

Kim Pérez 23-07-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Maria Juaquinito

 

Anotaciones de una abuela sobre su nieto. 

Joaquinito es un niño muy tranquilo, casi no se le siente, largo de cuerpo y delgado, con su camisa blanca y remangada y unos brazos finos y morenos; me doy cuenta de que todo en él es como oscuro, como sentimental, como su pelo tan moreno que le hace unas ondas muy bonitas, y sus ojos oscuros y tristes, y con un pantalón corto tan largo que le llega por debajo de las rodillas, menos cuando está sentado, y las aprieta y separa los pies, lo mismo que aprieta los brazos derechos sobre el reborde de la silla de anea, porque está siempre aquí sentado, como asustado, no le gusta irse a jugar con los otros niños, que son tan diferentes de él y se burlan en cuanto lo ven, lo que le hace meterse más dentro de sí mismo, y callarse, y fijarse en el canto de los cucos estas noches de verano, cuando sonríe, la única vez que lo veo sonreír, y me dice: "Abuela, ¿oyes el cuco, qué bonito?", que yo creo que es un mochuelo, porque es un silbido corto, en lo más alto de los árboles, medio alegre y divertido, medio triste y solitario, pero desde luego, lo del cuco es más bonito, porque deja el huevo en los nidos para que se lo cuiden, y se limita a cantar y hacer su vida, como creo que lo hace Joaquinito. 

Porque al ver que se aislaba tanto de los niños, le animé a que se fuera por lo menos con las niñas, pero tampoco resultó.  

Las niñas suelen meterse en su cuarto de jugar y lo más que hacen es hablar, bueno, mientras se entretienen con cualquier cosa, agarrando  las muñecas, dándoles vueltas, vistiéndolas y peinándolas, y pensé que tanta conversación le vendría bien, porque es lo que a él le hace más falta, pero fue un desastre, porque Joaquinito me dijo a la semana que se aburría de muerte con esas conversaciones y esos juegos, y lo dejó, y se fue a lo suyo, que es nada, pero algunos niños que se enteraron le pusieron desde entonces "María Joaquinito", y con eso se quedó, y le echaron esa sentencia. 

Menos mal que por lo menos hizo migas con Isolde, una niña que le gusta escribir y pintar, como a él, y que cuando habla, como él dice, "es de cosas inteligentes". 

Yo creo que este niño no tiene sitio ni entre los niños ni entre las niñas, y eso es muy triste. ¿Por qué las personas tenemos que tener unos módulos de vida tan estrechos y prefijados, que en cuanto alguien sale algo distinto, no encaja en ninguna parte?

Bueno, a lo mejor es lo del patito feo, que luego era un cisne yo qué sé, imperial. 

Yo, por mi parte, también lo llamo en secreto "María Joaquinito", pero sin burlarme de él, para decir cómo lo veo, un poco como un cisne. 

Lo que me preocupa es lo que vaya a ser de él. Ahora que es un niño está en mi casa, seguro, pero cuando tenga que tirarse al mundo, solo, no sé cómo se las arreglará. 

Es una persona como cualquier otra, tiene el mismo derecho a hacer su vida y a disfrutar lo que pueda, ¿pero cómo? 

¿Se va a quedar solo todos los años que tenga que vivir? Porque no creo que se enamore de nadie, porque no le interesa ni la carne ni el pescado. 

No lo veo viviendo como viven los hombres, como uno más, sencillamente porque no es como ellos y no podrá disfrutar con lo que a los demás les gusta, ni menos ser aceptado por ellos como otro más.  

A lo mejor, puede ser, quién sabe, puede vivir con una mujer como Isolde, a condición de que ella sea siempre más intelectual que esposa y hasta que madre. No lo sé. No lo veo. 

O a lo mejor, puede ser feliz de una manera más sencilla si encuentra un amigo que sea como su otro yo, pero en alegre y decidido, lo mismo que él es oscuro e indeciso. La amistad, la confianza, le hace falta alguien en quien pueda tener absoluta confianza de que lo entiende y lo quiere, que tenga sus mismos pensamientos sobre el universo y comparta su manera de pensar sobre el mar o sobre los árboles, una amistad que ponga el pensamiento por delante del sexo, la unión mental como algo más profundo, más hermoso y más alegre que la unión corporal, emprender la vida como dos amigos del alma, como dos almas iguales, que se comunican perfectamente, que se dicen las cosas o no se las dicen porque no es preciso y se entienden sin palabras, y luego, qué sé yo, alguien que haga y sepa hacer todo lo que él es incapaz de hacer, pero quisiera, y le gusta, como por ejemplo, ponerse a hacer por ejemplo una barca en la playa del río y hacerla de verdad, e irse los dos en ella hasta el mar. 

No sé si en todo eso puede haber sexo cuando se sea demasiado feliz, cuando sea preciso abrazarse para decirse lo bueno que es estar juntos y unidos, pero no es necesario, no es indispensable, o un abrazo y unas lágrimas de felicidad lo pueden resolver. 

En el fondo, puede estar a gusto con un amigo o una amiga, pero ésta tendrá el inconveniente de no poder ser como él, su otro yo, su versión distinta pero de lo mismo. 

No lo veo acostándose con nadie por el sexo, aunque la verdad es que tiene que pasar una juventud y la juventud es turbulenta y se aspira a una plenitud, incluso física, por lo que acabará durmiendo algunas noches con alguien, no sé con quién, más bien con su amigo, si tiene suerte, a lo mejor con una amiga, si es suficientemente intelectual y decidida y coincide con él, pero no pasará de esas noches, aunque sean cuantas fueren se quedarán cantando en su memoria, toda su vida, porque es muy sentimental e idealista. 

De todos modos, casi todos los hombres le van a dar de lado y, por otra parte, él no tendrá mucho que compartir a su lado. Es triste estar donde no te quieren. Espero que él tenga la fuerza de ser como él es, de estar contento de ser lo que es, de afianzarse en sí mismo, sin necesidad de buscar a otros como referencias.  

Kim Pérez 16-07-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       Todo cambia menos la razón

 

Todas las cosas cambian en la vida, como ya se dio cuenta Heráclito, menos la razón o la lógica que las rige y que es por tanto la verdadera ley natural de este mundo, que no cambia jamás. 

De lo nuestro, han cambiado las circunstancias (en España; no en los muchos países donde viven muchas de las personas que leen este Diario Digital.) 

Han cambiado en que hemos conseguido los objetivos legales que pretendíamos. Para qué vamos a andarnos con tiquismiquis: los hemos conseguido. Lo que quedan, son flecos. 

Paradójicamente, la persona que más ha hecho para conseguirlos, Carla Antonelli, se ha quedado fuera de juego, e incluso algunas compañeras han pretendido que se quede fuera del todo, incluso fuera de la historia. En cuanto a su partido, qué queréis que diga. En la política española, como ya dijo Giulio Andreotti, "manca finezza". Falta sutileza, falta astucia. Han perdido a la que es una de las reinas, o la reina, del voto GLBT, por pretensiones disciplinarias y autoritarias de cortos vuelos. Puede ser muy bien que quienes la han ninguneado rectifiquen de cara a las elecciones casi inmediatas, pero no sé si eso ya le interesará a Carla: su lucha, que es la de nuestro colectivo, ha conseguido lo que pretendía, las cosas han cambiado, estamos en otra realidad. Empieza un futuro distinto, pero que siempre será solidario con las compañeras de su vida. 

Andrea Muñiz también está al cabo de la calle, y se propone echar el cierre en Transexualidad-Euskadi. Quedan cosas por conseguir allí, pero ya, como en todas las otras partes, todo anda ya en cierto modo solo. La inercia del movimiento del gran tren trans es tan grande, que más pronto o más tarde se conseguirá todo. En cuanto a lo principal, Andrea estuvo desde el primer momento entre quienes nos arriesgamos en la convocatoria de la huelga. La Ley Antonelli también lleva su firma. 

Yo por mi parte también me veo arrastrada por los cambios. Mi activismo tiene que cambiar, igualmente. Mi principal propósito, ahora, tiene que ser encontrarlo a Él, sin quien ninguna vida humana tiene sentido. Me parece que mi manera de encontrarlo tiene que ser por medio de la belleza y del amor. Si Él me da salud, el segundo puede ser trabajar por la creación de residencias de la tercera edad GLBT. Me decía un buen amigo, de Izquierda Unida, si no será eso un gueto. Le respondí que no hay guetos voluntarios y podía haberle añadido: ¿Te das cuenta de la multiplicación de las oportunidades de ligue para la gente GLBT en esas residencias? ¿Te das cuenta de la diferencia entre llevar una revista gay medio escondida, o desafiantemente, a poder leerla con naturalidad y comentarla en voz alta entre los amigos?  

Yo, por lo menos, estoy deseando que existan esas residencias por la cuenta que me traen. Pasar de la soledad a la compañía en la vejez es todo un sueño. Y por tanto, trabajaré en lo que pueda para conseguirlas. 

Otro de mis propósitos va por otro lado. Los y las trans no somos sólo trans, desde luego. Tenemos otras preocupaciones, otros intereses, otras curiosidades. Para mí, una de las que más me llaman la atención es la cuestión de la integración de los inmigrantes marroquíes en nuestra sociedad. También tenemos que mirarlo y decirlo de frente: dentro de veinticinco años, latinos, europeos del Este, senegaleses, chinos, se habrán mezclado con nosotros y seremos una sola sociedad. ¿Los marroquíes se habrán integrado también o pasará como en Francia, donde hay verdaderos guetos? 

Sin embargo, creo que en una tierra que fue la suya tenemos la ocasión de hacer algo para conseguir también una buena integración de los nuevos andalusíes. Y a eso me dedico también con interés y curiosidad. 

Finalmente, también me quiero dedicar, espero que por poco tiempo, a los acuciantes problemas de las trans en América Latina, especialmente, no entiendo por qué, no sé por qué, en Argentina.  

Lo hago modestamente, a la escala que puedo, llevando una página que se llama "Travestis de la Argentina", en la que transcribo todas las informaciones que van llegando. He encontrado cooperación por parte de Marlene Wayar, Fátima Castiglione Maldonado, Rocío Suárez, Kouka García, Brigitte Gambini, Marlène Meges... La red permite hoy día este tipo de acciones y hay que aprovecharlas. No estamos, en cierto modo, demasiado lejos. Podemos asegurar que estamos al tanto de lo que pasa y que haremos lo que se tenga que hacer. 

Cambian las cosas y ojalá cambien éstas, y pronto la página se pueda quedar donde esté, sólo como memoria activa del pasado. 

También espero seguir dedicándome a buscar una teoría más definitiva sobre lo trans y a encontrar modelos alternativos de vida para los y las trans o disfóricos. 

Debo decir aquí que otra cosa que ha cambiado y que debe volver a cambiar es la actual sumisión de la FELGTB (Federación Española de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales) al PSOE (Partido Socialista Obrero Español, ahora en el Gobierno) por el bien de la FELGTB y del propio PSOE. 

Se puede temer, y con razón, que hoy por hoy, la FELGTB ponga los intereses del partido por delante de los de nuestros colectivos. Se ha enfeudado a él. Está a sus órdenes. Nos ha traicionado sólo por eso. 

Sé bien lo que significa la independencia política. Durante un decenio, mi asociación ha manifestado su gratitud al PSOE, por su actitud en el Centro de la Mujer de Granada, en el Parlamento de Andalucía, en1999, en el Congreso de los Diputados ese mismo año, ante el proyecto de Ley Galiacho después, finalmente ante la aprobación de la Ley Antonelli. 

Siempre nos hemos mostrado fieles en esta actitud. Pero independientes. El PSOE sabía que nuestra actitud dependería de lo que hiciera y eso es lo mismo que en los matrimonios, cuando hay la posibilidad del divorcio (económica y no sólo legal): que funcionan mejor. 

Por eso la independencia es buena para las dos partes, sobre todo cuando se sabe,  en la práctica, que es el partido con el que hay que contar para todo, pues el PP (la derecha), para nosotros es absolutamente digno de desconfianza, por la presencia en él de personas e instituciones homotránsfobas a rabiar, y el otro, Izquierda Unida, no tiene hoy por hoy suficiente representación  como para poder contar con él sin contar con el PSOE. 

¿Qué saca el PSOE de todo esto? Hasta ahora, por nuestra parte, gratitud sincera, expresada frecuentemente en los medios generales y en los específicos del movimiento GLTB.  

Eso es lo mismo con que podía contar por parte de la FELGTB, lo mismo. Pero ha habido reflejos autoritarios, imposiciones, automatismos del poder que no toman en cuenta la realidad, con lo que en nuestro caso encontrará reticencias, desaires, descontento, distanciamiento, inaceptación por principio de que el cargo de Carla se dé a otra persona que no sea ella. 

Por parte de la FELGTB, los problemas que encontrará serán similares. La FELGTB será acusada y desprestigiada por poner los intereses del partido socialista por delante de los intereses de nuestros colectivos. No faltarán radicales e independientes que lo denuncien y la erosión será inevitable. Perderá ella y perderá el PSOE, a no ser que cambien. 

En este punto, llegamos a lo que no cambia. Las verdades lo siguen siendo, aunque pasen los siglos. Es verdad que Carla, Andrea, Gina, yo, José, Jaume, estuvimos en el anuncio de huelga, es verdad que eso sirvió para desbloquear la Ley de Identidad de Género, y eso seguirá siendo verdad por los siglos de los siglos.  

Kim Pérez 09-07-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                   ¿ Donde están las amigas ?

 

Yo sé que en caso de ser atacada personalmente, puedo y quizá debo poner la otra mejilla. Pero cuando son atacadas otras personas a mi alrededor, no ha lugar a ponerla. 

Que se intente borrar del recuerdo público lo que hicimos hace justo un año y lo que conseguimos, es un ataque. 

No se le puede llamar olvido.  Lo que ocurrió ha sido lo más grande que hemos hecho las trans en España. Reconozco que es demasiado llamarlo épico, pero casi. Y la consecuencia es también lo más grande que hemos conseguido: una ley, nada menos que una ley, que salió porque hicimos lo que hicimos y que si no, no hubiera salido. 

Todos y todas lo vimos. Más aún, todos y todas estuvimos allí, haciéndolo. Por tanto, no puede ser un olvido. Tiene que ser algo más, y lo llamo ataque. 

Empezó todo cuando una compañera, Carla, se dio cuenta de que la legislatura corría, de que no se hablaba de la Ley de Identidad de Género, de que parecía que no se quería hablar, ni ya hacer nada, porque daba quizá pereza, después de sacar adelante la difícil Ley del Matrimonio Gay, de que quizá una vez más las trans nos íbamos a quedar despreciadas… 

Entonces ella pensó que tenía que elegir entre su partido y sus compañeras. “Tengo que poder mirarlas cara a cara”, se dijo la que conocía muy bien las calles de Tenerife y a las compañeras de allí y de luego. Ésta es la parte épica de la historia, aunque sea subterránea. 

Decidió arriesgar su porvenir en el partido. Lo arriesgó y de momento, por lo menos de momento, lo ha perdido. Ése es el precio que ha pagado por poder mirar cara a cara a sus compañeras. 

(Ahora lo que hace falta es que algunas puedan sostenerle la mirada) 

Anunció la huelga de hambre si no cambiaban las cosas en tres semanas. De momento, hubo reticencias, comentarios críticos, escepticismo. 

Luego (estoy haciendo historia), yo que había estado hasta ese momento dormida y medio atontada, me desperté y me sumé a la convocatoria, comprendiendo que era lógica. Enseguida Andrea, Gina, Joana en lo que pudiera. De fuera llegaron José Montero y Jaume d’Urgell. Ya estaba lanzado el envite. 

No sin miedo. Una huelga de hambre se sabe cómo empieza pero no cómo termina. Habíamos adquirido el compromiso de hacerla si el partido de Carla no reaccionaba. Nos figurábamos que reaccionaría, pero no estábamos seguras. ¿Y si habían hecho cálculos electorales que les decían que no? Pues nos habíamos comprometido y, en ese caso, seguiríamos adelante. Uno, dos, tres, cuatro días se soportan, ¿pero y si la máquina burocrática del partido tardaba en reaccionar? ¿Cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez días…? ¿Más? ¿Cómo aguantarán los cuerpos? 

En medio de tanta incertidumbre, Tatiana encontró unos consejos de la Cruz Roja, para las huelgas de hambre. Me tranquilizó mucho. Por lo menos se podía seguir un trayecto experimentado. Llamé a Jorge a Valencia y le pregunté si quería acompañarme en esos días, para resolver los mil problemas prácticos y que se vendría a Granada. 

Mientras, me había puesto en contacto con mis conocidos de Press For Change y les estaba mandando todos los días un diario de cuenta atrás, que me publicaban. Si lo que queréis, compañeras que nos atacáis, es borrarnos de la Historia, no podréis. Ya está todo registrado en los archivos de los medios y en los de Press For Change, en inglés. 

El partido en cuestión, mientras, reaccionaba con desconcierto. Discutí algunas veces, por teléfono, con  Pedro Zerolo. Carla, por estar en su departamento, hablaba con él todos los días o casi, apasionadamente. Los días que faltaban para la convocatoria corrían. El eco mediático era muy grande. Las y los compañeros veían que iba en serio y se incorporaban. 

Pedro hizo una convocatoria en Ferraz. Me fui para Madrid. En el autobús me enteré de que el Cardenal de Sevilla nos apoyaba y pensé que aquello era imparable. 

Hicimos una convocatoria previa a la que acudimos prácticamente todas las asociaciones, entre ellas las de quienes hoy no quieren acordarse de nada, y por eso digo que no es un olvido. 

Porque en aquel momento, todas nos sentíamos solidarias, Comimos juntas. Era el movimiento trans de un país echándole un pulso a un Gobierno. Éramos un poco la esperanza de los movimientos trans de otros países. Estaba allí una latina. Una amiga, a la que quiero mucho, muy analítica y fría, me dijo: “Estoy emocionada”. Otra traía instrucciones en contra de su asociación, pero personalmente se solidarizaba. 

Llegamos así a Ferraz. Zerolo nos medía y lo medíamos. Carla estaba como castigada. No se sentó junto a él. Se quedó lejos. Bien. Estaba entre nosotras. Zerolo empezó a divagar. Pero poco a poco, empezó a concretar. Yo no me fiaba nada de lo que decía, pero miré a mi alrededor y vi que gente muy lista empezaba a fiarse de él, condicionalmente. Condicionalmente, a regañadientes, me fié. 

Tenía que haber una declaración pública. La hubo. En la tribuna del Congreso de los Diputados. Por  parte del Ministro de Justicia, la más alta que se podía imaginar

Nos enteramos de que hasta Zapatero nos apoyaba. 

La Ley estaba en marcha. Paramos la cuenta atrás de los días cuando faltaban cinco. 

Eso es lo que hicimos. Luego, Carla ha sido ninguneada por su partido, que no le agradece que le haya salvado la cara, pero ahora, las y los trans sabemos hasta donde puede llegar su sentido de la solidaridad. Andrea, Gina, Joana, yo, seguimos nuestras vidas sin haber tenido que pagar nada por aquel desafío, que ganamos. 

Como suele pasar, nos falta sólo la amistad de algunas compañeras, a quienes no sé porqué, ¡ es que les puede ! , ¡ es que no saben cómo evitarlo ! , ¡ es que tienen que negarse a escribir en la historia lo que pasó y aquello en donde ellas mismas estuvieron y  apoyaron incondicionalmente en su momento !

¿Por qué las asociaciones, digamos oficiales, u oficialistas,  no han hablado de nada de esto durante el último año,  quién puede creer que le favorece la pretensión imposible de que esto se borre de la historia? 

Por cierto: ¿Hay alguna consigna? ¿Hay un "¡A la orden!", o un "¡Señor! ¡Sí, señor!"?  

Quienes juegan con eso, que sepan que su juego hace un insulto al honor y a la dignidad de todas y todos los que estuvimos en primera línea. Algo que sabe muy amargo. Algo que no es activismo solidario, hermandad y respeto, lo que todos esperamos que eso no falte.

Kim Pérez 02-07-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                        Visita a Xanadú, a los cincuenta años

 

Tenía mucho interés en la reunión de antiguos compañeros del colegio, a los cincuenta años de habernos separado. Siempre he puesto la raíz de mi transexualidad en mi inadaptación a aquella clase y quería comprobar mis sentimientos, especialmente hacia quienes entonces sentí como mis enemigos, para ver si me podía reconciliar con ellos. Precisaré que el daño que recibí fue relativo: Algunas puyas y mucho desdén. Ni insultos ni golpes, porque ahora veo que todos estaban bien educados. 

Bien visto, el desdén era mutuo. Desde los cuatro años sé lo que es desdeñar a los varones brutos y arrogantes y, en el fondo, desde los ocho, volví a sentir lo mismo, unido a una gran decepción por no hallar correspondencia a mi deseo de afecto. 

Mientras iba hacia la iglesia del colegio, sentía algo de aprensión a que fueran torpes, burlones y desdeñosos, como si no hubiera pasado el tiempo. Pero los encontré afectuosos y respetuosos de mi falda azul, aunque alguno sorprendido, pero disimulando. 

En la misa, me emocionó volver a vernos juntos, por primera vez, después de una vida o casi, quienes estuvimos juntos en aquella iglesia medio desnuda, durante ocho o nueve años. Era fácil pedir a Dios que me agrandara el corazón para que cupieran. 

Los actos siguieron  a lo largo del día y fueron agradables; culminaron en la cena que compartí con dos de los que había sentido, hace cincuenta años, más enfrente y más distantes, y que ahora son hombres fundamentalmente buenos y cariñosos (lo eran ya entonces, aunque yo no lo viera, cuando tenían una pandilla que se iba a jugar a las cartas y a compartir aventuras) 

Pero mi parte inconsciente masticaba sensaciones y datos y ocultamente los digería. Al día siguiente, mi rechazo hacia ellos estaba intacto, obsesivo, tremendo, una sensación desagradable pegada al paladar. No por ser buenos o malos: por distintos de mí. 

De nuevo el fútbol (resultados, alineaciones, traspasos) era el símbolo de la diferencia. Técnicos, pragmáticos, mecánicos. A cien leguas del chorro de mi romanticismo. A la vez, la obsesión por nuestra homogeneidad corporal, por la uniformidad genital que nos ha obligado a estar juntos, lo que la pone en primer término de mi atención o mi obsesión, porque los colegios de entonces eran diferenciados por sexos, era lo que ahora volvía como una nube tóxica sobre mí. 

En realidad, había allí dos compañeros exentos de aquel rechazo radical. Los dos tienen en común que los he tratado más, sé lo buenos y lo nobles que son y han sido muy afectuosos conmigo. Uno me comentó al día siguiente nuestros parecidos y nuestras diferencias de aquellos años. Parecidos, el desinterés por el fútbol, el interés por la lectura, por la música clásica (eso, él)... Diferencias: "Yo sabía defenderme y tú no. De hecho, alguna vez tuve que defenderte sin que tú te enteraras", me dijo. 

Pero el comprobar cómo en ellos se reabsorbía cualquier rechazo por mi parte, haciéndose sentir sólo la buena valoración y el cariño, me plantea de nuevo la misma pregunta de siempre: Si mis otros compañeros hubieran sido tan afectuosos como ellos, ¿hubiera sentido en mí tanto rechazo? ¿Hubiera sido transexual o des-sexual? La respuesta es que no, lo veo claro. Me hubiera integrado con ellos, me hubiera identificado, por encima de todas nuestras diferencias. 

Disforia, se llama esto, usando la palabra que he aprendido entretanto. Veo que es un sentimiento fundamentado, que tiene fuertes razones, no frívolo ni superficial. Tiene algo que ver con mi manera de ser, pero lo decisivo fue el sistema de afectos y desafectos en que viví ocho años.  

La pregunta es ahora: ¿Puedo pensar en los que me tienen cariño y en los otros diciéndome que, si nos hubiésemos tratado más, también me lo tendrían y se lo tendría? Sí. Me lo puedo imaginar. Que el afecto, como un aire limpio, barriese poco a poco la hojarasca  y los desperdicios. Entonces no quedaría nada de mi disforia. 

¿Por qué sigo viviendo conforme a ella, con mi falda y mi nuevo nombre?  

Quizá porque me ha dado estabilidad. Me gusta estar de este lado, es agradable. Les agradezco a las mujeres que me hayan dado este espacio.  

Me he separado, he creado un margen de seguridad que me permite pensar relajadamente. Si estuviera del otro lado, si fuera indistinguible de los hombres, mis tensiones seguirían intactas y volverían un día y otro. 

Kim Pérez 25-06-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                            Disquisiciones amatorias

 

Hace falta ser muy joven y estar lleno de vida e interés por el sexo, para que lo que más te mueva sea el amor por la vida y por las personas, es decir, levantarte cada día mirando el brillo del sol por la ventana y preguntándote que es lo que te dará y a quién encontrarás (no digo que te levantes cuando es de noche o cuando entre una luz lechosa, porque entonces es que estás currando, y la verdad, tienes pocas perspectivas) 

Ese interés y amor por las personas creo que fue la base del cristianismo y el comunismo, antes de que los listos los perjudicaran, para decirlo finamente, que se diferencian de todas las otras religiones o filosofías en que no se quedan en la vida interior, como ellas, sino en la vida exterior convertida en vida y alegría interior, a fuerza de saberte copartícipe del destino de los hermanos o los compañeros. Qué guapos eran el Che Guevara y Fidel Castro de jóvenes, cómo acertaron entonces, y cómo uno murió y otro se equivocó de viejo. 

Me pregunto siempre por eso, por el amor, y me digo qué sienten las mujeres y los gays por los hombres, y ayer leí unas palabras que tienen que ver con todo esto. Una muchacha contaba cómo veía a los muchachos llenos de vitalidad. Supongo que desbordantes, musculados, impetuosos, atropellados, resueltos, incluso sucios, sudorosos y olorosos, y que ésa es la belleza de los hombres. Yo me hubiera sentido incapaz de desarrollar en mí esa belleza y esa incapacidad es lo que no me hace hombre.  

Siempre tímido, oscuro, escondido, metido en mí mismo. Todo eso es la  definición arquetípica de lo femenino, como propio de la luna, que tendría que valorar la fuerza arrolladora de la masculinidad. 

Tal como la describía antes, en el fresco del cenador, mi antiguo compañero de clase, todavía muy guapo y esbelto, decía que entonces sólo se ocupaba de estudiar y desfogar, jugando al fútbol sobre todo. Si encima es capaz de ser tierno y respetuoso, entonces es perfecto y eso es lo que las mujeres sienten de admirable en un hombre, y para mí resulta en el fondo una sintaxis extraña, en la que no puedo entrar para hacer uso, ni puedo apenas entenderla. 

En cambio, disfruto al ver cómo coincido con una amiga trans, que es muy guapa, apabullante, en realidad, "vistosa", dice ella, con quien hablo un rato por el fijo. Ella siempre ha tenido pareja masculina, o sea, que disfruta de ellos, pero me cuenta que puso un anuncio para buscar un amigo, "sólo un amigo", diciendo que ella es trans y que quiere que él sea alto y gay. Lo que me hace gracia es que yo hubiera puesto un anuncio exactamente igual. Lo de trans, ya se sabe que yo necesito definirme como trans, no como mujer (ella sé que no; pero es un dato objetivo que sabe que debe transmitir) 

Lo de alto, porque es lo que más me motiva de los hombres y me da el pellizco que hace que se me aflojen las corvas. 

Me impresiona mucho un hombre alto, como a mi amiga le motivan los menudos; y desde luego, prefiero muchísimo, de aquí a Roma, que sea gay, por dos cosas, por lo sensible, lo que diferencia a los gays de los heteros, y por la comunicación y complicidad que se establece entre nosotros, quienes entendemos y nos entendemos.  

Le cuento que ahora tengo unos amigos que son músicos, una banda que hace bolos y que tocan cuando están a solas, porque les gusta, que me resultan, siendo heteros, lo más parecido a los gays por lo aventureros y lo sentimentales, pero aun así noto una pared de cristal entre nosotros que no existe con los gays.

Kim Pérez 18-06-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                  Experiencia de la disforia

 

Ayer, la luz casi temblaba de alegría sobre la línea de montes casi azules del Sur, derramándose sobre el valle rebosante de naranjos y almeces y el espolón verde coronado de casa blancas y algunas malvas o turquesas. 

Recordé que, hace diez años, sentí por allí mismo la esperanza de que pronto me iba a liberar de mi soledad y estaba a punto de conocer lo que es la unión vibrante de entusiasmo y sorpresas. ¿Con quién? 

Intuía que tenía que ser alguien masculino, porque lo que más ansío es colmar mi alma de la amistad, comprensión, risas y ternura que sólo he conocido fugazmente; compañerismo, manos estrechamente unidas por una tarea común, no sexo, aunque sí abrazos y besos al llegar ocasionalmente al clímax de nuestra aventura 

En aquellos momentos de luz y alegría, los auténticos, los primeros que viví, ingenuos y puros, una relación con una mujer me hubiera dejado vacío, porque la hubiera sentido como un fracaso o una compensación mediante el deber de lo que me pedía el cuerpo, que era sólo la amistad de los compañeros del alma, una fijación afectiva nacida desde mi fracaso en eso desde los siete años y la soledad que me trajo. 

¡Dios mío, he puesto al servicio de esta necesidad, tan grande es, incluso mi identidad! ¡Me he hecho mujer, verdaderamente, para ser valorada, deseada, querida, aceptada, integrada en el torbellino de las risas y los abrazos, sin darme cuenta de que al hacerlo rompía el nudo de la solidaridad que pudiera haber con esos compañeros míos, la solidaridad entre varones! 

Como no encontré nada de esto, más bien al contrario, rechazo e indiferencia, acabé por aborrecerlos como varones y a mí como varón. No quise saber nada de quienes me habían desengañado tan severamente; y ahora miré sólo el peor de sus lados, la fealdad de su sexo, cuando se juntaban por decenas para bañarse, sin mujeres, en las negras aguas desoladas del Estanque de Don Simeón, cerca de mi casa. 

Entonces se instaló en mí la disforia, pero en aquel tiempo no entendía nada de lo que ahora explico con tanta claridad. Quien no es querido, puede dejar de querer incluso a quien más necesita.  

La venganza se convierte en su primer sentimiento, venganza que completa cuando pone o en realidad manda poner la cuchilla sobre sus genitales, como hubiera querido ponerla sobre los de ellos. Masculinidad aborrecida. 

Patética disforia, que contiene en la simplicidad de este sentimiento de disgusto, desencanto, desengaño, tan compleja historia de desadaptación, que la misma persona disfórica no la entiende. 

A lo mejor, todo empieza por ahí, por la desadaptación. Este sentimentalismo, esta necesidad de la plenitud de la amistad, cualquier hombre de los que pasan por la calle, lo llamaría mariconadas. 

A lo peor, las personas sensibles no estamos hechas para ser hombres.

Kim Pérez 11-06-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                             ¿ Existe una identidad disfórica ?

 

Muchas y muchos trans tienen una identidad de mujeres u hombres, sin complicaciones, aunque sea cruzada con relación a su cuerpo. Pero muchas y muchos trans, no sé si más o menos, tenemos una identidad disfórica, aunque suele ser más confusa, por lo que luego diré. 

Para explicar lo que esto significa, recordaré el cartel que hicieron hace años la Asociación Soy como Soy y la Federación de Gays, Lesbianas y Transexuales, ý que lo tengo enmarcado por su belleza en mi cuarto de trabajo. 

En él aparece una muchacha, deslumbradora y arrolladora, con facciones angulosas pero suaves, melena morena levantada por el viento, una camiseta blanca de tirantes y unos vaqueros. 

En su pecho hay un letrero que dice: “No soy un transexual. Soy una mujer”. 

Este letrero expresa lo que sienten las trans que tienen identidad de mujer. Pero las que tenemos identidad disfórica, pondríamos más bien: “No soy una mujer. Soy una transexual”. (O un transexual) 

Porque la palabra “disfórica” es un adjetivo, que encaja incluso con el sustantivo “varón”, como “varón transexual” o “varón ambiguo” o “varón disfórico”. 

En estos momentos en que ha descendido la represión social y hemos conseguido el respaldo legal necesario, por lo menos en España, el siguiente paso del movimiento transexual debe consistir en el reconocimiento de los distintos planos de la transexualidad o de la disforia. 

Empezaré por hablar de la disforia como realidad diferenciada. Primero, reivindicaré su nombre y su verdad, a veces discutida. En la transexualidad hay también personas disfóricas y no disfóricas y supongo que quienes no lo son prefieren otras construcciones conceptuales para entender un proceso que ven, desde su perspectiva, como no disfórico. Pero hemos de acostumbrarnos a la variedad de la experiencia transexual, que también hemos visto en las personas que tienen una identidad muy definida y las que no la tenemos. 

Disforia significa disgusto o desagrado o desajuste. He descubierto que hay disforia de género, cuando la persona se siente desajustada con las reglas del código de género, que  regula la conducta relacionada con el sexo, y disforia de genitales, o disforia de sexo, que es el disgusto o desajuste con la realidad y las funciones de los órganos genitales de nacimiento. 

He descubierto también que ambas pueden ir juntas o separadas y que cada una de ellas puede tener distintas intensidades. 

Una persona disfórica de género necesitará vivir conforme al género que no le corresponde anatómicamente, puesto que nuestra cultura ambiente reconoce sólo dos, pero podrá hacer la transición de género con más intensidad o con menos, lo mismo que cualquier otra persona, que vive su propio género más o menos definidamente. Hay mujeres superfemeninas, por ejemplo, y otras que  viven como un desastre en ropa y arreglo, o francamente masculinotas, y sin embargo unas y otras viven como mujeres. Una persona disfórica de géner puede vivir con arreglo al código de mujer, y sin embargo optar por su propia manera, dentro de ese género, más o menos definida. 

Una persona disfórica de genitales deseará operarse porque se sentirá extraña en relación con ellos. Podrá o no podrá, lo hará o no lo hará, pero sabrá siempre que se siente disgustada o desajustada con su cuerpo en ese punto, sólo en su realidad anatómica o también en sus funciones, que le amargarán o le desagradarán o no podrá realizar, quizá por una disonancia entre la estructura de su cerebro y la presencia de esos órganos. 

Pero hay que prestar atención al hecho de que la disforia de género puede existir independientemente de la disforia de sexo o pueden ir juntas. 

Eso equivale a decir que puede haber transexuales que sólo sientan disforia de género, pero se acomoden más o menos a sus genitales de nacimiento, y otras personas que sientan disforia de genitales, pero se puedan acomodar más o menos a su género de asignación, y otras que tengan a la vez disforia de género y de sexo, con más o menos intensidad en cada uno de esos planos. 

Cuando hay disforia, el proceso transexual es la expresión de la disforia. Como expresión, es un proceso estético, y las distintas estéticas corresponden a los matices de lo que hay que expresar. 

Una persona disfórica de género se acomodará a la gran variedad de matices que nuestra sociedad reconoce actualmente para los géneros y especialmente para el género mujer. 

Femenina o camionera, puede elegir en un catálogo de modelos inmenso. Pero incluso puede ir más lejos, y crear su propio modelo, puesto que la creatividad es la base de la estética. 

Siempre recuerdo algunos ejemplos que he visto de creatividad disfórica, que no se acomodan a las reglas habituales, por lo que lo que expresan a la perfección es la disforia. 

Uno es una trans con la que me crucé en Londres a principios de los setentas, que iba vestida de gitana o zíngara, con falda larga violeta, corpiño y chaleco  negro, un pañuelo en la cabeza y barba de cuatro días. Perfecto. 

Otra es la que vi en una foto de arte, un tipo enérgico, joven, fuerte y guapo, con el pelo largo, flotante pero sucio, como solo rasgo ambiguo, barba de dos días, que avanzaba insolentemente con un vestidillo de tirantes puesto, que dejaba ver sus brazos musculados, su pecho velludo y sus piernas fuertes y modeladas con ángulos. 

Otro, al revés, es una famosa foto de un trans masculino, que ha desaparecido ahora de sus álbumes en la red, en la que entre contrastes de luz y sombra se ve su cuerpo esculpido culturistamente, su cabello rubio a cepillo, y el slip que oculta su ingle y manifiesta deliberadamente que es lisa, sin operar, actitud enormemente valiente y  clarificadora. 

Otras expresiones no tienen que ser tan arriesgadas y desafiantes. Yo soy una persona más disfórica genital que de género, por lo que me he hormonado y operado –hay matices escondidos en estas palabras; en un diario de mi juventud encontré que deseaba sólo haberme hormonado, para que mis genitales no se hubieran desarrollado-. pero en cuanto al género, me contento con llevar el cabello un poco largo, no me maquillo ni trabajo mi voz, que suena como suena. 

En general, no hay reglas para expresar la disforia; unos pueden hacer más y otros menos, unos acomodarse a las costumbres más generales y otros innovar y crear sus propias formas de expresión. Pero en general, conviene expresarla, aunque las circunstancias obliguen a que sea sutilmente, casi simbólica o testimonialmente, porque lo que sí sé es que los sentimientos simplemente reprimidos acaban siendo demoledores; de alguna manera, en algún grado, hay que expresarlos, quizá sea conveniente que con prudencia, y en la medida en que se van expresando de encuentra la manera de modular y matizar la expresión, porque los sentimientos de base suelen ser también complejos.

Kim Pérez 04-06-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                    En la trastienda. Lección Quinta

 

Ya he dicho que nuestra tienda es mitad de mercería y voy a contar una historia de mercerías, que tiene un particular morbo para muchas trans, aunque a otras no les diga nada. 

A ella vienen las vecinas a aprovisionarse de ropa interior y yo ya estoy acostumbrada. Antes del tratamiento, lo de la ropa interior, bueno, los sujetadores, me obsesionaba y a la vez me avergonzaba de obsesionarme, porque lo consideraba un sentimiento inadecuado para una mujer. 

Me figuraba que, cuando me hormonase, iba a estar continuamente consciente de mis pechos y de todo lo relacionado con ellos, con los sostenes o sujetadores, con las miradas de los hombres, con mi figura centrada en su fuerza pasiva y todo era embriagador, turbulento, vergonzoso, agotador… En fin, que me ponía y no me gustaba que me pusiera. 

Ahora estoy hormonada y operada y, la verdad, desde el primer momento, perdí todo interés por mis propios pechos, que ahora son reales y para qué decir, por las prendas relacionadas con ellos…  

Me fastidia ponerme sujetador, y todo este rollo es algo en lo que no pienso o, mejor, sólo me acuerdo cuando estoy cerca de un hombre y noto que me mira, es decir, cuando me llega la fuerza del deseo de seducir y deslumbrar. 

En esto soy utilitaria, calculadora y me parece que por eso, mis sentimientos sobre esta cuestión son por fin más femeninos, aunque en esos momentos, pero sólo en ellos, sea también aturdidor sentir que mi cuerpo es como es.  

En cuanto a las vecinas, qué diré. La mayor parte son de media edad, bajas, regordetas, y sus cuerpos son fofos y funcionales: marcados por las maternidades. 

Inspiran más ternura que curiosidad erótica. De todos modos, algo siento, pero no algo que no pueda evitar mirando por el escaparate a la calle. 

Las veo cuando se prueban en la trastienda y tengo que llevarles unos modelos y otros. Es un sentimiento agradable, pero relajado y tranquilo, comparable al sol de una mañana de invierno, una rutina. 

Ayer por la tarde, hacia las cinco, llegó la hija de una vecina, que es presentadora de una televisión local (esto lo pongo porque es exactamente lo que me conviene que fuera) 

Nada más entrar, me deslumbró con su sonrisa y con el teclado perfecto de sus grandes dientes, que parecían tocar una sintonía. Su cabello era muy largo, desplegado y negro, lacio pero algo rizado en las puntas, también perfecto, pero ya incomprensible, porque el cabello, para un ser humano mujer, es un desbordamiento añadido, seductor y a la vez imposible de entender.  

¿Qué sugiere, qué me hace sentir? ¿Es una ampliación de su sonrisa, una forma de seguir sonriendo más allá de los ojos brillantes y los labios perfectamente pintados? ¿Es una voluntaria declaración de dependencia, como diciendo “cuido mi melena para que a alguien le parezca más que un juego”? 

Todo eso también me provocaba una sensación de aplastamiento, porque me hacía temer que fuera un resurgimiento inesperado de sentimientos heteros y masculinos, que reafirmaban una naturaleza que yo no quiero que sea la mía, como venciéndome por su fatalidad y por la fuerza de la biología.  

Pero lo más decisivo para descomponerme fue que, mientras pedía y escogía algo inocuo, un galón para un arreglo, mi mirada se absorbió en sus pechos, cayendo bajo los pliegues dorados de un grandísimo escote en uve, que era perfectamente inútil y hasta irracional funcionalmente, como toda la ropa de mujer, pero estaba diseñado para manifestar su existencia y presencia por la parte alta y su peso por la parte que la tela tapaba. 

Mis pensamientos se atropellaban mientras yo intentaba comprender con angustia lo que aquello era y lo que significase para mí. Confusamente me repetía: “Si fuese un hombre quien estuviera delante de mí nada de su cuerpo me diría nada y podría pensar relajadamente en otra cosa, pero este cuerpo me dice y me grita algo que no entiendo lo que es”. 

Cualidades: blandura, pesantez, coquetería, provocación. Sé que mi necesidad de entender el deseo proviene de que lo que deseo significa otra cosa para mí, que hay que traducirlo y al pronto no sabía cómo traducirlo. 

La muchacha jugaba conmigo, sin saberlo, en aquellos minutos, como jugaría con cualquiera que se le pusiera delante aquella tarde, observando sus reacciones y tomando nota mentalmente de ellas.  

En su manera de hablar y preguntarme era evidente que sentía el valor de lo que ponía en juego, desde sus cabellos a su escote y que desafiaba a quien entrara en el juego. Yo me preguntaba angustiadamente si la deseaba: no exactamente, no sexualmente. 

Me fascinaba, desde luego, querría absorberme en ella, ¿pero tocarla? ¿O pegarme con mi cuerpo al suyo? No era esto, me cansaría y decepcionaría. 

Puede que muchos hombres se sentirían empujados a apretarse con ella, pero al hacerlo solucionarían en falso la adivinanza que su realidad proponía, yéndose por la tangente, convirtiendo en una explosión torpe de placer corporal lo que tenía que ser el placer mental de comprender y actuar en consecuencia. 

Yo hubiera palpado con gusto su piel clara, pero sabiendo que sólo con eso frustraba la posibilidad de ir más lejos. El sexo con ella me sugería, por lo demás, sudor y cansancio. 

La muchacha se iba a ir, dejando mi pensamiento desmantelado, aunque en mi actual situación yo podía realizar lo único que me permitiría comprender el enigma desde dentro de mí: fundirme con ella, identificarme con ella, ser ella, para sentir lo que ella sintiera dentro de sí y pensar lo que ella pensara, que de pronto comprendí, con un destello, que era lo que deseaba para comprender lo que me intrigaba: su realidad hermosa y segura, deseable. 

Lo que me hacía falta a mí, durante los últimos años antes de la transición, cuando me había sentido feo y torpe, inseguro, rechazable. 

Yo quería sentir lo que ella sintiese, vivir lo que ella viviese, experimentar los pensamientos que yo nunca había podido tener como propios. Para ello necesitaba tener un pelo negro, como el de ella, y dejarlo crecer, mucho, hasta que sintiera en él el deseo masculino, quería pintar mis labios con el mismo tono insolente que ella usaba en los suyos, graciosamente provocadores y sobre todo potenciar mis pechos, hacerme muy consciente de ellos y hacer conscientes a todos, y saber así lo que ella sabía y conseguir lo que ella conseguiría. 

Era eso, después de todo, el sentido de mi fascinación. Una compensación necesitada como el aire o el agua. 

La traducción de lo que sentía era en términos de seguridad frente a inseguridad, de protección frente  a rechazo, de admiración frente a desdén, de cariño frente a hostilidad, del poder que da el deseo frente a la indefensión de la indiferencia, de lo que ella tenía frente a lo que a mí me había faltado tanto. 

Creo que yo veía en aquella muchacha lo que necesitaba y me faltaba, y por eso ansiaba verla y sólo verla, no tocarla, ni acariciarla, ni dormir a su lado; eso era lo que tal vez significaba para mí. Pero eso sólo lo he entendido ahora, cuando he tenido tiempo para pensar en ello. 

Mientras tanto, la muchacha terminó de encontrar lo que buscaba, sonrió con su ancha boca llena de dientes, pagó y se fue, dejando en mi memoria la sintaxis descarada y fresca de su significado y la nostalgia de lo que ella  viviría aquella tarde y aquella noche, cuando saliera de la tienda, se reuniera con su novio y fuese amada, deseada, protegida y querida. No se me podía olvidar ni lo uno ni lo otro. Era la vida lo que aquella tarde había aparecido junto al mostrador de la tienda. 

Comentario 

En este relato me he ido a tratar de algo más profundo; de la sentimentalidad, de la que he hablado en los anteriores, paso a la relación de la sentimentalidad con la sexualidad. 

Hablo de reflejos aparentemente ginéfilos que plantean la duda de si están ligados al cromosoma Y, constituyendo una base de heterosexualidad, o se desarrollan cognitivamente en el contexto de procesos de inadaptación sexogenérica. 

Esta reacción ginéfila, si es biótica, parece a veces poco intensa, hasta el punto de ser compatible con una asexualidad práctica o incapacidad de un deseo definido. 

Otras veces, puede traducir conflictos emocionales  que generen un vacío identitario y la correspondiente ansiedad,  que se situarían en un plano más superficial que el  de la asexualidad, más biótica. 

Tanto en el caso de la asexualidad como en el del vacío de identidad, la conciencia se encuentra confusa o vacía, en una grisura amorfa que pide ser compensada por alguna forma que le preste belleza y atractivo. 

La ginefilia básica pone delante de los ojos entonces una imagen de mujer, que se convierte en la única imagen que puede llenar el vacío que se siente dentro de sí, traduciéndose en el deseo de ser ella para vivir lo que ella puede vivir y librarse de las angustias unidas a las condiciones de la  propia existencia. 

Este proceso que he descrito parece diferente del que viven las transexuales que son fundamentalmente andrófilas y del que experimentan las que son más definidamente ginéfilas, hasta el punto de poder plantearse una vida sexual con una mujer.  

Yo carezco de referencias suficientes que me permitan entender los sentimientos de unas y otras. De nuevo me parece significativa la división de Lin Fraser entre transexuales ginéfilas, andrófilas y asexuales. Yo estaría más bien entre las asexuales y de ello hablo.  

Kim Pérez 28-05-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                              En la mercería. Lección Cuarta

 

Los últimos meses que pasé en mi casa fueron desde luego angustiosos y el miedo no me faltaba. Ahora comprendo que la clave era que nadie sabía que yo era transexual, por lo que el miedo consistía en ser descubierta y en sus consecuencias. 

Cuando iba a un baile, desde luego, los hombres sobraban para acercarse a mí, pedirme de bailar y apretarse y decirme palabras tiernas separando la cabeza y mirándome a los ojos. Pero yo no me podía distender, temiendo que en cualquiera de aquellos bailes llegara de pronto el soplo, no sé por dónde, pero llegase, y bailaba cautelosa y creo que con cara preocupada y pendiente de todo, menos de ellos.  

Si hubiera llegado alguien que me conociera, no sé de dónde, y que comenzara a comentar mi historia en los corrillos, aparte del daño radical que eso me haría y que no voy a detallar ahora, ¿en qué lugar quedaría el muchacho o el hombre que en aquel momento estuviese bailando conmigo? 

En aquellos salvajes corrillos de los varones, donde se dicen cosas que luego se aguantan cuando están con mujeres, ¿qué burlas se harían de mi compañero de baile, o hasta de cualquiera que se me hubiera acercado alguna vez, dando por supuesto que sabía la verdad, para hacerle más daño, porque necesitan hacer daño? 

¿Y cómo hubiera reaccionado el que estuviera conmigo, al acercarse por ejemplo a la barra del bar a pedir unos tubos, y ver de pronto las caras burlonas y malvadas y tener que cavilar sobre las palabras soltadas sueltas, como indirectas, o escuchar las puyas inesperadas? 

¿Y si no era bueno, y no comprendía que yo tenía de entrada mucho más perdido, no habría querido restablecer su honor, nombre, prestigio, fama, status en la manada, y al desconcertarse y luego indignarse, no lo hubiera hecho con rabia sobre mí, y se hubiera vuelto a donde yo esperara, con mi vestidillo, él con los ojos y el alma encendidos, y me hubiera molido a palos, una y diez veces, allí mismo, me hubiera estrellado el vaso en la cabeza, produciéndome una herida sangrante, como luego dirían los periódicos, primero entre el asombro, la indignación y el espanto de los concurrentes, aue vieran a un hombre pegando a una mujer en público, luego cambiado al volar de boca en oído las frases “es un travesti”, “es un tío”, y justificado y secundado, convertido en diversión, hasta que ver mi cara cubierta de chorreones de sangre, mis cabellos chupados por el líquido y desparramados con los golpes, mis ojos morados y ciegos, hinchados, alguno o algunos, aunque entorpecidos por la brutalidad del alcohol, hubiera tenido compasión y hubiera sujetado a mi verdugo y le hubiera sujetado por los brazos mientras él aullaría y patalearía como un energúmeno, para dejar a salvo y con garantías, frente a todos los otros, su masculinidad? 

No soy tonta y sé que todo esto hubiera podido pasar y de hecho les ha pasado, hasta llevarlas a un hospital, a algunas amigas mías, y los agresores han pasado por los calabozos y han guardado los papeles de la detención como un diploma. 

Por eso lo cuento como historia aunque nunca me sucediera a mí, pero pudo haberme sucedido y sé milimétricamente la secuencia de los acontecimientos. 

Por eso estoy tan distendida ahora en Barcelona y gozo de la vida y del sol mañanero que se cuela entre las hojas de los plátanos de la Rambla y oigo el canto de los pájaros, porque todos saben que soy transexual y no importa, porque vivo en un sitio donde es corriente que haya transexuales, y hasta da cierto prestigio por lo extremado y lo raro. 

Tenía la aprensión de no ser de todos modos aceptada por los hombres, o por según qué hombres, que fueran muchos los intransigentes. Pues al revés. Soy muy deseada, hasta demasiado. Me doy cuenta de una injusticia, que es porque soy atractiva, se mire por donde se mire, y hasta guapa y aparente, y la belleza siempre tiene privilegio, mientras que mi pobre amiga, la Bacha, como es fea y hombruna, no se come ni una rosca (Ya que estoy haciendo mi avatar, lo pongo como quiero) 

Pero yo tengo éxito, desde luego, es increíble, lo tengo entre quienes menos os podéis figurar, la pandilla de policías y guardias civiles jubilados del barrio, hombres canosos, pero recios, casados felizmente, algunos con garrota, que me sonríen aunque saben que soy “la transexual de la mercería” y se vuelven para mirarme pasar cuando voy por la calle, y me hacen proposiciones medio de guasa medio en serio, susurrando, cuando paso cerca, y son la verdad siempre muy amables conmigo, aunque sé muy bien que la cuestión, para que siga el encanto, está en no hacerles caso y en oir sus piropos como “¡Qué buena estás, mujer!”, como un cumplido que significa en realidad “Serás un transexual, serás un tío, pero qué buena estás”, al que se añade la delicadeza de incluir la palabra “mujer”.  

También, al pasar, hay otro que me dice”¡Adiós, niña!”, de la misma manera, con su acento andaluz, porque son casi todos de Andalucía, desterrados como yo, y eso también nos une y yo siento el sentimiento que se despliega en mí hacia los hombres que son amables conmigo o me desean: gratitud. Por gratitud podría acostarme con ellos, aunque propiamente dicho no me atraigan, son demasiado mayores para mí, y por gratitud gozaría de su deseo y sus acometidas más o menos enérgicas y la gratitud habría colmado mi corazón y sé que los echaría de menos incluso muchos años después, al recordar sus calvas, sus barrigas, sus garrotas, y sus palabras amables y corteses. 

Pero  por inteligencia tengo que dejar pasar sus provocaciones para que no se esfume todo al día siguiente y quede sólo esquivez y hosquedad, porque sé que lo que buscan es en parte un polvo, una experiencia, una intriga, pero que luego cuando de despierten y vean que nada es posible, se amargarán y como puede ser que alguien se entere y tengan que darle cuenta a sus señoras por cualquier detalle que se les escape y ellas son clientes de la mercería y vecinas y tengo que cuidarlas por la mercería y por lo a gusto que estoy en el barrio, que soporta los piropos pero no soportaría ni un milímetro más. 

Como digo, soy mucho más inteligente en mi fantasía de lo que lo fui en la realidad. 

Pero no sólo me acosan los guardias civiles y los policías retirados, lo que, aunque parezca mentira, es verdad y es realista, aunque de una manera que no voy a explicar. También llegó a la tienda Philippe, un muchacho francés, que me atrae desde luego, un año mayor que yo, lo que sabéis que es perfecto para mí, rubio como las candelas, con mirada azul y tierna y rostro fuerte y rectangular de deportista, que sonríe deliciosamente entre labios anchos que dejan ver sus fuertes dientes, y con un cuerpo de escándalo esculpido por el culturismo. 

La historia de Philippe es singular: es hijo de un importante proxeneta de Marsella, a lo peor medio mafioso, que tiene también un negocio de automóviles que les hace venir, a él o a su hijo, a veces, a Barcelona. Philippe entró en la tienda un día a comprar un periódico y desde luego sabía que yo era transexual antes de entrar, porque alguien se lo diría. 

Él es bastante homosexual, pero desde el mismo momento en que nos miramos por primera vez, su mirada azul y sincera y la mía oscura y temerosa entrando del uno en el otro, nos entendimos y nos gustamos, a nuestra manera, aunque nuestro cariño está dirigido por un código especial. 

En las largas temporadas que pasa en Barcelona, Philippe me desea y no necesita ir a buscar muchachos. Me pregunto de todos modos lo que ve en mí, si me ve como un muchacho distinto, pero siente en mí la piel más morena de todos los muchachos, o sabe que mi vagina es tranquilizadora, porque es como un callejón sin salida, o me ve como una forma de híbrido de hombre y mujer y me pregunto qué siente confusamente cuando me toma, porque él tampoco lo sabe explicar, pero me da igual, me desea por mí y como soy.  

Sé que Philippe tiene testosterona en vena y los testículos apretados de semen, lo que facilita mucho las cosas con los muchachos, pero además nos gustamos la una al otro y esto significa que nos gusta como somos y nos enorgullece a cada uno tener al otro a su lado y que nos vean juntos por las calles, eso sí, el rubio musculado y la morena fina, y saber en particular lo que nadie más ve si nos ve por la calle, que el rubio sea homosexual y la morena transexual, porque saberlo nosotros y que los demás lo ignoren añade intimidad entre nosotros. 

Entonces, sé que a Philippe se le van los ojos tras los muchachos que se nos cruzan y sé que en cuanto se vuelve a Francia, folla con ellos, deportivamente, dos o tres veces al día, porque arrasa de guapo, pero sé también todo lo que hay entre nosotros y es suficiente, porque es más que tierno, una relación indescifrable y única, entre él y yo, bajados los dos desde el misterio a las playas de Cataluña para estar juntos. 

Comentario 

Hay ambientes amistosos para gays o trans y hay ambientes hostiles, de donde vale más salir corriendo. No hay ambientes neutros, aunque se puede llamar así a algunos que son en realidad favorables en general, aunque con algunas molestias en particular. 

Yo he vivido durante casi toda mi vida en ambientes hostiles, pero desde hace dieciséis años he encontrado un ambiente amistoso en mi familia, mis amigos, mi barrio y mi trabajo que sólo algunas veces muestra ramalazos que tienden hacia lo neutro. 

Pero desde luego, no hay ambiente más hostil que el que se crea una misma metiéndose en el segundo armario (después de haber salido del primero, el de la represión), porque por definición, lo creamos porque suponemos que no nos será posible vivir abiertamente. 

Es como si condenásemos de entrada a todas las personas como enemigas en potencia, en cuanto supieran la verdad. Entonces, de hecho, los definimos a todos como enemigos potenciales. Y nos callamos ante ellos. Intentamos guardar nuestro tremendo (para nosotros) secreto. 

Es verdad que hay ambientes peligrosísimos. Uno de los más peligrosos es el escolar. Si los chiquillos tienden a acosar con decidida crueldad a todo el que les parezca distinto, empollón, pelirrojo, gordo, alto, tartamudo, gafitas, dentudo, mariquita, extranjero, mientras el distinto no se haga respetar por las bravas, ¿cómo  no van a acosar a una criatura más o menos transexual diciéndole cosas al pasar, insultándole, dejando caer collejas libremente, poniéndose culo en la pared, cantándole, apedréandole fuera del colegio, haciéndole la vida imposible? 

Pero, una vez fuera de ese infierno, del que hay que salvarse como se pueda, incluso procurando pasar inadvertida como adolescente, el error sería creer que en todas las situaciones de la vida se va a encontrar la misma hostilidad, se va a sufrir la misma indefensión, y que, por tanto, conviene ser una mujer como otra cualquiera. Y que nadie sepa la verdad. 

También se puede entrar en esa cápsula por otra razón. Por el deseo de ser plenamente aceptada y vivir integrada en el medio juvenil y la posibilidad de ser deseada por todos los hombres y de que no haya barreras ante ellos. 

Pero en el momento en que se forma la cápsula alrededor, la persona transexual se pone a la defensiva, y sin remedio. No sólo tiene que procurar que nadie la identifique y huir de quien pueda reconocerla, sino que, cuando alguien llega a su lado, se plantean enseguida muchos problemas: si decírselo; o cuándo y cómo decírselo; o qué pasará cuando se le diga o peor, si él se entera por su lado.

Esta situación tensa y depresiva contrasta con la que se puede tener cuando se dice abiertamente que se es transexual, procurando que se enteren todos, para que nadie pueda decir que te escondes, incluso mediante una aparición en televisión con cualquier motivo. 

Una vez que se ha superado la edad de las terribles guerras infantiles, ser trans en público puede significar recibir ataques ocasionales, burlas en discotecas o insultos, pero también contar con amigos, con su apoyo, con el medio en el que se desenvuelven los amigos y las amigas y sobre todo con la fuerza que puede dar ser inatacable precisamente porque se es públicamente transexual. Ya todo está al descubierto, no hay nada que esconder, quien me quiera, me quiere, y quien no, no, como le pasa a todo el mundo. 

Queda la cuestión de los hombres. Es indudable que se acercarán menos pero los que se acerquen saben con quién van a estar. No habrá nada que ocultar, nada que callar, se puede hablar y vivir libremente. 

Entre estar con un hombre distendidamente y estar con veinte llena de silencios y miedos, ¿qué se puede elegir? 

Queda la cuestión de las motivaciones de quien se acerca a una transexual. Hablando en teoría, lo que es una simplificación, no le interesaríamos ni a los heterosexuales, porque no seríamos suficientemente mujeres para ellos, ni a los homosexuales, porque no seríamos suficientemente varones. 

Sin embargo, el hecho es que muchos hombres se sienten atraídos por las trans, por el hecho de ser trans. ¿Puede haber algo de morbo? Responderé con otra pregunta: ¿Puede separarse el morbo del deseo? 

Seguiré con las preguntas: ¿no puede haber una afinidad personal, estimulada por el hecho de que seamos globalmente femeninas, hasta el punto de poder pasar por alto aquellos aspectos en que no seamos femeninas? 

¿No puede haber a veces un largo cariño, una larga amistad, una ternura mutua? 

Sin duda existe el estímulo a corto plazo: el polvo, la curiosidad, la experiencia, la tachadura añadida en las anotaciones de combate. “Una vez me acosté con una trans” (aunque la trans se quedara llorando) 

Pero existen también estímulos a largo plazo. Unos negativos y otros positivos. Hombres cansados y asustados por una relación anterior y que encuentran más afinidad moral con una mujer trans que con una mujer genética (lo diré así, brutalmente), a la vez que muchos estímulos instintivos o físicos, la feminización de quien deja voluntariamente de rivalizar y competir con los varones. 

O bien, hombres que simplemente, y por lo que sea, se encuentran a gusto en la compañía de una trans, hombres quizá gays y quizá heteros, lo mismo que yo, transexual, me encuentro mucho más a gusto en la compañía de los varones gays que en la de los varones heteros, aunque lo uno y lo otro sea muy personal y poco aplicable a la mayoría. 

El resultado general es que hay bastantes hombres a quienes les atraen las trans y unos cuantos menos que se atrevan a salir con una trans, a bailar con ella, a besarla en público, pero los hay. Y les atraemos por ser mujeres trans, por lo que carece de sentido que lo ocultemos, porque al callárnoslo, podríamos perder justamente a uno de ellos, a los que podemos gustarles como transexuales, los que pueden desear hacer su vida con nosotras.

Kim Pérez 21-05-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                         Manual de la muchacha transexual. Lección Tercera

 

 

La mayor experiencia de haber transitado con pocos años, en mi primera juventud, hubiera sido la del deseo ajeno. Verme en el autobús, con una amiga, una muchacha genética, la única que hubiera sabido la realidad, camino de un baile lejano, donde nadie me conociera, y ser consciente de la gracia de mi cuerpo, de lo adecuado de mi vestidillo, que ya digo que sería ligero, para corresponder con ella y expresarla más plenamente, y de las miradas turbias y negras de los hombres adultos ya en el autobús (y de los puntos de vista críticos y fríos de las mujeres aburridas, analizándome severamente) 

Bajar del autobús con un brinco ágil, como diciendo “aquí estoy yo”. Llegar al baile con mi amiga y sentir la mirada electrizada, hipnotizada, de aquel muchacho de pelo moreno y rizado, piel clara y ojos enérgicos que está con sus amigos en la entrada, la pierna derecha doblada y el piue puesto en la pared, con un polo blanco y pantalón oscuro. Notar el acompañamiento de las miradas de todos, sus labios que medio sonríen, irónicos y deseosos,  sus cabezas que se vuelven ligeramente siguiéndome mientras entro por el portón  que se abre en la tapia encalada. 

Al pasar por el corredor de entrada, oler los pesados efluvios que salen del aseo de caballeros, como símbolo de todo lo que me desagrada también en los hombres. Y luego en el baile, la noche, el aire libre, los laureles y la fronda sombría que envuelven la pista, la música americana que me levanta a las estrellas y el primer muchacho que me pidió bailar, más alto que yo, como a mí me gusta, pero no demasiado guapo, moreno también, expresión ingenua en su rostro rectangular y en sus labios fuertes y grandes, que se abrían sonriendo y dejando ver sus dientes brillantes, me parece que no demasiado inteligente porque no tenía mucha conversación, pero que me apretó contra él y me decía al oído “me gustas, me gustas”. 

Bailamos durante horas, nos sentábamos a descansar y a tomar ávidamente unos refrescos para nuestras gargantas secas, sudábamos en el calor de la noche de verano, nos salíamos del baile y nos sentábamos un momento bajo un árbol en la entrada entonces solitaria, volvíamos al baile y él, Micho se llamaba, me tomaba por la espalda con las dos manos puestas en paralelo, los codos junto a mi cintura, las palmas en lo alto, apretándome con deseo y cariño y yo sabíua quew todo aquello era la continuidad de mi propio cuerpo, que con su blanda pasividad despertaba aquel arrebato del suyo, que apretado contra mí se volvía ardiente y vigoroso, como abriéndome las puertas del infinito, de las estrellas y del azul del día.  

Aquella noche no pasó más y se terminó con las claras de la madrugada y con el canto solitario de un pájaro.

Lo de Micho no llegó más lejos porque me dijo con sinceridad que tenía novia y yo me aparté, por él. 

Aque verano se me siguieron abriendo puertas, grandes, oscuras, talladas y elegantes, las de la casa de un hombre relativamente joven (o relativamente viejo) pero poderoso.  

Llegué a esa casa una tarde con mi amiga, la que dije antes,  porque ella era algo pariente suya, muy lejana, y le picaba la curiosidad por su forma de vida, por lo que fuimos a verlo con el pretexto de que ella era la hija de su primo (o pariente pobre) y de saludarle, a lo que él accedió amablemente. 

Entradas en la casa, pasado el patio jardín, miramos con admiración las paredes tapizadas de seda roja y los muebles severos con algunas pocas piezas de arte sobre ellos, y llegadas con él a un gabinete, nos ofreció un té que  tomamos en vajilla de plata que daba destellos blancos en todo su derredor. 

Aquel caballero tan importante era muy amable y me dijo que yo era la mejor obra y la más bella que había en la casa y me hizo sentir como si fuera la figura de mujer vestida ampliamente de blanco, con las manos puestas sobre el regazo, que se veía en una pintura que nos enseñó detenidamente y a la que dijo que me parecía. 

El caballero, elegantemente vestido, con manos finamente manicuradas, sin duda sufrió durante el tiempo en que estuve en su casa, volviendo real una de sus pinturas, y me lo demostraba con sus atenciones y su exquisitez, pero había dos problemas, puesto que no me atraía, había en él el punto que hacía que un hombre dejara de interesarme, porque me entristecía o me decepcionaba al verlo viejo y patéticamente vencido (tendría treinta y tantos años, pero yo era mucho más joven y eso sí, se daba por vencido, seguro) 

El otro problema era lo que me decía y me repetía mi amiga: “No dejes que sepa que eres transexual”. 

Yo le había respondido: “Es que yo soy como soy. Quien me quiera, tiene que quererme como soy”. “Sí, pero si quieres que mientras no te conozca le gustes, no se lo digas”, me repetía ella. 

Había pensado en eso mientras él me comparaba con la mujer de blanco del cuadro y me hablaba con entusiasmo de ella, lo que significaba que hablaba con entusiasmo de mí. ¿Hubieran brillado sus ojos de la misma manera, hubiera hablado con tanta vehemencia y pasión, con tanta tensión en sus palabras, si hubiera sabido la que era mi historia? 

Yo también me sentía arrebatada al verme comparada con aquella mujer, lo que significaba verme puesta en paralelo con ella, parte por parte, rasgo por rasgo, cabellos, piel clara, blandura de la mirada, torso, manos, falda y seno. Me maravillaba y me absorbí en la introspección en que se convertía aquella figura, aunque me desagradaran y lamentara los labios de los que surgía aquella explicación, a la vez que sentía una compasión seria y profunda por ellos y por mí. 

Pero sabía que por allí no llegaba a nada, sobre todo porque él lamentablemente no me decía nada, de manera que fui yo en realidad quien lo dejó y quien hizo imposible que aquella historia ni siquiera empezara y que se limitase a ser la de una tarde de dos muchachas que fueron a merendar a la casa de un caballero aunque en el relato exterior no figurase el tropel de sentimientos que aquella tarde despertó en mí delante del cuadro, en el caballero al verme en su casa y junto a él o mejor ver la figura de quien él imaginaba que yo era y hasta en mi amiga al comprobar que todas aquellas posibilidades de interés y de diversión, las de un verano que hubiera podido ser fastuoso, se quedaban en nada, porque él se había fijado en mí y no en ella, y él no me interesaba. 

En aquel año fueron frecuentes los momentos como éstos, en los que un hombre me miró y me deseó y se acercó a mi lado y yo, aunque viera el deseo en sus ojos como un agua profunda, tuve que escabullirme. Era verdad que, también con frecuencia, oía de aquellos mismos insultos contra los afeminados encogidos y asustados que ni se atrevían a acercarse, entre los que tenía la suficiente inteligencia como para comprender que yo me situaba objetivamente. Ése fue el gran dilema con el que me encontré en aquellos meses. Me deseaban como la mujer que veían y me trataban como a una mujer, protectora y condescendientemente (o sumisos y suplicantes según su deseo) ¿Pero qué pasaría si supieran exactamente lo que yo era, con toda la realidad y la verdad de mi historia de sufrimientos e ilusiones, lo único que me habría hecho sentirme querida, comprendida y aceptada plenamente, hasta el fondo de mi ser, como si aquel amigo mayor que yo hubiera pretendido en mi adolescencia me hubiera recogido ahora y me hubiera dicho: “Te quiero y te entiendo”? 

Un año después de mi transición comprendí que aquello no sucedería nunca mientras los hombres creyeran que yo era simplemente una mujer, porque mi historia verdadera no tendría entonces ni principio ni continuación, sería la de otra persona, y entonces decidí irme a otra ciudad en la que pudiera vivir públicamente como transexual y ser deseada si acaso como la transexual que era, es decir, como yo misma, y me fui a Barcelona, porque siendo esto una figuración yo era mucho más inteligente y decidida de lo que fui en realidad.

No me interesaba trabajar en el espectáculo ni en la prostitución, por lo que una semana después de llegar estaba trabajando en una tiendecita que era mitad de mercería mitad de periódicos y cacahuetes, al lado de la Bodega Apolo, y como me junté con las transexuales que actuaban en ella y que hicieron muchos aspavientos al conocerme, por la perfección de mi figura, tan jovencilla y tan guapa, pronto se supo en todo el barrio que yo era transexual, que era lo que yo pretendía. 

El sueldo era muy bajo, pero me permitía vivir y esperar a quien me quisiera y con eso tenía suficiente. 

Comentario 

Puede comprenderse muy bien que una muchacha transexual,  femenina como puede serlo quien realiza una transición temprana, como ahora va siendo cada vez más frecuente, indistinguible en la calle de cualquier otra mujer, se aferre al estatuto de mujer sin adjetivos que los otros le conceden. 

Sin embargo, y aunque parezca otra cosa, las transexuales que no tenemos más remedio que decir “soy una transexual” tenemos una ventaja por lo menos sobre ellas: que estamos obligadas a vivir en todo momento conforme a nuestra realidad. 

Vivir con arreglo a la realidad es sano y fuerte, lo mismo que es debilitador querer vivir conforme a los sueños irrealizables. 

Las transexuales tenemos un ansia inagotable de ser aceptadas, queridas y deseadas, pero cualquiera que piense de cerca en sus sentimientos comprenderá que ansiamos ser queridas tal como somos, no como si fuéramos otra persona. 

Y somos personas nacidas con sexo fenotípico de varón y sexo psicológico intermedio, que hemos sentido disforia de género y hemos necesitado vivir como mujeres para acercarnos más a lo que somos, sin que eso quiera decir que somos lo que no somos. 

Pero además es evidente que, fuera de las relaciones fugaces, en las que sea posible jugar con la identidad que nos haga más deseables, no será posible mantener una relación profunda, sincera, estable, sin que nuestro compañero sepa todo lo que tiene que saber. 

Y eso se consigue cuando él no se acerca a nosotras viendo en nosotras a una mujer sino cuando se acerca porque ve a una transexual bella como una mujer y que le atrae. 

¿Hay más hombres que no quieran tener una relación permanente con una transexual que los que sí?  

Puede ser. Sin embargo, es verdad que lo que yo quiero es un hombre que quiera mantener una relación conmigo, tal como soy, no en general con mujeres genéticas o en general con mujeres transexuales, y yo soy en particular una mujer transexual o mejor todavía yo soy yo y es a mí a quien se trata de querer o no querer, tal como soy. Es obvio: o se me quiere y se me desea a mí, o no se me quiere ni se me desea a mí.  

Kim Pérez 14-05-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                          Manual de la muchacha transexual. Lección Segunda

 

Lección Segunda 

Sé perfectamente que si hubiera podido hacer el cambio con pocos años, en cuanto me hubiera visto, yo qué sé, hormonada, es decir, con mi estatura definitivamente detenida, sabiendo seguro que ya no iba a crecer ni un centímetro más, con mis mejillas ya para siempre amelocotonadas y suaves, y mi voz aguda y débil, ya sin cambios, pero fijaros, no cuando se hubiera producido todo eso, sino el mismo primer día en que hubiera tomado la primera dosis de hormonas y hubiera sabido que ése era ya mi futuro seguro, me hubiera ido como loca, sin mi falda ya, desde luego, y un ligero abultamiento en el pecho, hecho artificialmente con calcetines dentro de las copas del sostén, y hubiera salido a la calle en busca de los sitios donde pudieran verme muchachillos de mi edad, los adolescentes que se reúnen seis o siete en pandillas en las plazuelas, como entonces, cuando la Churra o la Antequeruela estaban llenas a rebosar de población de clase obrera, lo que era decir muy pobre, la banda del Rana, feo como su nombre, que se solía reunir en el lavadero de la Puerta del Sol, donde las mujeres acudían todavía a lavar, y hubiera querido pasar ante ellos, ligera y ágil, casi saltando por el empedrado, sin mirarlos desde luego, sin levantar la mirada del suelo, para oír las palabras que se hubieran levantado entre ellos o los silbidos en dos fases que entonces se estilaban (uí – uiuuu) y saber que me miraban, que me admiraban, que me daban por fin la existencia, que se rendían ante mí por el respeto y el deseo que hubiera visto en sus ojos profundos y negros, en sus vidas brutales y groseras por fin dulcificadas y civilizadas por mi presencia.  

Sé que lo que hubiera hecho, lo habría hecho por ellos y por un momento como aquél, en el fondo por compensar tantas humillaciones y desprecios como mi imagen de muchacho tímido y acobardado había soportado de ellos en los diez años anteriores, verlos transformados y ver transformado lo que yo fuera para ellos. O sea, que descubro que mi cambio lo hago por los muchachos de mi edad, porque ansío que me quieran y me respeten y me llena de asombro ver esto tan claro, porque significa que los quiero como compañeros y esto es lo que he pretendido conseguir por encima de todo, gozar de su cariño, de lo que yo pensaba idealizando que hubiera debido ser mi amistad con los muchachos que me fui encontrando en el colegio y que nunca fue realidad, porque ellos rompieron cualquier posibilidad con su sequedad. Cuál hubiera sido mi vida si alguno de ellos me hubiera querido, especialmente el que siempre imagino, un poco mayor que yo, como mi hermano mayor, guapo, resuelto, moreno, de mirada pasional y firme en unos ojos no muy grandes y oscuros, seguro y afectuoso, sabiéndolo todo y enseñándomelo. Mi hermano mayor, que no tuve la suerte de que estuviera junto a mí y que desde mi niñez me hace falta y por fin las lágrimas casi llegan a mis ojos, por mi destino. Todo esto se hubiera acentuado desde luego, en el día a día de aquel curso que hubiera sido maravilloso, cuando yo hubiera visto que mis compañeros crecían por primera vez por delante de mí, que sus voces se enronquecían y que yo me quedaba a salvo de todo aquello, menuda, con mi voz ridículamente aguda cuando gritaba o reía entre las de ellos y recibiendo a veces una larga mirada negra y melancólica desde otro de los bancos de la clase. 

Para qué decir si hubiera estado ya operada, con pocos años, sintiéndome absolutamente cierta en mi cuerpo, de estar como quería estar o ser lo que quería ser, sentada en clase y sabiendo que en mi cuerpo había un vacío reasegurador, garantía de merecer ser cuidado, querido y protegido y de que nadie, por el contrario, me exigiría o esperaría que yo protegiese a otras personas, puesto que yo carecería definitivamente de esa fuerza y ese poder. Nadie esperaría ya que yo tuviera que actuar benévolamente ante una mujer. Me pondría al cuello un un sencillo collarito como prueba de que comparto con ellas esa ausencia de responsabilidad. 

Las mujeres me fascinan físicamente, porque la mirada se me va sola hacia los pechos cuando están medio desnudos y tengo que esforzarme para disimularla pero no estoy segura de conseguirlo ni de mirar a otra parte, tal fuerza de llamada tienen para mí, que me parece que los miro aun no queriendo. Nada parecido me pasa con el cuerpo del hombre, más bien al contrario, tengo sacudidas de mirar hacia otra parte, me deja tenazmente insensible o indiferente, puedo estar pensando en otra cosa, no me fijo, no significa nada y a veces mis miradas se alejan  molestas. Para imaginar lo que los homosexuales sienten ante  los cuerpos masculinos y especialmente los genitales, tengo que pensar en lo que siento ante el pecho de la mujer y traducirlo. 

Aunque es verdad que también a menudo la mujer me repele, cuando se pone en actitud incitadora, por ejemplo con media lengua saliendo entre los dientes, lo que al parecer para muchos varones es máximamente excitante y a mí me hace también apartar la mirada o especialmente cuando huelo su olor profundo, funcional, medio graso, medio turbio, olor asociado con la sangre y los flujos de la vida, que carga inoportunamente envolviéndolas en una repulsión que ignoran.  

Tampoco me interesa la región genital femenina, sólo como una retracción o inhibición que yo también quiero compartir, pero no en sí, como esa especie de boca fea y apretada que es y me pregunto si es posible, porque no lo sé,  que muchos varones sientan algo al verla o si las miradas se les van irresistiblemente. 

Pero sí reacciono físicamente ante algunos varones, no porque me interesen las formas de sus cuerpos, que me traen al pairo, ni porque me atraiga, porque más bien me desagrada, la textura de su piel o el áspero olor que dimana, sino por sentimientos, porque me estremezco cada vez que me veo junto a un hombre más alto que yo, y las corvas se me aflojan, lo que ahora sucede muy raramente y por eso es más importante, porque soy una persona muy alta, pero que en esta figuración, si estuviera hormonada con pocos años, ocurriría continuamente, siendo para mí muy estimulante estar entre hombres por esa razón. 

También sé que me golpean sentimentalmente los hombres que me recuerdan la figura de mi padre, precisamente tal como era en mi dolorida adolescencia, maduro y canoso, lo que me revela la necesidad que tengo de él y el vacío que me dejó. Dicho de otra forma, la falta que tengo de los hombres es sentimental, no hay automatismos químicos en ella, sí una historia de lo que sucedió al contrario de lo que debería haber sucedido y por eso tengo tal ansiedad de sentir la fuerza masculina, por primera vez acogedora y protectora y no como agresión o desdén o indiferencia, porque en los años en  que mi blandura estaba tomando forma no la encontré. 

Por eso me resulta prioritaria, antes que las relaciones con las mujeres, en caso de que fueran posibles, porque lo primero era querer a los varones y estarles profundamente agradecido para poder apreciar la imagen como varón que aparecía cuando me miraba en el espejo. 

En mi imaginación sigo planeando aventuras con varones, especialmente pesquisas interminables con amigos de mi edad por las calles nocturnas y florales, por las de todo el mundo, con curiosidad y audacia, divirtiéndonos con lo que descubriéramos, justo porque allí se bloqueó la carretera de mi vida. 

Por eso no tengo fantasías con mujeres, aunque sus cuerpos llamen a mis ojos, pero sólo sus cuerpos, porque con ellas no imagino qué hacer ni a dónde ir, ni de qué hablar.  

Comentario 

En este texto trato de la orientación sexual que mejor conozco, la mía, cuestión distinta como se sabe de la identidad de género e incluso de la de otras personas transexuales. 

Sus fundamentos son, objetivamente, la relativa ambigüedad de mi manera de ser, que me hizo propicia a los problemas de inserción de género. 

Subjetivamente, estos problemas frustraron un sentimiento homoafectivo, no homosexual, bastante inconsciente pero muy intenso y espontáneo en mí. 

Precisaré la diferencia entre lo homosexual y lo homoafectivo. Lo homosexual tiene que ver con la química de los cuerpos. Reacciones de excitación o rechazo, muy físicas, muy inexplicables, muy involuntarias e incluso contrarias a toda voluntad. Electricidades, sacudidas eléctricas ante un solo roce, ante los dorsos de dos manos que contactan. La belleza física, el aroma de los cuerpos, el deseo corporal hasta doloroso. 

Lo homoafectivo es sentimental, no corporal, pero puede ser muy fuerte. Viene de la admiración, el deseo de emulación, la necesidad de recibir protección de otras personas del  mismo sexo.Forma héroes, ídolos, modelos con quienes puede el adolescente identificarse y crear así su propia identidad.  

La homoafectividad no es un juego sentimental sino una necesidad de primer orden para los humanos, puesto que enseña a formar la propia identidad de género. 

Pero la homoafectividad puede quedar frustrada y entonces se reduce a una sed que si no encontrara alternativas podría ser demoledora y de hecho lo es. 

Una parte de la transexualidad y una parte de la homosexualidad calman esa ardiente sed asumiendo una identidad del otro género, en todo o en parte, para colmar el terrible vacio de identidad que se produce al no haber podido identificarse con el propio. 

En este sentido es en el que digo que estas transexualidades u homosexualidades son reacciones adaptativas, recursos de supervivencia. 

También, la sed homoafectiva puede generar fantasías de relación con otras personas, que siguen las líneas en las que se supone que se podría mantener, aun veladamente, esos procesos homoafectivos que no pueden expresarse de otra forma: fantasías como las mías, referidas a las formas de conseguir el cariño, admiración y protección que se necesitan tanto. Yo supuse que sería el cambio de sexo lo que me permitiría conseguir cuanto me faltaba.  

Estas fantasías no son estrictamente sexuales, pero se pueden traducir en un erotismo que se acerca mucho a lo sexual. El hombre que ama, a quien se admira, que protege, puede generar deseos de hundirse entre sus brazos, de sentir sus mejillas pinchudas o la blandura suave de su barba, de llorar y reir junto a él, por lo que puede dar de lo ansiado.

Kim Pérez 07-05-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

             Manual de la muchacha transexual. Lección primera

 

Lección Primera 

Me imagino que tengo dieciocho años y que estoy operada. 

Simplemente, estos casi cincuenta años que separan aquella edad que recuerdo suficientemente de la que tengo ahora, no han existido. 

Lo primero en lo que pienso es en que entonces estaba llena de fuerza vital y de expectativas, y que también me devoraban las dudas y los conflictos. Pero puedo imaginarme en relativa paz, después de haber resuelto mi contradicción principal como si fuera una adivinanza, vistiendo un vestido camisero de mujer, no, un vestido con tirantes anchos encima del escote, que cubre mi seno realmente formado, con el fin de que quede constancia de lo que he hecho y que todos lo sepan, tranquila en una mañana fresca y primaveral, junto al mar, bajo los árboles que se acercan a él, protegida por una balaustrada que se levanta a medio metro de la arena. No, puestos a imaginar, prefiero que el paisaje me recuerde también a Almuñécar, que ha sido mi paraíso, y entonces, quiero que se vea entre los balaustres el principio de una playa de arena clara, larga y ancha, de Poniente a Levante, y más allá el mar azul y luminoso, que reverbera todos los brillos del sol y por la noche traza el riel de la luna, y hacia Levante, los charcos llenos de renacuajos de la desembocadura del pequeño Río Verde, en el que las rana se pasan las noches cantando. 

Pero me encuentro con que el vestidillo se convierte para mí en un juego de placas metálicas que me protegen. Estoy segura tras su tela ligera y sus exánimes y largos pliegues que blandamente bajan por mis rodillas y llegan hasta la mitad de mis pantorrillas (lo siento, es que no hay una palabra más bella ni más suave) 

Estoy sentada bajo los árboles del jardín y miro al mar, hoy tranquilo y primaveral como mi pensamiento. No pretendo hacer nada durante estos días, sólo gozar de la sensación de que estoy  a salvo, guardada, segura en mi casa, tras la barandilla que ese asoma a un metro sobre la playa, protegida por este vestidillo tenue, poco llamativo, tela de hilo estampado con puntos grises, y por todas las leyes y convenciones humanas que se relacionan con el derecho a llevar este vestido. Suspiro, y el aire de mis pulmones se suma a la brisa fresca que en este momento me da en la cara, dándome ganas de gozar y de vivir.  

Y la verdad es que todos estos sentimientos me parecen muy propios de mujer, la necesidad de seguridad, la tranquilidad, el mirar al mar y a las breves blancuras que se levantan a lo lejos muy de vez en cuando, como llevo haciendo hace dos horas, el existir en mí. Casi desearía, para entretener mis manos y mejor dejar pasar el tiempo, ponerme como las antiguas a puntear un bordado, viendo la tela en el entresol de los árboles bajo los que estoy sentada. No lo haré, pero quizá un día acabe haciendo algo más mío, pero semejante, venirme al jardín con mi cuaderno y mi caja de acuarelas, y pintar este dosel de grandes hojas de castaño que descienden delante de mí, la arena de los paseos del jardín y la de la playa, la línea azul del horizonte que se ve entre los troncos de los árboles y entre los laureles y otros arbustos, e incluso las velitas blancas que se distinguen y me recuerdan a las de los antiguos pescadores que andaban luego descalzos y dejando caer las caderas por el Paseo Marítimo (es que yo los he visto, porque yo soy antigua) 

También estoy segura dentro de mi propio cuerpo, tal como es ahora, después del año de detención de la pubertad, y de los dos en que me he estado hormonando, y por fin, lo definitivo, lo sagrado, lo irreversible, la operación.  

Soy muy alta en la realidad, baloncestista femenina o pintora guiri, para que os hagáis una idea, pero en mi imaginación, que es donde estoy ahora, no soy ni muy alta ni muy baja, aunque desde luego tirando a alta, como mujer, ¡pero entre los hombres soy baja, no tienen que temer nada de mí, más bien pueden tener el deseo de ser condescendientes y de protegerme si acaso! 

(Me doy cuenta de que la estatura es muy importante en las relaciones entre personas, porque mide las relaciones de poder más básicas; por eso las mujeres podemos ser amenazadas por los malos y cobardes, pero contar con el amparo de los que son buenos y fuertes, y llegar a la posibilidad de que ahora me amparen es mi deseo principal) 

Mi piel se ha quedado muy suave y lisa. No tengo apenas vello en los brazos y mis mejillas se han quedado blandas y tersas, sin ninguna aspereza, sin ningún pinchor por obra de los pelitos punzantes. Me encanta, literalmente, siento decirlo con esta palabra, cuando tengo la ocasión de salir, y cuando saludo a alguien, a un muchacho cuando nos presentamos, dándonos dos besos en la cara, sentir sus mejillas ya ásperas y pinchudas, cómo se me clavan las púas de su dureza, con ligera presión, el restregón de su fuerza que no puede ocultar, el esmeril de su raspón, y sentirlo dos veces, una por cada beso o juntamiento de las dos mejillas, por la izquierda la sorpresa del contacto, por la derecha el disfrute del recuerdo y de la repetición, y también me halaga pensar que ellos, al tocarme con su piel, sienten una mejilla despejada, en la que no hay peligro ni agresión, desde luego ni un pinchazo, y que por tanto pueden estar también seguros ante mí y protegerme puesto que yo no represento ningún peligro para ellos. 

Lo mismo podría sentir, cuando lo tenga, si es que lo tengo alguna vez, mi novio al pasar sus dedos entre mis cabellos y comprobar que son largos y blandos, sin fuerzas como el sueño y la noche que lo produce, en contraste con los suyos, cortos y recios, peligrosos siempre. Y también pretendería que sintiera cómo mi cuerpo entero es blando, con los grandes pechos blancos que ahora hay en mi torso, mi vientre pulido, mis caderas relativamente anchas, mis nalgas grandes y firmes. 

“¡No soy un peligro para ti, cariño mío!”, le gritaría todo mi cuerpo, “¡tampoco lo eres tú para mí, eres mi seguridad, me proteges, me envuelves en el castillo de tu fuerza!” 

Para asegurarle de eso, mis brazos son finos y sin músculos visibles ningunos. Ya hace unos meses, jugando con mis primos, tuvimos que abrir la llave del agua de la manguera y yo no pude, con mis dedos delgados, por mucho que me esforcé, hasta que tuve que llamarlos y ellos vinieron y la abrieron en un momento con sus dedos fuertes, y se rieron de mí, pero como si estuvieran contentos de sí mismos y de ver que yo no tenía la fuerza para hacerlo. En aquel momento se consagró el hecho de mi desventaja muscular en relación con mis primos y de que, para compensarla, tendría que recurrir a otros medios. 

Me doy cuenta de que no hago más que hablar de fuerza, de inseguridad y de seguridad. Es que esto es lo que corresponde al mayor sentimiento que hay en mi alma, que es el miedo que se me metió hacia los varones desde que  entré en el colegio y constaté que mis compañeros, con esa edad, eran ya orgullosos, u orgullositos, agresivos, hostiles, ya duros, o durillos, y jugaban a meterse conmigo, y a darme empujones y a pegarme, y no sabían ser cariñosos, sólo jugar, y correr, y gritar, y pelearse. 

Y eso fue lo que siguió en primaria, intimidándome, y luego en secundaria, y cada vez me espantaba más al ver lo que pueden ser los varones. Ellos me dejaron al margen desde el principio, como si no se acordasen de mí más que para insultarme algunas raras veces, cuando estaban de buen humor. Por eso pasé una niñez muy solitaria. Tampoco encajaba mucho con las niñas y sus constantes y reiterativos cotilleos. Únicamente, tuve una amiga, Isolde, que era como intelectualilla, con gafitas, con quien hablaba de nuestras lecturas y de países lejanos a los que deseábamos volar ella y yo. 

Lo más duro fue cuando mi compañero Machuca, que era bajo y fuerte, se irritó conmigo y me amenazó y me tuvo amenazado durante un mes, tiempo en el que cada día, y sobre todo, cada tarde, al salir de clase, temí una paliza, aunque luego me olvidó, o me despreció, lo que coincidió con que Isolde se había ido con sus padres a Barcelona. 

En el cambio de mi cuerpo, naturalmente, lo más profundo ha sido la operación. Ahora es cuando me veo definitivamente indefensa y por tanto, merecedora o digna de ser protegida y querida. 

No hay nada en mi vientre, no tengo que ser temida, incluso hay sólo una pequeña abertura, que tiene que ser cuidada. Para mí, los genitales masculinos son un arma, son temibles, prominentes, prepotentes, largos, fuertes, duros, como un puñal que se clava sin matar o una pistola con su cargador, para dar la vida. Las mujeres pueden temerlos, en otro sentido, porque pueden dejarlas preñadas, ellos las preñan y ellas mantienen al crío. 

Yo no quería estar armada, ser temible, inspirar ninguna clase de temor. 

Eso es lo que yo pretendía, lo que más alegría puede darme. Lo repito, para gozar con el pensamiento: no estar armada, sino indefensa; amenazada, pero protegida. 

Darme cuenta de lo que soy ahora me estimula fruitivamente: percibir mi estatura, media, pero baja entre los hombres; sentir los pechos pesando en mi torso y tocados por mi ropa; saber que mi pelo es tan largo que puedo jugar con él aprovechando el viento y sus movimientos; notar casi la medida de la potencia y la impotencia muscular de mis brazos; y sobre todo, saber que mi vientre está recogido o contraído, que está indefenso y en él no hay más que los pequeños labios que pueden besar y que conducen hacia la sombra interior. 

Todo ello me hace andar con gallardía, con alegría y gracia entre los hombres, mirarlos sonriente y disfrutar de las sensaciones de mi ropa, del escote que toca mi pecho y me hace consciente de su presencia y su blandura, la falda que se mueve con la brisa y con mis pasos.  

Esto es lo que me ha dado el deseo de maquillarme, un rojo sonrosado en los labios, un perlado en las mejillas, y de arreglarme muy bien el pelo, de modo que ahora, cuando ando por la calle, resplandezco y los varones me miran, quedándose enganchadas sus miradas en mí, suplicándome en silencio, y en contra de su orgullo, que les devuelva el vistazo, reconociendo que es mi vulnerabilidad lo que me hace deseable para ellos, lo que me sitúa por primera vez ante sus ojos donde siempre he querido estar. 

Ellos piensan todo lo que yo he pensado, nada más que al revés, desde el otro lado de la vida. 

Comentario 

Este texto alude a una de las posibles formas de la transexualidad, una realidad multiforme, pluricausal, pero quizás a una de las más extendidas, a falta de estudios detallados sobre la variedad de la experiencis transexual.  

El análisis transparenta en él varios elementos. Una posible predisposición, que no se debe entender en el sentido de una configuración para ser transexual, sino en el de una naturaleza que favorece el llegar a serlo en determinadas condiciones. 

Para mi entender, éstas se encuentran a menudo en los traumas que pueden formarse en la edad de la socialización, frecuentemente debidos a la inadaptación a los compañeros por razón de esa predisposición, a lo que se añade a menudo la lejanía en la práctica del padre (puede vivir en la casa) o incluso su hostilidad. 

Todo junto debilita o estorba la formación de una identidad masculina, por el proceso habitual, que es la identificación afectuosa con los varones, u homoafectividad. Al mismo tiempo, al tratarse la inadaptación de un conflicto, se plantea inconscientemente en los términos primitivos de las relaciones de poder o fuerza. 

En ese momento, las trans a las que les gustan las mujeres (para las otras lo que voy a decir no es aplicable), al sentir la fascinación por la imagen de la mujer, tienden a verse bajo ella, puesto que no pueden verse bajo la imagen de varón. Esta identificación se sitúa con frecuencia en el contexto de las relaciones de fuerza o de poder, como respuesta al conflicto. 

La suma de todos estos elementos, en las trans ginéfilas, predisposición, inadaptación, conflicto e identificación es la que genera la transexualidad como respuesta adaptativa y estabilizadora. 

La escritura del texto ha sido muy estimulante para mí, he soñado con mi propia juventud y casi me he excitado como antes me excitaba. Esta realidad también puede darse en quienes me lean, y suscita la pregunta de si la transexualidad será sólo una parafilia, entendida como una reacción sexual relacionada con elementos no sexuales. 

Contesto a esta cuestión redefiniendo las parafilias como respuestas simbólicas a problemas reales, que estimulan porque son respuestas y se repiten porque son sólo simbólicas. En nuestro caso, el problema real es la predisposición y la inadaptación a los varones, la respuesta simbólica, la identificación con las mujeres y la respuesta real es considerarse como intersexual o transexual. 

Kim Pérez 30-04-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                  Dos candidatas

 

Las circunstancias han hecho que yo haya sido la primera transexual femenina que se presenta a unas elecciones municipales en España. 

No voy a ser elegida; estoy demasiado lejos, en la lista, de los puestos de los que previsiblemnte saldrán concejales para el Ayuntamiento de Granada, mi ciudad.  

Pero es un hecho que he sido nombrada candidata; es un hecho que figuro en la lista; y son los hechos los que tenemos que valorar. 

También es un hecho que haya sido Izquierda Unida, el tercer partido español de ámbito nacional, el que haya tomado la determinación de que ya es hora que los derechos de las personas transexuales se vean reconocidos en este plano. 

Fue Lola Ruiz, la candidata a la Alcaldía por esta coalición quien me lo propuso. Es muy amiga mía porque siempre ella y Manuel Morales, el número dos de la candidatura, han estado al lado de los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de Granada. Cuando hemos hecho la manifestación del Orgullo de Andalucía, allí han estado ellos, allí han sonreído, porque son alegres y amistosos, allí hemos desfilado juntos. Y cuando hemos tenido necesidad de apoyo político para cualquier cuestión, ha sido suficiente con llamar a Paco Puentedura y ya teníamos el de Felipe Alcaraz o Pedro Vaquero. 

Es decir, que se han portado siempre como amigos, para una persona independiente, presidenta de una asociación independiente como la nuestra. Y su amistad y confianza se expresaron en esa llamada de Lola Ruiz, una mañana, para preguntarme. 

Le dije naturalmente que sí, porque era un gesto que significaba la valoración de nuestro colectivo, en sí mismo y como parte más visible del movimiento GLBT, y la confianza en mí como persona transexual, como diciendo, “Si estáis en nuestra lista, tendremos más posibilidades de ganar”. 

Y es verdad. Concurro a las elecciones como a un desafío, para estimular a la sociedad granadina a que vea que la plena integración de las transexuales es natural, hermoso y positivo. Y cuando en el escrutinio se vea el número de votos, si es mayor o menor que en Las anteriores, se comprobará si nuestra ciudad siente ya así. 

En todo caso, es verdad lo que me dijo una vez mi amigo Iván: “Granada te ha permitido el cambio”. Es verdad que mi ciudad me lo ha permitido y me ha ayudado. También le correspondo al participar en un hecho que pone su nombre com la primera ciudad de España en la que se presenta una candidatura de una mujer transexual. También esto es un hecho y también mide lo que es una ciudad abierta. 

Esto no solamente es importante para mí, sino que es un paso adelante para todo nuestro colectivo, porque  las trans nos integramos con más normalidad en la corriente principal de la vida social. 

Para medir la importancia del hecho que se ha planteado en las elecciones de 2007, hay que pensar sólo en si esto hubiera sido posible diez años antes. Tenemos que hacer un esfuerzo para recordar lo que era nuestra marginalidad hace sólo diez años. Las trans, la cara dolorosa de la vida. El destierro familiar, la extravagancia como forma de expresión, las últimas de las últimas. 

Entonces se pensaba, en el contexto queer, que las trans éramos transgresoras por naturaleza, porque implícitamente se suponía que nunca podríamos integrarnos en la corriente principal de la sociedad. Ahora se sabe, porque lo hemos demostrado,  que podemos integrarnos en esa corriente y seguir sus transgresiones y sus aceptaciones generales, no unas específicas por el hecho de ser trans, aunque la condición de trans es verdad que nos sitúa permanentemente al borde de lo nuevo y de lo infrecuente, y en este sentido es natural que haya sido Izquierda Unida la formación política que primero haya pensado en nuestro potencial político.

Pues bien, donde parezca que todavía no es posible un hecho como éste, que se recuerde que éste es el contenido del trabajo, y que con tenacidad se puede pasar de un antes imposible a un ahora posible. 

Decía al principio que “por circunstancias”, he sido la primera. En realidad, la noticia habría debido ser, por lo menos, que “Las dos primeras candidatas transexuales se presentan a las elecciones municipales”. 

No voy a decir el nombre, porque ya lo sabéis. Entre otras cosas, porque cuando ella se presente, será en condiciones de ser elegida, por su curriculum en relación con nuestro colectivo, por la confianza que ha merecido entre los GLBT, personal, propia, innegable, intransferible, lo que la hace insustituible, por su experiencia política. 

Espero que llegue pronto el momento en que ella se presente, probablemente en las generales, seguramente como diputada, seguramente en Madrid, porque ella puede ganar y hacer ganar a su partido.

Kim Pérez 23-04-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                        Nosotras, prostitutas

 

Un hecho: el 60 %... 70 %... 80 %... de la población trans femenina vive de la prostitución. Mientras no exista prácticamente el trabajo por cuenta ajena para las trans, esto seguirá siendo necesario. Sólo quienes disponen de posibilidades para montar un negocio por cuenta propia o consiguen hacerse funcionarias del Estado pueden vivir de otra cosa y, desde luego, se trata de una minoría. 

Ahora viene un fundamentalismo ideológico que en nombre de principios y no de hechos, quiere arrancar a las prostitutas trans la posibilidad de ganarse la vida. No lo vamos a consentir. 

Es muy fácil confundirse y extraviarse con los principios abstractos. Los que se esgrimen aquí aluden a que la prostitución es siempre una relación de dominio del varón sobre la mujer, por lo que es preciso prohibirla y castigar al dominador, es decir al varón, como cliente. 

Miremos de cerca primero los principios; enseguida iremos a los hechos. 

En los principios, se ve un error que es el binarismo hoy superado por la antropología y la sexología: se plantea una relación binaria entre dos sexos digamos puros, hombre-mujer, desconociendo que la realidad es un continuo entre ambos, donde nos situamos precisamente las trans, y parece plantearse también un binarismo dominador-dominada, desconociendo que las relaciones reales pueden ser mucho más complejas. 

Pero por cierto, hay un segundo error que deriva del anterior: del planteamiento expuesto se deduce que se debe prohibir la prostitución femenina (en la que, desde que ha entrado en vigor nuestra Ley,  habrá que ir incluyendo legalmente a la mayoría de las trans y no exceptuarlas de ningún planteamiento legal  ni razonamiento de exposición de motivos) 

¿Pero qué sucederá con la prostitución gay? ¿Iremos a una sociedad estamental, con distintos derechos para hombres y mujeres? ¿Los hombres tendrán derecho a prostituirse y las mujeres no? ¿Un cambio de perspectivas hará ver diáfanamente que lo que se pretende equivale a disminuir de hecho los derechos de las mujeres basándose en un pretexto abstracto? 

Ahora voy a hablar de hechos. Supongo que a la mayor parte de las adolescentes y las jóvenes trans no les apetece la prostitución. Pero el grito “yo no quiero maricones en mi casa” puede echarlas literalmente de ella. 

Una vez en la calle, les quedan dos opciones.  Excluyamos la autorrepresión, porque sería inhumano suponer que, expulsadas por ser trans, no van a vivir por lo menos como trans. Entonces queda, uno, que encuentren un trabajillo corriente (camarera, limpiadora, etcétera), lo que es excepcional o, dos, que no lo encuentren, que es lo más corriente. 

En ese momento –recordemos que están en la calle- ¿a quién pueden recurrir? A otras trans. Y dada la negativa social generalizada a dar trabajo a las trans, ¿en qué trabajan? En la prostitución. ¿A qué pueden ayudar? A trabajar en la prostitución. 

Hoy, en España, ese esquema es plenamente válido y real para la mayor parte de la prostitución trans, que contituye quizás un cuarto o un tercio de la prostitución total, que es latinoamericana, que viene literalmente como exiliada de género, que al querer instalarse aquí resulta  que es sin papeles y trans, por lo que sus opciones para otros trabajos son prácticamente cero. 

Para las españolas, la situación está mejorando, lo que permite por lo menos seguir los estudios y hasta recibir el apoyo familiar y desde luego político. Pero si necesitan irse de su casa, hay que saber que la tolerancia social llega muchas veces hasta el punto de dar trabajo a una trans, en el que se detiene en seco. 

Por tanto, si una joven trans quiere independizarse, liberarse de condiciones familiares o locales que pueden seguir siendo difíciles, para ella no cabe más recurso en la práctica que la prostitución, difícil salida, pero salida. Y esto es lo que se quiere prohibir en nombre de principios abstractos. 

Pero hay también otro hecho. El prohibicionismo (éste es el nombre, no el de abolicionismo, que fue la solemne e indudable expresión con que se suprimió la esclavitud), al ser binarista, pretende que la prostitución nunca es un acto libre y que es siempre, y en el fondo, una situación de dominio. 

¿Es posible concebir que una persona mentalmente sana y socialmente integrada pueda elegir libremente la prostitución como trabajo? 

¿Es posible que no la vea como repugnante, que no se diga “es que soy incapaz de prostituirme”, que la entienda mediante un cálculo racional de ventajas e inconvenientes? 

¿Es posible que para estas personas, prostituirse no sea más “vender su cuerpo” que puede serlo para un fisioterapeuta, que trabaja también con el contacto corporal? 

Sí, es posible. Hay personas equilibradas, inteligentes, socialmente bien situadas, que trabajan en la prostitución y cuyo equilibrio, inteligencia y situación les permiten poner las condiciones de su trabajo. No es por tanto una situación siempre desastrosa, y esto conviene que lo sepan todas las prostitutas, a quienes una concepción catastrofista de la prostitución puede sólo desmoralizar, bajar su autoestima y dejarlas en peores condiciones para afrontar el que es, simplemente, un medio de vida. 

Como tal medio de vida, como tal hecho real de por sí no destructivo, lo que se impone es dignificarlo, limpiarlo de adherencias tanto ideológicas como derivadas de su semiclandestinidad actual, y racionalizarlo. 

Hay ya experiencia de cómo hacerlo. IVA más Seguridad Social parece ser la fórmula, dicho concisamente.

Kim Pérez 16-04-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                 El bajón y mas allá del bajón

 

Quiero hablar de una cuestión de la que no se suele hablar en nuestros foros, y se debería hablar. 

Por la simple razón de que es dura, pero tiene un significado positivo, que conviene que se sepa. Hablar de esto es como madurar, y madurar es bueno. 

Es pasar de una primera edad en la que se tiene una visión ingenua e idealizada de la vida a otra en que se ha llegado a una visión realista y sin embargo animosa.  

También quiero decir que, como no se habla, voy a hablar por mí misma, según mi propia experiencia, lo que supone que será un punto de vista algo sesgado, que supongo que será compartido por algunas (este texto va muy dirigido a las trans femeninas, por lo que luego diré) y quizá no, en todo o en parte, por otras.  

A mi entender, la piedra angular del hecho trans es la disforia de género, que es un disgusto, desajuste o desadaptación ante las condiciones sociales del sexo. 

No voy a entrar hoy en las causas, que se pueden discutir muchísimo. Dejémoslo en el hecho. 

El disgusto, desajuste o desadaptación se puede sentir de varias maneras, más social o más corporal, más solitario o más relacionado con la vida sexual, en fin… 

Pero tiene que haber un disgusto profundo, por lo que sea, para que nos lancemos a lo que nos lanzamos y nos expongamos a lo que nos exponemos, problemas familiares, laborales, de salud, etcétera. 

Y siempre, o casi siempre, con un rasgo común: cuando nos lanzamos, por mal que nos vaya, siempre nos sentiremos, en el fondo, contentas y orgullosas de habernos lanzado al agua fría. Como mi amiga, que a pesar de verse en la prostitución, drogadicta y seropositiva, dice “Pero soy mujer”. 

El sentimiento de disforia es la expresión de un desajuste o desadaptación o disgusto. Parece algo puramente negativo. Pero no lo es. En su fondo más hondo yace una afirmación de sí misma, lo que pasa es que al no comprenderse exactamente, se siente sobre todo como negación de lo que hay. ¿Y qué hay? Una cultura que entiende los sexos binariamente. 

Pero el proceso de autoafirmación toma también una forma positiva: es la identificación con la mujer, con frecuencia excitante y fascinante. “Si no puedo ser A, entonces seré B”. Se desea ser totalmente mujer. La propia imagen se sustituye por una imagen de mujer tal cual, sin matices. Hay una atracción por la imagen de mujer, lo que ha sido llamado, entendiéndolo a medias, autoginefilia. Esto se convierte también en un segundo motor de cambio que a veces hace olvidarse de que el desajuste es con el sistema de sexogénero entero, con su binariedad, no sólo con uno de los extremos, sino con los dos. 

Entonces, llega una sorpresa que puede ser deprimente. Al hormonarse, con hormonas femeninas, baja la líbido. Al bajar, cesa la fascinación por esa imagen de mujer. Incluso se empieza a mirar con desagrado, por primera vez en la vida, a las mujeres, que resultan fastidiosas, poco dignas de identificarse con ellas. 

(Por esto es por lo que decía que estas páginas van destinadas a las trans femeninas, no a los trans masculinos, a quienes las hormonas os producen un aumento de la líbido y por tanto una mejor inserción sexual) 

En definitiva, la trans femenina se encuentra muchas veces, justo cuando se ha lanzado al agua, con un sentimiento de decepción. Tampoco puede volver atrás, para eso está la disforia de fondo que se lo impide, pero no se acaba de encontrar tan a gusto como deseaba en la nueva situación. 

Ahí viene el bajón. Con poca líbido, se aísla. Hay una tendencia trans a la separación del resto de las trans que puede tener ahí una de sus explicaciones. La otra es que, cuando has tenido éxito en el cambio, tiendes a vivir tu vida y a olvidarte de tantos problemas y angustias como se han quedado atrás. Pero esta explicación negativa también puede ser verdad a veces. Dejas de creer en ti misma y en el proceso trans. Dejas atrás a las compañeras, que te parece que están con un rollo del que tú estás de vuelta, y vives con grisura y melancolía, aunque eso sí: no vuelves atrás o no sueles volver atrás. 

No vuelves atrás porque fundamentalmente has actuado bien. Has seguido tu proceso disfórico, has expresado la disforia, ese sentimiento fundamental de desajuste con el sistema sexogénero vigente. 

Lo que pasa es que la cultura binaria no sólo está fuera de ti, también está en tu cabeza, y por tanto tiendes a creerte lo de “Si no es A entonces B”. Y entonces no actúas conforme a la realidad. 

La realidad, creo, es que no es verdad que el sexo sea un hecho exclusivamente binario y polarizado, no lo es en manera alguna, y también es verdad que nosotras nos encontramos en una posición intermedia. Eso es lo que nos hace sentir el desajuste con el extremo A, pero cuando creemos que tenemos que irnos hasta el extremo B, resulta que observamos o descubrimos otros desajustes. 

Entonces, la solución es simple. Aceptemos nuestra realidad intermedia. Llamémosla identidad trans, o intersexual, o disfórica. Inventemos, porque tenemos que inventarla, la manera de vivirla. Mientras nuestra sociedad afirme el código binario, las dos únicas casillas de varón o mujer, aceptemos y reivindiquemos la que más nos convenga, que es lo que hemos hecho en España con la ley (aunque dejando sabiamente un margen para la ambigüedad) pero sabiendo que eso es provisional y que al final conseguiremos ser lo que somos, estas personas situadas entre los extremos del sistema sexogénero.  

Kim Pérez 09-04-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                               Una teoría Transmarxista de la Disforia de Genero

 

La disforia de género es una representación internalizada de la realidad y por tanto debe pertenecer a lo que en el marxismo se llama superestructura. 

Depende de los conceptos sobre el sexogénero que se producen socialmente en un estadio histórico determinado de la producción social. 

En este sentido, la disforia de género será una interiorización de la estructura de clases y de las tensiones y conflictos que se produzcan entre ellas. 

Una sociedad muy binariamente dividida en clases proyectará sobre el género esta binariedad, dividiéndolo en dominadores y dominadas y omitiendo cualquier consideración de un continuo sexogenérico, porque no existirá de hecho continuidad en la estructura del poder social. 

Entonces, la separación entre lo polarizadamente masculino y lo polarizadamente femenino corresponderá a la polarización socioeconómica. 

Tal polarización sólo rige en el ámbito superestructural o cultural. La biología la compensa creando las formas intermedias y por tanto un continuo intersexual. 

Es la rigidez conceptual de lo binario lo que es históricamente variable y superestructural, la negación del continuo biológico. 

Entonces, el género binario se convierte en un símbolo inconsciente de la dominación de clase y la rebeldía personal contra el sistema general de dominación puede expresarse a veces como disforia de género. 

Personas XY contra el hegemonismo en el que no quieren participar, y personas XX contra el hegemonismo del que no quieren ser víctimas.  

Históricamente, el binarismo de las clases aparece en una fase determinada, e históricamente desaparecerá (mi experiencia como cooperativista me lo demuestra personalmente) 

Ha habido sociedades primitivas sin clases y también sociedades más avanzadas de estructura ternaria. 

Éstas podían dividirse en señores o guerreros, siervos o labradores… y hombres de espíritu, señalados por sus capacidades como cantores, artistas, historiadores, juristas, médicos, enlazadores con lo sagrado… 

Para confirmar lo que digo, estas sociedades ternarias llegaron en muchas ocasiones a un concepto ternario del género.  

Entre los guerreros y los labradores el matrimonio y la filiación regulada eran indispensables para la reproducción del orden social; pero la tercera casta estaba abierta a cualquiera que mostrase una capacidad intelectual, artística o espiritual, que no tienen que ver con la herencia biológica y seguramente por eso solía estar vinculada a excepcionalidades sexuales, como la castidad o el celibato y también la homosexualidad y la transexualidad. 

Pero una observación nueva es necesaria: mientras que la casta guerrera y la laboral integran el inmenso proceso infra y supraestructural, la tercera casta expresaba por su parte las capacidades transestructurales de conocimiento racional e intuitivo que dan sentido a la vida humana.  

Kim Pérez 02-04-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                       Proyecto para Unidad de Genero de Segunda Generación

 

El 22 de marzo, gracias a una idea de mi amiga Andrea Muñiz, Presidenta de Transexualidad-Euskadi y compañera de activismo,  he comparecido ante una ponencia de la Comisión de Sanidad del Parlamento Vasco, dedicada a la posible creación de una Unidad de Identidad de Género.  

Pensé que era una estupenda oportunidad para lanzar algunas ideas referidas a la necesidad de la renovación de las unidades que han existido hasta ahora. 

Si se consiguiera hacerlas valer, no sólo se prestaría un servicio mejor a las compañeras y compañeros de Euskadi, sino que quizá la Unidad de Euskadi tomaría valor de modelo para las otras que se están creando en el Estado Español. 

Así que, con ánimo, me subí en un tren Altaria en Granada, y en doce horas comprobé lo pequeña que es España, porque recorrí Córdoba, Ciudad Real, Madrid, El Escorial, Ávila, Medina del Campo, Valladolid, Palencia, Burgos… Y allí la nieve paró el tren, como en las películas del Oeste, y tuve que subir a un autobús para llegar a Vitoria-Gasteiz, con treinta centímetros de nieve… 

Al día siguiente, llegué al Parlamento Vasco, que estaba medio de vacaciones por la nevada, por lo que habían suspendido las sesiones, menos la de nuestra ponencia, en atención a las personas que íbamos desde la otra punta de la Península.  

Allí había representantes de tres partidos, el PNV, el PSOE y el PP, y un letrado para ayudar al desarrollo de la comparecencia. Les había enviado previamente el texto que figura a continuación, que les resumí. 

Empecé diciendo “Egun on, diputatu jaunandreak”, “Buenos días, señores y señoras diputados” (porque una minoría que reclama ser respetada debe respetar a otras minorías)  

“Antes de empezar a tratar la cuestión de las Unidades de Identidad de Género es preciso familiarizarse con algunas expresiones: 

Disforia de género: sentimiento estable y profundo de desajuste, disgusto o disconformidad con el género asignado en el nacimiento, que produce un malestar clínicamente significativo. 

Cirugía de reasignación de sexo: la practicada sobre los órganos sexuales primarios (genitales) 

Principio de autorización: noción de que el profesional que atienda a una persona disfórica de género es quien debe decidir si es apta o no para someterse a la cirugía de reasignación de sexo. 

Principio de reconocimiento: noción de que la persona disfórica de género es quien puede elegir entre las varias salidas que son posibles para su disforia y saber si necesita la cirugía de reasignación de sexo o no, mediante una decisión informada. 

Recordaré brevemente que la razón de la intervención psicológica y/o médica es  

Primero, el gran malestar que ha merecido llamarse disforia de género, clínicamente significativo, y  

Segundo, la experiencia de que la intervención médica produce bienestar y equilibrio de la personalidad en una alta proporción estadística.  

Hasta ahora, el o la solicitante que llegaba a una Unidad de Identidad de Género, tanto en los Estados Unidos como en España, y supongo que en otros países, una vez reconocida o recuperada su salud mental, ha seguido el siguiente procedimiento

Como paso previo, diagnóstico de que el solicitante se encuentra o se ha restablecido en un estado de salud mental referido a sus capacidades cognitivas y volitivas. A partir de ahí,  

Estudio psicológico – Aprobación o denegación del proceso por parte del psicólogo – En caso de aprobación, tratamiento endocrinológico – Cirugía de reasignación de sexo.  

El  modelo de primera generación de las Unidades de Identidad de Género ha estado por tanto fundado en los siguientes rasgos: 

A. Ha estado basado en un sentido binario del sistema sexo-género.

B. Ha seguido el principio de autorización.

C. Ha estado concebido como medio para un proceso unidireccional, conducente a la cirugía de reasignación de sexo.

D. Ha tenido una composición tridisciplinar igualitaria: un psicólogo, un endocrinólogo, un cirujano. 

Esta estructura ha resultado muy disfuncional, por las siguientes razones: 

La disfuncionalidad de A ha residido en la noción de “si no es X entonces Y”, lo que ha obligado a personas a menudo muy intermedias a definirse en uno de los dos extremos. 

La disfuncionalidad de B ha consistido en que el  “principio de autorización” ha dado a las Unidades y especialmente a los Psicólogos un poder real, casi judicial, sobre los solicitantes, consistente en la posibilidad de dictaminar si pueden seguir adelante en su solicitud o no. 

Como resultado, se ha observado, ya desde las primeras unidades de los Estados Unidos, que los solicitantes, al tener que informar sobre sí mismos y saber que la decisión final no estaba en sus manos, al sentir la presión de la disforia y al psicólogo como un obstáculo a superar, han tendido incluso a mentir sobre su experiencia, dando las respuestas que se sabe que son las que los profesionales de la Unidad quieren oir para dar su visto bueno, e invalidando por tanto todo el sentido del proceso y los estudios científicos derivados de él.  

La disfuncionalidad de C se ha situado en la idea de que para los o las solicitantes se abre un recorrido finalista con tres etapas fijas: del estudio psicológico (autorización) al tratamiento endocrinológico y a la  cirugía de reasignación de sexo o CRS. 

Prefijado este recorrido, quien no haya sido autorizado es simplemente apartado de la Unidad, dejando sin apoyo psicológico o endocrinológico a muchas personas disfóricas de género que siguen siendo disfóricas y pueden encontrarse a la intemperie, y quedando en el aire, en general, la impresión de que toda persona disfórica de género debe ver la CRS como un futuro ineludible y que todo tratamiento psicológico-médico debe conducir a la cirugía. 

La disfuncionalidad de D ha consistido en que la composición del cuerpo de profesionales de las Unidades, al concebirse en proporción uno a uno a uno (psicólogo, endocrinólogo y cirujano) ha dado demasiada presencia relativa a los dos últimos escalones y demasiada poca al primero. 

Teniendo esto en cuenta, y expresando plena gratitud a las primeras Unidades por su existencia, su experiencia (que ha permitido este análisis) y sus aportaciones al equilibrio y bienestar de muchas personas disfóricas de género, hay que plantear la estructura de un modelo de segunda generación de las Unidades que se reformen o se creen a partir de ahora. 

El funcionamiento de una unidad de segunda generación debe consistir en el siguiente procedimiento

Como paso previo, diagnóstico de que el solicitante se encuentra o se ha restablecido en un estado de salud mental referido a sus capacidades cognitivas y volitivas. A partir de ahí,  

Estudio, diálogo e información mutua con el psicólogo – Certificación por el psicólogo de que se ha seguido este proceso – Decisión informada por parte del o la solicitante en las siguientes direcciones, en todas las cuales puede seguir teniendo lugar el apoyo psicológico de la Unidad:

1. Mantenimiento en el sexo y género de origen.

2. Reasignación de género (social)

3. Reasignación de género y tratamiento endocrinológico y/o cirugía plástica sobre los caracteres sexuales secundarios.

4. Tratamiento endocrinológico y cirugía de reasignación de los caracteres sexuales primarios. 

Las bases de este procedimiento son las siguientes: 

A. Se funda en la existencia real de un continuo entre dos sexos.

B. Sigue el principio de reconocimiento.

C. Debe concebirse como un medio para un proceso multidireccional, conducente a la cirugía de reasignación de sexo o a otras salidas alternativas para la disforia de género.

D. Debe tener una composición asimétrica tridisciplinar (varios psicólogos, un endocrinólogo, un cirujano), que corresponda a las necesidades de un trabajo principalmente psicológico y a las estadísticas de la población disfórica de género. 

La funcionalidad de esta estructura residirá en los siguientes hechos: 

La funcionalidad de A consiste en la constatación hecha por los recientes estudios sexológicos y transexológicos de la existencia de un continuo entre los dos sexos, que enfatiza a la vez que las personas disfóricas de género suelen situarse en puntos intermedios de este continuo. 

Por tanto, la expresión de la identidad personal puede requerir formas muy matizadas dentro del sistema sexo-género, quirúrgicas o no quirúrgicas, que sólo la misma persona disfórica de género puede discernir. 

La funcionalidad de B reside en que, al desaparecer el poder del psicólogo sobre el solicitante, y reconocer su capacidad de decisión sobre sí mismo y la necesidad de que esta decisión sea informada, el psicólogo se convierte en el informador principal del solicitante y es posible recuperar la confianza mutua y el diálogo, puesto que al final, la decisión sobre sí mismo será del solicitante. 

La funcionalidad de C se sitúa en que, por lo antes explicado, la gran mayoría de las personas disfóricas de género espontáneamente se sitúan al margen de la medicalización, por lo que cabe suponer que entre las que acudan a la Unidad algunas de ellas pueden mantener una actitud ambigua respecto a la CRS, pero muchas veces necesitan ver que otras alternativas son posibles, y saber que la Unidad seguirá asistiéndoles, si lo desean, aun cuando opten por otra de esas alternativas, puesto que será una Unidad multidireccional. 

La funcionalidad de D se basa en que la realidad del colectivo de las personas disfóricas de género requiere que se dediquen más profesionales a la fase de información psicológica, adecuada para todos los solicitantes, que a las fases endocrinológica, requerida finalmente por menos, o quirúrgica, por muchas menos. 

Mientras que la experiencia muestra que las actuales estructuras paritarias pueden prestar atención psicológica a cada solicitante, por ejemplo, una vez cada dos meses, sería preciso que fueran tales que la atención pudiera ser al menos de una vez por semana, para ser efectiva. Paradójicamente, también así se aceleraria el trámite de información necesario para que la persona solicitante pudiera acceder a endocrinología o cirugía, si así lo decide. 

Para conseguir realizar ese trabajo intensivo, los psicólogos incorporados a la Unidad deberían acreditar una formación específica, pero no sería necesario que residieran en la ciudad sede de la Unidad (que debe ser donde se cubra la dirección y coordinación, así como los tratamientos endocrinológico y quirúrgico), e incluso sería preferible que estuvieran distribuidos por todo el territorio de la Unidad”. 

Terminó la comparecencia cordialmente, tuve la impresión de que había buenas esperanzas y me retiré, dejando el turno a unos jóvenes sexólogos del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, y a las representantes de la Unidad de Málaga.

Kim Pérez 26-03-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                  La imperfecta casada

 

( Nuestra Ley, la Ley Antonelli, ha entrado en vigor. 

Por cierto, Carla, voy a darle este nombre en tu página, lo mismo si te parece oportuno y político que si no. Es un deber de todos hacer justicia para que cuando sea preciso la hagan con cada uno de nosotros. 

Y para quien suponga que Carla me presiona para que lo haga, no sabe lo independiente que soy y hasta qué punto hago lo que me da la gana. (Bueno, se lo puede imaginar. Al fin y al cabo he hecho la transición…) 

Volviendo a la Ley, durante esta semana quiero estar al tanto de las novedades que vayan surgiendo sobre su aplicación, requisitos, trámites, etcétera, para informar sobre ellas cuando me entere. Lo que sí es sorprendente y maravilloso es que podamos estar hablando de estas cosas) 

Una de las realidades fundamentales que hay que tener en cuenta al hablar de nuestras cosas es que la disforia de género o la pulsión trans se presenta en cada persona con distintas intensidades (que incluso varían en el tiempo en la misma persona, pero que no desaparecen; forman parte de la estructura de nuestra personalidad) 

Muchas personas trans hemos pasado temporadas en las que nos pareció que podíamos olvidarnos de que esto estaba dentro. Incluso, años. 

Algunas otras han sabido siempre que la intensidad de lo que sentían no era lo suficiente como para impedirles hacer una vida heterosexual u homosexual. Quedaba como un sueño oculto, muchas veces callado, algo así como los sueños de niñez en los que quisimos ser exploradores del Ártico, sabiendo que era irrealizable pero no sufriendo demasiado por ello. 

Y a nuestra pareja, lo mismo si era una mujer que un hombre, dejándole ver sólo nuestra integridad masculina –o femenina- porque sabemos que eso es lo que espera de esa persona callada. 

Y está  bien, si eso es así y se puede llevar así. El bienestar afectivo es cuestión de equilibrio, y sólo cada cual sabe el equilibrio que forma su interior y cuál es la acción resultante que puede hacerle feliz. 

También eso ha llevado a algunas personas trans a casarse. Visto lo vivido, deciden que pueden casarse e incluso permanecer en silencio con relación a esos sueños que ven que son sólo sueños; exploradores del Ártico. 

Pero es preciso que cada cual se conozca muy bien para tomar una decisión como ésa. 

Propondré un pequeño test. ¿He sufrido, pero sufrido de verdad, he llorado por mis sentimientos trans? ¿He estado dispuesto a liarme la manta a la cabeza y a romper toda la organización laboral de mi vida con tal de vivir mi experiencia trans? ¿Ha sido, durante algunas temporadas, el único tema en que podía pensar y siempre en términos radicales? 

Pues si digo que sí a preguntas como éstas, entonces es que mis sentimientos trans son lo bastante intensos como para que vuelvan una y otra vez con la misma intensidad, aunque de momento se atenúen o parezcan desaparecer. 

No estoy diciendo que una persona que siente así esté obligada a hacer su transición para ser feliz. 

De nuevo, estamos hablando de equilibrios, la felicidad resulta de un equilibrio que sólo cada cual puede conocer, y a veces, tener que contar con una hipoteca para que el padre o la madre vivan su vejez en paz, por ejemplo, puede ser una fuerza suficiente como para inclinar el equilibrio en la otra dirección, y para dar una forma de felicidad. 

Lo que estoy diciendo es que muchas personas trans que tienen sentimientos tan intensos piensan muchas veces, con total buena fe, hartas de sufrir, que “esto son tonterías y en cuanto me case se me pasan”. 

Y como saben que se les van a pasar, ¡borrón y cuenta nueva! ¿Para qué van a informar a su novia o su novio de lo que sienten? ¿Para perderla o lo? 

¡Pero si contar con su cariño es esencial para ese proyecto de tener fuerzas para acabar con esto! 

Pueden pasar años de felicidad en los que la buena fe parece confirmarse. Hasta que llega una situación depresiva, o una crisis matrimonial, o después de la emoción de la novedad de los primeros tiempos, se va imponiendo la rutina, y de nuevo se descubren los sentimientos trans.  

(Más fuertes y más arrolladores porque son puramente imaginarios, no se ha lidiado con ellos en la realidad ni se sabe relativizarlos) 

Con lo que sé por vieja, y por haber realizado la transición trans, les diría a las personas que han sentido estos sentimientos pero no los han llevado a cabo algunas cosas: 

Que no se nieguen a sí mismas que tienen estos sentimientos. Que no dejen de considerarse personas trans, porque los tienen, aunque no los lleven a la práctica. Ser trans es tenerlos, o haberlos tenido, aunque luego nuestro equilibrio consista en dejarlos dentro de nosotros. 

Que si deciden casarse, sea avisando con toda sinceridad a su novio o su novia de lo que sienten. 

Que su novio o su novia no tengan la ingenuidad de decirle también, “No te preocupes, todo eso son tonterías y conmigo ya verás cómo se te pasan”. Ni son tonterías ni se pasan con amor ni sin amor. 

Y si su novia o su novio se lo dicen, que no les haga caso. 

Lo realista es que piensen que va a ser un matrimonio con una persona trans y que hay que adaptarse a eso. 

Puede ser de varias formas, lo mismo si ya se está casado como si se piensa en hacerlo. 

La primera es relativizar la experiencia trans. Relativizar es lo contrario de absolutizar, y absolutizar es decir: “Soy una mujer y punto”. 

No; ninguna trans puede decir “Soy una mujer y punto” y ningún trans puede decir “Soy un hombre y punto”. 

Lo que una trans o un trans pueden decir es “Soy trans”, y a partir de eso se puede administrar la realidad. Eso es relativizar. 

Relativizar es vivir por ejemplo dos imágenes, una secuencia temporal de la misma y única realidad personal: unas veces se expresa una de ellas y otra la otra. Muchas personas lo hacen así y viven equilibradamente. 

También es relativizador el distanciamiento que depara la expresión artística, que es una forma de lo anterior. Bendito sea quien pueda actuar cada día en un cabaret de travestis, ganar una pasta para mantener a la familia, y lavarse la cara y volver cada día a la camisa y al pantalón. 

Más relativizador es llegar, en lo posible, a una expresión única y personal de género, a crear para sí mismo un género ambiguo, para lo cual es preciso estudiar muy bien la propia imagen, saber lo que nos va por fuera y lo que nos va por dentro, y cuidarlo. 

Ojalá ese género personal y ambiguo hiciera que algunas personas, por la calle, no supieran si somos hombres o mujeres. Ojalá nos valiese algún insulto de maricón. Supondría que estamos acertando. Ojalá nuestra pareja estuviese de acuerdo y ojalá incluso, le gustase. 

Todo eso es relativizar.

Kim Pérez 19-03-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                       La mujer trans no es una mujer cualquiera

 

Siempre ha habido trans bellas o tan femeninas que han podido pasar inadvertidas entre otras mujeres. 

Ahora hay muchachas de dieciocho años que hacen la transición y conservan la voz limpia, las mejillas intactas y el aspecto general de una niña. 

Para unas y otras se presenta el dilema de vivir como mujeres como otras cualesquiera o aceptar su realidad como trans. 

Para las que sois como yo, grandotas, o con voz grave, o con poco pelo, este dilema no se presenta, y aunque pueda sentir añoranza por no haberlo vivido, diré que por lo menos veo las cosas claras. 

La cuestión es que una trans puede ser una mujer, pero una mujer trans y en ningún caso es una mujer como otra cualquiera, lo que puede ser malo a algunos efectos y bueno a otros, pero siempre es la realidad. 

Para comprenderlo, hay que tener el valor de distinguir entre lo visible y lo invisible: lo visible es la presencia personal, perfecta; un montón de problemas se quitan de en medio con sólo ella, es verdad.  

Pero lo invisible, también es real: una historia personal que no se puede negar, una familia que la sabe y con la que tenemos que seguir contando, una realidad corporal que nos hace estériles, por lo que debemos plantearnos nuestro futuro también contando con ella (por ejemplo, podemos decepcionar a un hombre que quisiera tener hijos propios) 

Por todas estas cosas se puede llorar -¿por qué no puedo ser yo una mujer como otra cualquiera?-, pero llorando no se arreglan las cosas. Hay que mirarlas cara a cara. 

Pongámonos en el caso de una muchacha operada e indistinguible de cualquier mujer (guapa o fea, eso no viene a cuento) 

Decide que va a ser una mujer como otra cualquiera. Inmediatamente, y aunque parezca raro, tiene que meterse en el armario, puesto que tiene que ocultar a todos su origen trans. 

Puede ser que, al salir a la calle, tenga siempre miedo de que alguien la reconozca y pueda ponerla en evidencia. O de que, al tener un ligue, su compañero, a quien desde luego no se lo habría dicho, pueda descubrirlo en cualquier momento y considerarse engañado.  

Supongamos que, pasado algún tiempo, se lo dice a su compañero, si éste no lo hubiera sabido. De nuevo se plantea el pavoroso miedo de si, al saberlo, seguirá adelante o la dejará, indignado además por lo que consideraría una mentira. 

En cambio, imaginemos la situación de las mujeres guapas o sencillamente muy femeninas que son trans y no lo ocultan (las hay, afortunadamente) 

Van por la calle tranquilas, desde luego, no hay nadie que se meta con ellas y en cambio puede ser que se escape alguna mirada admirativa o algún piropo (grosero o no) Todo eso es desde luego reconfortante. 

La misma situación se puede dar en todos los medios en los que no es necesario definirse personalmente, empezando por el supermercado o la peluquería. 

Pero entre los amigos, entre los conocidos, en el trabajo, en la universidad, sencillamente deja que se sepa y no le importa decirlo o que los nuevos y recién llegados se enteren por los de antes. 

¿Qué saca de ello? Simplemente, seguridad en sí misma.

Si algún hombre se le acerca entonces, es que se acerca porque le gusta. Y los que no se le acercan, es porque no les gusta. En eso, más o menos lo mismo que a cualquier otra mujer. 

¿Es posible que una transexual atraiga a un hombre básicamente heterosexual? Sí, lo es, sucede, pasa, y a veces crea historias de amor de sorprendente intensidad y estabilidad. 

En esos casos, el varón ya sabe, por ejemplo, que no va a tener hijos con su pareja; y no le importa demasiado, porque lo que quiere es estar con ella. 

Otras veces es posible que sea el morbo lo que mande; pero si es morbo, no dura mucho; y si dura, es que no es morbo. 

La trans de la que se sabe que es trans (y de esto yo sé un rato) anda por la vida tranquila y segura. Quienes la quieren, están con ella; y quienes no la quieren o son demasiado cobardes (y entonces es ella la que no debe quererlos) se apartan.  

La transexualidad visible es una gran clarificadora de las relaciones humanas. La mayor parte de la gente no sabe quién la quiere y quién no la quiere y disimula, pero nosotras sí. 

La seguridad da valentía; y la valentía, fuerza; y la fuerza, generosidad. Difícilmente una transexual que quiera ser una mujer como otra cualquiera aceptará salir con otras transexuales o ayudar a quienes lo necesiten ¡porque se puede saber que soy transexual! 

Las transexuales que damos la cara (unas porque no tenemos más remedio y otras porque quieren) somos las que estamos en el movimiento transexual, dando la cara por nosotras y por todas. Damos la cara incluso en la televisión y eso es un orgullo y una alegría, en la Prensa, en el Parlamento, en los Ayuntamientos, donde sea preciso. Y a la gente le gusta ver que somos valientes y nos felicita. 

Pero, sobre todo, tenemos la oportunidad de hacer algo por otras trans, sabiendo lo que sienten, que es lo mismo que sentimos. Eso es bueno y alegre.

Kim Pérez 12-03-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                   En otra pagina

 

Un breve alto por esta semana. Llevo un montón de años sin faltar ni una, pero esta vez la razón de faltar se lo merece. 

Contaré aquí sólo que el comentario de esta semana lo he decidido por mí misma, como es natural, por espíritu de justicia. y de verdad de los hechos. 

Tengo que decir muy claro que nadie me sugirió que lo escribiera. La idea fue mía porque sé lo que quiero decir. Como buena española, soy bastante independiente, casi ácrata, y quiero ser la dueña de lo que pienso y lo que escribo. 

Tampoco lo he consultado previamente con nadie, salvo para preguntar si se me había olvidado algo, pero sabiéndose que el texto era el que era. 

He decidido publicarlo en mi página personal. No he querido ni siquiera que la Directora de este Diario Digital tuviera que comprometerse con lo que digo, poniendo un enlace desde aquí, pero creo que quienes quieran leerlo podrán encontrarlo con facilidad poniendo mi nombre en un buscador como Google

Kim Pérez

Kim Pérez 05-03-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Entramos en otra edad

 

En esta semana ha de culminar el trámite de nuestra Ley, en España. 

Habrá terminado una edad, que ha durado milenios, y estará empezando otra, que esperemos que dure hasta la consumación de los siglos. 

La edad que termina, está dominada por una convicción cultural: existen dos sexos, hombre y mujer. 

Existen, la naturaleza los hace; es verdad; pero también es verdad que nacen intersexos. 

Por tanto, la realidad es que existen hombres, mujeres, e intersexos en una gran variedad. Pero incluso, entre los hombres y mujeres plenamente funcionales, existe y es real una gran variedad en las intensidades de su masculinidad o feminidad. 

Pero en la cultura precedente, esta realidad se ignoraba o se descalificaba, con insultos o agresiones, y hasta con asesinatos, para negarla. Toda América, del Norte y del Sur, sigue siendo peligrosa para las personas variantes de sexo, desde Brandon Teena hasta Pelusa Liendro, como estamos viendo en estos días y no se nos va a olvidar, por mucho que estemos celebrando la entrada en otra época. Es triste, además, que la América india fuera respetuosa hace siglos con lo que la América criolla no lo es en éste. 

Ésta es la diferencia entre las dos edades: de la ignorancia de la realidad y la intransigencia (para con la realidad) al conocimiento de las complejidades de la realidad y al respeto de las personas que las vivimos. 

¿Quién nos negará el derecho a la existencia? ¿La naturaleza? Ella es la que produce los seres intersexuales. No nos lo niega  la naturaleza; nos lo niega el pensamiento humano, siempre imperfecto, acerca de lo que es natural o no lo es (poniéndole leyes a lo que es) 

La naturaleza hace continuamente experimentos con el sexo. Hay linajes animales que están fundados en la esterilidad de la inmensa mayoría de los individuos y en la fecundidad de sólo dos, en cada comunidad. 

En los humanos, es la naturaleza quien  no produce sólo varones hoscos y rudos, supermasculinos, sino bailarines y poetas, o no sólo mujeres maternales o coquetas, superfemeninas, sino científicas y deportistas. ¿Alguien negaría el derecho a la existencia de unos y otras, y la variedad esencial que traen a la existencia humana? 

¿Pues y si la variación de género se acentúa un poco más? ¿No aportamos nada de nuevo las personas transexuales a la vida humana? Por poner un ejemplo personal, cuando yo era, lo diré con realismo, una buena profesora, ¿no era porque juntaba la firmeza de mis compañeros con la ternura de mis compañeras, como comprendí durante años al observar a unos y otras, sabiendo que yo estaba en medio? 

La disforia de género (disforia, disgusto, desagrado, sufrimiento) es el resultado de que tu manera de ser no se ajuste a lo que la cultura dominante entiende y ordena. Como me dijo una muchacha anglosajona, si no hay intransigencia y hay respeto (y cariño, añado) para que cada cual pueda expresarse tal como es, no habrá disforia.  

Pues la Ley que en esta semana tiene que aprobarse en España es fundamentalmente un acto de respeto y consideración a las variantes de género y por tanto, a la realidad. 

Con el aval de una Ley, y nada menos que de una Ley, se puede andar por la vida con mucha mayor seguridad y firmeza, sabiendo que se puede reclamar ese respeto, que no es sólo una exigencia moral discutible (y mientras se discute, te apedrean) sino una exigencia jurídica indiscutible. Que puedes recurrir a la policía o al juez para que protejan los derechos que te están reconocidos en los papeles, aunque esto parezca una utopía todavía en demasiados sitios. 

Nuestra Ley sigue usando el marco conceptual de los dos sexos; pero al reconocer la realidad de que no es preciso operarse y configurar el cuerpo para vivir conforme a las reglas sociales culturales y sociales que forman el género, está pasando de hecho a reconocer dos géneros. 

No sólo dos sexos biológicos, sino dos géneros sociales y culturales que pueden coincidir o no con lo biológico; se están abriendo las posibilidades, por tanto, se abren coordenadas cartesianas que reconocen mejor la complejidad de la condición sexogenérica humana. 

Las leyes del derecho tratan de lo social; y lo social es lo evidente en la vida ciudadana. No tratan de las complejidades de los psicológico, que forman vaivenes que, para descifrarlos, es precisa una vida y es poco. Tampoco tratan de las complejidades de lo médico o lo quirúrgico, que harían entrar a los legisladores en una casuística interminable. Simplifica hasta cierto punto la compleja realidad, y se pregunta sólo: ¿Cómo vive socialmente esta persona? ¿Con arreglo al género femenino? Reconozcámoslo. ¿Con arreglo al género masculino? Reconozcámoslo. Así, en los dos casos, tendrá menos problemas laborales, en los hoteles, en las grandes superficies, en los bancos, en los hospitales, dondequiera que haya que mostrar un documento de identidad, y si los tiene, podrá defenderse mejor legalmente, y el resultado será menos marginación del cuerpo social y mejor integración. ¿Es ése un propósito social respecto a sus ciudadanos? Sí, lo es.

Kim Pérez 26-02-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                 Coccinelle y Yo

 

Me enteré de la existencia de Coccinelle a los veinticuatro años, uno de aquellos días en que había desechado por irreal la idea de enrolarme en uno de los barcos del puerto y vagaba triste por las calles venecianas, pero desoladas, de la Ciudad Vieja de Estocolmo, cuando al desviarme por una callejuela despoblada vi en el cuadrado de un escaparate un libro con el título “She-Male”, que me pareció que era lo que quería encontrar. 

Era la librería de un sex-shop y me gasté el último dinero que me quedaba. 

En la alargadísima habitación de mi hotel, que tenía pagada para varios días, pasé los días siguientes sin comer, pero leyendo, mirando las fotos, enloqueciendo y descubriendo una piel nacarada y llena que materializaba las posibilidades que con mis ojos oscuros deseaba. 

Ya el año anterior había estado sentado en la calle en escalera junto a las altas ventanas del notario y me había hecho luego la comida en una cocina destartalada, entre ventanas rotas por las que entraba el espléndido verdor del verano, y echando de menos en unas y otras al mismo muchacho. 

Todo parecía al alcance de los dedos, pero nada llegaba. Había desesperación y ansiedad en la manera en que me absorbía en la vida de Coccinelle y luego intentaba dormir o descansar por lo menos. 

Hago los cálculos y pienso que si fue en 1965 y algunas de las cosas que contaba el texto eran de 1962, Coccinelle vivía y trabajaba a unos mil kilómetros de donde yo estaba, en París, una distancia asequible para quien iba entonces de una punta de Europa a otra en auto-stop, y ella era entonces tan joven, tan deslumbrante, tan redondeada, tan resplandeciente, como se veía en aquellas fotos. 

Por supuesto que hubiera podido volver a Paris y tratar de llegar a ella, porque yo era libre y hasta más joven, pero dos meses antes me había quemado amargamente justo en Le Carrousel donde ella actuaba, porque me había parecido un lugar limpio, pero asediado por el vicio por la parte de los espectadores, hasta el punto de que tuve durante dos o tres semanas ganas de vomitar, pero aquellas fotos de Coccinelle me estaban anunciando, sin yo saberlo, lo que llegaría después, al otro lado del mar (porque para salir de Escandinavia es preciso pasar por el mar), inocente aunque triste, como lavado por sus olas. 

Corte. 

Acabé por volver derrotado a Granada y sus jardines. Diez años después, cuando yo ya tenía treinta y cinco y estaba muy desengañado de todas mis ilusiones, vi una mañana en un periódico un anuncio borroso y gris que me dejó helada: Coccinelle venía a actuar en Granada.  

Sabiendo lo que eso significaba (ya no era Nuev York, ni París, ni Roma, sino una sala de fiestas que hubiera valido para empezar, pero no para terminar) fui, con la muerte en el alma, a hacerle una entrevista que fue el pretexto que se me ocurrió para hablar con ella, diciendo que era lo que no era, periodista sin periódico. 

La encontré sentada, arreglándose en el camerino que tenía asignado en la sala de fiestas. Todo era ya muy triste y nada hablaba de nada. Me fijé enseguida en sus brazos, desnudos para la actuación con un vestido de tirantes, muy fláccidos y blanquecinos, por una celulitis que los castigaba con sus estragos. 

Tenía unos cuarenta y cinco años, no debía haberse venido abajo, pero se había venido 

Diez años antes, el morbo de las travestis (bueno, de los travestis, como se decía), las había hecho estrellas, pero diez años después la novedad había pasado y ahora tenían que ganarse la vida como podían; Coccinelle fue la primera gran vedette y por tanto la primera que tuvo que enfrentarse con la realidad. 

Tenía también miedo, allí callándomelo, delante de ella, de que aquella celulitis fuera el castigo por haberse operado; nada de eso. Sería algo de su constitución, porque yo me operé todavía más tarde de la edad que ella tenía cuando la vi y dieciséis años después mis brazos y mis piernas siguen normales. 

Ella contestó tranquilamente a todo lo que quise preguntarle. Hace unos meses, me llevé la sorpresa de encontrar las notas de la conversación, rápidas, con letra garabateada. 

Me consideré obligada a no engañarla y, no sin algo de descaro, conseguí que un periódico de Granada que era todavía franquista me publicase la entrevista, porque el director era mi tío. 

Sentí también vagamente el morbo que tuvo que haber en aquella iniciativa, por qué había yo hecho aquella entrevista, y en el mismo hecho de publicarla. 

Puede ser que le llevara la entrevista publicada a Coccinelle, porque estuve en el pequeño hotel de una estrella en el que se alojaba. Luego me parece que la acompañé hasta otro, de ladrillo, como americano, en la Plaza de la Estación, donde fuimos a recoger a una compañera, ya para irse. 

Pero yo también estaba en el fondo de la jaula, como ella. Luego me remonté y ella también se remontó, fuimos unas alondras, que reviven y suben en vertical hasta lo más alto del cielo, cantando. 

Casi veinte años después, un verano de angustia para mí, otro, vi de pronto, en un documental reciente sobre las transexuales de Berlín… ¡a Coccinelle! 

Bellísima, estilizadísima, actuando, la redondez de sus rasgos de juventud convertida en glamurosa angulosidad, en la que sin embargo se adivinaba aquella misma hermosura. 

Alegre, firme, sólo un ligero código de barras sobre su labio superior, hablando en primer plano. 

Revivía y me daba vida. Aquel mismo verano, fue la primera vez que me fui a Madrid empezando mi salida del armario definitiva. 

La entrevista la copiaré otro día.

Kim Pérez 19-02-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                  Filosofía de la Transexualidad

 

 

1. La filosofía es razonar, y razonar es poner las ideas en orden. A veces se siente que los propios pensamientos están desordenados y hace falta ordenarlos, razonar, filosofar. 

Para ordenarlos a veces es preciso empezar por el principio, desde muy abajo, desde muy lejos. Es preciso tener paciencia para meterse en cuestiones que a primera vista son tan áridas, pero compensa por la seguridad de lo que se piensa. 

Me entero de que durante años he estado aportando mi propia solución a un  problema básico de la filosofía, el del nominalismo – realismo, sin saberlo, y comprendo también que la clave para poner en orden mis ideas sobre la transexualidad, consiste en empezar por aquí. 

Realismo (o, técnicamente, “universalismo”) es pensar que lo que une o relaciona a las realidades separada es tan real como ellas. Que las matemáticas, por ejemplo, que se refieren a las relaciones entre cantidades, existen fuera de la mente humana. 

Es preciso aclarar de entrada que en este estudio voy a usar siempre la palabra “realismo” en un sentido “técnico”, más profundo del que tiene en el uso corriente, en el que ya sabemos que “realismo” significa más o menos “resignación”. 

Nominalismo es pensar que sólo existen las distintas realidades particulares o físicas; que las relaciones entre ellas no existen verdaderamente, que son “nombres” puestos por los humanos, que podrían haber puesto otros. 

Este debate filosófico está zanjado en realidad por las ciencias naturales hace cuatro siglos: la fuerza de la gravedad sigue pautas matemáticas que se concretan en una fórmula, etcétera. Es decir, las matemáticas existen fuera de la mente humana. En general, las relaciones entre las realidades siguen una forma regular y ajena a la voluntad humana, que hace posible el razonamiento. 

Las opciones filosóficas se hacen porque hay cuestiones prácticas políticas o económicas implicadas. Si yo digo que soy realista o universalista, es porque otras personas son nominalistas, y esa diferencia expresa políticas diferentes.  

El nominalismo cree que sólo hay lógica –o matemáticas- en el pensamiento humano; los seres reales están ahí y no hay ninguna lógica en ellos o sobre ellos. El pensamiento los puede organizar como quiera. Por eso, me parece que es nominalista la teoría de género que dice que “el sexo es una cuestión cultural”, lo que es verdad en parte, pero no en general, porque sería decir que todas las reglas del sexo están creadas enteramente por la mente humana y la mente humana puede cambiarlas. 

Pero como se ha visto con las matemáticas, la lógica domina sobre las distintas realidades independientemente de la mente humana. Esto es un hecho, y por tanto, negarlo es un error. Por eso, el nominalismo se llama también voluntarismo, en el sentido de creer que sólo la voluntad (una forma del pensamiento) cuenta, sin atender a la realidad. 

2. Ahora llego a la solución personal que uso para el problema nominalismo – realismo. 

El razonamiento es un proceso que empieza por los conceptos, los une en proposiciones, las proposiciones en silogismos y éstos en teorías. 

Parto de la abstracción, en la que me fijo en su significado etimológico, de “traer de” o “sacar de”, “tracción desde”. 

Porque los conceptos se forman extrayendo de las realidades individuales los elementos comunes; cuando los ha descubierto, forma con cada uno una palabra. 

Cuando hablaba en mi aula, sacaba como ejemplos los conceptos de estudiante, joven, u hombre y mujer. 

El concepto de estudiante es lo que tienen en común las personas que estudian; el de joven, aquéllas cuyo cuerpo se relaciona con el tiempo de una forma determinada; los conceptos de hombre o mujer derivan de la realidad biológica. 

Esos elementos comunes pertenecen al orden de la realidad. Son reales, aunque con los ojos del cuerpo vemos sólo las realidades físicas o individuales, pero con los ojos de la inteligencia podemos ver más allá que con los ojos del cuerpo e incluso descubrir relaciones entre unos conceptos y otros. 

Estos conceptos generales o universales no son sólo elaboraciones dentro de la mente, simples construcciones del pensamiento, son reales en el sentido de objetivos. 

La condición de estudiante, joven, hombre o mujer corresponde a la realidad objetiva. 

Pero por la misma naturaleza de la operación de abstraer, se ve que cada concepto refleja sólo una parte de la realidad, aquélla que es común con otras realidades, pero no se ve la parte singular y diferente de cada realidad.  

Ésta es sólo accesible a la intuición, no al razonamiento conceptual, por esa misma razón.  

La individualidad de cada uno de mis estudiantes, jóvenes, hombres o mujeres, sólo la puedo percibir mediante el conocimiento directo, contemplativo, emotivo que es el intuitivo. 

Por tanto, no soy nominalista, sino realista. 

La importancia de este criterio no está en que resuelva ningún problema en concreto, porque no puede hacerlo al ser previo a cualquier ciencia determinada, antes bien, es teoría del conocimiento, que es una parte de la filosofía anterior a las ciencias concretas. 

Decidirse por el realismo consiste sólo en advertir que los verdaderos conceptos deben extraerse de la realidad que está a su vez organizada conforme a leyes lógicas,  matemáticas y a estructuras de otros órdenes. 

Esto, dicho en positivo; en negativo, se puede decir que no se puede razonar como si el pensamiento siguiese solamente sus propias leyes y éstas pudiesen ser impuestas a los seres reales, sin necesidad de atender a la forma de inserción de cada realidad particular en una estructura universal. 

3. La transexualidad es un caso extremo de la  discusión entre nominalismo y realismo. 

Un criterio nominalista dirá que es una forma de pensamiento que organiza la realidad conforme a la sola voluntad humana 

Esto creo que es lo que plantea la “teoría de género”, cuando dice, generalizando, que “el sexo es una construcción cultural”, lo que significaría que “todo el sexo”, no sólo una parte de la sexualidad, es algo organizado libremente por los humanos.  

Es preciso observar que este planteamiento coincide en el fondo con el que ve la transexualidad  entera como un pecado, es decir, como una libre opción. Para unos buena, para otros mala, pero una opción. 

Un criterio realista dirá que la transexualidad es un concepto extraído de lo que es común a personas distintas. 

Para comprender la realidad transexual, el realismo sigue buscando relaciones de igualdad o conceptos y otras relaciones entre conceptos en la realidad de las personas transexuales. 

Es realista por ejemplo descubrir conceptos como “disforia” o como “falta de homosentimentalidad”, y las relaciones lógicas entre estos conceptos basados en la realidad. 

También es realista examinar si los conceptos de “hombre” y de “mujer” corresponden exactamente a la realidad o si hay otras realidades que no entran en estos conceptos, como la de “intersexo”. 

Ahora bien, la comprensión de la realidad por sí sola no es todavía ética, no plantea una opción respecto a la acción, sino solamente una constatación de la realidad. 

4. Pero también hay otros conceptos que se pueden sacar de la realidad, como los de amante, casado, sádico o pederasta. Todos ellos se fundan en realidades y a la vez  plantean problemas de acción o éticos. 

La opción ética entre lo bueno y lo malo tiene que tomar en cuenta otros conceptos aparte de los extraídos de la realidad en presente, tal cual es, sino derivados de la realidad en futuro, tal como debe ser. 

Ahora intentaré aplicar todo esto a lo que más me preocupa, la valoración ética de mi transexualidad o disforia (hablo sólo de la mía; que cada cual, estudiando la suya, la valore, y si esta reflexión le sirve de algo, me alegraré) 

Primero, la transexualidad forma parte de la realidad objetiva, de donde viene su entendimiento, por lo que no es sólo una elaboración de la mente, no sólo porque la transexualidad exista, sino porque sus causas se sitúan por lo menos en parte más allá de la voluntad. 

Puede venir de una insuficiencia hormonal prenatal, que a su vez pudo generar lo que fue un trauma seguro y es una respuesta –o una de las respuestas concebibles- a ese trauma. 

El efecto del proceso que he seguido es mayor equilibrio y bienestar, pero tengo que entenderlo principalmente como disfórico –es decir, postraumático-, para entenderme y aceptarme del todo. 

En el sentido de que yo he pasado de una situación con graves tensiones, casi desesperada, a otra mucho más estable, el proceso transexual o disfórico, incluso llegando a la operación, ha sido bueno, ha sido terapéutico. 

Formado el trauma objetivo que se siente como disforia, es posible que muchas veces seguir adelante el proceso disfórico sea una buena solución para su enorme carga de sufrimiento, aceptando la esterilidad y la frecuente soledad que derivan del proceso como males menores. 

Pero la experiencia de mi descubrimiento de la homoafectividad me hace dudar de que seguir adelante el proceso disfórico, sobre todo entendiéndolo como sota, caballo y rey, sea la única solución posible. Sigamos mirando cara a cara las preguntas: 

El trauma existe, se aposenta en la memoria de manera imborrable, la disforia también existirá y el proceso disfórico, entendido como manera de llevar a la práctica la disforia, como paso del sentimiento a la acción, será necesario siempre, pero se podrá realizar de muchas maneras, no como el sota, caballo y rey de la serie test de la vida real, la hormonación y la operación. 

Entre otras cosas, el test de la vida real supone muchos convencionalismos, que presuponen todos ellos el dualismo hombre – mujer más estricto, en ropas formales, consideración social, etc. Me imagino a una transexual punky haciendo su test de la vida real y llegando a formas muy distintas de las convencionales. 

Roto el convencionalismo de la indumentaria (¿es que es virtuoso ser convencional?) se puede también romper el convencionalismo de la hormonación y la operación, dando lugar a una de esas muchas formas de realizar el proceso disfórico. 

El problema está no sólo en que se tenga disforia, sino en que se conciba que obliga a optar entre los modelos no disfóricos de hombre y de mujer, con lo que de hecho, cada persona disfórica se fuerza a sí misma a parecerse lo más posible al modelo que le permita escapar del modelo que rechaza. 

Sin pensar en que el modelo de llegada puede estar mucho más cerca del modelo de partida de lo que supone, e incluso ser sólo una variación del modelo de partida. 

La filosofía insurreccional de género, basada en la teoría de género,  ve la transexualidad como un acto de insumisión contra una situación de hecho, la pertenencia a un sexo,  entendida como norma forzosa. 

Pero la persona disfórica sabe que al llevar adelante su proceso está obedeciendo a otra situación de hecho, su disforia, que le obliga a contradecir otros intereses. No percibe su experiencia como una opción. No hemos elegido libremente el sufrimiento de la disforia. Por tanto, el argumento liberacionista no vale. 

Consideremos el proceso disfórico como un impulso de adaptación (en el sentido darwinista) a mejores condiciones para la vida personal. Pasemos del discurso opresión-liberación, o vicio-virtud, que es el mismo aunque con criterios opuestos, al discurso inadaptación-mejor adaptación, que debe llevarse adelante, para ser verdaderamente adaptativo, con la mayor inteligencia posible. 

Pero hay un matiz interesante en el hecho de que también puede considerarse la disforia como liberadora – o más adaptadora, da lo mismo-, en el sentido de distanciadora de la mente con el cuerpo, lo que permitiría centrar la subjetividad en la interioridad más que en la corporalidad, como debe ser. 

De hecho, yo he seguido espontáneamente esta dinámica con mucha intensidad, y me parece que gracias a mi disforia, llegando a una concepción de la subjetividad como experiencia primaria y esencialmente distinta de toda objetividad, que veo muy ausente de otras concepciones de la subjetividad y más profunda que ellas. 

La persona disfórica acabaría definiéndose como prioritariamente subjetiva, por encima de cualquier objetividad, incluso de su corporalidad, lo que es un avance en la autocomprensión humana, sobre todo en esta época en la que se generaliza, para todos, la experiencia de los trasplantes, cada vez más fuertes y de más órganos a la vez. Es lo que quieren decir muchas personas transexuales al definirse, ante todo, como personas, es decir, como conciencias. 

Sin embargo, el distanciamiento lo procura y lo mantiene en su máxima intensidad la disforia, mientras que el proceso disfórico, si es convencional, puede suponer una vuelta a  la corporalidad. Por eso, a veces el proceso disfórico lleva a caer en un corporalismo o preocupación por la apariencia de intensidad extrema (cirugías plásticas, etc), por lo que su dinámica positiva puede quedar frustrada, estancándose en lo contrario. 

En teoría, habría que pasar de la fase de disforia a un proceso disfórico multivalente. Sus muchas posibles formas dependerán de las estructuras de la personalidad que se hayan forjado durante la fase disfórica o traumática. 

En todo caso, en mi disforia personal, venga de donde venga, se puede admitir la realidad objetiva de sus causas, el trauma producido, que es en sí la disforia, y el valor solucionador del proceso transexual que he realizado –sota, caballo y rey- como solución adaptativa, no la óptima, pero sí suficientemente consistente, a falta de cualquier otra de eficacia comparable. Pero si ahora encuentro otras formas de realizar el proceso disfórico que me permitan adaptarme mejor a mi realidad, las seguiré.  

Kim Pérez 12-02-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                      Ese imparable impulso

 

El corazón de los humanos es libre y por eso no podemos renunciar a nuestra libertad ni entregarla en manos de nadie. 

Si yo he pensado en ese oscuro poder que es dueño de mi vida y de mi muerte (porque yo evidentemente no lo soy) y dispone sobre mis angustias y mis terrores, quiero mirarlo sin embargo cara a cara, con lucidez, porque es lo único que puedo. 

Como también viene de allí la belleza que hay en el mundo, que es de verdad belleza cuando supera mi estatura, y a la que me entrego con docilidad de amante, llamaré el Novelista al centro de mi vida y lo miraré con curiosidad de amante, pero por eso mismo no puedo soportar que nadie me diga lo que tengo que ver ni que deducir. 

Miraré yo, y veré lo que pueda por mí misma. Oiré lo que me digan y decidiré. 

Por eso, pondré la filosofía por delante de la religión (no por encima, pero sí antes), porque la filosofía comienza cuando sopesamos y decidimos sobre lo que vemos o alguien nos dice. 

A Ése del que hablan las religiones y no suele hablar la filosofía, pero en quien yo pienso a mi manera. 

En estas semanas, he recortado en los periódicos unos reportajes con fotos de una transexual palestina, una pakistaní o bengalí y otra iraquí,  países islámicos en los que por tanto hoy se enseña continuamente a pensar en Él, hasta dar la vida por Él y a hacer caso a los hombres que hablan en nombre de Él. 

La transexual iraní no es guapa, pero es bella. Su rostro de rasgos incisivos, finos, entre masculino y femenino, solitario y callado, cubierta la cabeza por un manto, se vuelve para mí un icono inolvidable, que permanecerá presente en mi vida. 

El islam en general es respetuoso con la transexualidad; de hace unos treinta años es una fatwa de la reputadísima Universidad de Al Azhar de El Cairo, diciendo que es legítima. 

Pero no quiero depender de la benevolencia ajena, ni aceptar una manera de pensar que hace que a alguien se le puedan liar los cables y amanecer diciendo que las transexuales sean enterradas vivas o lapidadas.  

Lo que me ha llamado la atención de los dos reportajes es que haya fotos, es decir, que ellas den la cara. Hace pocos años, quizá cuarenta, ni aquí ni allí se podía dar la cara. La transexualidad transcurría en el silencio de las vidas individuales.  

Éramos transexuales porque nacía de nosotros, no porque nadie nos hubiera hablado de eso, y aunque creyéramos que éramos la única persona del universo a la que le pasaba eso. 

Pensábamos en cambiar de sexo, con estas palabras, sin haber oído a nadie que hablara de eso.  

La transexualidad no viene de los otros, sino del corazón. Como impulso es imparable, no se olvida, aunque luego se verá lo que se hace con él, pero viene del corazón de cada cual. 

Hace cuarenta años, la vida de las transexuales islámicas sería como la nuestra: silencio y disimulo, un bloque de cemento y prejuicios por encima de nosotras. Ahora no sé cómo les irá, pero pueden hacerse fotos en los periódicos. 

Si la transexualidad nace del corazón, también los pensamientos en Él nacen del corazón. Somos nosotros quienes podemos ver lo que hay en nuestro corazón, si es bueno o malo, puro o impuro y defenderlo a muerte o corregirlo. 

Nadie puede ponernos en filas para que repitamos lo que dice, como si no hubiera nada propio en nuestras mentes. 

El impulso transexual es tan hondo que sólo cada cual puede valorarlo.

Kim Pérez 05-02-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                             Yo, disfórico o disfórica

 

Ahora hablo de mí. Hablo aquí libremente. No quiero decir que nadie tenga que compartir lo que digo. Pero tengo que decir lo que digo y puede ser que a alguien le interese. 

Tenéis que saber dónde estoy yo. Si no, no tengo la fuerza para seguir escribiendo aquí ni podría decir nada sincero ni sentido. 

Yo soy una persona disfórica. Eso quiere decir que el sexo masculino, para mí, ha sido un problema desde los siete años. 

Pero no soy una mujer. Sé lo que hay en mí de masculino y menos masculino. 

Sé que no está en mi mente o en mis genes o donde sea hacer uso de los genitales masculinos de la manera que lo hacen los hombres. 

Esto me diferencia bastante de los hombres masculinos y puede ser la causa de mi disforia. 

La disforia a su vez me ha llevado a la operación. Me siento bien desde que me operé, pero insisto, eso no me hace mujer. 

En los primeros años de la transición me dejé llevar por el sueño de que esa mujer oculta acabaría aflorando. 

No ha sido así; en lugar de ella ha aflorado ese medio hombre tranquilo, sensitivo, delicado que soy yo. 

Pero medio hombre; no diré que soy un hombre entero, ni un hombre como cualquier otro. Estas expresiones sencillas y crudas, al alcance de cualquiera, tienen la ventaja de que son fuertes y claras. 

Es que se me acaba de ocurrir lo de medio hombre; lo acepto. 

Menos todavía diría, por supuesto, que soy una mujer como cualquier otra. En general no estoy de acuerdo con tal afirmación (pero hay gente que me ha dicho que es lo más real de su vida. Lo acepto por ella, pero yo no puedo decir eso) 

Entonces, para empezar, la cuestión de la a o la o se vuelven problemáticas. ¿Qué soy yo, disfórica o disfórico? 

En este momento, lo que me pide el cuerpo es decir disfórico, esperando que los que me oigan sepan distinguir todo lo de sutil y de sufriente que hay delante de la o. 

Esperando que sepan que no –he dicho no- significa que sea un hombre como otro cualquiera o que me puedo volver un hombre como otro cualquiera en cualquier momento. 

Ojalá en nuestra lengua existiera, además de la a y la o, la e. O bueno, mejor. En el fondo, me gusta la o. Como no existe la e, me reservo de todos modos el derecho de decir unas veces a y otras o, según lo que pegue en cada momento o según sea más lógico. 

Otra cosa. Me he operado. ¿He hecho bien o he hecho mal? 

En el fondo estoy bien. A lo mejor es por no haber sabido ser un hombre cien por cien, y si las cosas hubieran venido de otra forma ahora estaría siendo un hombre homosexual o hasta heterosexual y tan contento. 

No sé. Pero lo de que ahora estoy bien no hay quien lo mueva. ¿Por qué? Quién sabe. No echo nada de menos.  

Sé que esto es muy importante, pero también sé que, en todo lo demás, en lo que no es lo genital, eso no me hace más mujer, ni un milímetro. Me gusta pensar que soy un hombre castrado y lo siento por quienes odien esta palabra, que para mí es tierna.  

Eso me da el punto de herido y vulnerable y sensitivo que corresponde a la forma en que me entiendo. 

La disforia me ha traído aquí. La cicatriz es mi sino. 

Por último, ¿cómo veo la ley? Pues como lo que es, sólo una ley, que viene a resolver problemas sociales, más que morales o íntimos. 

Mientras las personas disfóricas tengamos que vivir en un mundo de a y de o, tendremos que apuntarnos a la a o la o.  

Si mi carnet de identidad me obliga a entrar en los aseos de hombres, necesitaré uno que me permita entrar en los de mujeres, donde las tensiones para mí son menos, y si alguna señora me mira con ojos de no querer que entre, tendré que decirle, “señora, en algún sitio tengo que entrar”.  

Kim Pérez 29-01-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                       Formula para una nueva unidad de Genero

 

En estos momentos en que vivimos van a crearse o se están creando nuevas Unidades de Identidad de Género, después de la adelantadísima de  Málaga, que pronto va a cumplir ocho años 

Será conveniente que las nuevas incorporen la experiencia y el avance de los conocimientos sobre disforia de género y transexualidad que hemos alcanzado en estos años y que, por eso mismo, se renueve también la estructura y el protocolo de la Unidad de Málaga.  

El principio fundamental de las nuevas Unidades debe ser que las personas disfóricas o transexuales somos las únicas que podemos decidir sobre nuestra vida y nuestro cuerpo. 

En la vida social, esto significa negar a cualquier otra persona el poder de decidir sobre nosotras. Puede ser que debamos darle cuenta a Dios de si nuestros actos están justificados, pero no a ningún hombre. 

Cualquier persona toma las decisiones transcendentales de su vida cuando se casa o cuando emprende cualquier negocio, incluso cuando decide y se le pide permiso  para cualquier intervención médica. 

Es impensable que el Derecho pueda negarnos sólo a las personas disfóricas o transexuales esta soberanía sobre nuestras mismas personas, la base de la dignidad y la libertad, el derecho a acertar o equivocarse por sí mismo, sin tutelas. 

A veces, a quienes han querido tutelar a una persona transexual y decidir por ella, negándole el valor de su voluntad, el desenlace de un suicidio les ha probado que era ella quien controlaba su vida y su cuerpo. 

Una vez reconocido el derecho de la libre determinación personal, es legítimo requerir que la persona solicitante esté sana mentalmente o haya recuperado la salud, de manera que esté garantizada su libertad de decisión. 

Y también que esté informada de la naturaleza de su decisión y de las opciones que se le abren. 

La Unidad de Género debe ser ante todo unidad de información; una vez cumplido este proceso informativo y de reflexión personal, la persona solicitante decidirá por sí misma qué camino seguir. 

Si se reformula la función de los psicólogos, renunciando a la estructura de psicólogos-jueces sentenciadores, que pueden decidir sobre la vida y el cuerpo de otra persona, y se pasa a reconocer que la decisión debe ser de la persona solicitante, se devuelve la sinceridad y la confianza a la relación psicólogo-solicitante. 

Puede haber entonces un verdadero proceso de información mutua, muchas preguntas y observaciones, sin que “puedan volverse en mi contra”, sincera reflexión y comunicación, eficaz apoyo profesional, en vez del miedo, la desconfianza, la rabia y el disimulo que reinan ahora en esas sesiones, por culpa de una estructura equivocada. 

La Unidad necesitará por tanto un número alto de psicólogos para poder atender más frecuentemente a los solicitantes, a razón de una sesión semanal, por ejemplo, y en más de una ciudad, para asegurar la cercanía, al ser concebida sobre todo como informativa. 

No se centra en atestiguar la idoneidad de la persona solicitante para la operación, lo que la hace ser sota, caballo y rey, diagnóstico, hormonación y operación, un camino que supone que esté estructurada para un destino único o la exclusión, con sentimientos de fracaso y opresión, sino como abierta a muchas posibilidades de salida personal, cada una de las cuales, con hormonación o sin ella, con operación o sin ella, será un éxito para la Unidad porque habrá conseguido informar adecuadamente y profundizar la libertad de elección sobre la propia vida y el propio cuerpo. 

Internacionalmente se está llegando a estas conclusiones. No se trata de acusar a la Unidad de Málaga, sino de advertir que está organizada con pautas anteriores al descubrimiento de los problemas de confianza psicólogo-solicitante aquí expuestos. Con toda seguridad, las futuras Unidades se organizarán conforme a estas normas, y las que tienen el honor de ser las adelantadas, deberán reorganizarse y renovarse.

Kim Pérez 22-01-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                              El bien, el mal y la transexualidad

 

En la postmodernidad no es políticamente correcto hablar del bien y el mal. 

Ojalá no vengan los islamistas, que sí hablan de eso (pero no lo practican), a seguir despertándonos a bombazos, cañonazos y misilazos. 

Porque los humanos tenemos que saber dónde está el bien y el mal, lo mismo que necesitamos guías de carreteras; tenemos capacidad de decisión, dudamos, y necesitamos un sí y un no. 

La postmodernidad, en materia de sexualidad, mantiene que lo que cuenta es la autoafirmación, y que cualquiera tiene el derecho de afirmar lo que es. 

Pero ella misma reconoce, aunque a regañadientes, que la sexualidad sádica y pederástica hace daño a otros y a sí mismo y que no puede ser afirmada. 

De modo que, hasta ahí de acuerdo (Se puede excluir de lo malo que vemos en el sadismo de los nazis, por ejemplo, las prácticas sadomaso consentidas y codificadas, en la medida en que sirvan para quemar el deseo y para aburrirse de él… y a condición de que no vayan demasiado lejos) 

La homosexualidad y la transexualidad (que no tenían estos nombres) fueron negadas por la moralidad antigua porque debilitaban la procreación de hijos, en unos siglos en los que hacía falta una altísima tasa de natalidad para compesar la altísima tasa de mortalidad. Digamos que los humanos de entonces vivían agobiados por la vecindad de la muerte y por la necesidad de superarla mediante los muchos hijos y por tanto presionaban a todo quisque para que se casara y tuviera muchos hijos, cuantos más, mejor. 

En nuestros tiempos, cuando se vive muchos más años, la tasa de mortalidad anual ha descendido, por lo que también puede descender la tasa de natalidad y puede no haber tanta presión ni tanta obsesión sobre homosexuales y transexuales. 

En cuanto nos distendemos, comprendemos que la realidad es compleja; para explicarlo, me situaré ahora, no en la realidad homosexual y transexual vista desde fuera, desde el punto de vista de los cálculos de la especie, sino desde dentro, desde el criterio de los sentimientos de los propios homosexuales y transexuales. 

En esa visión interior, nos encontramos a menudo con que la homosexualidad o la transexualidad no la hemos inventado cada uno de nosotros; sencillamente, nos la hemos encontrado. Incluso, podía angustiarnos cuando pensábamos, en los tiempos del ocultamiento, que éramos la única persona a la que le pasaba eso, lo mismo que nos consolaba descubrir que había muchas otras. 

Es decir, de alguna manera, la homosexualidad y la transexualidad son un invento de la naturaleza, existían antes de que llegásemos al mundo, lo que desmonta el antiguo argumento de la filosofía escolástica de que son “contra natura”, aunque deja en pie la pregunta de si este “secundum natura” es bueno o malo para nosotros, los humanos homosexuales o transexuales (porque una erupción volcánica es “secundum natura”, pero que no le coja a nadie por medio) 

Pues yo creo que la homosexualidad y la transexualidad son buenas para nosotros, homosexuales o transexuales, en la medida en que nos permiten amar, con naturalidad y fluidez, o equilibrarnos, cuando antes del proceso vivíamos entre mil tensiones y angustias. 

Y para la especie humana son buenas en el sentido de que nos hacen ver a todos que la naturaleza no es monolítica ni absolutamente lógica, y respetable por tanto como si las leyes de la naturaleza fueran exactamente las leyes de la lógica, que son, a mi entender, las únicas leyes de Dios. 

En el proceso biológico hay variaciones genéticas o biográficas continuas, lo que demuestra que está abierto a la innovación, al error y a la adaptación. 

Hay variaciones pasmosas, que se descubren al conocer por ejemplo las diferentísimas estructuras de la sexualidad de las distintas especies. 

Homosexualidad y transexualidad son formas de situarnos abiertamente en las variaciones de la sexualidad. ¿A dónde conducen? No lo sé todavía, pero supongo que a plantear, colectivamente, que los seres humanos podemos y debemos explorar conscientemente todas las dimensiones cognoscitivas, afectivas, expresivas, estéticas, reproductivas, que abre la naturaleza de la dualidad sexual. 

Kim Pérez 15-01-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                            Juegos en Cañada Alta

 

Cuando íbamos al cortijo de Cañada Alta, teniendo yo unos diez o doce años, jugaba con Mode, la hija menor de Frasquito el Guarda. 

Me enseñó a hacer cortijicos con muros de barro sobre una rasilla, que era un ladrillo delgado, como base. Poníamos sobre los muros vigas de palitroques y sobre ellas una plasta más de barro hacía de tejado. Hacíamos así los corrales, las cuadras, etc y diseñábamos nuestras propias casas cortijo sobre el modelo de las que nos rodeaban en aquellas anchas tierras. 

También me enseñó a hacer mulicos, con dos bellotas todavía verdes. Cogíamos palillos de dientes, los partíamos y los clavábamos a los extremos de las dos bellotas, una pequeña y otra grande; así se formaba la cabeza y el cuerpo; luego, con las dos puntas de otro palillo hacíamos las orejas, y luego, con otros dos, partidos por la mitad, las patas. 

Así nos hacíamos yuntas, que eran la clave de la riqueza del campo. A mí me encantaba hacer cortijicos y me distraía de la desolación y de la aspereza de aquellos lugares. 

En cambio, nunca fui a jugar con Nono, que era el hermano mayor de Mode, algo mayor que yo. 

Trabajaba en el cortijo como yegüero y tenía a su cargo tres o cuatro yeguas y un caballo. Se iba por la mañana con ellas al campo, para que careasen o pastasen y se estaba todo el día. Sé que uno de sus entretenimientos era hacerse flautas con cañas secas, que agujereaba con un hierro puesto al rojo en la chimenea y que intentaba tocar sin mucho resultado. 

Cualquier otro niño se hubiera ido encantado con él y entre los dos se hubieran entretenido tirando piedras con un gomero a las totovías que se ponían sobre los terrones o a los colorines posados en los chaparros, o aprendiendo a tirar con honda, en fin, a los mil juegos en los que pueden entretenerse los niños. 

Yo no; ya digo que ni se me ocurrió siquiera pedir permiso para irme con el Nono a los campos. Para mí, lo natural era quedarme con la Mode en la casa o todo lo más junto a las tapias. 

Tampoco es que jugáramos a juegos de niñas, por ejemplo con muñecas, que tampoco me hubieran gustado. Jugábamos a ese juego neutro e imaginativo pero lo importante es que yo jugaba con una niña y no me figuraba siquiera yéndome a jugar con un niño que además era mayor que yo y simpático. 

El resto de mis juegos de la niñez eran parecidos: imaginativos y, por desgracia, solitarios. No eran femeninos, pero tampoco los más  masculinos, y se quedaban en una tierra de nadie que corresponde a mi carácter. 

Unos años antes, en Almuñécar, que fue mi paraíso terrenal, me hice barquitos de pesca con los grandes corchos de las redes de los pescadores, que eran como grandes ladrillos morenos de alquitrán, pero que flotaban. Les clavaba una caña como mástil, les ponía unos cordajes de perlé, les recortaba una proa, y hala. Me fui con mi barquito alguna vez a la desembocadura del pequeño Río Verde, a echarlo en las charcas llenas de renacuajos. 

También allí descubrí un día el caleidoscopio, que me maravilló. Me pasaba las horas, andaba por la playa mirando continuamente las mil flores de mil colores que aparecían en él. 

Luego, en Cañada Alta, me hice, por instrucciones de mi padre, una cámara oscura, que era un tubo de cartón de su jabón de afeitar Myrurgia, con un agujero al fondo y una pantalla de papel con aceite a media altura, entre la parte del tapón y el cuerpo del tubo, sujeta por el mismo tapón. 

Me sentaba en el porche, porque me tenía que cubrir la cabeza entera con un gran trapo, y me ponía a mirar a la Sierra de Moclín que, con las leyes de la óptica, aparecía pequeña e invertida, pero luminosa, en la pantalla, con la alegría de aquellos días de verano. 

(Ya de mayor, me he comprado dos caleidoscopios en el Parque de las Ciencias y los tengo guardados como recuerdo de aquellas maravillas aunque ya no me deslumbran) 

O sea, que mis juguetes no eran de niña, pero tampoco los más definidos de niño, que representan combates o que sirven para hacer deportes que también son combates simbólicos. 

Mis juguetes servían para fantasear con lo que amo o para sentir la belleza. 

Seguramente, el más masculino de todos fue el tren eléctrico, que también me gustaba mucho; por cierto,  leí una vez las palabras de una trans, muy aficionada a los trenes eléctricos que, después de la transición, los dejó porque no le parecían suficientemente femeninos, hasta que al cabo de unos años volvió a ellos porque, si eran lo suyo, serían lo suyo. 

Hace un mes, una amiga querida, conociéndome, me regaló uno de mis sueños de la niñez, que se quedó entonces no realizado: un gran modelo de barco de pesca, casi perfecto, de unos cuarenta centímetros de eslora… bueno, de largo. 

Lo tengo puesto en el pasillo, encima de un mueble con libros y cada vez que paso, lo miro amorosamente y lo acaricio con los ojos, especialmente por las bordas, perfectamente ajustadas.  

En estos juguetes, se ve mi ambigüedad: el tema es masculino pero el tono es femenino, tranquilo, casero y a veces eran simplemente juguetes que expresaban lo más profundamente humano, aunque mis compañeros, los más monteses, los hubieran calificado simplemente a todos como mariconadas, palabra que me encanta.

Kim Pérez 08-01-2007 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                    ¡ Vivan las de Abajo ! ( El otro cuento de Navidad )

 

Lo que piensa la Herminia: 

Cuando no tengo nada que hacer, me asomo al único balcón de mi piso, en la tercera planta de la casa estrechita de ladrillo amarillo que hay en la Calle Tristán, número nueve (entre Amapola y Comogustéis) 

Desde allí, con los postigos abiertos, apoyada en la barandilla, me entretengo viendo la gente que pasa por la calle. Estoy suficientemente cerca para verlos con detalle y suficientemente alta para que se despreocupen de mí. 

Me pongo mi bata de boatiné y estoy a gusto, supongo que más fea que un susto, pero a gusto. 

Esta noche veo a las trans que se ponen a hacer la calle, desde temprano, no son ni las nueve, porque hay público, seguro. 

Se distribuyen entre tantas esquinas que hay por aquí, o se alargan todo a lo largo de la calle, o se acercan un momento a la farmacia, a comprar preservativos, o unas horas más tarde van al bar de la Encarna, el Four Seasons, a tomar café. 

Miro con cuidado y veo, debajo justo, a una morena, muy morena y muy angulosa de cara, muy de pelo negro repeinado para atrás, muy pintada de boca. 

Todo esto lo veo, claro, cuando se acerca a la casa, desde cierto ángulo desde arriba, andando cadenciosamente, contoneándose y despreciando a los autos. 

Los conductores pitan, pero ella indiferente se cuela a medio metro de los faros, sin dejar de moverse y de oscilar, mascando chicle y mirando lánguidamente a los que pitan como leones. 

Luego se pone en la esquina, casi en mi vertical, y desde aquí veo sólo su pelo negro, su pechuga amplia, tostada, de un canela precioso, con canalillo y todo, y todo lo más el contorno de su mini vaquera. 

Hay otras dos o tres siempre por los alrededores. Es que por aquí pasa mucha gente, leñe, a las nueve, y las diez, y las once, y las doce y la una y las dos y yo qué sé. Que hay negocio, vamos. 

Me fijo en las otras. Está la Rosalyn, una amiga,  que es mulata, muy alta, y va teñida de rubio, muy visible. Pero no mira hacia arriba, adonde estoy, está muy pendiente del tránsito. Otra es gorda, para qué voy a decir otra cosa, gorda, pero guapetona. Los autos se paran, ajusta rápidamente lo que sea, y se va con ellos. 

Otra tiene los rasgos angulosos también, los labios anchos, una cara muy de india, de los indios de América, guapo como muchacho, seguro, y guapa como muchacha, siempre mirando como al infinito, que cuando paran los autos, parece que no los ve y se lleva como un repullo, de pronto. No la conozco tampoco, no la he visto nunca antes. 

También veo empezar a situarse a los camellos. Uno aquí, otro por allí, otro más allá, ¿los veis? 

Hay de todo, los pringaos que parecen a punto de consumir su propia mercancía y los fríos y seguros, como aquél del bigote negro, robusto, bien vestido, con jersey de cuello cisne, que espera, quieto, y espera, y da más miedo por eso. 

Los pringaos en cambio, cambian de posición a cada momento, en cuanto no se les acerca alguien en cinco minutos, se van a otro sitio a ver si se les da mejor. Se ve que tienen necesidad de vender. 

Esos no me caen bien, bueno, los pringaos sí, los pobres, pero los fríos, no. Los temo. 

También veo a Manolo, que pasa vendiendo cupones, y caray, todo el mundo se los compra, hasta los camellos, la lotería es la lotería. 

Y la farmacia de doña Cloti, enfrente, toda encendida, especializada en condones o eso es lo que parece. 

Voy a bajar un momento, a saludar a las amigas.  

Las conozco hace tiempo, aunque vienen y van mucho y cambian con frecuencia unas y otras, aunque también hay algunas fijas o que vienen más, pero siempre hay alguna que me hace el enlace con las nuevas. 

Yo estaba sola, vamos, más que sola, o más bien menos que sola y a ellas también me parece que les gusta un ratito de compañía. 

Las conocí invitándolas a las dos de la mañana a un café en cá la Encarna, en el Four Seasons; y para remachar la amistad las invité a un cruasán. La amistad me salió barata. 

La angulosa del pelo negro, la que está en la vertical de mi balcón, no me conoce. Pero ahí está la Rosalyn, la rubia teñida. 

“¡Hola Roslyn!”, le digo. 

“¡Hola Herminia!”, me contesta como aburrida. 

La del pelo negro, que está a un metro, nos mira. 

“Ésta es la Herminia”, dice la Rosalyn (aunque prefiere lo de Roslyn) 

La del pelo negro me da un beso en cada mejilla; huele a perfume, cantidad. 

“Yo soy Navidad González”, dice, con un pedazo de voz, puro barítono. 

“¡Hola, Navidad! ¿De dónde eres?” 

“Soy de Paraguay”, y se me queda mirando, estudiándome. 

“¿Soportas bien este frío?” 

“Allá tambien hace frío”. 

Mira de reojo a la izquierda, y yo miro también con disimulo. Hay un tío, no sé si un camello o un delincuente, pero con una pinta rara. 

Nos vamos un ratito a cá la Encarna, a charlar un poco. 

La Roslyn y la Navidad hablan mucho entre ellas, la verdad es que no me hacen mucho caso, pero yo las observo y me entretengo. Pero estoy orgullosa de ser su amiga y de estar sentada con ellas tal cual, muy orgullosa. 

La Navidad es muy apasionada, habla de todo con mucho convencimiento. 

Habla de los envíos de dinero, y que a otra, la Jackie, la han estafado, por la cara, no sé cómo. Dice que ella no podría soportar que la estafaran y que se perdiera lo que le manda a su madre y sus seis hermanos, con la falta que les hace, vamos que se tiraba contra el estafador y que salía en los papeles, como decimos por acá. 

Al ponerse a hablar la Navidad, se ve que echa mucho de menos a su madre, se le saltan un momento las lágrimas, y se le ahoga el pedazo de voz y explica que vive en un ranchito, en el campo, cerca de Ciudad del Este, que parece Hong Kong chico, al lado del Brasil. 

Antes vivían más en el campo, pero a su padre lo asesinaron, como asesinan a muchos campesinos en su país, y tuvieron que irse más cerca de una ciudad, para tener más seguridad. 

Allí conoció a su amiga Versolay, que es biológica, la que le enseñó a maquillarse y le tiene mucho cariño. 

Dice que las travestis, o las trans, siempre tienen a una mujer dispuesta a ayudarlas a ser mujer. Debe de ser porque les enorgullece que alguien nacido varón quiera ser mujer. 

Ahora Versolay quiere venirse también para acá y sería la mayor alegría que pudiera darle, tener a su amiga con ella, aquí, en este mundo extraño y hostil. 

Estamos hablando cuando veo a uno de esos hombres raros, camellos o lo que sea, que se acerca, por detrás de Navidad, con un canuto en la mano, con cara de venir a pedir fuego. 

Se inclina por encima de Navidad, lo pide y en el momento Navidad da un chillido, fuerte, fuerte, con su vozarrón, y se desmorona, como si se hubiese mareado, se cae sobre la mesa. 

El camello o lo que sea pega un respingo, como la Rosalyn y yo lo pegamos también, quiere ayudarle, pero la Navidad se pone en pie de un salto, y le grita: 

“¡Estate quieto, estate quieto, desgraciado, no me toques, no me toques!” 

Tiene las manos con los dedos tiesos y de punta, y aunque mide uno ochenta y tiene ese vozarrón, se ve en eso lo femenina que es. 

Luego, cuando se tranquiliza –le he pedido otro café- murmura: 

“No lo puedo soportar, no lo puedo soportar. Los hombres”. 

No dice por qué, ni qué es lo que no soporta, pero mirando sus ojos, que de pronto me parecen transparentes e infantiles y muy tristes, supongo que es algo provocado por la falta de su padre y por lo que le hayan hecho, desde entonces, otros hombres. El camello se ha ido, claro, como avergonzado, y nos quedamos las tres, un momento, y Navidad esconde la cabeza entre las manos, extendidas sobre la mesa. 

Cuando me voy para mi casa me encuentro a la Asunta en las escaleras, con un montón de papeles en las manos, que parece que se le van a caer, y al verme, da un chillido redicho –“¡ay!”- y dice, sin dejar de rebuscar. 

“Mira, Herminia, aquí te voy a dar el escrito para la Junta del Ayuntamiento, que sé que lo vas a firmar, para que vengan los guardias y quiten de aquí a tanta travesti, que es un escándalo, porque se lo montan ahí mismo, y los niños las ven, y vienen los chulos, y son todos unos mafiosos con bigote, y los camellos, y para qué queremos tener tanta delincuencia en el barrio, que antes era tan tranquilo, y ya los pisos valen la mitad, y la Encarna quiere traspasar el bar y no encuentra quien se lo quiera tomar, y esto va tomando fama, que en la calle Tristán hay por lo menos cien, una cosa indescriptible, que parece Nueva York…” 

“¡Asunta, para! ¡Para!” 

“¿Qué?”, dice como emergiendo del trance y volviendo a la realidad, porque estaba histérica perdida, bueno, como ella es. 

“Que cómo me pides que yo firme ese papel, si soy también una travesti”. 

“Que tú? Que tuuuú?” 

“Si hija, que yo. Y además lo de los niños es imposible, porque éste es un barrio de viejos y menopáusicas. Eso sería en otros tiempos”. 

“Que no te lo firmo, vaya, y que te vayas tú si no te gusta el barrio, porque a mí me gusta” 

Me despierto, abro los ojos, y veo a la Navidad González. 

“¿Qué haces tú aquí?” 

“No, qué hace usted. Estamos en el Hospital”. 

“¿Eeeen el hospital?” 

“Siii, acababa usted de meterse en su portal, y estaba hablando con una muchacha, cuando se cayó redonda al suelo y rodó las escaleras”. 

“Pee-ro yo, peee-ro yo…” 

“Sí, lleva usted tres meses en coma y acaba de salir en este momento”. 

La Navidad debe de ser muy tranquilona, porque en ese momento, oigo unos chillidos. Es la Roslyn que se ha acercado, porque ha oído algo, y se ha dado cuenta de que estoy con los ojos abiertos y hablando tranquilamente con la Navidad. 

“¡Ha salido, ha salido, doctor, doctor, enfermera, enfermera”, dice, diciéndolo todo por duplicado. Enseguida se lía lo más grande a mi alrededor y, después de enseguida, el médico manda a paseo a todas las cabezas que se han puesto a mi alrededor con los ojos desorbitados o sonriendo de oreja a oreja, y se quedan solos, dos médicos de blanco y dos enfermeros, de verde.

Así llegamos a la Navidad con la Navidad y sus amigas. 

Han seguido viniendo a verme todos los días. La verdad es que como tengo ochenta y dos años ya no tenía a nadie que viniera, total, que me estoy recuperando, pero estas paraguayas parece que no quieren que me pase ningún día mirando a las paredes. 

Me entero de que mi conversación con Asunta fue en un tono más alto de lo que puede parecer al leer lo que he escrito. 

La Navidad se había puesto junto al portal, y lo oyó todo. Llegué a dar voces. También oyó de pronto un golpe, como una bomba, que fui yo al darme lo que me diera, y luego el tamborileo de mi cuerpo rodando por los escalones. 

La Navidad llegó corriendo a donde estaba yo, y se encontró a la Asunta chillando también, por su cuenta. 

Ella, la Navidad, tuvo serenidad para buscar su móvil, para llamar a la Cruz Roja, y para decirles que mandaran una ambulancia y para llamar por medio a la Roslyn, la Jackie, la Samantha, para que ayudaran.  

“¡Pobre, la vieja, tan pequeñita y tan flaca!”, decían. “¡Y es una travesti!” “¡Con su edad, tiene que ser una histórica!” “¡Lo que habrá pasado!” “Anda, y que no tendrá nada visto!” “¡Ésta sabe de todo!”  

 “¡Menos mal que es tan poca cosa, por eso no se partió nada cuando rodó!”. 

“¡Le dio eso por defendernos!” “¡Por una vez en la vida alguien ha dado la cara por mí”. 

La Asunta se quedó tan impresionada y asustada por lo que había pasado, que dejó lo del escrito a la Junta municipal, que había sido idea suya, quién sabe por qué, bueno sí, por destacar. Pero lo dejó.

“¿Está hoy mejor?”, me dice la Navidad González, que ha subido a mi piso  

“Sí, mucho mejor. Ponte un té”. 

Me encanta que tenga la confianza de pasar a la cocina y que ya conozca todos los rincones de mi casa. 

“En cuanto llegue del Paraguay el mate que tengo pedido en la tienda, se lo voy a hacer, para que lo pruebe”, me grita desde la cocinilla. 

“Sí, tengo mucha curiosidad”. 

La Navidad, especialmente, ha estado viniendo a mi casa todos los días. Se mete los tres pisos entre pecho y espalda y sube, una horita, antes de ponerse en la calle. 

Tiene un arte para hacerlo todo en una hora. Lava la ropa, cuando hay, a mano –yo no tengo lavadora-, en un barreño, y la cuelga. Al otro día la retira. Friega mis cuatro platos. Pone un poco de orden, para que la casa esté presentable. 

La verdad es que con eso tengo resuelto el problema de la soledad. Ella, qué quieres que te diga, creo que también. Tengo mi amiga, yo también soy su amiga. La verdad es que ya los había perdido todos, y mi familia está en las Chimbambas. 

Solemos hablar un ratito. De hombres. Entonces es cuando se queda quieta, sentada, y mira al infinito, por los cristales de mi balcón, sin mirar, aunque muchas veces se organiza, sin que ella se fije, la puesta de sol, tan espléndida como aquí es costumbre, y le transmite una tristeza muy hermosa, contrastando su cara. 

“¡Hombres!”, dice.

Kim Pérez 18-12-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                Diré con seguridad el nombre de Travestí

 

En la Argentina, en Chile, no sé si en el resto de América Latina se guarda intacto el nombre de travesti para designar a una parte de la gente trans, la formada por quienes se sienten varones y sin embargo visten como mujeres. 

Nada más que expresar esta idea, se advierte, como un puñetazo, la inmensa fuerza humana que late en ella, la tensión que establece entre ambos polos. No hay explicaciones ni justificaciones biológicas, el o la travesti (porque puede emplear, como parte del desafío que es su vida, un género u otro) tiene conciencia de una identidad masculina que acepta como la base de su ser, a la vez que quiere vestir o vivir como mujer. 

Llevo mucho tiempo hablando de esta particularidad de una parte de la realidad trans, pero me doy cuenta de que hay que decir una palabra que la defina, para que no se quede todo en el aire y esta palabra es travesti, y yo tengo que decir que me hallo a mí misma o mí mismo en ella, lo que no quiere decir que sea el caso de todas. 

El mejor ejemplo para visualizar lo que quiero decir, lo encuentro en una persona de la que ya he hablado mucho, a quien vi en un documental. Es un hombre que vive en Australia y que se traviste sólo para actuar en un espectáculo por las noches. Se maquillaba en el camerino del club y su hijo de doce años esperaba mirándole mientras él se arreglaba. Luego, el chiquillo seguía las luces del espectáculo desde la oscuridad del fondo de la sala, donde los camareros le dejaban que estuviera. Al final, el hombre se desmaquillaba y los dos volvían a casa.  

Por las tardes, a menudo, el padre y el hijo paseaban, como padre e hijo, por el paseo marítimo, entre el polvillo del agua del mar. El hijo estaba orgulloso de su padre. “Papá y yo vamos a ir este año a Queins, porque le han invitado”, decía, pronunciando Cannes a la inglesa. 

Pero lo importante es que su padre no trabaja en el espectáculo sólo por el interés económico, sino porque una tarde y otra necesita volver al sueño o al escenario. 

Se puede decir que, visto por fuera, ésta es la mínima expresión de lo que se puede llamar travesti, un profesional del transformismo escénico, como podría vérsele también si actuase como drag queen, pero quienes trabajan o se arreglan como transformistas o drags tienen sentimientos que son los que los hacen transformistas o drags, lo que no es poco ni muchísimo menos, como yo sabía perfectamente y lo saben quienes no pueden ni siquiera expresarse hasta ese punto. 

El travesti –voy a darnos a todos quienes somos así este nombre- expresa lo que siente, y quiere ser entendido precisamente como un hombre vestido de mujer. 

Puede que elija vestir todo el tiempo así y puede que lo haga sólo en parte, pero el travesti siente algo muy profundo que se resuelve vistiendo así. 

Parecer una mujer es como una música que le permite evadirse de ciertos sufrimientos hondísimos, una canción que se canta a sí mismo y resuena en su vida llevándola al imposible de dejar de ser lo que es.   

En el travesti está la conciencia de su irreductible masculinidad y del sueño de la libertad de elegir, por el motivo que fuere. 

En América Latina, muchos son los que asumen conscientemente esta realidad y se travisten cuidadosamente, por las tardes, en sus ranchos o chabolas, entre amigas y compañeros, para salir por las noches a pasear su sensualidad y sus sueños por las veredas o aceras, desdeñando las amenazas de los delincuentes y de los policías delincuentes, por sus horas, días o años de realidad.

Yo tengo conciencia de ser masculino y de ser ambiguo, soy masculino ambiguo, y por eso prefiero identificarme como travesti mejor que como transexual, porque las transexuales tienen una identidad femenina. 

He tenido mis traumas, sufro una fuerte disforia de género y por eso, vivir con falda es para mí un refugio o un asilo. La figura más o menos de mujer, de cabellos grises, sosegada y tranquila que es ahora la mía, me permite encontrar una paz de la que sé que no disfrutaría si tuviera que hacer vida social como varón, a secas, sin estas precauciones.  

También sé que, aunque mi identidad básica sea masculina, no he podido construir sobre ella una vida masculina adulta y menos una vida sexual de varón. Todo esto corresponde a la dualidad de los travestis, no a la unidad interior de las transexuales. Pero yo encuentro en la dualidad mi refugio, soy íntimamente masculino y ambiguo –las dos cosas juntas, no puedo ni quiero separar una de otra- y socialmente femenino, porque en la sociedad no hay más que dos sexos y esto es lo que me protege y a la vez expresa mi lado ambiguo; por eso prefiero que me vea la gente como alguien intermedio o indefinido; por eso elegí también este nombre ambiguo, Kim. Kim de la India o Kim Philby, el espía, o Kim Novak, la bruja que se convertía en gato, o Kim Bassinger. Me equilibra que sea ambiguo. No podria soportar un nombre terminado en a. 

Tampoco tiene que ver con que me considere un travesti que me haya operado. Para mí, es la forma de ratificar mi ambigüedad y mi disforia, de decir bien claro hasta dónde llegaron, hasta el punto de querer eliminar los genitales masculinos. 

Este hecho demuestra que se puede ser travesti y querer operarse y ser transexual y no querer operarse, porque la propia identidad puede estar por encima de los genitales y hay personas transexuales para quienes, simplemente, no son significativos. 

Averiguar cuál es el sitio personal en la complejidad del sexo y el género es fundamental para el equilibrio y el bienestar de cada cual, que es como es. 

Kim Pérez 11-12-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                          ¿ Tiene usted algún trauma conmigo ?

 

Hoy he salido, y he tenido diversas experiencias con hombres.  

Me encontré por la calle a un antiguo conocido, de nombre precioso, Pedro Cruz, que me paró cordialmente, con su habitual sonrisa, sus gafas de montura clara y su pelo rubiasco o entrecano, pero lacio, casi con flequillo. Parece un actor secundario inglés, no sé bien quién.  

En él siempre he presentido una fuerza, una convicción sorprendente, que su sonrisa sabia esconda una definición política y moral retumbante, pero luego no me la ha dejado ver, si está en él, por lo que se han convertido en su misterio y mi desengaño. 

¡Pedro Cruz! ¡Cuánto hay en este nombre, como en el de Martín Fierro! 

Lo dejo con la sensación de haberme tomado un café que puede ser fuerte y áspero, pero que hoy ha resultado americano, aguado. 

Luego, en la concentración por el sida, mi amigo José Luis, cuarentón, guapetón, gay, bigotudo, que sé y me demuestra que me quiere mucho, pero a quien le doy tres abrazos y seis o siete besos, hoy resulta que son más fuertes que los suyos y que está como distraído y pensando en otra cosa.  

No nos quedamos a hablar, ni a contarnos mil cosas, como otras veces, ni a que me hable de Ámsterdam, o Barcelona, o San Francisco, ni a que me ofrezca a que vayamos al ambiente, donde siempre tiene que decirle algo bien claro a alguien, en el Tic Tac o donde sea.  

O sea que el café era hoy también americano. 

Con esta preparación, me subo al autobús 21, y a medio trayecto entra una pareja, muy bien vestidos, que a primera vista me parecen ingleses, pero que no lo son.  

Llevan jerseys gruesos y ropa de lana, todo en color café con leche claro y él es una especie de Sinatra en sus cincuenta. Pero me repele lo extraordinariamente seco que parece.  

Labios de formato ancho, pero apretados, sus rasgos resultan leñosos, como si ya hubiera perdido y dejado a mil kilómetros todo jugo, dulzura, vitalidad, en sus aventuras masculinas. De pronto sonríe, y no es desagradable, pero sus dientes están ya también resecos, con las encías retraídas, como le pasa a muchos viejos.  

Supongo que le quedará por lo menos el jugo fundamental y que se lo clavará a su pareja. Yo no soportaría estar con él ni diez minutos, pero supongo que a ella puede seguirle gustando que esté a su lado toda su vida. 

Lo rechazo por seco, por amargado (así me lo imagino), pero lo observo obsesivamente y de hecho no me doy cuenta de nada de su mujer.  

Ya en casa, pongo un debate de una televisión por satélite, en una mesa que queda un poco corta para los cinco hombres que se aprietan tras ella. Otras veces hay alguna mujer, hoy no. Me agobia la excesiva masculinidad de la tertulia y me pregunto si ellos no estarán también incómodos y a disgusto. 

Nunca he soportado los conjuntos humanos de un solo sexo, que lo ponen en evidencia y multiplican lo desagradable que puede tener, por lo que la condena a estar incluido en él se hace obvia. No se gustan, pero tienen que estar juntos. Yo no hubiera podido estar entre ellos, allí, como varón. 

Hay uno, únicamente, cuya estética me consuela,  porque es de oso, un periodista grueso, redondo de cara, barbudo, peludo, joven, aunque lo más probable es que sea hetero, sería demasiado perfecto que fuera gay. 

Pegada a el, medio podría aguantar la horrible mesa y a su lado podría sentir el lejano aroma de la dulzura gay, el perfume de los castaños en flor que es tan parecido al del semen. 

Estas aventuras no muy cercanas con hombres pueden parecer insignificantes, pero el conjunto me va amargando y llego al final del día con mal sabor de boca por su causa, desasosegada e irritada.

En todas ellas hay una antigua herida en la que alguien ha puesto, inadvertidamente desde luego –ellos ni se han enterado, desde luego, de lo retorcida que soy, los pobres -, por unos segundos o unos minutos, la punta de un dedo. 

Cualquiera que las interprete habrá podido medio ver los traumas que tengo con ellos, traumas trans: lejanía y distancia afectiva, barreras que se ponen como manos por delante, esa seca y misteriosa pasión masculina, tan dura, que tan pronto pone la atención en ti, toda la atención, como te deja de lado, y especialmente, la repelente concentración de lo masculino sin ningún elemento femenino para equilibrarlo. 

No hay nada específicamente sexual en estos sentimientos, no hay deseo ni excitación, sólo hay sentimientos, ansia de cariño acogedor e incondicionado, compartición de dulzura y mutua aceptación, profunda, ilimitada… Incompatibilidad entre lo que soy yo y lo que he esperado siempre de los hombres y no he encontrado nunca entre los heteros, sólo en los homosexuales que, por eso, despiertan mi ternura. 

Los traumas que me hicieron transexual siguen intactos, a flor de piel ante el más mínimo disgusto, es decir, sigo siendo transexual, no quiero ser como la mayoría de los hombres, no podría soportarlo, estoy tranquila respecto a eso.  

Kim Pérez 04-12-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                        Sesentonas y setentonas

 

De pronto se te cae el velo de los ojos y tienes que sujetarte para no tambalearte. 

Afortunadamente, el apoyo es firme. 

La figura de mujer que has visto tanto tiempo  pegada a la tuya, sustituyéndola, por el pegamento doble de tu vacío de identidad (ya se sabe que el vacío pega) y la pulsión sexual, se despega y se cae al suelo. El segundo pegamento ha perdido su fuerza o por los años, o porque llevas muchos años de hormonación, o porque te has operado y la libido ha volado casi del todo. 

En pocas palabras, ya no te importa casi nada lo de ser mujer, o casi te molesta. 

Por fortuna, subsiste el vacío de identidad, los problemas para aceptar una identidad masculina, la disforia de género. 

Puede ser que mientras lavas tus manos, veas tus brazos cubiertos por la suave rebeca que te acaban de regalar y en la muñeca izquierda el brillo de la pulsera que te regalaron hace más tiempo... Una imagen pulcra de anciana, que a lo mejor te agrada y te da el confort interno que corresponde al confort externo que tanto valoras ahora. 

Tranquilidad y paz, anciana como las que tanta paz te daban. Con sesenta o setenta años, tienes el pelo cano, eres anciana, para qué lo vamos a negar, pero todavía la vitalidad llena tus venas. 

He elegido esta cuestión de la imagen de mujer que se cae para comenzar este comentario, porque es importante: si ha sido tu único impulso para cambiar de sexo, puede parecer sin sentido lo que has hecho. Lo que pasa es que yo creo que en la transexualidad hay siempre algo más que ese impulso de fusión: hay ese vacío. 

Tiene que haber algo más, como la necesidad de la paz de esos brazos de anciana que ves al lavarte las manos. 

El placer de ir por la calle protegida porque los otros ven en ti lo que tú quieres que vean, la seguridad de ese aspecto acogedor y equilibrado, tan distinto del que en teoría te correspondería. 

Hay quienes hacen el cambio a los sesenta, para beber el último té o disfrutar de los últimos rayos del sol poniente. La persona que yo sepa que cambió de sexo más tarde, fue con sesenta y tres (se aceptan anotaciones para el record) 

También hay quienes, con sesenta o setenta años, no se han decidido o no han podido. Queridas amigas mías, a quienes conozco por vuestros dos nombres y siento como particulares hermanas, por tantos años de frustración que he vivido al mismo tiempo que vosotras. Sois testigos de la inmensa fuerza del Destino que os ha dicho que no, aunque sea so pretexto de una insuficiente disforia, del misterio de la condición humana, que sabe lo que quiere, pero no puede. 

Cabe relativizar la necesidad humana de expresión y comunicación. Esta red es un buen medio para hacerlo. 

O, lo que hemos sentido y vivido algunas. Con cincuenta y dos años, yo creí que eso era imposible para mí pero, después de tantos años de aislamiento y silencio, era suficiente para mí vivir entre trans y que supieran que era trans, aunque tuviera que llevar ropa de hombre.

Kim Pérez 27-11-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                Lógica de la Ley. Primera parte

 

¿Por qué la Ley de Identidad de Género no requiere que la cirugía sea obligatoria? 

Porque considera la transexualidad sólo desde el punto de vista social, y eso está bien. 

La discusión sobre los contenidos médicos o psicológicos de la transexualidad, lo que es decir sobre su significado profundo, no ha terminado ni terminará a plazo corto. 

En cambio, hay un hecho transparente e irrefutable: hay personas que viven conforme al sexo que biológicamente no les corresponde. 

Estas personas necesitan una documentación que les sirva para integrarse social y laboralmente, porque, en caso contrario, una documentación incoherente con su presencia, favorecerá su marginación y el coste social de la marginación. Esto es todo. 

Quienes se oponen al reconocimiento del sexo social, como tal sexo-social (así de simple), deben saber que su posición tiende a crear marginación y costes sociales, sobre todo en lo laboral, lo número uno. 

Entonces, si quienes se oponen a esta ley están en contra de la marginación, no les quedaría más salida lógica frente a este dilema que la prohibición, y para que la prohibición sea efectiva… la penalización de quienes se sintieran de otra manera y quisieran vivir conforme a su sentimiento. 

Si se prohibiera así cambiar socialmente de género, habría entonces cárcel, pero se habría quitado desde luego el problema de querer trabajar legalmente y no conseguirlo… ; aunque lo que habría en su lugar, dado que las prohibiciones nunca son totalmente obedecidas, sería clandestinidad, una marginación todavía más profunda y costes sociales más altos. 

Por tanto, negarse a reconocer el sexo social conduce a la marginación, si todo se queda como está, pero la lógica de esta negativa puede llevar a la prohibición, en tiempos más duros, como los que ya han sido reales, ésta a la cárcel, como ha habido, y ésta a una marginación radical, como la hemos vivido. 

¿Se atreverán los que se oponen a reconocer el hecho innegable del sexo social a que ésta es la lógica de su posición, o marginación laboral o represión y hasta marginación social? ¿Se atreverán a decir en voz alta que eso es lo que quieren para nosotros, porque a eso lleva en la práctica ese criterio?  

La existencia humana transcurre entre opciones lógicas, que son binarias, como los organigramas informáticos. 

Querríamos evadirnos con un sí, pero no, o no, pero sí, pero a menudo no existen estas opciones débiles, sólo un sí o un no y sus respectivas consecuencias, y ésta es la rigidez y la fuerza de la lógica, que supera a la voluntad humana. 

En este caso, la Ley de Identidad de Género española está siendo lógica con relación a un fin que es superar la marginación social y laboral de las personas transexuales, mientras que las posturas restrictivas no son lógicas si lo que se pretende es ese fin. 

No se puede tener a la vez teta y sopas, como dice el dicho. 

Pero en este mismo sentido, las restricciones que quedan dentro de la Ley, no son lógicas. Me refiero a que, en nuestra misma sociedad, hay personas transexuales que no van a tener ningún beneficio con la Ley. Me refiero a inmigrantes y a menores. 

Todas ellas forman parte de nuestra vida social, aunque las primeras tengan otra nacionalidad y las segundas tengan sus derechos en manos de sus padres.

Pero al no reconocerles derechos específicos, unas y otras siguen expuestas a la marginación laboral las primeras y al acoso, las segundas. 

Si en el Senado no se corrige este sinsentido, el Estado no podrá lamentar las situaciones que se produzcan y será culpable y responsable ante instancias supranacionales, por haberlo tenido en su mano y no haberlo hecho. 

La lógica a la que obedece en el conjunto de la Ley, le amenaza en estas exclusiones.

Kim Pérez 13-11-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                      Cuarentonas y Cincuentonas

 

Los cuarenta y los cincuenta años son una de las edades propicias para atravesar la puerta que sale a las nieblas y el sol de la experiencia transexual, a lo desconocido y a lo anhelado. 

Por tanto, sé que con este comentario me dirijo a muchas compañeras que han vivido lo mismo que yo o desean vivirlo.  

Lo que lleva a poner la mano sobre la manilla de la puerta es la crisis de la mediana edad, en la que convergen muchos procesos del conocimiento y los sentimientos. 

Primero, se ha pasado mucho tiempo, decenios, confiando en que “esto se pase”, incluso esforzándose voluntariosa y tenazmente. Al cabo de los años, se ve que esto no se ha pasado, e incluso que el alma está estragada por una mezcla de deseos impacientes y desesperación. 

Segundo, se sabe y se piensa que aún queda tiempo por delante para vivir lo que se quiere vivir y no se quiere perder el tren. Se mira una al espejo, sin arreglar, y la imagen que se recibe es tan desolada como desoladora. Entradas, mirada triste, facciones descolgadas, más por la tristeza que por los años. Pero si llegas a arreglarte, también ante tu espejo, ves que has rejuvenecido diez o quince años y todas tus esperanzas vuelven de golpe. 

Tercero, quienes tengan hijos, los tienen ya de una edad en la que, aunque sea con sorpresa e incluso con dolor, pueden comprender tu historia, y ya no vas a ser la “figura paterna” que influya en su desarrollo emocional, puesto que ya se han desarrollado. Les queda todavía un margen de tiempo para comprender y valorar tu sacrificio y tu entrega a ellos e incluso que tu significado en sus vidas, como ser humano, como protector amante,  pasa más allá del género en que te concibas.  

(Yo soy firme partidaria de que, antes de esa edad de los hijos, sobre todo varones, si se decide la transición, sea poniendo tierra por medio… hasta que lleguen a esos años) 

Pero puede ser también que los cuarenta y los cincuenta años, para algunas personas, sea también la constatación de que, en la práctica, es imposible la transición. 

No se puede suponer que la transición es sólo cuestión de voluntad. Hay infinitas circunstancias, y algunas de ellas, juntadas, dicen simplemente, “no”. Puede sumarse por ejemplo: tener al propio cargo a una madre anciana; deber una hipoteca; y trabajar por cuenta ajena en una empresa en la que se sabe muy bien de qué pie cojean los jefes (y tienes cuarenta o cincuenta años) 

Al hacer la suma, se mire por donde se mire, sale que no. Y entonces es preciso enfrentarse cara a cara con esa desolación, que es sólo una parte de las tragedias y de los límites humanos. 

“¿Por qué a mí?”, es el grito universal del dolor. Es posible enfrentarse con él, pero hace falta saber enfrentarse y conseguir la fuerza para hacerlo. 

Para eso, una debe situarse muy por encima de la vida corriente. Sólo diré aquí que es posible hacerlo, pero no voy a decir cómo. Pero sí que lo primero es saber que se está participando en la inmensa representación del dolor humano. 

Lo que sí querría recordar, tanto a las que puedan realizarse como a las que queden frustradas, es el interés que tenemos en relativizar la pulsión transexual. 

En la juventud, en el desbordamiento de las hormonas, en el esplendor de nuestras imágenes, en la ignorancia y en la falta de experiencia, es fácil caer en voluntarismos del tipo “soy una mujer como otra cualquiera”. 

No; no somos nunca “una mujer como otra cualquiera”. Puede haber algunas que digan, con razón: “lo he sido siempre, lo soy por dentro”, pero aún en ese caso podrán reconocer que las mujeres “como otras cualesquiera”, lo han sido siempre por dentro y por fuera. 

Éste es el principio de la sabiduría trans. En cuanto puedes aceptar que eres transexual, se abre otra puerta, y sales a otro universo, de realidades infinitamente matizadas y sutiles, en el que puedes encontrar la fuerza y la seguridad de ser lo que eres verdaderamente.  

A los cuarenta o los cincuenta años, cuando ya no tienes tanta presión de las hormonas (o la has eliminado mediante el tratamiento), ni la de la fascinación de tu imagen, ni la ignorancia o la inexperiencia, es cuando llegas a tiempo de abrir esa puerta.

Kim Pérez 06-11-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                               La Noche del Max

 

 

El Max era -¿es?- un after hours que estaba en las callejuelas que hay alrededor de la Puerta del Sol. 

En 1993, mi amiga Jenny me llevó una noche. Es importante apuntar lo del año, porque hace ahora trece años y en trece años las cosas han cambiado mucho, y qué bello es comenzar la frase por las palabras “mi amiga Jenny”, porque no podéis imaginar lo que siento al decir “mi amiga”, y el orgullo y la ternura de precisar que era Jenny. Había pensado incluso en cambiarle el nombre, por discreción. No se lo cambio. Es un recuerdo santo. 

El Max tenía un aspecto de termas romanas, una luz alta y azulosa, fría, una de esas luces que ponen en los locales que van a cerrar, nada más que en él era la de abrir, porque era siempre la luz del cierre de la noche, para todos, la de las cinco, o las seis o la siete de la madrugada, y entonces, a esas altas horas, el Max abría y recogía a todos los náufragos de la noche, a todos los aventureros que la habían explorado a fondo, en la inmensidad de su tiempo negro y de sus sucedidos. 

Noche larga, ojos ojerosos, recuerdos ardientes e inmediatos de tres horas antes, en otro lugar, en otro mundo, con otras personas, ya perdidas. Me parece que era de ambiente mixto y que cuando llegamos estaba casi vacío, de manera que pudimos deambular, para que yo lo conociera, entre los pilares de obra encalada en tonos verdosos destacando en el vacío humano como lo protagonizan las ruinas de las termas verdaderas y dejando entre sus arcos unos cubículos amplios, también iluminados por esa luz fresca, clara y alegre, y Jenny y yo nos sentamos en uno de los bancos de ladrillo y cemento que corrían a lo largo de las paredes, y me acuerdo de que yo puse un kleenex extendido para no mancharme y que Jenny se fue un momento al aseo y tardó en volver porque estaba ligando y que yo esperé, fuera de lugar por mi edad, pero mirando con absorta curiosidad cómo el Max se iba llenando y cómo llegaban muchos gays formando el público, que ahora sí que venían derrengados de la noche en otros sitios, para tomarse la última copa y la penúltima. 

Yo estaba entrando en el ambiente trans y no conocía casi a nadie y estaba deseando conocer a más gente porque tenía verdadera hambre de amigas trans en las que reconocerme, pero me decepcionaba no ver a nadie entre la ya multitud que llenaba las arcadas del superlocal, hasta que Jenny volvió de sus ligues. Entre uno y otro, porque es cantidad atractiva y divertida, y la gente se le seguía pegando, se sentaba un momento junto a ella, en el banco del cubículo, le decía algo al oído y se iba enseguida, porque Jenny los despachaba pronto, porque esta noche quería estar conmigo, ella me iba señalando a algunas personas y diciéndome sus nombres, y me deslmbró saber que aquella rubia radiante, erguida como una reina, que gobernaba la pista bailando en su medio, con una ropa que le marcaba el alto pecho y las poderosas nalgas, era una trans y se llamaba Arlène Renault, o algo así, y trabajaba en la noche de la Casa de Campo –las primeras horas, desde luego, a partir de la medianoche-, y luego se venía a lucir los billetes que había conseguido, aquí, trepidando en el baile unas horas más, lo mismo que otros trabajadores más convencionales se toman un café en un bar al terminar el trabajo, para ver un poco el mundo que los ha rodeado mientras tanto. 

Además de la Renault, además de Jenny y de mí misma, aunque todavía fuera de camisa y pantalón, fui viendo a otras trans, algunas más evidentes, moviéndose por el local, y aunque no recuerdo más detalles de ellas, al pensar ahora en ellas las veo como sombras erguidas, firmes, desafiantes, moviéndose como seres excepcionales entre la multitud de gays y de heteros, en pareja o por su cuenta, ellas, las trans, las travestís, lo más fuerte que se puede ser. 

Yo experimentaba oleadas de orgullo y de solidaridad con ellas, porque también eran o éramos las más machacadas y despreciadas fuera de aquel ambiente seguro en el que reinábamos brevemente y hubiera querido compartir todos sus años, sus mañanas y sus noches, que no se me hubieran escapado como a ellas no se les escaparon, viviendo a tope cada minuto de la gloria de la marginación y el desprecio público. Eran mis amigas y podían ser mis hermanas. Allí estaban, o luego estuvieron, y voy a decir sus nombres, Miriam, la otra Myriam, Juana la Fea y Juana la Guapa, Merche, Nancy, Mónica y yo, que ni siquiera tenía nombre entonces. 

Esta noche que se me ha venido a la cabeza el Max, viendo un recuerdo de su luz desnuda, melancólica y alegre en la foto de la portada de una novela gay, siento que aquella noche vi la belleza absoluta y la libertad de la vida de trans, sola frente al mundo, caiga quien caiga, encontrando el reposo sólo en los brazos de las compañeras o hermanas que saben perfectamente lo que vives porque ellas también lo viven, desafiando permanentemente al resto de la humanidad. Entonces pienso que nos hemos equivocado al trabajar todas sólo por la integración, porque es verdad que los humanos nos cansamos a veces, y deseamos un poco de tranquilidad y de respeto, pero la integración ha sido y es mortal, porque hace de nosotros en apariencia mujeres y hombres como otros cualesquiera -¡qué triunfo!-, pero a la vez nos roba nuestra excepcionalidad, la que da tener que pelearse cada día para conseguir la la libertad de ponernos una ropa y no otra, de amar a nuestra manera, casi siempre vergonzante o avergonzada, de pasar por la acera, lo que para los hombres y mujeres corrientes es lo más corriente de la vida. 

Hemos conseguido la libertad de hacer todo eso de manera más o menos normal, pero hemos perdido una parte de nuestra belleza. No sé si la recuperaremos. 

Por el momento, no podemos recuperarla haciéndonos las rebeldes, porque hemos perdido la inocencia como los niños, y la inocencia no se recupera. 

Ahora somos respetables, estamos integradas, hemos descubierto que podemos reclamar nuestro derecho de ser vistas como gente corriente y que se nos da, y esto ya no se olvida, es irrevocable, hemos perdido toda la gracia. 

Desde que vivimos bien, nos dispersamos, nos distaciamos, vamos cada cual a nuestros pequeños egoísmos, y nos olvidamos en el fondo unas de otras, porque en el fondo no nos hacemos falta, incluso en nuestros foros o nuestros encuentros, que son sólo virtuales, como mucho “sindicales”, y ya sabemos la miseria actual e integrada de los antaño desafiantes sindicatos. 

¿Dónde ha ido a parar la antigua belleza trans, dónde la hemos extraviado entre el integracionismo y la normalización? Los gays siguen viviendo la belleza del sexo loco y el ansia de amor, pero si nosotras nos quedamos como estamos, nos volveremos feas y aburridas. 

Nuestra única esperanza, ahora, es entrar en el sexo de trans, el amor de trans, sea lo que sea y esté donde esté, lo único más grande que nosotras mismas. 

Kim Pérez 30-10-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                Psicólogos

 

En los próximos años es predecible que se multiplicarán las Unidades de Identidad de Género dentro de la Seguridad Social. Asturias, Madrid, Cataluña, Aragón, después de la absolutamente pionera de Andalucía, que lleva ya desde 1999… 

Esto pondrá en primer plano de la atención la función de los psicólogos, auténtica puerta de entrada a la unidad. 

Hasta ahora, su función ha consistido en una autorización. 

Esto depende en última instancia del concepto que ya está superado de “verdadera transexualidad”, que tendría que reunir unos requisitos determinados y que naturalmente, tendría como correlato una “falsa transexualidad”. En la práctica, se ha visto que estos conceptos son muy complicados de establecer en la vida de los "verdaderos transexuales", que somos quienes emprendemos un proceso a toda costa. 

Entonces el psicólogo trata de averiguar, con arreglo a sus criterios, más o menos bien fundados, si la persona que tiene delante es idónea o no para que la Seguridad Social siga pagando su tratamiento. 

Después de una atención que puede durar años, el psicólogo autorizador da su veredicto, es decir, pronuncia su sentencia, que la persona puede aguardar con angustia, temiendo todo el tiempo que sea negativa y que eso arruine sus esperanzas y sus perspectivas o que les fuerce a recurrir, como se pueda, y si se puede, a la cara medicina privada. 

En los Estados Unidos, que nos llevan algunos decenios de adelanto en esto, los psicólogos han advertido ya que lo que esto arruina es su trabajo. 

En efecto, lo primero que destruye es la confianza entre psicólogo y persona psicologada. Cómo va a haber confianza entre una persona y otra que tiene un poder de juez sobre ella. “Todo lo que diga podrá ser usado en su contra”, etcétera. 

La consecuencia es que produce o favorece sentimientos de ansiedad y angustia en las personas demandantes que se unen a los producidos por las dificultades propias del proceso. 

A continuación, propicia que entre las personas transexuales circulen informaciones sobre lo que el psicólogo quiere oir para decir que sí, y lo que le hace decir que no. 

Acto seguido, biografías, problemas, sentimientos, se alteran para cumplir con el guión conveniente. ¿Quién puede impedirlo, entre personas tan necesitadas de seguir adelante como nosotras?  

Por último, anula el propio trabajo de recopilación de datos, de investigación, de formulación de hipótesis y de tesis hecho por el psicólogo en tales condiciones. ¿Quién puede tomar en serio una publicación hecha a base de los datos recopilados en el procedimiento de autorización, salvo en los aspectos más externos y sociológicos por encima de lo psicológico? 

Todo esto se puede solucionar de manera perfecta simplemente siguiendo un método no de autorización, sino de reconocimiento. 

Se funda en que el psicólogo reconoce el derecho de la persona demandante a tomar sus propias decisiones y se limita a constatar que está en condiciones de tomarlas y que le ha asesorado, para tomarlas, durante equis tiempo. 

El fundamento de este derecho es indiscutible: la transexualidad, que no se puede reconocer mediante análisis objetivos, es un hecho íntimo, subjetivo, al que sólo la propia persona transexual tiene acceso. 

La transexualidad de cada persona es tan sutil, está fundada en un juego tan específico de pesos y contrapesos que sólo cada cual puede medir en lo que valen para cada cual. 

Por eso, después de oír atentamente al psicólogo, sólo cada persona transexual, de hecho, puede juzgar si acierta o no. El juzgado juzga al juez y eso es un derecho que no se puede negar. 

Entonces, la labor del psicólogo reconocedor consiste en los siguientes trabajos: 

Primero, identificar si existe alguna psicopatología que pueda trastornar la libertad de decisión, o si ha sido superada. 

Segundo, informar extensamente a la persona demandante de las expectativas realistas que puede conseguir con la transición y de las dificultades no menos realistas que puede encontrar. Responder a las dudas e incertidumbres y exponer con toda claridad su criterio profesional sobre lo que está viendo. Aconsejar sobre la salida que cree conveniente. Apoyar en los primeros y difíciles pasos y valorar críticamente sus resultados. 

Tercero, firmar un certificado de que la persona demandante no padece o ha superado cualquier psicopatología limitante de su libertad y que ha seguido durante el tiempo requerido su relación con el psicólogo. Este certificado debe ser suficiente para pasar a los procesos médicos dentro de la Seguridad Social. 

Lo mismo que el sistema anterior tiene muchos inconvenientes, éste presenta otras tantas ventajas: 

Desde el momento en que la persona demandante sabe que el psicólogo está para ayudarle, pero no tiene poder sobre su decisión, el psicólogo se convierte en su amigo y su aliado. 

Las preguntas y las dudas pueden surgir con naturalidad y fluidez. La disposición a escuchar y atender al psicólogo por sus conocimientos y su experiencia, se despliega inmediatamente. 

La capacidad, en su caso, de darle la razón, aparece puesto que no existe la obligación, quieras que no, de aguantarse con su razón. 

En general, se ha reconocido el derecho de cualquier persona  a decidir por sí misma y equivocarse por sí misma. 

Únicamente, teniendo en cuenta que en las Unidades de la Seguridad Social se va a pagar con dinero público una decisión complicada e irreversible en su caso, se deben tomar las dos únicas precauciones señaladas antes: certificar la capacidad de decisión de la persona demandante y que esta decisión es ya debidamente informada. 

Ni que decir tiene que cualquier investigación o teorización realizada con estos parámetros, podrá tener plena validez.  

Y todos contentos.

Kim Pérez 23-10-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       De Foucault a Zapatero

 

Durante muchos siglos y siglos, los distintos, los homosexuales y transexuales, hemos vivido primero abrumados bajo el secreto o, alternativamente, bajo el insulto que nos hemos creído merecido y luego, desde hace unos treinta y tantos años, aprendiendo el valor del desafío y del orgullo. 

Es decir: hemos vivido en la guerra. Guerra de todos contra nosotros, primero, y guerra de nosotros contra todos, después. 

¡Cielos, si a mí me ha dado tiempo de vivir ambos tiempos (y el tercero, que luego diré)! 

Primero, el de la clandestinidad, el silencio abrumador, no poder hablar de nadie de lo que más te importa, y aún así, de vez en cuando, algunos fogonazos que te parecían increíbles, dada la discreción con la que existías, pero que demuestran que la gente no es tonta ni mucho menos: 

“¡Mariquita!”, “¿Habéis visto que tío más maricón?”, “Tú no has vivido como un hijo de familia, sino como una hija de familia”, “Me han dicho que eres de la cáscara amarga”.  

Todo eso te producía un orgullo secreto, y la prueba es que conservas esos recuerdos como trofeos, pero a la vez te daban un sobresalto de miedo y de horror, al comprender con ellos la palabra rechazo o temerla. 

Luego aprendiste a tirarte al monte, por pura desesperación, y ya en las sierras aprendiste (porque antes no lo conocías) el valor y el desafío de Genet, de Foucault y de Sylvia Rivera. 

Aunque bien visto, sentiste la valentía nacer en ti misma, por ti misma, como tantas la sintieron antes por el solo hecho de decirte que hasta ahí habías llegado, que basta ya, y por tirarte a la vida a pecho y cara descubiertos, a que te dieran bofetadas si era menester (no te las dieron), a sentirte feliz de pasar por el corredor de un tren lleno de gente y que todos te miraran o a meterte en una disco y bailar, llena de felicidad, entre los tuyos, y que los otros pensaran lo que pensaran, porque lo que pensaban te gustaba y lo que querrías es que pensaran más. 

Fue luego cuando te enteraste de lo de Foucault y el Gay Pride y la verdad es que te vino como anillo al dedo para lo que pensabas. Fue en los noventas, en los dulces noventas, en la primera y última década de tu juventud. 

Te peleabas con Foucault y con los foucaultianos y foucaultianas pero la verdad es que los seguías, eran la sal de tu vida y la de todas las alegrías y todas las amistades y los bailes que descubriste. 

La palabra clave era transgresión, el entendimiento de cualquier sociedad como un sistema de poder siempre fosilizante, siempre durmiéndose en su placer por su propia naturaleza, mientras que las minorías sexuales, por el hecho de ser minoritarias y contracorriente, tenderíamos a despertarlo, a discutir las cosas, a formar nuevos estilos de vida más inclusivos, a subrayar la diversión, la risa, el llanto, la alegría de vivir, lo inesperado frente a lo rutinario y programado… 

El antipoder, en resumen. El tirón de la utopía, pero floral, no guerrera. El paraíso en la tierra. El placer de no tener poder. 

Todo demoledor de lo establecido, liberador de los convencionalismos y los aburrimientos e incluso abridor de los fuertes vientos del infinito.  

No sé si os dáis cuenta de que en todo lo que llevo dicho  hay un imperceptible tono de elegía cuyo secreto os desvelaré: el tiempo de los verbos que uso es el pasado. 

Porque ahora, en el presente de los años zero, lo cierto es que todo ha cambiado, porque hemos ganado todo lo que queríamos, hemos conseguido (o estamos a punto de conseguir) todas nuestras exigencias, especialmente en la España de Zapatero, el Presidente que pasará a la Historia como paradigma universal del político postmoderno y lanzado. 

Hemos conseguido que el matrimonio de los homosexuales sea jurídicamente lo mismo que el tradicional, estamos consiguiendo que los transexuales tengamos papeles como todo el mundo y que la Seguridad Social nos tome en serio, hemos conseguido sobre todo el amparo y la ayuda de nuestras familias, lo nunca antes visto, que se tipifique el acoso escolar que nos había victimado y que se pueda protestar por él, y también estar hasta de moda, y que a la gente le guste presumir de su amigo gay, y supongo que delirar con su amiga o su amigo trans, porque somos escasos, y más en serio, que en la sociedad general se vaya extendiendo un sentimiento de respeto y aceptación.  

Es gracioso, porque el efecto de la lucha por la transgresión gaylesbitrans, ha sido danos un lugar en la vida social general, desmarginalizarnos, aunque sea bajo el rubro de “transgresores y otros”, responsabilizarnos y hacer que paguemos impuestos. 

En la teoría queer habían entrado no sólo las  contradictoriedades sociales sino incluso nuestras contradicciones personales. Lo queer se definía como más allá de lo homosexual y lo heterosexual, lo transexual y lo conformista, como lo raro, lo rompedor y por tanto nuestros propios conflictos identitarios más secretos, nuestra inadecuación interna a cualquier categoría, hallaron en lo queer un remanso definitorio. “Soy queer” ha llegado a legitimar para unos pocos el “estoy confuso”, estado al que le ha dado un valor positivo. 

La consecuencia que parecía lógica era que lo queer nos llevaba a una indiferenciación sexual en el que nadie era nada y todos éramos todo, una especie de puré de lo que Freud llamaba la perversión polimorfa propia de la primera niñez, para no llamarla inocencia. 

Pero la consecuencia de la consecuencia fue que lo queer nos instalaría como transgresores y marginales, pero al instalarnos nos cristalizaba, nos convertía en establishment. 

Una drag queen dejaba de ser el no va más de la ruptura para ser contratable para las  fiestas de los cumpleaños infantiles. 

La realidad postmoderna o postqueer es distinta. Todos tenemos nuestro sitio, pero no es para formar un puré social. Podemos estar juntos, pero no revueltos, aunque algunas estemos revueltas en nosotras mismas. Puede haber mucha gente que ame y desee al otro sexo y que quiera tener niños, y algunas que prefiramos otras aventuras y otras exploraciones nocturnas. Lo importante es que somos iguales, integrantes de la misma comunidad, no marginados ni marginales. 

Lo que ha significado esto es que desde ahora podemos participar en todas las empresas humanas, como humanos, no primaria y necesariamente en el combate que hemos tenido que mantener los gays y las lesbianas y los bisexuales y los y las transexuales. 

Está claro que nuestras asociaciones, que hasta ayer mismo han tenido que ser puestos de mando de la batalla sexual, se van a parecer cada vez más a la Asociación de Filatelistas o a la de Padres y Familiares de Niños de Coeficiente Mayor que Cien, asociaciones cuya asesoría versará sobre todo acerca de cuestiones administrativas. 

Pero eso quiere decir que podremos integrarnos, como heterosexuales, u homosexuales, o transexuales o  intersexuales o confusosexuales, como iguales, en las grandes cuestiones que afectan a la humanidad, en la filosofía, el arte  y  la ciencia, lo primero, en la defensa y la profundización de la libertad  que para nosotros es vital, es la garantía de nuestra existencia, en el aferramiento a la democracia y en su observación, revisión y profundización tenaz. 

Seremos lo primero  filósofas, místicas, artistas, científicas, trabajadoras, combatientes de la libertad y la democracia, y además seremos heteros o gays o lesbis o bis o trans y eso será una simple manera de ser, la base de nuestro enfrentamiento a la vida como seres humanos con los ojos abiertos.

Kim Pérez 16-10-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                              Tú quieres ser una chica de moda

 

El anuncio de esta temporada del Corte Inglés, no me digáis que no es de los temas que llegan derechos al corazón de las trans. 

No sé cómo hubiera podido soportarlo, cuando tenía quince o diecinueve años. Además, la protagonista es justo como las que yo me quería ver reflejada: alta, sensual, estilizada, sofisticada… Ya veis, los adjetivos me salen solos del repertorio. 

Haberme imaginado como ella, suavemente apresada por su propio sueño… porque tampoco para ella era verdad, según la letra…, pero hay sueños que son más poderosos que la realidad…  

Eso es lo que la hacía vivir… también a mí, me habría hecho vivir… y esperar o desesperar, según las circunstancias. 

Andando cadenciosa, con una lenta oscilación de caderas elegantísimas… Aparentemente segura y autosuficiente, pero en realidad suplicando que me miren.  

“Y que te fijes en mí”, porque ése es el sentimiento más fuerte y persistente del alma trans. 

Que me hagas existir con tu mirada. En mi soledad real de mis diecisiete años, mirándome al espejo, yo deseaba que hubiera unos ojos reales que me mirasen para hacerme real a mí misma y que aquella imaginación a un lado y otro de un cristal helado se convirtiese en realidad. 

Llegué sólo a tener la audacia de asomarme una vez a la ventana, en aquel tercer piso de una calle con árboles, poco frecuentada, con una toalla liada a la cabeza como una actriz de musical y los labios pintados, con la esperanza de que alguien me viera. Cuando tuve la sensación de que alguien me miraba realmente, me retiré precipitadamente. 

Porque lo que yo pretendía de verdad no es que alguien me viese, sino que alguien me quisiese. Ser una persona tan hermosa e inolvidable para alguien, que el inmenso vacío de mi inseguridad, el hueco bombardeado por los rechazos recibidos se colmase y yo fuera tan única como cualquier persona desea ser. 

Ser querida, lo tengo que decir así, a principio de párrafo y con toda claridad, para que se vea nítidamente lo que toda trans desea o más claro todavía, aquello cuya falta nos hace trans. 

Queremos y necesitamos ser valoradas, ser queridas. Nuestra pobre condición masculina nos parece triste y fracasada, porque ya tenemos una profunda experiencia, desde la niñez, de no haber sido valorados, incluso de algo más increíble, más terrible, de haber sido despreciados. 

Por eso hemos necesitado imaginar qué habría sido de nosotros, si fuésemos maravillosas y espléndidas como esa muchacha. Y la imaginación nos captura: seríamos queridas, seríamos valoradas, seríamos admiradas, seríamos deseadas. 

La música entraría en nuestra vida. 

Lo diré en primera persona: 

Que alguien sueñe contigo, o que llore por ti, porque te ha mirado, porque ya no te puede olvidar. 

¡Qué necesario te es, a ti, pobre adolescente, desechado, olvidado, por todos, que ya te parece que tu suerte es irremediable, que te desprecias a ti  mismo, aunque sin creértelo nunca de verdad, siempre con la esperanza de que el milagro de la aceptación sea posible! 

Ahora, muchos años después, os contaré que mi sed de reconocimiento y de admiración o cariño sigue intacta. 

Necesito gustar. De una manera personal o por lo que hago. Es necesidad de soñar con que gusto, con que me veis de una manera que justifique mi vida.

Desde luego, no tiene que ver con la moda, la moda me trae sin cuidado, y cada vez más. Sin embargo, aunque a primera vista me creo que la desprecio, también es verdad que uso la ropa como medio de expresión fundamental. 

Y sobre todo la falda. Sé que si me veis con falda, ya sabéis algo de mí que es lo que quiero que sepáis de mí. Que so una persona sensitiva y delicada. Punto. 

También soy otras cosas, pero ésa es la fundamental, la que hace que sea como yo soy y como quiero ser. 

Ya ha habido algunas personas que se han fijado en mí, como dice la canción. que me ven como he querido que me vean. Eso es suficiente, es bello, me da ganas de llorar de alegría. 

Justifica mi vida. Tanta necesidad tengo de ser querida.

Kim Pérez 09-10-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                 Transexuales somos Todas

 

En 1993 ó 1994, mi queridísima Jenny, tan encantadora como la encuentro, ya decía en la televisión, con tono paciente de maestrita: “Transexuales somos todas…” 

Era socia de Transexualia de Madrid, y supongo que lo decía como resultado de un consenso de la asociación, que ahora me parece un acierto inmenso del movimiento transexual español en lo moral y lo político. 

Voy a intentar consolidar esa afirmación con algunas afirmaciones que podrán ser completamente científicas cuando alguien haga los estudios y establezca los porcentajes pertinentes. 

Pero de momento, diré las siguientes razones: 

Lo primero. Hace años se distinguía entre TV, TG y TS casi como naturalezas distintas, propias de personalidades distintas. Como si estuviéramos hablando de varones transvestistas y mujeres, para decirlo con toda claridad. 

Ahora se van teniendo pruebas de que no son naturalezas distintas, sino estados o situaciones distintas en las que la misma persona puede encontrarse en distintas fases de su vida. 

Por ejemplo, yo tengo una amiga que empezó definiéndose como transvestista y llegó a entenderse como transexual y operarse. 

Otra, hizo el camino inverso: empezó por entenderse como transexual y ahora vive felizmente en términos de transgénero. 

Otra tercera vivió un tiempo como transgenérica y luego lo dejó. Supongo que ahora se considerará transvestista. 

Es decir, la evolución personal puede hacerse en los dos sentidos, más cambios o menos cambios. 

¿Qué quiere decir esto? Que nadie “es” transvestista, transgénero o transexual. Que se “está” en uno de esos estados, por diversas circunstancias sociales y reflexiones personales que pueden cambiar. 

Lo segundo. No conviene personalmente aferrarse a un “soy” (TV, TG o TS) porque eso bloquea la evolución personal. 

No soy. Estoy en lo TV, o TG o TS y ya veremos. Si necesito un “soy” para definirme o entenderme, me situaré en el terreno más multivalente que pueda, definiéndome como transexual (pero sin distinciones), o como trans, o como persona disfórica de género, o como persona con síndrome de Harry Benjamin, como quiera y me resulte útil para entenderme, pero sabiendo que no se trata de una situación cerrada, sino abierta a quién sabe qué, como todo en la vida. 

Esto es particularmente importante para los y las trans jóvenes y para quienes están empezando su proceso: saber que no es una vía única, reconocida y determinada incluso por la comunidad médica (definición de identidad, con o sin apoyo psicológico, hormonación, prueba de la vida real, operación), sino un punto de partida y una multitud de puntos de llegada que a su vez se convierten en puntos de partida para otros, que deberán ser determinados sólo por la propia persona que empieza este proceso. 

No hay nadie que sepa más de la transexualidad que los y las transexuales y no hay nadie que sepa más de “su” transexualidad que cada cual. 

Lo tercero. En la transexualidad masculina está cada vez más claro que los límites entre transgénero y transgenital son muy indefinidos. 

En especial, porque casi todos requieren una cirugía por lo menos, la mastectomía, desde el punto de vista identitario, y otra la histerectomía, desde el punto de vista de la conveniencia médica.  

Pero también, porque sabiendo los problemas quirúrgicos que todavía existen en la faloplastia se puede comprender muy bien que muchos, o la mayor parte, por razones prácticas, renuncien a ella. 

Lo cuarto. Desde el punto de vista moral esta concepción de que todas o todos somos transexuales es importante, porque no nos separa.  

La separación no es consistente. Sería un error que catalogáramos a nuestras amigas o amigos trans según estas categorías, haciendo de ellas un mundo, para ver que de pronto este mundo se deshace o se derrite como un helado, porque nuestras amigas o nuestros amigos cambian o porque yo también cambio. 

También es absurdo porque nos incita a jerarquizarnos. ¿Más cambios? Más mérito, más femenina o más masculino. ¿Menos? Lo contrario. 

Aquí me permito poner mi propio caso por delante: estoy operada felizmente, tengo hechos todos los cambios habidos y por haber, pero me considero poco femenina, poco mujer, aunque también sea poco masculina. Y de eso sé yo, y sólo yo tengo que saber por qué lo digo. 

Pues si es así, también puede ser verdad al contrario. Una persona que no se opere y sin embargo sea intensamente femenina. Independientemente incluso de su práctica sexual, porque también ésta puede deberse a mil circunstancias y sobre todo, puede cambiar. 

La transexualidad es un punto de partida. No se puede saber a dónde iremos, desde donde estamos.

Kim Pérez 25-09-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                 La Transición o Cosa Hecha

 

Una persona trans alcanza su estabilidad cuando ha conseguido realizar lo que necesitaba o simplemente lo que le es posible, y puede ya desentenderse de la transición en sí o despreocuparse de su transición, que es lo mismo. 

Esto que voy a decir puede sorprender a quien esté empezando, pero lo bueno es cuando la transexualidad llega a vivirse como una rutina, y entonces estás plenamente estable; incluso ya no piensas en la transexualidad; te asombra ver que sientes el día a día como cualquier otra persona. 

Puedes alegrarte por el simple hecho de haber llegado a eso, aunque no sea tan espectacular como lo habías imaginado. Pero es que cualquier existencia tiene vetas de oro y vetas de tierra, aunque estén diferentemente repartidas y unas sean muy delgadas y otras muy anchas. 

Fijaros que considero realizadas lo mismo a las personas que han podido completar su transición (hasta donde cada cual juzgue que quiere llegar), como a las que han tenido la fuerza de encontrar una buena razón, completamente convincente, para no hacerlo; llorando con su corazón, pero tranquilas por su deber. 

(Pero hace falta que este deber sea indiscutible; no se puede ocultar el miedo, que es triste, bajo las ropas del deber, que es fuerte y sereno) 

Toda persona que haya llegado a realizarse puede empezar a interesarse por otras personas o por otros grandes temas de la vida. Puede ser que de pronto veas que casi te olvidas de ti y que te preocupas por tu pareja, o por tu familia, o por la pintura, o por la historia de la guerra civil, o por los islámicos. 

En esta situación, cuando ya vives rutinariamente como mujer o como hombre, es normal que muchas personas transicionadas nos olvidemos hasta de que somos transexuales y nos olvidemos de las y los otros transexuales. 

Lo digo en primera persona, aunque sea del plural, porque a mí me pasa y por tanto lo entiendo muy bien. He estado equis años luchando, agobiándome por la transición. Ahora que la he conseguido, que la disfruto con sólo montarme a un autobús y un taxi y oir que me dicen “señora”, es natural que me dedique a las otras cosas que me gustan o me apasionan en la vida, que en mi caso son la literatura, la filosofía, el actual conflicto entre Oriente y Occidente… 

Seguir la vida, en una palabra, después de haber subido el enorme escalón de la transición y de verme de nuevo en el rellano de un jardín donde alrededor hay palmeras y jazmines y flores. ¡Voy a disfrutar de la vida! 

Por otra parte, los hilos que nos unen a las personas transexuales son pocos y delgados. Cuando los gays se juntan con los gays, es que muchos se atraen sexualmente, caray. Estoy segura de que militar en un movimiento gay o lésbico es, a veces, una ocasión de ligar, nada menos. 

Nada o casi nada de eso pasa entre nosotros, donde sólo suele contar la pura y purísima solidaridad (aunque también otras cosas son a veces posibles: felicidades) 

Por eso tenemos que pensar tranquilamente cuáles son esos hilos que nos unen a las personas transexuales con el movimiento trans.

Primero, puede haber gente a la que queremos. Voy a pensar en ti… y en ti… y en ti… y en ti… (la descripción la pongo en los puntos suspensivos; estáis algunas personas a las que siento muy cerca de mí, porque habéis estado muy cerca de mi corazón por cualquier motivo, que me gustáis, así de claro, que me siento parecida en algo o en alguna fase de vuestras vidas, que he disfrutado cuando habéis estado a mi lado… haced cada cual vuestra lista, veréis cómo os sorprende… una… uno… tres… cuatro… cinco… seis… 

¿Voy a renunciar a vosotras y vosotros? ¡Sois ya parte de mi vida! ¡Estaría loca! 

(También hay, como es natural, gente de la que sé menos  o que no he tratado tanto o que me gusta menos, pero supongo que es un fallo de mi corazón y mi cabeza, que no sabe ver todo lo que hay que ver en cualquier persona, tan fascinante, y especialmente en cualquier persona trans, asombrosa) 

Segundo, nos entendemos muy bien, mejor que nadie. Cuando se trata de que necesitamos apoyo, ¿quién nos va a apoyar mejor que una trans o un trans? 

Entonces, sí, corazones aparte, nos ponemos juntos. Ya lo hemos demostrado una vez y nos pondremos juntos otra vez cada vez que sea necesario. 

(En lo chico y en lo grande: una vez que estuve algo tocada por un accidente, no pude ni supe impedir que me metieran en una sala para hombres; si hubiera estado allí algún trans, lo hubiera impedido) 

Kim Pérez 18-09-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                               Hormonación

 

Me has pedido que hable de hormonas en la página de Carla, y me dispongo a hacerlo. Ni que decir tiene que no tengo ni idea de medicina, y que sólo voy a hablar de cosas que he oído o vivido. 

En primer lugar, de la conveniencia de hormonarse bajo supervisión médica. Aparte de la desesperación al ver que no se encuentra médico, o de las "alegrías" de la autohormonación, o de hacer lo mismo que hace alguna amiga, o de pedirle consejo, hay que recordar que estamos hablando de nuestro cuerpo, de su salud tan afinadamente establecida, y que por tanto no se puede ir a la farmacia como quien va a un supermercado, a pedir cuarto y mitad de antiandrógenos o de estrógenos. 

En todo caso, cada cuerpo tiene sus equilibrios analizables, incluso su masa corporal, y sólo un médico puede saber las dosis que le corresponden. ¿Un endocrinólogo? Es lo preferible; pero me parece que también puede hacerlo un médico general que haya estudiado suficientemente la cuestión. A mí fue un médico general quien me supervisó la hormonación y lo hizo con prudencia y talento y me fue muy bien. 

¿Cómo localizar al médico?   Si se recurre a la Seguridad Social, ella lo localiza... para bien o para mal. Si se recurre a la Medicina privada, aquí si funciona el boca a oído... En estos mismos foros. Es la recomendación y la experiencia del paciente lo que cuenta. 

En caso de vivir en una ciudad o pueblo donde nadie sepa nada, en vez de peregrinar de consulta en consulta, pagando, para después oir "Lo siento, no tengo conocimientos para dirigir una hormonación", un truco práctico consiste en llamar antes por teléfono y decir: "Soy transexual. ¿Se ocuparía usted de mi tratamiento hormonal?" Si el médico dice que no, la consulta ha resultado gratis, y si dice que sí, lo hemos encontrado. 

Pero para demostrar la necesidad de la atención médica, aunque sea a costa de meter un sano miedo en los pellejos, quiero contar lo que le pasó a una amiga. Estaba hormonándose como es debido, y de pronto el médico registró en los análisis que la hormonación le estaba produciendo hiperprolactinemia, es decir, un exceso en la producción de otra hormona que regula la secreción de leche. En caso de que no estuviera siendo atendida, es decir, en caso de autohormonación, este exceso hubiera acabado por producirle literalmente el estallido de no sé qué parte del cerebro. Como estaba siendo atendida, simplemente el médico puso las correcciones oportunas, y al cabo de un tiempo siguió la hormonación felizmente.  

Una vez empezada la hormonación, en las personas transexuales feminizantes (no me atrevo a hablar de los transexuales masculinizantes, no sé lo suficiente: hablad vosotros) uno de los primeros efectos es el debilitamieno gradual de las funciones masculinas. Cesa o se dificulta, primero la eyaculación y luego la erección. 

Es decir, la persona trans se queda privada o liberada de la sexualidad masculina. Éste es el primer autotest para comprobar cuál es la forma propia de ser trans. Si la condición trans es sobre todo social, si la identidad como trans tiene que ver sobre todo con vivir una vida social femenina, sin que eso afecte a la sexualidad, la persona trans que ha iniciado el tratamiento se sentirá frustrada, privada de un factor esencial de su alegría y su expresión personal. Si la persona trans lo es por razones que tengan que ver con su sexualidad directa, con su genitalidad, gozará de su impotencia, será para ella un tranquilo y sencillo factor de autoaceptación, una forma de sentirse feliz nada más que recordándose lo que ha conseguido. 

Por tanto, la hormonación resulta ser un ensayo general que nos hace ver por cuál de los caminos de lo trans está nuestro futuro equilibrio y nuestra felicidad. Este ensayo, durante muchos meses, y quizás durante años, es reversible, por lo que se puede hacer con tranquilidad y sin agobios, mirándose sólo a sí misma, que es quien puede saber lo que quiere hacer y lo que no y por qué. 

En el recorrido de la transexualidad, la única persona que puede tomar las decisiones es una misma. Otras nos podrán ayudar a comprendernos, pero finalmente las decisiones serán nuestras, porque nuestra será la felicidad.  

Al esfumarse la sexualidad, se esfuma también la líbido, el deseo sexual. En un plano más psíquico, resulta también un ensayo equivalente a la falta de la sexualidad. Si la persona es muy libidinal, muy sexual, lo sentirá como una privación y puede renunciar a la hormonación. Si la persona es menos sexual, más sentimental, puede no importarle casi nada. 

No sé, pero como algunas veces la hormonación produce algo de depresión, puede ser que tenga que ver con esa disminución de la líbido, aunque ignoro por completo si puede también a veces ser consecuencia directa de la hormonación, sin psicología por medio. 

En todo caso, la disminución de la libido o deseo corporal, no tiene que ver con el mantenimiento del deseo de cariño, el placer de las caricias, el gusto y el amor por la pareja, todo lo sentimental.  

Otros efectos físicos y otros no efectos supongo que ya son suficientemente conocidos en estos foros, pero es bueno recordarlos: se desarrollan las mamas, en unas personas más y en otras menos; anotaré aquí una observación particular, que es que el desarrollo de los pezones y las areolas (no las aureolas, aunque lo parezcan) son independientes, de manera que hay trans con masa mamaria grande y pezones y areolas pequeños, y al revés, pezones y areolas grandes con masa mamaria poco desarrollada. 

El tacto de la piel se hace más fino y sedoso, no sé por qué. 

Sabemos que también hay no-efectos, por desgracia: la hormonación no hace reversible la voz (pero la logopedia hace maravillas, para quien lo desee), tampoco reduce ni suprime el vello facial (aunque en mí sí el vello corporal, no sé si por edad o por las hormonas) 

Pero hay un efecto del que apenas he leído ni oído y que resulta fundamental: la transformación de los rasgos faciales, que la hormonación redondea y hace mucho más femeninos. 

Tengo también una amiga (o dos? ¿o tres?), que antes de empezar a hormonarse tenían rasgos angulosos, hasta el punto de  hacerme pensar que serían muy visibles y, a medida que se fueron hormonando, fueron suavizándose, como si se pusiera un poco de grasa aquí y otro allá, en los sitios justos, hasta que al cabo de un tiempo son por su cara mujeres verdaderamente bellas (El maquillaje, en caso necesario, también hace maravillas) 

Y ahora quiero comentar lo que me parece que va convirtiéndose en un mito: lo que se suele mencionar como una especie de "condena" de las transexuales operadas a seguir hormonándose toda su vida. Como se dice lo de toda la vida, parece que se está hablando de una especie de cadena perpetua. 

Por lo que me voy enterando, parece que esa necesidad de hormonación no tenía nada que ver con la sexualidad, por ejemplo, con el mantenimiento de los pechos. Tenía que ver con algo más sencillo, la prevención de la osteoporosis, o debilitamiento de los huesos por falta de calcio. 

Para recetarnos las hormonas femeninas, se consideraba que éramos equiparables a las mujeres menopáusicas, lo que era desde luego un honor, pero hoy que se tiende a no hormonar a las mujeres menopáusicas, también parece no haber fundamento en nuestro caso. 

Para prevenir la osteoporosis, hoy se recomienda, sobre todo, hacer ejercicio, y tomar suplementos de calcio, en la leche o en pastillas. 

En el caso de las trans no operadas, después de equis años de hormonación, y al llegar a determinada edad, supongo que se podrá hablar de emasculación química definitiva y podrán liberarse también de las pastillas.  

Kim Pérez 14-09-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                 ¿ Como puedo saber que soy ?

 

¿Cómo puedo saber qué soy?”, es la pregunta básica que se hacen muchas personas trans y que vengo leyendo en estos foros. 

Hay algunas que han tenido siempre clara la respuesta; otras, probablemente la mayoría, nos hemos debatido siempre entre mil cuestiones. 

La respuesta básica es muy sencilla: puesto que te haces esa pregunta, sientes disforia de género. 

(Disforia: disgusto, inadaptación, incomodidad de género. Me decía hace unos días una amiga que es una palabra medicalizada, pero creo que no necesariamente: disgusto, no es una palabra médica, puede ser moral y hasta política) 

No os confundáis: las personas que no son trans no se han planteado nunca o casi nunca vivir con arreglo al otro género. Esta cuestión para nosotros es un agobio continuo, pero ellos todo lo más se lo han planteado alguna vez que otra, como curiosidad intelectual, más que como necesidad vital, o como pura fantasía o diversión, para vestirse en los carnavales o algo parecido. 

La única duda puede estar en las personas heterosexuales que sienten que necesitan travestirse. Esta necesidad puede ser tan intensa, que lleva a hacerse la pregunta clave.

Yo les respondería planteándoles otra pregunta acerca de si ven una diferencia entre travestirse y vida. 

Es decir, si travestirse tiene significado sólo en la hora del eros, entre las sábanas, pero es compatible con una vida plena y dichosa como varón, si levantarse de esos momentos de fantasía y placer significa aceptarse del todo y con naturalidad en el género masculino, no hay disforia de género. 

Habrá que entender el travestimiento, habrá que averiguar el mecanismo o automatismo psicológico que lo produce, habrá que superar y aclarar las confusiones que puede producir en la relación con la mujer que puede acompañar en la vida a esa persona, pero no se trata de disforia de género. 

El género es justamente el lado social del sexo, lo que representa el día a día y la vida en la calle. Por tanto, si en esas horas de la vida social no hay angustia, no hay ansias que haya que callarse, no hay disforia de género. 

Una vez comprendido que siento disforia de género, una vez tranquilizado mi corazón en esta respuesta, la siguiente pregunta es hasta dónde quiero o necesito llegar. 

Para esto, me parece que las distinciones entre transvestismo (ocasional, pero motivado por la disforia o disgusto o desajuste o desadaptación), transgenerismo y transexualismo no se deben considerar como definiciones de la persona. 

La experiencia me ha mostrado que una misma persona puede ir de unas a otras, en sentido de menos a más o de más a menos. Por tanto, son distintos estados o distintas formas de expresión de la misma disforia.   

A veces, la diferencia entre unos y otros puede tener que ver con una disforia fluctuante, que puede consolidarse o permanecer oscilante. Pero eso lo enseña la experiencia. Es natural que una persona que oscila entre tiempos de disforia y tiempos de mejor adaptación, se mantenga en formas de transvestismo, por simple prudencia. Pero eso significa que, aunque la sienta intermitentemente, esa persona se suma a quienes sienten la experiencia y los matices de la disforia. 

Otras veces, el transvestismo es ocasional no porque haya vacilaciones, sino porque existen condicionamientos sociales irrenunciables. No me refiero a los que sólo tengan que ver con el bienestar material: a veces hay que pagar algo, o perder algo, para ganar algo mucho mejor. Me refiero a los que tienen que ver con responsabilidades voluntariamente aceptadas hacia algunas personas: por ejemplo, dicho con toda la dureza que corresponde a la realidad, si cambiar de género puede suponer cambiar de trabajo y eso puede producir no pagar la hipoteca y de la hipoteca depende la forma de vida de nuestros ancianos padres, puede ser que se renuncie al cambio de género y este ejemplo demuestra que muchas veces lo que se hace no tiene que ver con lo que se es, sino con lo que se puede hacer. 

Cuando se pueden dar más pasos hacia el cambio de género, las preguntas siguientes pueden ser ya médicas: ¿deseo de verdad, necesito hormonarme, necesito llegar a la cirugía? 

La respuesta puede ser también fácil: la hormonación es reversible a lo largo de muchos meses y por tanto puede servir de ensayo directo y real. Si el resultado me parece positivo, puedo seguir; si no me agrada, puedo dejarlo. 

En todo caso, debe quedar claro el principio de que no hay modelo alguno en la disforia de género, ningún recorrido predeterminado que haya que recorrer, quieras o no. 

La disforia enseña que yo y sólo yo decido cómo debe ser mi vida, yo y sólo yo puedo decidir lo que puede hacerme feliz.   

Kim Pérez 04-09-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                          Nombres: Carta a Carmen Montón

 

 

En unos días termina el plazo de presentación de enmiendas a nuestra Ley. En el encuentro que tuvimos con Carmen Montón, diputada del Partido Socialista, le preguntamos si podría presentar una autoenmienda sobre esta cuestión y nos dijo que, aunque no era costumbre parlamentaria, estaba dispuesta a hacerlo. 

Al final nos contó que cuando hablaba en las Cortes a favor de nuestros derechos, acababa de morir una persona muy allegada y querida para ella. Como no ha habido ocasión de hacerlo en público hasta ahora, Carmen, te quiero dar las gracias por eso. 

En este comentario voy a explicar mis razones para una enmienda que creo complementaria y necesaria para la ley y espero que llegue al Grupo Parlamentario Socialista, como un documento transmitido por Carmen. 

Se trata de regular el cambio legal de nombre, y sólo de nombre, tomando en cuenta ciertas circunstancias. 

En primer lugar, para las personas que den el gran paso de hacer el cambio social, el más difícil,  la gran decisión frente a familia, amigos, compañeros y jefes de trabajo, al mismo tiempo que piden el diagnóstico psicológico con vistas a conseguir los papeles necesarios. Este paso tiene el gran valor de constituir una prueba de vida real muy  recomendada para comprobar la fuerza de la propia decisión y por tanto debe considerarse como muy conveniente. 

Será natural a la vez que una persona diagnosticada como disfórica de género espere cierto tiempo antes de conseguir el cambio de sexo legal, para confirmar ante todos y ante sí misma que su voluntad es estable, pero también hay que reconocer que es sobre todo en los primeros meses de esa transición cuando encontrará las mayores dificultades sociales y emocionales, y que nuestra sociedad debe encontrar la manera de atenuarlas. 

Esto se consigue en grandísima parte con el derecho al simple cambio de nombre. Una foto femenina con un nombre femenino al lado lo simplifica todo en cajeros de grandes superficies, consultas médicas, hoteles, alquiler de pisos, aeropuertos. Si no, da lugar a explicaciones a quienes no tienen que estar al corriente de lo que es la transexualidad, curiosidad en las colas, expectación, cotilleos y una persona que tiene derecho a su privacidad obligada a que se conozca su vida privada en todas esas ocasiones. 

Cambiar el nombre es fácil para nuestros legisladores. Propongo que en la nueva Ley haya un artículo que derogue la cláusula de la actual Ley del Registro Civil en que se dice que el  nombre no debe inducir a confusión sobre el sexo. 

Esta cláusula está derogada de hecho por la disposición, también ya vigente, que prevé que en nuestra sociedad multiétnica y multilingüística se podrán imponer nombres en cualquier idioma. ¿Están seguros los encargados del registro de que un nombre determinado, por ejemplo, Kim, induce o no induce a confusión, en inglés, en torno al sexo? 

Pues, por tanto, que se derogue esta cláusula ya vacía. Y que no se preocupen los legisladores: en la práctica, sólo las personas transexuales querremos hacer uso de esa prerrogativa de cambiar el nombre con que fuimos inscritos por uno femenino o masculino. 

En caso de que tal medida -plenamente vigente en la cultura de los países anglosajones, desde siempre-, pareciera difícil aquí, pese a lo expuesto, se podría aceptar como una transacción añadir a la frase en cuestión "salvo en caso de disforia de género diagnosticada". 

La segunda circunstancia que hace el cambio de nombre necesario y urgente es en el de los menores de edad con disforia de género. 

No voy a inventarme nada en lo que voy a explicar a continuación. 

Estos menores pueden sufrir un acoso escolar que los tutores y profesores no consigan erradicar, porque puede manifestarse en los espacios y las horas que están fuera de su control.  

Sabemos que el acoso escolar es una de las pruebas más traumáticas que se pueden vivir en toda nuestra existencia, precisamente por nuestra indefensión en esas edades. Este acoso, en las variantes feminizantes, puede mostrarse extremadamente resistente a la persuasión y a la educación, por implicar juegos de poder. 

Una manera radical, pero necesaria de evitarlo, está siendo que el menor pueda contar con una identidad social  conforme con el sentido de su disforia de género, lo que fortalece su situación, aunque a veces haya que recurrir también a un traslado de centro que permita empezar de cero en compañeros y amistades.  

En todos estos casos, el cambio de nombre es fundamental, porque hará que en las listas, o al dirigirse al menor los profesores, el reconocimiento social del género sea evidente y quede consagrado. 

A la vez, teniendo en cuenta las variaciones que se pueden producir en ese periodo de formación, deberá estar condicionado a que el propio menor se reafirme en él al llegar a la mayoría de edad. 

La situación de vulnerabilidad de la persona en la niñez o la adolescencia obliga a que este cambio de nombre sea con frecuencia urgente y que su trámite sea ágil, de manera que en cuestión de semanas se pueda resolver.  

Por eso no puedo estar de acuerdo con la propuesta de una compañera experta en Derecho de que la reasignación de sexo legal en los menores se haga –excepcionalmente en este caso- por vía judicial, por la sencilla razón de que el trámite puede llevar entonces años, y un problema surgido a principios de Tercero de Secundaria, por ejemplo, no puede esperar años, sino que por el bien del menor requiere que sea resuelto en unas semanas. 

Por eso propongo un trámite administrativo que consista en que un psicólogo expida un certificado de disforia de género y los padres autoricen notarialmente el cambio de nombre. 

Y que con esos dos documentos y sólo con ésos, se pueda acudir al Registro Civil y cambiar el nombre del menor, condicionadamente a que se ratifique al llegar a la mayoría de edad. 

Me parece, querida y respetada amiga que has presentado la otra propuesta, que ésta es razonable y suficiente. 

Este comentario ha sido largo, para explicar los detalles, pero el resumen se puede hacer muy brevemente: simplemente cambiar el nombre, puede mejorar la vida de muchas personas. 

Kim Pérez 28-08-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                         El Transexual cirujano del Siglo de Oro

 

El reportaje de Antonio Arenas, basado en un estudio de Emilio Maganto Pavón sobre mi paisano transexual, del siglo XVI,  Eleno de Céspedes, que ha publicado también uno de los periódicos de Granada, Ideal, me da base para contar su vida a mi manera. 

El nombre puede chocar, pero es el mismo que el de Heleno Saña, escritor izquierdista de los años setenta y ochenta, que llego a contestarme una carta. 

Pues bien, Eleno era transexual y mulato, circunstancia mucho menos marginadora entonces que la primera, pues precisamente en Granada fue célebre y respetado por entonces Juan Latino, catedrático de la Universidad, cuya piel era negra. 

Eleno nació hacia 1546 en Alhama de Granada, y era hijo de esclava y de caballero, que al parecer se desentendió de él. Frecuentes mestizajes, aquéllos, en aquel tiempo, especialmente en Andalucía (y especialmente en Sevilla, donde han contribuido a la belleza de la gente, dando un tipo moreno y de cabello crespo, de grandes ojos brillantes, como el de Rafael Escuredo, antiguo Presidente de la Junta de Andalucía) 

¿Era Eleno así? Quién sabe, pero pongámosle esa figura. 

Hijo de esclava, tuvo que pasar sus primeros años como mujer y pobre, y así se casó a los dieciséis con un albañil y parió un hijo a quien tristemente abandonó en Sevilla, dice el reportaje. 

Evidentemente, la cosa ya no funcionaba. Sería por entonces 1562 ó 63. Se vino a Granada, se supone que abandonando también al marido, a trabajar en la casa de un clérigo que le ayudó a emprender el oficio de tejedora y supongo que también el de sastra. Más libre. 

Pero debió de estar aprendiendo mucho sobre sí mismo y sobre la vida, porque lo dejó. Lo siguiente que se sabe de él es que, ya vestido de hombre, lo detuvieron en Jerez por una pelea con un rufián. 

¡Ah, gorrión! ¡Ya empezamos a atisbar otras cosas sobre ti! Porque un rufián era un guardián de una casa de prostitución, y esto significa que Eleno había ido a ella, y por algún motivo, seguramente por un carácter peleón y enérgico, se enredó a golpes con el rufián hasta que tuvieron que venir los alguaciles a detenerlo. 

Eleno debía de ser, como muchos españoles de su tiempo, de armas tomar. Porque lo siguiente que hizo fue engancharse para la guerra de la Alpujarra, contra los moriscos, cuando él tendría unos hermosos veinticinco o veintiséis años (La guerra empezó en 1571) 

Los enfrentamientos y la venganzas fueron muy violentos, terribles, y Eleno tuvo que salir de todo aquello pacificado, con menos ganas de aventuras. En 1576, a sus treinta años, se fue a Madrid, donde estaba la Corte de Felipe II, y allí se colocó a trabajar tranquilamente con un cirujano y a aprender el oficio.  

Tranquilamente es un decir. Los cirujanos de entonces trabajaban sin anestesia (todo lo más emborrachaban a los pacientes o los sedaban con algunos vegetales, como el láudano), cortaban las piernas con serruchos, por ejemplo, por lo que se pueden imaginar los gritos, los empujones, los desmayos, los chorros de sangre a diestro y siniestro de cualquier operación. Eso, todos los días. 

Me da que Eleno fue contratado por el cirujano para sujetar a los pacientes mientras él los intervenía, y si los sujetaba o agarraba era mientras ellos gritaban y se convulsionaban sería porque tendría fuertes brazos, mucho valor, y estómago para soportar la sangre, lo propio de un veterano de las Alpujarras. 

Pero debía de ser muy inteligente y observador, atender cuidadosamente a lo que hacía su maestro mientras él hacía lo que hiciere porque, del analfabetismo con el que seguramente empezó su vida adulta, pasó a obtener el título del Protomedicato, que le facultaba como cirujano y también para sangrar, la más sencilla de las intervenciones de entonces, que consistía en disminuir la presión sanguínea mediante el procedimiento de colocar sanguijuelas en el torso del paciente, unos gusanos que viven en las fuentes, pequeñísimos y ondeantes en principio, pero que van sacando la sangre como una ventosa, hasta que se ponen grandísimos y gordísimos y entonces se los separaba de la piel.  

Esto debía de ser como poner inyecciones, pero al revés; lo más sencillo, junto con purgar, de lo que podía hacer un cirujano. 

Según se ha descubierto, fue la primera persona nacida mujer (aunque luego viviera como varón), que en todo el mundo, y gracias precisamente a su condición de transexual, obtuvo el título de cirujano. 

Hay algunos indicios de que Eleno pudo llegar a intentar alguna operación, o por lo menos aprovechar sus conocimientos para crear una buena prótesis genital para sí mismo. 

El caso es que aprovechó su nueva estabilidad para casarse. La cuestión de los papeleos sería más fácil entonces, podría alegar que no sabía dónde estaría su partida de bautismo, y se casó con María del Caño y vivieron en Yepes, pueblo de Toledo, durante un año. 

Pero este matrimonio tampoco fue bien, por lo que fuera, y por su carácter seguramente impulsivo y temerario (acordaos de la pelea con el rufíán y de su enganche en el Ejército) cayó en su primera gran equivocación: volvió a casarse por las buenas, es decir, cometió un delito de bigamia. 

Habían pasado once años de su vuelta de las Alpujarras de Granada. Alguien (¿quién? ¿la primera esposa?) lo denunciaría y llegó a un pleito civil y luego a la Inquisición. 

El pleito por lo visto se fundamentó en la bigamia y él alegó que era hermafrodita, lo que convertiría sus matrimonios en nulos, según el Derecho Canónico, y por tanto no habría tal bigamia. 

La cuestión planteada fue tan nueva, que se pidió que lo examinara nada menos que el cirujano del Rey, Francisco Díaz, y ahí debió de triunfar la habilidad como protésico de Eleno de Céspedes, pues Díaz vio unos órganos normalmente conformados. 

Pero debieron de seguir otras pesquisas, que despertaron el interés de la Mamarracha Inquisición, que vio en todo ello “desprecio por el matrimonio y tratos con el diablo”. 

Total, que Eleno salió condenado a doscientos azotes (una barbaridad; imaginaos un latigazo o un zurriagazo sobre vuestras espaldas y contad, si podéis, hasta doscientos) 

Pero también lo condenaron a diez años de trabajo sin sueldo como enfermero, seguramente en atención a sus conocimientos. Y ahí debió lucirse. Debió de ser un enfermero y hasta un cirujano (¿cómo se iban a negar a que ejerciese, si sabía hacerlo? excepcional, hasta el punto de que se lo rifaban entre distintos hospitales. 

Su vida fue anterior a la de Antonio de Erauso, nacido en 1592, otra vida de un militar transexual que recibió el permiso para vestir como hombre del mismo Papa, como lo ha publicado El Mundo y esta página. Aventuras a tope.  

Kim Pérez 21-08-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                             Soy Trans ¿ y qué ?

 

 

Voy a deciros una cosa y me vais a decir que tengo razón. 

Hay dos maneras de plantear la condición trans. 

Una consiste en decir: "Soy una mujer como otra cualquiera", o "soy un hombre como otro cualquiera". 

Supongamos que tienes la suerte de tener un aspecto perfecto. Ahora bien, en cuanto te planteas así las cosas, te pones a la defensiva. 

Voy a contar una serie de apuros en los que puedes encontrarte: 

"¿Cómo voy a salir con un chico sin haberme operado?" 

O, 

"¿Cuándo se lo digo?" 

O,  

"¿Me he operado, pero qué puede pasar si hacemos el amor sin que yo le haya dicho nada?" 

O, 

"¿Puedo casarme sin decírselo?" 

O, 

"¿Qué pasará si se entera?" 

O,  

"¿Puedo volver a la ciudad o al barrio donde hay gente que me conoce de antes?" 

O,  

"Tampoco voy a decírselo a mis amigas". 

O, 

"Cuando ellas hablen de los problemas de la menstruación o de otros parecidos me callaré". 

O, 

"Espero que no aparezca quien me conozca de antes". 

O,  

"Cuando se metan con las trans, yo las defenderé, pero con cuidado de no descubrirme". 

O, 

"Me encantaría tener una amiga trans para poder hablar de nuestras cosas, pero no me atrevo". 

Defensiva, defensiva, defensiva; la vida entera a la defensiva, con cálculos, con miedo, ¡en el armario!, aunque parezca increíble. Has salido de un armario, en el que estabas cuando tenías pinta de chico, a otro en el que te metes cuando ya tu aspecto es de mujer, perfecto. Todos los aprietos y apuros que digo no son inventados, son reales. Nos gustaría que las cosas no fueran así, pero es que son y no hay manera de que sean de otra manera. La razón es obvia: es que no eres una mujer o un hombre como otro cualquiera, eres trans. 

Eso te puede deprimir, asustar, acomplejar. 

Por ejemplo: 

"¡Hay que ver lo desgraciadas que somos! ¿Quiénes nos van a querer: los heterosexuales, los homosexuales?" 

Pero sé que hay otra opción, afortunadamente. 

Consiste en ser valiente y audaz, y también sincera o sincero, y en decir desde el primer momento, y para que lo sepan todos: 

"Soy trans, ¿y qué?" 

Me gusta tanto, que si fuera necesario, hasta me pondría una camiseta con ese letrero, por delante y por detrás, para ir a según qué sitios. 

Es que es lo que soy, exactamente eso, y nadie puede discutírmelo. 

Y todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes; pero yo voy a fijarme en las ventajas de ser trans, en vez de lamentarme y menos de asustarme. 

En primer lugar, la seguridad. Ir a todas partes con la cabeza muy alta, siendo lo que se es, sin necesidad de encogerse ni de mirar de reojo. 

Lo de que se sepa tendría efectos, desde luego, con camiseta o sin ella. 

Hay gente que te da de lado. Pero como afortunadamente, no sueles volver a verlos, muchas veces es que ni te enteras.  

Sólo puede dolerte, mucho, eso sí, si son de tu familia, o de tus amigos más queridos, pero que se vienen abajo. 

Pero el que se sepa que eres trans, tiene la ventaja de que separa radicalmente a un lado los que te quieren, y al otro los que no te quieren. La mayor parte de la gente no se entera nunca de eso. Nosotros, sí. 

Porque luego, está muy claro que quienes siguen a tu lado, es porque te quieren; o te aceptan, tal como eres; o les gusta tu compañía. 

O les gustas tú y te desean. No tienes que hacerte cábalas. Si se sabe que eres trans y te encuentras a tu lado con alguien que quiere besarte es porque ve en ti el misterio del atractivo que hay en nosotras. 

O en vosotros, los hombres trans. No sé cómo, pero el hecho es que formáis parejas con toda facilidad, estables y sólidas.  

Si tú eres una trans y un hombre quiere hacerte el amor, es que te desea, así de sencillo. Puede ser que tengas que averiguar cómo te desea, y que no te guste. Pero ya no tienes que andar rogándole: "¡quiéreme, por favor, y perdóname por ser como soy!" 

Ahora es justo al revés. Puedes decirle:

"¿Te gusto, verdad? Pues ahora vamos a ver si me gustas tú a mí" 

Y es que eres trans, orgullosa de ser trans.  

Kim Pérez 14-08-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Respuestas Prácticas

 

Una trans es una persona que muchas veces se hace preguntas sin parar: ¿Qué soy? ¿Hasta dónde quiero llegar? ¿Me opero o no me opero?, etc 

Daré mis respuestas prácticas, las que vienen de mi experiencia personal y que espero que sean útiles. 

“¿Qué soy?” representa una duda muchas veces  descomunal. Se desdobla en un montón de otras preguntas: ¿Soy un hombre? ¿Soy una mujer? ¿Soy una travesti? ¿Soy un transformista? ¿Soy una transgénero? ¿Soy transexual? ¿Soy una drag queen? ¿Soy intersexual? ¿Soy ambigua?… 

Una respuesta rápida puede ser: Tengo una vida de  trans. Y no te preocupes de momento en decir “soy” ni en ponerle los complementos. Entiende la palabra trans como un prefijo casi universal, que incluso sirve para trans-portista, es decir, camionera… 

¿Por qué digo tan decididamente lo de “vida de trans”, sabiendo que detrás pueden venir muchas cosas? Porque una persona que, siendo varón, quiere, necesita, verse como mujer, aunque sea vistiéndose en su cuarto de baño los fines de semana, no funciona por lo menos de momento como otro varón cualquiera. 

Después vendrá, con calma y conocimiento de sí, averiguar el postfijo que tiene que venir después, según la intensidad, la continuidad o la intermitencia de los sentimientos, el propósito que se pretende, etcétera. 

Será cosa del segundo curso superior de autoconocimiento; de momento estamos en el primero. 

Una vez que se ha asumido la palabra trans (por ejemplo: soy un boxeador trans; soy una bailarina trans; las dos cosas y más son más que posibles), lo siguiente es decidir cómo se vive así desde el punto de vista social. 

Lo social es para nosotras lo número uno, no lo médico, ni lo quirúrgico, ni lo psicológico, ni lo que nos podemos figurar. Es lo más difícil de conseguir y en lo que hay que conseguir la vista más aguda.  

Puede ser que sepamos que no queremos o no necesitamos afrontar un cambio social completo. Si lo sabemos, perfecto. Luego vendrá la cuestión de cómo afrontar, por otra parte, la clandestinidad. Hay muchos grados de clandestinidad y comunicación y en la red lo sabemos y lo practicamos con sutileza. 

Pero si sabemos que vamos a dar el cambio social completo, para las jóvenes les daría decididamente un consejo, que sé que les sorprenderá: estudia, créate una posición en unos pocos años, ten un título como autodefensa, entra en la nueva situación segura de tu trabajo y pisando fuerte, porque lo necesitarás; no se trata de un cambio menor, se trata de un cambio en la médula de la vida social, en su estructura por sexos. 

Para las demás, les diría la respuesta de un amigo gay, con respecto a salir del armario: se es prudente, se aguanta, hasta que llega el momento de decir  “¡Basta ya!” Cuando ya no puedas aguantar más, de ninguna manera, será cuando haya llegado el momento de dar el paso. Sólo con esa sensación de haber llegado a una situación límite podrás afrontar con valor y decisión todas las complicaciones que se te puedan presentar. 

Como si fuera una guerra: todo se puede afrontar, a condición de saber que es la única forma de salir adelante; la presencia de las compañeras puede ser la mejor compañía que encontremos para eso (sin idealizarla; yo digo que no somos hermanas, sino primas segundas) 

Para otras trans, antes o después del cambio social (fijaos bien en que he dicho que… antes… o después), se plantean también las dudas sobre el cambio orgánico.  

También aquí pretendo dar mi consejito. Me parece que la hormonación es el ensayo general perfecto. Conforme adelanta, al cabo de unos meses, se puede saber, en la práctica, una serie de respuestas importantes:  

Si veo que la hormonación no va conmigo, perfecto: fuera la hormonación. 

Si veo que la hormonación va conmigo, y que estoy contenta con sus resultados, se abren tres posibilidades: 

¿Me quedo en ella? ¿Llego a una orquidectomía, que es en la práctica su equivalente? ¿Llego a una reasignación de sexo? 

La respuesta tiene que ser tranquila y basada en el autoconocimiento y en ningún caso en la decisión que tomen otras personas. Soy yo quien se opera o no. Pueden tardarse años en decidirse. No se puede tomar tampoco pensando en si va a favorecer mi relación de amor o no. El amor puede pasar y yo quedo. 

Creo que la observación fundamental para decidirse es si mi transexualidad está muy centrada en los genitales o no, o dicho con otras palabras, si me puedo pasar sin pensar mucho en ellos o si me agobian precisamente ellos. 

También teniendo muy claro que la operación o no,  no significa más feminidad o no. Nuestra feminidad sabemos que es cerebral o mental o afectiva. Existe independientemente de nuestro cuerpo. Por mi parte, puedo atestiguar que estoy operada y soy poco femenina. Lo contrario también puede ser una gran verdad.

Kim Pérez 07-08-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                              Amaranta es Muxhe

 

Nuestro México, tan Andalucía, o más que Andalucía, por lo turbulento y lo pasional, por lo taurino y lo cantor, es también medio indio, por lo que la manera de ver todas las cosas es allí distinta de la que es corriente en Occidente, una forma original-originaria y descolocante. 

Los indios se convirtieron por ejemplo por sí mismos al catolicismo, sin que fueran muy necesarios los misioneros, por la simple aparición de la muchachita del Tepeyac, la Virgen de Guadalupe, entre flores que son el símbolo de la santidad azteca. 

Y por eso el Día de los Muertos es una fiesta de risas y flores, de miles de velas y miles de veladas en los cementerios, alegres porque los difuntos llegan de visita. 

En la República Mexicana o en algunos de los pueblos que la integran, la manera de entender la cuestión trans es también muy original-originaria 

Es verdad que en otras regiones de la República se padece el odio al maricón o al joto que les inculcaron sus antepasados peninsulares, con una intensidad furiosa que es propia por cierto de toda América, anglo o latina, y que tanto nos sorprende en Europa, pero en algunos pequeños espacios, en algunos lunaritos de sol entre los árboles, entre algunas poblaciones indias o mestizas, sobrevive el distendido, el relajado, el abierto, el comprensivo punto de vista común a las tradiciones de los indios, transmitido por todas ellas y por tanto antiguo por milenios. 

Reflexionar sobre la manera de pensar de las sociedades indias en este punto (como sobre las audacias espirituales de los chamanes) nos permite a los trans europeos una manera distinta de entender nuestra experiencia. 

Toda esta preparación viene a propósito de Amaranta, el bello muxhe de quien habla la noticia publicada en esta página hace unos días. 

Lo que más sorprende a una trans española es la voluntad de Amaranta de seguir usando el género masculino al hablar de sí, con lo que afirma una identidad de base masculina. 

Se ve como un varón que vive y se expresa con arreglo a códigos de género femeninos y que incluso adopta un nombre femenino, terminado en a y bello como un mito griego. Habría que hablarle por tanto de esta manera: “Amaranta, eres un buen amigo, eres extraordinario”, o algo así.  

Qué intrigante deslizamiento verbal entre los géneros, en el que el nombre de mujer brilla reconocido como una expresión de un sentimiento de varón. 

Es la firmeza del rostro de Amaranta, femenino y sin embargo enérgico, como el de un rey o una reina, lo que se advierte en la foto que viene con el artículo. 

Está vestido con sencilla elegancia y sentado en actitud majestuosa. Es una persona transgérica, diríamos nosotros, pero la mayor parte de las trans feminizantes, entre nosotros, se sienten obligadas a adoptar actitudes de gracilidad femenina, basadas en el encanto, mientras que Amaranta es un varón firme que vive como mujer. 

La diferencia entre las palabras “femenina” y “feminizante” puede simbolizar de qué se trata: femenina quiere decir que se refiere a una mujer, y feminizante, que se acerca a la mujer. 

De todo lo que digo, se desprenden también consecuencias que deben ser incorporadas por la actual teoría de género, heredera de Foucault y de Butler: los muxhes no suponen transgresión, sino tradición.  

No rompen las reglas de género, porque la regla número uno de su tradición es que no hay sólo dos géneros, sino más. 

Esto es conocido y aceptado por todos, viene de los bisabuelos y los abuelos, pasa a los padres y los hijos, que consideran natural que haya  quienes quieran vivir conforme a las reglas masculinas, a las femeninas, a las masculinizantes o a las feminizantes… 

Plantea por tanto la naturalidad de la experiencia trans, su profundidad como experiencia humana, algo que ya sabíamos pero que sólo entre los indios resplandece. 

Kim Pérez 31-07-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                         Comunidad Trans

 

En Londres, en el siglo XIX, los heterodoxos sexuales se reunían en determinados bares, a los que acudía Óscar Wilde. No se daban a sí mismos nombres tan respetuosos ni tan variados como los que usamos nosotros. 

Reinaba la pluma, eso sí, casi todo el mundo usaba pluma, y bajo ella se amparaban lo mismo aquellos cuyo principal interés era encontrar un compañero de cama como quienes veían en la pluma su única salvación. 

En España, en Andalucía, el equivalente eran las tabernas donde podían refugiarse algunos mariquitas, a suspirar riéndose y reírse suspirando. Aquí se empleaba una pluma desenfrenada, con caracolillos incluidos en la frente, palmas y dicharachos, cuya estrategia suprema era “antes de que te rías de mí, me río yo de mí y de ti”. 

Había ambiente, pero no había comunidad, porque no había acción en común. Había refugios temporales, sólo conocidos por los muy valientes, pero otros muchos y muchas andaban (y andábamos por aquí, hasta más que mediado el siglo XX) solos y aislados, sintiéndonos casi únicos, hablando con nosotros mismos y con las paredes y hartándonos de llorar. 

Personas a la defensiva, todas, que bastante hacíamos con sobrevivir a los mensajes abrumadores que nos llegaban, externos, descalificándonos y enseñándonos a usar palabras como vicio o peor, pecado, que rompían nuestras almas. 

No era frecuente o no era posible que tuviéramos a nuestro lado alguien que juntara la comprensión con el desparpajo y que nos reafirmara en nuestra manera de ser, simplemente porque era la nuestra. 

Por eso, para ese tiempo que duró siglos, y del que unos salieron más maltrechos que otros, no se puede decir que existiese comunidad porque no había conciencia firme de grupo, ni voluntad de afirmación, ni resistencia declarada. Simplemente, resistencia pasiva en la que afortunados eran los que podían contar con algunos amigos y con ellos escabullirse o consolarse de los golpes diarios. 

Pero algo de esto fue lo que empezó a existir con el movimiento homófilo de los años veinte y treinta, que empezó a desarrollar Magnus Hirschfeld en Alemania y luego alcanzó su mayor auge en los cincuenta y en los Estados Unidos. 

Movimiento, ¡qué palabra, que lo dice todo! En la era del movimiento de las vanguardias artísticas, también era vanguardista que los homosexuales se pusieran en movimiento y salieran de los refugios, que ahora les asfixiaban. De los transexuales, todavía ni mu, o se les metía dentro de los homosexuales. 

En los Estados Unidos, el movimiento llegó ya viejo y conservador. Su mayor objetivo era conseguir la integración social, la respetabilidad. Para que visualicéis de qué hablo, recordad al homosexual maduro y robusto de “Stonewall” (la película), trajeado, que entra en un bar con unos compañeros y dicen “Somos homosexuales”, con el fin de provocar que se les aplique (o no) la ley de expulsión. 

Una travesti, la palabra de entonces, vestida de mujer y delatándose, evidentemente no encajaba ni a empujones en aquella integración. Tampoco parecíamos fácilmente respetables.       

Por eso, en los años sesenta, fue gestándose un mundo de locas, muy parecido al actual, con marineros y mariquitas, con chaperos y drags (como se llamaba en América a las travestis) que se diferenciaba sólo en una cosa del actual: en que era clandestino e ilegal y la policía hacía redadas y te metían en la cárcel, con fotos incluídas en la Prensa, para que tus padres supieran con quiénes iba su hijo. 

Eso fue lo que rompió Stonewall, en 1969. Las drags o travestis se hartaron, se enfrentaron con la policía, les hicieron correr y refugiarse, y desde entonces data…el Orgullo Gay. 

Pero a partir de entonces empezó a haber una comunidad de verdad, un sujeto de la historia de la humanidad igual que otros sujetos, tales como partidos, o naciones, o religiones… 

A partir de entonces se empezó a decir “nosotros” con firmeza y valentía (en español, la palabra incluye dos elementos: “nos” y “otros”. Mejor que en los otros idiomas europeos)   

La comunidad gaylésbica se constituyó.  Es hermoso sentirse integrante de una comunidad: te da un sentido de pertenencia, te afirmas y sientes a tu alrededor la presencia de tus iguales, reafirmándote.  

Tienes una lucha que hacer, una alegría que conquistar, te sientes feliz sólo por estar con los tuyos. También es verdad que tienes que plegarte a los códigos aprobados por  la comunidad, por lo que es cosa tuya conseguir que sean lo más amplios posibles 

Pero la comunidad trans tardó más en constituirse, por razones clarísimas: somos la vanguardia más radical, en cada minuto de nuestra vida, pero somos muy poca gente, no damos en realidad ni para sostener un bar. 

Pero aun así, nos constituimos. Lo primero de lo primero, fue el trabajo de Charles Virginia Prince en los Estados Unido, también en los sesenta, una organizadora de grupos que usaban el prefijo “trans” y que tenían unos periodiquitos elementales, pequeñitos, pero con fotos y artículos, en inglés  y español. Pero la STAR de Sylvia Rivera, centrada en la prostitución trans callejera, anunciaba los tiempos nuevos con mucha mayor determinación.  

He leído en Stephen Whittle, que las primeras asociaciones son de los noventa. Eso le da un repentino relieve a “Transexualia”, de Madrid, que también surgió como asociación de reivindicación y apoyo mutuo de las prostitutas trans ¡antes de los noventa!  

Es verdad que el resto de nuestras asociaciones empezaron a surgir en los noventa, contemporáneas en España a las de los países anglófonos, lo que es muy estimulante. 

Nuestra comunidad se formó. Los sentimientos de pertenencia y de autoafirmación empezaron a salir a flor de piel. Quiero hablar de la noche maravillosa y alucinante que pasamos, un grupo grande de trans femeninas y trans masculinos, con las parejas de unas y otros, en Zaragoza, entrando en un bar y saliendo para otro, bailando la noche entera cubriéndonos de sudor, riendo y fotografiándonos, entre el asombro de los clientes que era la base para sentirnos fuertes y felices. Y luego, la similar en San Sebastián-Donosti, felices por las calles con nuestras canciones y sintiendo la fuerza casi submarina del Mar Cantábrico que golpeaba contra los cristales de un bar subte donde bailábamos. 

Porque bailábamos mucho, y en público, signo de nuestra afirmación. “¡Aquí estamos, los y las trans, miradnos, somos felices!” 

Aquella fuerza era verdaderamente comunitaria, activa, política, como cuando conseguimos que el Centro de la Mujer de Granada, y luego la Consejería de Salud y luego el Parlamento de Andalucía reconociesen nuestros derechos, y nos recibieran como invitadas de honor y nos aplaudiesen. 

Y ha llegado hasta las alucinantes Tres Semanas Trans de 2006, en las que conseguimos que el Partido Socialista nos tomara totalmente en serio, y luego tuvimos que convertir una fiesta que iba a ser corriente en la Primera Fiesta del Orgullo Trans de España. 

Todo va cambiando, y nuestra comunidad toma formas diferentes. En los noventas estuvo centrada en las asociaciones, que eran sobre todo lugar de encuentro y de apoyo mutuo. Ahora, en los ceros, funcionamos en red, mucho más ágil y ampliamente para esos mismos fines. Nos encontramos en la red, hablamos, nos preguntamos, nos aconsejamos, nos vamos conociendo, quedamos.  

Nos apoyamos incluso en la escala intercontinental. Las web cam nos dan presencia física por lejos que estemos. Vemos nuestras sonrisas y las caras que se nos quedan con nuestros problemas. Las asociaciones siguen existiendo al lado, menos frecuentadas, pero más experimentadas, para aportar la suficiente representatividad pública, en las negociaciones políticas y  en la presencia social, y  también muestran una nueva tendencia, la de funcionar igualmente en red, libremente, confederalmente, sin necesidad de sujetarse a la disciplina de una federación, menos controlables por ser más cabezas, que sin embargo nos ponemos de acuerdo cuando sabemos que se trata de defender nuestros intereses.

Kim Pérez 24-07-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                  Hay lo que no es relativo

 

Lo más importante que he aprendido durante los quince años que llevo desde que empecé mi transición, es la relativización de la disforia de género. 

Por relativización quiero decir entre otras cosas llegar a una vivencia distendida y flexible de la misma, y que no ocupe el centro absoluto de mis pensamientos. 

Para esto sé que ha sido necesaria la misma transición; mientras no se realiza la transición, la persona disfórica vive a menudo tan obsesionada por la misma, y al mismo tiempo tan irrealmente, que sus pensamientos tienden a ser simples y a no evolucionar: “Quiero ser mujer” o “quiero ser hombre”, y ese “quiero”, al verse continuamente frustrado, tiende a detenerse en sí mismo. 

En cambio, cuando ya se ha realizado la transición, los pensamientos evolucionan, se despliegan con libertad y acaban llevándonos  a situaciones bastante distintas del punto de partida. 

¿Si hablo de relativización, qué sería la absolutización de la disforia de género? 

La puedo expresar en las frases: “Quiero ser una mujer como otra cualquiera”, o “quiero ser un hombre como otro cualquiera”. 

Hay veces que esas frases tienen un fundamento real. Las personas disfóricas, en ocasiones, aunque no siempre, piensan: “Es que yo soy por dentro una mujer como otra cualquiera (o un hombre como otro cualquiera); ¿por qué no voy a serlo por fuera, en mi vida social, en la práctica’”. 

La respuesta general puede ser: “Porque he nacido con un cuerpo que en general corresponde al otro sexo; si no fuera así, no sería transexual”. 

Y este cuerpo plantea limitaciones, condicionamientos, historias, o incluso impulsos o instintos distintos a los que mi disforia quiere hacer de mí. 

En esto, los hombres transexuales tienen una fuerte experiencia práctica, por las dificultades de su tercera cirugía.  

Es posible que algún día se resuelva, pero mientras, resulta más práctico para ellos acostumbrarse a pensar de sí mismos: “Soy un hombre transexual” en vez de simplemente “Soy un hombre”. 

Si optaran por la segunda afirmación, se encontrarían enseguida con tal número de problemas prácticos y acomplejadores en su comparación con los hombres genéticos, que se tendrían que quedar siempre a la defensiva. 

En cambio, si optan por la primera, pueden valorar con orgullo su especificidad, su manera propia de ser y de vivir, que por cierto es la que les hace frecuentemente ser amados por esas parejas que atraen tan poderosamente, que ven en ellos una forma de masculinidad exenta de las brutalidades repelentes en que muchas veces caen los hombres genéticos (especialmente los heterosexuales) 

(Yo suelo ver una forma de masculinidad en los homosexuales que me los hace mucho más tiernos y atractivos que los heteros) 

Esto es lo que quiero señalar como interesante en la relativización de la disforia. En cuanto asumimos que no tiene que conducir a una identificación total con los parámetros del sexo genético de destino, nos encontramos con una comodidad mucho mayor para aceptar y valorar nuestras especificidades. 

Podemos partir también del hecho incontrovertible de que, si decimos que somos mujeres, u hombres, a secas, siempre seremos más o menos discutidos, mientras que si decimos que somos trans, nadie nos lo podrá discutir, desde luego. Quizás porque eso es lo que somos. 

Esta relativización permite también acomodos más o menos distintos de la transición total, lo que es muy importante sobre todo para muchas personas trans feminizantes. 

Entre nosotras es más frecuente el caso de una identidad oscilante entre dos polos, el femenino y el masculino, que frecuentemente se resuelve con prácticas transvestistas. 

Pero si éstas no son comprendidas como lo que son, la persona trans se encuentra frecuentemente atrapada en la clandestinidad (no puede decirle nada de ellas por ejemplo a su cónyuge) o en sentimientos de culpa completamente irreales. “Podría ser un hombre como otro cualquiera”, parece que piensan, esta vez al revés, “porque lo demuestro día tras día, y entonces ¿por qué vuelvo un día y otro a pensar en vestir como mujer?” 

Me parece que lo que les atrapa son los dos polos absolutizados entre los que creen moverse. En cuanto relativizaran su disforia, podrían encontrar formas creativas de vivirla. 

Siempre se me viene a la cabeza la imagen de aquella persona a quien vi en un documental. Trabajando habitualmente en un cabaret trans de Australia siendo ésta su forma de expresión de género diaria, muchas veces su hijo de diez años presenciaba su actuación. 

Es verdad que al terminar, tenía que lavarse la cara y volver a los pantalones, pero podía pasear por el paseo marítimo con su hijo tomado de la mano, y para éste, era una evidencia diaria que su padre tenía unas horas diarias de vida femenina y otras de vida masculina. 

“A mi papá lo han invitado y vamos a ir a Queines”, decía con orgullo, pronunciando a la inglesa el nombre de Cannes. 

Puede ser que para muchas personas disfóricas esta solución les parezca insuficiente, pero es creativa, no es clandestina y para mí, en los años terribles de mi propia clandestinidad, hubiera sido más que suficiente, relativamente suficiente. 

“Vivo como mujer equis horas al día”, me hubiera dicho. “Eso me depara sensaciones y experiencias que no hubiera podido tener nunca de otra manera. Es verdad que día a día tengo que volver a una identidad masculina, ¿pero se puede llamar masculina la vida de quien pasa la mitad de su tiempo como una mujer?” 

Hay otras formas creadoras de esa relatividad disfórica. Conozco a personas trans femeninas, incluso operadas, que viven habitualmente con una imagen tan ambigua, que no se puede decir si son hombres o mujeres. Pueden llevar el pelo largo y pantalones, ningún maquillaje, el pecho claramente perceptible o ni siquiera eso. 

Para mí, personalmente, en esa ambigüedad está su belleza. Me parecen bellas precisamente por eso, por ser ambiguas, y afirmar precisamente su ambigüedad, lo que a primera vista es una contradicción en los términos. Son lo que parecen y ésta es una de las formas en que se nos presenta la belleza, ésta sí, absoluta. Quien las vea ve a personas disfóricas que por cierto están tan seguras en su ser, que se hacen respetar por sí mismas. 

Puede ser que en ocasiones se maquillen y arreglen y adopten estilos menos ambiguos; da lo mismo; quienes las conocemos sabemos que luego vuelven a su ser y que éste no está condicionado por las dificultades materiales de la vida (aunque a veces lo parezca) sino que expresa perfectamente una manera de ser profunda. 

Hay mil formas distintas de expresar la creatividad de género que sigue a la relativización. Yo por mi parte, siento que tengo que ser fiel a la falda, pero he dejado de maquillarme hace meses. Muchas otras formas pueden ser creadas y todas ellas expresan nuestra singularidad personal. 

Kim Pérez 17-07-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                     El Género de la Disforia

 

La disforia de género aparece como un conjunto borroso cuya intensidad es difusa en la periferia y va haciéndose más intensa hacia el centro, donde finalmente se puede ver un color nítido. 

Con esta imagen quiero referirme a las variadas experiencias de las personas disfóricas de género, como aquéllas para las que se vive como una forma de conciencia persistente, pero que apenas se traduce en la práctica, o aquéllas que llegan al cambio de género permanente e incluso a la reasignación genital. 

La presencia de intensidades tan distintas de la disforia se correlaciona por tanto con formas de vida muy diferentes: desde un relativo acomodo a las normas heterosexuales, con ocasionales fugas de género, hasta las difíciles reasignaciones y reconocimientos en el espacio social. 

La realidad observable en este conjunto borroso produce nuevas preguntas sobre las causas de la disforia de género y favorece nuevas respuestas.  

Parece comprobable que muchas veces depende de una intersexualidad en el plano cerebral, como se postula en la escuela de Gooren; ¿pero es ésta la única causa; es así siempre? 

Supongamos que una intersexualidad intensa causa las formas de color definido del centro del conjunto borroso, es decir las formas más definidas de conducta e identidad cruzadas; ¿pero entonces hay que suponer que las formas de la periferia son causadas por una intersexualidad a su vez poco intensa, por una indefinición sexual apenas perceptible? 

Y a continuación, habría que seguir: ¿esa intersexualidad poco intensa puede ser por tanto la única causa de una conducta disfórica, cuya intensidad sabemos que puede ser temporalmente máxima, aunque sea intermitente? 

No parece haber correlación entre la gradación de la intersexualidad y la disforia. Hay personas que parecen muy intensamente intersexuales conductuales (¿cerebrales?), tanto feminizantes como masculinizantes, que no son disfóricas de género y otras que no parecen partir de una intersexualidad cerebral ni conductual, pero son intensamente disfóricas. 

La hipótesis de la intersexualidad  cerebral como única causa se desvanece. 

Puede formularse otra en los siguientes términos: la disforia de género está causada por el género. 

Esto significa que el género, como concepto de límites, es lo que en ciertas condiciones provoca la reacción de rebeldía que se llama disforia de género. 

Estas condiciones serían cualesquiera que produjesen una inadaptación personal al código social que constituye el género. 

A veces, podrían deberse efectivamente a una intersexualidad cerebral, pero no en sí, sino en cuanto causadora de inadaptaciones sociales; otras veces, podrían surgir de otras muchas causas, que, en la disforia feminizante, se pueden ver en la rebelión contra un padre de masculinidad avasalladora, o el deseo arrollador de fusión con una mujer o una imagen de mujer, o la necesidad acuciante de merecer el amor de un hombre, o cualquier otra experiencia en que el género aparezca como una barrera que nos condena a estar en el lado no deseado. 

La disforia de género aparece así como un efecto de una cualidad profundamente humana y radicalmente ética: la voluntad de superación de cualquier límite que nos perjudique y, en general, la necesidad profunda de vencer cualquier límite. 

Siendo el género un código social, e incluso un código penal, porque incluye premios y castigos, aparece ante las conciencias como un sistema de barreras que, por su sola existencia, incitan a los humanos a franquearlas. 

La conciencia de las barreras de género puede plantearse a cualquier humano como un simple y especulativo “¿y si…?”, comparable a las fugaces reflexiones adolescentes sobre la posibilidad de que nuestros padres fueran otros o de haber nacido en otro lugar, que al referirse al género plantearían la verdadera periferia extrema de la disforia de género, compartida por todos o casi todos. 

Pero a partir de ahí, determinadas estructuras cerebrales, o determinadas estructuras mentales, o determinadas estructuras sociales, o determinados golpes y rebeldías, tendrían en común la capacidad de generar una voluntad de ruptura de las barreras del género, la disforia de género. 

Aunque fuera por una sola vez, pasando al otro género: transexualidad. En otras personas puede dar lugar a una ruptura constante: rompegenerismo. 

Para la mayor parte de las personas, el género son dos corrales a los que se acomodan y que aceptan sin discusión como una obviedad. Para las personas disfóricas el género es la valla de un campo de concentración que hay que romper aun lanzándose contra ella y afrontando diversos riesgos. 

El modelo de la disforia de género no es la sumisión a determinismos biológicos, como el de la intersexualidad. Es el de la rebeldía humana contra cualquier límite material, lo que constituye nuestro verdadero deber, nuestro bien profundo, tal como se expresó en el cambio del “non plus ultra” de la antigüedad al “plus ultra” de las navegaciones oceánicas, o tal como se puede ver en un montañero que escala una pared vertical mientras la mayoría permanece en sus casas del llano.  

La clave final de la disforia no estaría en más o menos andrógenos, sino en la adrenalina generada por la emoción de la liberación… 

El sentido de la disforia de género está en el proceso de liberación humana de cualquier condicionamiento material, que es el significado de la historia. Dado el lugar central que ocupa el género en la estructura material de nuestra existencia, la disforia de género, proceso aparentemente marginal, está situado en el mismo centro de la realidad humana.  

Kim Pérez 10-07-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                           Militancia, Fiesta y Manifestación

 

A principios de junio, el Consejo de Ministros respondió a nuestras reclamaciones con lo que esperábamos: la primera aprobación a nuestra Ley, pero todavía queda todo el trámite parlamentario y era preciso que los políticos supieran que los y las transexuales vamos a estar pendientes de él. 

Pedimos hora al PP, al PSOE, a IU, a los Verdes y a ERC, y allí fuimos, a los pasillos del Consejo de los Diputados, todos los representantes de asociaciones que quisimos ir.  

Nos recibió primero Enriqueta Seller, del PP, que está estudiando a fondo lo que es la transexualidad; y luego Carmen Montón, del PSOE, que nos confió que había tenido que defender nuestros derechos el mismo día que estaba sufriendo la muerte de un familiar, y Francisco Garrido, de Los Verdes, que fue el primero que respaldó nuestro anuncio de huelga de hambre; e Isaura Navarro, de Izquierda Unida, que tiene ya un largo historial de apoyo incondicional a los transexuales, y  Rosa María Bonás, de ERC, que hizo propuestas llenas de convencimiento y comprensión en el Congreso. 

Era preciso hacerles ver que esta ley puede mejorar, pero en ningún caso empeorar ni debilitarse, y que nos conociéramos y se establecieran los primeros pasos de una confianza personal básica, que permita más adelante que  nos comuniquemos con facilidad y que les hagamos llegar nuestras proposiciones. 

Habíamos quedado en que cada cual diría y expondría lo que creyera conveniente, pero lo más interesante fue que nuestros puntos de vista no eran contradictorios, sino complementarios, y todos podíamos darnos cuenta de que estábamos de pleno acuerdo con lo que aportaban los otros. 

Allí se habló de que el Proyecto de Ley es plenamente racional, y por eso debe ser defendido, porque es una ley social que responde a un problema social con una solución social: la documentación. Se quiso dejar claro que las oposiciones que puede encontrar se basan en prejuicios, no en la racionalidad. 

Se habló también de que falta en él la regulación del uso de nuevo nombre, antes de la reasignación del sexo legal: los trámites pueden durar dos años, y hay personas que necesitan trabajar y no pueden esperar tanto hasta contar con un carnet acorde. Se insistió en que la dificultad está en la famosa coletilla de la Ley del Registro Civil que prohibe el uso de nombres que puedan inducir a confusión en cuanto al sexo, y se ádujo que lo más sencillo era derogarla, tanto más cuanto que de hecho lo está, al haberse aprobado en España el uso de nombres extranjeros, y al ser imposible para los jueces determinar si en los cientos de lenguas extranjeras los nombres inducen a confusión en cuanto al sexo.  

Se explicó que una de las objeciones de aparente sentido común que se podían presentar era la posibilidad de una paternidad o maternidad biológicas discordantes con la legal, y se argumentó que esta situación existe ya de hecho en los casos en que la generación es anterior a la reasignación de sexo legal, en los que la jurisprudencia ha establecido que las relaciones legales anteriores (derechos y deberes) no cambian en nada, por lo que simplemente habría que establecer que, en caso de que la generación sea posterior a la reasignación legal, se aplicará el mismo principio.  

Se expusieron con detalle los resultados de las recientes investigaciones (Zhou, Kluijvert...) sobre el carácter intersexual o biológico de la transexualidad, y nos alegró comprobar que estos datos provocaban mucho interés y una abundante toma de notas. También se hizo ver que los dos sexos legales, aparentemente seguros, son en realidad una convención, puesto que desde siempre se ha alojado en uno u otro a los intersexuales... por lo que lo que pedimos no es nada nuevo.  

Otro de los temas expuestos que provocaron nuestro consenso fue la clarificación por algunos de los presentes de que el diagnóstico psicológico debe versar sólo sobre nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos, lo que es una exigencia que arraiga en los derechos de nuestra dignidad y nuestra libertad.  

Igualmente se trató el caso de los y las inmigrantes trans residentes en España, muchos de ellos auténticos refugiados sociales por razón de identidad de género, y se propuso que los documentos de residencia en España puedan extenderse a los nombres solicitados, lo que por supuesto no afectaría a la soberanía del país de origen. 

Y también se habló de algo extremadamente necesario: la atención a los menores de edad, y se informó a nuestros interlocutores de algunas posibles medidas, tales como que el procedimiento, en esos casos, fuera excepcionalmente judicial, o los tratamientos de detención de la pubertad, o un cambio de nombre condicionado a que el menor lo ratifique al llegar a la mayoría de edad.  

Expusimos ideas; no negociamos; informamos a nuestros interlocutores de aspectos relacionados con el Proyecto de Ley que creemos que deben conocer. Pero el sólo hecho de que todos nos oyeran atenta y seriamente, es lo que pretendíamos conseguir.  

Quedaron otros partidos con los que no dispusimos de tiempo para reunirnos; pero tenemos la seguridad de que habrá asociaciones que puedan mantener con ellos este diálogo previo y conseguir con ellos un consenso unánime o casi unánime sobre una Ley que no consideramos ideológica, ni divisora, sino humana y técnica. 

De la última y cordial entrevista, salimos disparados para arreglarnos un momento y llegar a Chicote, donde ya estaba empezando la fiesta. Tengo que hacer un alto para describirla, porque no fue una fiesta como otra cualquiera, sino la primera Fiesta del Orgullo Trans que hemos tenido en España.  

Orgullo porque todos sabemos que hemos llegado a donde estamos, en este preciso momento, respondiendo a unas precisas dificultades, gracias al esfuerzo tenaz y unitario de muchísimas personas y organizaciones trans durante los meses de abril, mayo y junio de 2006. Nos lo hemos currado, en una palabra, ha sido cosa nuestra, y aunque todavía no esté acabado, vamos a seguir currándonoslo y lo que consigamos va a seguir siendo por eso la Ley nuestra, algo así como una hija de nuestro desvelo.  

Y Orgullo porque la misma fiesta estuvo en jaque, amenazada primero por la irracionalidad sostenida desde algunos pocos medios, y luego por nuevas dificultades e incomprensiones que hubo que ir superando. 

Por todo eso, la fiesta que primero se convocó como una sencilla celebración de consecuciones parciales, más o menos discutible como tal celebración, se convirtió por eso mismo en algo distinto, indiscutible y necesario: la Fiesta del Orgullo Trans.  

La fiesta estuvo protagonizada por muchos y muchas trans, lo que más importaba. Tuvimos la ocasión maravillosa de vernos por primera vez, o de volver a vernos, en nuestra hermandad. Pero también estuvieron nuestros invitados, nuestros amigos queridos o los que en aquel momento, por su presencia, nos dijeron claramente que lo eran.  

"¡Viva el Orgullo Trans!", se oyó en ella en estos momentos cruciales. "¡Y que vivamos todos y todas las trans!"´Sí, que vivamos sobre todo los que han muerto sin vivir estos días, pero que vivieron sus vidas e hicieron de cada salida a la calle, de los ojos desafiados, de los golpes o dolores aguantados, una prueba de resistencia, una manera sencilla y heroica de combatir, cuando no parecía haber ninguna esperanza.  

El día siguiente fue el del Orgullo Gay, y Lésbico, y Bisexual, y Transexual. Quienes no nos quieren, dicen : "¿Orgullo por qué?" Se lo voy a explicar: Orgullo por resistir. La multitud (de seres humanos) era inmensa, llenaba al mismo tiempo la Gran Vía entera y parte de la Calle de Alcalá. Un millón y medio de personas, es decir, de nosotros.  

Las pancartas de las y los transexuales iban en la cabecera. Todos y todas éramos hermanos, solidarios en aquellos momentos. Nuestros amigos seguían con nosotros. El grito "¡Viva el Orgullo Trans!" sonó y cruzó todo lo ancho de la Gran Vía.  

Los trans masculinos hacían con la fuerza de un megáfono una persistente pedagogía social: "¡Esto es muy serio!" 

Al pasar por la Plaza del Callao, volvió a darnos un rayo de sol, que hizo brillar la bandera de la República Española, en aquellos espacios tan cargados de la historia de nuestro siglo XX.  

Quiero decir una palabra sobre ella, porque ondeaba pausadamente de izquierda a derecha, según la movía Jaume d'Urgell, que fue el político gay que se sumó decididamente al anuncio de nuestra huelga de hambre y por tanto fue copartícipe de lo que conseguimos.  

Jaume d'Urgell, con perfecta seriedad, iba totalmente desnudo, como su madre lo trajo al mundo, y pintado con los colores de esa bandera. Su imagen era de una pureza humana totalmente acorde con la pureza de su pensamiento.  

Llegamos al final. Cantó Chavela Vargas, con la fuerza y la pasión de sus ochenta años. Hablaba de "aroma de mujer". Chavela Vargas es lesbiana. Me despedí de una amiga querida. "Un beso militante", le dije. Y nos dimos un beso en los labios.

Kim Pérez 03-07-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                         RACIONALIDAD DE NUESTRA LEY

 

Cuando al Parlamento británico se le presentó y luego aprobó la Ley de Identidad de Género, muchos nos sorprendimos por su aparente radicalidad: era la primera vez que se planteaba el cambio del género legal sin requerir una cirugía de reasignación previa.  

Pero que un pueblo tan pragmático como el inglés, haya decidido aprobar esta ley, nos obliga a preguntarnos por sus razones profundas. 

Éstas residen en que en la práctica se trata de una ley social, que trata de resolver ciertos problemas sociales: los de las personas que viven socialmente conforme al género que fenotípicamente no les corresponde. 

Los legisladores parece que han hecho el esfuerzo consciente de apartar de sus mentes casi todo lo que no sea la pura problemática social. 

Tal como fue presentada y aprobada, los aspectos médicos quedan en segundo lugar: el aspirante a acogerse a la ley tendrá que pasar por un panel o tribunal de expertos. 

Está bien en principio que la ley no defina criterios médicos (aunque luego hablaré de lo del panel), porque los aspectos médicos son tantos, y tan difíciles de afinar, en combinación con los psicológicos, y tan hipotéticos todavía, que no se podría en ningún caso fijar ningún criterio legal, cuando en cambio existe un hecho social tan claro y contundente como el que voy a definir así: hombres aparentes que viven permanentemente como mujeres, mujeres aparentes que viven permanentemente como hombres, y que se encuentran por tanto con una cantidad y gravedad de dificultades sociales que la ley trata de reducir o evitar. 

Esas dificultades, aparte de que nosotros sepamos cuáles son, están ya tan objetivadas socialmente, que el Parlamento Europeo se pronunció hace ya diecisiete años, instando a todos los Estados miembros para que las tengan en cuenta y legislen a favor de los y las transexuales. Por tanto, para los que no estén informados se puede decir que ni Suecia, ni Noruega, ni Bélgica, ni Holanda, ni Alemania, ni Francia, ni Italia, ni Turquía, en su momento, ni Gran Bretaña ni ahora España, al legislar, se están inventando la necesidad. 

Sobre el panel,  se debe confiar en que en sus consideraciones existirá siempre el amplio margen de maniobra que corresponde a la incertidumbre científica. 

Sin embargo, resulta muy discutible la idea de un panel único. Los y las  transexuales somos pocos, pero aún así, ¿están seguros los ingleses de que un solo tribunal de expertos no se colapsará por las solicitudes, aunque sólo sean mil,  pongamos por caso? 

¿Y para los y las solicitantes, no será una causa de grave ansiedad verse expuestos a esperar durante demasiado tiempo la “sentencia” de un panel, al que se le concede el derecho a decidir sobre las posibilidades de felicidad de cada cual, y que al ser único, resultará en la práctica casi inapelable, una especie de Tribunal Supremo de la transexualidad? 

El grave problema del panel británico queda obviado en la Ley española por la referencia al diagnóstico de un experto colegiado, lo que por una parte corresponde al debido respeto, por parte del Estado, a los títulos académicos que él mismo confiere y regula y por otra parte concede a la persona solicitante la posibilidad de recurrir a otro experto si considera que el diagnóstico ha sido erróneo

Esta misma posibilidad de error humano, hace racionalmente admisible que en el trámite parlamentario se requiera que el diagnóstico de un primer experto sea confirmado por otro. Pero en todo caso, debe quedar claro que los y las transexuales españoles nos opondríamos radicalmente a la institución  del panel único, que tendría efectos potencialmente demoledores sobre nuestros derechos (por ejemplo, si sus integrantes son nombrados por sus afinidades ideológicas, lo que haría que en determinadas situaciones políticas no se aprobase ninguna solicitud) y, lo que sería más grave, sobre nuestra salud, por sus efectos ansiógenos, al hacer depender nuestra felicidad personal de decisiones ajenas inapelables.

La Ley británica usa consistentemente el concepto de género, que corresponde a la dimensión social del sexo.  

En el sistema legal británico, se puede incluir al parecer, sin dificultad, este concepto nuevo junto al ancestral de sexo. En nuestro sistema creo que no se podría introducir sin una riada de definiciones y modificaciones legales (distinguir no sólo entre sexos, sino entre géneros), lo que lo hace prácticamente inviable.  

En nuestro sistema legal, hay que llamar la atención sobre el hecho de que existan sólo dos sexos legales, no definidos por no considerarse secularmente necesario, aunque hace mucho tiempo que la biología ha demostrado que son una convención legal, dado que existe una considerable minoría de personas, las intersexuales, que muestran dificultades objetivas para insertarse en uno u otro. 

Por ejemplo, está el caso del Síndrome de Insensibilidad Androgénica, en el que personas cariotípicamente XY, se desarrollan con un aspecto externo o fenotípico completamente femenino, y los testículos existen pero no han descendido. Situarlas dentro de uno cualquiera de los dos únicos sexos legales, ejemplifica la dificultad de ajustar la compleja realidad de los dos sexos a sólo dos clases. 

Y sin embargo, mientras exista el  dato del estado civil llamado sexo, en la práctica resulta conveniente que existan sólo dos, cuyas relaciones legales están señaladas hace tiempo. No hay más que dos alternativas: o se suprime el sexo legal del estado civil, es decir, se renuncia a cualquier relevancia jurídica del sexo de las personas, de lo que ya estamos muy cerca, o se crea legalmente un sexo tercero, o un cuarto, con lo que habría que definir las diferencias jurídicas y las relaciones con los dos ya existentes, lo que podría crear numerosas complicaciones jurídicas, que a cualquier legislador o jurista le pondrían los pelos de punta. 

En la práctica, en nuestro país, como en todos, cuando se dan casos de intersexualidad, se resuelve toda esta problemática de una manera sencilla: se inserta cada persona dentro del sexo legal al que mejor crean otros que se adecúa (criterio obsoleto) o en el que más conveniente crea ella, para su integración,  al llegar a su mayor edad, (criterio que empieza a ser reivindicado por las nacientes asociaciones de personas intersexuales) 

Este criterio social y de adecuación personal es el que va a seguir la futura ley española. 

Para conseguirlo mejor, hay un matiz que no prevé y que podría introducirse: el cambio legal de nombre, como precedente o alternativa a la reasignación de sexo legal. 

Los dos años que nuestro Proyecto de Ley requiere de tratamiento médico para llegar a la reasignación, son demasiado tiempo para quien necesita trabajar (y comer) y ve sus solicitudes denegadas por una documentación que contradice con el nombre su presencia física. 

Puede prever por consiguiente que el cambio legal de nombre fuera  inmediato al diagnóstico de disforia de género o, alternativamente, a la comprobación de que la persona lleva viviendo socialmente con arreglo al género que solicita durante cierto tiempo, mucho menos que el requerido para la reasignación legal.

Hasta ahora, la barrera legal que lo impide es la disposición que prescribe que “el nombre no podrá inducir a confusión en cuanto al sexo”, que es contradictoria por otra parte con la también reciente admisión por nuestro ordenamiento legal, de los nombres extranjeros, como no podría ser menos, especialmente en un país de inmigración, como es el nuestro. 

¿Pueden saber los encargados del registro españoles si los nombres de origen inglés, o alemán, o italiano, o árabe, o chino,  o bengalí, que se presentan inducen a confusión o no en cuanto al sexo? 

La solución más coherente es que la nueva Ley española derogue esa disposición (llegando a una situación jurídica como la que inmemorialmente ha regido en los países anglosajones, donde la ambigüedad de los nombres es habitual) 

O, alternativamente, que incluya un añadido en esa disposición que diga algo así como que “los nombres no puedan inducir a confusión en cuanto al sexo, excepto en los casos de intersexualidad y transexualidad diagnosticadas o, en este segundo caso, comprobada por la vida social durante un mínimo de equis meses”.

Queda la cuestión de los posibles problemas sociales que pueda encontrar una ley social como la  nuestra. 

En primer lugar, la incomodidad que puedan sentir algunas personas al compartir determinados servicios públicos (hospitales, vestuarios, aseos, cárceles) con personas reasignadas legalmente. 

En primer lugar, hay que decir que la incomodidad es siempre subjetiva y que no puede servir de pretexto nunca para restringir los derechos de otra persona. Puede haber derechos que no nos gusten, pero son derechos, y esta consideración prevalece sobre el gusto. 

En segundo lugar, en algunos de esos servicios (hospitales, cárceles) siempre queda un margen reglamentario o una potestad de la dirección para establecer medidas que minimicen cualquier inconveniente. 

Y en tercer lugar, para los casos en que no se trate de una simple incomodidad por parte de los otros usuarios, sino de una manifiesta conducta inapropiada por parte de la persona transexual, siempre quedará, como en todos los demás casos de la vida social, pedir la responsabilidad acorde con el Código Penal; ser transexual, está claro, no exime de responsabilidades. 

Es más relevante la consideración de los casos de paternidad o maternidad que no correspondan a la nueva asignación de sexo legal. 

Esta situación existe ya en los casos muy frecuentes en que la persona transexual ha pretendido curarse mediante el matrimonio o en aquellos en que su conciencia de transexualidad ha emergido después del matrimonio y la generación. 

La solución más racional consiste en establecer que los derechos y las obligaciones conyugales o parentales contraídas antes de la reasignación legal, subsisten después de ella, y la consideración legal, en su caso, sigue siendo la de padre o madre. 

Por ejemplo, obligaciones tales como el pago de pensiones o derechos como el de visita, subsistirían en consecuencia. 

En el caso de la legislación ya aprobada en Gran Bretaña y presentada en España, se introduce una posibilidad novedosa, que hay que considerar: 

Puesto que no se exige una cirugía de reasignación de sexo, es posible que se presente una paternidad o maternidad biológicas posteriores a la reasignación legal. 

En ese caso, se actuaría como en el primer supuesto: los efectos legales derivados del hecho biológico, se mantendrían independientemente del hecho legal. El padre o la madre biológicos, lo serían también a efectos legales, independientemente de que la generación se haya producido antes o después de la reasignación de sexo legal. 

En nuestro país, se produce además un hecho nuevo, con precedentes en Bélgica y Holanda: que la nueva regulación del matrimonio hace indiferente el sexo legal de los cónyuges, por lo que, en el caso de la transexualidad, no sería necesario el divorcio previo.  

Kim Pérez 26-06-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                      LA FIESTA NUESTRA

 

Después de conseguir, con mucho esfuerzo de todos y todas, que el Consejo de Ministros le diera el pase a nuestra Ley para las Cortes, se decidió hacer una fiesta para celebrarlo. 

Iba a ser el sábado día 10; iban a acudir tutti quanti, en el cine, el teatro, la literatura, el periodismo. 

El sitio era perfectamente a propósito, Chicote, heredero del bar que fundó Perico Chicote en los cuarenta o los cincuenta, tan famoso que se le canta en el chotis "Madrid", de Agustín Lara: 

                                                       En Chicote un agasajo postinero
                                                       con la crema de la intelectualidaz;
                                                       y la gracia de un piropo retrechero,
                                                       más castizo que la Puerta de Alcalá. 
 

Bueno, íbamos a estar con la crema de la intelectualidad; y algún piropo podía caer sobre alguna de nosotras. 

Añadiré que estando un día mi madre en Chicote, más guapa que cualquier actriz de Hollywood, Perico Chicote le dedicó un cóctel que se inventó sobre la marcha, sin alcohol, porque ella no quería beberlo, y a base de granadina, porque mi padre era de Granada, y le puso su nombre, "Rita".  

Sin embargo, aunque me parecía bien y natural la idea de una fiesta, yo no tenía intención de ir. Novecientos kilómetros, entre la ida y la vuelta, me parecían demasiados para una fiesta. 

De pronto, todo cambió. 

En el diario "La Razón" se publicó un vergonzoso articulillo, en el que se podía ver todo, menos la razón. En el titular ya se decía que el PSOE apoyaba una fiesta transexual el mismo día de la manifestación de víctimas del terrorismo.  

Vale la pena analizar lo que se dice y lo que se sugiere; lo que en lingüística se llama "contexto", o "connotaciones": 

Primero, se politizan nuestras reivindicaciones, vinculándolas al PSOE y sugiriendo por tanto un enfrentamiento "nuestro" con el PP, algo que creo que ningún transexual con dos dedos de frente desea y menos los transexuales que son del PP. 

Segundo, se contrapone nuestra fiesta con una manifestación de víctimas, como diciendo "unos se divierten mientras otros sufren". 

Tercero, las palabras "fiesta" y "transexual", en ese contexto, no parece que se junten para realzar la seriedad de nuestras reivindicaciones (compatible con las fiestas) , sino con ánimo de denigrarnos. 

Pero en el texto, había algo peor. Se daba el sitio exacto y la hora de la fiesta, y se decía de pasada que era "previsible" que habría todavía "en las calles", "ecos" de la manifestación. 

¿Qué quiere decir la alusión a los ecos de una manifestación, ya terminada antes de que empezara la fiesta? ¿Que habría por las calles algunos pescadores en río revuelto, de los que nunca suelen faltar en cualquier manifestación? 

¿Se les destinaban a ellos las precisiones sobre el sitio y la hora? 

Para calibrar la gravedad de esas palabras, diré que, hace pocos días, sobre otro asunto, Federico Jiménez Losantos reprochaba en su programa de la Cope a algunos por haber difundido el lugar y la hora de los mítines del PP en Cataluña, favoreciendo así las agresiones de los radicales 

Eso quiere decir que todos sabemos lo grave que puede ser difundir el sitio y la hora de un acto en los ambientes extremistas contrarios. Bueno, pues eso fue lo que hizo "La Razón", decirlo por si alguien no se había enterado. Desde luego, no era una información que pudiera ser útil ni interesante para la mayoría de sus lectores habituales.  

Instigar, veladamente, contra nosotros, y contando con que a buen entendedor, pocas palabras. 

Recogiendo la idea, unas horas después, en el programa "Alto y claro", de Telemadrid, se insistía en ella. 

Parece que se llegó a decir, en tono irónico, que ciertas manifestaciones solían "limpiar" a Madrid. La palabra es alarmante. ¿No es por cierto una ofensa directa contra las víctimas del terrorismo? ¿Limpiar de quiénes? ¿Limpiar por intromisión de quiénes? ¿Algo así como "limpieza étnica"? 

Ante esa situación, la FELGT, que había organizado la fiesta, decidió desconvocarla. Dijeron que por amenazas. Era verdad, aunque yo hubiera preferido decir que para que no hubiera ninguna duda de que no pretendíamos provocar a nadie.  

Éramos los y las transexuales los que estábamos siendo amenazados por extremistas de los que sabemos que aborrecen a todo el que no es como ellos. 

Estuvo por tanto bien; tuvimos un acto de cortesía hacía las víctimas del terrorismo; nos apartamos discretamente a un lado para que nadie pudiera decir nada de nuestras motivaciones.  

Pero pasó ese día; y se fue haciendo evidente que lo que había sido un acto de cortesía no podía ser confundido con un acobardamiento. 

¿Nos vamos a acobardar los y las transexuales, para quienes cada segundo de nuestra vida, en el día a día, es un acto de valentía? 

¿Nos vamos a acobardar ante una simple amenaza, quienes estamos acostumbrados a reirnos de las miradas hoscas, de los insultos verbales, que nos acompañan por las calles de vez en cuando, o hasta de las agresiones físicas? 

¡Venga ya!¡Los y las transexuales somos, sin saberlo ni pensarlo, de las personas más valientes que pisamos la tierra, o que ha parido madre! 

La fiesta había cambiado por completo. No podía ya dejar de convocarse, por tanto. Y ahora era la Fiesta del Orgullo Trans. 

Y yo, que no había tenido ganas de ir a ella, ahora no sólo tengo ganas, sino que lo estoy deseando. Los novecientos kilómetros son ligeros, cuando están justificados. 

Primero pensamos que fuera el día 17; no fue posible. Hubo un momento de desaliento. Entonces, Andrea Muñiz (permíteme que lo diga) insistió. Hizo ver que si dábamos la impresión de habernos acobardado, los extremistas pensarían que ya habían encontrado el camino para anular cualquier acto que convocáramos en el futuro: la intimidación. 

No; no lo han encontrado. Lo digo por los y las trans, que ya sabemos que cada uno de nuestros pasos nos cuesta mucho trabajo, incluso uno tan sencillo como una fiesta. Pero también sé que lo digo por los invitados que vendrán ese día con nosotros a nuestra fiesta. Ellos podrían decir, "a mí ni me va ni me viene este rollo", pero los que vengan, no lo dirán, seguro. Pensarán, sin duda, algo parecido a aquello tan antiguo de "humano soy, y nada humano me es ajeno". 

Los extremistas, pocos pero malignos, van a tenerlo difícil, para justificar su odio. Va a ser una fiesta abierta a todos los partidos que hayan hecho algo por las y los transexuales. Creo que vamos a invitar al PSOE, por haber presentado la Ley; a Izquierda Unida, por habernos apoyado desde siempre; a Los Verdes, por haber estado a nuestro lado cuando anunciamos la huelga de hambre; a ERC, por su posición de estas semanas en el Congreso de los Diputados; al PNV, a CiU, al BNG, a la Chunta, a CC, incluso al Partido Andalucista, que hoy no está en el Congreso, a EA, a todos los partidos que alguna vez hayan votado a favor de los transexuales, lo que incluye al PP, en especial por su postura reciente en la Asamblea de Madrid. 

Vamos a invitar también al Cardenal de Sevilla, por haberse pronunciado dándonos la verdadera razón, como cristiano y como psicólogo (lo es) tanto en 1999, cuando se creó la Unidad de Identidad de Género de Andalucía, como ahora en 2006, con motivo de la Ley de Identidad de Género. 

Todos y todas las trans no es que estemos invitados, es que somos los anfitriones. 

Kim Pérez 19-06-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                     Intersexualidad Disandrogénica disfórica

 

 

TV, TG, TS (transvestismo, transgenerismo, transexualismo) son probablemente sólo formas de expresión de una realidad única, no maneras de ser o condiciones diferentes; no son realidades específicas cada una de ellas, como hasta ahora se ha pensado, salvo en el caso de una forma de transvestismo unida al estrés de la que luego hablaré. 

La realidad subyacente, científicamente comprobable aunque no del todo comprobada, común a todas ellas, es probablemente la intersexualidad. 

Hace mucho tiempo que se sabe que puede tratarse de una intersexualidad anatómica y fisiológica, situada en el cerebro y más concretamente en el hipotálamo, regulador de la conducta sexual,  y dentro de él en la estría basal o más exactamente BSTc. 

Merece plenamente el nombre de intersexualidad, por cuanto se debe considerar clásica la observación de Gilbert-Dreyfus de que la intersexualidad se puede producir en puntos determinados dentro de la multitud de los planos que configuran el sexo: puede haber intersexualidades cromosómicas, gonadales, de los conductos externos, de los internos… 

Gilbert-Dreyfus señaló la transexualidad como uno de los estados intersexuales, y recogió las primeras hipótesis sobre una base hipotalámica, ya en los años setenta (la edición española de su obra “Les intersexualités” es de 1974) 

La intersexualidad que se suele expresar en forma TV, TG o TS estaría producida, también probablemente, por flujos hormonales distintos de los habituales durante el período prenatal, en los que una alteración de los niveles de andrógenos, que se puede llamar disandrogénica, produciría estructuras cerebrales más o menos parecidas a las de las mujeres en los fetos XY y más o menos parecidas a las de los varones en los fetos XX.  

Esto se debería, en los primeros, a procesos hipoandrogénicos, o de impregnación y configuración cerebral con cantidades bajas o muy bajas de andrógenos, y en los segundos, los XX, a procesos hiperandrogénicos, o de impregnación y configuración cerebral por cantidades altas o muy altas de andrógenos. 

Las causas que mejor se conocen en estos procesos disandrogénicos son las debidas a medicación de la madre durante la gestación, o a singularidades como la hiperplasia suprarrenal congénita en fetos XX. También se han estudiado otros como el estrés profundo de la madre en la gestación, especialmente el estrés de guerra y sin duda habrá otras causas todavía desconocidas. 

Los resultados de la disandrogenia, especialmente durante la niñez, son muy visibles conductualmente: niños tímidos, introvertidos, sensibles, que rehuyen los juegos  violentos, y niñas resueltas, extravertidas, enérgicas, que participan en todos los juegos violentos. 

También puede plantearse a mi entender en el terreno de la orientación: la homosexualidad pasiva en personas XY está a veces acompañada por sentimientos íntimos de ser mujer, aunque no necesariamente llegan a ser de disforia de género y quedan inexpresados externamente. Muchos homosexuales pasivos se sienten mujer, supongo que especialmente en el sexo, pero no necesitan manifestarlo socialmente. Probablemente, muchas lesbianas activas se sienten hombres de la misma manera. 

Por tanto, las formas de expresión de la disandrogenia, en sus variantes de hipo e hiperandrogenia pueden ser muy distintas.. 

Encontramos un número elevado de personas XY hipoandrogénicas que evolucionan heterosexualmente, aunque muchas veces se trate de una heterosexualidad formal o social, que denota en realidad una asexualidad más o menos definida. Hombres solteros, de orientación poco definida en ninguna dirección, y libido relativamente escasa, entregados por ejemplo al estudio o al arte, aunque propensos a la neurosis. Algunos de ellos evolucionan homosexualmente. 

En las personas XX hiperandrogénicas puede darse una heterosexualidad, aunque es más fácil que sean intensamente homosexuales, debido a la configuración masculinizada de su cerebro.  

De hecho, en estudios sobre la homosexualidad, se ha visto que  en un 52% de los casos de homosexuales que tienen hermanos gemelos, su hermano también lo es, alta proporción que señala una causa genética; pero lo biográfico o personal se hace visible en el también alto porcentaje, ese 48%, de sus hermanos genéticamente idénticos que no son homosexuales. 

Como se ve, la intersexualidad genética funciona sólo como una  propensión o condicionamiento, no como una determinación total, es el “terreno fértil” del que hablaba Harry Benjamín, pero la homosexualidad o la transexualidad requieren que a esta base biológica  se añadan experiencias personales, condiciones sociales, encuentros o ausencias de otras personas fundamentales en los momentos fundamentales de la evolución afectiva, tal como se conoce por la Psicología Evolutiva. 

En particular, la evolución transexual, en sus variantes transvestista, transgenérica y transgenital, requiere que se haya producido una disforia de género. 

Es fácil comprender que la disandrogenia tienda a generar disforia, puesto que produce de hecho una inadecuación social a las condiciones en que evoluciona habitualmente la diferenciación de géneros. 

Para profundizar en los orígenes y naturaleza de la disforia que puede seguir a veces a la disandrogenia, he aventurado que la disforia sea la consecuencia o contraparte de la falta de la fase homoafectiva por la que deben pasar todos los niños. También se la ha llamado fase homosexual, por Freud, pero su contenido es desde luego más afectivo que sexual. 

Es la fase en la que niños y niñas aprenden a valorarse como varones y mujeres, gracias al descubrimiento y a la relación con otros varones y mujeres; generalmente se expresa en forma de un aislacionismo dentro de cada sexo, “los niños con los niños y las niñas con las niñas”, del que surgen sentimientos de compañerismo, satisfacción y orgullo por el hecho de ser hombres o mujeres. 

Ese sentimiento podría llegar a llamarse “euforia de género”. Cuando se produce en la edad a la que corresponde, constituye una especie de órgano psíquico, casi tan formado como uno anatómico, que permitirá la continuación de la evolución sexoafectiva por los modos predeterminados. 

En particular, la experiencia de una fase homoafectiva sólida en la niñez y la adolescencia, la valoración consolidada de los iguales, es lo que permite, llegada otra edad, llegar a absorberse en la atracción por el otro sexo, por los desiguales, sin perder en ella la valoración de sí. 

La sexualidad produce deseos de fusión, pero la propia identidad queda salvaguardada por la existencia de la homoafectividad o euforia de género, que constituye una barrera o un límite al deseo de fusión que, por sí solo, sería ilimitado. 

Si la homoafectividad no se ha producido en su momento, si la inadecuación producida por la intersexualidad biológica se ha traducido en conflictos en vez de en encuentros amistosos, falta ese órgano psíquico, por lo que las experiencias de inadecuación generan en su lugar una herida o cicatriz, a la que se llama disforia de género. 

Señalaré que si el órgano de la  homoafectividad no se ha constituido en la edad en que debería producirse, ya no se puede volver a formar, puesto que no se puede reconstituir artificialmente el complejo endocrinológico, afectivo, experiencial (y no-experiencial) de la niñez y la preadolescencia. 

Por tanto, la personalidad disfórica queda configurada como carente de una homoafectividad sólida y arraigada, y necesitada de seguir su evolución partiendo de la realidad de la disforia. 

En nuestro caso, la inadecuación disandrogénica y la carencia orgánica de homoafectividad se hacen tan conscientes, y tiene repercusiones tan hondas en la emotividad, que la persona disandrogénica puede llegar a dos reacciones distintas, pero que a veces pueden ir unidas en la misma persona: la fundamental, rechazar radicalmente el género que le correspondería por su fenotipo o apariencia externa; la derivada, una tendencia al deseo de fusión total con las personas del otro sexo, puesto que no está limitada por ninguna barrera de homoafectividad. 

En este caso, la forma de expresión de la intersexualidad disandrogénica disfórica es la transexualidad, con sus variantes transvestistas, trangenéricas o transgenitales. 

Sostengo que éstas no tienen entidad propia y diferenciada, puesto que la experiencia me ha mostrado cómo la misma persona puede pasar de una a otra, en sentido ascendente (mayores cambios) o descendente (menores). 

Posiblemente, la opción entre una forma de expresión u otra venga de factores emocionales que el tiempo puede alterar (aunque no suprimir en lo esencial, una vez instalada la disforia) o también de circunstancias sociales interiorizadas. Es concebible que una persona que tiene graves dificultades sociales para expresarse transgenéricamente o transgenitalmnte, opte por una forma de vida transvestista, de expresión periódica o, al revés, que una persona cuya disforia no se centre en los genitales, opte por llegar a la trangenitalidad por consideraciones sociales (equivocándose seriamente, en este caso). 

Todas estas consideraciones vienen a llamar la atención sobre la relativización de la experiencia transexual, que propongo considerar como una forma de expresión de una realidad más profunda, que sería la intersexualidad disandrogénica disfórica. 

Esta manera de pensar relativiza en particular la distinción entre TV, TG o TS, que se puede atribuir a la intensidad (variable) de la disforia y a la localización de sus centros de atención y significación: una persona transvestista sentirá oscilar la intensidad de su disforia; una persona transgenérica sentirá su inadecuación centrada en sus dificultades de integración en la sociedad, en las normas de género vigentes, y una persona transgenital sentirá un rechazo específico hacia sus genitales como símbolo de su inadecuación. 

Pero todos éstas son variantes de la expresión emocional y cultural de una sola realidad profunda: la intersexualidad disandrogénica disfórica. Se puede incluso decir que la ausencia, en nuestra cultura, de referentes de expresión intersexual es lo que nos hace transexuales. 

No conocemos las posibilidades de la realidad intersexual, su dinamismo cognitivo y emocional, el lugar diferenciado y casi privilegiado de observación que nos presta entre los dos sexos y los dos géneros que nuestra cultura reconoce convencionalmente, aun sabiendo que la realidad es más compleja, y por eso, cuando afirmamos nuestra inadecuación a uno de ellos, tenemos que instalarnos en el otro. 

Pero esta salida convencional puede producirnos graves dificultades de autocomprensión. En la medida en que cerebralmente estemos a medio camino, debemos entendernos como a medio camino, como intersexuales, para entendernos más perfectamente. 

Un caso de autocomprensión definida, pero en sentido opuesto, se da en las historias en que no hay intersexualidad perceptible conductualmente y sin embargo existe una expresión  transvestista que sin duda se debe a otras causas. En varones muy androgénicos, suele deberse a estrés, una forma de descanso de su vida entendida como lucha y necesitada de identificarse temporalmente con la condición femenina que se supone menos conflictiva, para descansar. En estos casos, hay una identidad masculina fuerte y definida, que simplemente se toma un descanso, como un breve sueño, y no hay disforia. 

Desde nuestra experiencia, como transexuales que podemos valorar los aspectos positivos que en nuestra personalidad y nuestras capacidades se deben a la transexualidad, podemos temer una posible actitud de prevención eugenésica ante la intersexualidad disfórica, si se piensa en un futuro próximo en que sean posibles los análisis hormonales del niño durante la gestación. ¿Se resolverán con un tratamiento médico que restablezca los valores considerados normales? 

Creo que, en la historia humana, las personas disandrogénicas hemos mostrado a menudo nuestra singularidad y nuestro significado. La sensibilidad en personas XY y la energía en personas XX, o mejor dicho, una mezcla singular de sensibilidad y energía en cada uno de nosotros, nos ha hecho únicos. Chopin y George Sand, uno hipoandrogénico, la otra hiperandrogénica; Isabelle Eberhardt, con sus galopadas a camello por el terrible mundo de los tuareg de su tiempo; ¿es posible renunciar por principio a ellos, a la posibilidad de que existan?  

En un sentido más modesto, he visto a menudo en mi historia profesional, enérgica cuando ha sido necesario, pero personal y tierna cuando la he sentido así, un estilo propiamente transexual en el que no se puede distinguir lo masculino de lo femenino, un estilo intersexual que ha hecho de mí una buena profesora. 

¿No son todas estas posibilidades las que se contienen en nuestros corazones disfóricos?  

Kim Pérez 12-06-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                Ley Nuestra

 

Cambio con emoción el orden de las palabras. "Nuestra ley", sugiere que es simplemente una ley que trata de nuestros asuntos, buena o mala, nos guste o no.  "Ley nuestra" significa que la consideramos como propia, unida a nuestro corazón y a nuestro trabajo por ella. Ya es parte de nuestra vida, no sólo las disposiciones que un gobierno traza para un grupo de personas desde fuera de ellas, y que pueden parecerles mejor o peor. 

La ley es nuestra porque es hija de las y los transexuales que hemos puesto todo lo que podíamos por ella. 

La justicia manda que mencionemos en primer lugar a Carla Antonelli, por el trabajo que ha realizado durante nueve años en un puesto crucial dentro del partido que podía tener la fuerza de aprobarla un día y, particularmente, por haber tenido que tomar la decisión que nos unió a todos y todas, por nuestra dignidad y por la suya propia, pensando que "tenía que poder mirar a la cara a cualquier transexual". Pero también manda la justicia que recordemos a todas las personas y organizaciones que han estado trabajando a lo largo de estos años y de más todavía, sin mencionar ningún nombre, con lo que quedarán todas como una especie de fantasmas azulados que se reúnen en la fotografía, de pie, pero indistinguibles, los y las  transexuales que hemos tenido la fortuna de vivir en esta generación. 

En la tranquilidad de sus noches, cada cual sabe lo que ha hecho, aunque no puede saber todas las repercusiones que tiene lo que ha hecho. A lo mejor, una persona a su lado, un amigo o una amiga que lo quiera bien, puede hacerle ver algo en lo que no hubiera caído. La ley es de todos y todas, porque todos la necesitamos y todos hemos hecho lo que hemos sabido o podido. 

Por otra parte, cielos, que no se nos olvide que la ley no ha terminado su recorrido por el paritorio de las Cortes, más bien acaba de comenzarlo, por lo que tenemos que seguir alerta y hay mucho paño que cortar. El trabajo no ha terminado. 

Pues manos a la obra. Lo primero es analizar lo que tenemos. 

Yo suelo insistir en un aspecto que parece secundario: Es una ley de papeles, dedicada en especial a favorecer la integración social y laboral de los y las transexuales, a evitar la discriminación y a reducir las condiciones que nos suelen empujar hacia la marginalidad. 

¡Una ley de papeles dirigida a mejorar las oportunidades de trabajo! 

Parece una motivación muy sosa. Sin embargo, a poco que lo pensemos, nos damos cuenta de que esto es fundamental, lo primero. No sólo por cuestiones de dignidad, de tener un arma, nuestro carnet en la mano, para hacer frente a tantas humillaciones, sino porque después de ellas, lo más importante es que necesitamos comer, y el carnet nos facilita tener dinero para comer y vivir, como todos. 

¿Cuáles serían los requisitos para conseguir la ansiada documentación? 

Teníamos dos modelos, el alemán o el británico. 

El alemán es más biológico. Se resume así: ¿Te has operado de genitales? Cambio de sexo. ¿No? Cambio de nombre.  

En su tiempo parecía el no va más. En él se basó la que llamábamos "Ley Galiacho", que fue la que propuso el senador Arévalo, del PSOE, en tiempo de la mayoría del PP, pero que éste echó pacientemente abajo. 

De pronto, los ingleses se atrevieron a lo que parecía impensable, una ley que atiende sólo a la realidad social y que se resume así: ¿Tienes disforia de género y vives conforme a uno de los géneros? Cambio de sexo y de nombre. Pero el diagnóstico tiene que dártelo un único panel o tribunal de expertos, nombrado para todo el país. 

Para conseguir esa ley, presionó y dialogó durante años una organización trans compacta y prestigiosa, Press For Change, inimaginable en nuestro individualista terreno. 

Entonces, en España, se planteaba seguir el modelo alemán o el británico. En la Dirección General de Registros y del Notariado, del Ministerio de Trabajo, empezó a realizarse el trabajo de análisis y de redacción. También había trabajo y contactos trans hablando con ellos, a nuestra individualista manera. 

Ha habido también un plante: Ley de Identidad de Género, ya, o huelga de hambre. Esto la ha hecho más nuestra y ha mostrado que debemos ser respetadas y respetados. Los que tenían que oírnos, nos han prestado oído; esto les honra. 

Al cabo de más de dos años, ha salido el Proyecto de Ley: modelo español, mejor que el alemán o el británico. 

¿Cuáles son los principios que están por ahora negro sobre blanco? 

Primero. Tienes que tener un diagnóstico de disforia de género, realizado por un médico o un psicólogo. Es decir, se elimina el panel o tribunal que sería una grave fuente de angustia para toda persona transexual: ¿Con qué criterios trabajan? ¿Me darán el pase o no, tendré documentación acorde o no? 

Segundo. Tienes que acreditar un tratamiento médico durante dos años, con el fin de acercar la apariencia física lo más posible al sexo decidido. Yo creo que habría sido más coherente acreditar que se vive con arreglo al género decidido, durante dos años, pero los criterios son amplios: quedan dentro los tratamientos hormonales o alternativamente la cirugía sobre los genitales secundarios (mastectomía, por ejemplo o implantaciones mamarias) 

Tercero. No es un requisito imprescindible, como en el modelo alemán, la cirugía sobre los genitales primarios. Muchas personas transexuales no se verán obligadas a esa cirugía para conseguir la documentación. 

Cuarto. Si se acredita la cirugía sobre los genitales primarios, no será necesario el requisito de los dos años de espera. 

Hay uno implícito, el cambio de sexo y de nombre será a todos los efectos. 

Del primer vistazo, falta otro que seguro que la redacción final lo incluirá: Si la prescripción médica es que no es posible tratamiento alguno, tampoco será requerido. Hay textos de otras legislaciones que recogen ya esta norma que es de sentido común. 

Y otro: El cambio de nombre debe ser posible antes que la reasignación legal de sexo definitiva. Si ésta debe tardar, normalmente, dos años, no deja  de ser verdad que los solicitantes tienen que comer durante este tiempo, y si para comer hay que trabajar, y para trabajar hacen falta los papeles, la lógica se impone. 

Este aspecto nos han dicho que queda a la espera del trámite parlamentario, y que la actitud del Partido Socialista es positiva. Y el anterior también. Son aspectos técnicos que, si no un partido, otro lo sacará, y si hay una reflexión tranquila, serán aceptados por todos. ¿Por qué no se han puesto por escrito ya, entonces? Puede ser que para hacer más que evidente que es una ley sencilla y clara (pero lo seguirá siendo cuando los incluya) o para hacer que otros partidos "se mojen", proponiéndolos. 

En resumen: lo que empieza ahora es el trámite parlamentario, que tardará en completarse unos siete meses (contando con las vacaciones en julio y agosto); durante este tiempo, tenemos la confianza de que la mayoría es la del partido que ha aprobado el Proyecto de Ley, por lo que se aprobará lo que concuerde con todos los principios de los que he hablado y se rechazará lo que no concuerde y el texto resultante será parecido en lo fundamental, pero nos quedan estos meses por delante para plantear lo que necesitamos, convencer al PSOE de nuestras enmiendas, hablar con Los Verdes, IU, lERC (los que hasta ahora más se han distinguido), e incluso con el PP, CiU, CC, Chunta Aragonesista, PNV, EA , BNG, Grupo Mixto,(¿quién se me pasa?), en caso de que veamos que el PSOE se resiste  a aceptar algunas de nuestras propuestas. 

También tenemos que estar atentos al estado de la opinión pública y explicar en todos los foros en los que entremos qué es la transexualidad y por qué nos merecemos esta ley. Se puede tener la tranquilidad de saber que la opinión es más favorable, en general -hay casos y casos, desde luego-, de lo que nos podemos imaginar. 

Hay trabajo para todos y todas.

Kim Pérez 05-06-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                    Malos Policías

 

 

Llamas a la policía y no te acuerdas de que eres trans. Es tan evidente que la policía está para los apuros, que no se te ocurre que tú estás en un apuro ante estos policías. 

Supongo. Imagino sobre lo que ha pasado para intentar entender lo que ha pasado. 

Minutos, frenazo en la calle, “ahí están”, “los buenos”, “el Séptimo de Caballería”, tú sigues en tu inocencia, te alivia sentirlos llegar. 

Llaman a la puerta. 

Abres y en un momento ves unos ojos y comprendes tu equivocación.  

Esos ojos tienen un brillo negro. Un segundo de análisis, escaneo y los reflejos programados se activan. 

¿Tú eres la ley, eres el orden que hay que proteger, o eres lo que rompe la ley, el caos, el desorden, la debilidad, lo moderno, lo que está de moda, eres un maricón, una puta, un okupa, una negra, eres todo eso a la vez? 

¿Para qué preguntas? 

Supongo: Para mí, que he pasado por la Academia, que soy buen padre, responsable, duro, que desayuno todos los días en el bar del cuartelillo, que tengo mi hipoteca, eress todo esso a la vez, maricón, puta, okupa, negra, que no se te olvide. 

La transparencia de las situaciones se desvela como un espejo enjabonado que se limpia. Fuera fantasías, fuera hipocresías, todo está a la vista. 

Lo que ves en sus ojos lo has visto mil veces en otros ojos en las calles, para qué vas a negarlo, aunque entonces se podía tragar con menos dificultad el caramelo amargo porque estaba envuelto en el papel de las conveniencias y los disimulos y el yo a lo mío. 

Ves odio. Sabes que estás sentenciada. 

Las palabras siguen un camino, los hechos, otro. Pero los que dicen la verdad con su lenguaje mudo, sin palabras, son los hechos. 

Oyes un rumor casi rutinario, que no tiene nada que ver con lo que pasa, con las miradas suspicaces por encima de los hombros, con los gestos repentinos y desproporcionados, aunque eso sí, con  los improperios que se escapan, fuera de todo control. 

Lo que pasa, los hechos, son claros y desnudos: que tú eres a la vez denunciante y delincuente. 

Esto simplifica mucho el trabajo policial, porque al encontrarte han descubierto a la vez a la víctima y al culpable y  sólo tienen que acudir a tu llamada y ponerte las esposas para cumplir con su trabajo. 

La ceremonia policial prosigue y se convierte en judicial por sus propios pasos, con lo que la economía y la racionalización del trabajo se van incrementando en nuevos parámetros. El policía se convierte en juez, para la ocasión. 

Ya que se ha capturado a una trans, en flagrante delito de ser trans, ya que ha sido esposada, esquemática forma contemporánea del encadenamiento, ya que se ha dejado para siempre en sus muñecas y su memoria el recuerdo de que “me esposaron”, por el peligro que su transexualidad supone, se le impondrá ipso facto la primera pena: se la arrastrará esposada (encadenada) por medio de las miradas atónitas de los vecinos, algunas compasivas, de las bocas abiertas que dicen sin decir “algo habrá hecho”, se deja también en esos rostros otros recuerdos que van a quedar pegados  y pegajosos, sospechas que tendrán que ser explicadas una por una y uno por uno con lágrimas que las disuelvan. 

Pena de deshonra, pena de infamia, la propia para las trans, pena de calumnia imborrable.  

Luego, después del espectáculo que ha sido organizado dominando la puesta en escena, después de la visión de tu llanto y tus lamentos, entre tus rizos desmelenados, sobre el pijama claro, después de los empujones y los violentos gritos masculinos que recuerdan a los centuriones y a otro gran espectáculo, el de la Pasión de Cristo, también entre algunos rostros compasivos, luego vino la larga pasión propiamente dicha, a escondidas, en la tranquilidad del entre nosotros,  tus ojos sin vista o con imágenes tremendamente desenfocadas, tus riñones orinando sangre, tu soledad frente a la gran máquina y a sus ruidos mecánicos y burlones, reiterativos, dos días mientras se buscaban frenéticamente razones para todo lo que había pasado, para empapelarte por lo que ellos habían hecho, y al final, no encontrando nada, tuvieron que abrirte la puerta de la jaula y decirte: ¡Vuela! 

El aire blanco de la madrugada, limpio. 

¿Hay policías buenos? Estoy segura de que sí. También los he visto actuar.  

Kim Pérez 29-05-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                 Y ahora las/os Transexuales

 

 

Vamos a tener que trabajar muy duro durante unas cinco semanas: el plazo que hemos conseguido que se dé el Gobierno para redactar y presentar nuestra Ley a las Cortes. 

En esta fase de redacción, sin duda van a correr las propuestas y las contrapropuestas en todas direcciones; también las nuestras, y aunque después del verano, se entrará en una nueva fase, la de presentación de enmiendas, me parece que ésta en la que estamos es fundamental: de ella depende que el Gobierno y los partidos que lo apoyen en mayoría tengan una idea muy clara de lo que van a presentar y por qué lo hacen. 

Y somos nosotros, los y las transexuales, los que debemos darle esa idea clara, porque estamos en una democracia, y el Gobierno presentará la ley en función de lo que nadie como nosotros sabe que necesitamos. 

Por tanto, comencemos por clarificar nuestras propias ideas. Para eso, tenemos que tomar distancia, y subirnos a la teoría. 

Francisco Calero señala con acierto la diferencia entre la perspectiva médica y la perspectiva antropológica de la transexualidad. 

La perspectiva médica es mucho más biológica, tanto para explicar el origen como las manifestaciones de la transexualidad. 

Tal perspectiva hace hincapié en las investigaciones sobre el BSTc cerebral, por ejemplo, y luego en los cambios hormonales y quirúrgicos que puede emprender la persona transexual. 

La perspectiva antropológica se fija sobre todo en las manifestaciones culturales y sociales de la transexualidad, en la variedad de sus formas e interpretaciones a lo largo de toda la historia humana; lo resumiré diciendo que es una “constante variable”, o una tenaz realidad básica con muchas formas secundarias. 

Ahora pasamos al terreno de la práctica de la Ley. En Europa hemos llegado a dos modelos contrapuestos: el alemán y el británico

El alemán es algo más antiguo, de 1980, y más biológico o médico. Su contenido se dice en dos palabras: operación, reasignación legal de sexo; no operación, cambio de nombre. 

El británico es ya de los años 2000 y es más antropológico o social. Su centro es el género, al que también llama sexo psicosocial. Cualquier persona que viva establemente con arreglo a uno de los géneros, puede obtener la reasignación legal de género, sólo con haber sido diagnosticada psicológicamente por un panel o tribunal oficial de expertos. 

Vamos a mirar ahora más de cerca las dos leyes, sus ventajas e inconvenientes. 

En la alemana, no hay ningún tribunal que tenga que dar ningún permiso; pero en el caso de que no haya operación ni hormonación, se puede aspirar sólo a una reasignación legal parcial, a un cambio de nombre, pero no de sexo. 

En la británica, no se hace ninguna consideración médica, pero hay un freno ajeno a la voluntad de la persona transexual, un panel de expertos ante el que la demanda puede ser aceptada o rechazada, no se puede saber con qué criterios. 

Ambas leyes me hacen pensar en un sí y un no, en un esto está bien y esto está mal. Pero podemos preguntarnos si la ley española, en lo que ya esté preparado de ella, se va a parecer a la alemana, a la británica, o va a crear un modelo propio

Lo que ha dicho el ministro de Justicia en las Cortes  hace pensar en que ya existen algunas ideas generales. 

Es malo que las asociaciones de transexuales no hayamos visto el borrador; es democráticamente malo; ¿por qué se nos niega, cuando es práctica habitual que las organizaciones interesadas en cualquier ley conozcan previamente uno, dos o tres borradores, según se van haciendo? 

¿Se ha considerado hasta ahora que nuestras asociaciones son menores de edad? Estas tres semanas hemos mostrado que no y estamos a las consecuencias. Pero sigamos. 

Mientras llega el primer borrador a nuestras manos, como es de exigir, podemos sólo analizar algunas palabras sueltas: 

Se ha hablado haciendo mucho hincapié en que la reasignación legal de sexo será  independiente de la operación de genitales. 

Bien. Esto nos pone en línea con la ley británica. Supone reconocer el género o sexo psicosocial, y atender a los intensos problemas que se plantean en el plano social, que sin duda son los más fuertes a que debemos enfrentarnos las personas transexuales, los laborales o los del respeto que debemos exigir. 

Se habla de diagnóstico, sin aludir a panel alguno. Esto parece ir en la línea de una prudencia, pero aceptable en la medida en que no haya que depender de la autoridad de un solo tribunal -¿os podéis imaginar la ansiedad o la angustia mientras no llegue esa “sentencia” del único tribunal, aunque fuera de expertos, que tendría la potestad de otorgarla?-, sino que se reconozca la capacidad de los expertos profesionales. Con esta norma se mejora o se liberaliza la ley británica. 

Se habla también de una prueba de la vida real, acreditada durante algún tiempo. También es una prudencia que se puede aceptar: quien quiera un cambio social, debe acreditar que está viviendo con arreglo a esa experiencia social

Igualmente, se habla de seguir un tratamiento médico. No se especifica todavía, pero se deduce que se trata de un tratamiento hormonal. Pero esta norma no sería operativa, porque cualquier tratamiento se puede interrumpir, una vez conseguida la reasignación legal, o en ciertas ocasiones puede ser reversible. Supondría entrar en una casuística interminable de diversísimas situaciones médicas, que nos alejarían de lo esencial: una problemática social y su solución social. 

Finalmente, se ha dicho que se trata de conseguir la mayor aproximación posible al aspecto físico del sexo decidido y ahí hay que decir que esto es inadmisible, porque ¿qué asesor de imagen puede dictaminar que se ha conseguido esa aproximación, y hasta qué punto? 

Una ley debe basarse en principios coherentes, no en improvisaciones, y ésta sería una improvisación, puesto que no hay un único aspecto físico para cualquiera de los sexos y la ambigüedad es un hecho que se extiende más allá de la transexualidad. 

Por lo  que se ha dicho, voy a resumir ahora las que, hasta ahora, parecen las líneas directrices del proyecto del Gobierno español, sin duda distinto de la ley alemana y de la británica: 

Cambio de sexo sin operación, pero con diagnóstico, con prueba de la vida real, con tratamiento médico y con aspecto externo lo más corriente posible. 

¿Es eso lo que nos interesa a los ciudadanos transexuales de nuestro país? 

Los tres primeros puntos son coherentes con la perspectiva antropológica que se vio al principio, la que ve la transexualidad sobre todo como una forma de vida social, que debe ser atendida con criterios sociales. 

Los otros dos son el resultado de precauciones o miedos ante determinados riesgos, que conviene mirar cara a cara, para prever la respuesta jurídica. Los casos que voy a exponer ahora son los que se me ocurren sobre posibles dificultades que pueden presentar quienes duden o se opongan en un principio a una ley de diagnóstico-vida real-reasignación legal, para saber cuáles son las soluciones correspondientes: 

Por ejemplo, una mujer legal tiene un hijo biológico  con otra. 

Este caso ya es real en los casos en que ha habido hijos de una relación anterior al proceso transexual. Para esos casos, sin duda tendrá que haber, necesariamente, en nuestra Ley un artículo que diga algo así como: “Los derechos y deberes contraídos antes de la reasignación de sexo, en materia de matrimonio o filiación, seguirán vigentes después de ella. Para cualquier derecho o deber incluible en los anteriores, pero sobrevenido después de la reasignación, se aplicará el apartado precedente”. 

Pongamos otro caso: quejas de las usuarias de unos aseos o unos vestuarios o un hospital ante la entrada de una mujer transexual. 

La experiencia muestra que estas quejas pueden darse o no, y se dan o no, independientemente de la situación médico-quirúrgica de una persona transexual. Pero una queja no es un derecho. Únicamente habría lugar para una denuncia por escándalo público en el caso de que éste se hubiera producido.  

En el caso de que la persona transexual hubiera actuado siempre con perfecto decoro, podría acogerse al artículo 8 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, relativo al derecho a la intimidad, que el Tribunal Europeo de Luxemburgo ha estimado aplicable a los transexuales en la sentencia de Goodwin versus Reino Unido. El argumento a plantear sería, por ejemplo: “Soy legalmente una mujer y nadie tiene derecho a contestar mi sexualidad, como yo no contesto la de ustedes, otras mujeres legales como yo”. 

Otro caso: el régimen penitenciario. 

Existen, desde hace siglos, cárceles de hombres y de mujeres. Desde hace siglos significa que esto es anterior a lo que hoy se sabe que, en la práctica, es mucho más complejo. La realidad sexual humana, desde la intersexualidad a la transexualidad, es muy variada, aunque se dé sólo en pequeñas minorías. 

La complejidad y diversidad de las situaciones de las personas transexuales (y de las intersexuales) en prisión puede ser tan grande, que parece conveniente regularlo por vía reglamentaria, coherente necesariamente con la Constitución, lo que resulta mucho más flexible y revisable que por vía legal, y más seguro que los actuales procedimientos, que quedan en gran medida al albedrío de los directores. 

Un caso más: renuncia a la reasignación conseguida. 

También la experiencia muestra que los casos de renuncia son posibles tanto si ha habido operación previa como sin ella, por lo que la operación no es una garantía de estabilidad. La prueba prudencial de la vida real previene estos errores. En caso de que aun así se cometan, como se sabe que se cometen, varias medidas de sentido común pueden afrontarlos, como la de prever, por una sola vez, un retorno al statu quo ante. 

¿Hay casos que considerar? Por supuesto: en cualquier ley. 

Si nuestra arma más fuerte, en defensa de nuestra dignidad y nuestros intereses, ha sido en estas tres semanas la de recurrir a la huelga de hambre si hubiera sido necesario, en esta nueva fase, ahora,  tiene que serlo la razón. 

Kim Pérez 22-05-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                      Historia de tres semanas

 

 

En los años cuarenta, Gandhi combatió por la dignidad de la India con sus huelgas de hambre. 

La huelga de hambre es un arma muy fuerte. Es un arma muy especial, con la que no se toca la piel de nadie y quien pone los sufrimientos, o incluso las víctimas, es quien mantiene la iniciativa. Pero como todas las armas, hay que manejarla con mucho cuidado, no siempre es útil, y puede resultar muy peligrosa para quien la usa. 

En el caso de Gandhi, fue efectiva porque tenía enfrente a los ingleses, con su cultura liberal, democrática y humanitaria. Quería hacer saber algo que podían comprender perfectamente, una cuestión de dignidad. Si se hubiera enfrentado con otros poderes de la época, él en persona habría sido volatilizado y los indios masacrados y fin de la historia. 

Pero no hay que salvar ninguna distancia para hablar de lo nuestro. Porque para los y las transexuales también ha sido una cuestión de dignidad, hasta el punto de habernos visto en la necesidad de anunciar una huelga de hambre. Seremos muy pocos, mientras que los habitantes de la India eran millones. Pero en estas cuestiones, una sola persona es mucho. 

También en nuestro caso,  éste era el momento y no otro. Porque teníamos enfrente a un partido con un sentimiento solidario de izquierda que había demostrado ya su compromiso con los homosexuales y nuestra protesta no era por negarse a reconocer nuestros derechos humanos, sino por retrasarse en hacerlo. 

Lo mismo que el pulso entre Gandhi e Inglaterra se resolvió con honor para las dos partes, una por su valentía e inteligencia, y la otra por su humanidad, el nuestro también podría resolverse con honor para todos. 

Cuando pienso en estas semanas, tengo la impresión de las piezas de un puzzle que se mueven solas y que van desajustándose y luego ajustándose solas, de una manera misteriosa. 

Todo empezó con una afirmación hecha en un Programa Electoral; todos lo sabemos; pero luego vino la cuestión de las fechas, como todos sabemos también y no voy a repetir. 

La última fecha señalada era el 31 de marzo de 2005. Pasó. Voy a decir sólo que pasó. Y los y las transexuales tuvimos la sensación de ser de nuevo los últimos de la fila, o "los últimos monos de la compañía", como se dice en mi casa. 

Se fue formando poco a poco un revuelo en nuestro ambiente. De las primeras manifestaciones o declaraciones públicas que recuerdo, las de la página de la Fundación de Identidad de Género. Luego, la dimisión de Rebeca Rullán de la FELGT, las cartas personales de Juana Ramos, sobre todas estas cuestiones. Los ruidos habían comenzado a convertirse en gestos decididos, con toda la razón. Se estaba olvidando de hecho la dignidad de los y las transexuales, se nos consideraba quizás poca cosa, cuatro gatos, cuatro locas, que debíamos esperar turno pacientemente mientras salían leyes mucho más potentes, la de Esto, la de lo Otro.  

Por ser muchos, los gays y lesbianas fueron atendidos escrupulosamente de octubre del 4 a junio del 5, en nueve meses. Nosotros, los parientes pobres, dos años después no habíamos sido atendidos y se decía alegremente que estuviéramos tranquilos, y que esperásemos, para empezar, ¡otros seis meses más! 

Daba casi risa, y estamos acostumbrados a reír por no llorar, pero era evidentemente cuestión de respeto, o de dignidad, o de tomarnos en serio, como se prefiera, y de que no se nos marginase como otros nos marginan en la calle, en las clases o en el trabajo. 

Todo eso era la fase de desajuste. Las piezas del puzzle salían volando, ellas solas, y se estampaban contra las paredes, en una especie de poltergeist que tenía a muchos estupefactos. 

En ese momento, Carla Antonelli, que es la Coordinadora del Área Trans del PSOE, tomó su decisión, que dejó estupefactos a muchos más. Se planteó los deberes hacia su partido y los deberes hacia la gente suya y decidió que no podía permitirse no mirar a una transexual a la cara. 

Dicho sea de paso, al hacer ese análisis, le prestó también a su partido el mejor servicio que podía prestarle: hacer ver que en él hay personas tan de bien como ella.  

Pero de momento, el alboroto mediático se creó, porque en nuestra democracia no es frecuente que alguien plantee su fidelidad a la línea de su partido, su afinidad fundamental, y a la vez su disidencia en algo que afecta precisamente a los suyos, a los que como persona y como coordinadora se debe muy especialmente. "Quiero poder mirar de frente a cualquier trans". 

Era preciso conseguir que se nos oyera y tengo que decir que supimos organizarnos perfectamente, como si fuéramos profesionales de los medios. Supimos medir los tiempos y dosificar las informaciones, para usar con eficacia esa arma terrible y letal que habíamos cogido en nuestras manos, esa arma de información, la huelga de hambre. 

Sabemos que las y los trans somos pocos, que tenemos poca fuerza, pero sabemos también que nuestro único poder es la atención mediática. Y ahora la necesitábamos para hacer saber hasta qué punto estábamos humillados y hasta qué punto queríamos llegar para conseguir el respeto de todos: la huelga de hambre con todas sus consecuencias. 

No improvisada, no manejando el arma como un niño chico un pistolón, sino coordinadamente, seriamente, de acuerdo a la gravedad del momento. 

Nos sentíamos muy en serio, y muy asustadas. Yuyu, decía un amigo. Las huelgas de hambre se puede saber cómo empiezan, pero no como acaban. 

La propuesta fría y serena había sido de Carla. Dejamos que el mundo se enterase bien, durante una semana. Digo el mundo, porque comenzamos a pedir apoyo a organizaciones gays y lésbicas de España y de otros países. Jorge Puchol, mi amigo gay, comenzó a hacer un mailing desde Valencia. Pedíamos cartas al Ministerio de Justicia y a El País. No contestaron todos, pero contestaron algunos, cuyo listado les honra, y entre los cuales, por sus múltiples esfuerzos, quiero mencionar a Rubén López Díaz. Hicimos contacto con organizaciones y personas transexuales tan notables como Belissa Andía, Secretaria de la sección trans de la ILGA, Christine Burns y Stephen Whittle, de Press For Change, la organización que consiguió la ley británica, o con la notabilísima activista Lynn Conway, de USA, o con Jo, del European TransGender Network, o con Marlene Riwkeh Meges, del GAT de Paris y Karine Solène Espineira, de Sans Contrefaçon, de Marsella, que hicieron traducciones fundamentalísimas, o Hazel Gloria Davenport, de Humana, de México, o Mirella Izzo, de Crisalide Azione Trans, de Italia. 

Nos contestaron también Trans-Info Echanges, de Lyon, Transgender Equality Network de Irlanda, el Genderstichting de Bélgica y, con mucho sentimiento, la Cadena de Radio Transexual y Gay de Argentina, las organizaciones, quince, de la Red Trans del Perú, muchas organizaciones de México y muchas de Chile, incluyendo nueve organizaciones de travestis, nombre combativo y descarado con el que me siento muy identificada personalmente.  

Fueron tantas, de tantas ciudades de América Latina, que me permitirán que de momento no las nombre, porque son de las nuestras y de los nuestros, gente con quien siempre vamos a andar juntas. 

Nos decían, "¿Qué hacemos?". "Esperemos", pensábamos. Mientras, Press For Change y Lynn Conway nos publicaban un diario de la preparación de la huelga. 

La semana siguiente, nos incorporamos al anuncio de la huelga de hambre Gina Serra, Andrea Muñiz y yo. Tres presidentas (chairwomen, decíamos en los diarios para los anglosajones) de tres organizaciones, una del Norte, otra del Este y otra del Sur, que junto con Carla en el centro, santiguábamos el mapa de España. Ni hecho a propósito. Las piezas del puzzle volvían a encajarse, solas. 

Gina Serra había organizado una campaña de recogida de firmas, en la que personas particulares, trans y no trans, dejaron la suya y su sentimiento, que guardaremos en nuestra memoria y nuestro corazón sabiendo que se pusieron a nuestro lado en un momento decisivo. 

Empezaron otras adhesiones a la huelga de hambre. Nuestra compañera Tatiana Sánchez Mansilla, tan querida para mi, fue la primera; enseguida, Antonia Leiva anunció que si podía, se sumaría, y luego las personas transexuales que usan los nicks de "Palomita", "Nicolás" y "Alberto", y alguien más que empezó a interesarse, desde Barcelona. 

Tuvo repercusión pública, y en lo negro de la noche pensé en ellos, que se ofrecieron muy en serio a pasar por lo mismo que nosotras tuviéramos que pasar, el sacerdote gay José Mantero, expulsado por la iglesia que dice ser de Cristo, que ha conseguido, literalmente, miles de adhesiones desde iglesias cristianas de base de toda Europa, y el político también gay Jaume d'Urgell, que llegó a estar con nosotras, esperando las noticias, muy serio y preocupado. Era muy de agradecer que fueran gays y fueran absolutamente solidarios, y que arriesgaran también su salud o su vida por los y las trans.  

El diputado por Los Verdes, Francisco Garrido, mostró desde los primeros momentos su adhesión a la causa, así como Esquerra Republicana de Catalunya, el político gay de derechas Carlos Alberto Biendicho, el periodista Emilio de Benito, el antropólogo José Antonio Nieto, el escritor Javier Montilla, la endocrinóloga Isabel Esteva, de la Unidad de Málaga, la periodista Ruth Toledano... Escribí al Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, siempre a nuestro lado,  para pedirle que estuviera preparado para intervenir si era necesario. Andrea Muñiz escribió en el mismo sentido al Ararteko vasco, el activista gay Íñigo Lamarca. Tanto Gina Serra como ella empezaron una febril serie de contactos, y tuvieron una presencia continua en los medios de comunicación catalanes o vascos, respectivamente. 

Al mismo tiempo, en torno a la iniciativa de Carla, el movimiento trans comenzaba a unirse y en cierto sentido, a existir por primera vez. Se planteaba ya algo muy grande: el movimiento transexual unido, con iniciativa propia, con voz propia. Un movimiento transexual hasta ahora fragmentario y disperso, pero que encontraba en la fragmentación su propia fuerza, la espontaneidad, la sinceridad, la insobornabilidad. 

En él todos nos conocemos, porque somos muy poca gente, pero pocas veces hemos encontrado causas comunes para las que unirnos. Ahora la teníamos, la causa de nuestra dignidad, del respeto que esperamos, igual que cualesquiera otras personas. 

El movimiento transexual comenzó a unirse, en forma autónoma, para cada organización, pero solidaria plenamente y espontáneamente, sin necesidad de muchas palabras ni de muchas formalidades. Carla lo bautizó Stonewall 2; Stonewall, todos lo saben, había sido una iniciativa trans, una gloria trans, que mostraba de lo que somos capaces; ahora, de nuevo, teníamos que demostrarlo, y como entonces, no para hacerle mal a nadie, sino bien a nosotros mismos. 

En nuestras casas, ordenadores y teléfonos, el fijo a un lado, el móvil al otro, echaban humo más de doce horas al día. El arma de la huelga de hambre, puesto que es de información, es de comunicación. Nos mantuvimos comunicados, nos enviamos mensajes de móvil o de ordenador, las cuentas de teléfonos nos van a arruinar de por vida, pero el movimiento transexual fue formándose, en gran parte solo, por la fuerza de la razón y de los sentimientos. Hubo quien se quedó al margen: no voy a dejar de respetar a esas organizaciones, que hicieron sin duda lo que creyeron que debían. 

El momento más hermoso fue cuando nos reunimos en la sede de Transexualia todas las organizaciones que habíamos decidido acudir a la cita con Pedro Zerolo, no sin dudas previas, que fueron resolviéndose. Estuvimos reunidas dos horas y media. Comimos algo, sandwiches y cosas así, porque queríamos que nuestras mentes estuvieran ligeras y despiertas, y hasta un puntito de peleonas, en vez de captadas por el sopor de una buena digestión. Sabíamos que íbamos en serio, y que era una ocasión histórica única, de las que pasan una vez a tu lado y no vuelven a pasar. Sabíamos también que teníamos que mantener un apoyo sin fisuras, no era preciso casi hablarlo. 

Hablamos todas las organizaciones, en orden perfecto, con tranquilidad y con convencimiento. Una compañera latina pidió que, en la futura ley, no nos olvidáramos de las trans inmigrantes, víctimas de la exclusión social en sus países y aquí. Es decir, que daba por hecho que habría ley. Con toda la inquietud que fuera, ésa era nuestra voluntad. Carla Represa manifestó, como representante, la postura de sus organizaciones representadas, y luego, a título personal, su voluntad de unirse a la huelga. 

A mi lado, una amiga cuyo nombre no voy a decir, me dijo sinceramente: "Estoy emocionada" 

El día antes, el viernes, habíamos recibido el apretón de manos virtual del Cardenal de Sevilla, lo que quitaba cualquier argumento del miedo a los carcas. Este pronunciamiento transcendental se debió a una gestión de Andrés de la Portilla, que colaboraba con nosotras desde el principio en muchas otras cosas (pero no hasta el final) Es verdad que, veinticuatro horas después, el Cardenal, sufriendo  presiones del resto de la Conferencia Episcopal, tuvo que decir "donde dije digo, digo... digo", porque se afianzó en lo mismo, de lo que sabe perfectamente por sus estudios como psicólogo. Pero esto significaba que comenzábamos a no estar solos, a contar con apoyos en las partes más dispares y hasta inesperadas de la sociedad. Nuestro esfuerzo mediático comenzaba a dar frutos y otra pieza venía a ajustarse con las demás. 

Terminamos la anterreunión, y nos fuimos con calma para la calle Ferraz. Un momento después, estábamos con Pedro Zerolo y otros miembros de su secretaría y del grupo GLBT del que forma parte Carla. Allí estaban Miguel Ángel Fernández, Mariano Moreno, María José Hernández y la diputada Carmen Montón. También estaban Boti García y Beatriz Gimeno, de la FELGT y  Carla, pero entre nosotros, en las filas de las organizaciones asistentes, no en la presidencia, como le correspondía. 

Nos saludamos uno tras otro, ceremonialmente, nos besamos, y empezó la reunión. Pedro empezó a hablar tranquilamente, muy pausadamente, con su melodioso acento canario, aunque demasiado políticamente correcto (todo "as" y todo "os") 

No nos cansó. Expuso, primero, los logros de su Secretaría en favor de los transexuales que, verdaderamente, ya van siendo algunos. Luego, explicó las líneas generales de la ley, y ahí comprendimos que eran necesarias más explicaciones sobre la Ley que pretendemos. Luego, nos dijo que habría un anuncio "inminente" de la ley, para antes del 30 de junio de 2006 y presentada con garantías políticas. 

Pedro Zerolo quería que hubiese acuerdo, pero sabíamos que era necesario todavía aclarar mucho y poner en claro en primer lugar lo que queríamos aclarar. Pensé que era muy preciso  pedir un tiempo muerto, como en los partidos de baloncesto, para hablarlo entre nosotros y las caras hicieron evidente que compartían ese pensamiento. Pedro, cortésmente, accedió a salir junto con los integrantes de su Secretaría y nos dejó solos. 

Pusimos a Josefina Pérez como moderadora y lo hablamos. Volvimos a hablarlo tranquilamente, aunque preocupados, pero con perfecto orden, tal era nuestro acuerdo de fondo, la verdadera fuerza que llevábamos a la reunión. Hicimos hasta tres rondas de intervenciones. Al final de las tres, presentamos nuestras posiciones casi  unánimemente, salvo alguna abstención, es decir: no hubo ni un voto en contra. Esa era, materializada. la fortaleza del movimiento trans. 

Pedro Zerolo recogió nuestras posiciones. Se había ofrecido a gestionarlas, desde ahora, personalmente. Tampoco nosotros queríamos intermediarios. Nos ofrecimos a hacerle llegar nuestras posiciones, el miércoles a las nueve de la mañana. El viernes habría una reunión, en la que Rebeca Rullán sería nuestra portavoz, con quien quisiera acudir con ella, para comenzar a negociar con Pedro el contenido de la ley inminente. Yo (empezaré con el burro por delante, para que quede claro que fue decisión mía y nadie tuvo que empujarme) y Carla, anunciamos que no renunciábamos a la huelga hasta ver todo eso encarrilado. 

Era cuestión de esperar a esta semana. El miércoles 10, en las Cortes Generales, todo entre maderas preciosas que reflejaban las luces y adornos dorados que brillaban todavía más, la diputada Carmen Montón, del PSOE, hizo una pregunta al Ministro de Justicia, que respondió diciendo, básicamente, que: reasignación legal sin cirugía; que sería un procedimiento administrativo; y que antes del 30 de junio. Luego la diputada Rosa María Bonás, de ERC, subió a la tribuna de oradores para hacer una solemne interpelación; habló con preparación y con serena emoción, y preguntó sobre todo por la sanidad. El ministro contestó exponiendo la situación en las diversas autonomías en que la prestación está en curso (Andalucía y Extremadura) o en estudio (Aragón, Asturias, Cataluña), lo que sugería que lo dejaba a la responsabilidad autonómica, pero se reafirmó en los puntos de la futura Ley de Identidad de Género. 

De todo quedó constancia nada menos que en el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados. 

Yo lo estuve viendo por el Canal Parlamentario, todo el tiempo de pie, en señal de respeto a todos los que estaban  reconociendo nuestra dignidad y también el respeto hacia los y las transexuales. 

A continuación, desistimos de la huelga.

Kim Pérez 15-05-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                  LA LEY DE NUESTROS PAPELES: ES CUESTIÓN DE DIGNIDAD

 

 

(La autora señala que estas opiniones son su expresión personal, como comprometida en la huelga de hambre del 15 de mayo y pueden diferir, en poco o mucho, de las que tengan las restantes personas comprometidas) 

Estamos ahora mismo, 7 de mayo, en un tiempo de espera. Mientras tanto, es el momento de pensar y recordar que, para las transexuales que que nos hemos comprometido a la huelga de hambre, es sobre todo cuestión de dignidad. 

Voy a explicar cuidadosamente por qué.  

Es una cuestión de la dignidad de las chicas transexuales de dieciséis o diecisiete años, que a lo mejor tienen ya un aspecto completamente femenino, pero que oyen cuando se pasa lista en cada clase y tienen que responder a un nombre de varón. 

Pregunta: ¿Las posibilidades de acoso por dus compañeros aumentan o disminuyen? 

(Puede cambiarse la palabra chicas por chicos, y masculino por femenino, a ver si es agradable) 

Vamos a seguir ahora con los y las mayores de edad, para quienes es cuestión de seguir dando la cara al pie de la letra, y sacar el carnet de identidad al comprar con tarjeta, o al pedir una habitación de hotel, o al querer alquilar un piso, o al levantarse cuando se vocea un nombre que resulta ya inverosímil en las esperas de un hospital, y seguir poniendo cara de póker mientras das las acostumbradas explicaciones. 

Y sobre todo, cuando has hecho una entrevista de trabajo y todo va teniendo buena pinta, y el entrevistador te pide como rutina tu documentación y de pronto te sale un: “Bien, pues ya le avisaremos”. 

O bien, en todos los casos, cuando no tienes el recurso de fuerza y seguridad y tranquilidad que te da frente a policías, cajeras, médicos, conserjes, profesores, agentes de la propiedad, un carnet de identidad conforme con tu sexo. 

Algo que para todas las demás personas es un hecho rutinario, en el que ni piensan, y para nosotros es un milagro. 

Ahora voy a explicar las esperanzas, para nuestra dignidad, que nos había transmitido el Programa Electoral del Partido Socialista para las elecciones de 2004. 

En él se anunciaban, como todos sabemos, medidas de reconocimiento de la dignidad de la unión homosexual y medidas para la debida documentación y para la atención sanitaria pública de las y los transexuales. 

Que por lo que se ha visto, repercutirán inmediatamente en el sentido de nuestra dignidad y también en las ocasiones de trabajo (y el trabajo es vida y libertad, como lo sabe sólo quien no puede trabajar) 

El Partido Socialista, que llegó al poder en marzo de 2004, empezó a cumplir su compromiso con nuestros hermanos, los y las homosexuales, en octubre de ese mismo año, seis meses después. Sabíamos que después venía nuestra Ley de Identidad de Género, que fue anunciada por unos y reanunciada, y aplazada por otros, y reaplazada, en un listado que no voy a repetir ahora porque ya resulta penoso. 

Confiábamos en estas promesas, del todo, con la seguridad de ver cómo se había afrontado valientemente algo mucho más difícil políticamente, el reconocimiento de la dignidad de los homosexuales mediante el reconocimiento de la dignidad de su unión. 

Y esperamos con tranquilidad estos meses. Si nos preguntaban qué hacer para cambiar la documentación respondíamos: “Esperad, está a punto de salir la ley, es cuestión de meses”. Comprometimos también nuestra palabra confiando en la que se nos había dado. 

Pasó el 31 de marzo y no había sido anunciada la Ley. Habíamos sido decepcionadas y, por ejemplo, mi amigo Alejandro, que espera en su silla de ruedas hace años una solución que le dé un trabajo, para el que el obstáculo no es la silla de ruedas, también había sido decepcionado una vez más. 

Pasó casi abril. Una primero y otras después, fuimos comprendiendo que era preciso protestar, lo que significaba lo mismo que hacer valer nuestra dignidad, y mostrar a todos, que eso, para un ser humano, vale más que la propia vida. 

Al mismo tiempo, yo pensaba, y supongo que todas pensábamos, que este plante podía ser duro, pero no desesperado, estando en una sociedad democrática  que no consentirá que se llegase a las últimas consecuencias. 

Aunque, a la vez, no podía dejar de sentirse cierto regomello: ¿Y si tarda en llegar esa respuesta democrática? 

Estando en esta tesitura de incertidumbre y miedo, se nos han unido públicamente dos homosexuales, un sacerdote y un político republicano, a compartir con nosotras la misma gravedad del momento. Y tenemos una lista de personas que nos han pedido unirse, y que algún día haremos pública, sea para expresar que la lucha tiene que continuar, sea para que se conozca nuestro agradecimiento por haberse sumado ya. 

En esas circunstancias, el sábado 6, un número grande de representantes de movimiento transexual y de quienes habíamos anunciado la huelga, nos entrevistamos, como ya se sabe, con Pedro Zerolo, durante no sé si más o menos de tres horas. 

Lo que salió a la luz, fue sobre todo, la práctica unanimidad de las posiciones que acordamos, en cuya definición  y exposición al representante del Partido Socialista, no hubo ni un solo voto en contra. 

Demostramos algo inesperado para todos, un mes antes: la fuerza y la unión del movimiento transexual, la defensa de nuestra  dignidad, nuestro plante. 

Pedro Zerolo lo sabía antes de llegar a la reunión y ofreció que a lo largo de la semana del 8 al 12 de junio habría una declaración pública de alto nivel sobre la presentación de la Ley a las Cortes antes del 30 de junio, según las exigencias de las pre-huelguistas.  

Aceptó también que se iniciasen, durante estos mismos cinco días, unos contactos  para aclarar otras novedades que surgieron en la reunión y que provocaron nuestro estupor. Ya sabéis de lo que hablo, seguramente, pero acordamos esperar estos cinco días. 

Espera que significa que, si el día 12 de mayo, viernes, a las 24 horas, no hay respuesta definitiva  que nos parezca positiva, las pre-huelguistas empezaremos nuestra huelga de hambre, tal como estaba anunciado, el lunes 15 de mayo a las 0 horas. 

Aun entonces, aunque la Ley, nuestra Ley, la que todos esperamos y no otra distinta,  sea presentada a las Cortes en el plazo que sea dicho, no estaremos tranquilas del todo, como se va a ver por pura lógica. 

Porque el calendario electoral muestra ciertas fechas, que hacen temer (o está dentro de lo razonable temerlo) que la ley se alargue, y se demore, y que haya por medio unas vacaciones parlamentarias, y luego unas elecciones municipales, y luego otras vacaciones, y luego, ¿unas elecciones generales adelantadas a fines del 2007? 

Y la ley decae (que es el nombre técnico) 

Eso significa que el movimiento transexual no puede confiarse, sino que, por lógica, porque su dignidad y su trabajo están en juego, tiene que seguir vigilante, y que no puede abandonar su movilización.  

Y reclamará el derecho a denunciar cualquier retraso y a tomar o volver a tomar las medidas de las que ya se ha mostrado capaz: respaldar, organizadamente, apoyar unidamente, lo más fuerte que se decida. 

Porque eso es lo que hemos conseguido: que se nos respete.

Kim Pérez 03-05-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                 ¿ Donde estamos ?

 

(Estos Comentarios los escribo a título personal, y sólo digo lo que yo pienso. Kim Pérez)  

¿El PSOE es amigo nuestro? La pregunta sería mejor: ¿Es que puede no serlo? 

La respuesta la sabe Carla desde que era una niña trans, de poco más de quince años, preciosa, y sabía que el PSOE era el que mejor podía defender nuestros derechos: quiero decir que lo sabía ya, a esa edad. 

O mi amiga Merche, guapísima, a cuyo lado estaba cuando el PSOE ganó unas elecciones y miraba la televisión con toda la atención y la ansiedad de sus grandísimos ojos grises, hasta que, al salir los primeros resultados favorables, dio un salto y gritó, con la voz rota: "¡Libertad!" 

Libertad, ¿para quién? Para los suyos, los del pueblo de Bollullos del Condado, y para nosotras. 

Luego, unos pocos años después,  las trans andaluzas conocimos a las mujeres del Centro de la Mujer de Granada y, entre ellas, a Carmen Molina, una diputada del PSOE, que nos fue abriendo, una por una, prodigiosamente, las puertas de la Consejería de Salud y luego, de par en par, las del Parlamento de Andalucía que, el 11 de febrero de 1999, trató por primera vez en siglos, con todo respeto, a los y las transexuales y decidió la creación de la Unidad de Identidad de Género, la única pública que sigue existiendo, siete años más tarde, en toda España. 

Esta alegría, para la que hay pocas palabras que la expresen, se la debemos también al PSOE. 

Y dos meses después, el 14 de abril de 1999, aniversario de la República, ahí estaba Ángel Díaz Sol, diputado del PSOE, yendo y viniendo entre el Congreso y el edificio de Grupos Parlamentarios, para recabar la opinión de los y las transexuales, mientras se debatía una proposición de Izquierda Unida que apoyaron todos los partidos y que salió por unanimidad... hasta que el PP la traicionó.   

Amigos y enemigos, sabemos cuál es nuestra historia. 

Hasta que hace dos años, volvió a ganar el PSOE las elecciones y recogió las aspiraciones de la comunidad gaylesbitrans ya unida: el matrimonio homosexual y la ley de identidad de género (y la sanidad pública) para los y las trans. 

Con los primeros, cumplió; la nuestra venía a continuación, sin más retraso que el lógico de que las cosas tienen que ir unas a continuación de otras. Y en ese momento, por primera vez en la historia, el PSOE se para. ¿Por qué? 

A veces, al mejor de los amigos hay que agarrarlo y zarandearlo. ¿Qué haces? ¡Despierta! 

Empiezan las dilaciones. Por fuera se parecen, aunque sólo por fuera, hay que decirlo, a las que empleó el PP hace ya no sé cuántos años, cuando dijo que sí, que aprobaba la Ley, y de pronto, en febrero de no sé cuántos, empezó a decir que un Ministerio tenía que informar, y el Ministerio no informaba, y así se pasó la Legislatura. 

Ahora, la ley está ya hecha, y meditada, y redactada: ¿por qué no sale? Y si quedan dudas, que el debate parlamentario las resuelva. 

Es una ley de sentido común, no es una ley de discrepancias ideológicas, trata sobre todo de dar trabajo a quien no lo tiene por razón de sus papeles. Trata de mejorar el cumplimiento en España de una resolución del Parlamento Europeo de hace más de veinte años. 

¿Por qué se para entonces y no podemos dar ya respuesta a las personas transexuales que llaman o escriben a los foros o asociaciones preguntando con ansiedad, "¿cuándo sale la ley de nuestros papeles?", y a quienes hemos respondido con tranquilidad y seguridad hasta ahora: "Dentro de unos meses, no te preocupes, espera un poco". 

Hemos esperado tres señalamientos de fechas; pero cuando ha vencido el tercero, por todas partes, en el movimiento trans español, han empezado a levantarse voces de inquietud y protesta. 

Carla se ha visto en el deber de sumarse a ellas, porque sencillamente es una trans como lo somos los y las demás. Y ahí estamos.   

Kim Pérez 28-04-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                  El Caliche

 

No sé lo que esperaba cuando llegué al Caliche hace diez años, pero sí que era algo maravilloso. Claro, yo tenía entonces veintidós y  todo era porvenir, todo podía pasar. 

La verdad, es que no me acuerdo tampoco muy bien de cómo pude llegar. ¿Quién me llevó? ¿Quién me presentó? No me acuerdo y querría acordarme, para darle las gracias. 

La verdad, es que en verano y frente al mar, todo parece maravilloso. Y eso que, me acuerdo ahora, entré por la parte de atrás, donde estaban los cubos de la basura, olorosos a verdura podrida, pero la calle paralela a la playa estaba tan llena de buganvillas y glicinias,  flores de trompeta sobrepasando las tapias. que podían con todos los malos olores que hubiera en la puerta trasera. 

No he dicho que el Caliche es un bar de moteros que hay en la costa.  

Entrando por delante, tiene un jardincito con cuatro mesas y sillas de plástico blancas y luego, ya dentro, hay una parte de entrada, con un billar bien verde –ya sé que todos los billares son verdes, puñeta, pero es que destaca mucho el color-  otro par de mesas más, de las de madera con respaldo redondeado, como las de los garitos americanos de las películas de Bogart,  luego un par de arcos, en los que hay puestas en cada uno una moto viejísima y negrísima (como una de una foto preciosa de Brando),  luego la barra, con tantas luces que parece una maquinita de las de jugar o un columpio de feria. Lo mejor es la música, porque el dueño, el Arturo, es fanático de los blues, el soul, y ya os lo podéis imaginar. 

Yo creo que pude ser aceptada porque todo fue muy natural. El día que llegué, había dos mujeres solas en la barra, que por sus minis exageradas, una de lamé de plata, y sus medias de malla, comprendí que eran asiduas. En cuanto pedí lo que fuera, mi voz delató que era una trans pero me di cuenta a la vez de que allí no importaba, era natural, encajaba con la decoración. 

Al cabo de un momento, me habían preguntado algo, para curiosear sin duda, pero era lógico y ya éramos amigas; se llamaban la Prude y la Vicky. Luego se fueron, enseguida, con prestancia de reinas, pero ya nos conocíamos, ya tenía yo un sitio en aquel lugar, y aunque también me fui, o nos fuimos, enseguida, volvi. 

Ese primer día no vi más motero que a uno, alto y fuerte, o alto y gordo, no sé cómo describirlo, que entró. Salí y luego estaba de pie junto a la puerta el jardincillo, enfrente de la playa, y se giró la cabeza para verme, cuando salía, con su pelo gris, como su mostacho,  sus ojos y sus labios apretados, ceñudo, como de mala leche. A lo largo de las tardes y las mañanas que fui por allí me enteré de que era el Jeffry y que como todos los tíos grandes y recios era buena gente. 

Sin embargo, “¡es que eres una trans, coño!”, me dijo uno de los primeros días. “Aquí no queremos maricones”. 

Pero el hecho es que era completamente natural que yo, que entonces llevaba vestidos muy cortos, a la altura de los pechos, por arriba, con un par de tirantitos como mucho y que además me tomaba sólo un par de tubos de cerveza, fuera por allí.  

Y la Prude y la Vicky m apoyaban, fueron mis amigas de entrada, mis comadres. 

Y además, es que estaba muy buena, lo sé. Eso me hacía pegar con el ambiente, como si fuera una chica de calendario de las que clavan en los talleres de reparación. 

Por otra parte, era evidente que yo no pretendía ligar ni tampoco disimular que era trans. Mi voz es de camionero, nunca mejor dicho, y con ella llamaba a Miguel el barman para pedirle lo que fuera. Todo estaba  muy claro, muy en orden. 

Me daba cuenta de que lo esencial era lo de no pretender ligar y he seguido haciéndolo hasta ahora. Eso es lo que me ha permitido mantenerme distendida y mantenerlos distendidos, en ese ambiente de hombres. 

Tampoco es que haya hablado yo del tema casi único de ese ambiente, porque ni me gustan especialmente las motos, ni entiendo, ni quiero entender, y menos de fútbol, ni del Madrid y el Barça, el tema de repuesto. Pero si han cambiado alguna vez las tornas y ha salido cualquier otra conversación, por ejemplo de políticos, y  se han puesto a poner de grana y oro a los de un partido y luego a los de otro, como ahí yo entiendo, he metido baza, como cualquiera, y como soy dura y clara, hasta los he callado. Esto, ahora que lo pienso, es también otro de los fundamentos del respeto que me tienen. 

De lo de no ligar, tengo que hacer otra precisión. La realidad es que los moteros suelen estar casados y que sus mujeres, por la cuenta que les trae, también son moteras, es decir que suelen venir las parejas juntas al Caliche por las noches, aunque luego ellos hablen por su lado y ellas por el suyo. 

Yo, la verdad, es que hablo más con ellos, porque me interesa más el tipo de conversación, no por lo que tenga de técnica de carburadores y qué sé yo, que me trae al pairo, y entonces me voy a lo mío, sino por las aventuras, las cabalgadas que cuentan por las autovías, centenares de kilómetros a no sé cuántos kilómetros por hora (bueno, sí lo sé, pero no quiero decirlo, por si hay niños delante) 

Carreras y peligros y caídas y heridas, pero velocidad y adrenalina. Me gusta oirlos porque me recuerdan a mi padre, contándome sus aventuras en el Sahara, otro relato de esos que conmueven a los niños y que enorgullecen a los hijos. 

Me siento como un niño ante su padre, cuando los cuentan con voces graves y tranquilas o excitadas. La única diferencia, que sé que es lo que me hace trans, es que yo no quiero imitarlos personalmente, no quiero subirme a una moto, no quiero coger el cabezón ni darle gas, prefiero que sean ellos los que me lo cuenten. 

Ahora, diez años después, sé lo que no he conseguido y la desilusión realista que me invade cada vez que entro por la puerta del Caliche. Hubiera querido encontrar aquí amor, como el perfume de las flores de la playa, o el olor ruidoso del mar, y no lo he encontrado. 

Pero es una desilusión tierna, porque sé que he encontrado también mi sitio, y a mis amigos. La palabra amigos dice aquí todo lo que tengo y todo lo que me falta.  

Sé que lo que entonces quería y lo que todavía no he encontrado era alguien que estuviera permanentemente a mi lado y con quien pudiera contemplar el mar con la misma continuidad y la misma seguridad que da mirar al círculo del horizonte, como diciéndose que siempre estará ahí y siempre será inmenso y maravilloso. 

Pero vivo como trans y eso es lo más importante para mí. Siento así también el círculo del horizonte, porque he conquistado el derecho a verlo así, me veo yo, como soy y quiero ser y eso compensa el no tener esa compañía.  

Muchas veces me río para mis adentros cuando tengo que bajar del taburete de la barra para ir un momento al aseo de señoras. “Si comprendiérais”, les digo mentalmente a quienes están conmigo, “lo tiritante, lo tierno, lo musical que es para mí tener este derecho!” 

En esos momentos he sentido mucho la melodía del blues que sonara en ese momento. Al volver, lo he dicho, me he reído y una vez se me saltaron las lágrimas. Los que estaban conmigo me miraron fijamente y callaron. 

Anteayer hubo un raid pequeñito, cuatrocientos kilómetros, y el Murphy me invitó a que fuera con él. Era a Gibraltar.  

Eso fue grande; el motivo era que su mujer tenía que hacer sin falta no sé qué y él dice que le aburre ir solo. 

Bien pensado, había una especie de trampa casi ofensiva en la cuestión: la mujer le deja ir conmigo, porque piensa que conmigo no hay peligro. O bueno: la mujer confía en el Murphy y en mí. No me puedo ofender: yo sé las reglas del juego y son éstas. 

Total, como el traje de motera de su mujer se quedaba libre, me lo podía llevar yo, lo mismo que su casco. 

Fummm, fue excitante meterme en el traje de una mujer, casi como la primera vez que me travestí, hace yo qué sé cuántos años, y ponerme el casco. 

Luego el Murphy abrió las piernas y se subió a la moto y yo detrás. Aunque me daba un poco de corte, él me lo quitó con tono práctico, diciéndome que me agarrara a él. 

No he pasado tanto miedo en mi vida, no he sentido un viento tan persistente y duro, como si me abofeteara continuamente las mejillas, bajo las gafas, no he estado tan convencida de que a cada curva íbamos a saltar elegantemente al mar y a caer en el agua azul, ¡plaf! 

Que el Murphy me perdone, pero también comprendí lo cerca que está el verbo agarrarse del verbo abrazarse, y lo tronco de a metro que era su espalda, aunque, bien visto, sería lo que él necesitaba, y no por mí, válgame el cielo, sino por la cotumbre de tener apretada a su mujer contra su espalda. 

Por supuesto, los aspectos técnicos de la ruta no me interesaban en absoluto, yo sólo oía los cambios de marchas como si fueran la respiración de un trompetista que de vez en cuando tenía que pararse para tomar aire y seguir. 

Cuando llegamos a Gibraltar yo era muy consciente de que, con el traje de motera, mi figura era lamentablemente masculina, de espaldas, porque tengo los hombros anchillos y las caderas escurridas, por lo que tuve que compensarlo, y para eso estaba muy preparada, después de haberlo pensado detalladamente la noche anterior. 

Al quitarme el casco, mi pelo largo y rubio, liso, se desplegaba libremente y caía, eso era importante, y un instante después mis labios estaban pintados de rojo fuerte y brillando como los de una mujer 10. En cuanto a la voz, lo solucioné no hablando, lo que era bastante fácil, pues el ambiente era francamente machista y las opiniones de las mujeres no tenían importancia. 

Otras cosas de las mujeres sí eran importantes, y yo quería contribuir al prestigio del Murphy. Como mi pecho natural (bueno, hormonado) no es muy grande, me había comprado la víspera un sujetador bastante grandón y lo había rellenado con suplementos bastante firmes, de manera que si de espaldas podía medio parecer un hombre con el pelo largo,  lo de “¿es o no es?”, de frente era imposible. 

Dormimos en habitaciones separadas, el Murphy con un colega de la costa y yo en una individual, para que no hubiera nada que decir, y todo salió muy bien. 

El premio es que me han invitado a ir este verano al raid Granada-Marrakech, diez días pasando incluso por el desierto. No sé con quién iré, pero sé que me he ganado ese derecho durante estos diez años.

Kim Pérez 24-04-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     La Jaira

 

Tengo una vez más tu fotografía delante, en la que tus ojos son lo primero que se ve, a la vez descarados y tímidos, o más exactamente con ese brillo de audacia y esa sombra de apocamiento que hay con frecuencia en los audaces. Tus brazos están cruzados delante de ti sobre el mostrador alto al que apenas te asomas, con tus labios anchos y suaves y tu piel muy morena, como desteñida del cabello muy negro y lacio, recogido seguramente en la nuca. 

He hablado de ti sin usar ningún género, aunque reconozco que tu insolencia es más bien de muchacho y que denotas que estás acostumbrado a pelear en las calles con una chaira en la mano cuando ha sido preciso, antes de echar a correr cuando también ha sido preciso, para escapar de la policía o de las otras bandas de gamberros. 

Pero también puedo hablar en femenino, porque tu singularidad es que eres una jaira que decidió cortar de su cuerpo todo lo que no quería y ésa es tu fascinación para todos los que te miran, fascinación de la que ya no te hablan precisamente porque la sienten, porque el terreno se les hunde debajo de los pies y las rodillas les tiemblan cuando están delante de ti, asimilando como natural lo que ven como insólito. 

Tú te metiste en la banda del Nali en cuanto te viniste a nuestro lado para algo muy simple, poder contar con protección. De hecho el mostrador sobre el que estás apoyada es el de madera mojada de la taberna donde nos juntábamos, casi solos, era una taberna muy poco frecuentada, para contarnos las noticias y hacer los planes del día. 

Tú llegabas muchas veces con tu vestido de seda, que apenas disimulaba la prestancia y la fuerza de tu cuerpo, sobre el que los colores fuertes de la camisilla o del vestido camisero, brillantes como tu pelo negro, eran como la clave de acceso a los misterios tuyos que nadie comprendía. 

Eras tan fuerte y resuelto (uso ahora el masculino) que apenas si se podía comprender que hubieras tomado un nombre femenino y que vivieras como una jaira. 

Pero un día dejaste seco al Nugallam, uno que se cruzó contigo que era de otra banda, cuando al verte se permitió reírse de ti. Te fuiste para él como una centella, lo levantaste agarrándole por el cuello de la camisa, que se quedó levantada con una forma ridícula, mientras él se quedaba como hundido entre ella. 

Entonces le dijiste unas palabras que desde entonces circularon entre todas las bandas de la Capital y fundamentaron tu prestigio indestructible: 

“¿Tú te crees que una persona que ha puesto la cuchilla sobre su cuerpo le puede tener miedo a alguien?” 

El Nugallam se quedó tan confundido que no supo decir nada y eso fue bastante para que lo soltaras y él se quedara parado mientras tú seguías tu camino, con la cicatriz convertida en tu condecoración invisible. 

Y luego no fue eso, que al fin de cuantas hubiera sido sólo palabras, sino que lo demostraste con hechos una y otra vez. Cuando tuvimos peleas, mientras las otras muchachas se ponían a un lado y se limitaban a insultar, como víboras eso sí, con voces que ponían los nervios de punta por lo chillonas, tú te ponías en medio de los muchachos, aunque no fueras de ellos, con tu navaja cabritera de cuarto de metro en la mano., te agachabas, que parecías una araña preparándose y a punto de saltar, negra como tu pelo y tus ojos, y la chaira como si fueran sus colmillos o lo que tengan las arañas 

Y te bamboleabas de un lado a otro de manera que daba miedo nada más que verte; y los otros muchachos, aturdidos al ver que era una jaira quien les desafiaba, no sabiendo si iban a quedar como  maricones por pelearse contigo, pero a la vez sabiendo que tu chaira era tan verdadera como las de ellos, y que allí estaba, desnuda y amenazadora y lanzando destellos brillantes como si fuera de níquel, que no se podían apartar los ojos de ella, por la cuenta que les traía. Pero tú no eras la primera que acometías. Siempre esperabas a que lo hiciera el otro, pero que tuviera cuidado cuando, medio confundido, se decidía, porque entonces tu mano era vista y no vista, y el picotazo de la araña dejaba su señal donde llegara, y no voy a contar más, sino que al final estabas en boca de todos, amigos y enemigos, y todos te temían. 

También era parte de tu prestigio, pero de otra manera, como si dijéramos complementaria, como el halo de luz que envuelve al disco de la luna o del sol, que son los verdaderamente luminosos, otra cosa que era el saber que tu padre era ingeniero y que tú te habías venido libremente a  vivir entre nosotros, en Chamboolan City, el más terrible y más inmenso barrio de chabolas, porque sabías que sólo aquí podías vivir a tu propia manera, con esa mezcla de audacia y amabilidad que te era tan propia. De hecho, tampoco nadie hablaba de eso, pero se sabía. 

Entre la fuerza natural de tus brazos, que sin embargo eran suaves, aunque estuvieran bien musculados y el hecho de que tenías estudios, lo más imposible en el barrio, todos te veían como el jefe o la jefa natural de la banda, menos tú misma.  

 “Yo no quiero ser jefe”, decías a quienes te lo propusieron, durante los meses de confusión que siguieron a cuando metieron en la cárcel a los principales de la banda, los que había cuando tú llegaste. “Yo soy yo. Yo no necesito a nadie y un jefe necesita tener a quienes le obedezcan, porque sin ellos no es nada”. Por eso de hecho todos le temían, incluso los nuevos líderes que eligió la banda, aunque no había motivo ninguno para temerle mientras no la agredieran. También se hablaba de envidias y de que algunos de la misma banda sólo se quedarían tranquilos cuando los de las rivales la mataran, hasta el punto de que se sabía que, si ellos no lo hacían, lo harían ellos, como si fuera una equivocación. 

Tú mandabas sobre la banda sin mandar. No les decías nada de lo que teníamos que hacer en el día a día, pero nos decías lo que tenía que ser la banda y para qué existíamos. 

Había palabras tuyas que se quedaron entre nosotros como si fueran versos de la Biblia, el Vedanta o el Corán. La primera, la que nos dejó fríos con un escalofrío que nos llegó hasta los pies fue aquella que dejaste caer, como mirando por encima de nuestros hombros, aquella tarde que nos pusimos a hacer los planes del día siguiente: “Robar lo nuestro, pero no matar lo suyo”. 

Todos nos quedamos muy callados mientras procesábamos aquella frase. Pero poco a poco, nos fuimos despertando con el entusiasmo de una revelación, y hablando a voz en grito, y diciéndoselo a quienes eran tan torpes que no se habían enterado. Si los muchachos de las chabolas, que no teníamos ni familia, ni estudios, ni trabajo, robábamos, en realidad recuperábamos lo que era nuestro, lo nuestro verdaderamente que otros nos habían quitado  primero, de manera que los autos de lujo que pasaban por el puente, y los ordenadores y los televisores que titilaban en las tiendas, y los collares de perlas y de diamantes que se ponían las titis del otro lado del río eran en verdad nuestros, mientras que si nos dedicábamos a pelearnos entre nosotros y a matarnos de vez en cuando, le quitábamos a cada cual, que era uno de nosotros, lo poco que tenía y que era suyo de verdad. Dejamos de ser desde entonces una banda de matones pendencieros y nos convertimos en una banda de ladones justicieros. Supimos que teníamos que dedicarnos al robo incesante, a crear un río de joyas desde la otra orilla a la nuestra y a comprar la paz con las otras bandas regalándoles por las buenas una parte de las maravillas que conseguíamos. 

Lo que sí me acuerdo de la tarde en la que nos dijiste aquello, que  fue aquí, en la taberna, es que en medio de la alegría loca y de los ojos brillantes con que los muchachos comprendieron ellos solos y en un instante lo que tenían que hacer, al enterarse bien de lo que significaba “lo nuestro”, hubo algunas miradas sombrías y algunas bocas apretadas que daban miedo. Pero me fijé en ellas para estar atento y avisarte si era necesario. 

La otra frase tuya que nos estremeció fue cuando uno de los muchachos más chicos, uno de once años a quien habían echado de su casa, llegó mintiendo para justificar que se quedara una tarde junto al río, mirando a los barcos que subían y bajaban en vez de buscar unos cuantos descuidos. 

Lo que dijiste entonces fue esto: “La verdad para nuestros amigos; la mentira para nuestros enemigos”. Sabíamos que era preciso mentir a chorros ante la policía o ante los de las bandas rivales, porque necesitábamos defendernos como fuera, pero alguien tenía que decirnos así de claro que entre los compañeros de la nuestra no teníamos más apoyo que la confianza mutua. 

Estoy hablando de ti como si fueses un profeta o un santo, y no; lo que eras es un general o una generala. Sabías muy bien lo que nos convenía y lo que te convenía y esa era la pizca de insolencia que había en tus ojos y que tan bien recogió la foto que estoy mirando ahora. 

Es que eres insolente y egoísta, y eso me gusta mucho de ti. No pretendes engañar a nadie. Si quieres a los muchachos de la banda es porque te gustamos y gozas estando con nosotros, porque te parecemos lo único hermoso que puede haber en la vida, y nos lo demuestras a cada instante, cuando te callas y te quedas mirándonos con ojos de adoración, que es la parte que nos divierte de ti, y que no nos corta porque sabemos que ese sentimiento viene de ti y que eres una jaira; bebes con nosotros el aguardiente de caña, el más barato y el más turbio, como si fuera agua sucia, en la taberna, porque es mejor que el whisky o la ginebra, porque es el nuestro, el que siempre hemos bebido. 

También bebes whisky o brandy de las mejores marcas cuando, siguiendo tu consejo, hemos recuperado cuatro o cinco cajas enteras de un bar que hayamos apalancado, quitándoselo a los ingleses que dan la vuelta al mundo en sus yates, viniendo de Jamaica y con rumbo a Wellington, tomando el sol y embriagándose. Pero nos gusta más el aguardiente de caña. 

Te gustamos los muchachos como amigos y compañeros, no o no tanto para que follemos juntos. Nosotros lo hacemos mucho entre nosotros mismos, porque somos todos jóvenes y el cuerpo  no espera, pero me parece que lo hacemos con más entusiasmo que tú, aunque sólo sea por conseguir pronto el orgasmo y por podernos ir a otra cosa. 

Follamos sobre todo a la hora de la siesta, cuando hace más calor y parece que el cuerpo se despierta mientras que la cabeza se adormece después de haber comido lo que haya caído. Nosotros nos tumbamos pero pronto estamos medio incorporados, sudando y masturbándonos mutuamente como monos. 

Tú, a veces, te abrazas mirándole a los ojos a alguien por quien sientas especial cariño –cosa que no hacemos los demás y que, por sí sola, te define como jaira- , y hasta lo besas y te deja que te bese durante horas, según parece. Le besas las mejillas, la comisura de la boca, los labios, la nuez de Adán, los antebrazos velludos, la parte blanda y suave que por detrás son los codos, las muñecas, cuando sus manos abandonadas se ofrecen ante tus labios como si estuvieran crucificadas, pero si a él le pueden gustar durante algún tiempo esas caricias, pronto se despierta del todo, porque es un hombre, ya sé que tú no y necesita ir a lo que quería ir desde el principio. 

Y entonces tú te desanimas de pronto, y te vas a donde sólo tú sabes, y le dejas hacer, y él es quien suda y trabaja y se agita y empuja, mientras que tú haces tuyo el privilegio de las mujeres y dejas que él se agite mientras tú yaces inerte y como mucho de vez en cuando le besas como si le dieras un beso de los que le has dado antes, pero ya fuera de tiempo. Termina, y él se queda agotado y se duerme junto a ti, mientras tú te incorporas, descansada, y arreglas tu ropa, arrugada y sudada sobre tu cuerpo, y te ordenas un poco el pelo negro y precioso sobre tus ojos llameantes, antes de levantarte y dejarlo allí, dormido sobre la colchoneta. 

Porque tú eres una jaira, una verdadera jaira, y todos los muchachos de la pandilla sentimos que eres una jaira, una más de las muchachas que también nos acompañan y también se nos entregan y también roban con nosotros. 

Sé que también has tenido que ver con alguna de ellas, alguna vez y sé que tampoco te ha vuelto loca, aunque haya sido agradable. Te has puesto delante de ella, a mirarla, y ella delante de ti, y has visto la juventud ansiosa de sus ojos y te has fijado en el peso de sus pechos. 

Usando también el privilegio de las jairas, que sois mujeres sin serlo, te has dejado inclinar poco a poco hacia ella, y ella también hacia ti, cerrando sus ojos, hasta que habéis notado los cuatro labios juntos y entonces os habéis besado muy suavemente, sintiendo tú que ese beso era mucho más frutal y fresco que los que les habías dado a los muchachos, duros y fuertes y olorosos a sudor. 

Puede ser que después de haberos besado las bocas los cuerpos también se hayan acercado y tú hayas sentido sobre tu torso el blando contacto de los pechos de ella, más bien desconcertante y como bivalente. Y si habéis seguido acercándoos, también se han tocado los vientres y entonces ha resultado evidente para las dos que ambos eran planos, como si la cuchilla invisible siguiera presente entre vosotras, separándoos, o como si hubiera una lámina de frío cristal. 

Tú, puedes haber deseado que la carne os uniera, una carne que no existe, y a la que, para sustituirla, habría que recurrir a dedos o a la lengua, o a las caricias ansiosas y desesperadas por su inutilidad. Pero lo que desde  luego no has deseado es verte al lado de ella, haciendo con tu belleza y tu gracia misteriosa y sombría los movimientos que también los muchachos han hecho sobre ti. 

Te parecen feos y ridículos e indignos de ti. También por eso eres una jaira. No has hecho el camino desde el despacho de tu padre, situado en el Boulevard, y destinado a que tú lo heredases, hasta el barrio de las chabolas, y no has puesto tú misma la cuchilla sobre tu cuerpo, llevando la mano del ejecutor, para tener que agitarte como lo hacen los infelices de los perros sobre sus resignadas perras. Eres una persona, eres una jaira, y no quieres tener nada que ver con el sexo tal como es.  

Kim Pérez 17-04-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                       Mares

 

Sentado/a, frente al mar blanquecino, en lo alto de las rocas oscuras, miro hacia el horizonte que se dilata como una ancha concha y permanece inmutablemente tranquilo, inalterado lo mismo que un desierto lunar, vacío de cualquier nave, pertinazmente claro y hueco. 

Un tiempo detrás, lo cubre en toda su amplitud una niebla que se desprende repentinamente y cae como una sucesión de telones de gasa más blanca todavía que sólo permite sentir la vecindad del infinito, pero de una región donde cualquier forma está ausente. 

Qué bello sería ver entre las gasas de pronto una sospecha, luego unos trazos sueltos, finalmente desprenderse los tres mástiles, las velas colgantes de una fragata, que emergiera  haciendo sonar además la voz tenaz de una grave cuerna para despejar el vacío. 

Sin embargo, mientras el frío y la humedad  hielan mis pobres huesos, sólo veo y sólo veré como mucho el medio redondel de nácar de este mar y sólo sabré que es el vestíbulo de un infinito en donde quisiera entrar. 

Soledad ésta que representa muy exactamente la de mi corazón, que está ávido de presencias y nunca las ve desvelarse entre la niebla. 

Las novelas conocidas suelen ser de amor o de desamor, lo uno y lo otro lo único verdaderamente bello que hay en la vida de los humanos. La mía tiene que ser de noamor, que es lo único que se puede representar con ese mar tan vacío, porque el costo de mi ambigüedad ha sido prohibirme cualquier forma de amor. 

No se me ha quedado nunca en la mente ni un  rostro como una foto fija, no me ha obsesionado de día y de noche, no sé lo que es el deseo que no deja respirar, porque soy ambigua, estoy a medio camino  en mi cuerpo y no tengo deseos por nadie. 

No he amado verdaderamente a nadie, ni hombre ni mujer, y no sé si esta condición vacía, en que he deseado continuamente ese amor infinito pero nunca he conseguido pasar de las primeras impresiones, es tan bella como lo es este mar terrible que la representa. 

Acabo de ver en televisión las primeras imágenes que se fotografiaron de Marlon Brando, muy joven, moreno e inseguro, pero hábil para mirar tenebrosamente a la joven actriz secundaria que fue su partenaire y de besarla absorbentemente. 

Hombres y mujeres podían quedarse con estas imágenes clavadas en su cabeza durante meses, en la soledad de sus camas o en la compañía que sustituían de otro partenaire menos relevante y pudieron ser la contraseña con que vivieron su juventud. Me acuerdo de que un muchacho se volvió literalmente loco después de verlas por primera vez y se quedó tocando la guitarra sin parar toda su vida; y una muchacha contó que se hizo prostituta porque pensaba que era la única probabilidad entre no sé cuántos millones de dormir alguna vez con Brando. 

Yo no; esas imágenes se pueden quedar en mi memoria pero no en mi alma. Con cualesquiera otra sucede lo mismo. 

Pienso en Philippe; me hubiera gustado conocerle cuando yo todavía estaba en esta playa, gozando ingenuamente de ella como del futuro en que pensaba en ella; él que me dio sin embargo tan misterioso afecto y tan clara seguridad; a quien yo admiraba porque siendo un muchacho de mi edad sabía infinitamente más de la vida oculta tras las anteventanas y tras los jardines de césped de lo que yo podría saber nunca; Philippe, milagrosamente guapo, y ante quien sin embargo una última barrera me retenía. 

Barrera que surgía mucho más inmediatamente cuando se trataba de alguna de aquellas  muchachas que, en cuanto las conocía, tardaba cinco minutos en encontrar un defecto infranqueable que me apartaba de ellas; pero quizás, no tanto de Michèlle, quien me hizo descubrir que existen los besos adultos, aunque seguramente no se los daba a ella, sino a alguien sin forma que estaba detrás de ella. 

O incluso en la de Anne, a quien se le cortó la voz cuando nos despedimos, mientras en mis ojos brotaban unas lágrimas. 

Pero las imágenes de Philippe y de Michèlle o Anne, por lo menos, rompen en mí como las pequeñas olas transparentes y casi silenciosas que son las únicas que este mar se permite; se levantan un par de palmos y vuelven a caer sin fuerza, pero dejan ver la gravilla brillante que hay en su fondo. 

La ligera música de tales olas resuena en mi memoria, y dejan vivir algunas algas de un verde esmeraldino y traslúcido por el que el sol de encima del agua llega hasta el centro de la vida. 

No sé; frente al mar estoy rodeada de fantasmas, que es lo único que puede rodearme. No sé si me tocan, ni si tienen alguna realidad. Para los otros habitantes de este planeta es normal enamorarse, tocarse, acariciarse, unirse, incluso se permiten el lujo snob de menospreciarlo o de señalarle defectos, mientras que para mí es lo que la fortuna esconde a los hambrientos (incluso los hambrientos de este mundo tienen sexo y yo no), una lengua extranjera que suena musical e incomprensiblemente, la lengua de los pájaros. 

También entre los fantasmas, sentado a mi lado, los pantalones demasiado agitados por el viento, puede estar ese hombre tranquilo y alto, cuya seguridad se parece a la de mi padre, que mira también el infinito del horizonte, como yo, pero que sabe lo que hay más allá de él. 

Todos los gestos con que se dirige a mí me indican buena voluntad y una consideración de lo que ve en mí. Lo que también hay de infinito en nuestra diferencia, entre la gracia y la fragilidad que me configuran como esculpida por la brisa a la vez que me impregno con su fuerte paz.  

Pero no puedo decir más de este hombre porque recuerdo que es un fantasma y que su existencia se limita a mi pensamiento. No deja de estar cerca de la realidad, puesto que puedo ponerle las sobrias y contenidas facciones de Gary Cooper y sus largas piernas; quizás sosteniendo entre sus manos un largo sedal con el que pesca tranquilamente sentado en las rocas cerca de mí. Si Gary Cooper ha pertenecido a la realidad, este hombre a quien no puedo ponerle nombre ni cara, bien pudiera estar cerca de materializarse a mi lado, porque también se parece al duro Coronel que personificó Al Pacino. Estos actores tienen cara, piel curtida en las mejillas, rictus en la boca, y por tanto pueden hacerse palpables. 

Pero lo que lo hace ser él no es su rostro, sino esta seria ternura que es capaz de demostrar hacia mí y que unida a  mi admiración reverente me da literalmente la vida. Él no sólo sabe pescar, sino también navegar en una barca de pesca, por lo que presenta ante mí una embarcación velera de la manera más inesperada: con nosotros a bordo, por ese mar que se vuelve entonces azul y refleja una brizna de sol en cada ola que lo pellizca. 

Ha habido tambien otras personas que me han hecho conocer el afecto,  como Antonio el Viejo, que me sonreía debajo de su bigote entreverado de gris y negro, o Antonio el Joven (aunque tenía más de cincuenta años), para quien yo debía ser como un joven magnolio recién plantado en su jardín y que debía crecer para romper en grandes flores blancas, deslumbrantes de aroma que acabaron por no nacer. 

Su cariño es tan modesto que no se puede representar con mares ni con navíos, como mucho con los cantos planos de la playa, que están sin embargo lamidos por el agua, que ha dejado en ellos un saborcillo salado perceptible a la lengua, como una lejana caricia. 

Así, desde las peñas en que descanso, pueblo mi imaginación con distintos nombres; pero no puede quitárseme del pensamiento que, delante, sólo tengo el medio círculo de agua y la tierra desierta a mi alrededor.

Kim Pérez 10-04-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                Belleza loca

 

(Capítulo primero de una novela inacabada) 

La noción de belleza que primero se me viene a la cabeza es la de los balcones de la gran casa de mis abuelos, abiertos a un extenso arbolado que se prolonga en áreas sucesivas. Es primavera y el cielo está azul y hay pequeñas nubes blancas que le dan un contrapunto de ligereza y gentileza. 

Los balcones de hierro negro elegantemente torneado en barras retorcidas y rombos volutados, aunque con los ángulos polvorientos, se convierten fácilmente en mi imaginación en una lonja de columnas, bajo el noble alero, abiertas al verdor del espacio. No es irreal: esa lonja existe en la casa de al lado, cincuenta metros más allá, la casa palacio de Doña Blanca, mi tía abuela, sugiriendo que por la noche trepen hasta ella las enredaderas y llegue el sonido cadencioso de las aves, que son los pequeños mochuelos que emiten sus suspiros suaves a la vez que penetrantes, pero que yo siempre he imaginado que eran cucos rítmicos. 

En el quicio de uno de los balcones o de la lonja imaginaria, precisamente en el del dormitorio de los abuelos, me imagino apoyado yo. 

Es en la hora fresca de las once de la mañana de un veintiuno de primavera. Mi cuerpo es largo y esbelto, vestido de traje entero y corbata, pero en mi rostro, un poco doblado hacia un lado, los ojos están cerrados y hay un abandono que se puede calificar a primera vista de femenino. 

Sin embargo, ese abandono es un símbolo de mis deseos; cuando me veo, ya al otro lado, no he tenido que abandonarme nunca, porque aquellos deseos son ya la realidad y me sitúan en otro muelle. 

Mis pestañas son largas y negras, entre los párpados unidos, bajo la prominencia ocular que repite el mismo diseño del monte de Venus y la línea de la vulva. 

Mis ojos, cuando se abren bajo ellos, son negros y llenos de vivos reflejos, de perspicacia. Son grandes también y pueden compararse a la noche, sin que resulte desproporcionada la metáfora. 

Puedo seguir describiendo mi cuerpo, con un placer a la vez narcisista y trascendentalmente estético. Lo puedo describir con todo detalle. 

Mi cabello es negro también, suavizado por ondas, de las cuales una cae sobre mi frente, de piel clara que deja escapar un destello amarillo. 

Mi cuello es largo y delgado, un cuello císneo que sostiene una cabeza de líneas ovaladas, la clase de perfección que despierta tantos odios que ha sido muchas veces guillotinada. 

Bajo mi cuello, mi torso es largo y delgado, con una larga hendidura en toda la longitud del pecho que deja que se levanten a un lado y otro dos suaves y verticales lomas, algo amelocotonadas, en las que no nacen más que algunos dispersos vellos oscuros, que dejo ahí por que alimenten mi ansiedad. 

Los hombros son finos, triángulos escalenos ligeros sobre las clavículas, de los que nacen brazos que jamás han perturbado sus líneas suaves (ensanchadas sólo en el codo y su espacio anterior) por un músculo perceptible. 

Soy una persona sin músculos, ¿cuánto dice eso de mí) 

Según me voy describiendo, no me veo ya vestido con el traje elegante con que he aparecido travestido al principio, sino sencillamente desnudo, en la desnudez permisiva de las noches de verano ardientes, cuando cada cual hace sus locuras libremente en una casa cerrada por el ensimismamiento de las demás, lo que permite que puertas y balcones permanezcan abiertos, sin que nadie tenga fuerzas, en medio del sopor de la noche o del calor del sexo para salir a robar casas ajenas. 

En esta desnudez, me puede cubrir también una túnica de gasa transparente, con la que seguiría estando desnudo, pero más musicalmente, apoyado en el quicio con hombros y caderas, en un lánguido abandono,  pero sobre todo, con la que podría disimular mejor, entre sus pliegues superpuestos y así menos translúcidos, no ya el vientre largo y delgado, generado por el ombligo de suave hondura ante los dedos, sino lo que viene a continuación, unos genitales inesperados e inapropiados, una honda cavilación de muchos días y muchas tardes en medio de la fealdad de otros lugares; y por otra parte algo que extiende las posibilidades de la belleza de mi cuerpo, pero también su fealdad de hecho, las piernas que continúan la proyección del cuerpo, aunque largas y delgadas, que tampoco me parecen hermosas, demasiado flacas y rectilíneas, demasiado informes, como tubos de hueso y carne pálida, doblándose en unas rodillas prominentes y angulosas como granadas de mano y extendiéndose en su extremo en unos pies considerables, nuevos triángulos poderosos; para colmo, las cubre un  vello relativamente denso y, si por lo menos, los pies estuvieran descalzos… 

Sin embargo puedo poner aquí lo que ya veo en  mi imaginación, cómo esos sombríos genitales se desvanecen, cómo mis piernas se suavizan y redondean, y cómo me quedo, ligeramente envuelta en la gasa, a la espera de algo indeterminadamente poderoso que llegue sobre mí y me envuelva. 

Pero como dije antes, estoy vestido, con un traje elegante, de lana casi negra, pero que se mantiene en el gris, acordado con una camisa blanca y con una corbata con discretas diagonales. En mi aspecto formalmente masculino, sólo las manos delgadas y de larguísimos dedos dicen con una suave melancolía que no es todo como parece. 

Sin embargo, todos los que mirasen esta imagen mía, por ejemplo, hasta muchos años después, recogida en una melancólica fotografía, dirían que en mi figura está lo femenino, como manando de debajo de tierra y dejándose ver inquietantemente entre las convenciones de lo masculino. 

Una especie de halo, porque es muy difícil definir dónde empieza la luminosidad especial y dónde termina. Algunos, incluso, llenos de hostilidad, lo negarían, y dirían que ven sólo una figura de maricón. Como es natural, si lo dijeran me sentiría halagado de esta confirmación, incluso a los ojos de mis enemigos. 

Mirándome, siento en mí lo siguiente: mi consciencia, que es más que mis ojos, que son los ojos con que mi mente ve lo que están viendo mis ojos, debe tener una coloración masculina, porque le complace lo que ve en el quicio del balcón del cuarto de los abuelos, este cuerpo a la vez recostado y medio incorporado con una gracia natural. 

En principio, yo, que no soy nada más que estos ojos que miran y estos ojos que miran lo que ven estos otros ojos, puedo amar algo que no soy estrictamente yo que es el cuerpo que casualmente aparece delante de mi mirada, sorprendiéndome cuando lo veo en el espejo, en este caso, agradablemente. Pero también podría ver con angustia un cuerpo que me desagradara, que fuera feo y desangelado, y sin embargo seguiría siendo mío. Es decir, mi cuerpo no soy yo, y este amor por tanto es legítimo y de él puede salir una experiencia muy metafísica, aquella por la que una consciencia valora sorprendidamente el cuerpo o máscara que responde a sus estímulos y cumple obedientemente sus órdenes moviéndose ante la sábana blanca del foro, fuertemente iluminada por un foco al fondo, dejando ver en este caso su inesperada belleza, la gentileza con la que el Destino se ha portado conmigo, dejándome llevar la belleza por dondequiera que voy, iluminando los bares y las vidas con mi presencia, con cada palabra con que condesciendo, como si fuera una misión apostólica. 

Lo que me ocurre es que no tengo fuerzas de momento para mantenerme en esta metafísica, para la que habría que tener la capacidad de concentración de un cartujo (o de dejarse llevar) 

Me incorporo desde el balcón o la columna segunda por la izquierda de la lonja y miro mis manos delgadas, por el dorso y luego por las palmas, extiendo ante mí los dedos que sé que son mis dedos, los que muevo, el gesto universal de la consciencia de sí, anterior a los espejos, más decisivo por tanto que ver en ellos el propio rostro, aquél por el que un ser dotado de pensamiento piensa “yo soy yo”, lo que significa “yo estoy aquí”, dentro de este cuerpo, “éstas son mis manos”, como compendio de “éste es mi cuerpo”. 

En cuanto lo pienso así, me salgo de mí y veo lo que hay alrededor y constato que estoy solo, lo que no deja de sorprenderme. No tengo a nadie que haga eco a mis pensamientos, no puedo compartir mi vida en un vaivén de comunicaciones que empiece por mirar a alguien mirando este día claro, primaveral, con la misma admiración y alegría con que yo lo miro. 

Salirme de mí es salir de toda metafísica y entrar en el realismo más acuciante. Si en este momento, en esta hora (miro el reloj: son las cinco treinta de la tarde) estoy solo, ¿dónde puedo encontrar compañía, a qué teléfono tengo que llamar, a qué bar de ambiente tengo que prepararme para esta noche ir?  

Vuelvo a mirarme en el espejo, esta vez crítica y analíticamente. Miro mi rostro delicado y mis labios suaves y descoloridos. 

Si quisiera dar a entender lo que quiero que se vea en mí, debería maquillarme y pintar mis labios de rojo violento. Pero eso no ajusta con mi traje gris negro y mi corbata. Tendría que dejar caer estas prendas a mis pies, como se deja caer un vestido, simplemente dejándolo ir, dejando que se embarullen entre mis pies, para después levantarlos, descalzos, uno detrás de otro, con gracia, para apoyarse en el suelo frío, mientras a la vez pongo sobre mi cuerpo un vestido claro, con tirantes finísimos que sostienen su parte alta poco más por encima de mis pezones no desarrollados y mirar así con insolencia el juego de este vestido y esos ojos cercados de negro como una figura siniestra de película de terror antigua y los labios intensamente ávidos de rojo. 

Pero no me decido, lo primero porque todavía estoy dentro del armario y no me sería nada fácil dar con gracia y elegancia los pasos necesarios, pero sobre todo porque la asunción de estas convenciones sería tan inapropiada para mí como el traje elegante que llevo como una sentencia o un sambenito inquisitorial. 

Tengo que salir y me voy a la calle. Me he cambiado, pero a mi manera, me he puesto un jersey negro de cuello de cisne y unos pantalones de pana negros. Mi cara, levantada sobre el cuello de la prenda y subrayada por él, queda insólitamente blanca y mis manos son tan largas como blancas y abandonadas, jamás con un gesto enérgico, mientras que voy sentado, digamos, en el tren al que he subido en el Jardín del Luxemburgo, y donde a estas horas viajo en un vagón solitario, mirando las luces lejanas que aparecen tras la ventanilla y que se confunden con los reflejos de las interiores del vagón y con mi propia imagen, todo ello como un símbolo exteriorizado de los planos que hay en mi propia mente. Pero ahora exteriorizado. 

Cuando bajo del tren, y me lío en torno del cuello la bufanda negra que me pongo para que me proteja de los primeros frescos del otoño, que deja ver bajo una de sus vueltas algunos de los radios de la joya de bisutería que me he puesto sobre el jersey, que hace pensar en la flor que se llama estrella de las nieves, con sus destellos amarillentos y melancólicos, me digo que no soy tan diferente, mientras paso la portezuela y salto al andén, de aquellas cantantes de la moda existencialista. 

Me pregunto sólo si alguien sabrá verlo en el garito al que me dirijo, en las afueras, en un sitio convenientemente marginal en lo físico como para acoger al tropel de personas marginales entre las que me gusta estar. 

Callejones grises y despoblados, muros vacíos tras los cuales hay quizás lecturas y músicas, soledades de los metros empedrados que se suceden, hasta que al final, después de atravesar la puertecilla, está el bareto negro entre cuyas luces sé que podré encontrar quizá a la persona que quiero ver y por lo menos ver.  

Kim Pérez 03-04-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                           Travestís de la libertad

 

Los meses, los días se han amontonado a toda prisa, tal como suelen, y ahora que haces la cuenta resulta que llevas ya quince años viviendo como trans entre trans. ¿Tienes algo que contar y sobre todo hay algo que recuerdes siempre, que valga la pena que vuelva a tu cabeza una y otra vez, como el son de una canción, que recorre el cielo entero con su escalofrío; hay algo que te haga llorar al recordarlo? 

Lo primero que se me viene a la cabeza no lo viví yo y al contrario, fue algo que pasó mientras yo estaba en el peor de los armarios, el de la cobardía y el miedo a ser pobre, pero que acabó tocando un momento mi vida, como si fuera una mano tendida que la rozó con la punta de sus dedos. Sylvia Rivera, foto izquierda, una hija de puertorriqueños, rompió con todo lo que hubiera que romper para vivir como trans (entonces, en América, se nos llamaba a todas drags, como aquí travestis), tirada en las calles de Nueva York, como tantas otras. En aquellos años, yo había dado cautelosamente mis primeros pasos, más dentro que fuera del armario, pero Sylvia, con más suerte, también hay que decirlo, iba a un bareto llamado Stonewall, y con toda la rabia y la desesperación que para entonces había amontonado, arrastró a todas las mariconas a plantar por primera vez cara a la policía. 

Yo entonces ni me enteré, pero luego lo he visto en una película maravillosa en la que La Miranda es el personaje que representa a Sylvia, y he llorado tantas veces como la he visto.  Marginación, desgarramiento, desesperación, orgullo, valentía, izquierdismo (el joven y guapo homosexual, también desesperado, que levanta el brazo y el puño bajo su ventana) 

Luego, por algún don del cielo, Sylvia Rivera pasó un momento junto a mí en Bolonia, en el mismísimo año 2000, unos días antes del Orgullo Gay, como para decirme algo. Cenamos todas las trans que nos juntamos, (Beatriz Espejo también), una noche, y la otra también. Sylvia me regaló un disco grabado por una amiga suya. Nos separamos. Se murió. 

Una de las veces que vi la película, fue con mi amiga Lola la del Puerto, que también fue muy valiente y tuvo que aguantar todo lo que se quiera imaginar, y lo aguantó, en los años setenta. Entonces, al terminar de verla, con los ojos todavía llenos de lágrimas, me levanté y rompí delante de ella todos los papeles que podían recordarme las derechas.  

(Cuántas amigas tengo que si hubieran tenido que compartir sus recuerdos con Sylvia los hubieran encontrado idénticos. Cuánto envidio vuestra valentía. No tengo que decir vuestros nombres. Vosotras lo sabéis) 

Hoy la Argentina, con las valientes travestis que desafían policía y más, y asumen este nombre querido como bandera, o Chile, o Venezuela, o Guatemala, o México, siguen teniendo las calles que conoció Sylvia y que conocisteis vosotras, los miedos, los abandonos, las soledades, y allí no se ha vencido todavía ninguna batalla como Stonewall. También es verdad que los enemigos son más y más feroces y despiadados y entrenados. 

No hay allí lugar para la nostalgia, sólo para el presente y para el futuro. 

Pero también, qué hermosas noches de libertad y de pecado conocí yo en "la oficina" del Humilladero de Granada, negro y reluciente bajo la lluvia o el agua de las mangueras, donde trabajaban Andrea, guapísima, de largos cabellos negrísimos, y óvalos en su rostro y sus ojos, a quien le gustaba que la llamasen "puta", porque es un nombre de mujer, y junto a ella Paqui la Cuerpo, otra fugitiva del patriarcalismo gitano y mi amiga querida Sonia, también gitana, también huída, y Brenda, tan deslumbrante, una adolescente rubia a quien le iba de maravilla el nombre americano, y luego, unos años más tarde, donde conocí a María José, tan alta, tan delgada, tan segura, que me provoca sólo admiración y la chica de Santa Fe y aquella mujer agobiada pero elegante con la que hablamos una noche... 

Y las noches y las madrugadas clareantes de Sevilla, reuniéndonos después de la desafiante marcha a tomar café sobre el serrín de un bar que cerraba, con la compañía y el cariño de Merche, mi amiga del alma, orgullosa y despierta, con la cabeza siempre alta, como le ha enseñado su madre, y Miriam, que se había venido con nosotras desde Granada, y Jenny, que llegó de Madrid para estar a nuestro lado. Noche y libertad, como los anarquistas habían pedido tierra y libertad y mucho sexo, vibraciones de orgasmos y chorros de semen por las calles. 

Jenny, mi amiga más querida en el fondo de mi alma, mi otra yo, atravesando la noche de Madrid y recalando en el Max de madrugada. O en Granada en el Vértigo, de cortinones de cuero pesadísimos. O en Madrid, Mónica y Nancy, y sólo en un refilón intrigante, entonces, Juana. 

Lo que había de grande en todo aquello era desafío, locura y marginalidad. Mucha belleza, la del presente fugitivo, la única que siento y lo único que pasa por las ansiosas manos humanas. La racionalidad y el cálculo nos amenazaban a todas y de hecho nos arrancaron de allí. 

Yo seguí dedicándome al modelo de las trans integradas, respetables, y de hecho lo conseguí; arramblaba con las televisiones y sabía utilizarlas, para edificar en ellas la posibilidad de que entrásemos en el mundo burgués; yo entré, pero todo lo que había en mi vida de prodigioso, el Tony y el Paco, Mario y su novia, Iván, con quien tantísimo tengo que recordar y también llorar, Jaime, las noches de luz acuática del Ángel Azul, se me escapaba entre los dedos: sólo me aferré a Jorge y sigo aferrada. 

Racionalmente, Merche prefirió abandonar los aplausos que eran su vida y se casó,  Jenny también se casó,  y abandonaron la grandeza y la maravilla que había en sus vidas. Es natural, no todos somos capaces de vivir permanentemente la belleza de la incertidumbre, que es la libertad (Sólo Lola la del Sacromonte sigue haciendo estragos y desplantándose) 

Bueno, bien visto, también yo, ahora que estoy retirada y no tengo que darle cuentas a nadie, ni siquiera ser ya respetable, he llegado al momento de ser, por unos meses, por unos años, por unos decenios, quién sabe: libre.

Kim Pérez 27-03-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                           El factor biológico

 

He leído la teoría psicológica de una trans famosa, Charlotte Bach, foto izquierda, ya fallecida, que me parece complicada y, sobre todo, imposible de comprobar: es lógica, puede ser verdad, pero no hay manera de demostrar que es por eso y no puede ser por otra cosa. Yo misma he hecho teorías psicológicas y sociológicas y sé que ése es el problema: que puede ser, pero también puede no ser. Vamos, lo acabo de hacer al teorizar hace unas semanas sobre “Relaciones de poder en la transexualidad”, y no me convence del todo ni a mí misma. 

En cambio, recuerdo que la lectura de un libro de divulgación que trataba de las bases biológicas de las conductas humanas relacionadas con el sexo tenía o podía tener pruebas biológicas, lo que me daba una gran serenidad. 

Su título es “El sexo en el cerebro”, y está escrito por Anne Moir y David Jessel; un hombre y una mujer. La observación que más me importaba era la importancia de los niveles de testosterona en la conducta del hombre y de la mujer. 

Todo era un poco obvio, pero era importante verlo puesto con letras y con el respaldo de algunas observaciones comprobables, por la sencillez de los argumentos, frente a la turbulencia, la complejidad y la presencia de presupuestos políticos en las interpretaciones sociológicas o de generalizaciones incomprobables en las psicológicas. 

El concepto esencial para mí era éste: si un niño recibe en el vientre de su madre un flujo de andrógenos inferior a lo genéticamente preciso, cuando crezca mostrará un temperamento tímido, introvertido, algo llorica o sentimental, poco dado al movimiento y el combate físico, poco activo sexualmente, más bien soñador y frecuentemente homosexual. 

No he inventado la palabra hipoandrogénico, que es la que se puede aplicar a este caso. 

Lo mismo, pero al revés, sucede cuando una niña recibe durante su gestación un flujo de andrógenos superior a lo previsto. Entonces, cuando crezca, su temperamento será insólitamente descarado, extravertido, inquieto, combativo, sexualmente activo y frecuentemente homosexual. 

Tampoco me he inventado para esta condición el calificativo de hiperandrogénica. 

Es fácil ver, en uno y otro caso, que por las causas que sean (medicaciones de la madre y otras) lo que se produce de hecho es una intersexualidad que puede resultar más o menos fuerte. 

Los niños hipoandrogénicos hacen vidas apacibles, para las que la sociedad tiene previstos cauces y conceptos y no se suele dar por enterada. Pueden ser tranquilos poetas, o archiveros, o sacerdotes, o quedarse solteros o vivir discretamente su homosexualidad, si es el caso. 

Las niñas hiperandrogénicas se desarrollan en cambio explosivamente, jugando al fútbol con los varones o dedicándose a cualquier otra turbulencia y enamorándose disimulada o públicamente de sus compañeras. Tampoco la sociedad tiene que darse muy por enterada, cuando escogen trabajos que resultan muy liberadores de la mujer. 

En el terreno de la homosexualidad, los varones hipoandrogénicos suelen tener más o menos pluma y ser pasivos y algo afeminados. 

Las mujeres hiperandrogénicas homosexuales también tienen pluma de camioneras, no se arreglan ni se pintan ni muestran coquetería alguna y son claramente amachotadas. 

En todo caso, es la pura naturaleza lo que manda en todo esto, como resulta evidente por la presencia general de la persona, delicada o enérgica, mediante la inserción de paneles de información trocados en la vida de las personas. No hay resquicio para la culpa personal en algo con lo que hemos sido hechos, antes de cualquier decisión propia. Hay el funcionamiento automático de las hormonas que, como cualquier otra química, tienen un poder ingente para modificar nuestra conciencia y nuestro temperamento natural. Estamos en el terreno propio y puro de la intersexualidad, algunas de cuyas manifestaciones son tan sutiles que el cuerpo de la cultura social puede catalogarlas sin dificultad como dentro de lo normal, dando lugar como mucho a algunos comentarios que otros, “¿por qué no se casa?”, etc.  

La persona que está en estos casos se identifica a sí misma, sin dificultad, como varón o como mujer, aun conociendo, cómo no, sus peculiaridades. Son innumerables las personas que son así, quizás más varones que mujeres y nadie se hace demasiadas preguntas sobre todo ello, que todos en la sociedad tenemos perfectamente asimilado. 

Pero hay veces en que la formación de la identidad resulta conflictiva, tanto por la lucidez con que la persona se ve a sí misma como diferente, como por los choques sociales que esta diferencia puede provocar, especialmente en la niñez y la adolescencia. 

Entonces es cuando, en la niñez, se forma una identidad cruzada, o cuando, un poco más tarde, en la adolescencia, aun habiéndose formado antes una identidad en línea con el sexo dominante, a la que llamo identidad lineal, se siente el deseo de escapar de un formato identitario en el que la persona no se reconoce. 

Entonces, de desajustes, desacuerdos, disgustos o choques, nace lo que se puede llamar disforia de género y, dando un paso más en la conciencia de sí y del género, transgenericidad o transexualidad. No es en realidad más que una forma distinta de entender la intersexualidad de base: en vez de darle la primacía al sexo dominante o aparente y velar lo que hay en él de intersexual, se le da la primacía al otro sexo al que tiende la intersexualidad y se vela o se relega el sexo dominante o aparente. 

Cuestiones de intersexualidad biológica y de interpretación cultural de tal intersexualidad. 

La razón de esta deriva de la intersexualidad a la transexualidad esá clara: al no disponer en la cultura en la que se forma nuestra conciencia de imágenes definidas de esta intersexualidad, que no es nada del otro mundo, y a veces ni siquiera de los conceptos necesarios, es preciso situarse en uno de los dos casilleros que reconocemos; y si no nos resulta posible  situarse plenamente en el del sexo visible, habrá que situarse plenamente en el otro, al coste que fuere. 

En todo este proceso puede haber por tanto también explicaciones psicológicas, sociológicas y hasta lingüísticas, y tiene un sitio por ejemplo el estudio de las relaciones de poder al que antes me refería; pero no son las explicaciones básicas, sino las complementarias o secundarias. 

Cuando haya que buscar explicaciones sólo psicológicas o sólo sociológicas será cuando no se vean posibles explicaciones biológicas. 

Esto puede ocurrir en los casos de homosexualidad o transexualidad de hombres visiblemente androgénicos o de mujeres no-androgénicas. No voy a entrar a discutirlos, pero sólo quiero recordar que hay temporadas homosexuales o transexuales en hombres sometidos a un gran estrés. La explicación psicológica puede ser evidente: si el estrés incluye unas relaciones muy “macho-alfa” con las mujeres o la necesidad de demostrar continuamente una altivez masculina, puede ser que se incube una nostalgia de la vida de mujer, como menos competitiva, más protegida, y que, llegado a cierto umbral de fatiga y agotamiento, se pase de los pensamientos a los hechos. 

Lo normal sería entonces (y la prueba de la verdad de esta teoría concreta), que pasada la temporada de estrés, se rehiciera poco a poco la identidad masculina, íntegra y plena. 

Por el contrario, una identidad cruzada que se afirma cada vez más, en períodos de estrés y de no estrés, puede expresar claramente la naturaleza intersexual que la funda.

http://www.charlottebach.com/

Kim Pérez 21-03-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                               Gisberta

 

El 22 de febrero, miércoles, de 2006, de noche todavía, muchas trans  se levantan, se ponen sus faldas difícilmente conquistadas, y se van a su trabajo. 

Muchas más se están desnudando, ponen la ropa en una  silla y se acuestan después de una noche de trabajo en la calle o en el apartamento anunciado en la prensa. 

Todavía muchas más se están mirando en el espejo, afeitándose y mirando con angustia el rostro disfrazado masculinamente que se refleja en él. 

Mientras amanecía y cada una íbamos a seguir nuestra vida, hacía ya quizás varias horas que una trans, una trans sola, había sido arrojada a un pozo, todavía quizá viva, se había ahogado y ya puede que descansara por fin en paz. 

Acababa de pasar una pasión terrible. Había sido acosada, una vez más, asustada de noche en su pobre refugio, un rincón en un edificio sin terminar y abandonado, pero esta vez todo había ido más lejos y la habían violado con un palo, que le produjo terribles desgarraduras y le habían quemado el cuerpo con cigarrillos. ¿Cuánto pudo durar este terror, esta pesadilla? 

A cualquiera nos puede pasar, pero a ella le llegó.  Sus agresores eran una banda de muchachos, tan marginales como ella, que habrían conocido miserias parecidas y estaban internados en una institución católica; alguno de ellos había contado que un pedófilo le había hecho proposiciones y habían salido, sin más, a nuestra caza. ¿Lo supieron antes los responsables del internado? ¿En caso afirmativo, les dijeron lo que habrían tenido que decirles? ¿Los contuvieron, los sujetaron, les exigieron? 

La historia de Gisberta, foto superior, había empezado como cualquiera de las nuestras, y no hace falta imaginársela aquí, porque cualquiera de nosotras puede recordar su vida de niño-niña y luego sus ilusiones y sus dificultades. 

Luego se pueden suponer las razones que la trajeron a Europa, desde luego por alguna esperanza, porque no se deja el propio país si no se confía en una vida mejor, y cómo fue acabando todo en la miseria, la enfermedad, el abandono (la soledad debió de ser una palabra que se quedase corta), la intemperie… 

Pero todo, para tener que conocer y vivir con detalle ese final de su existencia. Pobre trans, una de nosotras. 

Hemos visto una foto suya de hace unos años, en la que se la ve muy guapa, la cara cuidada -¿operada de la nariz?- , el aire gracioso y un poco descarado de la gente feliz, y tenía motivos para ser feliz con su irradiación pelirroja y sonriente, feliz como puede serlo una trans guapa que puede vivir como trans, comiéndose el mundo, habiendo viajado a otro continente y vivido muchas cosas fascinantes; aunque  si se piensa, tal vez sus ojos contenían ya cierta tristeza y algo de miedo al presente y al futuro. 

Pero no quiero quedarme en su recuerdo, sino sacar de él conclusiones para nuestro presente y también para nuestro futuro. 

Cualquiera ve oleadas de odio a su alrededor, odio en sus asesinos, que sólo han aprendido en la vida a odiar, y hacen lo que se hace con el odio, hacer mucho, muchísimo daño, y matar, y odio en quienes ahora callan y no quieren volver a hablar del asunto, los periódicos y las clases medias y acomodadas que los compran. 

Pero hay un odio más sutil, que no se ve apenas, pero que quienes han dado la noticia han visto agazapado, pero aún así, no del todo, no en toda su horrible magnitud: el odio de la Iglesia Católica hacia las trans y los gays , comenzando por lo más grave, que es querer vernos como pecadores, con lo que no podemos muchas veces valorarnos ni respetarnos ni tener esperanzas, y se nos abre el camino a todas las desesperaciones, como la droga por ejemplo, y siguiendo por  enseñarles a los demás que somos antinaturales y, por lo tanto, que si nos pasa algo, nos habremos buscado lo que nos pase. ¡Pobre Jesucristo, el último cristiano! 

La Iglesia Católica ahora pesa menos, pero ha pesado mucho, y ha formado nuestra cultura, en un sentido muy poco cristiano, muy poco amante. De esta manera, se puede comprender que una criatura nacida en un país alegre y abierto como Brasil, que comprende seguramente desde sus primeros años que no es como los otros niños, no encuentre en su niñez ni en su adolescencia apoyo, ni comprensión, ni cariño, cosas tan elementales que a los otros niños se les prodigan, y que luego tenga que buscarse la vida como una batalla y una guerra, entre burlas e insultos, como los que también hemos oído nosotras o peores que los que hemos oído nosotras, en la marginación, con muchas probabilidades de no encontrar un trabajo corriente y de ser derrotada en tan desigual combate, sin que una mano humana ni mucho menos cristiana se haya conmovido por ella y la haya ayudado… ¡sino que incluso se hayan buscado atenuantes, en su condición, para quienes la han matado! 

¿Hay atenuantes para matarnos, porque somos gays o trans, como piensa, o peor, siente, ese sacerdote supuesto educador de los asesinos? 

¿Qué se puede hacer ahora? En medio de muchas cosas útiles, como escribir en particular a los periódicos silenciosos y a a los no silenciosos, os diré las dos más importantes. 

La primera, que se sepa. Que lo digamos en todas las partes que podamos, en los foros en que entremos. Que se sepa lo que es una vida de trans. 

Y la segunda, no olvidarla. No podemos olvidarla, por ella misma. Que le demos compañía con nuestros recuerdos, ella que no la tuvo por lo menos en ese final de su vida. Se le puede hacer compañía a los muertos, acordándonos de ellos. Tampoco por nosotros. Necesitamos, los trans y las trans, imágenes puras de lo que es la vida de trans y Gisberta nos da una. 

Existen otras, más glamurosas o más exitosas, en general, pero Gisberta nos dice cosas que, cuando hemos vivido algunos años, sabemos que están en nuestro corazón. A ella, si pudiéramos encontrarla viva, nos daría la impresión, como con todas las trans, de que “ya nos conocemos”. 

Y en medio de tanta miseria y tanto fracaso, acordarnos de que quizás, después de todo, en medio de hambre, piojos y frío, Gisberta se decía a sí misma lo que decía mi amiga Sonia, cuando con veintidós años estaba casi en el borde de la miseria más total: “Pero soy mujer”. 

Éste es el grito de guerra de las transexuales, el que jamás será vencido. 

Kim Pérez 13-03-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                          Feinberg y Robin´s

 

Leslie Feinberg ha sido culturista; un día se hizo una fotografía en la que aparece con la típica pose, de tres cuartos, el pelo a cepillo, el brazo derecho levantado en forma de ele mayúscula, el izquierdo a juego, el torso medio de frente, la pierna derecha adelantada y la izquierda atrasada, el cuerpo entero muy musculazo y haciendo violentos contrastes de sombra y luz, y los brillos del aceite. Por supuesto, desnudo como su madre lo trajo al mundo, excepto por un mínimo tanga negro que sólo llama la atención por ser completamente liso, por ceñirse al vientre y desaparecer bajo la ingle en completa lisura. 

Esa fotografía, con las luces y las sombras decorativas del fondo, se ha vuelto un icono (ahora inencontrable) de los transgéneros americanos, por esa razón. Porque Leslie no oculta que carece de genitales masculinos, incluso lo subraya con el color negro de su tanga. 

No tuvo inconveniente en hacerlo ver; más bien, lo necesitaría. La foto era un banderín de guerra, porque no en vano él se considera  sobre todo un guerrero. “Transgender Warriors” fue el título de la obra con la que dijo entonces lo que quería decir, y así sigue llamándose su página, que no es por cierto nada del otro mundo. ( http://www.transgenderwarrior.org/ )

Su combate está bastante claro y es indiscutible: el derecho a ser él mismo, por encima de los códigos sociales, demasiado binarios en nuestras cuestiones.  

Lo transgenérico, por encima de lo transgenital. Es cierto que él debe de haberse operado el torso, que resulta modelado muy masculinamente; pero no ha necesitado y no ha querido llegar más lejos. 

¿Qué es Feinberg? ¿Un hombre inacabado? ¿Una mujer masculinizada? Ni lo uno ni lo otro: es un transgénero perfecto, y le cabe una belleza especial, la transgenérica. 

En su página pretende hacer ingeniería lingüística con los géneros del lenguaje inglés, intentando encontrar o crear unos pronombres que correspondan a su realidad. En español tenemos el pronombre ello y el artículo lo, pero sería también complicado usarlos. Es mejor simplificar las historias, usar por ejemplo el masculino en casos como el suyo y dejar que los hechos señalen los significados. 

La otra transición fue visibilizada también, hace ya algún tiempo, por Eva Robin’s, la Bibiana Fernández italiana por lo mediática (El genitivo sajón al final de su apellido es un desastre idiomático, que no viene a cuento de nada y una coquetería personal que debe ser respetada) 

Tengo un par de fotos bellísimas de ella. Una, procedente de una película, "Evaman", título ya explícito, de Antonio d'Agostino, la muestra desnuda por completo, con el aire extenuado de la Roma antigua, los cabellos largos, la mirada hacia abajo, cansada, en su delicadísimo rostro, los labios entreabiertos de agotamiento, un cuerpo largo pero suavísimo en el que los brazos caen sin un músculo, la pìel nacarada, los pechos hermosos, la línea del vientre suave, desde el ombligo, en la ingle un pene inerte que acompaña al descenso de las lisas caderas y las dulces piernas. 

En la otra, que es un posado ante R. Granata, emerge de las lisas aguas del mar, la mirada apretada bajo el sol del verano, el pene justo tocando el nivel del agua, los pechos deslumbrantes, los brazos finísimos, los cabellos bien peinados, largos y sueltos extendiéndose sobre sus hombros, algo de insolencia en su expresión, unos toques de turquesa en el cuello y las muñecas, y las caderas escurridas, muchachiles,  algo muy suyo. 

Lo más sorprendente de ambas fotos es la naturalidad de su belleza. No es preciso hacerse preguntas; todo es suave y fluido; el pene resulta armónico con el conjunto, debe haber estado allí, es lo que va con la persona que aparece en las imágenes, lo que significa su singularidad y su hermosura. 

(No lo diría todo completo si me callara que en Bolonia, en el 2000, me encontré de pronto, yendo con unas amigas, con Eva, que había llegado paralelamente o que vivía allí, y con quien cruzamos unas palabras distraídas antes de que siguiera por su lado y nosotras por el nuestro; es muy pequeña de estatura y toda su gracilidad es natural; resulta muy femenina en todos los caracteres secundarios y es un prodigio de la intersexualidad humana) 

Resulta increíblemente consciente y explícita acerca de su ambigüedad. En una entrevista con Bruno Loren en "Interviú", dice que no se encontraba entre los hombres y que descubrió su modelo al ver por primera vez a una travesti. No quiere renunciar a sus genitales, que le agradan y por los que siente una especie de cariño y se considera como un hermafrodita; se imagina, en su ancianidad, como volviendo a una especie de masculinidad asexuada, lo que supone que una identidad masculina sigue extraordinariamente operativa y reclamando su derecho a existir, en el centro de esta representación  teatral y a la vez deslumbrantemente sincera, que está siendo su vida.   

No hace falta decir que Feinberg es fiel a sí mismo y Eva también; entra las y los trans hay muchas personas muy diferentes, pero en nuestra sociedad democrática ya todas y todos tenemos la posibilidad de ser bastante fieles a lo que somos.

Kim Pérez 06-03-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                  Ética Trans

 

Cuando estoy a punto de echar el cierre a la tienda y jubilarme de mi trabajo como profesora de Ética, es el momento de hablar de la Ética que he enseñado, porque me parece que es una ética profundamente trans, profundamente humana pero surgida muy especialmente de las experiencias trans, por lo que los y las trans estamos en mejores condiciones para comprender los puntos fuertes de los que nace. 

Es una Ética que empieza por la realidad interior del ser humano, como contrapuesta a su realidad exterior. 

Lo que te hace humano es descubrir que tienes un espacio interior, que sólo tú puedes conocer y que es diferente de todo lo que se puede ver desde fuera, el mundo exterior, comprendido en él tu propio cuerpo. 

Esta extrañeza incluso respecto al propio cuerpo no puede ser más trans. Pero además es lo más humano que existe, puesto que un ser humano es, sobre todo, una consciencia, que se despierta en medio de unas circunstancias que no ha decidido, porque no son de su voluntad, con las que se ha encontrado al llegar a este mundo: un sexo, una familia, una nación, una época... 

Una de estas circunstancias, de las más fundamentales, el sexo, no les parece a los heteros una circunstancia, sino una parte tan profundamente unida a su ser, que no pueden imaginarse de otra manera, con otro sexo, nítidamente.  

Otra cosa es lo que nos pasa a los y las transexuales, para quienes el sexo con el que hemos nacido o el género que se nos adjudica socialmente no acaban de ir con nosotros. Eso es lo que estimula grandemente la aparición de nuestra realidad interior, en protesta contra la exterior. Por eso podemos descubrir con mayor facilidad que otras personas más conformes consigo mismas que el ser humano, en realidad, es sobre todo una consciencia que habita en el tranquilo espacio negro de su mente, donde nadie entra salvo yo y que veo con la mayor claridad cuando estoy en mi cama, los ojos cerrados en medio de la oscuridad de la noche y viendo sin embargo el tropel de mis pensamientos, mis deseos o mis angustias, que a veces tienen muy poco que ver con el cuerpo que me reviste como una máscara. 

Para nosotros, el verdadero disfraz es nuestro cuerpo desnudo y no digamos cuando lo ves viejo y ajado y sientes ansias de vivir.  

Sobre la base de esta experiencia se puede construir una ética, porque cualquier ética, o bien se basa en observaciones racionales acerca del mundo exterior, de lo social, lo político, lo económico, lo que produce sufrimiento, lo que produce bienestar, o bien se basa en la observación de nuestro mundo interior, en lo que somos especialistas las personas trans. 

En nuestro mundo interior descubrimos por lo pronto su primacía respecto al exterior, puesto que nuestra condición es el sufrimiento con respecto a lo exterior y a la vez nuestra voluntad de imponernos, nuestra rebeldía innata basada en los derechos interiores. 

A muchas personas más conformistas les parecerá inapropiada esta rebeldía; pero sólo nosotros sabemos en qué grado de sufrimientos interiores se funda, por el desajuste que percibimos entre nuestra realidad interior y la exterior, lo que nos lleva a la evidencia de que el conflicto sólo se resolverá sometiendo el mundo exterior al interior; no al revés; algo profundamente humano. 

En la experiencia trans, hay que tomar decisiones, y en particular la gran decisión, tanto si se decide que sí como si se decide que no, el cambio de género o de sexo, que puede tirar por alto nuestro mundo social, todo lo exterior (quiero decir que puede haber una decisión por el no, distinta a la indecisión que a veces nos agobia durante años) 

Ésta es la experiencia de la libertad, el paso interior de la indecisión a una decisión, sea la que fuere. Sabemos que somos libres, porque la decisión, en cualquiera de los sentidos, será siempre nuestra, lo mismo si  decimos férreamente sí al cambio, como si nos decimos que no. 

Y esta decisión muestra la fuerza de nuestra realidad interior frente a toda la presión exterior, también en cualquiera de los sentidos. Por eso, una persona trans es alguien que lo es por razón de su vida interior, o alguien que ha conseguido, al decidir realizarse o decidir no realizarse, que su vida interior sea más fuerte que la exterior, por arrolladoramente fuerte que ésta sea. 

En cuanto hablamos de libertad hablamos de ética, porque la libertad es la base de la ética, que no es más que las respuestas que se pueden dar a las preguntas que se hace nuestra libertad. Tenemos que elegir, a cada momento, entre un sí y un no, y hay que encontrar orientaciones para decidir un sí o un no. Una persona transexual puede tener referencias éticas tanto exteriores como interiores: puede pensar en las necesidades económicas de su familia o de sus personas queridas, o en la existencia de hijos adolescentes que no pudieran comprenderlo todavía, o puede pensar en las necesidades de su equilibrio personal, en liberarse de su situación de angustia y de opresión... Pero en todo caso, lo que es específicamente trans y a la vez verdaderamente humano, es que tomamos siempre la decisión desde dentro, sabiendo en un caso cuánto sufrimiento aceptamos a partir de ese momento como consecuencia de un sacrificio, y en el otro, que la justificación de lo que se hace no va a estar en el éxito social,  ni en la consecución del amor, sino exclusivamente en la llamada interior. 

Nada exterior nos obliga a cambiar, sino al contrario. Toda nuestra fuerza viene de dentro. 

Kim Pérez 27-02-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                        IJT

 

Llevaba meses fijándome en que el sitio del IJT se había quedado bloqueado en 2002, sin actualizaciones, hasta que el otro día me fijé en un enlace que conduce a la nueva dirección. 

Antes podías leer todos los artículos gratis, pero ahora lees sólo el extracto (abstract) y si quieres más, paga (money, money, money, lo que de por sí deja de dar servicio a las y los trans, personal frecuentemente bastante tieso, precisamente por ser trans…) 

De todos modos, el IJT ("International Journal of Transgenderism") es una revista científica sobre transexualidad, quizás la mejor, (recuerdo entre nosotros a la muy valiosa “BSTc”, dirigida en parte a la divulgación científica)

Con la ciencia entramos en un acuerdo especial, en el que se busca sobre todo la verdad. Por eso me parece casi santa, porque ilumina la realidad con la luz de la verdad o por lo menos lo intenta. 

No sólo eso; también procura ahondar en el conocimiento de los hechos personales por medio de estudios que cubren a muchas más personas y muchas más variantes de las que podemos encontrar en nuestras vidas corrientes, porque el valor de un estudio suele depender de la cantidad de las personas entrevistadas y un buen  científico debe arreglárselas para encontrar a muchas. 

Por eso, al entrar en una revista científica, puedes llevarte varias sorpresas: la primera, la de descubrir que lo que a ti te pasa (y que a lo mejor te guardas en el mayor de los secretos, por miedo o por vergüenza, porque te parece que no es “políticamente correcto”), es compartido por otras muchas personas, de cuya existencia te enteras por primera vez al leer el estudio. 

La segunda, que eso tiene una explicación lógica; la tercera, verlo con una perspectiva mayor, dentro de un conjunto más amplio, y a lo mejor sorprendente, de realidades, no sólo como la terrible y cerrada pregunta que a ti te agobiaba. Y la cuarta, descubrir que no se trata de opiniones, sino a veces de certezas y otras veces de certezas a medias a las que ha costado mucho trabajo darles el grado de seguridad que pueden tener. 

Por ejemplo, en el número 1 del volumen 8, de 2005, del IJT, hay un artículo de Surya Monro, que empieza diciendo (lo he leído en el Abstract, todavía no he decidido gastarme la puñetera pasta que cuesta leerlo entero), que las identidades, en nuestro espacio transexual, son muy variadas, unas firmes, otras intersexuales, otras fluctuantes… Supongo que estará basado en un número alto de historias estudiadas y que dará unos porcentajes de cada variante, del tanto por ciento de identidades firmes y definidas (de mujer u hombre), del tanto por ciento de identidades intersexuales, supongo que con distintas formas, del tanto por ciento de identidades que oscilan entre un extremo y otro…  

A propósito, lo que yo deduzco de este artículo es que, siendo tan fuerte la experiencia trans como necesidad, y fundándose en el sentido de la identidad personal como su base, no se funda sin embargo en una sola clase de identidad, sino en varias clases, que se dirigen sin embargo hacia un resultado común, el del cambio, sea de género social o de sexo exclusivamente para sí (hay historias en este sentido y yo estuve a punto de que la mía fuera ésa),sea en todo o en parte, definitiva  o temporalmente, operándose o no operándose, full time o part time. 

Todo esto te hace sentir que caminas con paso seguro sobre tierra firme, que se conoce bien el proceso y muchas de las modalidades distintas que puede tener, que no estás sola ni solo. 

El IJT tiene sus límites. Está hecho por científicos de primera fila, en esta especialidad, especialmente por psicólogos, sociólogos y médicos, bajo la tutela de la HBGDA (Harry Benjamin Gender Dysphoria Association), que no son ellos mismos trans, excepto en casos puntuales como el de Anne Lawrence. Por tanto, trabajan sólo con lo que los y las trans les decimos, o sabemos decirles, o ellos saben ver, pero no con la agudeza del autoconocimiento trans.  

Por otra parte, nosotros inventamos y creamos nuestras formas de vida y de expresión y ellos tienen que trabajar después sobre ellas. Los científicos van a rebufo de los caminos que abrimos. 

Por eso, yo requiero a los científicos no transexuales para que hablen de nosotros con humildad, sabiendo que hay matices fundamentales que nosotros sabemos, cada cual de sí, y a ellos se les pueden escapar. 

Eso ocurrió, por ejemplo, con la masiva (en los medios trans de EEUU y otros países), famosa y reciente polémica (que por cierto, el IJT no recogió) sobre el concepto llamado “autoginefilia”, formulado por Ray Blanchard, un médico no transexual de la Universidad de Toronto, en Canadá, pero que fue aceptado con excesivo entusiasmo y con precipitación o  imprudencia por la médica transexual Anne Lawrence, a la que me refería antes, lo que le dio un status de tema por lo menos discutible en la comunidad trans.  

Sobre la autoginefilia, me parece que a Anne le movía  un impulso de… autoflagelación, frecuente en las trans por todo lo que tenemos que tirar por alto; pero en todo caso, ha actuado con mucha sinceridad y valentía. 

Este concepto ha sido muy discutido precisamente en medios transexuales, que han visto en él una insistencia en la excitación que no tiene en cuenta las causas profundas de esa excitación (identitarias y otras) 

Anne Lawrence ha recogido algunas velas pero, de todas formas, esta discusión pasará a la historia como 

a. una interpretación científica sobre un aspecto de la transexualidad; 

b. su discusión (aceptación o rechazo) en medios transexuales. 

c. como resultado de todo ello, se avanza en el conocimiento y el autoconocimiento, aunque sea diciendo “no” a la hipótesis de partida. 

El IJT se hace en Alemania, pero en inglés, lo que ciertamente dificulta su acceso a él a los no angloparlantes. Yo propondría a las y los trans leídos y escribidos en inglés que tradujeran y trajeran por lo menos a nuestros foros los extractos que les parecieran más interesantes (No sé si habrá que pedir permiso para hacerlo, como los del IJT se sigan poniendo en plan capitalista; pero por lo menos se puede hablar y comentar sobre todo ello) 

Kim Pérez 20-02-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                               Bahía Atlántico

 

El mundo tiene una parte blanda y otra parte dura. La parte blanda son los océanos, el mar donde si te caes, no te haces nada. La parte dura son los continentes, la tierra firme en montón, las peñas, las rocas... La mayor parte del mundo es lo blando, los océanos, que en los mapas están pintados de azul, y lo otro de amarillo o de marrón. 

Yo lo reconozco, yo formo parte de lo blando (por eso soy trans) Me gusta navegar, a solas, en mi barco solitario por el mar, porque es lo mío. Aunque lleve mi camiseta de tirantes, debajo de la cual se alborotan mis pechos, bajo la tela, y unos pantalones anchos y remangadados de lona fuerte, muy arrugada, soy blando, y por eso es mejor  que diga blanda, para que no haya equívocos.  

En el mar siento que soy libre. En el puerto de Kingston, donde estoy ahora, puedo ir a cualquier otro puerto del mundo que se me ocurra, da lo mismo que vaya al Este o al Oeste, al Norte o al Sur, puedo ir para cualquiera, aunque los que me gustan más son los que son como éste, de aguas azules y calientes, que me pueda bañar en cualquier momento, con sólo quitarme la camiseta y el pantalón, dejarme el sujetador (si quiero y lo tengo) y tirarme desde la borda al agua, de cabeza. 

Soy blanda y libre. 

Cuando me tiro al agua y me hundo dos o tres metros, me figuro que me echo a los brazos de una persona. Me recibe, me acoge, me envuelve físicamente entera, me abraza, me penetra insensiblemente por todos los agujeros de mi ser, me da su templanza y su frescura. Tengo necesidad de alguien y lo encuentro en el agua que sostiene mi barco, que se balancea sobre ella. 

Me figuro todo esto porque soy blanda, soy libre y estoy sola.l

Cuando emerjo de lo hondo del puerto, o del arrecife del atolón, trepo por la escalerilla que dejo colgada en uno de los flancos, me seco un rato al sol, me vuelvo a cambiar y me acuesto en mi litera y entonces me encuentro de nuevo en el mar, en forma de las lágrimas saladas de mis ojos, porque sigo estando sola. 

¿Tengo alguna posibilidad de encontrar un amante que sea como el mar, más que el mar? Me refiero de alegre y comunicativo, de chispeante bajo el sol, que abrace y llene todos los poros de mi ser, me haga reír y disfrutar de todas las pequeñas o grandes  cosas que nos pasen, hacer los crucigramas juntos en el camarote de popa, por las noches, besar mis labios hasta que me cosquillee todo el cuerpo, de los muslos para arriba, con blandura, con dulzura, con el sabor caliente de la sal del agua seca en sus labios. 

Me miro en mi espejito, con escepticismo. Tengo cincuenta años y no soy una belleza, desde luego, aunque quizás mis ojos siguen siendo grandes y negros y ansiosos y amantes y para alguien puedan ser bellos. 

Soy blanda y libre y sola y bella. 

Kim Pérez 13-02-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                         Espacio para hombres

 

Me he venido a las afueras del puerto de Cádiz o Huelva, por la  bocana larga y ancha como un gran canal, y veo la lejana orilla de enfrente y, entre su bruma, los pisos azulados de un grandísimo edificio horizontal, respetable y poderoso, que parecen la superestructura de un barco de cruceros, primero escalonándose para afuera, luego algo para dentro, de un ancho prodigioso, con antenas en algunas plantas y todo eso. 

Admiro la magnitud y el poder de esas construcciones gloriosas y desvaídas, hasta que mi atención se pone en lo que he venido a ver, los inmensos buques de los que el primero transita ahora por la bocana, y luego tres o cuatro más, verdaderamente desmesurados, cuatro o seis veces más grandes que los antiguos, hendiendo las aguas polvorientas de espuma y negras, enormes, tengo que decirlo otra vez para que se sienta lo que siento, simples, cada uno un contenedor de contenedores y tripulados sólo por dos hombres, que contratados cada uno en una punta del mundo, hacen la navegación temiéndose uno al otro. 

Porque me he venido hasta aquí por el hábito de que antes se podía llegar a estos muelles vacíos sin peligro, y porque me gusta ver los barcos en los puertos, pero de pronto me acuerdo de que han cambiado los tiempos. Me da miedo. 

El letrero del bar pone "Forzudo". Y debajo, "Vino de hombres". Naturalmente, con esa presentación, qué mujer va a entrar. Entran hombres solos. No me imagino a ningún matrimonio entrando después de la misa de doce a tomarse unas cañas con ensaladilla rusa. 

Entran sólo hombres, no necesariamente forzudos, sino más bien como ése que entra ahora, retaco, cincuentón, calvo y agriado, capaz de escupir al suelo, una especie de James Cagney, duro y menudo a base de mala leche. 

Es un bar de hombres, un espacio cerrado  donde los hombres pueden tomarse un chato entre hombres. 

Oigo voces roncas, crepitación baja, rasposa, amenazadora. También está ahí, en el mostrador, uno grande y recio, con un mostacho que subraya su fuerte cara, que aprieta la boca y mira con fijeza adelante, mientras la fuerza de su cuerpo avisa "¡cuidado!". 

Las miradas, dirigidas hacia un horizonte invisible, atraviesan la mugre de las paredes, donde sombrean los barriles del vino de la casa. Hay muchos muy feos, de rasgos disformes, de los que no se dan ni cuenta. Pero están bien unos con otros. Los que están en el mostrador, se vuelven un segundo, para mirar de arriba abajo al recién llegado, por precaución, y luego continúan su conversación. 

Hay mucho humo de "ideales", que huele a excremento y letrina. Un olor blando que forma el medio ambiente en que pueden encontrarse a gusto. Prepotentes o despectivos, hablan de fútbol. Uno de ellos casi no mueve los labios para rajar, con voz malintencionada. 

Las palabras tratan de la mierda del Madrid. Del cabrón del árbitro.  Del hijoputa del Atlético. De que cuando vengan, a lo mejor se encuentran una sorpresa (y suena a amenaza real, de hombre que sabe lo que dice) Quien se fije bien, verá que las palabras sólo enmascaran la verdadera conversación, que va por otros temas, que se aluden sólo de vez en cuando, con medias palabras y apartes. Hablan en realidad de otras cosas, de arrogancia y de agresividad, pero es un juego que se juega entre iguales. Son policías de la secreta, pero hay, a veces, rojos de los que van y vuelven del calabozo, que leen los periódicos entre líneas y se atreven a mirar de frente por un segundo a sus torturadores. 

Las voces ásperas resuenan como si el espacio de la taberna fuera muy ancho, como un gran sótano con columnas. Los rivales plantean sus rivalidades como en campo abierto y se provocan disimuladamente.  

El flaco Rivera se va a mear. En el gran urinario de azulejos blancos, se pone en el rincón, esquinándose para que nadie lo vea. Allí si que huele espeso. Sin embargo, sus narices se abren con delectación y bajan el olor hasta los pulmones. Es el olor del bar.  

Su castidad es automática, ni la piensa. Mea y piensa en otra cosa y presupone que allí sólo existe el mundo de afuera de la puerta.  

Los hombres son en eso como niños, como cuando el sexo no había entrado en las cabezas. 

Que paraíso, estar como hombres entre hombres. Qué comodidad, andar por terreno conocido, aunque esté también lo áspero y lo pedregoso. 

Hablando de provocaciones, a veces, se rompe de pronto algo intangible, y las voces se levantan, se van levantando hasta convertirse en gritos breves y apretados de rabia, que dan lugar a algo más, con el calentón del vino.  

Entre medio borrachos, ha surgido una pelea que es de pronto a sangre y muerte, mil furias, cuatro lucideces buscadoras de carne, mientras puñetazo va y puñetazo viene, y mil jadeos, exabruptos a medio decir porque un cabezazo en la boca los corta, patadas en la barriga, buscando lo que buscan, sudor y bocas secas, las que parió madre, y los borrachos circundantes riendo y jaleando. Al final, medio ahogados, sorbiendo y soplando el aire a bocanadas, tosiendo por la sangre de las bocas que se va para las gargantas, la  cabeza de uno ha caído sobre el hombro del otro, descansando, y enseguida se han incorporado y han pedido un doble del garrafón.  

Al volver desde el cabo de la zona portuaria, me meto sin darme cuenta, que no sé cómo he podido hacerlo, en medio de unos cuantos hombres que están dispersos en unas estructuras medio vacías, unos como pilares y como techados. 

Los hombres son sin duda mafiosos del Este, y se me hiela la sangre al verlos. Frente a mí hay un tío rubio y fuerte, con una camiseta amarilla, que me mira muy atento al ver cómo me he metido yo sola en la boca del lobo y juega con una mano de anchos dedos sobre el regazo de la otra. Son duros y muy peligrosos, mucho más que los que yo había podido ver antes, pero están contentos de estar entre ellos, sólo ellos, en esa rara intimidad. 

Hay cuatro, cinco, seis, delante de mí, ya detrás, a mi alrededor y van acabar conmigo porque los he visto a todos juntos, pero han decidido jugar como el gato con el ratón, antes de merendárselo. Veo de pronto una moneda, lanzada con una fuerza imprevisible por el rubio que tengo delante de mí, con un solo movimiento de sus dedos, que pasa como un proyectil o como un meteorito por una nave espacial, a la izquierda de mi cabeza. Otro hace un desplieguísimo de sus brazos, y con la fuerza con la que se tira un canto al mar para que salte, lanza otra que pasa a mi derecha. Otras se deslizan silbando junto a una de mis orejas o la otra. La que me pegue en la cabeza, me hará perder el sentido. 

"Yo quiero estar con vosotros, pero no me hagáis daño por favor". "Quién te va a hacer daño, quién quiere pegarte, quién te va a pegar un tiro, no vales ni un euro, ni un puñetazo, ni el casquillo de una bala". 

Después de todo, mis pechos se mueven libres bajo los pliegues holgados de la camiseta gris de tirantes que llevo, y el vientre lo tengo romo bajo los pantalones anchos. Me pegaban y me encogía, me pegaban y me encogía, me pegaban y me encogía.

Kim Pérez 06-02-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                            Un lado del camino

 

Llevo unos meses trabajando y estudiando sobre temas muy grandes, como la filosofía tan necesaria para este tiempo, o la parte que tuvo mi padre en la Guerra Civil, o sobre los pueblos islámicos… 

No sólo me interesa y me apetece pensar sobre todo esto, sino que sé que es importante y puede ser del interés de otras muchas personas. 

Por otra parte, hace ya años que he entrado en algo increíble que es la rutina como transexual, lo que significa que he encontrado la manera de ponerme cómoda y de hacer mi vida no pensando a todas horas en el género, más bien lo contrario, pensando en todas las cosas menos en el género, lo que le pasa a todo el mundo, cuando está libre de nuestras preocupaciones. 

O mejor dicho, como me veo a gusto cuando voy al trabajo y me veo de refilón en una puerta de cristal, con mi falda debajo de las rodillas y ahora mi chaquetón de plumón, grande como un saco de dormir, igual de cómodo, o entro sin pensarlo mucho en los aseos de mujeres… me dedico a inventarme dificultades y problemas, más teóricas que prácticas. 

O sea, que entre  que tengo la mente puesta en otras cosas muy serias y valiosas y que como transexual puedo no pensar en la transexualidad, cuando de pronto me acuerdo de ésta me parece algo muy lateral, y muy pequeño, en medio de los grandes problemas de la vida… 

Hasta que de pronto, veo a una personilla sentada a un lado del camino, con el pelo lacio y larguillo, peinado como un casco, y un abrigo gris y largo, con las solapas levantadas, entre las que su cara helada se protege del frío, y que le tapa, abriéndose como una falda, casi hasta los pies… 

Levanta hacia mí unos ojos muy grandes, muy redondos, muy negros, muy dulces y muy tristes, sobre los labios finos y pálidos, y me dice: 

“Pues eso será para ti, porque yo no puedo pensar en otra cosa. 

“Para mí no hay filosofía, ni historia de la guerra civil, ni islámicos, no hay esas cuestiones tan importantes para otros. No las veo en mi mente, de verdad, no existen. 

“Además, si yo tuviera que estudiar filosofía, estoy segura de que no dejaría de pensar en la transexualidad, preguntándome por ejemplo por qué la mente tiene que estar sujeta al cuerpo, y si estuviera en una guerra civil, no dejaría de pensar secretamente que soy transexual aunque estuviera caminando en una marcha con otros miles de soldados, y si estuviera en un país integrista, que me matasen si lo supieran, para qué te digo. 

“Ojalá pudiera yo llegar a un estado como el tuyo, en que ya pudiera olvidarme de todo esto, precisamente porque lo hubiera conseguido. 

“En cambio, hoy no hay en mí otro pensamiento que la transición. Será porque no puedo hacerla”. 

La cara de esa personilla, cubierta de tristeza, me parece muy bella. Veo todos sus sentimientos y los entiendo, porque han sido los míos. 

La veo herida y machacada por la vida. Su mirada se dirige hacia un sueño que está en un horizonte tan lejano, que sé que supone que nunca va a llegar y que nunca encontrará el camino para salir de este laberinto. 

Y es verdad: es legítimo que la transexualidad sea el único pensamiento que haya en su mente. Y por eso mismo, empieza a volver a la mía, la transexualidad de las compañeras que no pueden pensar en otra cosa, ni aquilatar las cuestiones de identidad, porque se han quedado atrapadas a un lado del camino, esperando un autobús que no pasa por aquí. 

Ha habido en mi vida sonrisas, compañía al lado del mar, y sueños realizados, aunque hayan sido pocos. Pero en la vida de esta personilla dulce no sé si las va a haber y eso es terrible. Puede llegar a ser como la mía si se hubiera quedado completamente vacía, como pudo ser y no hubiera habido en ella ni siquiera recuerdos, sino la frustración de todos los deseos. 

No hablo de derechos, ni siquiera de posibilidades prácticas, sino sólo de tener en el corazón y de entender a todas nuestras compañeras de vida.

Kim Pérez 01-02-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                             Dos sexo legales

 

El derecho simplifica la realidad para hacerla administrable. 

En la realidad física, en la infinita complejidad del mundo real, las personas intersexuales (hermafroditas) muestran que hay, y no se puede decir que no hay, decenas de variantes sexuales. Cuando los médicos le dan la bienvenida a un recién nacido al espacio exterior, en quizás un dos por ciento de los nacimientos, se encuentran con casi infinitas posibilidades de variación en sus genitales.  

Sin embargo, el derecho reconoce sólo dos sexos legales, los de la mayoría, los de ese noventa y ocho o noventa y nueve por ciento más habituales. 

Como todos sabemos más que bien, pero yo lo voy a repetir para remarcarlo, los dos sexos legales se llaman uno "varón" y otro "mujer", pero desde siempre, cada uno de ellos ha incluido a personas que no correspondían al cien por cien a lo que se entiende como varón o como mujer. 

Esto ha tenido su razón histórica de ser: en los tiempos en que a cada sexo le correspondían unos derechos distintos, entre ellos el de casarse sólo las personas de uno con las de otro, reconocer la existencia real de otros sexos habría supuesto un lío tremendo de derechos y no derechos. 

Parece de ciencia ficción, pero sería algo así como "si tú eres intersexual de tal tipo,  te puedes casar con los del sexo A, B o C, pero no con los del sexo D, E o F". 

Así, se simplificaba y se decía: "Tú eres intersexual físicamente, pero resulta más fácil asignarte el sexo legal hombre o el sexo legal mujer, de manera que desde ahora eres..."  

("And the winner is...")  

Decidido por el médico, era una lotería. Por eso, el movimiento intersexual, que ahora empieza a existir en otros países (en España ha dado sus primerísimos pasos), reivindica que cada persona intersexual tenga derecho a elegir por sí misma su sexo legal, fundándose sobre todo en razones de adecuación psíquica y de ajuste social. 

La cosa era más dramática cuando, con toda la buena voluntad del mundo, los médicos intervenían al recién nacido para ajustar sus genitales a los que consideraban más parecidos o más viables, de manera que se pudiera educar como un "niño legal" o una "niña legal", pero a lo mejor lo que hacían equivalía a mutilar desgraciadamente a una persona que, al crecer, se indignaba por tal mutilación. Compartían la opinión ingenua de que la educación haría el resto, la misma que tenía Money y que por lo menos ya se ha demostrado como errónea cuando falló trágicamente  con la historia del niño surafricano al que reasignó y recomendó que se educase como niña y nunca se adaptó. 

Por eso también el movimiento intersexual reivindica que se deje a las propias personas intersexuales decidir, cuando lleguen a la edad adulta, si quieren reasignar quirúrgicamente su sexo... o si no lo quieren, y se declaran bien como están. Hay quien prefiere ser intersexual toda su vida, y sólo esa persona puede saber a fondo por qué. 

Creo que esto clarifica muchos aspectos de las reivindicaciones transexuales relativas a la ley, a punto de conseguirse por entero en España. 

Primero, los y las transexuales somos probablemente un ejemplo de intersexualidad en el plano cerebral (la famosa BSTc), lo mismo que hay otros planos de intersexualidad posible en los órganos externos, los órganos internos, los cromosomas, etc 

Sin embargo, como la demostración completa de esta posibilidad está todavía en curso (los cerebros estudiados han sido pocos), no voy a insistir en esta posible igualdad de las historias trans y las historias inter. 

Segundo, nuestras variantes físicas no tienen que ver con los dos "sexos legales", que no son más que "sexos legales", es decir, a fin de cuentas, simplificaciones de la realidad. 

Tercero, lo que debe contar legalmente es la estructura mental de la persona y su voluntad de integración social, lo mismo que reivindican los intersexuales; la soberanía de su decisión, presumiendo que cada cual sabe mejor que nadie lo que le conviene. 

Cuarto, al haber sido aprobado en España el matrimonio en igualdad de condiciones para los homosexuales, ha caído la última diferencia de derechos que quedaba fundada en el sexo. Desde ahora, legalmente, somos todos personas por igual, dotadas de los mismos derechos y deberes, por lo que se acerca grandemente el momento de que, como expone Javier López-Galiacho, el sexo legal deje de ser una parte del llamado estado civil de la persona, es decir, de sus datos legales más importantes.

Kim Pérez 23-01-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                            Desde ahora

 

(Expuse verbalmente estas ideas, por primera vez,  en una conferencia en la Asociación Hegoak, de Bilbao) 

La aprobación de la Ley del Matrimonio para los homosexuales ha puesto a España de nuevo en la vanguardia del mundo. Esto quiere decir, más allá de una simple vanagloria, que estamos entre los primeros países de esta Tierra que vamos a tener la experiencia de haber llegado al final de la reivindicación  por excelencia del movimiento lesbigay, y por tanto de haber terminado un capítulo (o todo un primer volumen) y encontrarnos en el principio sin escribir de otro.  

La anunciada Ley de Identidad Sexual va a tener un efecto parecido, pero no igual, para los y las transexuales. Con ella vamos a llegar al final de nuestras necesidades en cuestión de papeles, pero van a quedar todavía pendientes grandes flecos o paños enteros en cuestiones de cirugía y, sobre todo, de integración social: la ley favorece que se nos contrate, pero no lo garantiza. Tampoco garantiza el final de los acosos ni de los insultos, y al escribir esto, me doy cuenta de que ahí tampoco llega la Ley del Matrimonio de los homosexuales. 

Las dos Leyes significan, fundamentalmente, igualación en los derechos y en el respeto hacia nosotros por parte del Estado. En estos puntos decisivos, pero limitados, hemos llegado o vamos a llegar a lo más alto y esta realidad tiene consecuencias. 

Primero: ¿Dónde estamos exactamente?,  

Hemos conquistado o estamos a punto de conquistar dos símbolos que eran necesarios, indispensables para nuestro aprendizaje de la igualdad de derechos, para nosotros, tan acostumbrados durante siglos a la humillación y la represión. 

Los dos símbolos son, respectivamente, el derecho al matrimonio sin distinción de sexos, y el derecho al sexo social, sin necesidad de someterse a un reajuste quirúrgico previo. En resumen: la conciencia humana se reconoce como un plano más prioritario que nuestra configuración orgánica (esto venía sucediendo, por sentido común,  con algunos intersexuales como por ejemplo los que experimentan la insensibilidad androgénica; ahora, simplemente, este criterio se ha generalizado) 

Segundo: Desde lo alto de este peñón, en lo alto de una sierra y de su campo de cumbres y de nieves, ¿qué horizonte vemos?  

Dejaré a un lado los flecos o paños o mantones de Manila sociales que quedan pendientes. Se puede decir que, con la actual dinámica, todo se andará. El respeto y la normalización social seguirán aumentando (me gustaría que, quien  no lo haya visto, vea cómo tratan a sus hijos homo o transexuales muchos padres de ahora, ya debidamente informados, en comparación con lo que hemos sufrido hijos y padres de otras generaciones) La inclusión de la cirugía de reasignación de  sexo en la Seguridad Social, bloqueada absurdamente y limitada a Andalucía durante años, se irá generalizando. 

Al margen de esto, para  lo que deberemos seguir trabajando, en lo personal y lo colectivo, se abren esas páginas en blanco, esos territorios desconocidos. ¿Qué escribiremos en ellas, por dónde caminaremos? 

Por la cultura de la homosexualidad y la transexualidad, examinando tranquilamente sus matices, sus complejidades y sus posibilidades, ahora que vamos a poder despreocuparnos, cada vez más, de las represiones y prohibiciones que hasta ahora nos agobiaban. 

Atención: hemos conseguido el derecho a formar parejas legales  y vamos a conseguir el de que se nos haga un sitio dentro de un sistema legal binario que reconoce dos y sólo dos sexos. 

Ahora bien: estos dos objetivos, cuya conquista ha sido indispensable para nuestro sentimiento de igualdad y de dignidad, corresponden a la cultura heterosexual, al punto de vista heterosexual, que hasta ahora era único y excluyente a efectos legales. Este criterio (que también se puede llamar patriarcal, según los primeros puntos de vista discrepantes, los feministas) es funcional en la medida en que la relación legal de pareja es la más sencilla para asegurar el cuidado de los niños (transcribiendo a lo legal la relación biológica del par madre-padre) y también pone el fundamento de la igualdad legal entre hombre y mujer. La experiencia real de lo poligamia muestra todo lo contrario. 

Este punto de vista puede llamarse heterosexista, o binarista, porque funda en la pareja la regulación de la heterosexualidad y de la procreación, pero para nosotros es funcional sólo en parte. 

Hay muchos homosexuales que aspiran a vivir en pareja, matrimonialmente. Hay muchos y muchas transexuales que aspiran a definirse con la mayor precisión posible como hombres y como mujeres, y por estos objetivos hemos combatido hasta ahora, y ya no renunciaremos a ellos. Pero, sobre ellos, a partir de ellos, podemos conseguir otros propósitos, y podemos verlos o entreverlos en el futuro. 

Pero nuestra realidad no está sometida a la estricta funcionalidad heterosexual y hemos de tener conciencia de ello, y defender también esta conciencia, pues si no, nuestras uniones y nuestras identidades se convertirían en meras copias de las uniones y las identidades heterosexuales, lo que dejaría fuera muchas partes de nuestra realidad. 

Quedarían fuera de la realidad, por ejemplo, muchas de nuestras familias, constituidas por uniones de amigos (incluso de ex-amantes), que constituyen una gran parte de la afectividad homosexual y transexual. Podrían ser uniones de hombres, sobre el modelo de la fuerte y sensual amistad viril que conoció Walt Whitman, o más sencillamente, pueden ser uniones que atraviesan los años, en las que amantes y amigos no están estrictamente separados y en los que dormir abrazado a uno de ellos no es incompatible con abrazar a otro la noche siguiente, y conseguir, entre todos, un sentimiento de amistad y compañía. 

Esta unión, entonces, puede tener una estabilidad, a los cincuenta, o los sesenta, o los setenta años, que merezca ser reconocida legalmente, por ejemplo a efectos de transmisión de vivienda o de herencia. Puede ser que quiera dejarle lo mío a uno de mis amigos, o a todos, y la legislación actual lo dificulta, estableciendo legítimas sólo para los cónyuges y los parientes, que podrían menoscabar esa voluntad de transmisión cuyas razones yo puedo conocer mejor que nadie, "Y eran sólo amigos". Sí, pero no sólo amigos. 

En el caso transexual, algunos necesitamos definirnos mediante la indefinición, en cualquiera de sus formas, mediante la ambigüedad, o la disforia, hasta el punto de que si fuera posible, no querríamos que fuera mediante el paso a una categoría definida de las únicas dos que se reconocen legalmente.  No renunciamos a la posibilidad de hacerlo, puesto que es la posibilidad de cambiar y decir no a lo que otros suponen que es nuestro punto de partida, pero tenemos que establecer la complejidad de nuestra realidad. Supongo que el camino, para el futuro, ya establecido en gran parte mediante la Ley del matrimonio para homosexuales, será la supresión de la mención "sexo" como dato del registro civil, por ser irrelevante jurídicamente, tal como señalan algunos notables juristas. 

Una literatura, un arte, un cine, una filosofía, una espiritualidad en las que la homosexualidad y la transexualidad se planteen como una parte de la experiencia humana que, como todas, cierra ciertos caminos y abre otros, en las que se describan las infinitas variaciones personales de estos sentimientos, incluso su intercalación con la heterosexualidad, ya sin luchas, sin penas, sin denigraciones, sin agresiones y sin autoagresiones que las reflejen; ése es el horizonte que puede verse y abrirse desde ahora. 

Ésas son las páginas que tenemos que escribir: las de esos textos y esa historia. 

Kim Pérez 16-01-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                        Relaciones de poder en la transexualidad

 

Es interesante desarrollar la idea de Adler de que hay un solo instinto básico, al que yo llamo voluntad de afirmación de sí y él llamaba voluntad de poder, en el sentido de que este instinto único se subdividiría en otras muchas formas instintivas, desde el hambre con que sobrevivimos apoderándonos de los alimentos,  hasta el afán de mando con que pretendemos conseguir poder sobre los humanos.  

(Está claro que en el ser humano hay más que instintos. Simplemente, al escribir esto o al leerlo, nos estamos situando por encima y fuera de la voluntad de poder, como si mirásemos la calle desde el tejado, porque podemos examinarla críticamente. Tampoco el amor abnegado ni el sentido de la belleza tienen que ver con la voluntad de poder, porque no son instintivos, sino hechos de conciencia. Amo o me fascino en mi inteligencia de lo que veo. Pero ahora me voy a limitar a la profundidad animal del instinto humano, porque está presente en una parte de nuestra conducta mucho mayor de lo que suponemos) 

Enseguida, a partir de la pulsión de poder, se ve la sexualidad, que implica relación, convertida en relaciones de poder, en las que la presencia de la testosterona, la hormona de la libido y la agresividad, tiene una función muy definida. 

Estoy partiendo por eso de un punto de vista biologista, que reconoce con naturalidad la importancia de los procesos orgánicos en la existencia y la sexualidad humanas y que se convierte a continuación en sociologista. 

Biologista es recordar que la testosterona, presente en el hombre y en la mujer (en cantidades menores) determina a la vez la agresividad y la libido, y sociologista es observar que tanto la agresividad como la libido crean determinadas estructuras sociales, además de las que crean las hormonas de la maternidad. 

Según la cantidad de andrógenos (entre ellos la testosterona) que los hayan configurado o que circulen por su organismo, algunos hombres y mujeres pueden ser personas hipo o hiperandrogénicas, si se diferencian apreciablemente de los promedios. Toda clase de variantes son muy frecuentes en la naturaleza. 

Los varones hipoandrogénicos suelen ser poco agresivos, poco activos, introvertidos y tímidos; lo contrario puede decirse de las mujeres hiperandrogénicas. Las relaciones de poder de estas personas con las que forman su medio social son por tanto muy diferentes de las más corrientes y se ha observado que entre ellas es frecuente la homosexualidad o la transexualidad. 

Frecuente, pero no siempre. Hay personas hipo o hiperandrogénicas que no son homo ni transexuales, y hay personas homosexuales o transexuales que no son hipo ni hiperandrogénicas. Si no fuera así, si a una determinada condición biológica correspondiera siempre una determinada actitud sexual, esto seria biologismo puro, y yo parto de que hay un factor social que tiene que añadirse a la biología. 

Cada individuo animal o humano mide inconsciente y continuamente sus relaciones de poder con los que lo rodean, reaccionando con timidez o prepotencia, de tal modo que, cualesquiera relaciones que uno y otros construyan  contienen dentro de sí la resultante de todas las diferencias de poder presentes. La afirmación de sí o voluntad de poder constituye un instinto tan básico que nadie puede renunciar a él, ni aun pretendiéndolo. 

Las diferencias de poder alimentan directamente el potencial  de la sexualidad e, indirectamente, el de otras formas sociales. Es verdad que las diferencias químicas (por ejemplo, las feromonas) estimulan la respuesta sexual en muchas especies, pero en las especies sociales, en gran parte por lo menos es la diferencia de poder la que provoca la excitación; el varón emplea su voluntad de poder con arreglo a unos medios y la mujer emplea su voluntad de poder con arreglo a otros; entre uno y otra se constituyen unas relaciones de poder determinadas variablemente según los medios en presencia. 

Por otra parte, si definimos como especie social aquélla estructurada en torno a la protección de los hijos, no cabe duda de que el tamaño y la indefensión de los pequeños tiene una función inhibidora de la agresividad y estimuladora de la protectividad en los padres, reacciones que se  pueden traducir al lenguaje de las relaciones de poder. 

La homosexualidad y la transexualidad humanas puede que se expliquen también por relaciones de poder, ligadas algunas veces, en el caso más simple, a diferenciales de testosterona en la formación prenatal del cerebro, en relación con los niveles promedio en los restantes hombres y mujeres. 

Otras veces, la homosexualidad o la transexualidad pueden no deberse a estas diferencias, sino a complejos cálculos de poder, tanto en la niñez como en la adolescencia o en edades más adultas. La elección, en esos casos más complejos, de una orientación sexual o de una identidad de género, podría analizarse en términos de las relaciones de poder concretísimas con las personas con quienes el niño, el adolescente o el adulto tienen que convivir. 

De ser cierto este planteamiento, la transexualidad feminizante sería a veces por lo menos la respuesta a una extrema amenaza o a una derrota circunstancial en las relaciones de poder con los hombres, en las que la identificación con la mujer sería el medio para usar las estrategias de la mujer, mientras que la transexualidad masculinizante se fundaría muchas veces en una voluntad de victoria en las relaciones con hombres y con mujeres, en la que la identificación con los hombres serviría para valerse de sus estrategias. 

Una de estas transexualidades sería una estrategia defensiva y la otra, ofensiva, pero ambas estarían inspiradas por una tenaz voluntad de poder  o de afirmación de sí. 

Seguramente los análisis muy personalizados de las relaciones de poder vividas por cada persona serían muy significativos, por lo que eso sería suficiente para que cada cual se entienda a sí, por lo que no es necesario entrar en una casuística que haría ver variables casi infinitas, tan diferentes como pueden serlo las relaciones que cada cual vive, vista desde fuera, pero mirada desde dentro, desde la cuenta de las relaciones de poder, se reduciría a cuestiones de más poder o menos y de las estrategias para mantener una posición firme o conseguirla, mediante alianzas, desafíos, ataques, amagos, retiradas, etcétera. 

Tampoco me parece ya útil establecer tipologías, que son agrupaciones de la casuística individual, en las que siempre hay personas que se quedan fuera de una u otra. Están fundadas en la observación de las reacciones, con lo que se aparta la atención de las relaciones de poder que fundamentan su aparición y sus modalidades. 

Pero veamos sólo dos historias, para comprobar cómo bajo la superficie de los hechos se trasluce la dinámica de las relaciones de poder y de la voluntad de afirmación de sí, a toda costa: un niño de familia distinguida se ve humillado por sus compañeros de colegio; reacciona queriendo ser una niña; más adelante, quiere verse explícitamente como una mujer aristocrática. 

He aquí las relaciones de poder ocultas: Frente a la amenaza desastrosa que se ve en la humillación, la defensa, primero: ser lo que los compañeros respetan y valoran. Después, un paso más en la afirmación de sí, ya en una táctica ofensiva: soy una aristócrata. 

La segunda, la de un muchacho que, a raíz de la muerte de su hermana, inicia un proceso transvestista. Más adelante se casa, pero después de una relación de su esposa con otra persona, pasa a emprender un proceso transexual. 

Las relaciones de poder de esta historia parten de la veneración de la madre hacia la hermana muerta, que hace que el muchacho intente identificarse con ella para conseguir la misma valoración. Después llega la humillación, y la única manera de defenderse de ella es decidir que no se quiere ser hombre. 

Como se ve en estas historias, no vale la pena intentar encontrar tipologías, como las que se han ensayado hasta ahora (hablando de transexualidad “primaria” o “secundaria”, “ginéfila” o “andrófila”, etc; en la práctica, hay tantos matices, que ¿a quién se incluye en cada categoría y a quién se deja fuera?) En cambio, resulta más explicativo estudiar las relaciones de poder presentes en cada caso, tan variables como distintas podemos ser ser las personas y los medios sociales en que vivimos. 

Y las relaciones de poder siguen unos patrones muy simples: más o menos fuerza; estrategias de ataque y de defensa; y punto. En algunos casos, estas estrategias incluyen la homosexualidad o la transexualidad. 

En el caso de la transexualidad, este método de análisis tiene dos efectos prácticos: el primero, que permite una traducción del suprasistema de identificaciones a un presistema  más profundo, que acerca a una conciencia mayor de los problemas y las soluciones en presencia. En los casos de transvestismo o de identidad dual, que en la práctica pueden ser muy dolorosos, por tender a dos estilos de vida incompatibles, el análisis podría propiciar estrategias de poder alternativas. 

El segundo efecto consiste en el entendimiento de las soluciones identitarias como formas de expresión o de representación dirigidas en dos direcciones: la afirmación de sí, un aseguramiento de sí, en un contexto de inseguridad, y la presentación hacia fuera.  

En la experiencia transexual está claro que muchas expresiones tienen un carácter de creación literaria (dramática)  de una personalidad, lo que llamamos identidad, que nos reasegura frente a nosotras mismas y frente al público que nos circunda.  

La transexual tiene mucho de cineasta o de dramaturga o de novelista, y su primera lectora o espectadora es ella misma y su obra máxima es su propia vida. Pero a veces esa voluntad creadora y performativa resulta por eso mismo  vulnerable : porque hay que crear una  identidad que reviste una realidad que se diferencia más o menos de ella. Esto lo sé por mí. 

En cambio, no sé por mí, sino que lo deduzco y reconozco que puedo equivocarme, que hay otras veces en que la estrategia de creación transexual ha sido tan precoz, que es la única posible, sin que exista ni pueda existir identidad alternativa.  

En el sentido de remedio a la inseguridad, la frecuente actitud que en muchas transexuales ha sido entendida hasta ahora como narcisismo, debería entenderse como necesidad de autoafirmación (aplauso, aprobación, estima). Pero la comprensión de esta estrategia, permite también relativizarla, entender los problemas o desajustes que puedan plantearse en la obra de la identificación, sin dramatizarlos. 

Cuando cada cual ha llegado a ver su identidad como creación, se ha llegado a una comprensión superior de sí. Ya no puede volver a la noción anterior, mucho más sencilla, de la identidad como correspondencia de lo que se piensa de sí con lo que se es, porque esta noción resulta simplista e insegura, como artificial,  expuesta a los cambios de la propia conciencia de sí, mientras que la nueva resulta mucho más amplia y segura, puesto que bajo la identidad con la que se puede presentarse ante sí y ante los otros, se sabe que yace un ser confuso y oscuro pero que tiene la fuerza radical de ser lo que es, antes de cualquier opinión sobre lo que es. 

Si las relaciones sexuales se pueden traducir en gran parte, en los seres sociales, a relaciones de poder, las relaciones sociales más complejas deben poder traducirse también a tales relaciones, variables según los instrumentos de poder que cada individuo o segmento social va construyendo. La historia de las estructuras históricas se traduce entonces  en las relaciones de poder de los hombres con la naturaleza y entre sí.  

Estas relaciones tuvieron un aspecto en la sociedad recolectora, otro en la agraria y otro en la industrial. En cada una de sus fases, las relaciones de poder de los hombres con la naturaleza cambiaron, pero también cambiaron las relaciones de poder de los hombres entre sí, en particular por los medios de los que podían disponer para afirmar el poder de cada cual. Es posible escribir una parte muy grande de la historia de la humanidad basándose en el análisis de la relaciones de poder presentes en cada momento, pero sin dejar a un lado que, entre los humanos, no todo es poder. A eso me pondré otro día.

Kim Pérez 09-01-2006 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                 Un nacimiento

 

 

-¡Papá! –te dije- ¡Nos hace falta musgo! 

Eso fue bastante para que a la mañana siguiente tomásemos la orilla del río arriba en busca de unos remansos en los que las peñas y la tierra entera parecían terciopelo suave, del musgo espeso que lo cubría todo. 

Yo estaba feliz y orgulloso con mi padre, que sabía encontrar el musgo lo mismo que hacer las cometas de caña y de papel que planeaban como águilas. 

Mi padre empezó a levantar con mucho cuidado el musgo, usando un cuchillo de monte que tenía, y yo le imitaba, con un cuchillo de mesa casi sin filo, mirando cómo lo hacía él y duplicando, es un decir, los montoncitos. 

Con dos cajas de cartón subimos a la casa y pusimos el musgo fresco en el Nacimiento. “Ahora hace falta humedecerlo”, dijo mi padre, y con sus manos de largos dedos, que yo amaba, tomó un frasco de plástico blando, de los de colonia, lo llenó de agua, y esparció con cuidado gotas minúsculas que el musgo debió de beberse con agradecimiento. 

En el Nacimiento, toda la familia tenía su figurita. Yo era el protagonista, lo que me daba un sentimiento de posesión del conjunto entero, porque me llamo Manuel y mi padre me había dicho que mi nombre era el mismo que Jesús, por lo que quien a mí me representaba, era el mismo Niño Jesús. 

Mi hermana, Angelitas, quién iba a ser, sino el Ángel que volaba, bueno, que colgaba por encima del portal. Pero era todavía muy chica y no se enteraba. Mi madre era una pastora, una figura grande, muy guapa, que con su saya larga se iba acercando. Y mi padre, cuando hicimos la adjudicación de las figuras, sacó otra que traía envuelta en papel blanco cebolla de la calle. 

“¡Pero parece otra pastora!”, chillé. 

No, era otro pastor, pero tan joven y sin barba, que parecía una muchacha. No llevaba turbante, como los otros pastores, sino el manto plegado sobre la cabeza, como las mujeres, y sólo se sabía que era un pastor porque no llevaba la túnica hasta los pies, sino una corta hasta un poco más debajo de las rodillas. “¡Lleva falda!”, dije. 

“¡No!”, dijiste, poniéndote encendido, “¡es una túnica corta, como la de los soldados romanos!” 

No me conformé mucho, mirándolo con alguna prevención. Me hubiera gustado que mi padre fuera el leñador barbudo que teníamos, grande, también con minifalda, que iba cargado con un haz de palos de verdad, representando la leña. 

Mirando cavilosamente al pastor que había traído mi padre, pensé que, todo lo más, parecía un ángel sin alas. Además, llevaba doblada una rodilla, como si iniciara una genuflexión, porque su sitio era indudablemente delante del portal. 

“El ángel sin alas”, pensé, con cierta preocupación, queriendo hacer mía aquella imagen de mi padre. 

Las imágenes de mi padre eran muy complejas. Porque era militar, piloto de helicóptero, y había estado en Kosovo, Nicaragua, Afganistán… 

Yo entonces no lo sabía, pero mi padre pedía sistemáticamente ir voluntario a esas misiones. El pretexto que le daba a mi madre, por lo visto, era el económico, porque los expedicionarios ganaban más, pero de todos modos, después de una de esas misiones le dieron una condecoración y todo. 

Eso me daba una imagen suya que me gustaba mucho. Cuando íbamos en nuestro auto por las carreterillas del pueblo donde teníamos una casita para los fines de semana, teníamos que pasar por unos descampados desolados, sólo llano y cielo, en los que a veces el viento levantaba tornados de polvo que a mí me recordaban los helicópteros aterrizando en lo más lejos, tal como se veían en la televisión. Y mi padre había estado allí, y había hecho algo bueno para los desgraciados que vivían allí. Mirando por la ventanilla todo aquello, me gustaría ser como mi padre. 

Pasó el tiempo y llegó el año en que mi padre nos dijo que cambiaba de sexo. Luego te he discutido muchas veces que debió de ser antes o después, antes, para que yo hubiese crecido sabiéndolo todo desde siempre, o después, cuando ya pudiera comprenderlo todo como lo que se habla entre adultos. 

Pero me acuerdo muy bien de que lo primero que se me vino a la cabeza fueron tus manos levantando delicadamente el musgo y regándolo con amor. Luego, como un relámpago de confirmación, el ángel sin alas. “¡Estabas preparándonos!”, y otras muchas historias similares. Pero me resistí. “¡Pero tú eres piloto de helicóptero!”. “¿Y qué?”, dijiste.  

“¿Soy tierno o soy duro?”, añadiste, mientras digería esas dos palabras. “Soy las dos cosas, ¿verdad?” 

Cuando se me pasó la impresión, lo comprendí todo. Eras el ángel sin alas, el ángel sin alas estaba a mi lado, como lo había estado siempre.

Kim Pérez 19-12-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                      Entrevista o entremirada

 

Subes por la avenida con un aire un poco perdido, como si estuvieras a punto de dar media vuelta y huir, y desde el primer momento no sé si eres hombre o mujer, aunque más bien me inclino por lo segundo. 

Llevas el cabello semicorto, recogido tras las orejas y en la piel pálida de tu cara hay algunas espinillas. 

Te has puesto una rebeca gris, completamente discreta, y los dedos de tus largas manos se mueven delicadamente. 

Bajo la rebeca hay una camiseta de cuello redondo e, inesperadamente, bajo ella, el pecho es liso como una tabla, haciéndote parecer un hombre en vez de una mujer, una figura incompleta, como una talla sin terminar. 

Hablas con una voz tan suave y tan insegura...  

Yo, a tu lado, hablo tan rápidamente y con tanta seguridad, tanta decisión, que me doy cuenta de pronto de que estoy fuera de lugar, y lo peor, que no sé cómo remediarlo. 

Por el camino me entero de que hoy es tu cumpleaños, veintitrés. Luego me enteraré de que mides 1'73 y de que calzas un discreto 41. 

(Pero es lo único que me ha parecido masculino en ti, tus zapatos negros y algo estropeados, un poco grandes bajo los pantalones, cuando los he mirado fugazmente) 

Hablamos en la semioscuridad del bar y el ruido ambiente, por lo que casi no oigo tu leve voz ni veo de tus mejillas más que el ligero resplandor de tu piel dulce y lisa, ni un asomo de aspereza.  

Me doy cuenta de que te acepto íntegramente, me impresiona tu perfección inequívoca, me emociona ver en ti el juego extraño de la vida. 

Para cerciorarme, tengo que preguntarte si ahora eres hombre o mujer, pero seguiré temiendo que seas una mujer rara, que quiere fantasear y jugar con mi credulidad. 

Por contraste contigo, yo me siento irremediablemente grande, alta, fuerte, segura, según voy respondiendo a tus preguntas, masculina, en una palabra. 

No puedo soñar con que mis manos y mis dedos se muevan con la misma indefensión que los de tu mano derecha, en los que veo el resplandor blanco de un anillo de plata, ni que mis brazos se replieguen tan inofensivamente sobre un torso delgado como el tuyo. 

Tú me cuentas que más de una vez los hombres se han vuelto hacia ti, sintiendo a la mujer que hay en ti, y de pronto yo he notado una punzada de excitación ante ti, que puedo dividir en tres escalones: que hoy por hoy eres un muchacho; que pareces una mujer; y que yo quisiera ser como tú. 

Pero de momento lo único que me digo es que estoy sintiendo lo que ellos y que me estoy mereciendo el seguro rechazo que traslucen tus palabras, en mi caso agravado por comprender que soy como un viejo verde (o una vieja verde), lo que  quiere decir, para quien sea amable, que fulguran en mi mente los sueños de que mi juventud se renovara eternamente, ansiosa de vida como está. 

Pero con humilde realismo, procuro que nada de ello se transparente en mi manera de hablar, en mis preguntas, en mis elogios que no puedo reprimir, aunque me temo que no es posible que no te des cuenta, y que lo estoy dejando ver, cayendo en el ridículo y en tu anatema. 

Lo peor es que, verte junto a mi, o figurarte junto a mi, despierta los reflejos de una masculinidad que creía extinguida, perdida en el desierto infinito de la vida, felizmente ida. 

Veo mi figura cuadrada como un armario, protectora necesariamente de tu indecisión y tu inseguridad, deseando protegerte. Estoy en mil batallas, no voy a renunciar a ellas, aunque la mayor es contra mi, contra este papel que me ha tocado en el lado malo, tan irremediable que, según se despliega, ni siquiera echo de menos ya ser como tú. 

Cuando nos despedimos, ¿para qué me has buscado?, me intrigo. 

Me desconsuela y me consuela ver en ti, según te alejas bajando la avenida, un súbito desgarbo masculino, que quiere ser femenino sin llegar a serlo. 

No andas con la liviana cadencia de una mujer, sino con una rigidez que quiere doblegarse. Bueno, no eres tan perfecta. ¿Qué has buscado en mí? ¿Qué has encontrado?

Kim Pérez 12-12-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                        Judd frente a Juddy

 

Estoy más admirada que nunca con las gradaciones que hay en el proceso transgénero de femenino a masculino. 

En uno de los programas de televisión del corazón he visto a Judd y sus historias amorosas con Noemí. 

Judd es un muchacho, visiblemente, de pelo muy corto, delgado, rostro alargado y aire seguro y algo descarado. 

Lleva una camiseta suelta y gesticula con desenvoltura, despatarrado en su asiento. 

Lo asombroso es que usa el género femenino para hablar de sí, y la presentadora, cuando se le dirige en relación con Noemí, dice "vosotras", con su plena conformidad, desde luego. 

O sea, que Judd no tiene inconveniente en asumirse como mujer, seguramente le encanta incluso, a la vez que le encanta llegar a los límites del género masculino, pasar o casi más allá de ellos, porque su cuerpo, por la calle, andando seguro a grandes zancadas, la tabla del pecho lisa o casi lisa, las piernas delgadas metidas en vaqueros de tubo pero arrugados, a lo mejor, puedes cruzar sin novedad entre un grupo de muchachos como otro cualquiera de ellos, reto que suele hacerte mucha gracia e incluso provocarte una sonrisa que disimulas. 

Algo parecido he visto en el matrimonio legal de dos personas, compañeras de cárcel, a las que en la foto se ve con profunda alegría. De las dos personas, una iba con elegante traje de varón, la cabeza rapada y una chaqueta muy bien cortada; su aire de jovenzuelo era tan indudable, que tienes que preguntarte: ¿Cuál es el género gramatical que usa para hablar de sí, el que ha conseguido el cariño de su esposa, con qué género le habla ésta? 

En resumen, es como si la transición del género femenino al masculino fuera una serie de escalones muy largos, de poca altura cada uno sobre el anterior, casi como una rampa que, vista por fuera, comienza donde una chica se pone con gracia chaleco ajustado y pantalón ancho de gángster, y camina moviendo las caderas, a bandazos. 

Aunque, visto por dentro, se sabe que cuando alguien es un serio y severo transexual, puede no aceptar ninguna relación con la que oscila en una fiesta con su pantalón y su chaleco. 

Ya se ha observado muchas veces la asombrosa diferencia con el proceso de transición del género masculino al femenino y se ha entendido también sobre la base de las relaciones de poder, pero simplistamente. Es verdad que, desde fuera, y en general, se puede permitir la transición de lo femenino a lo masculino, entendiéndola como cuando un niño juega a ser mayor, pero no se soporta la transición de lo  masculino a lo femenino, si implica debilitamiento y apocamiento. Recuerdo a un mariquita mayor que yo que era martirizado hasta por los chiquillos porque su estilo era muy apocado y encogido.  

Pero la transición de lo masculino a lo femenino no tiene por qué ser de lo fuerte a lo apocado o lo tímido. 

Propongo el experimento mental de, en vez de "una" Judd, tan decidida y firme, imaginar "un" Judy, como los he conocido, encantador, de facciones finas y hasta femeninas, con el pelo algo largo, suelto y limpio, también delgado, cazadora y pantalón de hilo blanco y camisa negra que invita a adivinar si el pecho es plano o tiene algún relieve, y quizás sólo hay una voz algo grave que especifica el sexo. 

Cuando existe Judy (¡claro que existe!; estoy viendo a mi amiga Eme Jota), hable o no hable de sí en femenino, es tomado con toda seriedad, como lo es Judd; es capaz de generar el mismo respeto, proporcionado a su elegancia y su desenvoltura, que es lo más temido por quienes tienen que temerlo y lo que pone las relaciones de poder en su sitio.  

Si entrase en un debate en televisión, me imagino los mensajes de simpatía del público, que correrían por el pie de la pantalla, diciendo cosas así:

"Judy, eres el mejor"; o "Judy, tío, deberías ser una tía"; o "Judy, tío weno, eres lo + alucinante k ay akí".
 

Todos esos mensajes irían firmados, posiblemente, por mujeres, que se cortan menos, pero podrían ir firmados también por hombres. La ambigüedad es sexy, siempre, como lo prueba la fama de Leonardo di Caprio cuando era un muchacho que parecía una muchacha vestida de gángster. 

Pero también, la práctica de la ambigüedad puede ir avanzando hasta llegar a ponerse una falda y que resulte natural (cuando Eme Jota se pone la de charol rojo, resulta deslumbrante y sigue siendo ambigua) y jugar con el pelo largo, o la peluca, y las mil formas que puede tomar. Muchas veces se trata de jugar a la heterodoxia de las formas, no partir de parecer una mujer clásica, en lo que casi siempre fracaseremos, sino una persona que vuelva locos a los demás por ser única en el género.

Kim Pérez 05-12-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                 Meditaciones sobre dos Trans

 

Te he visto, sonriente y esperando unas palabras amistosas, a juego con tu sonrisa. 

He visto también a la niña escondida en tu hipotálamo. La veo justamente en tu sonrisa, que no es agresiva, que es dulce y alegre, que es inesperadamente tierna, frente a los dos metros exactamente que mides. 

Es que hay algo vital, enigmáticamente vivo, en la transexualidad, esa niña o ese niño que duermen en el cerebro, invisibles a todo el que no sepa verlos, como lo demuestran incluso otras regularidades biológicas, incluso paradójicas y desconcertantes, pero reales, como el hecho de que muchas trans seamos altísimas y que muchos trans sean muy bajos. ¿La naturaleza es sabia? 

(Esto lo aprendí hace un montón de años, cuando encontré la primera amiga bio que me apoyó en mi cambio, y que cuando le dije, con total angustia, que una de las cosas que más me limitaban y me frenaban era mi estatura, me dijo: "Pero si estás dentro de los parámetros típicos de las transexuales: mira -estaba haciendo un estudio y me enseñó el papel-, la transexual más frecuente es de alta estatura y el transexual, de baja". ¡Gracias, María!) 

Por lo visto, las estaturas forman parte  de la preparación biológica, que no es que te obligue a ser trans, pero favorece que en ti ocurran determinados procesos psicológicos que pueden hacerte transexual. 

Uno de ellos es el que te está pasando a ti, Oriana (te llamas Oriana no por la Fallaci, sino por la duquesa de Guermantes, de Proust) Lo llamo la soledad intencionada. Es verdad que últimamente has tenido algunos golpes, todos en la misma dirección, que te han ido dejando sola. Tu amiga Equis tiene una pareja nueva y, como están tan unidos, no queda tanto sitio para ti como con su pareja anterior; tu amiga Zeta hace su vida; tu amigo ha tenido que irse de donde vives y eso os ha dejado desarbolados, al uno y a la otra; no más el canto de su compañía; no más comidas con él; no más televisión a dos; no más salidas a los bares de ambiente, tan apasionantes. 

Es como si una larga serie de ramas se hubieran desprendido y salido volando del árbol de tu vida, para replantarse bastante más lejos. 

Pero lo que resulta intrigante, es que en vez de desesperarte por este repentino ataque de la soledad contra ti, lo estás acentuando por tu cuenta. Tienes el deseo de desprenderte de las demás ramas, que vuelen como las otras, que dejen tu tronco pelado y blanquecino. Te desprendes de amigas y de amigos, no coges el teléfono, suprimes la línea, no contestas los mailes. 

Apenas dejas, fantasmática, la presencia imaginaria de la rama de tu amigo, pero aclimatándote, porque sabes que lo real es que está lejos. 

Te das cuenta de que puedes jugar a este juego tan peligroso porque ya has hecho tu cambio, porque tienes bastante con él, por alguna razón misteriosa, porque vives ya perpetuamente al cabo de tu camino, donde has querido llegar. Si no hubiera sido por eso, te hubieras sentido sola o solísima, humillada una vez más, desesperanzada hasta echar fuera la bilis de toda tu vida. 

¿Tan importante es ser trans, plenamente, que puede compensar incluso la soledad y desearse incluso estar sola, para ser mejor una misma, una frente al mundo, orgullosamente sola, la frente siempre alta? 

Afortunadamente, Oriana, para no tomar ese camino que a tí misma te parece alarmante, has visto a Pepona, y a la niña que duerme en su interior, porque has echado de menos no haber aceptado, cuando te invitó a que fuérais a cenar juntas. 

Por fortuna, echas de menos a una amiga, lo que te hace darte cuenta de que es la misma soledad la que, unida a tu orgullo, te hace exigir más soledad. 

Pero sabes que la soledad no es buena: una amiga sencilla, alguien con quien simplemente hablar, sentada a tu lado en el solecito del invierno, es infinitamente más dulce, más tierna, más viva, que cualquier soledad.

Kim Pérez 28-11-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                   Arrepentirse o no arrepentirse

 

No puedo arrepentirme, porque no veo nada de lo que arrepentirme. En este asunto, claro, en otros, para qué hablar. 

Hace unos doce años, justo al principio de mi transición, leí la historia de una persona que realizó el proceso transexual, operación incluida, y luego se arrepintió. Sería difícil para él responder a la pregunta lógica, “¿Y ahora qué?”, y lo resolvió haciéndose monje budista. En el reportaje, vi una foto suya, serio, ¿rapado?, con el hábito azafrán. 

Supongo que seguiría siendo disfórico de género, tanto, que la solución “mujer” no le arregló las cosas. Tampoco podría arreglárselas la solución “hombre”, de la que ya había huido. Supongo también que una experiencia vital tan intensa y tan frustrada, ser transexual y dejar de serlo, necesitaría una salida radical, para lo que eligió una evasión de esta realidad, y que el hábito y la cabeza rapada le dejasen a los ojos de todos en esa cuasi asexualidad de los monjes. 

En las dificultades de género que he tenido (porque las personas disfóricas de género las seguimos teniendo a veces incluso después de la transición) me he acordado de esa solución y he pensado si sería válida para mí. 

Para mí no sería válida. Podría decidir algo similar, hacerme un ermitaño, aunque yo lo sería cristiano, incluso con barba, pero pensara lo que pensase, no podría evitar sentir la tranquila seguridad de que, bajo mis hábitos, estaba la realidad de que me he operado. 

No me podría arrepentir, porque, hiciera lo que hiciese, siempre me sentiría dulcemente a gusto, un estado de suave bienestar al pensar que ahora estoy como yo quería estar. 

Es decir, que si tengo dificultades, las tendré, pero nunca afectan a lo esencial de la manera en que he resuelto mi disforia de género; (otras personas la resuelven de otra forma) 

Y esto sirve para comprobar la naturaleza de la disforia de género, cuando se duda sobre lo que es. Quien se arrepiente o teme llegar a arrepentirse, puede temer que sea una especie de locura o un vicio. 

Los vicios, por lo menos, no funcionan así. Comienzan con un placer y según avanzan o se arraigan, van produciendo un malestar cada vez mayor.  

La disforia de género comienza con una angustia. Después puede haber placer, deseado o no, o puede no haberlo. Según avanza el proceso de transición, se va sintiendo mayor bienestar y la persona transexual se va estabilizando emocionalmente. 

Pueden quedar problemas o perplejidades, pero si los hay, se deben más a los alrededores de la cuestión que a la misma cuestión que se está resolviendo. 

Puede haber problemas sociales, pero en ese caso los problemas son de la sociedad, que será insuficientemente comprensiva, más que de la misma persona transexual, a no ser que sus expectativas hayan sido excesivas e irreales… pero aún en ese caso, tendrán que ver más con la socialización que con la disforia de género en sí. (Estos fueron los problemas, dicho sea de paso, que echaron para atrás a Renée Richards, la tenista) 

Si se presenta esa clase de problemas, lo mejor es no ser demasiado conservadora y tradicional, sino aceptar e incluso amar a la sociedad abierta… 

También puede haber problemas más personales. Problemas con la orientación sexual, que puede ser distinta de lo que se espera, o demasiado confusa, o inexistente. Pero ya sabemos que el abecé de la sexología está en que la identidad de género y la orientación sexual son dos hechos diferentes, que se combinan entre sí de una manera muy variada. 

Y también puede haber problemas más relacionados con la misma identidad de género. El más frecuente viene de suponer que la transexualidad es un recorrido único y fijo. Quien la imagina así, cree que la transición es como un túnel de metro que empieza por la estación Apoyo Psicológico, sigue por la de Hormonación, pasa por la de Prueba de la Vida Real y llega a la de Quirófano (con dos andenes, eso sí: Caracteres Sexuales Secundarios  o Genitales), pero que tienes que hacer este recorrido quieras o no quieras, lo necesites o no, porque para eso “eres transexual”, y por eso "se supone que es lo que tienes que hacer". 

Quien llega a creer que tiene que subirse al metro en la primera estación y bajarse en la última, por obligación y no por su voluntad, tiene bastantes posibilidades de equivocarse y de arrepentirse. 

Pero la realidad es muy distinta. No se parece al metro, sino a un tranquilo paseo a pie, en superficie, por un parque de hermosas avenidas e íntimos senderos. En todo momento, eres tú quien decide por dónde vas y adónde vas. El único criterio será lo que te agrade, lo que te produzca bienestar, lo que sea acorde con tu manera de ser. El público que ha entrado camina por rumbos diversos, por la sencilla razón de que todos somos distintos, y lo que yo amo no es lo que tú amas y lo que yo deseo no es lo mismo que lo que tú deseas, y la música que me hace a mí pararme ante un kiosko tú prefieres oírla alejándote. 

En cualquier caso, se me olvidaba decirlo, ése es el Parque de la Transexualidad y todas las personas que andamos por él somos los y las transexuales.

Kim Pérez 21-11-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                            La Ley

 

Álvaro me llama. Visualizo, como en una pantalla que no existe, su rostro barbado, enjuto y cortés. 

“Kim, ¿qué me aconsejas para la cuestión del nombre?” 

“Ahora te lo digo, ¿pero cómo te va?” 

“Bien, pero ya estoy harto de los papeles antiguos, con el nombre tan…”glamouroso”. ¿Dónde voy yo a trabajar con este pedazo de barba y ese nombre?” 

“¿Y cómo te las arreglas?” 

“Pues ya sabes, chapuzas, en lo que sale, con gente que me conoce o que no pide el carnet”. 

“O sea, que económicamente…” 

“Estoy a la cuarta pregunta”. 

“Pues mira, lo que te aconsejo es que esperes unos meses, porque va a salir la Ley nuestra, y hará fácil lo que ahora es difícil. Espera un poco más, a ver qué pasa. Total, son unos meses…” 

Le digo eso porque sé bien los laberintos que cuesta la actual situación. Yo tuve suerte, porque el cambio legal me costó sólo -¿sólo?- cien mil pesetas a un abogado amable, y sólo -¿sólo?-  seis meses meses de espera, ante un juez también amable, pero conozco: 

-         Personas a quienes la abogada les pidió cuatrocientas mil pesetas. 

-         Personas a quienes el juez tardó dieciocho meses (un mes tras otro, y sin saber cuándo llega el final) en dar sentencia. 

-         Personas a quienes el juez les denegó el cambio de nombre y tuvieron que recurrir a la Audiencia… Meses y supongo que minutas de abogado y procurador por medio. 

-         Personas que, después de años y años de cambio social, no consiguen que ningún juez lo reconozca, y tienen que ir por todas partes, como Álvaro, con su barba o su voz, y procurando no enseñar los papeles. 

Mi amigo Simón trabaja de encofrador en las obras. El ambiente de la construcción es duro, pero a él le gusta la dureza, y siente orgullo cada vez que piensa que está en eso, y que es respetado y valorado. Ha estado trabajando con constructores de carreteras en el ambiente hoy cosmopolita-proletario de compañeros ecuatorianos, marroquíes, portugueses… y ha tenido alguna vez que ponerse serio, muy serio, por las mil complicaciones que surgen habitualmente en ese trabajo, pero no por las suyas, y trabaja, y coopera en mantener a su pequeña familia, y semana tras semana trae el pellizco necesario para llenar el refrigerador y pagar la hipoteca y el coche. 

No es preciso decir que Simón tiene sus papeles en orden, y sabe que toda su existencia social depende de ese rectangulito de cartulina plastificada que guarda con esmero y todavía no se puede creer que esté en sus manos. 

He contado cosas de trans masculinos porque lo tienen algo más fácil, aunque sea para las chapuzas, gracias a su aspecto, es decir, que son las más suaves que se pueden contar. 

De las trans femeninas, ¿qué se puede decir? 

Unas pocas que conozco han tenido la inmensa fortuna de tener un trabajo y conservarlo contra viento y marea.  

Sé lo que significa, en esos casos, tener un papel: la prueba contundente de que la Ley te apoya. 

El derecho, exigible ante cualquiera, a ser tratada con el nombre que figura ya en ese papel. 

La seguridad moral de que, si alguna vez te tropiezas con un insensato, puedes ponerlo firme, con la razón de la Ley. 

El beneficio de entrar en programas sociales o sanitarios para mujeres, como por ejemplo en una revisión de mamografía que acabo de pasar, dirigida a todas las mujeres entre 40 y 65 años. Si hubiera tenido mamas, pero no papeles, no habría podido hacerme esa revisión. 

Ya que he dicho esto último, vamos a hacer ahora el juego de poner el resto de las ventajas en negativo, para ver lo que significa la realidad para todas las trans que no tienen sus papeles: 

No tener ninguna prueba de que la Ley te apoya, o más fuerte en realidad, que la Ley no te apoye en tus duras condiciones de vida. 

La carencia del derecho a que se te llame en público por el nombre que es el tuyo, entre la gran expectación de ese público (en hospitales por ejemplo) 

La vergüenza de que en esos hospitales, o en una comisaría, o en unos vestuarios, te pongan en habitaciones en las que, desde luego, vas a ser una atracción. 

La inseguridad legal acompañando y reforzando la inseguridad del “yo sola frente al mundo”, tan frecuente entre nosotras, hasta que se convierte en desafío. 

La total indefensión ante posibles interpretaciones negativas de los programas de apoyo a la mujer, de los que nos beneficiamos sólo cuando los organismos correspondientes tienen la inteligencia de incluirnos en acciones de formación y empleo, o de casas de acogida (he visto esa inteligencia funcionando), o de salud como el que acabo de contar… 

Por todo eso es tan importante tener papeles, y que sea fácil, rápido y barato conseguirlos, basándose en el sentido común, en la inteligencia y en la solidaridad, y por eso, ahora que está cerca el momento, le he dicho a Álvaro que espere unos pocos meses, comprometiendo mi confianza en que ahora es la hora de la verdad.

Kim Pérez 14-11-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                            OII

 

Acabo de ver en la página de la Organización Internacional de Intersexuales, quienes antes se llamaban hermafroditas, que han decidido incluir a los transexuales. 

Me parece verdadero. Cada vez hay más pruebas, aunque sean pocas, de una condición intersexual situada en el hipotálamo cerebral, el área que rige precisamente la conducta sexual, y más exactamente en la estría basal, o BSTc, que dio nombre a la espléndida revista de Natália Parés e Yliana Sánchez. 

Esta decisión de la OII toma posición en una fuerte polémica subyacente en el medio trans: si la transexualidad es una condición natural o una opción social. 

Biologismo frente a sociologismo, por tanto. La primera hace de la transexualidad algo ajeno a la voluntad humana, algo con lo que nos encontramos y que sólo tenemos que administrar lo mejor posible. 

Moralmente tranquilizante, por lo demás: no lo hemos decidido, es algo tan fuerte y tan natural como, digamos para entendernos, la heterosexualidad. 

La posición sociologista, por su parte, ve la transexualidad como una estrategia en el combate permanente que es nuestra existencia social, estrategia de poder  o estrategia contra el poder constituido, o por la redefinición y la compartición del poder social. La perspectiva de género, el feminismo radical, están en esta línea, derivada de Foucault, y plantean que no existen realmente ni la heterosexualidad, ni la homosexualidad, ni la transexualidad, independientemente de ese gran combate sexual y social en el que son estrategias que unas personas u otras encuentran adecuadas para sobrevivir y afirmarse. 

Por mi parte, por poner unos ejemplos que precisen mejor estas posiciones, he dudado continuamente entre las dos, que me han parecido una y otra razonables en principio. Mi propia experiencia de transexual me parece marcada tanto por unos posibles orígenes biológicos como por otros sociales.

Sé que mi madre afrontó durante mi embarazo situaciones (tratamiento con progynon, estrés de guerra) que se sabe que pueden feminizar al niño. Eso sería biológico. Pero por otra parte, yo que tengo un carácter orgulloso, tuve que hacer frente, en el colegio, a humillaciones que me resultaron insoportables; puede ser que la transexualidad que empezó entonces, fuera una rabiosa evasión de todo aquello. Eso sería social. 

El posicionamiento de la OII invita también a resolver estas dudas, en un sentido u otro, a sumarnos a lo que plantea esa organización o a contradecirlo. 

Lo voy a intentar, por mi parte. Hay muchas razones para declararse de acuerdo. El sexo en general, tiene tal base biológica, que ni los más acendrados sociologistas pueden negarla. Los flujos de hormonas, en sus mayores o menores dosis, especialmente los de andrógenos, les dan forma no sólo a los cuerpos sino también a ciertos aspectos de la conducta (por ejemplo, la maternalidad) que biológicamente se llaman sexualidad y sociológicamente, género. 

La intersexualidad tiene lugar cuando la configuración de los cuerpos no se hace definidamente en un sentido u otro. Esta indefinición puede tener lugar en una gran variedad de hechos corporales, empezando por la variabilidad cromosómica, que no es siempre XX o XY; puede darse también en los genitales externos o en los genitales internos; o, como empezamos a descubrir, en un plano corporal, pero muy interno: el de la diferenciación cerebral. 

Se supone que hay un nexo entre la intersexualidad corporal, observable objetivamente, y la intersexualidad de la conducta. De hecho, se ha observado muchas veces una relación entre el flujo particularmente alto de andrógenos, en la gestación de algunas niñas (debido por ejemplo a la condición llamada hiperplasia suprarrenal congénita o a que su madre ha tenido que tomar, por algún motivo, medicación androgénica) y su conducta ulterior muy activa, turbulenta, deportiva, frecuentemente lésbica, más integrada entre los varones que entre las niñas…; y también una relación entre un flujo singularmente bajo de andrógenos en la gestación de algunos niños (debido por ejemplo a que su madre ha debido tomar medicación estrogénica), y su conducta siguiente especialmente tímida, introvertida, reflexiva y sensible, y frecuentemente homosexual. 

Todo esto resulta tan de fondo, tan verdaderamente estructural en la formación de la personalidad, por haberse producido en los meses cruciales de la gestación, que cualquier hipótesis sociogénica, como las de la perspectiva de género, de Butler (en EE.UU.) o Garaizábal (en España) resulta fundarse en hechos circunstanciales y seguramente dependientes de ese fondo biológico, tan tenaz y tan fuerte como los millones de años implicados en él. 

Vuelvo a mi caso personal: ¿qué será más fuerte, para haber durado toda mi vida, una intersexualidad biológica, marcando desde el vientre de mi madre mi cerebro, o unas dificultades como colegial entre los nueve y los catorce años, por potentes y formativas que fueren? 

¿No hay en toda la hipótesis sociologista algo de coyuntural o variable? Por ejemplo, sí, es verdad, puede ser una estrategia, pudo ser la evasión transexual, el sueño del cambio de sexo al no poder integrarme entre mis compañeros, y eso pudo marcarme a fondo en una etapa en la que mi desarrollo emocional no se había completado. Pero hace falta explicar por qué esa marca a fuego queda intacta a través de los años, incluso cuando las circunstancias sociales han cambiado por completo y me encuentro, no sólo bien integrado entre varones y mujeres, sino incluso en una posición socialmente dominante, que me trae fuertes sentimientos de seguridad. Esta explicación resulta necesaria porque, si sólo hay agentes sociales, las condiciones sociales varían continuamente, por lo que esta memoria transexual debe arraigarse en alguna parte, más allá de las simples reacciones sociales. 

¿No es más fácil suponer que, por el contrario, tuve aquellos problemas de integración con mis compañeros varones porque yo era tímido, introvertido, nada deportivo, muy lector, muy sensible y vulnerable, es decir, muy intersexual cerebralmente? ¿Y que mi intersexualidad biológica ha persistido, naturalmente, a través de los años, y que por eso sigo siendo transexual, aunque ahora, gracias a ser casi vieja, haya aprendido a ser segura y hasta dominante socialmente? 

Pero la transexualidad tiene muchos matices y formas, algunas distintas de la mía, y conviene preguntarse si todas ellas proceden de esa misma clase de intersexualidad. Por ejemplo, mi amiga Mercedes, desde luego, no es nada tímida, ni nada introvertida, ni nada lectora, aunque sí es verdad que es muy vulnerable y que en su niñez prefería jugar con las niñas a las que, por otra parte, mandaba sin contemplaciones. Por lo demás, rompió a llorar y patalear cuando se enteró de que no podía hacer la Primera Comunión vestida de noviecita, como las otras niñas (yo la hice vestido de marinero, sin problema alguno, quizás porque fue antes de mis años duros) 

En este caso, se ve una identidad femenina muy precoz y firme. También, más adelante, empezó a enamorarse de los muchachos, mientras que yo, tampoco. ¿Viene su transexualidad de los mismos manantiales intersexuales que la mía o de otros? ¿Hay en su caso la compleja relación con los mecanismos de poder y contrapoder que postula la perspectiva de género y que yo, que la conozco bien, puedo analizar con detalle desde su principio, y confirmar, problemas y humillaciones por todas partes, y su orgullo, como el mío, siempre levantando la cabeza, siempre con la cabeza alta? 

¿Es su atracción por los hombres, preparada desde antes que tuviera conciencia de ella, lo determinante, y es esa atracción también una forma de intersexualidad, genéticamente determinada, distinta de la mía (en la que no hay esa atracción segura), pero intersexualidad? 

¿O, buscando la unión de una suposición y de la otra, no se podrá decir esto: que en esta existencia terrenal, lo más básico y fundamental, después de la diferencia sexual, son las relaciones de poder y contrapoder, nacidas de ella o de otras circunstancias (Schopenhauer, Nietzsche y Adler dirían enérgicamente que sí, con la cabeza), que ese poder y contrapoder pueden verse desequilibrados por mil motivos, desde la intersexualidad a las relaciones personales que te tocan a lo largo de la vida, y que la transexualidad es una respuesta equilibradora a esas relaciones de poder? 

Entonces, su relación con la intersexualidad no sería directa y mecánica, sino que tendría que estar mediada por las relaciones de poder presentes en cada historia personal; de esta intermediación dependería que hubiera transexualidad o no. 

De hecho, hay una prueba obvia de la verdad de esta afirmación en el hecho de que no todas, ni mucho menos, las personas intersexuales son transexuales. Hay una gran variedad de actitudes. Es decir, la intersexualidad sola no explica la transexualidad, aunque la favorezca. Tiene que haber algo más, que pueden ser las variables relaciones de poder con las que cada cual se encuentra. 

En resumen, los biologistas y los sociologistas tienen razón, pero los biologistas tienen más razón que los sociologistas, y sobre todo su parte de razón es anterior y más fundamental.

Kim Pérez 07-11-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                             Llamada y lamento

 

- ¿Cómo te va? 

- Hooola...- contestas con voz cansada o lenta, como si acabaras de despertarte. 

- Hace tres, cuatro meses, yo qué sé que no hablo contigo.  

- Sí, es verdad. 

La iniciativa de la conversación la tengo que llevar yo. 

- Me han dicho que dejaste el trabajo. 

- Síii... pero estoy a gusto, tengo un dinero ahorrado y puedo permitírmelo unos meses. 

- Hija, qué envidia. Pero lo del corazón, ¿cómo te va? 

- Ah, el corazón lo tengo en el congelador. Me interesa, ¿sabes? Me va bien; también descanso. Estoy descansando de rollos de trabajo y de rollos del corazón, ya ves. 

Estás en realidad agazapada en tu rincón, como un gatito en un montón de ropa, protegido, a gusto relativamente, pero a la defensiva. ¿Te dejo estar? Eres mi amiga. Espero que seas capaz de salir de ese rincón triste. Tengo que intentar sacarte de él, tengo que ayudarte. 

- Venga ya, estás jodida. ¿Hablamos? 

- Pues sí, estoy muy jodida, pero ahora estoy por lo menos tranquila. Lo valoro, ¿sabes? 

- ¿No sales, verdad? Es que no te veo por ninguna parte. 

- ¿Para qué voy a salir? De todas maneras, voy de vez en cuando al Sapho's, más que nada porque soy amiga de Beatriz, la dueña, y hablamos un rato. 

- Me gusta también. Tiene el nivel de luz y el de sonido que me van. Iré algún día por si te veo. 

- Te advierto que yo voy sólo por la Bea. No me entiendo ya con las lesbianas. Será que no entiendo, comentas sarcásticamente. 

- A lo mejor es que no te van las lesbis, sino las heteros, te provoco, tirándome en plancha. 

- ¡Qué dices! A las heteros les van los tíos. ¿Es que yo soy un tío?, dices ya en tono de guerra. 

- ¿Lo soy yo?, digo gallegueando, técnica utilísima cuando no quieres comprometerte. ¿Lo somos nosotras?, añado. 

- ¿Sé yo lo que somos nosotras?, dices, regallegueando. 

Me tiro a fondo, de cabeza. 

- Mira, yo creo que nos liamos con las palabras. Nos gustan las mujeres más o menos, pero a las lesbis les van las mujeres bios, no nosotras, las trans. 

- ¡Es que yo quería mucho a Lucía!, dices de pronto, rompiendo a llorar. ¡Es verdad, la quería muchísimo, me ha dado la vida y la alegría y me las ha quitado! 

Me sorprende que tú, que tú, llores como una chiquilla. Que te hayas deprimido, lo comprendo, pero que estés rota hasta el punto de dejarte llevar, sin importarte para nada tu antigua práctica de dureza, de estar más allá de donde están los demás, de saber más que nadie, me conmueve y casi me divierte. Eres fuerte y orgullosa, pero también tienes tu alma y te hundes cuando algo la toca. 

- No me explico por qué me ha dejado. Todo iba tan bien y, de pronto, sin una palabra... Y por cierto, lo que dices de las lesbis y las bios y las trans, y yo qué sé, que parece que estamos hablando de alimentos envasados para bebés, no me ayuda nada, sabes, no me ayuda nada. 

Vuelves a ser la fuerte, Rosario la Fuerte. Pero ya he visto lo mucho (y más fuerte) que hay debajo. 

- Mira, las lesbianas y los gays sienten debilidad por sus iguales, por sus iguales en experiencias, sentimientos, vaginas o vergas, menstruaciones o eyaculaciones, sus iguales en visión de la vida y del deseo, y nosotras no somos sus iguales, en tantas cosas, que aunque cierren los ojos, al final se nota. 

- ¿Entonces, rayos, dónde está mi pareja, la mujer que yo quiera y que me quiera y que me quiera como soy, trans o no trans, que ya no sé ni siquiera lo que soy?, dices con rabia. 

-¿Y dónde está el hombre que me quiera  al que yo quiera, lo que he buscado toda mi vida, y nunca he querido ni he sido querida por nadie?, digo montándome también en la bicicleta de su rabia. 

- ¡Eso digo yo! ¿Dónde están? 

- ¡Pues están!, respondo. Mira a Fulanita, y a Menganita, y a Zutanita, todas con sus parejas, hombres o mujeres. Las han encontrado. Todas las dificultades fuera, llevan años, son felices, más que muchas parejas heteros, o lesbis o gays, porque las parejas saben lo que hay y les gusta! ¡No se entenderá, pero es verdad, es la verdad! 

Seguimos hablando media hora más, pero ya hemos dicho lo que importa. 

Kim Pérez 31-10-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                             General Travesting

 

Un curso de muchachos más que adolescentes ha decidido hacer una fiesta y, para que tenga su punto de especial, la norma básica es terminante: travestimiento general. Lo diré en seudoinglés, que suena mejor: General Travesting.  

Para los varones, supongo. Las mujeres ya se travisten todos los días y sólo tendría sentido si, además, se disfrazaran estilo Chicago años 30 o Buenos Aires años 20; gomina, corbatas de nudo gordo, camisas negras, chaquetas ceñidas, pantalones a rayas, zapatos con tacón de tres centímetros,  es decir, machistamente, poderosamente. 

Y que bailaran el tango teniendo bajo sus brazos a un muchacho travestido y rendido; demasiado. 

Por eso no creo que a ellas les interese mucho el juego. Aunque, ¿de quién habrá salido la idea? Tiene que ser de alguna; ninguno de ellos se habría atrevido a proponerla, pero sí a secundarla. 

A ellos sí. Con mucha risa, pero les interesa. Todos se travestirán. O casi todos. Algún hará una mueca al saber el proyecto y se irá a ocuparse de sus cosas, gravemente, radicalmente viril. 

Pero la mayoría sí pueden imaginarse vestidos de mujer, aunque luego no sepan qué hacer con esa ropa, manifiestamente postiza. 

Según se van enterando, la preparación, en sí, es alucinante. Entre otras cosas, hay que prever que las chicas ayudarán a depilarse a los chicos. Eso significa, exactamente, suaves manos de mujer acariciando las piernas masculinas para despojarlas de su virilidad. ¡Guau! 

O manos blandas, para quienes no aman a las mujeres. 

Y luego, a maquillarse. Tú te quedas quieto, con los ojos cerrados, y las manos suaves pasan sobre tu cara. O las blandas, anda ya. 

La mayoría de quienes se han apuntado, alucinan con esa perspectiva. Y las chicas, también; sí por eso. ¿Por qué a muchas mujeres les interesa travestir a los hombres? ¿Es una cuestión de jugar con su cuerpo? ¿O es una cuestión de poder, una especie de desquite? 

Judith afeitando delicadamente a Holofernes, antes de cortarle la cabeza. 

Hasta aquí, todo resulta oscuro, instintivo, animal. A primera vista confuso, pero en realidad muy simple, como lo son los esquemas animales que operan en nuestra mente. También resulta un poco sucio y vergonzoso, hay que admitirlo. 

¿Pero por qué tantos muchachos, heteros, viriles, van a travestirse apasionadamente? 

Creo que hay, lo primero de todo, una experiencia fundamental: la de liberarse de sus propios condicionamientos. 

"Sé lo que es ser varón; ¿cómo será ser mujer?" 

La pulsión es más fuerte en los varones que en las mujeres porque ellos han tenido una represión mucho más  fuerte, no sólo a la hora de hacer algo, sino hasta a la hora de pensarlo. 

Las mujeres han podido imaginarlo y hasta desearlo. "Si yo fuera hombre, no tendría que..." Han podido decirlo en voz alta, a sus amigas o a sus padres, protestando de su desigualdad. Ningún hombre con conciencia de serlo ha podido decir nada de eso, ni pensarlo siquiera. "A ver si va a parecer que soy maricón". 

Pero la curiosidad arrecia, sobre todo en la adolescencia. ¿Cuántos han fantaseado con ser, a lo mejor, hijos adoptivos, y querer conocer a sus verdaderos padres, a lo mejor unos aristócratas, y cambiar así la historia familiar? 

Es el deseo humano de liberarse de las circunstancias que nos amarran. También eso es común en el cambio de sexo: es soñar en una liberación de las circunstancias más definidoras, más confinadoras, el sexo, que nos obliga a conocer la experiencia sólo de la mitad de la humanidad y a desconocer radicalmente la otra mitad. Orlando, de Virginia Wolf, fue primero integralmente hombre y luego integralmente mujer; él si lo conoció todo; a condición de que olvidara la prmera parte de su vida. 

Me travisto y fantaseo. 

Travestirse es por tanto, liberarse, por un momento, hacer algo intenso y serio, bajo el disfraz protector de las risas y las bromas groseras. Son ellas el verdadero disfraz; no la experiencia de cambiar de sexo durante unas horas. 

Para algunos, será descubrir una imagen conmocionante en el espejo. 

Durante unos minutos o unos segundos de soledad, aparecerá ante ellos la figura de lo que habrían podido ser, esbeltez y belleza inesperadas, gracias a unos toques de maquillaje, la gracia de la dulzura y la ternura que tanto echan de menos en sus vidas. Mirarán con emoción a esa mujer que hubieran podido ser ellos, miraran una imagen de mujer que se superpone sobre la de ellos, una mujer que soy yo, una mujer que no soy yo. 

La sacudida eléctrica de su sexualidad, involuntaria, se mezclará con la dulzura de la liberación; porque no sólo se ve, en el fondo del espejo, la figura habitual de sí mismo, se ve una figura de mujer que soy yo, y se superponen el ansia y el deseo. 

Libertad y mujer, siempre lejana e inasequible, pero ahora capturada en mi propia imagen. Aquí está cercana, definitivamente a mi lado: es mi figura, mi doble, soy yo y no soy yo, sólo tengo que hacer así con los dedos para que reaparezca. 

En la fiesta, estoy prácticamente segura, no habrá la delicadeza de esas almas liberadas que emergen dando unos pasos torpes fuera de ellos para volver al cabo de unas horas. 

Habrá alcohol, habrá grosería, habrá bromas y un montón de risas. Las chicas experimentarán seguramente algo de malestar, la sensación de una farsa y de un fracaso, de algo que mejor que termine cuanto antes. Los chicos acabarán desnaturalizando de tal modo sus disfraces, que al final serán cuatro trapos envolviendo unas caras pintarrajeadas y unos brazos y unas piernas, a veces,  fuertes y musculosos. Pero que no se juzgue precipitadamente. 

Todos los disfraces, ya desagradables, son necesarios para ocultar los profundos procesos que los protagonistas experimentan. No se pone un hombre una falda sin que todo cambie. También ellos experimentarán vergüenza, al otro día, aunque la oculten con carcajadas. Pero que no sientan vergüenza; han experimentado el mayor deseo humano, la liberación de los condicionamientos.  

Kim Pérez 24-10-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                   Amor en el Hospital

 

Escribo en el hospital, que desde hace unos días ha llegado a ser como mi segunda casa. Lo que me llama la atención de los hospitales a la española es el continuo trasiego de visitantes sin tasa ni freno. Los pasillos y, sobre todo, las habitaciones, están continuamente llenas de parientes y amigos, más que de médicos, auxiliares o pacientes, lo que los diferencia supongo de los hospitales a la europea o a la norteamericana, por lo menos de los que se ven en las teleseries, tan eficientes. 

Lo mejor, no os lo perdáis, es que la gente entra y sale a todas horas. La otra noche, a las once y media, había una familia, abuela cojeante incluida, que subía las escaleras dispuesta a buscar a su pariente, y a las tres y media de la madrugada, por supuesto, en una sala de espera estábamos los familiares de dos pacientes. 

Un sonido habitual en la megafonía de Urgencias es "Familiares de X, acudan a tal sitio". Yo no he visto nada de esto, desde luego, en las teleseries extranjeras; supongo que en América Latina y desde luego en los países árabes también pasará lo mismo que aquí, ¿no? 

En las habitaciones, de cuatro plazas, desde luego no te aburres. Si no están los tuyos, están los de la cama de al lado, dándole conversación  que puedes oír gratis o hablando en general, unos con otros, todos entre sí, y enterándose de pelos y señales de las respectivas vidas. 

En la sala de la UVI, la familia que esperaba a las tres y media (de la madrugada) estaba compuesta por la abuela, ochentona, llamada Matilde, con su bastón agarrado entre las manos, sentada en el borde del sillón y muy ansiosa, su hijo Miguel Ángel y su nuera; me enteré de que tenía otro, Antoñín, y uno que había muerto con 51 años, el Pepe, de quien todos hablaban todavía consternados. 

Esperaban  a que el abuelo, de 87 años, saliera de una operación de cadera. "¡Ay mi Antonio!", decía la abuela, "¡Con lo acomañaícos que estábamos!" Salió todo bien, gracias a Dios. 

En la planta, había otra abuela, gitana, que ya casi ni veía ni oía. Los hijos, los nietos, se sucedían a su lado, y uno de ellos le tomó la mano y se la acarició con amor, mirando su vieja cara. No sé qué sería de ella, porque cuando volvimos, después de dos días en la UVI, ya no estaban. 

Mi madre tenía al lado a sus siete hijos vivos, y a muchos de sus yernos y nueras y de sus veintitantos nietos (los cinco bisnietos son demasiado pequeños) Nosotros solos llenábamos el hospital, como si fuéramos otra tribu gitana. 

Otras personas, desde luego, estaban más solas. Entró otra mujer, Brígida, de 84 años, consciente, pero casi inmóvil, por un derrame cerebral, cuya respiración se convertía con frecuencia en estertor, que sólo tenía a su lado a su único hijo. Su nuera tenía que quedarse en su casa con sus nietos y ella era la menor de cinco hermanos, todos los cuales habían muerto. Cuando me encontré con el hijo al otro día, me dijo simplemente: "Ha muerto". Tenía los ojos colorados. 

O Inocencia, ahogándose, que sólo estuvo una noche, sola; al día siguiente llegó su hijo, indignado porque al parecer no seguía las instrucciones médicas, y como ya estaba mejor, pidió el alta voluntaria y se fue. 

O sor Sagrario, que ingresó cuando yo estaba fuera, una monja dominica de las de clausura, con el pelo grisáceo, a quien acompañó la primera tarde otra monja, de hábito blanco, muy limpio, y toca marrón, y un sobrino suyo, que vino un par de veces, como dos sacerdotes, con los que mantenía la familiaridad de los solitarios que comparten la misma clase de vida. 

O Ana, de 37 años, muy inocente y pura de corazón, que tenía a su lado sólo a su madre, Elena, de 74, ya viuda y que había sido maltratada a fondo por su marido, y que en aquellos años suyos echaba de menos no haberse casado con un pretendiente buenísimo que tuvo en su juventud.  

Pilar arrastraba un asma desde hacía veinte años, de resultas de un resfriado mal curado. Venía a verla su hijo, con su mujer embarazada de ocho meses, y también sus hermanos y hasta los compañeros de su marido. A dormir, se quedaba él, Antonio, que pasaba noche tras noche en la incómoda butaca, hasta que ella tuvo que echarlo. 

De todos modos, ni comparación con lo que pasa en otros países. Me contó alguien que en Holanda, en estos casos, los parientes llaman educadamente por teléfono para interesarse, y adiós. Me da miedo que conforme nos desarrollamos lleguemos a eso, porque muchos de los pacientes que he visto aquí, tan acompañados, son de pueblo. 

¿Cómo vive una transexual aquí? 

Pues sin darse cuenta casi de ser transexual. Yo entro, subo, bajo escaleras, llamo a las enfermeras, y no pasa nada digno de mención. Desde luego, la gente no se apelotona en las puertas para mirarme. Puede haber algunos comentarios, eso sí. Elena, la madre de Ana, y otra señora, me habían visto en la televisión, y eran muy cariñosas conmigo, un poco curiosas y protectoras. 

Elena me pidió con insistencia mi teléfono para llamarme cuando Ana saliera; quería invitarme a tomar café en su casa. Me felicitó por la ley del matrimonio homosexual, entendiendo que todos éramos unos. No la desmentí. 

Pensé también, con un poco de tristeza, que nosotras, las trans en particular (más que los trans) seremos probablemente de quienes nos veremos casi solas en el hospital. 

Muchas no tenemos hijos: desde luego, descarto para nosotras las imágenes de las abuelas que he visto. Otras muchas no tenemos pareja: no se quedará dormir a nuestro lado en el sillón. Muchas tenemos hermanos y algunas  conservamos buenas relaciones con ellos; bueno, pues entre hermanos y sobrinos tendremos visitantes, pero serán de los de tarde, no de los de noche. 

Lo he visto hace tiempo; la verdadera esperanza de familia trans la forman otras trans. Hago la cuenta y rápidamente encuentro cuatro amigas que se quedarían a pasar la noche a mi lado, y que avisarían por mí a los enfermeros. Yo, por mi parte, me quedaría con gusto al lado de otras amigas, aunque ellas no lo saben; pero me inspiran cariño y ternura. 

Hace muchos años que me contaron la historia de una trans, enferma de sida, en Madrid, en estado terminal. La querían echar del hospital pretextando que ya no podían hacer nada por ella, pero no tenía a dónde ir. Su familia no quería saber nada de ella. 

Sus amigas trans decidieron formar un turno permanente para estar a su lado y que los del hospital no la pusieran en la calle. Así murió, entre sus amigas. 

Kim Pérez 17-10-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                      Análisis de un Sentimiento

 

Tengo una amiga que es joven y guapa. La familia estaba compuesta por los padres y cuatro varones, aunque al tercero se le había visto desde siempre de otra manera. 

Llegado el momento, los padres aceptaron todo muy bien y ella, desde ese momento, fue "la niña". 

Hasta ahí, lo que ya va siendo normal. De todos modos, de pronto me he encontrado fantaseando sobre esta historia y me llama la atención tener estas fantasías cuando con otros temas no las tengo. 

Me imagino a los hermanos, dos mayores y uno menor, muchachos corrientes, viriles. De pronto, se encuentran entre ellos a "la niña", alguien que hace una vida completamente distinta de la de ellos, que se arregla y se pinta, durante horas incluso, delante del espejo, que tiene el derecho de ser caprichosa y muy señorita, los hermanos salen pronto de la casa a trabajar, con las ropas oscuras de los hombres, y ella se queda un rato más y luego se levanta a hacer las cosas de la casa, en la tranquilidad de las cuatro paredes, ayudando a su madre que trabaja fuera. 

La niña tiene en su cuarto, muy visible, una foto grande de un novio, y muchas muñecas y tonterías. Los hermanos lo ven a veces, de refilón, al pasar, es otro mundo. 

Y ella se queja de que dejen el baño tan desordenado al salir, porque para ellos es como un sitio de paso, mientras que para ella, con las luces sobre el espejo, es uno de los cuartos fundamentales de la casa. Y sale de él, cuando se ducha, arrebujada hasta el cuello en su albornoz, con el pelo liado en una toalla, ya guapa. 

Y es muy gracioso cómo aparece ahora el tendedero de la casa, con la ropa sobria y sosa de los varones, pero en medio, los colores brillantes y los adornos de las minúsculas prendas que usa la niña. 

Todo esto es más o menos verdad, pero me intriga porqué me pone fantasear sobre todo ello. Procuro entenderlo y analizarlo, para ver a dónde me lleva. 

Está claro que el elemento fundamental de la fantasía está en la diferencia de la vida de ella y la de sus hermanos varones. Es el contraste entre la vida de los varones y la de ella lo que me pone. Sólo por ella, no fantasearía. 

Frente a la vida varonil de los muchachos, palabra, la de varonil, que veo como sinónimo de grisura, de esfuerzo, de trabajo, de sosera, pero también de responsabilidad, de seriedad, de dominio sobre las cuatro esquinas de la tierra (por eso es importante para mí que fueran cuatro, pero que ella se escapara por su ángulo, alegre y colorido como el de un parchís), veo algo muy distinto. 

A ella la veo como con muchos más derechos, aunque se enfaden las feministas, o por lo menos con los derechos que me importan a mí: el derecho a ponerse guapa, el derecho a tener antojos dichos como con voz de niña chica y a que alguien se los haga, el derecho a no tener que trabajar en la calle, tan antipática, sino protegida por las paredes de la casa, donde de chica se encerraba a jugar a las casitas en la escalera, con otra nña, o a pintar tirada en el suelo; el derecho a usar ropa mucho más alegre y preciosa que la de los hombres, tan horrible. 

La presencia de los hermanos me hace pensar en lo que yo veo en ella, es decir, en mí misma: diferencia, los varones por un lado y nosotras (ella) por otro. Diferenciarse, distinguirse de lo varonil, ésta es la ambición que nos hace trans. 

Y también veo una sutil cuestión de poder. Ellos, obligados a mostrarse fuertes, sólidos. Ella, con sus cosas. Amores, sobre todo. Romanticismos, fracaso, lágrimas, pero sin duda, amor. Lo más importante para ella, como para mí. Su acto de fe, su religión. Es decir, ella, en lo que le importa, aunque a ellos les parezca tonterías. 

Y luego, ellos lavados, aseados, vestidos seriamente, pero ella especializada en una escuela de glamour casero, aunque sobre todo en el extracasero. Ambición: ser cantante, ser triunfita, ser admirada por todos, ser amada por todos, de Norte a Sur. Ambición trans. 

Por eso, seguramente, esta historia me pone a fantasear.

Kim Pérez 10-10-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                         Entrar

 

La noche, la noche, empezó más bien chunga. 

Nos fuimos a una discoteca, que tenía la entrada como por un jardín, la Clara y la Fanny, sin problemas, pero al llegar la Leo y yo el portero nos dio el alto. 

"Es que ya está cubierto el aforo", dijo. 

La Clara y la Fanny, que ya se iban para dentro, se volvieron y se pararon a mirar. 

"Es porque somos transexuales, ¿no?", dijo la Clara, con su voz de guerra ("gracias por el "somos", Clara; tú ya habías entrado) 

"Ya he dicho que es por el aforo y es por el aforo", dijo el portero. 

La verdad es que nos quedamos muy calladas. Era la primera vez que nos pasaba. 

La Clara, con la voz temblorosa por la indignación contenida, dijo al cabo de un momento: 

"Bueno, devuélvanos el importe de las dos entradas". 

"No puede ser", dijo el portero, ya crecido y vacilón, "están ya contabilizadas. Os aconsejo que os vayáis". 

Las cuatro nos miramos con desesperación. 

"Vamonos", dije en voz casi baja, "vámonos". 

Tan era la primera vez que no supimos qué hacer. Las cuatro idiotas nos vimos en la calle, aturdidas y avergonzadas. Yo me acuerdo perfectamente del color negruzco del asfalto, brillante porque debía de estar mojado, lo que indica que iba mirando al suelo y que andábamos por medio de la calle (Toda la verdad: también sentía cierto orgullo; aquello me pasaba por estar haciendo, por fin, vida de trans; era cosa de trans; si hubiera seguido en el armario, no me habría pasado, y habría sido peor) 

Hablamos un rato, con rabia, de lo que teníamos que hacer; salieron a colación las hojas de reclamación y también los matones; decidimos presentar, al día siguiente, una protesta en la oficina del consumidor, y explicárselo a la prensa, que lo recogería sin duda, aunque sólo fuera por morbo. 

Llegamos, poco después, a la entrada de otra discoteca, mucho más glamourosa, y todo se nos olvidó porque entramos sin problemas. Se pasaba la puerta de cristal y bronces y las entradas se compraban en una mesita puesta detrás. "Cuatro", dijo la Fanny. Como entramos juntas, la tiquetera nos miró a las cuatro, nos vio y nos vendió las entradas. Magnífico. Se nos olvidó todo. 

Qué recuerdos tan alucinantes, qué hondos estáis en mi corazón. Con cuántos otros se mezclan, cuántos locales, cuántos bares, cuántas discos, cuánta penumbra, cuánta música, cuántos ligues descarados o sutiles, cuánta pasión. 

Aquella noche, la pista estaba llena a rebosar. Cientos de personas, amontonadas, riendo con los ojos y con las bocas, el bumbúm del ritmo atronador. Nos tiramos a la pista como quien se tira a una piscina. Visto y no visto, la Clara y la Fanny habían ligado y se reían abiertamente con dos hombres, uno mediano y calvillo, otro recio y grande. 

"¡Estela!", dijo la Clara, al pasar junto a mí, "¡liga!", lo que no dejaba de ser algo cruel. La Leo y yo no íbamos a ligar, pero bailábamos con placer, los ojos cerrados, y cuando los abríamos, éramos amables con quien nos miraba amablemente o con amable curiosidad. No me importaba. "Ven en mí a una mujer fea o a una trans", me decía, y esto era suficiente. Yo creo que yo resplandecía de orgullo. Bailaba con la cara alta, cerraba los ojos para sentir mejor la música y a mí misma allí, y era muy consciente de que estaba maquillada y tenía los labios brillantes de pintura encendida. "Aquí estoy", parecía decir, "¿soy valiente, verdad?", "¿me admiráis o resulto fascinante, verdad?", "soy una trans, soy una trans". 

Clara se puso a mi lado para presentarme al hombre que había conocido, ¡y él me besó en las mejillas! Eso fue lo mejor de la noche, sin duda. Luego, cansada, me fui a la mesa que teníamos. Allí estaba ya la Leo, con su aire blanquecino, o canoso, no sé, bebiendo lentamente un ginfizz con pinta de extasiada. Llegó enseguida la Clara, riendo, con el hombre, Paco, a repostar, y bebieron ávidamente los dos cubatas, con el vapor convertido en agua en los flancos. 

Hablaron muy ensimismados, y riéndose mucho, con las cabezas muy juntas. Se levantaron luego, y desaparecieron. 

La Fanny pasó también como una ventolera a nuestro lado, seguida de su hombre, a quien llevaba de la mano. Nos sonrió con picardía al pasar. 

La Leo y yo nos quedamos, al lado una de otra, entre la música, mirando a la pista y a la gente que bailaba en ella, pero yo sentía que participábamos, porque estábamos allí. 

Al cabo de mucho rato, la Clara y su ligue volvieron. Él se fue enseguida a la barra a traer unas copas para las tres. 

"Mi Paquito, ay mi Paquito", decía la Clara. 

Al cabo de mucho más rato, volvieron la Fanny y el suyo, como quien no ha matado una mosca. 

La noche seguía, yo me dormía, la gente parecía cansada, y la música seguía sonando. 

Kim Pérez 03-10-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                               Salir

 

A las siete de la tarde estábamos arreglándonos en el cuarto de la pensión la Clara, la Leo, la Fanny y yo, pintándonos a tope, con concentración y esmero. A la Clara y la Fanny les lucía muchísimo, son francamente guapas y tienen la arrogancia trans. El olor de las pinturas las envolvía como un incienso mientras sus bellos rostros se reflejaban en el espejo y redondeaban las bocas para mejor pintarlas con el rojo. 

La Leo, la pobre, yo la encuentro más basta y más fea, qué le va a hacer ella, pero también se pintaba con mucha atención; yo, no sé, a mí me parezco muy fea, pero en las fotos a veces quedo muy bien, de verdad, deslumbrante, y a la gente debo de parecerles de esas caras que, vistas desde un lado, resultan poco y, vistas desde otro, mucho, pero a fin de cuentas, nada, porque no ligo. 

"No te pongas eso, que te sienta fatal, Estela, mujer", me dice la Clara, tendiéndome un pintalabios más fuerte que el violeta que estoy usando. "Ponte éste". 

Ella, como siempre, primero rebajándome y luego preocupándose por mí.  

En realidad, me quiere tener como a un perrito, y por eso usa, sin darse cuenta, la técnica clásica: palo primero, para quitarme la confianza en mí misma, y beso después, cuando ya le estoy sometida. Sin embargo, aun en medio de esto, noto en el ambiente la solidaridad trans, el convencimiento de que estamos seguras mientras estemos entre nosotras y de que en cuanto terminemos de arreglarnos vamos a tirarnos a la calle y a lo que venga, a menudo malo, aunque a veces maravilloso. 

Tardamos como una hora en pintarnos y vestirnos, con los vestidos ceñidos, pidiendo guerra, la Clara y la Fanny mirándose mil veces en el espejo de cuerpo entero del armario, poniéndose de perfil y estirándose bien las faldas, mirándose a sí mismas arriba y abajo, con caras de enamoramiento, como si ligaran cn ellas mismas, vaya, y la Leo y yo más comedidas, sabiendo que tampoco hay para tanto. 

Hemos estado discutiendo también los planes para la noche, y también nuestra experiencia nos marca. Hablamos con una mezcla de deseo de lo maravilloso,  de precaución y prudencia ante el peligro, y de valentía arrrolladora. Por fin nos vemos en la calle, que está atestada de gente. Pasamos las cuatro, y la gente nos mira. Mejor, desfilamos por la acera. Esto parece una procesión o una pasarela, un espectáculo en sí. La Leo y yo, inmediatamente, hacemos que se comprenda que las cuatro somos trans. La Clara y la Fanny deslumbran a todo el mundo. La gente se abre a nuestro paso, mirándonos con ojos sumisos a la rutina y la boca abierta, pero es como si los despertáramos.  

Nosotras, despampanantes, muy derechas, como siguiendo el lema de la Clara, "la cabeza siempre alta". Por eso he dicho que parecmos una procesión. Conforme pasamos, la gente se va dando la vuelta y nos sigue mirando con atención,  desmesurada, los zangolotinos se ríen, inseguros y nerviosos, y alguno, para demostrar la hombría tan verde en la que está, le dice  a alguna, "maricón", pero la mayoría murmulla y comenta y en sus labios se ve claramente la palabra "transexuales".  

Todo eso nos gusta y nos humilla, lo veo en las caras de mis compañeras, mitad estimuladas, brillantes de adrenalina, mitad cansadas y tristes. 

Encontramos la paz en el chino, donde mientras vamos a la mesa de cuatro, notamos alguna expectación del público, pero enseguida ellos y nosotras nos absorbemos en los rollos primavera y en las proporciones de las salsas. Y en la conversación. Somos nosotras, hablamos de nuestras cosas, todas hemos roto con mucho y estamos a este lado, y la solidaridad trans se respira de nuevo. Lo mejor es cuando tengo que levantame y siento de nuevo, segundo por segundo, que tengo derecho a entrar al aseo de señoras. Me acuerdo de las primeras veces, todavía con ropa unisex, cuando entraba en ellos más por desafío y por obligación hacia mí misma y mis compañeras, pero con el miedo de coincidir con otra cliente y ver la cara que me pusiera. Salía corriendo y me sentía afortunada de no encontrarme con nadie, me escabullía contenta. Pero ahora, lo natural es que entre aquí, ¿Cómo voy a entrar con mis faldas en el aseo de los hombres? 

Algunas veces me he encontrado alguna cara de mujer en el espejo, atenta y alerta, pero no sé lo que pensaba, a lo mejor no era malo, y de todos modos, coincidiría conmigo en que adónde iba a ir. 

Cuando salimos del chino, empezó lo más profundo de la noche. Pero eso lo contaré otro día.

Kim Pérez 26-09-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                   Pasiones y moral

 

La moral que se ha entendido como cristiana durante siglos ha estado presidida por un principio que viene sin embargo de la filosofía estoica: las pasiones deben ser dominadas. ¿Por qué instancia? La filosofía diría: "por la razón"; la  moral cristiana se sale de la filosofía para responder: "por la ayuda de Dios". Esa moral supone que las pasiones son malas porque pueden hacer perder el control, y por tanto es preciso dominarlas a ellas. 

La apostasía del cristianismo que empezó en el siglo XVIII ha llegado al extremo opuesto: las pasiones pueden gobernar la vida, sólo moderadas por la razón, que debe tener cuidado sólo de que no se exageren. Pero para muchas personas, esta liberación de las pasiones se convierte fácilmente en exageración, porque no se ve por qué o para qué hay que moderarlas: así se desenfrenan, pierden los frenos al pie de la letra, y por ejemplo, la codicia se convierte en capitalismo sin humanidad; el deseo llega a ser mecánico y obsesivo; la acometividad se vuelve gusto de la violencia por la violencia; etc... 

A la vista del mundo moralmente horroroso que con estos principios se está construyendo, hora es ya de proclamar que las pasiones, en principio, son buenas, porque son, existen, y por tanto deben ser reconocidas en su fuerza y en su extraña sabiduría natural, pero deben ser conducidas, no sólo moderadas, hacia un fin racional e intuitivo a la vez, el fin supremo de la vida humana, tan sencillo como hacernos a cada momento mejores y no peores, lo que se puede medir (es una de las mejores medidas) por nuestra mayor o menor capacidad de amor. 

Homosexuales y transexuales nos encontramos con pasiones intensas, la pasión del amor hacia el propio sexo o la pasión de la identidad, como la llamó Isabel Aler Gay, y por tanto estamos envueltos en la cuestión moral de cómo dirigir nuestras vidas hacia ese amor. 

La legitimación de las pasiones viene del descubrimiento de que son naturales o biológicas, aunque pasadas por el filtro de la memoria, la conciencia y los intereses humanos. 

A diferencia de los primeros siglos de nuestra era, cuando surgió el cristianismo y se consolidó el estoicismo, hoy sabemos mucho acerca de los orígenes bioquímicos primero y luego neurológicos de las pasiones o las no-pasiones (resulta peor que falten) y de cómo estos factores nos diferencian a unos de otros antes de cualquier educación y de una manera tenazmente resistente a cualquier acto de voluntad. 

Las pasiones expresan nuestra naturaleza, tal como hemos sido hechos, en lo fundamental, aunque luego deban ser educadas hacia la mayor altura que cada cual pueda alcanzar, a su propia manera. Es como si se nos hiciera a cada cual a nuestro modo, y luego se nos dijera: "Venga, hazte lo mejor que puedas con los materiales con los que cuentas". 

Este punto de vista resulta muy distinto del tradicional cristiano (que no es exactamente el de Cristo, sino el de la traducción de sus enseñanzas a la filosofía griega), que afirma todavía hoy que las pasiones que hay en la homosexualidad y la transexualidad deben ser negadas, sujetadas a toda costa y olvidadas como si pudieran olvidarse, y no afloraran a cada instante, sin que sepamos qué hacer con ellas, aparte de negarlas cada vez que se ponen ante nuestros ojos.  

Pero también es distinto del punto de vista anticristiano, que insiste en dejar sueltas a las pasiones, sin preocuparnos hacia dónde van, aunque sea al desastre, con lo que la homosexualidad se convierte en un torbellino de saunas al vapor, cuartos oscuros y encuentros de diez minutos al salir de las barras de los bares de ambiente. 

Bonito y divertido, pero triste a fin de cuentas, porque acaba en un sinsentido de soledad. Las transexuales (las) estamos libres de esas turbulencias, pero en cambio una pasión por la identidad sin destino, puede acabar encerrándonos en una burbuja de narcisismo en el que sólo cuenta ser unas reinas de mucho cuidado, o volverse una adicta de la cirugía plástica, o una analista exhaustiva (y desesperada u orgullosa) de la propia imagen. 

Queda la idea de que la pasión homosexual o la transexual sean aceptadas como fuerzas que nos llevan a la mayor elevación personal, a la floración de nuestra capacidad de amor. El amor homosexual se convierte entonces en un amor como otro cualquiera, en el que el deseo conduce a la posesión mutua, y ésta a la ternura y a la entrega de sí, cuando tu amado llega a ser más importante para ti que tú mismo. 

Cuando hay esta generosidad de partida, puede engendrar generosidad y correspondencia, lo mismo que el egoísmo engendra egoísmo. La elevación de la persona transexual tiene un recorrido más complejo: primero hay que despojarse del cascarón de género que nos agobia y no nos permite pensar casi en otra cosa mientras está ahí.  

Liberarnos es expresar, o decir, o gritar o cantar, lo que nos pide la pasión transexual, que es la pasión de la identidad, el ansia de la correspondencia entre lo que sabemos que somos y lo que parecemos, la angustia por parecer lo que no somos. 

Una vez encontrada la paz de esta expresión, o una vez que has pasado al otro lado del agobiante problema, es cuando se puede empezar a pensar en otras cosas y también en otras personas con toda la intensidad que requiere el amor.  

Pero mientras no se puede, obsesiona, y no por culpa nuestra, sino por el muro de prisión que se pone delante de nuestros ojos. Haría falta ser muy fuerte o muy débil para admitir que se ha nacido dentro de una cárcel y que se morirá en ella, cuando sabemos que, a nuestro derredor, hay personas ya libres.

Kim Pérez 19-09-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                            Ana

 

A Anne 

Me gustaste desde el primer día que te vi, y me sigues gustando veinte años después.  

Tu cara, cuando está vuelta un poco, angulosa y altiva, luego desmentida por tu carácter risueño y hasta humilde, tus labios finos y apretados con gracia, los ojos grises. 

Tu estatura, siempre crucial para mí, en hombres y mujeres. Tu elegancia de movimientos, en tus brazos y tus piernas largas, aunque seas la hija de un simple labrador acaballerado, cuya prestancia parece que ha salido de ti y no al revés. 

Sólo estrictamente hay dos cosas en ti que no me atraen: el relente frío, como de sirena con cola de pescado, que inexplicablemente desprendes y que he temido que me pudiera helar al irme a la cama contigo, y lo contrario, la también inevitable tibieza calentona, húmeda y olorosa de la condición femenina, en la profunda región, que me hubiera hecho preferir que, para fría, fueras una estatua de mármol. 

Pero, aun vetada por estos dos inconvenientes, me has gustado siempre, y yo a ti, afinidad de los seres altos, esbeltos y sensitivos, aunque tú disfrazas tus sentimientos con el humor y la guasa constante. 

Tenías un marido, puesto en medio de nosotros, y hemos disimulado siempre, ante nosotros mismos, aunque la fluidez de nuestras conversaciones era la prueba de nuestra mutua adecuación, de la que no decíamos ni una palabra. Hasta que un día tu marido se fue a Nueva York, y tú te quedaste aquí, pero con tanto orgullo como si el otro lado del mar fuera éste, aun sin saber si sería definitivo. 

Yo, por otra parte, arrastraba mi grandeza invisible: mi transexualidad en el armario, esa condición incomprensible, esa ambigüedad a fondo. Me angustiaba tanto, que había prometido a Dios que nunca la sacaría de él, que éste sería el sacrificio y la belleza de mi vida, la herida siempre abierta, que nunca se cerraría, pero de la que emergería el orgullo de mi integridad personal. 

Cuando Ana se quedó en la Nueva York de este lado, entró después en un semestre negro de fracaso y desastre. Lo dejé pasar, y cuando ya estaba más tranquila, le pedí que subiéramos al Palace, al esplendor de las lámparas sobre los tejados y las palmeras, le conté toda mi historia, sus vergüenzas y ridiculeces, mi promesa rota ante mí mismo de hacer como si no existiera, mi inseguridad, después de todo, y le pedí que intentásemos compaginar nuestras vidas. 

Las mujeres son realistas y materiales, y aceptó. Por otra parte, también le gustaba con un punto de lirismo yo, y aceptó. 

Nuestra relación, por mi parte, Ana, se he basado en que admiro tu belleza, tu elegancia y tu gracia, las tres dimensiones de tu transparente piramidalidad; y en que siempre he creído que te interesa, y te intriga, y te provoca mi ambigüedad, la única dimensión de mi ser. 

A los ojos de todos pasamos nuestros meses. ¿Para qué ocultar la belleza? Para nuestra primera noche solitaria nos fuimos a Almuñécar, al hotel de la lonja de columnas al mismo lado del mar oleante, en la profunda caleta del Peñón del Santo. 

Toda la noche estuvimos oyendo el oleaje y sintiendo el aire blando y aromático del mar. Y yo estuve junto a ti en la cama, feliz de sentir cómo tu belleza nos invadía, e hicimos el amor, a mi entender, como una mujer con otra, que eran las palabras que recordaba a mi mente para poder hacerlo.  

Nuestras bocas y labios trabajaban incesantemente, y minuciosamente, yo descubría el esplendor blanco de los rincones de tu cuerpo, y únicamente había dos regiones físicas que yo me prohibía con un "No, no, no", nervioso y susurrado, cada vez que de alguna manera sentía el peligro. Nos derrumbamos los dos, una y otra vez, nos deshicimos en espumas como las de las olas que rompían a tan pocos metros de nosotros y estuvimos haciendo el amor como lo hacen las mujeres, muy lento, muy suave, muy reflexivo, toda la noche. 

"¿Has echado de menos a un hombre?", me preguntó, con una astucia sorprendente, a la mañana siguiente, cuando temprano, antes de amanecer, nos fuimos a dar un paseo por la playa, tomados de la mano y derechos, mojándonos los pies en el extremo de las olas. 

"No lo sé; un poco", le dije. 

"¿Y tú?", le  pregunté a mi vez, "¿has echado de menos a un hombre convencional?" 

"Estoy harta de hombres convencionales", me respondiste, pisando firmemente los guijarros aplanados por el vaivén del mar.  

"Nos hemos tratado con la técnica de las mujeres, ¿te has dado cuenta?". 

Sentí en ti un ligero respingo. 

"Yo no te he tratado como a una mujer. Te he tratado como a un hombre especial". 

De momento, la maternalidad de aquella frase, y el adjetivo especial, quise que me fueran suficientes. 

En los meses siguientes, el mecanismo del placer instaló el deseo, y nuestras mutuas y compartidas culminaciones nos agotaban y hacían que a la mañana siguiente, sobre todo cuando el exceso de vida me empujaba a salir y dar un paseo entre las tapias rebosantes de fragantes madreselvas, sintiese toda la alegría del día y del sol, y un orgullo que me sorprendía. "¡Qué fuerte es la naturaleza", pensaba, "que incluso puede con mis pensamientos!" 

Todo aquello era la belleza de Ana y la gracia divertida que su sonrisa transmitía a todo lo que nos rodease, que fuera el mar y las olas, la playa o las tapias floridas. Quedaban sombras, como que yo no me atrevía a intentar una unión como la del hombre con la mujer. En el arrebato de algunos momentos, hubiera podido descorrer los pestillos y dejarme llevar, pero sabía que en realidad me repelía imaginarlo y que, aunque hubiera podido, no lo deseaba, o más aún, no era para mí el objeto de esa violenta y constante ansia que supongo que debe de haber en el cerebro de los hombres... convencionales. 

Podía desear mutuos juegos, alegres y despreocupados, pero no sabía desear eso. Y, especialmente, me encontré en muchas mañanas frías y blanquecinas, mientras Ana dormía a mi lado, serena y blanca, sintiendo con amargura en mi esófago, que yo no era más que un muñeco de teatrillo que tenía que hacer su papel y que hubiera preferido que me hubiera sido concedida la vida de la que dormía a mi lado, bella y deseada, sin problemas de ser ella misma, mientras que yo que la miraba me veía feo, oscuro y lacrimoso, a punto de llorar por un destino que me dejaba en aquel plano falso, fuera de lugar, aunque pensaba que, hiciera lo que hiciese, estaría ya siempre fuera de lugar. 

Opinaba entonces, con lucidez quizá, que quienes fueran como yo no podían y no debían unirse de por vida a nadie, aunque le parezca una piedra preciosa como Ana me lo parecía a mí, luminosa y refulgente de alegría, mientras se tuvieran buenos motivos para pensar que existiera aunque fuera la sombra de un equívoco entre los dos, como me sucedió con Ana, que me miraba sobre todo como a un hombre, aunque fuera especial, ignorando la desolación que aquella mirada me hacía sentir, porque yo necesitaba que me hubiera visto predominantemente, y alegremente, y limpiamente como otra cosa, no diré como mujer, pero sí como otra cosa, sin aquella especie de fatiga de los hombres convencionales y de resignación que había en su aceptación de mí. 

Eso me hacía pensar que algún día Ana encontraría la alegría que correspondiese a su alegría y que éste sería el final de los meses que habíamos pasados juntos... o juntas. 

En mi memoria no quedan lágrimas por aquellos meses; incluso hay el orgullo de aquella especie de virginidad que no me fue preciso perder, pero hay la sensación de la belleza que me envolvió durante todo ese tiempo, en todo momento, como el aroma de las enredaderas.  

Kim Pérez 12-09-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                              Una educación sentimental

 

Los homosexuales ya han conseguido las herramientas legales para ponerse a vivir; los y las transexuales (no suelo escribir con “o” y “a”, pero en nuestro caso son tan importantes, que me lo permito) lo conseguiremos previsiblemente en los próximos meses.

¿Entonces, ha acabado nuestra lucha? ¿Podemos integrarnos ya entre la muchedumbre de la Gran Vía, decir adiós y gracias a Chueca, luchar cada cual su vida personal, y que Dios reparta suerte, como a cualesquiera otras personas?

Sí y no. Es verdad que, contando con el reconocimiento del derecho al matrimonio, por su parte, o con papeles accesibles y derecho a la cirugía, si se desea, por parte de la seguridad social, por la nuestra, nos habremos normalizado socialmente tanto, que sólo habrá que trabajar por mantener lo conseguido y estar atento a las márgenes sociales –menudas márgenes, por cierto- en las que todavía se nos aborrece y no se nos respeta. 

Pero la lucha política gaylesbitrans, en general, va a quedar reducida a labores de mantenimiento, poco estimulantes. Es verdad que habrá posiciones radicales que mantengan que se nos ha desactivado, y que tenemos que salirnos de cualquier forma de integración, negándonos a la respetabilidad, al matrimonio, a los papeles y a la cirugía; pero, teniendo al alcance de la mano todo eso, no es fácil que nos neguemos: quedaría como un gesto personal, casi estetizante, no como la expresión de una rebeldía colectiva.

Sin embargo, queda un trabajo colectivo inmenso que hay que hacer, y cuyas consecuencias son impredecibles: la educación sentimental de homosexuales, bisexuales y transexuales o, más en general, el desarrollo de una cultura gaylesbitrans en condiciones no marginales, sino de integración en el cuerpo social.

En su historia de la homosexualidad en España durante el siglo XX, “De Sodoma a Chueca”, Alberto Mira señala tres actitudes, la malditista, o deliberadamente marginal, la homófila, que tira por elevación, y la camp (o plumífera, para usar un término más nuestro), que se significa por la ironía.

Son claramente tres estrategias, tres formas de combatir por la supervivencia. Una se aparta deliberada y furiosamente a los bajos fondos, otra sueña con mundos mejores y la tercera se defiende hábilmente asumiendo las pinturas homofóbicas y poniéndoselas en la cara para hacer frente a los burlones. Las tres estrategias han sido útiles, colectivamente, para llegar a donde hemos llegado, por su capacidad de comunicación: la primera, por su agresividad; la segunda, por su respetabilidad; la tercera, por su guasa, siempre de agradecer y siempre penetrante.

Aunque Alberto Mira trata sólo fugazmente a las travestis, se le puede añadir que estas tres estrategias las hemos usado también nosotras y con más fuerza. Algunas se han refugiado en el malditismo real de la prostitución, no sólo en las fantasías estetizantes, otras han tenido la suerte de pasar por la vida con un rastro de feminidad o de eficacia profesional generalmente reconocidas, y unas terceras se han realizado en el espectáculo que, aquí, ha sido siempre camp y a veces, tan cutre que también ha supuesto realidades sórdidas, muy alejadas de las aligeraciones de lo camp peliculero.

Hablo en femenino, porque los trans masculinos, también en general, siempre han tenido expedito el camino de la integración laboral y sentimental, aunque a veces entre ciertas trancas y barrancas.

Pues bien, está claro que en estos tiempos de legalización plena y aceptación social creciente (aunque a veces sea  en términos de “ponga un gay en su vida”), las estrategias malditista y camp se quedan ya atrás, como los cohetes impulsores de las lanzaderas espaciales, y éstas, las integracionistas, ya orbitan por su cuenta.

Entonces, ya integrados, miremos hacia nuestras propias vidas y a las ajenas. Entremos en el registro personal, en el de la sentimentalidad.

Una gran parte de los homosexuales se encuentran más o menos confusos respecto al valor sentimental de instituciones como los cuartos oscuros o la promiscuidad. Y la vejez, e incluso la simple madurez, les asusta, qué se le va a hacer.

Una gran parte de las transexuales se encuentran sentimentalmente solas, no deseables para los homosexuales, pasajeramente deseadas por los heterosexuales, con dificultades para integrarse como lesbianas.

Acabo de definir los que me parece que son los problemas fundamentales. Veremos las soluciones.

La primera consiste en admitir que la sentimentalidad gaylesbitrans es estructuralmente diferente de la hetero, no tiene por qué seguir sus reglas, sus valores ni sus fines.

Entre los heteros, éstos están centrados en la temática y la problemática de los hijos. Entre nosotros, no (y ahora se verá por qué empleo u nosotros para referirme, conjuntamente, a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales)

La atención a los hijos, valora la pareja, porque los hijos, biológicamente, proceden de una pareja. Nadie puede amar mejor a un niño que su madre y su padre. También es verdad que nadie puede hacerle más daño, pero estoy hablando en general, de mayorías reales.

Esto hace que las relaciones heteras estén presididas por el ideal de pareja, por las cuestiones de la fidelidad o garantía de la paternidad, de la pervivencia de la unión, relacionadas en el fondo con las necesidades de la crianza de los hijos.

Nosotros hemos mimetizado ese hecho cultural sin su fundamento biológico y aspiramos casi unánimemente a la pareja (o la tormenta) perfecta, que luego fácilmente se deshace entre nuestros dedos.

Queremos ser heteroides, sin serlo. Pretendemos vivir según el modelo hetero, y nos encontramos en desventaja en ese terreno, sin saber reconocer ni aprovechar las sólidas ventajas que tenemos en el nuestro.

Se llaman amistad, o comunidad de amigos, ex amantes y amantes, si nos atreviéramos.

Extraordinariamente sólida entre los homosexuales, persistente a través de los años, atravesando incluso las barreras de la temida vejez.

Expresión perfecta del compañerismo tan sentido por ellos y también por las y los transexuales.

He observado que, a diferencia de lo que pasa entre los heteros, que cuando rompen una pareja se suelen alejar definitivamente, entre los homosexuales una ruptura de pareja se puede convertir en amistad vitalicia y algún polvo ocasional. Es decir: aquí hay unas posibilidades afectivas superiores a las de los heteros en estabilidad y libertad.

Lo de usar antes la primera persona del plural, viene de las posibilidades también reales de que esas comunidades de amigos estén formadas por homosexuales y transexuales. Superadas las reticencias mutuas iniciales, se encuentra fácilmente un modo de vida común y un cariño mutuo, basado en las singularidades de nuestras experiencias minoritarias, en la facilidad con que expresamos nuestros sentimientos, en nuestra liberación sexual, tan desprejuiciada, e incluso en el gusto por la compañía de los hombres (o de las mujeres), que con mayor o menor intensidad compartimos.

La comunidad de amigos homo y trans es por tanto una posibilidad real y natural, que educa sentimentalmente de una manera tan espontánea como lo hace la familia hetera.

En ella se aprende la fidelidad o lealtad a la propia comunidad frente a los enemigos exteriores, la estabilidad sentimental o permanencia de los amigos, entre los mil avatares del deseo de los amantes, el sacrificio y la entrega por ellos (la experiencia del sida mostró la clase de ejemplos que otros llamarían sublimes, pero que a nosotros nos parecen nada menos que naturales) y sobre todo, el cariño que da el roce y la afinidad.

Amigos homosexuales o transexuales que no dejan de  llamarte si viven lejos y vienen por unos días a verte; con quienes tiene muchísimo que decirte y que contarte, a fondo, sincera o descaradamente, muchísimo más, sin comparación, de lo que los heteros son capaces; que comen contigo en un restaurantito o salen de copas por la noche a la intriga y romanticismo del ambiente, o a la relajación de fuera del ambiente; que comparten tu casa… o tu cama, sin unos compromisos muy específicos, que tampoco serían indispensables en este contexto. No dejarían de incorporarse incluso heteros a esta órbita, y no dejaría de descubrirse la mayor o menor bisexualidad de que somos capaces, entre los sentimientos predominantes de compañerismo y amistad, que pueden liberarte de cualquier soledad.

Esta es la vida homosexual y transexual que siempre ha existido, porque es lo natural, aunque haya estado confinada a la clandestinidad. Ahora se puede vivir a la luz del día. Sólo es preciso tomar conciencia de ella y de su valor. 

Kim Pérez 05-09-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                          Deslumbrante

 

Cuando me acuerdo de Igor, comparto su afirmación, a pies juntillas. No sólo es que de pequeño ya jugara al fútbol, y era duro y temido, y el jefe de los gamberros, y le llamaban por su apellido, Carrasco, y se enamoraba de todas las niñas, y soñaba con rescatarlas, como Tarzán a Jane. Es que de mayor es áspero y calentón, y sobre todo valiente, no ha tenido nunca miedo a hacer determinadas cosas que hasta los guardias las temen, es bondadoso y protector, aunque es verdad que de pronto le sale una vena insegura que le erosiona. 

Pero bueno, ahí estáis en mis recuerdos, Igor, Marcos, el increíble galán, fascinador de cuantas le caímos cerca (Brando joven y trans), Pablo, flaco y astuto, Juanito, con su tartamudeo desesperado que no le impide cazar una novia tras otra, Santiago, tan serio y tan tímido (todos los nombres son imaginarios, pero no los nombrados) 

Qué bella es vuestra vida. Brandon Teena. Quién escribirá la vida de trans… masculino. 

Tan audaz. Tan romántica. Tan dramática. 

A vuestro lado, la nuestra, qué rara es. Qué raras somos las trans. Qué clase de mujeres más peliaguda, más oceánica, más horizóntica, más naval. He desesperado ya hace mucho tiempo de encontrar en las trans lo que se llama ternura o blandura femenina. 

De las más tiernas que conozco, me pongo yo, y ya sé los aceros que hay en mí. Las otras, son valkyrias. Duras, blandidoras de espadas, degolladoras de enemigos, destrozadoras del Destino. Jezabeles y Medeas, alguna Judith, alguna Salomé ávida de la cabeza en el plato. Si, ésta es nuestra belleza, no me la esperaba, pero de pronto empieza a formarse delante de mis ojos, compañeras de mar y Cantábrico, de oleajes y galernas. Es verdad que para alcanzar esta belleza hay que asumirla o hacerla propia con valentía y audacia. 

La consigues cuando tienes valor para salir a la calle y todos ven nada más que un pataje tambaleándose sobre unas plataformas, unas rodillas en punta bajo una minifalda, un morro pintado en tus mandíbulas de boxeador, pero la pierdes cuando tu mirada es suplicante e implora: “¡Acéptame!”, “¡Dime que soy bella!” 

No, deja todo eso, pero quita la súplica, no te encojas ni finjas debilidades que son falsas en ti, y serás bella, demuestra la seguridad de Atenea la Guerrera y todos te mirarán y te admirarán, sin poderse explicar el misterio de tu existencia, que es la fuente y espejo de la belleza. 

Belleza deslumbrante, entonces, la nuestra, ráfagas, destellos de belleza. 

La más grande, la única de la que no diré el nombre, la más alta y más delgada o más flaca, y más rubia, y el pelillo escaso en lo más alto, porque tiene sus hormonas intactas, y más perspicaz y observadora tras las gafillas, que se pone de día, mientras que de noche tiene unos ojos marilyn de miope, encantadores, y se viste de rojo, escarlata, y sale a la calle diciendo que le falta liquidez, pero en realidad lo que le falta es el cuerpo de un hombre, y una vez que encontró a uno y él se le escapó lo persiguió por tierra por Italia y por mar hasta Grecia, hasta que lo encontró y él le explicó por qué se había ido. 

Belleza segura, envuelta en frondas de los árboles de los sotos, belleza risueña y dominadora, que ha hecho una fortuna aprovechando las debilidades humanas. 

Me gustas, me gustas, eres muy grande, eres trans, eres muy femenina, eres masculina en lo mejor, en el perfume a flor de árbol del semen que te envuelve. Ninguna vergüenza en ti, ninguna debilidad. Tú puedes juzgar a Dios.

Kim Pérez 29-08-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                       Mil palabras sobre teoría sexual

 

No quiero olvidar nunca la experiencia de aquella tarde en el jardín, con ocho años, en la que elaboré en un cuarto de hora una fantasía masoquista clásica (sin haber leído ni oído nada sobre ellas), seguramente el mismo curso en que me agobió un tremendo pavor por las amenazas de un compañero. Por eso, la fantasía tenía también cierto potencial homosexual. Como el llevarla a  la práctica con otro compañero, aquella misma tarde, me resultó frustrante, la fantasía se extinguió enseguida, probablemente porque el miedo también cedió al cabo de unas cuantas semanas.

El esquema de lo sucedido resulta muy claro: amenaza – estrategia instintiva de defensa – duración de la estrategia proporcionada a la duración de la amenaza.

Unos años después, surgió algo mucho más profundo, quizás sólo distinto por esa misma profundidad: por una parte, una necesidad de afirmación propia y por otra, la de defenderla frente a una nueva amenaza, mucho más profunda, puesto que hería mi propia personalidad, provocaron una ansiedad por redefinir mis relaciones de poder, lo que requería una voluntad estratégica mucho más fuerte, la del cambio de sexo (de la que, hacia 1950, tampoco había oído ni leído nada) Como el peligro fue profundo, porque afectaba a mi manera de ver la vida, la respuesta fue también profunda, recogió elementos muy hondos de lo que yo era y expresó así mi propia personalidad.

En uno y otro caso estoy hablando de una voluntad básica de afirmación propia o supervivencia, y de las estrategias, o conductas articuladas como conjunto de medios para ese fin, que pretenden conseguirla. Creo que esta voluntad es natural, instintiva, se halla inserta en lo más hondo de la vida, y que también algunas de las estrategias de supervivencia, están predeterminadas instintivamente, es decir, preparadas en el cerebro para cuando hagan falta.

Este criterio se puede sostener con dos series de observaciones: por una parte, las de Adler, acerca de  la voluntad de poder como el instinto básico (escindido a continuación en el eros y el thánatos de su maestro Freud, o con otras palabras, la sexualidad y la agresividad, y sus efectos, el amor y el odio), idea que en la psicología procede de las filosofías de Schopenhauer y Nietzsche.

Por otra parte, en cuanto a las formas estratégicas concretas de afirmación de la voluntad de poder (o de afirmación propia, como prefiero llamarla), las observaciones de Jung, acerca de la existencia de un inconsciente colectivo (o  compartido), generador de representaciones arquetípicas o comunes a todos los seres humanos, como los sueños de volar, o de ser perseguido; y las de la etología, acerca de conductas estratégicas determinadas instintivamente: ejemplo pertinente, la de entrega y sumisión de los cánidos para inhibir la agresión, en caso de derrota.

Lo que es nuevo en este criterio es la unión del concepto  de afirmación de sí y estrategia para conseguirla, con un fundamento biológico que, a su vez, tiene que ver con las relaciones de poder. Sin duda la sexualidad primariamente es cuestión de química, pero las diferencias de esta química producen diferentes relaciones de poder,  y diferentes estrategias de afirmación propia, por lo que las formas conscientes, culturalmente asentadas y establecidas, de la sexualidad  humana, como la heterosexualidad, la homosexualidad, la transexualidad y el sadomasoquismo, tienen una parte de afirmación propia, pero otra de estrategia en las relaciones de poder, cuyo código fundamental, el amor de sí, o la supervivencia, está predeterminado biológicamente.

Cada una de estas estrategias admite subestrategias, acomodadas a las necesidades y posibilidades de cada sujeto personal o colectivo, como las actitudes malditista, homófila y plumífera que ha documentado Alberto Mira en la historia de la homosexualidad en España, la distinción, dentro de la transexualidad, entre  transgenitalidad, transgénero y transvestismo, o entre sadomasoquismo del dolor o la sumisión. Estas diferentes posibilidades derivan de que tales subestrategias son ya más culturales, más elaboradas por la conciencia humana a partir de impulsos primarios.

En el caso de la historia de la homosexualidad analizada por Alberto Mira, puede verse que, sobre una base común aparecen tres variantes en las que cada cual utiliza los recursos que puede: unos se refugian en las tinieblas, otros hacen uso de su (alta) cultura, otros recurren a la tradición inmemorial de defenderse mediante la guasa.

Hay que decir también que la homosexualidad o la transexualidad, aunque a veces pueden estar relacionadas con la hipoandrogenia en las personas XY o con la hiperandrogenia en las personas XX, no dependen directamente de ellas, porque entonces, todos los XY hipoandrogénicos o todas las XX hiperandrogénicas serían homosexuales o transexuales y sabemos empíricamente que no es el caso; por tanto, hipo o hiperandrogenia tienen que estar mediadas por relaciones de poder concretas, especialmente en la niñez y la adolescencia, para que se responda con una estrategia homosexual o transexual, lo que supone que estas estrategias pueden producirse ante amenazas suficientemente considerables, incluso si no hay hipo ni hiperandrogenia algunas.

En el caso de la imagen corporal interna que parece que puede estar en el origen de algunas formas de transexualidad, puede ser que su relación con esta expresión sea más directa; la necesidad de que la imagen externa sea coherente con la interna; algo parecido a lo que sucede con el deseo sencillo e ingenuo, como necesidad de otra persona para completar la afirmación de sí, pero a la vez más crudo, puesto que requiere un cambio personal de arriba abajo, darse la vuelta como un calcetín, algo que el deseo no necesita. Entonces, la transexualidad es sobre todo una afirmación de sí, aunque sus modalidades son estrategias que dependen de las relaciones de poder que encuentra la persona transexual.

Las historias personales en las que la transexualidad está conectada con una intersexualidad visible, hacen pensar que esa imagen corporal exista por sí misma y sea suficientemente activa, antes de las relaciones de poder que puedan darse en cada biografía; pero lo que puede decirse es que cualquiera de los sexos supone por sí solo unas poibilidades en las relaciones de poder, que cada cual desea hacer efectivas a su manera interna: seducción frente a conquista, por ejemplo.

Con este esquema me distancio a la vez de otros dos: por un lado, del biologista directo o simple, que pone el origen de la heterosexualidad, la homosexualidad  o la transexualidad en el ser humano en impulsos vitales específicos y diferentes, sin considerar como fundamento común una voluntad de poder o amor propio o supervivencia indiferenciada, que tiende a equilibrar las relaciones y diferencias de poder reales; y por el otro extremo, del modelo foucaultiano, que minimiza las consideraciones biológicas, para situar la sexualidad humana en los terrenos colectivos de la cultura, la sociología y la política, donde vuelven a aparecer las relaciones de poder, pero como si biológicamente fuéramos en la práctica una tábula rasa.

La voluntad de supervivencia o afirmación en la sexualidad y las estrategias que la realizan, tienen una parte de representación en nuestro ámbito subjetivo, puesto que se forman inconscientemente en nuestras mentes y los humanos tenemos que darnos cuenta conscientemente, en la medida de los recursos culturales de que dispongamos; pero no son simples representaciones o fantasías, sino que tienden a la acción objetiva para transformar, en favor propio, la realidad de las relaciones de poder  

La relación entre la amenaza a la voluntad de afirmación y la estrategia concreta con que se la responde, no es es esencial o consustancial, pero sí puede ser estable. Es decir, mientras dure la amenaza o el recuerdo de la amenaza, durará la estrategia de afirmación propia o defensa. Es decir también: depende de las relaciones de poder en las que se encuentre, que pueden ser las presentes o las existentes en la época de la estructuración de su personalidad, especialmente la niñez y la adolescencia.

La prueba de la verdad de una teoría está en su utilidad, tanto explicativa como práctica. No  hay ya necesidad de insistir en la fuerza explicativa de las interpretaciones biológicas, pero a la vez hay que reconocer que son rígidas y simplistas, demasiado para la complejidad de la conducta sexual humana.

Introducir la noción de la voluntad de afirmación propia, junto con la de la simetría entre amenaza y estrategia de respuesta, permite arraigarla en la roca madre de la biología pero a la vez permite una diversificación de las respuestas y un distanciamiento personal frente a actitudes concretas, cuya validez se medirá desde entonces por su adecuación a la afirmación de sí y a las relaciones de poder en las que vive cada persona, más que por una supuesta traducción literal de un lenguaje biológico demasiado sencillo.

Kim Pérez 22-08-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                               Ese pequeño príncipe

 

Al rascarse la cabeza, sentado haciendo pis, se da cuenta de que su pelo hace una aureola rubia, como el del Pequeño Príncipe, del aviador Saint-Exupèry, que volaba sobre el Sahara Español. 

Es que él también es muy Pequeño Príncipe; más de una vez, ha cogido su sillita y se ha puesto a mirar los ponientes rojos, con la sola compañía de su maceta de amapolas, y los ojos se le han llenado de lágrimas, pensando. 

También lleva una camisa ancha, y una bufanda colorada, y unos pantalones anchos por abajo, para contrastar con sus pequeños zapatos negros; es muy Pequeño Príncipe. Y tiene también el cabello un poco ondeando hacia atrás, como el de un director de orquesta. 

Sólo que su planeta es un poco más grande que el de aquel niñito. Por eso, en él viven hombres, mujeres y pequeños príncipes. Los pequeños príncipes son muy pocos, uno de cada veinte mil personas. Precisamente por eso son pequeños príncipes y todos se maravillan de que existan y los quieren y los respetan muchísimo, y los tratan como se merecen, como los pequeños príncipes de ese planeta. 

Cuando llegan a una fiesta o una reunión, todos se ponen muy contentos y se sienten halagados, como si se hubiera abierto una flor grande de magnolia y los hubiera llendo a todos de su aroma; les acercan las sillas doradas que puedan tener, los ven como pequeños dioses, o ángeles, o extraterrestres. Son bellos. 

Los pequeños príncipes unos llevan pantalones holgados, como éste, y otros se ponen faldas, más bien lisas y con pocos adornos, pero faldas. Es natural, son pequeños príncipes, no hombres ni mujeres. Son también tan rubios, generalmente, que todo les va bien. 

Algunos aman a los hombres y otros a las mujeres, pero los aman siempre a su estilo, a unos u otras, con delicadeza. El amor es lo más importante de sus vidas. Existen para amar. 

Ése es un pequeño príncipe que ama de hecho a un muchacho que es moreno y fino, con grandísimos ojos negros, o que es feliz de que sea su amigo, porque sabe sonreírle y está a su lado, que tiene unas manos finas, finas, largas, largas, de dedos que convergen como si fueran una gran hoja liviana de una planta, y a él no le importa que sean más finas, más largas y más morenas que las suyas, sino que le parece que así son como alas que pueden echarse a volar de pronto llevándolo en su compañía. 

Ah, y el muchacho moreno tiene una piel también morena y dorada que es como la seda en el sentido de que al acariciarla es suave y a la vez electriza, como con un punto de inesperada y graciosa aspereza. 

Y el muchacho es su amigo del alma, el alma gemela del pequeño príncipe, todo lo que puedan decirse lo saben de antemano, como si se lo hubieran dicho desde siempre, y por eso pueden estar callados, juntos, y sin embargo las ideas pasan de la mente de uno a la del otro, como si fueran unas pelotitas que rebotan en dos habitaciones vacías, salvo para el mutuo amor. 

Los pequeños príncipes se llevan, en general, con más naturalidad  con las mujeres que con los hombres, aunque les interesen menos que los hombres, porque las mujeres son más comprensivas y más desprejuiciadas y relajadas. También más acogedoras, más madrazas. 

Por eso, a las mujeres les parece natural que entren en sus aseos, mejor que en los de hombres, cuando están en las estaciones de los autobuses interurbanos, o cuando van al cine. 

A las mujeres no les extraña nada verlos cuando se miran en los espejos negros de los aseos, observando con atención sus cabellos rubios y cuidándolos, o poniéndose una pizca de pintalabios en la boca. También les parece natural que haya, entre ellos, quienes se pongan falda. Si no, no serían pequeños príncipes. 

Los hombres de ese planeta no es que dejen de respetar y admirar a los pequeños príncipes por ser como son; al revés, es que se sienten un poco incómodos o acomplejados con ellos porque les hacen sentirse más bien rudos, con sus historias de fútbol o motos. Son como habitantes de un planeta distinto, pero viven en el mismo planeta, del que les interesan sobre todo los desiertos amarillos y las estrellas que se levantan sobre el cielo azul negro. Los hombres viven en el infinito de sus aventuras y miran fascinadamente, como parte de ellas, a quienes son distintos de ellos, las mujeres y los pequeños príncipes. Por eso, a fin de cuentas, las mujeres entienden mejor a los pequeños príncipes. 

Pero ellos no dejan de ser independientes y de vivir sus vidas, diferentes de las de unos y otras. Altivos, como verdaderos príncipes, pero con naturalidad, sin vanidad; a veces, valientes, también como príncipes que son; y sin embargo, siempre tiernos, pequeños, como pequeñas flores blancas de nardo, que es sobre todo lo que son. 

Kim Pérez 16-08-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                           Fraulein Maria

 

He vuelto a ver “Sonrisas y Lágrimas”, que siempre me ha parecido, es inevitable, un poco cursi, pero a la vez ha despertado en mí recuerdos y sentimientos muy hondos, porque debo de ser, sin duda, un poco cursi. 

Esos niños, siete hermanos, paseando en barca ese verano por el tranquilo río que bordea la mansión. Esas alegres carreras por un jardín que no es que sea impresionante, sólo alegre e inolvidable. 

¿Quién no ha soñado con vivir en ese paraíso, con que su niñez fuera así? 

Lo que más me ha impresionado esta vez ha sido la escena en que Fraulein Maria está en su cuarto, cuando estalla una terrible tormenta, llena de rayos y truenos (pero en la casa se está a cubiertito) y los niños van asomándose a la puerta, con caras de miedo, y ella les permite que se suban a su cama, de manera que parece una gallina rodeada por sus polluelos. 

Es que lo que trata de representar esa escena es la idea del nido que es capaz de crear una mujer maternal; es la maternidad lo que se ve, en el refugio ante la peligrosa lluvia y los terribles truenos, es la tranquilidad y la sonrisa tranquilizadora de Fraulein Maria, es la seguridad de la casa, es la belleza de la naturaleza que hace tempestades pero también hace madres o mujeres maternales, puesto que Fraulein Maria, como todas las buenas institutrices, no es madre, pero sí es maternal. 

Me acuerdo de “Mary Poppins”, que debe de ser anterior, y me encuentro con el mismo esquema. Unos niños desamparados, una institutriz cariñosa y divertida y una escna, casi tan conmovedora como ésta, que es cuando Mary sube al cuarto de los juguetes y lo pone en orden del espantoso desorden en que se encuentra, lo deja limpio y arreglado en un momento y encima lo arregla y lo adorna con su perchero, su sombrerito y el espejo que saca de su bolso sin fondo. 

La mujer maternal arregla su nido, que es el lugar donde hace las cosas que debe hacer una madre. Y los dos niños lo miran maravillados. 

No creo –ahora viene una frase dura, analítica- que las dos películas sean ajenas una a otra. Los empresarios del cine se debieron de dar cuenta de que Julie Andrews, la actriz, daba perfectamente la imagen de la institutriz maternal y redentora de las turbiedades y grisuras de la vida de los niños, y repitieron el tema, con pequeñas variantes. Pero en ambas películas, la llegada de la primero temida institutriz, al trabajo en que han fracasado muchas otras, es sólo el principio de las maravillas. Además, las dos se llaman María, que es el nombre más sencillo y maternal que existe, como se puede ver en la variante Maruja, con la que retratamos y nos burlamos injustamente de las mujeres que sólo son madres. 

´¿Qué hace este comentario en una página transexual? Yo he mirado la película (y la otra) con nostalgia y con dolor, acordándome de las Señoritas María que ha habido en mi vida. 

Me ha gustado ver a la de la película acordándome de ellas y de aquellos tiempos perdidos en que pude soñar con una maravilla de cariño y protección que no acabó de concretarse, aunque sí asomó, de vez en cuando, como por encima de los árboles. 

¿Me hubiera gustado ser ella? No lo sé. Nunca he sentido un interés, un contacto, una atención tan constante hacia los niños como se requiere para ser una mujer maternal. Pero sí me hubiera gustado sentirlos, ser así, una gallina glueca en su nida, algo tan grande como eso, un refugio para todos los niños y los mayores del mundo que andan entre lágrimas y heridas. 

No lo soy, desgraciadamente. Las mujeres transexuales, o yo por lo menos, tenemos a veces nuestra feminidad fragmentada, incompleta, como los trozos finos de la madera de un árbol que se ven bajo las láminas de la corteza. Pero sí me doy cuenta de cuánto es importante el nido para mí, hasta qué punto quiero vivir en un nido de seguridad y cariño,  sin necesidad de salir de él para nada, sin necesidad de trabajar fuera de mi casa. 

La imagino muy bien con su empinado tejado de tejas coloradas, con los postigos de madera que al abrirse dejan ver los corazones taladrados en ellos, bajo la alegría primaveral del sol que da vida a tantas flores que crecen en los antepechos de las ventanas.  

Y luego, altos árboles del seto que protege la casita, y otros delante y setas en las que quizás viven los invisibles gnomos… 

Esto sentimientos coexisten con los que me despierta una noticia que he visto hoy en un telediario. En Asturias, ha habido un curso para que las mujeres aprendan soldadura, con monos, cascos, caretas y fuego en las manos. El presentador ha empezado diciendo: “A primera vista, no hay diferencia entre los trabajadores que sueldan y etc” Luego, las mujeres soldadoras parecían estar contentas. “Es la salida de los trabajos marginales y precarios; da un poco de miedo al principio, pero animamos a otras mujeres a que se decidan”. 

En nuestro mundo, es necesario. ¿Qué familia vive hoy con un sueldo o con un sueldo y otro marginal o precario? ¿Cómo se paga la hipoteca? ¿O cómo se afrontan los períodos en que uno de los dos sueldos falla? 

Madres soldadoras. Y madres, si pueden, o como pueden. El actual modelo ultracapitalista es un anticonceptivo muy eficaz, un esterilizador de primer orden. 

Pero junto al feminismo de la igualdad, existe también un feminismo de la diferencia. No nos olvidemos de ello en particular nosotras, mujeres trans.

Kim Pérez 08-08-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     Sexismo o Parsifal

 

De la teoría feminista y luego queer, llamada perspectiva de género, o visión de género, o deconstructivismo, que hoy es la hegemónica, encuentro que estoy en contra en su mayor parte pero a favor en otra parte.

Estoy en contra en la medida en que es demasiado radical (es decir, simplista) al afirmar que los hechos sexuales humanos son, sobre todo, casi exclusivamente, culturales, es decir, sociales, es decir, políticos. Por mi parte, me alineo con los numerosos científicos que saben a) que la conducta sexual humana es parecida a la de otros primates; y b) que por tanto tiene un fuerte componente biológico y por tanto pulsional y por tanto instintivo; esto es como descubrir el Mediterráneo, desde luego, o decir una verdad de Perogrullo, pero los humanos perdemos de vista a veces el Mediterráneo y a Perogrullo.

Y estoy a favor del deconstructivismo en la medida en que la parte biológica es sólo un componente de nuestra sexualidad, aunque el más considerable; también hay una parte cultural o social o política y esta parte puede ser analizada y deconstruida y valorada o desvalorada si consideramos que no nos hace daño o que sí. Esta visión de una sexualidad integrada por dos componentes, uno biológico y otro social, no es nada nuevo, es la que aceptan la mayor parte de las ciencias sexuales, por ejemplo, la que formuló el Dr Benjamin en 1966 al hablar de la transexualidad.

Me ha despertado estas reflexiones la lectura de un texto de Daniel Gabarró, sobre el daño que hace por igual el llamado sexismo a hombres y mujeres.

Se llama sexismo, según la teoría de la perspectiva de género (con la que recuerdo que estoy en parte de acuerdo y en parte no), a la pretensión de dominio de un sexo, el masculino, sobre el otro, el femenino; la teoría considera que es nuestra cultura la que incita a los varones a preocuparse sobre todo de esa voluntad de preponderancia, haciéndose los duros o los brutos, pretendiendo ser insensibles, siendo groseros y agresivos, etcétera

Con arreglo a lo que he dicho antes, yo no creo que esto se deba sólo a la cultura. Con arreglo a nuestra experiencia de transexuales, tenemos al alcance de la mano una prueba, los efectos que produce en  muchos de los transexuales masculinos el principio de la hormonación con andrógenos: un aumento repentino de la agresividad y la irritabilidad que los descoloca, por lo inesperado, hasta que al cabo de un tiempo aprenden a controlarlo.

¿Andrógenos? ¿Agresividad? ¡Esto es biológico! ¿Aprender? ¿Control? ¡Esto es cultural!

 (Lo mismo, pero al revés, suele pasarnos a las trans femeninas, una tranquilización, un mayor equilibrio y racionalidad, incluso una tendencia a cierta depresividad, al hormonarnos con antiandrógenos y estrógenos; todo ello, a fin de cuentas, demostración de los efectos de la química en la psique humana, pero en nosotras los efectos suelen ser menos definidos y  más variables que en nuestros compañeros)

Pero hemos visto que la cultura o la sociedad o la política tienen también una parte no inapreciable en la sexualidad humana. No es sólo que la agresividad masculina sea testosterónica, como es. Es que no se educa a controlarla, como lo tienen que aprender, por ejemplo, los trans masculinos, que tienen que hacer conscientemente un ejercicio, primero, de comprobación de la relación testosterona-agresividad y, segundo, de control racional y voluntario de la misma (ejercicio que no realizan los varones bios, porque en ellos las primeras inyecciones de testosterona a chorros se aplican solas en la adolescencia, cuando no se está en condiciones de pensar ni entender mucho)

Estoy de acuerdo con Gabarró en que nuestra cultura actual estimula en cambio el aprendizaje de una agresividad sin límites y del equipamiento mental necesario para ser todo un macho, es decir, un imbécil peligroso, entrenado sólo para los juegos de competición (por ejemplo el fútbol), o para la grosería o para la insensibilidad. Vamos a llamar, como hace la teoría, a eso sexismo, y vamos a reconocer, como él insiste, en que de esa cultura son víctimas no sólo las mujeres, sino también los hombres, que deben aprender (tragándose muchas veces las lágrimas en su niñez) que deben parecer duros y brutos y negar sus sentimientos.

Es lógico pensar que  contra eso se puede trabajar, como nos lo recuerda el ejemplo de los trans masculinos, que sin negar su agresividad e, incluso, valorándola por masculina, aprenden también a controlarla.

Yo no puedo dejar de recordar que Gary Cooper me ha parecido siempre viril, y nunca un macho en el sentido grosero de la palabra. Sin duda, esa buena educación de la masculinidad se puede aprender e imitar.

O sencillamente mi padre, quien siendo militar y valiente con toda naturalidad, no dijo jamás una mala palabra ni tuvo un mal modo con nadie; justamente por ser militar y valiente como hay que serlo.

En otros tiempos, esos modelos de masculinidad pura y limpia se encontraban en figuras de caballeros como las de Lanzarote del Lago o Parsifal, y muchos oían hablar de ellos.

Gabarró piensa que una cultura no sexista puede ser también no homofóbica y no transfóbica, en el sentido de que por no ser agresiva, ni pretender formar a dominadores, pueda valorar formas de expresión sexual alternativas.

Estoy de acuerdo con él, yendo más lejos. Me parece que una cultura de la realidad biológica y de la buena educación en ese sentido, puede permitir a los hombres descubrir y reconocer con naturalidad su propio sentimiento básico de homofilia (es decir, su gusto por compartir la compañía de otros hombres, como las mujeres suelen tener gusto por compartir la compañía de otras mujeres), y cómo este sentimiento se transforma fácilmente en homosensualidad, en ciertos momentos de especial comunión e intimidad: los amigos, especialmente en la juventud, pueden pasarse los brazos por los hombros o llegar a algo más.

Esta homofilia y homosensualidad son completamente compatibles con la heterosexualidad. No son homosexualidad: la homosexualidad supone además química; pero permiten comprenderla desde muy cerca.

El terror a la homosexualidad que sienten hoy por hoy muchos heteros radica en que la homosexualidad o por lo menos la homoafectividad no es antinatural como pretenden, por el contrario, es más que natural, es fácil y espontánea, plantea en muchas personas no una alternativa, sino un complemento a la heterosexualidad.

La generalización de la conciencia de esa especie de bisexualidad en dos planos (uno más bien afectivo, otro propiamente sexual) sería un arma que amablemente demolería ese sexismo desequilibrado. El amor (o la amistad) entre hombres contrapesa los excesos de competitividad a los que arrastra la cultura sexista. No tienen que verse exclusivamente como duros rivales en cualquier aspecto de la vida, no tienen que darse semipuñetazos en lugar de caricias, no tienen que mirar al primero que llegue por encima del hombro, pueden besarse al saludarse o al despedirse (“¡que se besen!”, expresión que suelen gritar con horror los homófobos)

En cuanto a la transexualidad, por lo menos yo sé y estoy convencida de que una parte de la mía fue la protesta espontánea frente al sexismo grosero, la indignación y rechazo frente a una forma de masculinidad que no podía hacer mía; hoy lo comprendo, gracias a las ideas que me aporta Gabarró, yo me ponía no frente a los hombres y muchachos concretos que me rodeaban y que yo despreciaba y aborrecía, sino frente a la cultura que habían aprendido, frente al descontrol de su agresividad y su brutalidad; precisamente, lo que se llama sexismo. Hoy me reconcilio con ellos, hoy sé que han sido víctimas de su cultura; yo, por lo menos, he protestado y me he rebelado; ellos, no.                                     

Ésa es la parte cultural de mi transexualidad; queda la parte biológica. Sé que he sido menos agresiva, más conciliadora, nada necesitada de expresarme en juegos violentos y competitivos, como ellos, más necesitada de la paz y la tranquilidad del interior de mi casa, de una tarde de lectura, diferente verdaderamente, temperamentalmente, biológicamente, del conjunto de mis compañeros. Soy menos androgénica, en una palabra, soy hipoandrogénica. 

Ésta es la predisposición biológica real que precede muchas veces a la homosexualidad  o la transexualidad. Puede ser tan intensa, llegar a tal definición, que lo natural sea expresarla, lo mismo que una mujer expresa su hipoandrogenismo radical. Paradójicamente, estoy convencida de que  el sexismo desequilibrado, favorecedor de un modelo varonil desagradable, estimula el surgimiento de una radicalidad homosexual o transexual, en personas que no serían o no seríamos tan radicales, es decir, en personas XY que no podemos o no queremos identificarnos con los ásperos parámetros de ese modelo único. O sea, que cuantos más hombres desequilibradamente rudos y toscos se quiera crear, más homosexuales y transexuales radicales se crean, por simple rechazo. Y en cambio, en una cultura más equilibrada, más espacio queda para que cada cual exprese su especificidad de una manera más ágil, menos definida, más variable, más ambigua, más queer en el sentido de personal, más creadora.

Kim Pérez 01-08-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     Il Marchesi, 1743

Farinelli

 

Sono io… soy yo. Apunto a veces los hechos generales de mi realidad, para no perderme. Soy el niño junto al mar que miraba a los barcos y ahora soy la persona que vive como mujer, voluntariamente, palabra tan importante, voluntariamente… Estos son los dos datos fundamentales que quiero saber de mí, los suficientes. 

Vivo humilde, pero tranquilamente, como un lago, aunque cada mañana me inquieta la aspereza del mentón y las mejillas, que restriego pensativamente. Luego me rasuro dos y tres veces al día, pretendiendo que estén suaves, que nadie note nada. 

Con el tiempo, he aprendido a valorar esto, aunque me disguste, símbolo de la ambigüedad con que he nacido.  

Pero voluntariamente vivo de esta manera, con placer y paz. 

Nada que ver con la realidad de mi primo (debe haber un destino familiar), il Marchesi, que vive en su espléndida villa flanqueada por árboles vertiginosos, nobles y alegres, pero contra su voluntad, si posible fuera, porque son consecuencias de lo que no ha querido. 

Il Machesi recorre a menudo las galerías de mármol, las lonjas poderosas, llamando a gritos con su hermosísima voz de soprano y regañando a criadas y lacayos de una manera histérica que corresponde plenamente a su condición de castrato para la ópera y que significa, en corto, castrado contra su voluntad. 

Sus voces, tan armoniosas como desesperadas, son gritos de rabia y ansiedad por su virilidad perdida. Las tórtolas y los otros pájaros que viven en los árboles del jardín levantan el vuelo con espanto cada vez que él grita, y el revuelo de sus alas parece un coro de aplausos que los propios gritos le impiden escuchar. 

Il Marchesi es un hombre, claramente un hombre, de arriba abajo, sólo que castrado, y no podrá perdonar nunca a sus castradores, si no es con la ayuda de Dios. 

Hay en él un orgullo y una arrogancia que fulminan a quienes se le acercan, y se manifiestan en el hecho de que pide y quiere ser llamado por todos sólo por su nombre artístico, il Marchesi, porque suena como il Marchese, el Marqués, o más aún, por lo único, porque él es único, el grandísimo divo del bel canto  y debe ser llamado por este nombre único, el suyo propio, y así se hace llamar por los servidores o los visitantes, que forman su corte improvisada cada tarde. 

“¿Quiere il Marchesi…?”, o “Il Marchesi ha dicho…”, expresiones que parecen insolentes porque se diría que son populares o de confianza, y no lo son, porque usan la Tercera Persona con la misma reverencia y acatamiento que se debe a un rey. 

A un rey desesperado que, a veces, a solas, sentado tras el cristal de uno de los altísimos ventanales, deja correr sus lágrimas. 

Todos comprenderéis que, aunque para pagar su costosísimo tren de vida, necesite ponerse largos vestidos de infladas faldas  para actuar, y conseguir así los chorros de oro que se lo permiten, siempre lo haga con un punto de descuido o desprecio deliberado, un descosido o una falta en el maquillaje, que su voz prodigiosa hace olvidar inmediatamente, subiendo y bajando por las escalas, y que en cuanto termina, se arranque con rabia el vestido de seda, lo destroce (nunca ha usado dos veces el mismo) y regrese a su peluca corta, su casaca y sus calzones. 

Todos necesitamos saber nuestra verdad, porque si no la supiéramos, demenciaríamos. 

Para mi primo il Marchesi, su verdad es su soledad en su villa palaciega, lejos de cualquier mujer, porque aunque no las desea, las añora. Morirá viejo y solo, maldiciendo aquel momento que se lo dio todo y le quitó todo. Sólo le quedará el consuelo de su voz, aun debilitada, que sonará para él mismo, como un suspiro, cantando recuerdos y antiguos soles que no llegaron a brillar en su vida. 

Mi verdad es diferente: aunque también estoy sola, aunque la aspereza de mis mejillas me recuerda una y otra vez lo que no puedo conseguir, hay un sol que ha brillado en mi vida, el del día que voluntariamente empecé a vivir como mujer.

Kim Pérez 25-07-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                 Desfile de nombres

 

¿Cuál es la lista de hombres y mujeres que pasan por la vida de una persona disfórica de género, sintiéndolos como llenos de significado, fuera de los familiares? 

Limitándome a la niñez, a esa edad catedral tan trascendental por sus consecuencias, voy a dar la mía, de quienes la mayoría han pasado con una vaga palidez y sólo unos cuantos han tenido una presencia refulgente, pero siempre lejana. 

Castigados por mi destino, o castigada yo, a permanecer siempre lejos, casi nunca permitida una posibilidad tan sencilla para muchos como echarnos en nuestros brazos. 

Walter: Cuando yo tenía cinco años, él tenía siete, lo que hacía de él un niño indudablemente mayor. Era hijo de unos alemanes nazis refugiados en Madrid al terminar la guerra, que vivían en el piso de arriba del nuestro (lo notable era que en nuestra misma planta vivían también unos judíos refugiados) 

Subí a casa de Walter una sola vez en mi vida. Tenía un libro maravilloso, que al abrirse dejaba que se levantasen ciudades o casas de papel. Lo vi sobre una mesa de despacho alumbrada por un quinqué o un flexo. Desde entonces, imagino siempre a Walter como un niño mayor, listo y poderoso, sentado tras su mesa, bajo la luz de un quinqué a su lado. El hermano mayor que no tuve. 

De Santiago: Era el apellido de unos hermanos mellizos, altos y rubios, que veraneaban en la playa como yo y eran de mi edad, unos seis o siete años. Uno era de facciones recias, bruto y arrogante. El otro era el delicado, de cuerpo estilizado, mirada pensativa y gentil.  

Muchísimos años después, cuarenta años después, lo vi por la calle y lo reconocí de inmediato. Seguía siendo delgado y delicado, aunque destartalado, por su manera de andar con los brazos muy abiertos, una chaqueta fina flotando al aire; tenía gafas de culo de vaso, pero aun así, me despertó ternura. 

Tatú: Ese año, nos distribuimos en la playa como novios y novias. A mí me tocó Tatú, una niña morenita y graciosa, a quien no conocía ni a quien nunca volví a ver. Sin embargo, aquello la dejó vinculada a mi memoria, de manera que me alegré cuando hace unos años supe que se había casado, etc 

El Gato: Un hombre viejo, un pescador como de cincuenta o sesenta años (eran viejos con aquella edad), con boina, enjuto, moreno y desharrapado, que sacaba el copo o las barcas a la orilla, con los pies descalzos, los pantalones remangados un palmo y los pies descalzos y con llagas que el agua del mar impedía que se secasen. No sé por qué se quedó en mi memoria ni por qué consideré que lo había tomado bajo mi protección. 

Había también otro pescador más joven, vestido con ropa clara, de rostro, cuello y cuerpo relativamente recios, también descalzo y que era también amable y risueño conmigo y galanteaba por las tardes a las muchachas de servicio cuando bajaban a la playa. ¿Se llamaba Eduardo? 

El Padre Pío: Cuando entré en el colegio, con siete años, llegué a sentirme muy angustiado. Lloraba y me retorcía en la calle, cuando me llevaban. Debía de verse que era un niño triste. El Padre Pío era el profesor de la clase superior a la mía. Era alto y joven, de unos veintitantos años, agradable, piel clara, con su sotana negra. Simplemente, me paró un día y habló conmigo durante un cuarto de hora. Había un sol claro en el patio. Fue cariñoso y me consoló. Por eso no se me ha olvidado aquel cuarto de hora de afecto.   

Las Cuadrado; Unas amigas de mi tía Paloma, por tanto entre diez y quince años mayores que yo, que vivían en el chalet al lado del que habíamos tenido en la Quinta y eran el epítome de la alegría juvenil y la belleza de la vida bajo el sol y entre las flores. Marileti, la mayor, alta y muy delgada, pronunciaba tan bien, en un estilo algo redicho y con acento muy castellano, que pensaba en ser locutora de radio. María Teresa, la menor, era más desenfadada y deportiva, porque jugaba al tenis. 

Las dos eran hijas de una princesa de origen italiano, Letizia Villanova-Ratazzi. 

“Capitanes intrépidos”: La película que más me hizo llorar. Me identificaba con el niño rico que caía al mar en una travesía de un transatlántico, porque tenía los pelos negros y ondulados y los ojos grandes y negros, como yo, los rasgos físicos que más me definían entonces. 

El viejo pescador, Spencer Tracy, que lo recogía del agua, era feo, sin duda, para mí, pero era paternal infinitamente. Y transformaba al niño enseñándole a ser grumete en el pesquero, con un viejo jersey anchísimo y de cuello vuelto. Me hubiera gustado también ser grumete. 

Los guardiamarinas ingleses de una novela en la que recorrían el Pacífico en un bergantín, lo que les daba ocasión de experimentar la dureza y las exigencias de la vida marinera y desarrollar su amistad. Vestían de blanco inmaculado, lo que para mí era garantía de su caballerosidad y su dignidad. Me harté de llorar una vez con aquella historia, echando de menos la posibilidad de vivirla. 

“El príncipe estudiante”: Una película en technicolor de los años cincuenta, en la que un joven príncipe, moreno y guapo, Edmund Purdom, marchaba a Nuremberg a estudiar de incógnito. Pero era príncipe, y aquello le garantizaba un secreto maravilloso, por el que sería amado y respetado por todos, si lo supieran. Yo tenía una gran necesidad de amor y de respeto. 

Los niños cantores mexicanos que vinieron a España por aquellos años cincuenta, arrebatando a todos con la belleza de sus voces y sus canciones, Al oir la noticia en la radio, o leerla en el periódico, yo lloré también, avergonzado de mi existencia sin gracia y sin ese don de los viajes por el extranjero que a ellos les había correspondido. 

Isolde: la niña alta, tímida y callada, con trenzas, de los Gaertner, la familia de un ingeniero alemán instalado en Granada. Tenían un carmen en el Albaicín y un corral con conejos en el jardín, que Isolde tomaba en sus brazos. 

Luis: mi primo. Uno de mis enemigos, de quienes yo nunca podría comprender ni ellos comprenderme a mí. Tres meses mayor que yo, fuerte, de hombros anchos y magníficos ojos grises, limitado a ser un hincha del fútbol. Jugábamos a veces, por su gusto, en el patio posterior de su casa, tirando de portería a portería, puestas con dos trastos en cada extremo. “¡Yo soy Ramallets!”, se jactaba a gritos, cuando chutaba. Una vez, al cabo de muchos años, lo cogí con rabia por un brazo y lo hice girar en torno mío como un molino. Se quedó estupefacto. 

Paquitilla: Mi prima, su hermana. Muy guapa, morena, facciones muy finas y sutiles, indiferente o despectiva conmigo. Jugaba con mi hermana, pero tampoco se llevaban muy bien. 

Jesús e Ignacio: Otros primos míos, por los que siento mucha ternura, graciosos y cariñosos, pero que vivían en Madrid, en un palacio en Ambite, mientras que yo vivía lejos, en Granada y en un piso. También sentí eso una vez como un dato más que me humillaba. 

Antoñico el portero: De casa de mis abuelos. Un hombre bueno, simpático e ingenuo, alto, pobre, muy cariñoso conmigo. 

Era muy aficionado a leer, y tenía en su dormitorio conyugal, lleno de humedad, en la portería, situada bajo el jardín, un estante lleno de novelas de aventuras, de tamaño folio y muy delgadas, que también olían a humedad. 

Antoñico el guarda: Del cortijo de Pedernales, de mis abuelos paternos. Un sesentón, recio, de nariz chata y bigote corto, canoso, que llevaba faja azul al cinto. Autoritario y severo, pero cariñoso y sonriente con los niños. 

Se venía conmigo a cazar al barranco en el verano, yo con mi fina escopetilla de doce milímetros, y esperábamos en una sombra a que  los pájaros se posaran en un quejigo o un chaparro cercano y entonces yo apuntaba y disparaba, con poca puntería. Lo delicioso no era la caza, sino el lugar, el frescor y la seguridad del cariño de Antoñico, que tenía una dentadura de pasta amarilla que se sacaba y se volvía a meter con la lengua. 

Murió ya muy mayor, con más de noventa años, y fui a visitarle una vez a su casa muy blanca de Loja. 

Éstas fueron las personas importantes en mi vida, fuera de mi familia, en los años cuarenta y cincuenta, en mi niñez. 

Me doy cuenta de que resultan desconcertantes, para quien busque muy directamente el origen de la disforia, pero no para quien sepa leer entre líneas.  

Cuando sea el momento, haré la lista de quienes fueron importantes para mí en mi juventud, empezando por Philippe, el único que me quiso, pero a quien sólo conocí por carta. 

Todo esto quisiera que sirviera para que cada cual haga su propia lista y reflexione sobre ella. 

Kim Pérez 18-07-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                               Operación o no operación

 

Quiero empezar por dos ideas que, desde luego, se prestan a discusión:

Primera. La operación de genitales no es la única conclusión posible del proceso trans.

Segunda. La operación de genitales no jerarquiza a las personas transexuales en “más mujeres o menos mujeres” y “más hombres o menos hombres”.

Para aclarar mis ideas, para quien no lo sepa, y pidiéndole disculpas, por repetirme, a quien lo sepa, diré que estoy felizmente operada de genitales desde hace diez años, o sea que nada de lo que diga puede ser atribuido a un “están verdes” de la fábula. 

Empezaré por el principio. No quiero decir que haya en el fondo dos procesos trans, uno transgenital y otro transgenérico, cuyas salidas sean, para uno el cambio genital y para otro el cambio social. Quiero decir que hay un único proceso trans, con muchos matices personales, y que la salida quirúrgica depende de todos ellos, no de ser más trans o menos trans, afición jerarquizadora que perturba nuestra claridad de juicio.

¿Qué es ser trans? ¿Algo tan sencillo como la definición clásica de una trans del siglo XIX, Karl Heinrich Ulrich, “anima mulieris in virile corpore inclusa” (alma de mujer encerrada en un cuerpo de hombre) o viceversa, como nos gusta decir?

Planteo que no, a costa de muchas posibles irritaciones. Hay muchos hombres muy femeninos, más que muchas trans, que no son trans y se aceptan como hombres y hay muchas mujeres, muy masculinas, más que algunos trans, que no son tampoco trans y se aceptan como mujeres. Id a bares de ambiente gay o lésbico para encontrar a estas personas.

Ser trans es más sencillo todavía que la idea de Ulrich. Ser trans es tener disforia de género, es decir, no es cuestión de masculinidad o feminidad, sino de tener problemas, desajustes o simplemente desapego en relación con el sexo o el género con el que se ha venido al mundo.

Por eso, en el fondo, yo sigo prefiriendo hablar más que de transexualidad, de disforia de género. 

¿Cuándo hay disforia de género? Voy a contestar con el caso de un chico a quien conocí en Granada y luego reencontré en Torremolinos, menudo, muy guapo, muy joven, de facciones muy gentiles y delicadas. Se travestía para prostituirse y una vez travestido, daba una imagen perfecta, pero no podía soportarlo. En cuanto terminaba el trabajo, tenía que correr a ponerse las ropas masculinas, supongo que con un gran suspiro de alivio.

Esto es lo que no es disforia de género, es decir el sentimiento que prevalece entre la inmensa mayoría de los hombres y de las mujeres de que no sólo son lo que son, sino que sienten apego por serlo, les gusta y les enorgullece. En cuanto no hay ese apego, ese gusto, ese orgullo, hay disforia.

Por eso digo que hay un solo proceso trans, porque cuando miro a mi alrededor, veo en todos los casos ese desapego, tal disforia, lo contrario que lo que le pasaba a aquel chico que no podía valorar la suerte que tenía a mis pobres ojos, de poder vivir, si hubiera querido, como una muchacha guapísima.

Es cierto que a veces la disforia va y viene, como en los casos llamados de identidad dual, en la que alternan los momentos o las temporadas de disforia acuciante con los de instalación más o menos tranquila en el sexo de origen. Pero aunque haya disforia de vaivén, hay disforia. Yo he tenido identidad dual, con poco entusiasmo en las fases de aceptación y luego estallidos de disforia como la copa de un pino.

Es decir, que hay un solo proceso trans, o disfórico, pero con muchísimos matices. Por eso digo que la cuestión de operación de genitales o no, depende de esos matices y el sí o el no no alteran la realidad de la condición disfórica de quien se la plantea.

Por ejemplo, para que se vean algunos de los diferentísimos matices que existen, voy a contar unos que conozco con mayor seguridad, que son los míos, sabiendo que por eso mismo, precisamente, no tienen por qué ser los de  otra persona. Pero quiero mostrar a dónde se puede llegar conociendo los matices.

Para mí, lo predominante no es situarme entre las mujeres, sino expresar que soy distinta de la mayoría de los varones.

Para eso, la operación ha resultado ser un símbolo claro y definitivo. Me he desprendido, con naturalidad, de los elementos naturales que fundan el orgullo viril. Pero he encontrado, con sorpresa, una página de diario escrita cuando tenía veinte años, en 1961. En ella anoto que me estaba mirando en el espejo, desnudo, y contemplaba con desolación mi cuerpo, que me parecía muy feo, por lo que echaba de menos un tratamiento hormonal que hubiera permitido que mis genitales conservaran la delicadeza y la pequeñez infantil… o por lo menos que se atrofiaran… Ya eso me habría dado una sensación de suficiente diferenciación de los varones. Y no habría sido necesario llegar a una operación.

O sea, que me he operado, y estoy bien, pero que también podría no haberme operado, y también estaría bien.

La operación tiene ventajas como la seguridad que te da ante tu propia conciencia de que “estás al otro lado”, definitivamente, y la seguridad frente a los demás. La primera es respetable, la segunda lo es menos. No debemos tomar decisiones que afecten tanto a nuestro equilibrio personal pensando en las opiniones ajenas, sino pensando en nuestra propia voluntad y nuestras propias necesidades. Tuve una amiga trans peruana que se hizo la orquidectomía, pero no quiso eliminar el pene. Se lo pregunté y me respondió: “Es tan poco significativo para mí que para qué voy a gastar dinero en quitarlo”. Ella, ojalá me esté leyendo y ojalá retomemos nuestra amistad, sabía sin duda poner su criterio personal por encima del ajeno en lo relativo a sí misma. 

Creo que con todo lo que he expuesto, se ha ido leyendo entre líneas la segunda idea que quería exponer, la de que la operación no no jerarquiza en más o en menos. Todos somos disfóricos, estas simples letras o son problemáticas en nuestros casos, pero la  disforia tiene mil orígenes y mil salidas, distintas pero no según la mayor masculinidad o feminidad de las personas interesadas. Por eso, los tests  de masculinidad – feminidad, lo siento por el Cogiati, no son aplicables en nuestros casos.

Pido volver a considerar el caso de los homosexuales que son muy femeninos en muchísimos aspectos de su vda, incluida la relación con otros hombres, y sin embargo están a gusto siendo hombres aunque reconozcan que a veces se sienten mujeres, pero sólo a veces. 

O el de las lesbianas camioneras, recias y con la cara lavada, pero que les encanta ser mujeres con otras mujeres.

Tan femeninos, tan masculinas, jamás se les pasaría por la cabeza operarse. Y yo, que estoy operada reconozco con toda la tranquilidad del mundo que soy muy poco femenina, bastante masculina… aunque distinta de los hombres.

¿Se es más hombre o más mujer por estar operado o no? No; se ha resuelto la propia disforia de una manera u otra. En el caso de los transexuales masculinos, se va extendiendo, entre muchos, una convicción: ¿operarse de genitales sabiendo que los resultados son medianos?

Lo resuelven a menudo con soluciones intermedias, como la mastectomía y la histerectomía, lo mismo que en nuestro caso también es una solución intermedia la orquidectomía. 

¿Nos perdemos entre estos miles de matices, miles de distinciones? Hay una sola forma de no perderse: seguir el propio corazón y la propia cabeza.

Y ahora voy a mojarme, o mejor dicho, a meterme en el agua hasta la raya de las ingles, al pie de la letra: en la duda, a quien pueda, le recomiendo que no se opere. 

Primero, porque la transexualidad es una cuestión de símbolos, y los símbolos se pueden cambiar unos por otros. Con ellos queremos decir o decirnos algo, pero si un símbolo puede ser sustituido por algún otro (se puede vacilar entre el símbolo “operación” o el símbolo “hormonación” o el símbolo “cambio social”), elijamos el más suave y menos radical para nuestro cuerpo.

Segundo, porque es muy distinto lo que se siente cuando el proceso trans está bloqueado (ideas fijas) que cuando está desbloqueado. Entonces, la experiencia del cambio, la naturalidad, la costumbre, sueltan los sentimientos y permiten que den libremente muchas vueltas. Entre éstas, puede llegarse a una reconciliación parcial con el propio cuerpo, aun persistiendo la disforia de género, por lo que la noción de lo reversible se vuelve importante.

Tercero, aunque la disforia de género es una reacción natural en ciertas circunstancias, no me parece tan natural sino más bien protésica su relación con la cirugía. Para ser gay o lesbiana no hace falta pasar por un quirófano y para ser trans, durante muchísimos siglos, tampoco. La gente trans se las ha arreglado como ha podido y el gran cambio ha sido siempre el sexo social.

Resulta más rompedora y renovadora la estrategia del cambio social que la del cambio quirúrgico, más flexible, más insolente y graciosa, da lugar a más opciones. La operación resulta más tranquilizadora, abre también seguridades nuevas y sentimientos inesperados, pero es más conformista. A veces es la única perspectiva… pero puede pasar el tiempo y aparecer otras (o no)

Por eso, quien pueda, que no se opere.

Kim Pérez 11-07-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                     Armarios

 

El armario es la represión social. Encima, nos creemos cobardes cuando estamos en el armario y nos pegamos unos cuantos golpes más a nosotros mismos. Nos llamamos cobardes a nosotras mismas, en serio o en broma, un poco amarga, como se lo han llamado unas amigas, por las que se me ocurre escribir esto. No, seremos, si acaso, prudentes, por tener en cuenta que esa represión es una parte muy grande de la realidad. 

Para las sociedades, la dualidad de los sexos es el centro de su vida, el pilar de la organización social, puesto que responde a la necesidad de la procreación. De aquí y de algunos miedos poco lógicos, viene la lógica del armario, puesto que las sociedades, que no necesariamente son muy listas, tienden a confundir la necesidad de la procreación con que todos sus componentes contribuyan a ella.   

Pues hétenos aquí encerrados en el armario, muchas veces desde chiquititos, con miedo a hablar, hacer o traslucir, puesto que sabemos que todo eso se puede convertir en vergüenza (social), gritos, bofetadas, y todo lo que se quiera imaginar. Más adelante, lo que sigue cerrando con siete llaves las puertas del armario, desde detrás de las cuales miramos por un agujerito, sigue siendo la vergüenza (siempre), el miedo a la pérdida del empleo y del sustento, a la pérdida de la familia (se dice en un momento), etc 

En fin: que es lo más natural del mundo ser prudente, sobre todo en los casos de oscilaciones identitarias (equis tiempo en un polo, equis tiempo en el otro) o de las historias de identidad dual, en las que existen dos identidades sexuales bien claras, que incluso se refieren la una a la otra en tercera persona. De cobardía nada; estrategia; estudio minucioso de las fuerzas propias y de las ajenas, y del despliegue posible y del imposible o del repliegue necesario. 

El armario es por tanto una fase del proceso trans, no la negación, la fase defensiva, sí,  pero muchas veces la fase de la ira contenida, también llamada desesperación, en la que vamos acumulando fuerzas, rabia, convicción, angustia para decir un día: “¡Ya está bien! ¡Hasta aquí he llegado!” 

Por tanto es una fase llena de fuerza dinámica, no simplemente pasiva, desde luego nada inerte; es una bomba que se va cargando y que algún día puede estallar, incontroladamente, arrastrando en su explosión al propio kamikaze, o que, si el destino y la inteligencia lo permiten, se puede convertir en energía eléctrica que fluye armoniosamente. 

No es nada tranquilo el armario; nada inofensivo; los mayores peligros están en él. 

Pongamos en claro que hay varias clases de armario: el total o el parcial. El total es el que más o menos acabo de describir. El parcial, a su vez, admite muchos grados. 

Es muy frecuente entre los homosexuales, que de hecho salen cada vez que están entre conocidos y vuelven a entrar discretamente en cuanto se sumen en la multitudes anónimas; esto es lo natural y hasta lo inevitable, porque  a muchos de ellos, por dignidad, les gustaría que todos pudieran saberlo; también son muchos de ellos los que lo tienen dosificado y estudiado al milímetro, incluso entre conocidos y suelen entrar y salir del armario según las circunstancias y las personas, dos o tres veces al día. Esta segunda actitud da ganas casi de reír, si no fuera necesario tomársela muy en serio y a veces con todo respeto. Ahora salgo, cuando me encuentro a Fulanito o voy al Six Colours, y ahora entro cuando llego a la oficina, porque el jefe, que es un homófobo de cuidado, me pondría de patitas en la calle y tengo una hipoteca que pagar y una madre a quien cuidar. 

Acaba de verse que los homosexuales necesariamente salen y entran cada cinco minutos, a no ser que hayan decidido un look absolutamente transparente. Si su look es el corriente, salgo en el fondo cuando estoy entre amigos y parientes, entre gente que me conoce, y vuelvo a entrar en cuanto me echo a la calle entre desconocidos, donde por defecto se considera que soy hetero. En realidad, esta situación, aunque aparentemente más cómoda, debe de estar, supongo, más llena de tensiones (“la sensación  de que siempre estoy medio oculto o, peor, de que tengo algo de ocultar,  incluidas falsas y difusas sensaciones de culpa, aunque haya tenido el arrojo de salir a voz en cuello frente a todos cuantos me conocon, pero no frente a los seis mil millones de habitantes de la Tierra”) 

En nuestro caso, siempre es más fuerte, nunca es tan sencillo volver al armario. En primer lugar, nunca es algo neutro, indefinido, como entre los homosexuales, cuando bajan a la calle a comprar el periódico sin otra preocupación. En nuestro caso, el cambio de género, de ropa, de look, es tan acero puro, que si alguien nos ve, nos ve. Y si hemos de cambiar de ropa, es una humillación que nos deshace por dentro, cada vez, o un alivio, a veces. 

Nuestro armario y nuestro desarmario son espectaculares. El armario, por lo que oculta, no sólo una orientación sexual, sino una figura que alucinaría a quienes ven a un modesto administrativo con gafas. Y el desarmario, por lo que tiene de eclosión, de salida en chorro de tantas cosas. Empieza por el os digo, como en los homosexuales, pero culmina en el me veis. 

Las oscilaciones, por tanto, son mucho más violentas.  Ahora salgo, cuando voy al apartamento que tengo alquilado con unas compañeras, y me quedo casi sin respiración por estar haciéndolo, ahora entro, cuando tengo que volver a vestirme para ir a la calle y volver a casa, y me hundo en la más miserable de las miserias. 

O ahora salgo, cuando hablo o chateo con alguien, y hasta cierto punto, con cam o sin cam, y vuelan los sueños, los propósitos y las voluntades, y ahora entro, en cuanto me despido o apago el ordenador. 

Ahora salgo, cuando estoy entre ciertas personas que me aceptan, y ahora entro, en cuanto estoy con las otras, procurando que los dos compartimentos permanezcan perfectamente intactos, porque si no, será como el Titanic, cuando la grieta del casco lo recorrió de parte a parte. 

Y muchas veces, esto es todo, porque no es posible más. La salida plena y total de los homosexuales, con ser heroica y trascendental no pocas veces,  se queda corta en comparación con lo que puede ser nuestra salida plena y total. 

La de los homosexuales, puede ser plena y sin embargo discreta. La nuestra nunca puede ser discreta. Pone boca abajo el mundo a nuestro alrededor, primero la familia, que puede ser más o menos comprensiva y más o menos cariñosa (son cosas distintas), luego los amigos, el trabajo, donde lo menos que se dice y que se piensa es que estás en pleno delirio, en medio de una alucinación, o de un cuelgue, y finalmente la vida diaria, que requiere a menudo una dosis constante de audacia y descaro, compensables sólo por la satisfacción con la propia imagen. 

Sólo quien tenga la suerte de dar  una imagen perfecta, puede tener una salida del armario discreta en lo que cabe, en el sentido de por lo menos pasar desapercibida o desapercibido ante los desconocidos. 

Pero entonces, rayos, en nuestro caso hay la posibilidad de un segundo armario: el de “¡que no se den cuenta!”, el de callarse la propia historia, el de mirar con ansiedad a izquierda y derecha por si aparece alguien que me conozca de antes y me reconozca, o el de empezar una nueva vida en Santa María Lo Más Lejos. 

Y aquí me planto y digo con todas las letras que este segundo armario me parece que, salvo circunstancias personales, no está justificado. Significa seguir viviendo en el miedo, cuando se ha tenido una vez el valor supremo de salir de él. Significa callarse la propia historia, seguir viviendo en el disimulo y en el silencio cuando estrictamente se han vencido ya los enemigos exteriores. Significa instalarse otra vez en la clandestinidad y tener que guardar de nuevo un secreto. Significa que las alertas tengan que saltar cuando hablas con quien supone que compartes todas sus experiencias y tú tienes que mentir o desviar la conversación. Significa desentenderse de los compañeros y las compañeras, dejándolos a su suerte, a menudo menos brillante, en esos casos, que la propia. 

Y no brillar con luz propia, para transmitir ese brillo a toda nuestra colectividad. Y no asumir, social y plenamente, la belleza de la propia historia, historia de transexual. Y no seguir luchando, desde un lugar privilegiado, para mejorar la suerte de todos y todas. 

De manera que, comprendiendo las mil razones estratégicas que, en ocasiones, pueden hacer ineludible este segundo armario (no sé cuáles pueden ser, las historias personales son millones, infinitamemente diversas) diré sin embargo: después de haber conocido el primer armario, el segundo, no por favor, si es posible. Se lo pido por favor a quienes tengan la suerte de poder planteárselo: por favor para sí y por favor para todos.

Kim Pérez 04-07-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                         GayLesbiTransiedad

 

(Esto es un trabajo de teoría sexual, en el que pretendo explicar con un solo sistema de hipótesis la homosexualidad y la transexualidad. Trabajo en esto porque estoy convencida de que lo primero que necesitamos homosexuales y transexuales es entendernos a nosotros mismos, para saber con la mayor claridad posible dónde estamos y a dónde vamos, para lo que son de la mayor importancia los estudios de sexología.

Está escrito en lenguaje científico, en el que se pretende hablar con la mayor precisión y exactitud que sea posible, llamando a cosa con un solo nombre, y con un nombre bien pensado, aunque eso suponga que deba ser leído también de forma muy detenida, casi como si fuera un contrato; porque quizás supone un contrato con la verdad.

Espero que cualquiera de quienes se animen a leerlo, tenga la paciencia de leerlo despacito, sabiendo que cada palabra está muy meditada. Si al leerlo se entrevé nada menos que la verdad, puede ser que eso haga dar por bien empleados el tiempo y la atención que se le dediquen. Pero no puedo asegurarlo; en la ciencia, ni siquiera el autor puede poner las manos en el fuego por su trabajo.

Estas cinco hipótesis (por tanto, afirmaciones no definitivas, sino sujetas a comprobación) forman el centro de este esfuerzo; les he añadido unas observaciones que no voy a poner hoy junto a ellas, por no hacerme pesada; pero si compartís conmigo la suposición de que estoy tocando con las puntas de los dedos la verdad, poco a poco iría poniéndolas también en la red, para alimentar el debate sobre lo que somos)

Hipótesis 1: Discrepando a fondo de la teoría social  llamada "perspectiva de género" y de su derivada, la "teoría queer", (Foucault, Derrida, Butler, Cortés, Llamas.) que niega que la conducta sexual humana tenga un fundamento biológico significativo, hay base para suponer que está muy determinada biológicamente, como en otros animales.

Ciertos experimentos muestran el origen genético del cortejo animal, lo que implica series de muy definidos estímulos y respuestas. Se puede cambiar, de una generación a otra, la conducta andrófila o ginéfila, cambiando un solo gen.

Pero lo biológico incluye también ciertas respuestas sexuales, predeterminadas instintivamente, ante estímulos no estrictamente sexuales, como las relaciones de poder y los conflictos correspondientes, de lo que hay amplia experiencia entre los seres animales.

Sin embargo, en el ser humano cabe suponer que la conducta sexual instintiva se ve configurada en nuestra mente por nuestro sistema de representaciones, símbolos y conceptos y la lógica de este sistema, que puede no corresponder con la lógica de la realidad a la que se refiere. 

Hipótesis 2 : Homosexualidad y transexualidad pueden ser por tanto fenómenos biológicos en el sentido de un condicionamiento o predisposición genética u hormonal de los procesos de estímulo y respuesta y también de otros procesos menos seguros, como podría serlo el de formación de una imagen corporal, que en el caso de la transexualidad estaría cruzada con el fenotipo.

La neurología y la bioquímica de la homosexualidad y la transexualidad pueden ser tan claras y determinantes como la de la heterosexualidad. En ese caso, no habría nada que decir muy diferente de lo que se pueda decir de la heterosexualidad y el presente estudio estaría de más.

Ahora bien, homosexualidad y transexualidad pueden ser también, fenómenos biológicos en el sentido de ser estrategias instintivas, o reacciones predeterminadas, o programas cerebrales que se aplican en conflictos profundos de poder, en el curso de las primeras fases del desarrollo personal.

Si se confirmase que la homosexualidad y la transexualidad estuvieran genética u hormonalmente determinadas, deberían ser consideradas con un gran respeto a la complejidad de sus orígenes. Pero lo mismo puede decirse de su posible origen biológico como estrategias instintivas en algunas relaciones de poder.

Por haberse producido en edades constituyentes de la personalidad (niñez, preadolescencia, adolescencia) estas estrategias instintivas la estructuran y reequilibran, por lo que cualquier intento de negación, bajo el nombre de terapia,  supone una acción voluntarista y superficial que no llega a tocar la organización psíquica profunda, en gran parte inconsciente, y arriesgan producir un efecto muy contrario, destruyéndola.

Este análisis se inserta en parte en la escuela de Adler, quien comprendió la voluntad de poder como instinto básico, luego escindido en eros o pulsión sexual y thánatos o pulsión de agresividad, y considera las actitudes homosexual y transexual en el contexto de la confrontación de poderes, los conflictos y las estrategias que los resuelven.

La presente noción considera las relaciones de poder, como desigualdades, conflictos, y estrategias, en cuanto parte fundamental del entramado biológico, en continuo despliegue y transformación. El análisis perspectivista o constructivista también empieza por la reconstrucción teórica de las relaciones de poder, pero entendiéndolas siempre como relaciones de dominación, lo que es inexacto, puesto que la dominación se confronta siempre a la respuesta o a la voluntad de equilibrio.

Hipótesis 3 : La homosexualidad masculina determinada por relaciones de poder puede ser una estrategia instintiva ante una situación de conflicto en la que se arriesgue la estima de sí, producida durante el curso del desarrollo homosocial (preadolescencia, adolescencia)

Puede que se responda entonces con una necesidad de fijación en una figura masculina considerada como admirable y aseguradora, y de identificación con ella. En el fondo de esta reacción hay un "Yo quiero ser como tú" o un "Yo te necesito para tener una imagen de mí tranquilizadora".

Hipótesis 4 : La transexualidad feminizante determinada por relaciones de poder, puede ser una estrategia instintiva ante una situación de conflicto en la que se arriesgue la estima de sí producida antes del desarrollo homosocial (niñez)

Como entonces no ha existido todavía una identificación con los varones, hay una necesidad alternativa de fijación en una figura femenina y de identificación con ella, una "envidia de la mujer". "Yo quiero ser como tú" se convierte en "yo soy tú".

Hipótesis 5 : Las situaciones de conflicto que pueden determinar una estrategia homosexual o transexual, se compensan en un plano más profundo de la simbolización mediante la identificación con la noción arquetípica del Uno, anterior a toda escisión y por tanto a todo conflicto.

La presencia de este plano profundo, cuyos significantes están fuera de los que se usan en la conversación habitual,  puede comprobarse mediante la observación atenta de reacciones simbólicas poco inteligibles fuera del plano del que forman parte.

El Uno, en ese plano de las asociaciones profundas, adopta la forma arquetípica fálico-simbólica (no fálico-genital; una forma esquemática que representa la potencia frente a la debilidad, y por tanto la victoria; la presencia frente a la ausencia, y por tanto la seguridad frente a la destrucción).

La forma fálico-simbólica es generalmente tan abstracta, que suele permanecer fuera de la conciencia, la cual es habitualmente incapaz de comprenderla y hasta de verla; pero puede tomar, en un plano más superficial, más accesible a la conciencia, la figura del varón  (que es el Falo o el Uno para los homosexuales masculinos) o la de la mujer (que es el Falo o el Uno para las transexuales feminizantes)

En este punto, añado a mis interpretaciones sobre los conflictos y las estrategias biológicamente determinadas con las que se solucionan, observaciones procedentes de Jung y Lacan.

Kim Pérez 27-06-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                    De cristiana a cristianos

 

Estoy convencida de que Cristo ha resucitado, y por tanto soy cristiana; sé que sus seguidores, que ya eran brutos entonces y lo seguimos siendo, conservan su unión desde entonces en la Iglesia Católica, y por eso soy católica, y comulgo con ellos. 

En la parroquia de mi barrio tengo que decir que no he tenido nunca ni un más ni un menos, fuera de algunas no-miradas; los cuatro sacerdotes que he conocido en ella han sido siempre atentos y cordiales conmigo, e incluso alguna vez alguno ha tenido un pronto de inquietud por mí, y me saludan por la calle abierta y cordialmente, sin cortarse ni un pelo de que alguien los vea saludando a una transexual. 

Incluso hubo una vez en que, después de haber salido en la televisión, un feligrés de los que ayudan en la misa, un hombre de mi edad, se me acercó en la misma iglesia para felicitarme calurosamente. 

Por tanto, escribo esto como cristiana para otras personas que son cristianas como yo.  

Pese a todo lo dicho, la actitud de conjunto de nuestra Iglesia Católica es la falta de caridad por lo menos para los homosexuales, lo cual es cristianamente muy grave. Para los transexuales no hay una posición muy definida, pero como la gente corriente cristiana nos confunde a unos con otros, yo digo, muy bien, acepto la confusión y ahora voy a hablar de lo que debería ser la actitud de la Madre Iglesia hacia nosotros, y no es. 

Mis hermanos cristianos dicen: “Nosotros respetamos a los homosexuales como personas”. Qué menos, eso es exigible a cualquiera democráticamente. Pero cristianamente debería verse un interés, una preocupación, una solicitud por conocernos y por comprendernos, y no se ve. Hermanos, os mantenéis a distancia, lo que nunca hubiera hecho Él.  

¿Qué es acercarse? En Inglaterra descubrí que una parroquia anglicana cedía un local un día por semana a las transexuales para que se reunieran en él y pudieran hablar de sus cosas. Eso es interesarse crisianamente, interesándose se puede hacer amistad, y hablar relajadamente, y al hablar se pueden descubrir cosas inesperadas y sorprendentes que muevan a respeto hacia el homosexual o la transexual. Sin juzgar; ya lo dijo Él: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados”. En otras palabras: amad, oid, comprended. 

Una vez que entre los cristianos que no estén en nuestra onda y los homosexuales y los transexuales se haya hecho amistad, también se puede hablar de otras cosas, en la otra dirección: por ejemplo, enseñar (mostrar) cristianamente, como a toda persona humana, a los homosexuales y transexuales  el amor de entrega, de abnegación y de sacrificio, que la Iglesia del amor nos enseñe a amar. 

¿A dónde se llegará de esa manera, porque se llegará? No sé, no puedo decirlo con detalle, pero a un estado más cristiano de cosas, un estado en el que resplandezca el Espíritu de Dios, que es el de amor, no en abstracto, sino al prójimo concreto, como nosotros, haciendo por nosotros cosas concretas, que se vea que son de amor y que se sienta  el amor. 

No puedo demostrar lo que es de amor y lo que no es, pero se siente; incluso una bofetada, a veces, puede sentirse que es por amor, y se perdona. Pero también se siente cuando las bofetadas no son por amor, por mucho que se diga: “Es por tu bien”.

Kim Pérez 18-06-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     Suprasexualidad

 

Una de las teorías más profundas y fuertes sobre la transexualidad, que no tiene nada que ver con las habituales acerca de biología o sociedad, es la de Lacan, que he conocido a través de la obra “Exsexo”, de su ya entonces vieja discípula, Catherine Millot.

Es una teoría psicoanalítica, basada en Freud y en Jung, que toma en cuenta toda la noción de pensamientos que están en nuestra mente pero somos inconscientes de ellos, la de símbolos o arquetipos que los resumen con gran fuerza imaginaria y emocional, pero de los que seguimos siendo igualmente inconscientes, etc

Para situarse bien en lo que decía Lacan es preciso por tanto asimilar previamente esos conceptos psicoanalíticos acerca de pensamientos inconscientes y símbolos que los resumen, que están presentes en nuestra mente, que presionan y operan sin que nos demos cuenta de su presencia hasta que, de pronto, o nunca, algo nos hace comprender que están ahí.

Lo que Lacan plantea con audacia y penetración sin igual es que la persona transexual feminizante se ha identificado con el símbolo del Uno, anterior a toda sexuación o división, que tiene la forma mental del número uno (u otras connotaciones más aptas para iniciados), y que representa por tanto la fuerza frente a la debilidad, la arrogancia frente a la humillación, el ser frente al no ser.

Puesta esta idea en el candelero, lo primero que hace falta es cotejarla con la propia experiencia, para ver si poco a poco se descubre su veracidad o no.

Por mi parte, encuentro las siguientes verosimilitudes y propongo a cada cual que busque las suyas.

La identificación con el Uno anterior al Dos, entendido como fuerza y arrogancia, supone una reacción vital contra una situación de debilidad y humillación. Personas que hemos sido muy humilladas, por alguna razón, en nuestra niñez, en cuestiones relacionadas con el sexo que, no lo olvidemos, es el dos, la pertenencia a sólo una parte de dos posibles, es posible que reaccionemos identificándonos con el Uno anterior a toda sexuación o escisión.

Si mi sitio en la dualidad de los sexos me resulta desagradable o amargo, es posible que me quiera situar mentalmente más allá de los sexos, en un lugar de potencia y de fuerza. Idea demasiado compleja, por otra parte, para asumirla conscientemente, racionalmente, pero fogonazo de intuición que ilumina mis sentimientos y mi afectividad desde su lugar profundo, inconsciente pero presente.

Con este presupuesto, la transexualidad no es una asexualidad, ni una intersexualidad, nada situado entre los sexos, sino una suprasexualidad, algo situado por encima de los sexos, y el sentimiento transexual más íntimo es de potencia y victoria.

Si se trata de comprobarlo, yo diré que siento en mí la vibración de esa fuerza y alegría en cuanto me pongo a pensar si es posible que así sea. Es verdad que también puede ser porque resuelve muchas dudas y cavilaciones, pero también está acorde todo esto con algunas observaciones personales:

Por ejemplo, mi pensamiento consciente, mi filosofía propiamente dicha, giran en torno a la idea del Uno, aunque no le dé una dimensión sexual. Y me siento arrogante, también. Y soy narcisista, lo que viene a ser lo mismo dicho con otras palabras.

Por otra parte, este narcisismo y esta arrogancia los he encontrado en algunas o muchas amigas transexuales, sobre todo en mi querida Merche Camacho, cuyo lema práctico es una frase de su madre: “Nunca bajes la cabeza”.

No es fácil asimilar estos conceptos psicoanalíticos en un mundo cultural que no los tiene en cuenta. El psicoanálisis nos hace entrar en un mundo distinto al habitual, en el que las realidades parecen transparentarse y transmutarse en formas distintas, que revelan su auténtico ser, distinto al convencional, pero no separado de él.

Significa probablemente subir un escalón en la pretensión de la verdad. Quien se habitúa a los conceptos psicoanalíticos ya no es, ya no puede ser una persona corriente, porque sabe más, lo mismo que un adolescente sabe lo que el niño no sabía.

De Lacan, tenga razón o no, me asombra su profunda perspicacia en esta cuestión. No creo que tuviera ocasión de conocer a muchas personas transexuales pero sin duda reflexionó sobre nosotras, con una agudeza similar a la de Harry Benjamin unos años antes, y halló fórmulas que, verdaderas o no, son inolvidables.

Kim Pérez 13-06-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                                  Transexualidad es bella

 

No hay más belleza transexual posible que la mayor de todas, la belleza trágica o, si esta palabra da miedo, la dramática y, bajando unos escalones, la belleza patética o la esperpéntica. 

Trágico era para los antiguos lo que produce un terror engrandecedor del alma y purificador, la catarsis. El terror es el fiel compañero de nuestras vidas, desde que nos damos cuenta de lo que significa salir de nuestro armario. 

Son posibles, en cambio muchas clases de belleza gay. Me puedo imaginar leyendo miles de historias, todas diferentes, todas bellas, con armario o sin armario, entre un muchacho y otro muchacho, un muchacho y un viejo viejísimo (pero que le dice, por ejemplo, que no le permitirá dormir con él hasta que se le haya enamorado, lo he leído); historias graciosas, o delicadas, o salvajes, como las de Genet; historias de órganos que se clavan como puñales mutuos, para matar, o de sueños apacibles y confiados en los brazos del amigo. 

Todas estas historias pueden ser bellas porque en todas ellas están presentes dos sentimientos tan universalmente maravilladores como el amor y el deseo. 

En las historias trans aparece algo, en cambio, más terrible y primitivo: el ser y el no ser. 

Por eso, su belleza está en su grandeza, cuando ésta llega a dar miedo, o en lo conscientemente provocador y belicoso. No quiero decir que no haya otras historias trans posibles, de clase media digamos, pero no son bellas, son aburridas y decepcionantes. 

La raíz de las historias trans está en el momento en que un niño, en la oscuridad de la noche, se da cuenta con horror de que no puede soportar ser varón, clasificado entre los varones. 

Desde ese momento, su vida va a ser como una historia de terribles espadas, con apariencia de falos enhiestos, que combaten y chocan por encima de su cuerpo indefenso, como queriendo herirle o matarle. 

Y va a ser una fuga de sí mismo, durante pocos o muchos años, pero sin conseguir nunca escapar del todo de sí mismo, porque no se puede escapar de la propia historia. 

No es posible escapar del ser, que es como una jaula que nos hace posible existir a condición de encerrarnos dentro de sus barrotes. No es posible huir de los cromosomas XY, ni de que los heterosexuales nos rechacen al sentir en nosotras el ligero aroma del pasado, ni de que a los homosexuales, sencillamente no les interesemos o les demos miedo. 

 Nuestros conflictos son con el ser  y eso es lo terrible y trágico, lo grande. Nuestra frustración es nuestra grandeza. Una belleza terrible, que da miedo haberla vivido. De la que tampoco podemos escapar, porque es nuestra belleza. Ese niño que se ve como niña en el espejo, pero nunca conseguirá serlo del todo fuera de él, en la parte de afuera del cristal y de sus sueños, es nuestra belleza indestructible. O ese niño que aparece ahorcado, con unas ropas de mujer puestas sobre su pobre cuerpo, y al que sepultarán sin piedad bajo un nombre masculino.  

Fuera de eso, la realidad, que significa la potencia del ser, nos arrolla a cada momento. Nuestros pies son demasiado grandes y nuestras rodillas prominentes. O nuestras voces son recias y las hacemos falsas y medio ridículas si pretendemos suavizarlas. Nos encontramos en las humillaciones y las derrotas de cada día, las que hacen que cuando salimos a la calle se nos grite maricón. 

Y es inútil que con nuestros grandes y deslabazados cuerpos, ni fuertes, ni gráciles, intentemos protestar, porque nuestra figura, nuestra sombra, nuestro reflejo en los escaparates, es lo mismo que nos traiciona a cada momento. Nuestro enemigo es el ser, porque no queremos ser lo que somos. 

Por eso, el escalón más bajo y llevadero pero en el que somos verdaderamente bellos o bellas, tengo que decirlo así, es del del esperpento consciente y deliberadamente asumido. 

En él no engañamos a nadie. No convertimos nuestra vida en esa huida constante de los ojos ajenos, queriendo pasar, lo que significa pasar inadvertida, que no se nos note, que no se sepa nada de nuestro pasado en el mejor de los casos, que nadie se entere, que nadie diga…. 

¡Fugas! Hace falta, en cambio, ser muy valiente para asumir del todo la plena realidad y eso es bello. La valentía es bella, sobre todo cuando se trata de asumir el propio esperpento para ponerlo delante de los ojos, deliberadamente, de los demás. 

Es bella, muy bella, la figura de un fotógrafo en la que se ve a un tío, fuerte y decidido, mirando decididamente de abajo arriba, avanzando hacia el espectador con paso firme, que lleva encima de su cuerpo sólo un vestido de mujer, escotado, de falda corta, que les da toda su terrible realidad a las mejillas fuertes angulosas, de dos días sin afeitar, a los brazos musculosos, a las rodillas y a las piernas fuertes. 

Alrededor de la figura aparecen unas anotaciones a mano, en tinta blanca, con flechas que van por ejemplo a las mejillas, y dicen “depilar”, o a las mandíbulas, y dicen “raspar”, o a los brazos, “redondear”, o a las caderas, “ensanchar”, o a las piernas, “depilar y suavizar”. 

Ojalá no lo haga nunca, la persona que aparece en la figura, porque entonces perdería toda su valentía y se acomodaría sumisamente a la realidad y a sus leyes y encima fracasaría, porque la realidad se reiría de él o de ella. 

No estoy hablando sólo de la belleza del arte (es posible, por tanto, que se llegue a la belleza en el arte, la literatura, el cine, con figuras transexuales, pero a condición de que evidencie su combate con la realidad, siempre fracasado y siempre pendiente) 

Benditas sean las personas reales transexuales que hacen que su vida sea la prueba continua de ese combate. Las que no juegan a intentar pasar, sino que son lo que son, y pasan por lo que son, transexuales, y quienes mantienen como lema personal “la cabeza siempre alta”. 

Kim Pérez 06-06-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                                         Don Quijote Cooper

 

Un hombre maduro, pero fuerte; alto y delgado, de largas piernas y paso cadencioso; tan seguro, que es amable; tímido, pese a su energía; bondadoso y perfectamente bien educado. Pongámosle la figura de Gary Cooper. 

Pongámosle a caballo, montado en un buen caballo, Rocinante, antes triste Rocín, pero ya no Rocín. Pongamos a Gary Cooper en las llanuras de la Mancha, tan parecidas al desierto de California cuando aprieta el sol. 

Pongámosle encerrado, soportando con ánimo el calor y el sudor, dentro de una heroica armadura de acero plateado, cubierta la cabeza por un yelmo de oro que lanza fuertes destellos indudables desde lejos, cuando su figura apenas se distingue en la extensión de los horizontes. 

Y pongamos que Don Quijote Cooper, tan guapo, ha querido, para darle sentido a su vida, recorrer el mundo, La Mancha o California, para poner justicia allí donde no la haya y que nunca retrocede ni nunca es prudente, siquiera, sino que se entrega a la misión que ha querido que sea la suya, y vence siempre, a veces físicamente y a veces moralmente, porque siempre es valiente.  

Y hermoso. Y fuerte. Maduro, pero todavía recio. Y amable. Y bien educado. Duro con los duros y blando con los blandos. Bajo el sol. 

Nadie ha visto nunca esa figura, en las ilustraciones del libro de Don Quijote, nadie la ha dibujado, pero es la más verdadera, porque es su figura interior, lo que él veía de sí mismo. 

Las demás, las que hemos visto, son las figuras exteriores, en las que se ve un pobre viejo ridículo y de ojos desorbitados, las de los que lo ven desde fuera y se burlan y se hartan de reír de él, sin querer entenderlo. Como son las figuras que se ven, parecen las verdaderas, ¿pero y la que no se ve? 

Alonso Quijano tenía ya cincuenta años y veía que la vida se le escapaba. Lo que soñaba era más bello que la vida material. Y decidió vivir lo que soñaba, aunque a los demás les pareciera un disparate. Decidió hacer que lo bello que veía en su mente fuera real, por imposible que pareciera 

Para eso colgó su vida aburrida de señorito de pueblo, de casa silenciosa y horas iguales, e intentó vivir la otra, como pudo, pero de verdad. 

No estaba loco; ¡qué iba a estar loco! Necesitaba que la realidad fuera bella y lo necesitaba con tal necesidad que tenía que intentarlo por lo menos. 

Necesitaba sumergirse en su imaginación; escapar de la realidad manchega y de la terrible rutina. 

Sabía que los molinos eran molinos, pero como los niños, necesitaba jugar a que los acometía y los vencía, llamándolos gigantes, porque ansiaba vencer a gigantes, y los hubiera acometido igual si, de verdad, con todo su tamaño y todas sus fueras hubiera aparecido delante de él, para machacarlo, aunque no podía suponer que lo que lo machacasen fuesen esas aspas mecánicas, tremendas e insensibles. 

Sabía que las columnas de polvo que brillaban en la llanura las formaban rebaños de ovejas, pero necesitaba jugar a que eran ejércitos y a lanzarse, él sólo, contra un ejército entero, como lo hubiera hecho en la realidad de haber tenido ocasión. 

Y, tan soltero y solitario como era, necesitaba imaginar a una Dulcinea, y la sacó de la buena y recia moza que conocía de por allí. 

Y encontró de verdad a la reata de presos, que iban a las espantosas galeras, y de verdad los libertó, convirtiéndose en un  fuera de la ley. 

Todos se hartaron de reír con su imagen exterior, flaca, larga y calva, muy distinta de la que él mismo se figuraba, pero, por su ansia de hacer lo feo, bello, la figura de Alonso Quijano entró en la inmortalidad.  

Me imagino que os habrá estado recordando esta historia constantemente a las nuestras, especialmente a las de las trans viejas o medio viejas, la historia de nuestro tío Alonso, a quien os ruego que recordéis con su verdadera figura de Quijote Cooper. 

No estamos muy lejos de esta historia las transexuales que decidimos vivir bellamente, nos cueste lo que nos cueste. 

También soñamos; nuestros sueños nos arrastran, poniendo delante de nuestros ojos una realidad que nos parece más bella que la que tenemos a nuestro alrededor. 

Nos lanzamos a ella, indiferentes a que el mundo se hunda a nuestro alrededor, como se le hundió a Don Quijote. Somos valientes, como él. 

Pensando en esta historia de audacia, me acuerdo de pronto de Sylvia Rivera, que era flaca, huesuda, como él, valiente como él, para salir a la calle con minifalda, a los cincuenta y tantos años, indiferente a la opinión ajena, como había sido valiente cuando de joven se había echado a dormir en las calles de Nueva York, con tal de vivir como trans y como fue valiente cuando se puso frente a la policía entera, que la había humillado tantas veces, en el bar Stonewall. Porque en aquel momento no se podía saber cómo iba a acabar aquello. 

Los demás, incluidas nosotras, vemos sólo nuestras figuras exteriores, y hay quien se ríe y hay quien se hunde  o se acobarda. 

¿Pero quién ve nuestras figuras interiores? ¿Quién sabe cómo son? 

¿No somos solamente nosotras quienes la vemos en realidad? ¿No es una figura de pelo negro, ojos pasionales, labios anchos, belleza indescriptible, gracilidad conmovedora, amada por cualquiera que la mire sólo una vez, que tiene que sucumbir ante ella? 

¿No es la experiencia de ese cuerpo perfecto, moreno o dorado, de pequeños pechos como pómulos, desnudo delante del mar caliente, amada, amada siempre, la que he rogado y llorado porque fuera la mía y tú porque fuera la tuya? 

¿Y no se ha negado a ser la mía o la tuya? 

¿Y no me encuentro al final, o tú te encuentras, con que tenemos más de sesenta años, el pelo gris, la piel blancuzca y con michelines? 

Pero de eso vale lo que hacemos, como nuestro antiguo tío Don Quijote Cooper: para demostrarnos que los sueños hay que seguirlos, sin miedo y sin apocarse, y que si salen bien, bien, y si no, tienen la belleza de los sueños que hacen vivir y dan vida. 

¿Cuál es nuestra Mancha o California? California es un nombre sacado de los libros de caballerías; y hubo un Don Quijote de verdad por aquellas tierras en aquellos tiempos,  hermoso y guapo, amigo y defensor de los indios, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que se casó con una india y tuvo dos hijos, a quienes llamó Amadís y Nube. 

Las realidades se mezclan con los sueños. También nuestros sueños hacen reales algunas realidades: me acuerdo, me acordaré toda mi vida, de aquel muchacho bellísimo, de figura ambigua, a quien vi en el Café Flore de París durante un cuarto de hora. 

Kim Pérez 30-05-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                       Estéticas de la Periferia

 

Me fascina la obsesión que hay en la mente de los dos drags de “Priscilla” por materializar una mujer. En la realidad del día a día no lo necesitan, se ponen sus camisetas ceñidas, que dejan ver sus músculos de loca, sus pantalones ajustados a los relieves de sus extremidades, dejan ver sus caras de duros; uno de ellos, de facciones apretadas, es uno de los policías-máquina de Matrix, o se le parece. 

Tal vez sólo las cejas las tienen depiladas. Son maricones duros, capaz de tirar de un puñetazo a un hetero incauto a veinte metros, pero que de vez en cuando sacan la pluma que sólo un duro, despectivo y seguro, se puede permitir. 

Son tiernos, pero temibles. Todo el mundo sabe que son drags, lo pone el carnet de identidad que llevan en la frente, o en los labios, habituados al sexo oral. 

Puede ser que alguno se ponga una camiseta rosa, sucia y rota. O que el otro se deje intencionadamente la pintura en los labios o el maquillaje en los ojos, en sus bellos ojos. 

Pero no les hace falta que las mujeres que llevan dentro de su cráneo emerjan más que dos horas al día, en la función. Entonces aparecen, deformadas por sus duros sentimientos, mujeres de rostros de demonias o de arpías, lenguas venenosas, ropajes deslumbrantes como la piel ocelada de los lagartos con gola abierta, imagen de los infiernos subterráneos. 

¿Qué mujeres son las que están escondidas dentro de sus cráneos y por qué? ¿Por qué tienen que burlarse de ellas y llevarlas hasta los más radicales extremos cada vez que las dejan nacer? 

¿Por qué sin embargo se corresponden con la pluma dulce que dejan también salir, casi sin darse cuenta, en los crepúsculos, sentados frente a frente, compartiendo la soledad de la carretera, a punto de besarse en los labios, siendo capaces de  mirarse a los ojos y descansar, entregándose con un suspiro? 

Las dos locas fuertes y mariconas conduciendo con la fuerza de sus brazos desnudos el autobús. 

Viaja con ellas la transexual cincuentona que divaga absorbida en su alcohol y en sí misma. Ella encarna a la mujer interior todo el día y la hace exterior, la tiene en exposición, pero con ropa litúrgica. 

No puede vivir como mujer, no sabe o es demasiado pronto en esa Australia para que sea una tía corriente, que salga con los pelos tiesos a la calle, por lo que tiene que ser una trans que va de señora en un autobús de drags, pero que en la realidad no es una drag, sino una señora, sino una trans. 

Todo eso hace que vaya siempre tan puesta, que parezca mucho más disfrazada que las compañeras locas. Toma el té, en silencio, a las cinco, ella sola, soñando. 

El sueño la arrastra y vive permanentemente en un sueño y no puede despertarse y decir “ésta es la realidad”. Por eso está tan sola, aunque también por eso saca de pronto la fuerza para arrearle un puñetazo a no sé quién. 

Esta historia la he visto real en un documental australiano sobre ¿uno de los drags? ¿alguien que se le parece mucho? 

Con el mismo aire de tipo duro y musculoca, se pinta en un camerino, para salir a actuar. El camerino está lleno de trastos, luces, bombillas, pinturas, calor o frío, como todos y él se mira y se mira en el espejo, ve también emerger poco a poco, como si pintase un cuadro, a esa mujer secreta. 

Su hijo de nueve años espera apoyado en una jamba. Lo mira absorto. 

“Mi papá es drag”, explica a alguien que le pregunta. Lo ve también en el escenario, medio escondido él entre la penumbra de la  sala, entre el público, se persuade de que su padre es importante, porque le aplauden, que sabe transformarse en algo mágico en cuanto sube al pequeño palcoscénico del local. 

Lo recupera en cuanto salen, y otra tarde, su padre, de nuevo con camiseta de tirantes, pero de color militar, lo lleva agarrado fuertemente de la mano, paseando por el paseo marítimo. La fuerza de su padre le da seguridad, su padre lo quiere. La fragilidad de su padre le hace sentir ternura. A su padre tiene también él que protegerlo. Los niños del  colegio, si supieran que su padre es drag, cómo se burlarían de él y de su padre! Pero su padre es mucho más divertido y mucho más aventurero que los de todos los otros; sin ir más lejos, dentro de dos meses están invitados a Quein o Cannes o como se llame, en Europa, para actuar en un night club internacional y para ir tomarán un avión durante doce horas. ¿Cuándo van a estar invitados para eso los otros padres y los otros niños, cuándo van a ir gratis a la otra punta del mundo? 

El padre se ha divorciado, la madre no está, no se sabe por qué, y entre el hijo y el padre hay la íntima complicidad de dos seres solos en la enormidad del mundo.  

Respiro hondo. Me encuentro dos fotografías en un suplemento semanal. Son de un artículo que se titula “los últimos eunucos”, los castrados de la India. Usa el masculino, de modo que lo usaré yo también, no problem. “Eres como ellos físicamente”, me dice una vocecilla interior, “sabes lo que ellos saben, lo mismo. Puedes estar orgullosa, qué poca gente lo sabe”. 

Los castrados, como yo, viven como mujeres, visten como  mujeres, llevan saris de colores, el pelo largo y recogido. 

He guardado las fotos, que me impresionan, porque es como si fueran fotos mías o, por lo menos, de álguienes que han vivido unas cosas muy parecidas a las mías. Bien es cierto que a mí no me han cortado los genitales, emborrachándome, mientras gritaba o me mareaba entre las nieblas pesadas del vino y las del dolor. Tampoco he corrido peligro de muerte, como ellos, tampoco me la he jugado al ponerme en manos de los castradores. 

Pero fuera cojones, fuera bulbos de los testículos, como las cebollas de los jacintos, fuera red de tubillos seminíferos, fuera cuerpos esponjosos de la verga,  fuera todo lo que no quiero, fuera todo lo que me ha hecho tanto daño, fuera todo lo que me duele en el alma. 

Las dos fotos me traen mucho sentimiento. En una hay alguien que sigue pareciendo un muchacho de ojos brillantes y media sonrisa algo irónica. Lleva el pelo negro y brillante alisado sobre el cráneo y recogido, se adivina, en una cola en la nuca. Está apoyado, con los brazos debajo de la barbilla, sobre una especie de mostrador de madera. En los brazos lleva tatuada una larga fila de letras indias, un conjuro o un versículo de los vedas, porque necesita protección. 

Resulta sensual, de verdad, con esos labios gruesos y bien dibujados. Su mirada es insolente, todo su aspecto es peligroso y callejero. Es natural, porque se dedica a la prostitución, una de las pocas fuentes de ingresos de los castrados  o eunucos o jiyras de la India, quienes bendicen los bautizos y las bodas y también cobran por ello para que el niño se libre de la esterilidad que ha marcado sus vidas y también mi vida, nuestras vidas. 

No sé nada de él, nada más que eso, la sensación de que compartimos un secreto, o mejor dicho, un secreto que suena con  voces tiernas, voces de mujer o casi de niña, tenues entre la apariencia de tanta dureza, pero que hay que saber oírlas para entender del todo lo que hayan visto esos ojos. 

 La otra foto es de otro eunuco que tiene el aspecto de un hombre treintañero, de rostro anguloso y ojos con toda la profundidad que alcanzan los ojos negros de los indios, marcados además para que ya sean abismales y preocupantes por un cerco de maquillaje negro. Lleva un sari que forma un manto que le cubre la cabeza de hombre de guerra reconducido a la hondura de la castración. Mira con franqueza hosca, directamente a los ojos de quien le mira. Ya sabe lo que quería saber y lo que no quería saber y da a entender que quien lo mira lo sabe también. 

Viene como peleándose, no se sabe de dónde ni a dónde va, una especie de peregrino por caminos a la intemperie, muy solitarios y muy melancólicos, que gritan por algo que no está y que podía estar, vacíos aunque sean interiores. 

Dice: "Peligro, soy un guerrero, he luchado contra mí mismo y tengo que vencer". "Ojo conmigo". 

Son de los míos, los míos de verdad, y pensando en eso guardo con cariño sus fotos en una carpeta. 

Kim Pérez 23-05-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Relativización

 

Ayer , 13 de mayo, se cumplieron doce años

del suicidio de Pepi Real,

a quien le he pedido que me ayude a ver claro. 

Hoy por hoy, cuando se presenta con toda su fuerza, y con tanta fuerza, la pulsión de cambiar de sexo, hay dos reacciones posibles: afirmación o negación, entendidas a partir del supuesto de que es posible hacerlo, llegar a un cambio de sexo, en los planos corporal o social (género) y que si no se hace, es porque se quiere no hacerlo. 

Estas dos reacciones pueden corresponder a dos actitudes morales, una permisiva, otra prohibitiva. La primera suele encajar dentro de una actitud liberal, la segunda dentro de otra religiosa. Está claro que, para las personas religiosas, como yo, esta actitud supone un problema añadido a los muchos que trae la transexualidad. Un problema agudo que hay que resolver. 

La afirmación consiste en la voluntad de ir adelante, en todo o en parte, en la medida de lo posible, incluso aunque lo posible sea muy poco. Suele expresarse en un “soy mujer” o “quiero ser mujer” o un “soy varón” o “quiero ser varón”. 

La negación consiste en el propósito tenaz de negar los efectos o la puesta en práctica de esta pulsión; crea una represión que puede ser más o menos duradera, que puede apuntalarse con heroísmo, pero como la negación suele negar la propia realidad o la validez de la pulsión, considerándola como injustificada o injustificable, considerándola como una debilidad que con voluntad se anularía, se puede volver insoportable, porque la pulsión persiste e insiste, no deja de venir a la memoria y a los deseos, como una reaccón estructural que es, pero al querer negarla simplemente, como si no existiera, no se le deja la posibilidad de ninguna canalización racional. 

Por eso la simple afirmación suele ser tan insuficiente como la simple negación para el equilibrio de quien siente esta pulsión, por lo que pueden dar lugar tanto la una como la otra a una situación inestable. Muchas veces la realidad no es tan sencilla como un "soy mujer" (o "soy varón"), ni siquiera como un "quiero ser" lo uno o lo otro. Se es una realidad más matizada, se quiere ser de una manera mucho más compleja que lo que se entiende por mujer o varón, poniendo muchas reservas que no nos atrevemos a decir en voz alta, pero que revelan la parte de nosotros que no es transexual. 

La inestabilidad entre estos dos extremos, definidos demasiado simplemente, puede dar lugar muchas veces a una oscilación identitaria entre cada uno de ellos, por no poder instalarse definitivamente en ninguno de ellos. 

Si esta oscilación llega a ser incluyente de las dos actitudes, genera experiencias de identidad alternante, que se suelen llamar "travestismo de doble identidad", pero si la afirmación y la negación siguen siendo excluyentes la una de la otra, pueden dar lugar a una situación de fuerte angustia. 

Se me ocurre una manera distinta de afrontar esta cuestión, que se basa en conceptos distintos. 

El primero es el de reconocimiento, distinto del de la simple afirmación o la simple negación. 

Consiste en reconocer, en todos los casos, la existencia de la pulsión de disforia de género (reivindico esta expresión, basada en el hecho irrefutable del rechazo o hasta repugnancia hacia el género de partida), como un hecho real, independientemente de que se decida afirmar su expresión o negarla. La pulsión es persistente y no cede ante la simple voluntad de negarla. Se pueden discutir sus orígenes, biológicos o biográficos, o biológicos y biográficos, pero no se puede discutir su realidad. 

En todos los casos, se decida lo que se decida, se vaya a donde se vaya, la pulsión disfórica da lugar a un proceso de disforia,  lo mismo si se decide expresarlo que reprimir su expresión. Quiere decir esto que la pulsión tiene consecuencias en todos los casos. No se puede discutir su existencia ni la de las angustias, las alegrías, los sueños, las frustraciones, las reflexiones que produce. Una persona disfórica de género es disfórica de género, haga lo que haga y su vida estará marcada por la disforia de género. 

No se la elige; se encuentra; lo que se puede elegir es la manera de elegir su expresión, porque toda vivencia humana necesita una forma de expresión. A lo mejor, el grado de expresión mínimo es como el de los Alcohólicos Anónimos: "Buenas tardes, me llamo Equis y soy disfórico de género". No es irreal. Cuántas veces, en nuestras asociaciones, hemos llegado diciendo: "Soy transexual y por determinadas circunstancias, no puedo realizarme; pero tengo bastante con estar entre vosotras y con que me aceptéis como una de las vuestras". 

El segundo concepto nuevo es el de desprogramación. Nuestra cultura mantiene un supuesto previo según el cual el disgusto de un género debe llevar a la plena integración en el otro o a olvidarse de toda manifestación, siguiendo un esquema absolutizador de la binariedad de los sexos: o se es del todo un varón o del todo una mujer. 

Nuestra ciencia biológica muestra sin embargo que esta binariedad es tendencial, pero compatible con muchas excepciones y muchas clases de excepciones en la realidad, puesto que existe un sinfín de personas más o menos físicamente intersexuales y un sinfín de formas de intersexualidad, con sus distintos grados de intensidad. La disforia puede deberse a una intersexualidad biológica o no tener nada que ver con ello, no quiero discutir este extremo, pero en todo caso lo que quiero decir es que no hay dos modelos únicos en la realidad para resolverla. 

Ahora que, muy lentamente, empieza a tomar forma el movimiento intersexual, que entre otras cosas reivindica el derecho a no ser reasignado, permaneciendo como intersexual, o a ser reasignado sólo por decisión personal y adulta, se abre la posibilidad de modelos de identidad y vida completamente inesperados. Por cierto, los intersexuales son quizás el uno por ciento de la población, desde que no se los mata al nacer.   

Hay personas disfóricas que llegan a integrarse plenamente en el otro género. Pero hay otras para quienes esto representa una dificultad práctica temible o la forma de llegar a una nueva inadecuación, menos grave quizás que la anterior, pero inadecuación. 

Por esto postulo la desprogramación en el sentido de romper la suposición de una correlación plena y total entre disforia de género y cambio de sexo. A cada cual le corresponde saber hasta dónde llega su disforia de género y hasta dónde no llega. 

El análisis puede hacerse con simples reflexiones biográficas, ayudadas por el diálogo con otras personas disfóricas o con profesionales más dispuestos a clarificar y ordenar las reflexiones que a dirigirlas y, desde luego, que a prejuzgarlas. En el caso de las personas que llamaré feminizantes, cuando hay presiones parafílicas que se superponen a la disforia, es decir cuando hay reacciones que por una parte producen placer físico, pero por otra confunden sobre lo que se siente (porque se llega a no querer comprender, sino simplemente excitarse, porque la excitación es un consuelo),  puede ser muy útil el tratamiento con antiandrógenos, lo mismo que en otras situaciones parafílicas, para disminuir la necesidad de excitación y permitir a la larga mayor claridad e independencia de juicio (hay que suponer que el tratamiento debe durar años para producir ese efecto) 

El resultado de la desprogramación es el tercer concepto que quiero utilizar, el de relativización. Se es una persona disfórica, esto es indiscutible, esta realidad debe ser expresada de alguna manera, puesto que el ser humano necesita expresar lo que hay en su interior, pero esta expresión corresponde a realidades relativas, de disforia más o menos intensa, más o menos generalizada. Dentro de la disforia, puede haber una realidad interior muy  definida, o puede haber realidades menos definidas. 

En este segundo caso, las formas de expresión de la disforia pueden ser también relativas, no tienen por qué expresar una necesidad de cambio de sexo total, si no corresponden a tal necesidad. También a cada cual le corresponde establecer la forma de expresión que puede serle conveniente, lo que puede implicar la señalización de un límite que no necesita, ni quiere ni le conviene atravesar. 

He escrito esto a partir de mi experiencia, y por tanto creo conveniente explicarla, para que se vea que la correlación entre lo que acabo de escribir y lo que he vivido no es casual. No he teorizado dejando volar libremente mi penamiento, sino que he vivido determinadas situaciones y luego he intentado explicármelas y deducir también qué es lo más sensato que puedo hacer a partir de ellas. Adelantaré mi conclusión: si no relativizo la disforia de género, no puedo soportar a quienes viven un sueño sin querer bajar a la tierra; yo he sido una de esas personas; si relativizo la disforia de género, inmediatamente me siento hermana y solidaria de quienes son disfóricas de género como yo, las entiendo, veo su realidad y quiero sentirme con las manos juntas. Se trata, por tanto, de no dejar de ver la tierra firme. 

Sobre mi experiencia, tengo fundamentos para pensar que en mi gestación hubo elementos de hipoandrogenismo y que por tanto mi disforia de género tiene un fundamento parcialmente biológico: para conseguir tenerme, porque estaba perdiendo a todos los que venían, mi madre siguió previamente un tratamiento con progynon, y sufrió en ese año un estrés de guerra, por miedo a perder a mi padre; los dos hechos se consideran médicamente como desandrogenizadores, y esto es parte de la realidad. 

Pero hasta los ocho o nueve años mantuve una identidad masculina sin problemas, aunque fui un niño solitario, tranquilo y lector. Por tanto, los factores biológicos no fueron suficientes para determinar por sí solos la disforia de género. 

Sin embargo tuve problemas de socialización masculina, al entrar en el colegio, que a los ocho años aproximadamente empezaron a manifestarse en forma de una fantasía de sumisión que duró poco y luego, hacia los diez, de una disforia de género primero difusa, que se acentuó en la pubertad, a los trece o catorce, entre exaltaciones y traumas de culpa. 

Desde entonces, mantuve continuas y violentas fases de oscilación identitaria, con un fuerte narcisismo, bastante frecuente en personas disfóricas. Mi orientación era fundamentalmente ginéfila, pero más bien asexual. No desarrollé deseos de posesión sexual, no sé si como efecto o causa de mi disforia. Me desagradaban mis genitales y no comprendía cómo los hombres en general podían no avergonzarse de ser hombres. 

Con treinta y dos años empecé una fase de negación, que duró dieciocho años, manteniéndome deliberadamente en una actitud asexuadapero sin tratar de encontrar ninguna forma de canalización racional; simplemente, intentaba pensar en otra cosa. Las tensiones internas fueron creciendo desde los cuarenta, hasta hacerse insoportables y obsesivas. 

Con cincuenta años decidí afirmar mi disforia. Con cincuenta y dos me hormoné, con cincuenta y tres largos me operé. Encontré bienestar, equilibrio, aceptación de mi cuerpo, buena integración social aunque poco a poco confirmaba mis dificultades para entenderme como mujer. Finalmente he decidido renunciar enérgicamente a esa definición y calificarme sólo como persona disfórica. 

Kim Pérez 16-05-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                   Narcisismo necesario

 

El narcisismo, un narcisismo necesario, es el factor común de la configuración de los sentimientos de muchos gays, muchas trans y algunas mujeres. No está en cambio en el formateo de muchas lesbianas, muchos trans y algunos varones.

Narcisismo es el deseo o la necesidad de sentirse el número uno, o para decirlo con más humildad, el único que importa. Es casi convencerse de que eres maravillosa, divina, y esperar ansiosamente que los demás lo reconozcan a cada paso. Esta necesidad desmesurada corresponde a la sensación de un profundo hueco interno, de una herida abierta, de una inseguridad muy profunda que susurra malévolamente: “No eres nada, no vales nada”. Hay que curarla como sea, y la curación es el narcisismo.

Esto vale para los gays y las trans; es verdad que muchos hombres heteros, arrogantes y presuntuosos, revelan también algo parecido al narcisismo; pero en ellos no hay inseguridad, ni necesidad, ni carencia, ni agujero. Por tanto no hay ninguna herida, más bien al contrario. Digamos que hay fuerza, una fuerza desbordante pero inmadura que, sobre todo en la juventud, tiene sólo la conciencia de sí misma y el placer de conocerse. Se le puede llamar, por llamarle otra cosa, egocentrismo. Pero en un brinco, se puede pasar de ser egocéntrico a enamorarse como un niño. No hay esa exclusión por principio del interés por todos los otros que se encuentra en el narcisismo.

El narcisismo empieza en la niñez por una profunda capacidad de admiración hacia un modelo a quien se quisiera asimilarse: otro muchachillo que resulta deslumbrante, dotado de un encanto irremediable; o la propia madre, cuya belleza ilumina una existencia que sin ella se quedaría descolorida.

En la adolescencia, ese doble sentimiento de vacío propio y de deslumbramiento se acentúa y el adolescente que luego será gay o trans quiere hacerse a sí mismo conforme a lo que ama y le deslumbra, para ponerse a salvo del hueco que sigue amenazándole: dibuja en el papel o en su imaginación mil veces las figuras masculinas que quisiera que fueran la suya; o se mira en el espejo, contemplando entre sus aguas borrosas la figura femenina que pudiera ser la suya, la figura que se superpone a la suya, que la sustituye y le da seguridad.

En los dos encantamientos, la figura que forma su corazón es el todo, el éxtasis, la perfección: el adolescente la contempla soñando por primera en paz. Ha surgido un gay o una trans.

Por eso el deseo gay es con frecuencia un deseo de exaltación de sí mismo, de autoafirmación hasta los límites sin límites de la figura que se sueña; se desea la imagen que expresa la idea perfecta de lo que uno mismo puede ser, hay también como un juego de espejos, en este caso inmateriales, y por eso algunas parejas gays parecen parejas clónicas, de gemelos idénticos, cada uno viendo en el otro a sí mismo; si no se desea al otro porque desprende la perfección con la que se sueña para sí, se le desea porque es la imagen en el espejo del mismo que desea, que ya se figura a sí mismo como perfecto.

Cueros o leather y osos repiten en sus bares la repetición de estos espejos, de dos en dos. 

Todo esto es narcisista y está construido sobre un juego de imágenes, sólo de esas ligeras y deslizantes superficies que se llaman imágenes. Cuando las mujeres no narcisistas miran al hombre, suelen valorar sus ojos, que las tranquilizan o no; por los ojos entran en su interior, que acaba interesándoles más que lo exterior. Al narcisismo que juega sólo con imágenes exteriores no le interesa el interior, no lo mira ni lo entiende. Sólo interesa lo que esas imágenes pueden hacer sobre la propia estimación y por eso al gay le hipnotiza a veces lo más exterior, el símbolo escueto del varón, la verga y el capullo que mira mil veces.

En las trans, la necesidad del narcisismo (porque siempre es una necesidad) es igual de intensa, no sé si más, pero de otra manera. La trans elabora una imagen femenina para verla en el espejo y que la tranquilice. Ahora soy yo así. Así de bella o de figurada como bella o de digna de amor. Ésta soy yo, que si no sería un pobre muchacho gris.

La trans, muchas veces, cuando se olvida de mirarse en el espejo, se siente perdida. Una mirada fugaz le da la vida, le devuelve la alegría y las ganas de vivir, la equilibra. No hace falta que se vea sólo en el espejo: espejo sin cristal es la sombra en la que es el sol quien traza nuestra figura; o nuestras fotografías; o nuestro propio pensamiento, cuando se representa lo que es ahora nuestra figura. 

Por eso el necesario narcisismo de las trans juega a veces sin querer  con un hombre, porque requiere a veces la presencia de un hombre junto a ellas, más como figura del cuadro que como compañero real. Les hace falta que su feminidad sea reconocida y proclamada por la presencia de un novio o de un esposo, palabras que las confirman y les ayudan a formar su figura interior tan deseada y necesaria, la figura admitida de sí misma, que equilibra el terrible miedo de no ser digna de cariño ni de amor ni de aceptación, ni de tener un sitio propio en la tierrra, de que lo mejor sea morir y dejar de existir bajo la forma de esta cáscara que otros han repudiado. ¡Todo para salvarse de esto!

¡No es peligroso este juego! Porque en él se mezcla a un hombre real, con sus sentimientos reales, que se maneja en el fondo para que haga el papel de amante, aunque sin amarlo realmente. Es verdad que con el tiempo puede surgir el afecto y el respeto, pero esto significa entrar en un estado superior, que ya no es el del narcisismo.

Porque está claro que este narcisismo es el único remedio para salvar al gay o a la trans o a la mujer de la absoluta desestimación de sí y del ansia de muerte que la puede acompañar y por eso el narcisismo es necesario, pero una vez salvada la persona, cuando ya se ha consolidado su nueva autoestima, es preciso seguir más adelante del narcisismo.

Entonces puede aparecer un deseo superior, más maduro, más adulto, el deseo de conocer de verdad lo que hay en la persona a la que se ha deseado, de averiguar cómo es y, si hay suerte, de sentir gusto en su compañía, confianza en su conversación, atención a sus problemas y a su penas, curiosidad por sus sentimientos y sus experiencias, ternura por sus deseos, interés por sus pensamientos.

Entonces, el deseo que pide se convierte en deseo de dar y se entrega con gusto a la persona que nos acompaña todo lo que podamos, lo que nos convierte en verdaderos compañeros y compartidores de vida y aventuras.

En ese momento se da un salto fuera del narcisismo adolescente: ha sido necesario, pero ya no. Nos ha hecho personas que saben querer.

No sé por qué, por otra parte, muchas lesbianas, especialmente camioneras, muchos trans y muchos hombres no son desde luego narcisistas, como se ve a simple vista.

En el caso de los trans, se ha observado ya hace tiempo (Catherine Millot) que aspiran no a ser el hombre brillante, sino el hombre gris, el hombre medio, el que pasa inadvertido.

Nada menos narcisista que esta actitud. Quizá sea porque, a diferencia de los gays, de las trans y las mujeres narcisistas, hay en ellos una seguridad básica, una falta de miedo fundamental, por mucho que a primera vista se acumulen los problemas.

Quizá no hay tanto como la arrogancia egocéntrica que se ve en tantos hombres heteros. Pero quizá hay suficiente seguridad. Quizá se siente dentro una seguridad innegable, aunque no se sepa por qué, a tenor de las circunstancias.

Por eso, a las lesbianas camioneras y a los trans, no hay que enseñarles a amar. Han amado siempre, desde su niñez, su historia es una historia de enamoramientos, y de adultos forman parejas sólidas y persistentes, que pueden durar una vida, porque saben dar cariño, proteger y aceptar el cuidado de su pareja, entregar sus intereses. ¿Son capaces de lo mismo los hombres no narcisistas, esos hombres grises u oscuros, no tienen quizás tampoco que aprender a querer? 

Kim Pérez 09-05-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                  Después de la Transición

 

Después de la transición, el efecto más fuerte es que puedes ocuparte de otras cosas.  

Hasta llegar a ella, has estado preocupándote casi  exclusivamente de ti misma. Es natural, puesto que tenías que resolver  un problema personal de primer orden, un problema de identidad, de “¿quién soy yo?”, el primero de todos.  

Por otra parte, también estabas quizás hipnotizada por unas perspectivas fastuosas: cuando haga el cambio voy a personificar esa belleza que deseo, voy a ser amada alucinantemente, etc 

Mientras estás en el cambio, sientes algo de esto. Gozas de la libertad y del cumplimiento de los sueños, la vida te parece arrolladoramente hermosa por habértelo permitido, y algunas veces lo es.  

Cuando ya te has estabilizado en el cambio, es decir, cuando ya has terminado la transición, descubres que sencillamente has entrado en una nueva rutina, un piso por encima de la antigua, que ya has resuelto tu problema personal y que puedes ocuparte de otras cosas.  

Entonces, resulta que relativizas la transexualidad. Ya te has acostumbrado y sabes a dónde has llegado y a dónde no. Puede ser que incluso te aburras un poco, aunque no renuncias a ella.  

Vestirte por la mañana y salir a la calle, es una nueva rutina. A veces piensas: “Dios mío! ¡Lo que yo hubiera dado antes por sentir esto, y ahora es una cosa normal!” Incluso, a veces, tienes que concentrarte para acordarte de la suerte que tienes, porque la grisura del día a día apenas si te permite pensar en ella. Si eres pesimista, incluso dices “”Me he desengañado”. Es falso que te hayas desengañado. 

¿Qué ha pasado? Simplemente, estás viviendo una vida normal. Como la de la mayoría de las mujeres o de los hombres, que están contentos de vivir como viven, de ser lo que son, pero a la vez son conscientes de sus limitaciones –feos o del montón-, de sus frustraciones-las películas son las películas- y de sus aburrimientos.  

Pero lo que tú no tenías, la primera parte del párrafo anterior, “que están contentos de vivir lo que viven, de ser como son”, ahora lo tienes, y eso es lo que te permite vivir una vida normal.  

En cuanto la empiezas, te das cuenta de que empiezas a despreocuparte de ti misma. Quizás tengas que pasar períodos de reajuste, hasta que asimilas todo esto y vuelves a ponerlo en orden. Pero, en general, te das cuenta de que ya no quieres, no necesitas, pensar tanto en ti misma ni en la transexualidad. ¿Por qué? Porque has resuelto el problema.  

Quizás por eso, hay tantas personas transexuales que están continuamente en el ambiente trans antes y durante la transición y después se alejan de él, irreversiblemente. ¿Por qué? Porque ya no lo necesitan o incluso les viene mejor alejarse para seguir por separado su propio proceso, sin interferencias ni modelos externos, simplemente “para ser yo, a mi manera”.  

Como cualquier otra mujer u otro hombre. Sin necesidad de las andaderas del colectivo. Encontrando su propio ambiente donde sea y sus propios amigos donde tenga la suerte de encontrarlos.  

El ambiente trans no es como el gay o lésbico. Éstos están caracterizados por una atracción mutua que, como las fuerzas intraatómicas, los mantiene unidos. En nuestro caso, sólo nos une el compañerismo, la sensación de las experiencias comunes a todos los niveles, incluso a éste de la rutina post transición.  

Cuando somos ya como todas las personas, podemos sentir dentro de nosotros las tendencias e instintos comunes a todos. Uno de ellos es el paso, que suele darse en la adolescencia, del egocentrismo a la entrega, el cariño, el interés por los otros.  

Mejor dicho, no es uno de los pasos, es el paso que representa el paso de la premadurez a la madurez afectiva. Los niños necesitan que alguien los cuide y los quiera, por eso son egocéntricos. Los adultos ya tienen fuerzas para cuidar y querer a otras personas, y ocuparse de ellas es la prueba de su maduración.  

En nosotros, puede haber estado bloqueado tantos años por el problema personal número uno, que se da  generalmente a  edades tardías, pero puede darse. Ésa es la causa del típico egocentrismo trans, y la transición es el remedio.  

Puede tenerse entonces una persona a quien querer, pero en el caso de nosotras las trans, es francamente raro y poco frecuente, lo diré así de claro para que nadie se llame a engaño; lo mismo que en el caso de los trans es frecuente y fácil, de modo que espabilaros, muchachos.  

Pero puede haber amigos, en quienes volcar toda nuestra necesidad de cariño. Y compañeras a quienes querer, porque lo sabes todo de ellas (en esto, sí nos parecemos a los gays y lesbianas, con sus redes de amistades íntimas, y nos diferenciamos de los heteros: hay que ver las cosas que nos contamos, lo que sabemos unas de otras  

Puede haber también activismos, por la causa que a cada cual le parezca más grande. Eso es madurez. Ser una trans católica, o budista, o socialista, o libertaria o comunista o lo que sea (Algo fuerte, por favor, pero algo cuyo objeto sea mejorar la suerte de los humanos, siempre tan difícil)  

Una trans activista se mueve tanto, que no parece una trans, sino una activista. Pero es una trans activista. En eso puede estar el equilibrio de su vida.  

Habréis observado que he hablado todo el rato de quienes ya han completado la transición. ¿Es lo mismo el caso de quienes, por lo que sea, no pueden completarla? 

 Me da la impresión de que debe ser proporcional a la medida en que pueda realizar una parte de la transición. Mi opinión es que ese impulso tan grande en nosotras, cuyo origen desconocemos, pero que está ahí, permanece y permanecerá siempre, no puede ser reprimido en la misma medida en que no puede ser ignorado. 

Pero la realidad obliga a que muchas veces sólo pueda ser expresado en parte, lo más posible, pero nunca del todo. Incluso, puede ser que hayamos madurado por otro lado y conozcamos perfectamente lo que es la entrega y el sacrificio por otras personas, especialmente por los hijos, y que sea este sacrificio el que nos impida o nos dificulte transitar.  

Por tanto, gracias a tener hijos, sabemos de sobra en ese caso lo que significa el amor maduro. La transexualidad sin transición, en ese caso, es una obsesión paralela, que no impide nuestro amor pero nos impide centrarnos en él, con tranquilidad y holgura.  

Estoy pensando en una amiga mía. Desde que ha hecho la transición, creo que disfruta y sufre más por el amor de sus hijas, que, resuelto todo lo otro, puede convertirse en el tema central de su vida, lo que más alegría y más dolor puede darle. Ahora pienso en otra amiga, también con hijos, más pequeños, que está realizando una transición parcial y clandestina. Supongo que en la medida en que encuentre la paz en ella, no todo, pero lo suficiente para ir tirando, encontrará también la calma en el amor hacia sus hijos.

Kim Pérez 02-05-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                    Siempre Transición

 

La conciencia de transexualidad va acompañada casi siempre por un enorme miedo a transitar. No se puede decir que sea un miedo irreal pero tampoco, hoy por hoy, es a menudo tan fiero el león como lo pintan. 

De todos modos, lo normal es que la persona que se descubre a sí misma como transexual, pase un número más o menos grande de años sin atreverse a hacer la transición, bastante angustiada por las dificultades que prevé y encerrada en sí misma. 

Éstos han sido, muchas veces, años de soledad, silencio y fantasía. Ahora, mediante Internet, el silencio desaparece, aunque sea virtualmente, pero sigue en la práctica la soledad y la ocultación. 

El resultado es que, mientras no se transite, la persona transexual se queda bloqueada. El proceso transexual (es un proceso) queda detenido en la imaginación, en el mismo punto en que empezó o casi. Se repiten las mismas reacciones, cien veces: travestimientos ocasionales, solitarios, a veces excitantes, a veces locos, hasta saliendo a la desesperada a la calle, medio maravillosos medio amarguísimos, fantasías repetitivas y obsesivas, siempre las mismas, y si hay suerte, alguna comunicación con otras personas transexuales, que es lo único que puede aliviar la tensión de la ansiedad frustrada. 

En la situación de bloqueo, caben nada más que dos salidas: o se transita, y entonces hay un desbloqueo y el proceso sigue adelante, a veces por cauces insospechados; o no se transita y se ponen todas las energías mentales (es un proceso mental) en otras causas (entrega familiar, profesional, social, religiosa, política…), lo que es posible, pero si se hace a pecho descubierto puede provocar grandes complicaciones. 

Vamos a mirar las dos posibilidades con más detalle. 

Supongamos que la persona transexual puede transitar. El proceso interior se desbloquea. La transexualidad es un proceso, que empieza por un impulso interior que debe ser analizado para ser entendido, que busca con una especie de inteligencia instintiva, que supera a la lógica personal, una forma  de equilibrio y bienestar. 

Supera a la lógica personal porque, en principio, nadie se lanza por su gusto a las preocupaciones de la transexualidad. Si somos transexuales, no es porque lo hayamos buscado, sino porque nos lo hemos encontrado. No sabemos muy bien por qué, pero lo cierto es que ese impulso está dentro de nosotros y nos empuja para seguir adelante. 

No podemos negarnos como si tal cosa; olvidarnos, ni aunque fuera con un gran esfuerzo, y punto. Hay que contar con él. Está ahí y no puede apartarse, es una parte importantísima de nuestro ser. 

Para lo que sí podemos usar la lógica humana es para controlar las formas y maneras en que lo vamos a expresar, para preparar el terreno, para minimizar los daños, pero no para decirle: “existe”; o “no existas”. 

Existe. Lo dejamos salir y, mientras nuestra vida se va transformando, observemos los propios cambios del impulso, que primero puede poner el acento en algunos objetivos y, una vez conseguidos, en otros. Aquí se puede usar la prudencia, la inteligencia y la lógica: en lo posible, no ser impulsivas, no romper con nada ni con nadie (la vida da muchas vueltas), hacer cambios corporales reversibles, mientras haya ocasión. 

En el proceso, cuando está desbloqueado, es frecuente que personas que al principio decían “lo más”, luego digan: “con esto me conformo y estoy bien”. 

La hormonación, en particular, es muy útil. Es como un ensayo de la experiencia y sensaciones del cambio de sexo y, como ensayo, también es un experimento. Si al cabo de algún tiempo (un año o dos) gusta lo que se ha conseguido, adelante; si no gusta, alto y por otro sitio. 

También, en el caso de hombre a mujer, alivia las tensiones, disminuye las excitaciones que a veces tanto nos empujan pero al mismo tiempo tanto nos perturban, y permite ver las cosas con la cabeza fría.  

En caso de que se decida no transitar, por cualquier consideración, lo primero que hay que pensar es que el impulso existe, no puede ser negado ni arrancado.  

No vale decir “pensaré en otra cosa”, porque entonces el impulso volverá una vez y otra bajo cuerda y nos cogerá por sorpresa y con mayor fuerza y peligro, porque estaremos pensando “en otra cosa”. 

No; la persona que ha sentido el impulso transexual debe saber que está en proceso, sea cualquiera la salida que haya decido o que pueda. 

Si se dedica a su familia, será un padre transexual, aunque nadie lo sepa; si se entrega a la religión, será un católico transexual; si a la política o al activismo social en otras cuestiones, será un activista transexual, aunque nadie lo note. 

¿Pueden absorber estas actividades todas sus energías, darle la paz? 

Sí, en parte; a condición de que no pretenda dejar absolutamente dormida su transexualidad, porque no lo conseguirá. Debe tenerla en cuenta en cada momento, aunque sepa que, por lo que sea, ha decidido darle más importancia a lo segundo que a lo primero. Ya Freud insistió en que los impulsos no pueden ser destruidos, a palo seco, pero sí pueden ser canalizados. 

Una manera de canalizar la transexualidad es reducir su impacto hasta los límites posibles para cada cual. Para muchas personas, puede ser sufriente la hormonación sin cambio social, con la que se consigue la certeza íntima, aunque sólo sea íntima, de una transformación y a la vez el efecto benéfico que tienen los antiandrógenos (en nuestro caso) en todas las reacciones que vayan acompañadas de parafilias (aunque la transexualidad no es una parafilia, pero puede verse demasiado empujada por ellas) 

En esta decisión, cabe de todo: incluso llegar a la cirugía, sin cambio social; y todo puede ser equilibrador.  

O limitarse a cultivar un espacio social restringido en el que se pueda expresar la transexualidad: amistades físicas o virtuales, con quienes se pueda seguir adelante, por lo menos en forma de comunicación. 

Lo importante, en estos casos en que la transición libre no es posible, es transitar en la medida de lo posible y limitarse en la medida de lo necesario. Y sobre todo, procurar comunicarse. Y hablar cuanto sea preciso y se pueda. Y proseguir el proceso, sin bloquearlo, por donde se pueda, mirándolo con lógica, para ver a dónde llega.

Kim Pérez 25-04-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

 

                                                                           Muchacho sin sexo

 

El niño quiere  pescar con una caña de caña, de un metro de largo, de la que cuelga una cinta colorada, con un alfiler doblado.

El alfiler cae sobre el transparente rebalaje de las olas de diez centímetros de altura, que llegan y rompen y dejan ver una vez y otra los guijarros relucientes que forman la playa.

 “¡Lo que sería milagro es que pescase algo!”, dice, sonriendo, su padre.

Pero lo que el niño quiere realmente es sólo estar a la orilla de ese mar que luego se va y se va hasta lo más lejos.

Ojalá tuviese un amigo (pero no sabe ni desearlo) para quien el mar fuera tan bello como para él, con quien pudiera por ejemplo embarcar en uno de esos botes que ponen en el costado el nombre de la mamparra a la que pertenecen, e irse mar adentro mientras el amigo remaba con fuerza, por ejemplo hasta el cañonero que un día echó el ancla frente a la playa y estuvo allí tres días.

Un amigo que le hubiera llevado hasta el costado del barco grande, tanto sol y tanta alegría, habría sabido reírse con él y por las mismas cosas y le habría dado la seguridad de merecer ser querido, y compartido el atrevimiento de ir entre las corrientes más azules hacia la Punta de la Mona… aunque tuviesen que volverse a medio camino; que hubiera tenido para él el prestigio de ser dos o tres años mayor y tener y saber muchas  más cosas de la misteriosa vida.

Entonces hubiera saltado cada mañana de la sencilla cama turca, sobre tubos pintados de hierro, una cama de verano,  diciéndose todos los días: “¡Me voy con mi amigo a la playa!”, “con mi amigo”, “con mi amigo”, “mi”, “mi”, “mi, “amigo”, “amigo”, “amigo”..

Y paladeando en su corazón cada una de estas sílabas.

Pero qué diferente fue la realidad cuando el frío del otoño le llevó, por primera vez, a un colegio.

¿Cómo es posible que durante diez años un niño pueda estar en un colegio sin encontrar nada más que algún amigo de paso y por poco tiempo?

O él no encajaba con ellos, por la casualidad que forma las clases, o no encajaba ni podía encajar.

Primero, confiado, quiso hacerse amigos ofreciendo su corazón a cambio de corazón, pero se encontró con la indiferencia erizada, el cálculo previo de los varones, que puede convertirse en aprecio y hasta increíble ternura si se pasan las pruebas, pero él no las pasó.

Él podía ver de ellos sólo su cara hosca, el olor áspero pese a ser tan pequeños.

En una clase a la que sólo iban unos pocos, bastantes años después, se maravillaba en silencio de que sus compañeros le parecieran tan desagradables.

Los veía como figuras oscuras, tenebrosas, que oscurecían hasta el brillante sol de abril y las hojitas verdes chillonas de los árboles que se veían por los ventanales. No eran malos, pero no querían tener nada que ver con él y eran brutos, capaces de toda brutalidad verbal o todo disparate corporal.

Él tampoco quería tener nada que ver con ellos, no quería ser como ellos, uno de ellos. Cada vez era más evidente que era un muchachito sin sexo.

Tengo una foto suya de un par de años después, en la que parece un joven príncipe inglés o francés, con el cabello rubio, largo, ondulado, muy bien peinado, y una cara en la que los ángulos y las curvas se equilibraban y el cutis parecía como lo era en realidad, muy fino.

Me recuerda la foto que vi otra vez de un joven que había resultado ser hermafrodita, sentado elegantemente en un sillón, bajo una lámpara de pantalla, medio risueño medio serio, pero como si hubiese un cristal entre él y el fotógrafo, es decir, entre él y el resto del mundo.

A los diecinueve años, un hombre de treinta y siete, un amigo, lo descubrió y lo trató como si fuera un descubrimiento prodigioso, con tiento, con delicadez y con paciencia. Lo miró de tal manera que le hizo sentirse digno de ser mirado, un sentimiento delicioso, que le hacía cosquillear las venas y aflorar en él, le parecía, la mujer que estaba oculta.

Se revelaba el rostro, las manos, el torso, los muslos, se transformaba en su imaginación la conciencia de sí mismo, y sintió incluso que su ropa holgada y agradable era la de una mujer vestida medio de hombre, aunque aquello eran sólo fantasías.

Llegó sin embargo un desastre. Su amigo quiso una tarde, en un bar desierto, en las profundidades oscuras de las mesas más abandonadas, hacer un juego sexual, bastante corriente, nada de particular. Sin duda era sólo por la propensión masculina a estudiar el sexo como si fuera un motor, descomponiéndolo en sus partes, pero a él aquello le pareció espantoso, pestilente. No tenía ninguna experiencia y había recibido la bendición de la inocencia y no podía concebir que alguien concibiese que el sexo fuera así.

Aquella tarde se aguantó como pudo, pero tuvo que volver corriendo para su casa, con dos o tres pretextos seguidos, con ganas de devolver, unas náuseas persistentes que no se calmaron ni devolviendo, con el olor químico de algo fijado en la nariz, con un espanto profundo por el sexo y por sí mismo y a la vez con la sensación de que se había salvado por poco; todos esos recuerdos perduraron durante  dos semanas, un mes, dos meses, obsesivas, reproduciendo una vez y otra el mismo trastorno, aun sin querer recordarlas, pero volviendo, como si expresaran un inmenso desengaño, la entrada en un mundo repulsivo que había deseado pero que de pronto le mostraba una cara horrible.

Su amigo se quedó desolado, le pidió que quisiera hablarle, se disculpó, él aceptó las disculpas, hasta le consoló, pero no pudo volver a verle.  

Ahora tiene veinticinco y hay una mujer que siente interés por él, que lo observa atenta y risueñamente cuando se encuentran en el trabajo. Ella sabe que parte de su atractivo, consiste en esa especie de barrera invisible que limita su cuerpo.

No va a tratar nunca de acercársele, lo sabe muy bien, eso está escrito desde el primer día que se conocieron, en el tratado secreto y mudo que entonces firmaron. Pero eso le hace parecer más guapo a sus ojos.

Él por su parte, la mira con una suave atracción medio oculta; trata de disimularla, cuando está delante de ella, pero aún así, sabe que ella la nota, que se escapa en el buen humor que sienten cuando están cerca, en las miradas oscuras del uno y de la otra, signifiquen lo que signifiquen; en la espontaneidad y gusto con que de vez en cuando colaboran frente a un  ordenador y en las bromas que nacen fácilmente, sin ninguna reticencia.

Él la llama, en secreto, “la princesa de las nieves”, porque ella nació en una tormenta de nieve, cuando su padre llevaba a caballo a su madre al hospital. Es increíble, pero es real. Pero también es verdad que, cuando quiere saber si podría encontrar en ella algo más, la imagina con una frialdad de pez, con la frialdad acuática de las sirenas de los cuentos.

No hay, no puede haber nada entre él y ella. Ésa es la esencia del mutuo atractivo.

Kim Pérez 18-04-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Force Feminization

 

Lo pongo en inglés para que se vea que es un hecho lo bastante generalizado entre las trans como para tener un nombre internacional en la práctica, y porque este nombre se entiende perfectamente, dicho sea de paso. 

La fantasía de feminización forzada, como todas, tiene una gran potencia explicadora en sus significados profundos. Otra  cosa, muy distinta, es que los entendamos ya. Pero un criterio humanista es observar con atención y curiosidad algo que está presente en la mente de tantas transexuales. 

Empecemos; analicemos las partes fundamentales de la fantasía. Primera, alguien, poderoso, nos obliga a vestir como mujeres, o a vivir como mujeres o nos lleva al quirófano. Segunda, nosotras no tenemos más remedio que obedecer, aunque sentimos un placer oscuro en eso, o quizás sentimos el placer justo porque hay una obligación. Tercera, después de la feminización, el feminizador o la feminizadora nos trata amablemente. 

Todas estas partes de la fantasía la ponen dentro de las fantasías de sumisión o de los mecanismos de defensa. Aquí tendríamos que abrir una llave con tres posibilidades: o es un deseo biológico de sumisión sexual, análogo al de ¿algunas, muchas? mujeres, que tienen fantasías semejantes, lo que confirmaría que nuestro cerebro tiene una configuración sexual femenina (sonrisas del público); o es un deseo biológico de sumisión social, condicionado para evitar la agresión, análogo al de ¿algunos, muchos? varones, que se sienten menos fuertes, duros y temibles que otros (el público se pone serio); o las dos posibilidades anteriores son en realidad la misma, de acuerdo con la teoría psicoanalítica de Adler, que como ya he contado una vez, suponía que el verdadero instinto básico, común a hombres y mujeres, es la voluntad de poder (debió de tomarlo de Nietzsche), repartido a continuación en eros (sexo) y zánatos (agresión, dominación), como dijo Freud.  

La voluntad de poder nos haría, si esto fuese verdad, comparar continuamente nuestras capacidades y fuerzas con las de otras personas y, cuando nos sintiésemos inseguros, hombres o mujeres reaccionaríamos construyendo a toda prisa defensas mentales… entre ellas la fantasía de feminización forzada, que nos convertiría un peligro de agresión en alguna forma de protección (aquí el público se queda estupefacto) 

No hay respuestas claras, pero las preguntas van siendo más y más concretas. 

Esto es lo que puedo decir en cuanto a los orígenes. Si fuera verdad lo de Adler, simplemente nos llevaría a ese universo donde los colores claros son negros y los negros, blancos, o amarillentos, o verdosos, que es el que propone el psicoanálisis, haciéndonos entrar en un grado más profundo de verdad, en el que se despegan los pies del suelo firme al que estamos acostumbrados. 

La fantasía también puede decirnos cosas relacionadas con nuestra orientación o actitud hacia hombres y mujeres. De todos modos, lo hace indirectamente y no me parece que pueda traducirse de una manera sencilla a la lengua que hablamos cada día. 

¿Quién nos obliga, un hombre o una mujer? ¿Nos es desagradable, verdad, pero nos hace sentir cierto morbo? 

Yo, por lo menos, me lo puedo imaginar como un hombre, pero feo, brutal, desagradable, uno de esos tíos de cuero amarillento y aire de chófer de gángster, robusto, desde luego.  Representa lo más desagradable para mí de los hombres: los billares, los urinarios de olor pastoso… ¿Explica esto algunas particularidades de mi orientación, las manos calientes, incómodas y duras, el poder someterme sin desearlo, el agradecimiento por su deseo? 

Estas preguntas me vuelven a la cuestión anterior: ¿Es miedo lo que hay? 

¿Es la expresión de una sexualidad primitiva, casi animal, o es puro canguelo, correspondiente a experiencias temibles de las que queremos defendernos? 

¿Estamos las trans que tenemos o hemos tenido las fantasías de feminización forzada marcadas por el  miedo? (Yo, desde luego, sí; a todos; le tengo miedo a todo, un miedo hondo, constante, compatible con mi aparente serenidad y mis sonrisas) 

¿Ese miedo es un signo de feminidad o es un miedo feminizador, es decir, es el efecto o la causa de que seamos trans? 

(Pero también tengo que decir que, en los últimos años, el miedo sigue, pero mis fantasías de feminización forzada se han esfumado. Ido. Vaporizado) 

Puede haber otra explicación, completamente distinta, la más sencilla y simple de todas: que la fantasía de feminización forzada represente una solución frente a los muchos obstáculos de tipo moral que solemos encontrarnos. 

La transexualidad genera también muchas sensaciones de culpa, generalmente sin fundamento alguno (bastante complicado es lo que nos hemos encontrado, para encima echarnos las culpas) 

Pues bien, la manera de evitarlos puede ser plantearse, como los niños: "No he sido yo, me han empujado", o por lo menos fantasear con ello. 

Siempre indecisa, no sé cuál de las explicaciones será la verdadera. Puede haber otras. Que cualquier hermana trans que haya tenido también estas fantasías, decida para sí, según su propia experiencia.

Kim Pérez 11-04-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Tan dispuesta

 

Por las mañanas te pones unos pantalones de pinzas claros sobre las piernas larguísimas y una camisa blanca, a rayitas, amplia, que medio disimule los pechos. Con tu melena suelta y rubia (un poco clareada por la frente, lo que significa  que no te hormonas) y unos aretes de oro en las orejas, tienes un aire masculino, metrosexual y desenvuelto, pero cuando tomas el aperitivo sobre el taburete del bar y alguien te llama por tu nombre, “¡María José!”, te vuelves y si se tercia, sonríes, y haces aspavientos con la pluma suficiente y conveniente.

En esas horas, llevas adelante tus negocios, y no es cosa de que nadie se equivoque. Eres decidida e inflexible, como aquella vez que tu novio griego desapareció sin una palabra. Agarraste tu auto-huevo y te fuiste a Grecia a buscarlo. España, Francia, Italia de Norte a Sur, el barco, Grecia y allí, sin saber tú tampoco ni una palabra de griego, te plantaste en la aldea en que vivía, donde él te vio aparecer en el auto que tan bien conocía y no pudo creer lo que veían sus ojos

Él sí que tuvo que explicarte en español claro todo lo que necesitabas saber, hasta que, medio contenta, tomaste otra vez el volante y te volviste.

Cuando nos conocimos, me pusiste a prueba, un día entero. Estuvimos comiendo en la calle,  subimos a sitios de hermosas vistas, fuimos luego al cine y nos compramos palomitas.

“Mejor lejos”, debiste dictaminar, y lo siento desde entonces, pero quedamos buenas amigas y nos respetamos y nos apreciamos mutuamente y cuando nos encontramos por casualidad, hablamos cariñosamente, yo siempre con mi algo de timidez. 

Por las noches, a veces, te colocas tus botas altas de charol rojo escarlata, a juego con la minifalda y la torerita, y te vas a la oficina.

¿Por qué? Tú dices, como si fuera una explicación realista, que “cuando te falta liquidez”, pero no te falta liquidez nunca, me parece.

Tienes una posición supersólida, pero te pones a esperar como si estuvieras empezando, como si sólo fueras dueña de la noche y de tu cuerpo. Paran los autos solitarios, de hombres medio ofuscados, algunos te piropean, a voces medio sinceros, medio de guasa, porque es verdad que estás muy buena, y algún sombrón, de vez en cuando, te insulta creyendo que eso te puede hacer daño todavía. 

Esperas tranquilamente, hasta que llega quien te gusta, un muchacho de aire sano, despejado y guapo, que te pellizque por dentro. Como todas, te acercas a la ventanilla y negocias. Le acaricias su brazo sensualmente, metes los dedos andando bajo sus mangas, tocas su piel y la de sus dedos. En realidad, estás indagando si tiene callos en las manos (entonces te fías) o, hace sobre todo unos años, si le quedan las cicatrices de los mordiscos del caballo. 

Si, según lo estudias entre zalamerías, te parece bien, te vas con él. Encima, te paga. Perfecto.

Kim Pérez 04-04-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                 MMPP

 

Una niña de veinte años (como decimos en Andalucía) acaba de salir del armario. Es alta, guapa y alegre y sus sentimientos lésbicos fluyen con naturalidad. Sus padres son abiertos, cultos y la han tranquilizado diciéndole que lo aceptan y la van a aceptar sin duda.  

No saben nada de homosexualidad, por otro lado, como suele suceder incluso entre personas cultas y abiertas, y han querido asegurarse, yendo (ellos) a una psicóloga para que les informe de si puede ser un estado temporal, propio de una adolescencia retardada, en el que haya confusión acerca de los propios sentimientos o si se debe dar esta posición afectiva como definitiva…   

Saben que la vida homosexual es más complicada (bueno, según se mire) que la heterosexual y temen por la felicidad de su hija. La verdad, es que la vida hetero son habas contadas: noviazgo, boda, hijos, en medio de la aceptación general, y luego, el dilema entre hasta la muerte o el divorcio, que tampoco le extraña a nadie. Una vida más, una rutina más, unas alegrías, si las hay, muy fuertes pero previsibles.  

En cambio, la vida homosexual, en general, son plenas turbulencias. Amores confundidos con amistades y con sexo, que pueden tener la brevedad de las amistades o el sexo. Encuentros ocasionales, bares de ambiente, muchas risas y muchas lágrimas, en medio de todo lo cual puede surgir la relación que dure toda la vida, pero que no se sabe nunca lo que puede durar hasta ver lo que dura…  

Marginalidad social (pero tiene su morbo), murmullos y miradas de las vecinas en las escaleras, familiaridad y afinidad y quizás amistad con el mundo de las flores, el que forman otros marginales, okupas, ácratas, artistas, marihuaneros, gays o transexuales, amigos respetados y queridos ante los que la mayoría de las personas estables pondría un gesto de horror y procurarían  escabullirse con disimulo.  

Soledad, quizás. No hay hijos, o no es tan fácil que haya hijos. La vejez siempre es solitaria y triste, pero en el caso de los homosexuales puede serlo mucho más (no tanto en el caso de las lesbianas) Los padres, que quieren a su hija, querrían para ella la alegría de unos hijos, y se quedan desolados al pensar que no llegarán.  

El resumen es que mientras la niña de veinte años vive con exaltación y felicidad los mejores años de su vida, las pasiones juveniles, las transgresiones alucinantes, el placer, el cariño, la dulce compañía de otras almas jóvenes e ilusionadas como la suya, los padres, aún respetándola y acogiéndola con todo el cariño de que son capaces, no pueden dejar de darle vueltas a la cabeza por ella.  

Ésta es la utilidad de las asociaciones de padres y madres de homosexuales y transexuales, que no dejaría de tener sentido que se ampliaran, en nuestro caso sobre todo, a cónyuges e hijos. 

Hay un salto de la heterosexualidad a la homosexualidad, un tránsito de un planeta a otro. Los heterosexuales se sienten entre nosotros como extraterrestres o nos ven como extraterrestres, cuyos códigos, normas, penas y alegrías no entienden. Se sienten desorientados. 

Curiosamente, la mayor utilidad de las asociaciones de madres y padres (de ahí viene lo de MMPP) de jóvenes homosexuales y transexuales, no es el apoyo a los homosexuales y transexuales (no digo bisexuales, porque la cuestión está en su lado homo, no en su lado hetero), sino la sensación de descubrir que no son los únicos que tienen a ET en casa, lo que les permite aprender unos de otros, descubrir los códigos de estos “Encuentros en la tercera fase” y las músicas que permiten el acceso a nuestra realidad.

Otra utilidad, ésta para nosotros, es que en la medida en que nos incluyan en sus vidas corrientes, en la que nos ayuden a insertarnos laboralmente, a que nuestras amigas o amigos, nuestras novias o novios entren en casa como los amigos, amigas, novios o novias del resto de la familia, están facilitando que andemos en la sociedad con paso firme (a mí me gusta la marginalidad, pero a condición de que no sea marginación, segregación, hambre, frío, desprecio ni insulto)

La tercera utilidad es la fuerza moral incomparable con la que padres y madres de homosexuales y transexuales jóvenes pueden apoyar nuestras reivindicaciones, defendiéndonos ante el Estado o ante quien sea preciso.  

La cultura española es tan individualista, que aquí cuesta horrores poner en marcha una asociación parecida, pero no es imposible. Una amiga mía, la madre de una transexual también joven, está siempre dispuesta a acudir a donde sea, asociación de una sola persona. Nuestra asociación tiene a sus socias y socios dispersos por toda Andalucía, por lo que es difícil que padres y madres se reúnan, pero en otras, o en otros sitios, como Madrid, Barcelona o Valencia, debe de ser más fácil. De hecho, en Barcelona se  ha fundado una, en Extremadura, otra, en Madrid, Cogam tiene un grupo... ¿Cundirá el ejemplo? 

Kim Pérez 28-03-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                        Mas fuerte, mas fuerte

 

¿No seré un hombre como otro cualquiera que ha seguido un camino poco habitual en su vida? Lo pienso a veces; tiene ventajas pensarlo, me tranquiliza también, porque ser un hombre cualquiera es una cosa fácil de imaginar. Me pongo y me lo imagino: así. Miro a mi alrededor: hay muchos hombres, a lo mejor yo soy como ellos, ningún misterio, ninguna dificultad. Fijaos qué sencillo. Y parece que tiene que ver con mi historia, con mis recuerdos, nada menos. Los hombres como otros cualesquiera a veces, sin saber por qué,  tienen que entrelazar su imaginación con una figura femenina, como en un torbellino ascendente. Entonces sería una travesti, una drag, una superdrag que incluso se habría operado para hacer más efectiva esa imagen atorbellinada, lo mismo que otras se ponen superpeluconas, o hipermaquillajes o megaplataformas. 

Si fuera así, habría como dos partes en mí, el hombre oscuro, atento a sus fantasías y la figura de mujer destellante o una espalda de muchacho que se convierte aparentemente en la espalda de una mujer, cruzada por la banda trasera de un sujetador liso, sin copas, una espalda fina y muy morena, acariciable, esbelta, delicada y a la vez un poco prosaica, pero transmitiendo como en Las Vegas esa fantasía de feminidad y deseo, propio y ajeno, deseo de ser deseable, deseo de ser deseada. 

Luego me acuerdo de lo de que yo soy realmente una persona un poco neutra, una cara redonda un poco asexuada, algo tierna, algo ambigua, una de esas personas que como se ha dado cuenta la misma Lin Fraser parecemos la misma persona lo mismo si nos ponemos ropa de hombre que si nos la ponemos de mujer, nunca muy hombres, nunca muy mujeres, en una palabra, una de esas personas un poco ambiguas, amables, acogedoras, empatizantes, casi asexuales, porque tampoco nos volvemos locas ni por los hombres ni por las mujeres, en la práctica podemos pasarnos sin sexo, lo que sin embargo nos incluye en un grupo mayor que el nuestro, el de miles de seres biológicamente masculinos pero poco agresivos, relativamente hipoandrogénicos, muchos de los cuales son esos curas de voz delicada y gestos con tierna pluma, y sólo esto, sin mayores complicaciones, puede explicar nuestras dificultades de integración entre los hombres más agresivos, los androgénicos y no digamos los hiperandrogénicos.  

Lo de las dificultades quiere decir que no hace falta, para ser transexual, ser como la segunda clase de transexuales que señala también Lin Fraser, personas muy declaradamente femeninas, que viven desde siempre vidas muy femeninas, entre mujeres y sobre todo, sobre todo, más que preocupadas por su identidad, muy colgadas por los varones. En lo que piensan a todas horas es en el amor y en el sexo. 

Tampoco estos dos puntos de partida son necesarios para la tercera clase de transexuales que ha visto también Lin Fraser, personas que han ido sintiendo una fascinación por la vida de mujer, que iba despertándose cada año más, en medio de un proceso en el que empezaron sintiéndose hombres corrientes, casados, padres de familia, respetados... pero que a lo mejor se parece a la primera, en cuanto puede venir de una oscura fatiga, o dificultad de integración en todas las exigencias de la vida social masculina… 

De todos modos, las personas más o menos neutras o asexuales, podemos haber tenido unas historias de vida que pueden haber sido masculinas sin más. Podemos haber tenido en nuestra niñez un edipo normal, que nos haya llevado a la adoración de nuestras madres, el sentimiento más desgarradamente  fuerte de nuestra vida, a la persistente añoranza de una figura paterna, que puede hacernos sentir el vacío de las lágrimas en nuestra garganta … Nada que nos diferencie demasiado de muchos hombres, especialmente de muchos homosexuales (no de todos, tampoco) 

Por tanto, seguimos dentro del gris, o del azul, o del gris azulado o del azul grisáceo, eso que es el color base de lo masculino, de lo masculino un poco neutro, es verdad, lo que hace que nuestra reacción transexual, la de las personas más bien neutras, algo asexuales, o más o menos hipoandrogénicas, o como queramos llamarnos,  sea un recurso adaptativo, en el sentido biológico, una fuerza defensiva, una salida in extremis, una necesidad de supervivencia en condiciones muy adversas de inadaptación en las que podemos encontrarnos, justo por nuestra menor masculinidad o nuestra relativa asexualidad en medio de unas sexualidades masculinas mucho más definidas, de cánticos de fútbol y folleteo desinhibido, de  dureza y camaradería, lo que nos trae desprecios, u hostigamientos, o soledad.  

No es en nuestro caso una reacción estructural en el sentido de que tuviéramos que seguir necesariamente un proceso transexual para que saliera a flote una naturaleza femenina; pero sí es desde luego estructural en cuanto que nuestra naturaleza un poco neutra o asexual puede producir esas situaciones de grave inadaptación, que pueden llegar a ser inaguantables; las intensas y angustiosas dificultades de una naturaleza hipoandrogénica en determinadas coyunturas.  

Dicho con otras palabras, las personas hipoandrogénicas no es que tengamos que ser necesariamente transexuales, y no lo seríamos mientras nuestra vida y nuestra relación con los hombres más masculinos y duros pudieran ser tranquilas y seguras y hasta afectuosas; pero es que tenemos predisposición para serlo en cuanto la una y la otra empiezan a ser angustiosas. 

Nuestra reacción transexual puede ser excitante o parafílica en la medida en que, según la definición de parafilia que sigo defendiendo tenazmente, sea una solución simbólica a una angustia real (añado: “causa placer” porque es una solución y “se repite” porque es sólo simbólica) La angustia nuestra sería muy sencilla de comprender, la de una naturaleza hipoandrogénica que siente miedo al confrontarse con el duro mundo de lo androgénico o hiperandrogénico. La pura verdad, la realidad de mi niñez. Una tremenda reacción de angustia que empezó haciéndome inventar una fantasía de sumisión a los ocho años, en la que la obediencia significaba seguridad, lo mismo en el fondo que los rituales de sumisión en los lobos o los perros vencidos. 

Entre nosotras, transexuales, quizás en las transexuales de esta clase, son frecuentes las  fantasías que se llaman ya técnicamente de "feminización forzada", que por eso pueden ser la traducción humana, mucho más complicada psicológicamente, de este impulso animal, puesto que incluyen la idea de forzamiento, es decir de derrota, y un placer parafílico en el sentido que he dicho antes, de sumisión que trae seguridad. En los animales, la conducta sumisa debe de proveer el placer de la supervivencia, que compensa la humillación de la derrota.

Es interesante que este planteamiento sea muy concorde con la versión de Freud por Adler, quien llegó a ver como el verdadero instinto básico la voluntad de poder, que se expresaría tanto en el eros (sexo) como en el zánatos (agresividad), y creadora de toda una serie de complejos, de sobrecompensaciones y seguramente de fantasías. 

Todo esto es fuerte de decir y más fuerte de asimilar. Vayamos a las palabras sencillas: ¿Entonces, somos hombres, hemos sido hombres? Respuesta: Hipoandrogénicos, sí; o sí, pero hipoandrogénicos. Esto nos ha dado un aura de asexualidad, de indefinición, eso que hace que, según Lin Fraser, parezcamos la misma persona, sin sexo definido, antes y después de la transición. 

¿Hemos cambiado de sexo o  de género por la fuerza de nuestra feminidad, por ser “mujeres atrapadas en cuerpos de hombres”? Respuesta: No por eso, sino por la fuerza de nuestra neutralidad, por no poder vivir como hombres entre hombres y tener que vivir de alguna manera. 

Es aquí oportuno meterse a fondo en los discutidísimos puntos de vista de Anne Lawrence, que es particularmente valiente, pero también autoatormentadora, al opinar que el placer sexual es la fuente de su transexualidad y al meterse a sí misma dentro de un título tan provocador o desesperado como el de su ensayo “Men Trapped in Men’s Bodies”. Lo que pasa es que no averigua (ni ella, ni Blanchard, su maestro, ni Bailey, el seguidor de los dos) por qué se produce ese placer sexual tan colateral, esa parafilia, que es precisamente lo que yo creo que es la respuesta inconsciente a una angustia, que puede venir de una naturaleza hipoandrogénica o de otras situaciones que hacen sentir o temer una derrota de la que hay que escapar como se pueda. 

Anne Lawrence llega al tope de su audacia intelectual y de su autotormento cuando se pregunta si hay una comparación posible entre el “síndrome de disforia de identidad de género” y el desconcertante y muy minoritario “desorden de identidad de la integridad corporal”, en el que se desea ser y aparecer ante los demás como un mutilado de brazos o piernas o total, y se busca apoyo quirúrgico para conseguirlo. 

La diferencia entre ambos hechos parece clara, pero puede ocultar un parecido que no tiene que ver con lo que se ve a primera vista: la diferencia está en que, en nuestro caso, en el SDIG, es cuestión de naturaleza (asexual en unos casos o muy femenina en otros), y todo lo que sea naturaleza es natural, pero en el caso del DIIC no parece que pueda existir una naturaleza de mutilado (antes de cualquier mutilación) 

Pero puede haber un parecido bajo ambos: lo mismo que las personas hipoandrogénicas buscamos una seguridad, a través de la feminización, porque no podríamos encontrarla en la competencia social con los hombres, ¿no será que estas personas, movidas por otras inseguridades o angustias, no relacionadas con el género en su caso, buscan la seguridad imaginaria de la protección que merecen los mutilados? 

Muchas transexuales han puesto verde (o de grana y oro) la posición de Anne Lawrence y la de Ray Blanchard en la que se basa; sus ideas se resumen en algo con lo que la propia Anne Lawrence está de acuerdo, aunque no lo reconozca suficientemente: que no se puede generalizar tanto, porque hay que suponer que  todas las transexuales ginéfilas no son “autoginéfilas”, o que por tanto no fundan su voluntad de cambio en el placer parafílico que se pudiera sentir al imaginar o ver su región genital transformada, que es a lo que se refiere Anne Lawrence. 

En mi caso, concretamente, el mecanismo de la parafilia no saltaba por esas imágenes corporales, sino por los miedos o angustias que me agobiaban. Era bastante cobarde, la verdad.  

De  acuerdo, en principio, en que siempre se debe presuponer la variedad de los impulsos transexualizadores. Sin embargo, me parece que se puede ir más lejos, no aceptando como lo hacen Blanchard, Lawrence y Bailey, que “la causa de la transexualidad autoginefílica sea la parafilia”, sino más bien preguntar por qué hay una parafilia y responder que bajo ella puede haber un segundo plano de cuestión de identidad que, bajando más profundamente, revela un  tercer plano, el miedo antiguo y profundo a la competición con los hombres. 

Y por tanto, el impresionante “desorden de identidad de la integridad corporal” puede ser entendido exactamente de la misma manera, como una parafilia que oculta una angustia más profunda, posiblemente una necesidad angustiosa de dependencia o protección.

Kim Pérez 21-03-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                Cambios, cambios, cambios

 

 

Empecé mi transición hace realmente catorce años, el verano que había cumplido los cincuenta, aunque luego hubo un paso atrás durante casi otro.

Significa que he tenido tiempo para ver algunos grandes cambios en mí, porque la transición desbloquea las experiencias y por tanto los pensamientos y los sentimientos, y me parece que es oportuno hablar de ellos.

Está de más decir que son mis cambios y que sé que hay varios procesos o tránsitos transexuales de los que ya volveré a hablar, pero me siento obligada, por sinceridad, como debe haber entre nosotras, y por si a alguien le interesa, a contar los que yo he tenido.

El primero llegó nada más empezar, porque aquel verano me fui a Madrid, ya que había contactado con Cogam. La clave estuvo en que me presenté como transexual, aunque iba en ropa masculina. Me recibieron, en los calores de agosto, sólo tres homosexuales, uno cincuentón, con barba gris, alegre y montañero, y dos jóvenes, también cordiales y amables.

El hecho de que yo hubiera sabido ya poner la etiqueta de transexual por medio, me permitió sentirme en mi lado, distinto del suyo, y a la vez observarlos con atención y simpatía.

Me encantaron. Hasta entonces, las pocas veces que había tenido relación con homosexuales, sin saber dónde ponerme yo, había sentido con mucha fuerza la sensación de “éste no es mi sitio” y la consiguiente confusión y ganas de irme, porque no sabía la distinción entre homosexualidad y transexualidad y me acercaba a ellos sólo para acabar sintiendo que tenía que separarme de ellos.

Ahora, en cambio, descubría una forma distinta de ser hombre, unos hombres amables, cariñosos unos con otros, que se despedían con un beso o se acariciaban los brazos, nada fanfarrones, nada presumidos de duros, tan distintos de otros hombres, los heteros, que yo había aborrecido, que me hacían pensar que si  hubiera tenido amigos así en mi niñez, a lo mejor mi vida hubiera sido muy distinta.

El segundo cambio fue cuando noté que haber entrado en la realidad, mediante mi transición en público, eliminaba todas mis fantasías sexuales y mis placeres agobiantes y humillantes, mis pajas, para decirlo claro, tan tristes, pero que sin embargo seguía adelante con el cambio de sexo, lo que me permitía comprobar que esto era independiente de fantasías y pajas, más profundo.

El tercer cambio ha sido el más fuerte. Empezó por lo siguiente. Antes de la transición, yo siempre había tenido que justificarme viéndome como femenino, o por lo menos ambiguo, un muchacho femenino o ambiguo; tenía una foto de un muchacho en “Elle”, de facciones casi iguales a las de una muchacha a su lado, que me retrataba y definía e imaginaba exactamente. 

Luego llegó la realidad y mi presentación ante todo el mundo como mujer (bueno, como trans), por lo que ya no tenía que preocuparme porque los demás vieran y comprendieran mi feminidad o ambigüedad o lo que fuera. La veían de sobra, por lo que se cambiaron las tornas y lo que empecé a querer hacer ver fue lo masculino que hay en mí. 

Declaro que, para mí, mi seguridad, mi baluarte, está en mi operación, en haberme quitado esos genitales, lo que me permite decir y sentir “soy una persona sin eso” y así se forma una barrera, más todavía, como una pantalla blanca, detrás de la cual tengo mi estabilidad, mi equilibrio. 

Quien no necesite llegar precisamente a eso para fundamentar una personalidad femenina, no lo entenderá, pero lo que puedo decir es que, detrás de esta protección, he podido enlazar mi vida actual con el niño que fui, que miraba con emoción los barcos pequeñísimos en el horizonte de Almuñécar y disfrutaba leyendo las novelas de aventuras de Salgari y Julio Verne, historias nada de niña, enteramente de niño. 

Vuelvo a ser alguien masculino, aunque sé que mi paz está en la forma de mi bajo vientre, tan definida que marca la diferencia que necesito con los hombres (tampoco podría volver a usar pantalones ni entrar en un aseo de caballeros; son derechos que me he ganado, son mis garantías de algo que no sé muy bien) 

También me encuentro con otro cambio.  Cuando me operé, lo único que quería es que desaparecieran los genitales, que mi vientre se quedase liso; con un agujerito me hubiera quedado a gusto e incluso lo prefería, pero no se lo dije al cirujano por miedo a que se creyese que estaba loco y se negara a operarme. Ahora, puedo preocuparme por la cuevecita que hay en mi ingle y por revisar con el cariño que da la costumbre su forma interna y su limitada profundidad. Pero eso no tiene nada que ver con el sentimiento que tengo de mí. 

¿Quién soy? ¿Un hombre emasculado, limado, alisado, apantallado, por alguna razón interna, poderosa, que no acabo de comprender? Puedo aceptarlo.

Me uno así con aquel niño delante del mar, o de las siestas del verano, protegidas por los árboles del jardín de la abuela, que fue feliz hasta los siete años. Puede ser que alguien me diga: “Es que andas tanto con gays que te has vuelto medio gay”. 

La verdad es que me siguen gustando más los gays que los heteros, aunque yo no les guste (no les atraiga) a ellos, disfruto de su compañía, y de besarlos en la cara, lo mismo si está áspera, afeitada, que blanda y suave como el pelo de un animal, por la barba, o darles un beso fugaz en los labios o sentir una caricia que se escapa por casualidad.

Sentir la dulzura secreta de sus almas, muy escondida.

Leo con pasión, yo que no fui capaz, “antes”, de leer “Fabrizio Lupo”, una novela magnífica, ahora, toda la literatura gay, que me emociona hasta el fondo de mi corazón.  

¿Soy gay? 

No. Las mujeres me gustan más bien platónicamente, aunque no me interesa su compañía, no me dicen nada que valga para compartir la vida. 

Pero me gustan los gays, me intrigan, disfruto oyéndoles hablar e intentando imaginar lo que sienten, que no es lo mismo que yo siento, entrando en los bares de ambiente y viéndolos cancanear o cómo se miran o cómo se besan. 

Yo los miro desde detrás de mi barrera. Ésta o éste o esto soy yo.

Kim Pérez 14-03-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                    Practica de la fantasía sexual

 

 

Escribiendo “Las Musulmanas” me dejo llevar, con sorpresa, doce años después, de unas fantasías sexuales que, antes de la transición eran mi obsesión diaria, la evasión que hacía posible vivir en sueños lo que no era posible en la realidad, pero que después de mi transición, por eso mismo, se habían quedado relegadas y olvidadas en un altillo.

 

Me he pasado por tanto unos doce años, negandome a cualquier tipo de fantasías sexuales y ha sido sin esfuerzo y con una seguridad tranquila. He puesto mucho orgullo en la pérdida de esas fantasías, porque me demostraba, por si tuviera alguna duda, que mi transición no venía de ellas, que no las obedecía, sino que era el efecto de causas mucho más profundas.

 

De hecho, había llegado hasta este día de mi sorprendente fantasía a un estado que voy a describir con la mayor precisión posible: en un aire interior gris y afectivamente frío, se dibujaban más bien los elementos masculinos de mi carácter, pero cruda y agresivamente, a la vez que se desdibujaban los femeninos; me encontraba siendo un ser neutro sexualmente, contento (terminación no del masculino, sino del neutro) de la operación, por alguna razón muy fuerte, pero a la vez, a cada momento, más masculino genéricamente (aquí sí, la “o” corresponde al masculino)

 

A la vez, miraba a mis compañeras transexuales con la misma frialdad que empleaba para mí, observando analíticamente los elementos masculinos que pudieran aparecer en su carácter o en sus expresiones, como si fueran un reflejo de los míos.

 

De pronto, por primera vez en tantos años, una serie de pensamientos, encadenándose unos con otros, empezando por una reflexión casual sobre  los conversos y sobre todo las conversas españolas al Islam, acabó  transformándose en una fantasía que observé con asombro que seguía teniendo el mismo poder de agitar la imaginación y sacudir el cuerpo que las que tenía antes.

 

Durante un día o dos estuve embebida en ella. El simple hecho de reaparecer tiraba por tierra mi teoría de que las fantasías sexuales (parafilias, también se pueden llamar) fueran sólo la alternativa a una transición imposible. Yo había transitado, y sin embargo aquí estaba  la fantasía, tenaz y llamativa.

 

Me daba también un poco de vergüenza, cuando me puse a escribirla, constatar que, como las anteriores, era repetitiva y más bien baja, y un poco triste. Carecía de la fuerza de exaltación que, diez minutos antes, había sentido oyendo una canción americana que me llevaba a desear y ansiar un amor envolvente, más allá de la vida. Me parecía en el fondo tonta, en una palabra.

 

Pero a la vez, como estaba escribiendo, quería que aquellas fantasías me llevaran a algún lugar que humanamente supusiera una ascensión y justificara su presencia, convirtiéndolas en un verdadero impulso lleno de vigor estético.

 

El amor es bello; el deseo también lo es.

 

Creí llegar a ese estado o acercarme a él mirando sencillamente la fantasía desde fuera, entrando y saliendo de ella con lucidez, sin dejar que me arrastrara, porque sé bien que las fantasías sexuales suelen ser muy mecánicas, y escribiendo no sólo lo que la fantasía formaba en mi mente, sino los sentimientos y juicios que racionalmente podía elaborar sobre ella, sobre esta sorpresiva experiencia.

 

De modo que la sexualidad volvió a mí. Entonces, me vi arrastrada por una corriente de deseos y sensaciones que es común a todos los humanos, aunque nadie habla de ella. Nadie habla de sus fantasías sexuales y sin embargo, probablemente representan la fuerza que estructura su personalidad, lo mismo que cuando se la niega, la personalidad entera se desestructura probablemente, se queda en esos estados grises y neutros que he descrito antes y finalmente se queda en el vacío y hasta se derrumba.

 

Pienso ahora que las fantasías sexuales conducen la fuerza de la vida; cuando son repetitivas, aburridas, tristes, es cuando no consiguen convertirse en actos reales, porque entonces esa fuerza está tristemente bloqueada; pero en cuanto se desbloquea, no se puede renunciar a ellas, porque ellas contienen la sabiduría de la realidad de nuestro ser.

 

Hay que entenderlas e interpretarlas, lo mismo que los sueños. Tienen una palabra escondida, que hay que descifrar. En mi fantasía de aquel día, la palabra escondida se tradujo con facilidad, porque ya sé mucho de mi vida: decía “necesidad de seguridad, remedio contra el miedo”, que es mi sentimiento más profundo, el que quizás articula casi toda mi transexualidad, y que debo tener presente para entender mi transexualidad.

 

Sabiendo esto, mis sentimientos se volvieron tiernos y alegres, porque volvieron a esperanzarse en sí mismos. Mis compañeras me gustaron porque pensé que a lo mejor muchas podían parecerse a mí, en ese miedo y en esa necesidad de seguridad. Incluso pensé que volvía e entender y a tener espacios en común, compartidos, con las mujeres, que también me permitían verlas desde dentro, no desde fuera, saber cómo sienten y descubrir que es de manera parecida a la mía. Quieren ser bellas para atraer esa seguridad, para remediar el miedo, lo mismo que yo. Se ponen camisillas alegres y delicadas para hacer ver que se sienten en precario y que ansían a fondo esa estabilidad que es más que terrestre, esa sucesión eterna de ls mañanas soleadas y frescas que yo ansío desde mi niñez. Mi transexualidad se convertía, no en un exterior y objetivo catálogo de parecidos y diferencias, superficial hasta llorar, en una experiencia de afinidad y entendimiento, tan honda y sutil que casi daban ganas de chillar, con mujeres y transexuales.

 

En cuanto asumí mi fantasía, me di cuenta de que representaba mi manera propia de sentir, sentimientos muy hondos y generalmente olvidados, pero fundamentales, mi manera de ser transexual y una manera de entender a las personas transexuales que me las hacía gratas y afines, sentidas con ternura en sus cuerpos y en sus mentes.

 

Nada de hacerme ideas objetivas, racionales e impersonales sobre mí y sobre vosotras. Nada de hablar de la transexualidad como pudiera hablar un psicólogo desde fuera, porque yo estoy en ella, yo, quiera o no quiera, la veo desde dentro.

 

Probablemente, la visión que emerge es menos general y resulta demasiado personal. Pero es una visión real, sentida, mientras que la otra es una imagen tan abstracta que ella misma se deshace y se destruye.

 

Una noche o dos después de toda esta historia, tuve un sueño en el que me veía como una mujer ligera y esbelta, envuelta en un vestido verde que el aire ceñía y englobaba por áreas en torno de mi cuerpo, como en las pinturas renacentistas. Me sentía ágil, hermosa y alegre, elevándome hacia la belleza del mundo. Hacía años que no tenía tal imagen femenina de mí misma y era consciente, en la tibieza de la cama, de que era mi fantasía la que me la había devuelto, frente a la implacable racionalidad.

Kim Pérez 07-03-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                         Las Musulmanas

 

Argel, 11 de octubre de 1886.

Querida prima Lisette: Hace mucho tiempo que no sabes nada de mí, que incluso te angustias por mí y esta carta no sé si te alegrará. Lo último que recuerdo nuestro es el verano en Aveyron, las cañas, las enredaderas y el sol. También tu cariño al rescatarme, a tu pobre primo medio prima, de las garras de los hombres y hacerme disfrutar de tu amabilidad y tu alegría. Tú me decías muchas veces, "¡Ojalá fueses una mujer!" En París casi lo vivimos, aquellas tardes que me prestabas tu ropa y salíamos a los bailes, a flirtear y reír, aunque como una pequeña Cenicienta, yo tenía que volver a casa a las doce... o a cualquier hora, siempre para desnudarme yo antes de que nadie quisiera desnudarme.

Sabes bien de mis lágrimas y mi vacío cuando tenía que volver a la ropa gris que había dejado doblada sobre tus muebles.

Hace tres años que vivo permanentemente como mujer en Argel, mi querida prima. Me dirás que estoy loca, por lo que voy a contarte, pero te pido que entiendas mis motivos, por inverosímil que te parezca que yo, que he sido siempre tan libre (o que he tenido que dejar que el viento me arrastre), esté viviendo ahora en las condiciones que te voy a contar.

Una noche estaba en un café siempre humoso, cuando me detectó un caballero musulmán, Monsieur Ali Mourad. De lo poco que me ha llegado a decir de aquel momento, es que, al verme tan pálido y demacrado, las facciones finas y las manos delicadas, le parecí una mujer vestida de varón. Se acercó a mí para verme mejor, me lanzó una mirada penetrante de refilón desde su estatura (y su volumen, querida) de cincuentón, y pidió un café en el mostrador, lo que me permitió observar su bigotazo de morsa y su fez rojo sobre la calva.

Yo sentí, no sé porqué, que debía apartarme, y me retiré al cuarto de mi pensión, que estaba unos portales más arrriba. Debió de seguirme porque al otro día se presentó preguntando por mí ("le petit Français") una anciana menuda y arrugada, envuelta de pies a cabeza en un velo de color hueso, de los acostumbrados por aquí y me dijo, de parte de Monsieur Alí, que había visto que yo no estaba bien de dinero, porque mi camisa estaba deshilachada y mi hermosa cara muy delgada (así), que aunque fuera un muchacho era casi tan bello como una mujer y que le complacería poder ayudarme, pero que para probarme lo sólido de su intención, estaba dispuesto a albergarme en su casa.

Que Monsieur Alí me daba veinticuatro horas para decidir y que volvería por tanto al día siguiente.

Cuando salía, se volvió para añadir que Monsieur Alí era un rico labrador, propietario de viñedos y que no me faltaría de nada.

Dicho así, como fue, está claro que parece una locura y que lo era, de parte y parte. Monsieur Alí había descubierto a un muchacho, y fantaseaba con tratarlo como una mujer (aunque siempre buscaría al muchacho), en su propia casa, y yo me metía en un turbio asunto del que no sabía nada y que se presentaba con un cariz ridículo, aunque en el fondo de mi corazón fuera lo que más deseara.

La noche atravesó con blancores la madrugada y yo despierto (lo diré así, para que suene más real) y dando vueltas en mi cama. Me seducía, me atravesaba la fantasía, golpeaba en mi vientre, literalmente. Podía ser una especie de esposa musulmana. Velada, protegida. Deseaba ferozmente que Monsieur Alí se apoderase de mí, entregarme por tanto a él, con toda la ligereza de mi cuerpo, lo poca cosa que yo era. Los golpes sobre mi vientre se repetían, la languidez en mi cuerpo, mis piernas, mis brazos, mis suspiros y todo eso se confundía con el desconsuelo de mi soledad y con el hambre que llevaba pasando, desde hacía meses, sólo aliviada con la sopa de los cuarteles, una vez al día.

Me empujaba una fuerza hecha de fantasías, excitación y deseo, de todos los sueños de mi adolescencia convertidos en una especie de pesadilla sensual y real, a la vez que me sentía profundamente avergonzado (seguiré hablando en masculino) de una decisión que me atraía locamente pero que temía fundadamente que me podía llevar a una rutina baja y sórdida. Los pensamientos, como fuertes vigas, golpeaban y chocaban en mi cerebro, entre una gran angustia.

¿Te puedes imaginar que por fin decidí arriesgarme y aceptar, verdad?

Llegada la mañana, estaba agotado e incapaz de pensar nada más que me había decidido, aunque ya no sabía por qué. Sólo el sentimiento de que, para bien o para mal, por deseo y por necesidad, mi vida iría por allí, me hizo levantarme y mirar en el espejo borroso mi cara ojerosa. No me vestí; me quedé en la camisa de dormir y esperé todo el día, sentado en la cama.

Sólo, a veces, fugazmente, me maravillaba que el hombretón hubiera sido suficientemente perspicaz para adivinar a la mujer bajo mis ropas de muchacho empobrecido y a la ventura.

Por la tarde, tal como había anunciado, volvió la anciana, que ahora sé de sobra que se llama Fauzia, y le dije que aceptaba; Fauzia venía preparada, porque traía un velo doblado igual que el suyo y me dijo: “Es mejor que entre en la casa como mujer que como hombre, para que los vecinos no puedan decir nada”, de modo que me lió cuidadosamente en él; luego pagó la cuenta de las tres semanas que debía, a mis espaldas, y, mientras los golpes de la imaginación me seguían pegando en el vientre, porque me daba cuenta de que ya no tenía que preocuparme por cosas como pagar, llegué a la casa en donde desde entonces vivo.

Vivo y estoy encerrada, pero te puedo asegurar, mirando ahora la realidad, que me acomodo muy bien, será por mi carácter. Vivo entre mujeres y soy tratada en la práctica como una mujer (vuelvo al femenino, porque ahora en cambio me parece lo más realista). Dos de las mujeres de Monsieur Alí (todas lo llamamos así), que son del campo, echan mucho de menos a sus familias y lloran a menudo. Creo que me tienen una poca lástima. Se llaman una Yamila (que significa la Bella) y Layla (la Noche) La tercera es una francesa, Suzanne antes, ahora Zuleima, que ha sido estudiante universitaria, fíjate qué contradicción, y que ha escogido esta clase de vida voluntariamente y en el fondo tan misteriosamente como yo, aunque también se me ocurre que puede ser un poco tonta, y haber creído que se trataba de una experiencia para contar luego en París.

Cuando entré en la casa, sentí, ignoro por qué, como si un pomo de perfume de jazmín se cayese, se rompiese y llenase todas las estancias. Se lo conté a Monsieur Alí, que por tanto decidió que me llamaría Yasmina. Soy un muchacho que se llama Yasmina o quizás ya soy medio muchacha, tanto, que necesito un nombre como Yasmina. “La petite Yasmine”, como me dice Zuleima. El jazmín que siempre he sido y nunca antes pude ser, machacado a pisotones en la calle, aunque el jazmín, cuanto más se lo pisotea, más huele.


No sé si de broma o de veras, todas me llaman en femenino, favorecido por el hecho de que mi nombre aquí sea un nombre de mujer. El lenguaje hace milagros. Cuando se te habla en femenino, cuando se te llama la pequeña Yasmina, eres una mujer, o casi una mujer, a los ojos de todas.

Mi única perspectiva, desde estas cuatro paredes, Lisette, es el trocito de mar azul que se ve a lo lejos, desde uno sólo de los balcones, que tiene herrajes entrelazados en estilo francés, y de verdad que no quiero más. Por primera vez me siento totalmente protegida y completamente segura en mi vida y me doy cuenta de que esto es lo que deseaba con más ansiedad. No tengo que preocuparme por el dinero, ni por la comida, ni por tener un alojamiento, ni por buscar trabajo, ni por salir de casa a las siete para llegar a una oficina agotadora. Descubro en mí esta necesidad apremiante de saber que tengo un sitio en el mundo, por humilde que sea, de sentirme cuidada en lo fundamental, por una consideración que puede ser mínima (nadie me considera importante) pero que me tranquiliza con la misma firmeza con que se levantan en torno de mí estas fuertes paredes. Me asombra encontrar en mí ¿esta dependencia?, ¿esta inseguridad?, pero me da una alegría profunda y tranquila, cada mañana, cuando me despierto entre las mantas que forman mi lecho, directamente puestas sobre una alfombra, en el suelo y me doy cuenta de que estoy aquí y de que aquí estaré previsiblemente toda mi vida.

Las veinticuatro horas del día son para mí una rutina ociosa, pero no vacía, para mí y quizás sólo para mí, que me envuelve con la blandura y la blancura de los camisones que a veces usamos en la casa, porque yo llevo la misma ropa que mis compañeras, que es mi pasaporte y mi legitimación para estar aquí. Me aburro, pero yo estoy hecha para aburrirme, me gusta y me dulcifica los nervios, la sensibilidad, el alma. La casa tiene un gran silencio que resuena en las habitaciones blancas, sin muebles, y el sol me da los buenos días por las ventanas que dan al Este. Luego lo sigo, minuciosamente, en su recorrido por los suelos también desnudos. Las paredes me protegen, no me dominan, y me doy cuenta de que este sentimiento es fundamental para mí. ¿Qué miedos arrastro?

Monsieur Alí será vulgar, pero es el héroe y el guardián del lugar más tranquilo donde he tenido la suerte de llegar. Él es quien trabaja y negocia, quien tiene que incomodarse para sacarnos adelante, quien se ve obligado a reunirse con otros hombres cuyas broncas voces me llegan desde su despacho o los salones públicos, más allá de una puertecilla por donde ninguna de las de este lado tenemos derecho a entrar. También siento un golpe en mi vientre cuando me doy cuenta de los derechos que me corresponden y los que me faltan por ser la pequeña Yasmina. Pero Fauzia, que es la que sale a la calle y oye a los unos y los otros, nos dice que no nos preocupemos, que todos dicen que Monsieur Alí tiene el riñón bien cubierto.

Aparte, en otra ala de la casa, están los cuartos de los niños, donde la algarabía es continua. Yo podría estar allí, y chillar como ellos y las tres esposas y las seis criadas de la casa, pero tengo derecho a estar por donde quiera en esta parte de la casa, a quedarme en estas otras habitaciones desiertas y me gusta permanecer casi todo el día en ellas.

Las otras tres esposas se centran más que nada en la crianza de sus hijos. Yo soy la esposa del placer. Bueno, decir esposa es mucho, y la verdad es que no llego a tanto, pero pensar en que todas me tratan casi así, en que también Monsieur Alí me ve de esa manera, es lo que me hace dar y sentir el placer.


Mis compañeras han engordado, como les gusta a los hombres y me figuro que también a Monsieur Alí, pero yo me mantengo esbelta. No tengo pechos sobre mi torso juvenil, bien lo sabes, pero tengo ahora una cabellera negra, bien lavada y cuidadosamente peinada (tengo todo el día para peinarme) que me llega, si puedes creerme, hasta la cintura. Mi cabellera es mi joya y a Monsieur Alí le vuelve loco. Me la besa y hunde su cara en ella, como si fuera una noche. Ninguna de las otras mujeres tiene una cabellera como la mía, es verdad, porque las tienen rizosas. Todas nos pintamos unas a otras, con lealtad mutua, eso es curioso, para un solo hombre, el único que nos ve y nos valora. Ellas se perfuman también con los sensuales y pesados perfumes de esta tierra, como el pachulí, pero yo, para diferenciarme, uso sólo los perfumes franceses finísimos que Monsieur Alí aprecia también y me compra como un gentil presente de vez en cuando.


Las otras se entretienen también en querellas y rivalidades mutuas, sin mucho sentido, de las que luego intentan que sea juez Monsieur Alí, de quien estudian todos los actos, los pocos dichos y a quien pretenden engatusar. Como soy la única que no tiene intereses ni intenta persuadirle de nada, tengo la impresión de que soy la preferida, la que verdaderamente le da un placer blanco, ancho y sin interferencias en las noches que pasa conmigo. De hecho, duerme a mi lado como un niño, porque yo me callo siempre, respeto sus vigilias y su sueño, mientras que me figuro que las otras aprovechan para calentarle la cabeza y por eso Monsieur Alí las suele despachar enseguida.


Monsieur Alí es inesperadamente cariñoso conmigo, en sus gestos, ya que no en sus palabras, tan escuetas conmigo como con cualquier otra.


Es que, según su concepto, no existo sólo para mí, sino sobre todo para él, puesto que me alimenta y me alberga. Tengo que ser bella para él; ser bella, a secas, qué poco significa, pero ser bella para alguien y para conseguir tu comida y tu casa, qué profunda razón de ser tiene. Tengo que estar siempre a la espera de que me llame, a cualquier hora, generalmente, después de comer o de cenar y a veces a medianoche.


Fauzia sabe que una de sus obligaciones es que yo esté siempre bella, y me compra cosméticos árabes a su gusto, y me pinta a su gusto, y me obliga a bañarme cada dos por tres, para que mi piel esté siempre perfumada, siempre a su gusto, porque es el gusto de Monsieur Ali, al que ella sigue e interpreta perrunamente, porque también su existencia depende de él.


No hay romanticismo en el amor en nuestra casa, sólo placer, los derechos del marido y a veces un cariño rutinario, pero dulce y bien repartido, con justicia. Monsieur Alí me trata a mí como amante, conocedora de complicidades, a las otras como esposas, a sus hijos como hijos y a las criadas como criadas. Pienso que es una vida rutinaria y limitada, pero que tiene su gracia, y no es poco.


Sólo echo de menos a mis poetas, los franceses que hablan del amor masculino o los poetas de Alejandría que escriben en francés de las experiencias del amor.

¡Pero Suzanne, ahora Zuleima, los había estudiado! ¡Y se los sabe de memoria! Muchas tardes, al caer la luz del día, tan lentamente, prevaleciendo el gris de la piedra de pizarra, los recita y yo apunto cuidadosamente los versos que recuerda. Entonces yo también recuerdo y mis mejillas se llenan de lágrimas, como las de ella. Ésta es la única libertad que necesito.

Kim Pérez 28-02-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                         Ricas y pobres

 

Para las trans ricas, la cuestión es vivir; para las trans pobres, la cuestión es sobrevivir. 

Hay trans ricas y pobres en Europa y América, pero hay muchas más trans pobres en América, de modo que les dedico este comentario a las trans americanas. 

Las que nos podemos llamar trans ricas, tampoco es que estemos necesariamente muy allá. Es suficiente para entrar en esta categoría con que tengamos medios de vida propios, que nos permitan saltar con alguna comodidad más allá de la transición. 

Las trans pobres son las que se ven en la calle, en una palabra. 

Por eso me figuro que la mayor parte de quienes pueden leer este comentario (en el ordenador de su casa o en un ciber) no son exactamente pobres, pero pueden haberlo sido y  me entenderán. Las trans que son pobres ahora mismo es normal que no puedan plantearse una cosa tan lujosa como entrar en la red. 

Naturalmente, me alegro de que cada vez hayamos más trans ricas que podamos pasar, con ayuda del dinero, al otro lado de algunos problemas que, sin él, son agobiantes. Pero quiero señalar algunos defectos que nos trae precisamente el dinero. 

Las trans ricas solemos preocuparnos por cosas como éstas: hasta qué punto nos respetan en las tiendas, en la calle, en la familia, dentro de que en general nos respetan lo suficiente; los matices del trato que recibimos; la decisión sobre operarnos o no, puesto que es posible tomar esta decisión; en su caso, qué cirujano nos conviene; de si tales amigas están operadas o no, porque eso puede dar cachet; también puede ser que nos entretengamos dándole vueltas a algunas cuestiones de identidad; algunas, de si conseguimos o no un amor romántico.En fin, que no nos falte de nada. Pasatiempos de ricos. 

Lo grave es que también solemos mirar con la nariz arrugada y por encima del hombro a muchas compañeras. Nos aislamos con facilidad unas de otras, porque como nos va bien o medio bien, nos sentimos autosuficientes y las otras trans sólo nos traen quebraderos de cabeza y a veces espejos poco gratos para nuestro orgullo.. Entramos en los foros sólo para tener compañía, curiosear o desahogarnos un rato. Nos volvemos muy egocéntricas con facilidad. Y poco interesantes. No hay nada menos interesante que una persona que sólo juzgue el mundo según lo que le conviene. Vamos, que poco interesante es poco; es irritante. 

Las trans pobres no tienen tiempo ni ganas para todas esas tonterías. Bastante hacen con tratar de comer cada día y de dormir a cubierto. Son por ejemplo como Sonia, mi amiga, a quien puso su padre en la calle con quince años. Una vez en la calle, a quién iba a pedir calor ni cobijo sino a las travestís putas y quién iba a dárselo y de qué trabajar. Y qué consuelo iba a encontrar en las noches frías de la calle. Con que fuera un poco débil, hacerle un favor a los camellos conocidos que pasaran por allí, tan en la calle como ella.¿Y si estás colocada, te acuerdas de tomar todas las precauciones? Pues a veces, no. 

Por eso, yo no me puedo cansar de hablar con Sonia, quien ve la vida al desnudo, tal como es y que es cariñosa y buena amiga. Ahora no la veo, porque está en Sevilla y yo en Granada, pero en cuanto la viese, le daría un abrazo y un beso grandísimo y me liaría de palique con ella. Y lo mismo con la Brenda, o con la Tania o con mi queridísima Jenny... 

De verdad, lo sé, no me hubiera cansado nunca tampoco de hablar con Sylvia Rivera, que se había tirado a la calle con dieciséis o diecisiete años, por decisión propia, pero porque no había otro remedio, había dormido en los cartones de Nueva York, viendo de todo, redadas policiales y  todo lo imaginable, había creado una red de ayuda mutua para trans callejeras y había  sido una de las que estallaron en Stonewall. 

Ellas no se preocupan de identidades, ni de orientaciones, ni de operaciones, no hacen distingos, todas son iguales, todas compañeras, algunas más o menos voladas, otras con la cabeza encima de los hombros, todas preocupadas por lo que hay que preocuparse en esta vida, por salir adelante y ayudar a las que tienen menos fuerzas para conseguirlo, por pagar el cuarto, por la ropita por supuesto, por las siliconas (mejor el suero, dicho sea de paso) Todas presumiendo, claro, si pueden, pero a veces, amigas como hermanas. 

En América del Norte, del Centro y del Sur, las cosas suelen ser para las trans pobres más duras que aquí. Las travestis argentinas o chilenas (a ellas no les importa la palabra travesti; resulta más retadora y orgullosa que la palabra trans) desafían con más valor que el Cid a los posibles criminales que aparentan ser clientes (aquí te pueden insultar o pegarte "pero no mucho"); allí te matan con facilidad rutinaria y salen tres líneas en los periódicos; o te arrancan la cara, como le pasó a una en Guatemala, los fanfarrones paramilitares; y ojo con la policía, el enemigo público número uno, y con sus mordidas, porque pueden agarrarte y colgarte, con algunas compañeras biológicas, de paso. 

Las trans pobres, con frecuencia (somos personas y siempre hay de todo), son compañeras, lo primero. Aquí hubo unas que atendieron a una amiga, terminal de sida, cuando su familia no quiso saber nada de ella. Por eso, no me canso de hablar con ellas y me da un profundo orgullo compartir su vida y su amistad. 

Por supuesto, tampoco quiero ser extremista. Hay trans ricas (que tienen lo suficiente), con la misma mentalidad que las pobres, como mi Lola y mi Lola, quizás porque aunque nunca se hayan visto en la calle, saben muy bien lo que cuestan las cosas, y trans pobres con mentalidad de ricas, porque quizás nunca han tenido que pagar de verdad por nada. Es verdad que el dinero cuenta mucho, tanto si lo hay como si no lo hay. Pero a veces es mejor que no lo haya. 

Kim Pérez 21-02-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Cuerpo de Mujer

 

En el luminoso de una parada de autobús veo la gran imagen de una muchacha con un sostén rojo burdeos, de tela crispada como una col, y una braga igual. La imagen me devuelve un perfume de juventud y me despierta sentimientos de otros años, cuando yo recorría las madrugadas en busca de mi trabajo y miraba y soñaba con un futuro que me parecía imposible. 

Si yo hubiera visto esa figura, ese gran cartel de un metro por dos, con toda la luz del neón metropolitano transparentándose en él, todas las alarmas hubieran sonado y hubieran empezado a dar vueltas luminosas en mi cabeza. "Yo puedo ser como esta muchacha", me hubieran dicho. "Yo puedo tener derecho a una vida como la suya, a andar consciente del atractivo de mi piel bajo mi ropa, a provocar miradas, sentimientos y pasiones, a ser deseada entre ese deseo color burdeos, a reír mucho..." 

Hubiera palpado también mi ropa masculina, el jersey marrón deformado que seguramente cubriría mi pecho, los desvaídos y arrugados pantalones que cubrirían mis piernas, ropa sin gana y sin significado, mi anonimato, mi sombra, mi vacío, camino del trabajo y de ninguna parte, salvo de esa dirección, la alegría de mi vida. 

De hecho, podía sumirme en la vaciedad de esa grisura y olvidarme de mí mismo, anestesiado por la rutina y el deber, aunque era siempre una imagen femenina, en la frialdad de la madrugada o en el calor del mediodía, la que me despertaba y me hacía desear ser precisamente como ella. 

No dejaba de ver en eso, ni entonces ni ahora, una jugada del deseo hacia la mujer, que en vez de hacerme decir: "deseo a esa mujer", me hacía sentir "deseo ser esa  mujer" o "deseo ser como esa mujer". Pero el paso de lo uno a lo otro sólo sé explicarlo si mi identidad masculina era, como mi ropa, triste y desvaída, si no me producía ningún orgullo ni ninguna alegría, sino más bien vergüenza, humillación, tener que aguantar una imagen personal que me daba ganas de pedir perdón por ella. 

Sólo en el vacío de la identidad masculina que es, como todas, un pensamiento y un sentimiento, un también difuso deseo de la mujer puede convertirse en un deseo apasionado de ser mujer. 

En esto es en lo que se equivocan Blanchard, o la misma Anne Lawrence, pese a ser transexual y no entender ella misma su vida, o Bailey, o Charlotte la que escribió "Yo soy mi propia mujer", cuando confunden la transexualidad simplemente con una forma del deseo hacia la mujer (en las personas que desean a la mujer), que acabaría por construir una imagen de mujer en la máxima intimidad, justamente en mí, sin ausencias, una muñeca hinchable hecha con la materia de mi cuerpo. Pero no es así, porque quienes piensan así se olvidan de un hecho fundamental, que tendría que cambiar radicalmente su argumentación: el desvalimiento de identidad de la persona que suplica a la mujer que ve en el anuncio luminoso que le conceda sus rasgos, porque ella no los tiene y porque sin rasgos físicos no se sabe cómo vivir.  

La transexual es así un encuentro más de Judy Garland, en "El mago de Oz", la primera película que vi en mi vida; no el Hombre de Lata, ni el Espantapájaros, ni el León Cobarde, sino la Nube, o la Persona Borrosa o la Criatura sin Figura, que anda en busca de ella, como los otros iban en busca de su corazón, su cerebro o su valor. 

No conocer esta carencia es desconocernos, no entendernos. Por otra parte, tampoco nuestro deseo de la mujer suele ser muy pasional y arrastrador; lo que es pasional y arrastrado es nuestro deseo de ser mujer. Ésta es nuestra alegría, nuestra ilusión, lo que acelera nuestros pasos cuando pasamos delante del anuncio.

Kim Pérez 14-02-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                Sobre Orlando

 

Hay poemas que suenan universalmente sobre el amor homosexual: Las "Hojas de hierba" y el "Canto a mí mismo", de Walt Whitman. Hay también poemas universalmente conocidos sobre el sentimiento transexual: el "Carmen LXIII", de Catulo. No hay novelas conocidas universalmente sobre la homosexualidad, pero sí hay una novela que pertenece al canon universal y trata sobre un cambio de sexo: El "Orlando", de Virginia Woolf.

No caeré en el prejuicio de decir que ni Catulo ni Woolf eran transexuales. ¿Se sabe lo que puede haber en el alma de esos creadores si entregan tal potencia a componer un largo poema o una extensa novela? ¿Hay sólo curiosidad o hay también emoción? ¿Hay la unión de los géneros dando vueltas en el corazón de quien se sabe presa de uno de ellos?

"Orlando" está escrito de una manera que quizás ninguna persona transexual hubiera elegido, desde luego. Es una fantasía que parece como un sueño prolongado a lo largo de las horas, como la expresión profunda de las ambiciones subterráneas.

Es una novela medio prerrafaelita, como si retratase al caballero Galahad y a la reina Ginebra, medio romántica y turbulenta, como los poemas de Lord Byron, medio simbolista, medio decadentista (ya van cuatro mitades) Voy a hablar de ella de memoria, para trasladar las sensaciones que me dejó, y no contaminarlas con detalles eruditos. Diré que no me gusta, que no es la novela que leo con pasión, pero sí con estupor y curiosidad. Quizá unas páginas ahora y otras dentro de unos meses. Ni al escribirla ni al leerla el tiempo cuenta.

Está trazada con suntuosidad, con ropajes fastuosos y destellos brillantes, del oro y la plata de los brocados, que alimentan la oscuridad, y con un lenguaje tan enfático que resulta deliberadamente divertido y distanciado.

No está sentida; no deja emociones, deja imágenes, flashes, fantasmagorías, o a lo mejor los sentimientos están escondidos por tanto juego verbal y son los de esa figura de cara fina y cabello recogido, de cuello esbelto y piel blanquecina, apenas rasgada por el rojo pasional de los labios y la oscuridad de los ojos, que fue Virginia Woolf.

Porque se ve algo más que lo que llamamos sentimientos, un impulso difuso y confuso en la que me parece la escena central de la novela, en la que son los gitanos los que transmiten su sonido primitivo, como el olor de las hogueras o el de sus cuerpos tan hermosos como poco lavados.

Orlando, un nombre que suena ya a terciopelos y cadenas de oro, como el de un príncipe italiano, es un caballero isabelino de rara belleza que cultiva sus retos y desafíos, con el fulgor de los estoques dorados, en las mansiones en que habita.

Sus techumbres erguidas, sus múltiples chimeneas, brillan ante las luces de las antorchas y los millares de lámparas que, en las fiestas, exhiben su poderío, secretamente amenazado por los Duques y los Marqueses que tienen celos de él, mientras él atraviesa los siglos con toda naturalidad, como cabalgando en su caballo, como si no advirtiera que el tiempo pasa y que los Reyes y las Dinastías alborean, brillan y mueren, mientras él descuidadamente vive.

Una noche, no sé cómo, Orlando tampoco lo sabe, resulta que se convierte en mujer. Tal humillación, tal rebajamiento, tiene que vivirlo en un exilio, tiene que refugiarse en secreto y huye donde los gitanos tienen su campamento, y lo acogen, como una zíngara más, de hermosas carnes y un pañuelo sobre los cabellos que hace juego con el espesor y la largura de las sayas. Los romanós son orgullosos, a veces temibles, pero amables con ella y cuidan de ella en tan difícil coyuntura y ella pasa meses o años en su campamento, alumbrado de noche por las hogueras (toda la novela pasa en las noches), bajo la paz implacable de las estrellas de un cielo más grande que la tierra.

Como mujer, Orlando aprende la sencillez y los juegos de la carne, que la virginidad de las gitanas le permite aprender. Señorial pero humilde, emprende el regreso a sus mansiones, unos siglos después. Sigue llamándose Orlando, como rendida admisión de que su identidad sigue siendo la misma, que es la misma persona, pero ahora Orlando es un nombre de mujer.

Recibida con naturalidad por el cuerpo del servicio, como si acabara de irse, reemprende su vida, ya no orgullosa ni cruel, sino amigable y sensitiva, mientras su belleza juvenil, la transparencia lechosa de su epidermis escotada sobre los nobles corpiños enjoyados de perlas y las faldas de campana, es galanteada por otros caballeros tan bellos como ella misma, con quienes conoce los arrebatos del amor sin dejar de atravesar a toda velocidad otros siglos.

No se sabe cuál es el sentido de la novela. Orlando es ahora mejor y más sabia y más bella que antes, cuando fue varón y gentilhombre, porque ahora sabe, como una flor, lo que es ser mujer y dama deseada y pretendida.

Como cambia, plenamente, de lo uno a lo otro, creo que no es la novela que una persona transexual hubiera escrito, porque nosotras no cambiamos, todo lo más nos despertamos. Pero algo de los sentimientos y de los vaivenes de muchas personas como nosotras está en ella y, aunque no nos pueda enseñar nada, nos muestra la belleza y el misterio de la transexualidad.

Kim Pérez 07-02-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                   Metagénero

 

Les hablo a mis estudiantes de quince años del fundamento del respeto a toda persona. "Es que todas las personas somos muy grandes, aunque no nos lo creamos. Grandes para el mal y para el bien. Por eso, el respeto puede empezar por algo de miedo a cualquier persona. Vosotros tenéis quince años, pero podríais hacerme mucho daño, si quisierais. Pensadlo; ¿podríais hacerme mucho daño?"

Lo piensan y dicen seriamente que sí.

"Por eso, respeto significa primero temor. No hay enemigo pequeño, dice el dicho. Pero eso es sólo la parte mala. También podríais hacerme mucho bien, si quisierais. Me podríais salvar la vida, si fuera necesario, por ejemplo; y a lo mejor, en algún caso, alguien, alguien de vosotros o alguna persona distinta, podría hasta dar la vida por mí, ¿no es verdad?

"Y sería cualquiera, yo no sé quién podría ser, a lo mejor la propia persona no llegaría a pensarlo, quien me pudiera hacer tanto mal o tanto bien.

"Pues ése es el fundamento del respeto, la grandeza humana".

No quiero explicarles, para no cargarlos, hasta qué punto puede llegar esa grandeza, para el mal o para el bien, hasta el sentimiento del infinito que se manifiesta en la crueldad insaciable, en las torturas o en la violencia o en un tranquilo paseo junto al mar o la contemplación del cielo estrellado.

Quiero decir que la grandeza humana es inmensa, la de cualquier humano. Por eso hay quien dice que dentro mismo del ser humano hay una grandeza que ya no es humana, que es todavía mayor, que es, como sus sentimientos, infinita. Por tanto, no hay que preocuparse de si Dios existe o no, Dios está dentro de cada uno de nosotros y lo hemos visto, todos.

El ego, el rostro de lo que presentamos en el escenario del mundo, es la parte más exterior de mí, mi cáscara, mi nombre, mi figura, mis circunstancias… Debajo de mi rutina, mi identidad externa, lo que se ve a primera vista, estoy yo, sin adjetivos, en lo hondo (las personas transexuales lo sabemos muy bien) y debajo, lo que ya no soy yo.

Todo esto se puede decir, palabra por palabra, del género. El género nos importa, porque es la cara con la que nos presentamos ante los demás humanos e importa mucho que esta cara nos parezca conforme con nuestros sentimientos o no, que nos retrate o nos deforme. Si no podemos identificarnos con el género que parece que nos corresponde o si simplemente preferimos el otro, tenemos disforia de género y somos transexuales.

Pero la transexualidad, la disforia de género abre un espacio de libertad más allá de los géneros. Las personas que no son transexuales creen que el género es algo fijo, inmutable, una condición a la que se sujetan hasta con gusto y cuyas reglas no escritas siguen con convicción. En nuestro caso, por el solo hecho de ser transexuales, nos hayamos realizado o no, sabemos que el género es algo que se puede cambiar y que queremos cambiar. Puede que nos identifiquemos también plenamente con el otro, de los dos que prevén esas reglas no escritas, pero da igual. Nos las hemos saltado, con nuestra mera voluntad de cambio, hemos roto el código, que dice que el género no se puede cambiar, hemos creado un espacio libre, hemos demostrado que hay vida más allá de los géneros.

Una vez hecho esto, puede ser que algunas personas transexuales, situadas ya en el limbo de más allá del género, prefiramos crear nuestro propio género, no someternos a las normas de los dos reconocidos, no un tercer género, porque cada forma resulta entonces personal y diferente, sino una forma de expresión del sexo que no es binaria, sino que tiene en cuenta mil circunstancias personales y mil matices de la voluntad y del deseo.

Todo lo que he dicho antes, hace ver que la vida humana no empieza ni acaba en el género, y menos todavía en el código binario de género, que es, como casi todas las otras, una cuestión relativamente secundaria.

No es que no sea muy considerable, puesto que afecta a nuestras relaciones con otras personas, pero no es la desde luego la más importante, la más profunda. Si nos proponemos llegar hasta el fondo de nuestro ser, el género puede preocuparnos menos.

Diré con toda sinceridad que es más fácil que te preocupe menos cuando has podido hacer la transición, liberarte del agobio del código de género. Entonces, llega el momento en que entras felizmente en la rutina y puedes empezar a interesarte por otras cuestiones, pero mi propia experiencia de muchísimos años me dice que muchas veces, no poder hacer la transición te obsesiona y te disloca o te abruma.

Entonces, queda la solución de procurar cambiar de género en lo posible, aunque sea mínimo, aunque sólo sea para ti, aunque sólo sea manifestar unas actitudes, o un nick, o cuidar unas amistades. O la de asumir con calma y profundidad que se va a sufrir de por vida (como tantas otras personas, por tantas causas, lo saben también y no se les hunde el mundo)

En esta durísima situación, sólo puedo atreverme a decir a quienes están en ella, que vean la propia grandeza de su dolor y su doloroso destino; me doy cuenta de que muchas veces se plantan ante él, no para olvidarlo, sino para impedir que su dolor les destruya y cumplir así su más profundo destino humano, que está desde luego más allá de los géneros.

Kim Pérez 01-02-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                               Estilos

 

En el restaurante donde habíamos reservado mesa, llegamos mis amigas Bibi, María y yo.

María se quitó el abrigo con soltura y emergió con elegancia madura, un traje gris que repetía el gris de su pelo, suavemente peinado, y que hacía el debido contraste con las piedras rojo sangre, casi sangre seca, con las que enjoyaba su cuello y sus dedos.

Distinguidísima, en una palabra.

Bibiana tiene otro estilo, derecha, alta y arrogante, impresionante, firme con su melena rubia platino desplegada sobre sus labios y sus finos labios exquisitamente pintados.

Impactábamos, sin duda a quien nos mirase. El camarero y la metre nos atendían con celo. Yo pensaba que la presencia abre muchas puertas o asegura mesas y sillones, qué duda cabe. Mis amigas y yo nos mostrábamos dueñas de la situación, seguras y arrolladoras.

- O sea, que la única hippiosa eras tú- resumió riendo, Jorge, cuando se lo conté.

- Bueno, sí – me reí también, pero protesté enseguida - . O no, mejor dicho. Lo único que llevaba a mi estilo eran los zapatones, pero ya sabes que me encantan. Iba casi entera de rojo, que me sienta también bien (contraste con mi aureola de pelo casi blanco), la camisa roja fuerte, la falda granate y una rebeca negra.

Y el chaquetón gris, de lana espesa, y la bufanda colorada haciendo juego con los guantes también colorados… Me gusta jugar con ese contraste de lo gris y lo rojo, en el fondo lo mismo que María, aunque ella con otros matices.

Luego nos fuimos al hotel Palace, el más glamouroso, estilo británico del "Pasaje a la India", la señora elegantísima, la señora imponente y subyugadora y la señora medio hippiosa medio distinguida, que era yo, y allí supongo que nos miraron y nos remiraron (yo no me fijo en esas cosas), porque sin duda éramos las más interesantes en el salón en el que las conversaciones y el humo sinuoso de algún cigarrillo que otro se alzaban como fantasma de otros tiempos.

Aunque para hippiosa, mi amiga Lola, la del Sacro Monte, con quien también he estado en ese restaurante vegetariano, y en varios chinos, y en el Grand Café Central, que no es antiguo, pero lo parece, una tarde que estaba una pandilla de gitanos y gitanas jóvenes, bailaores del Sacromonte también, sentados a lo largo de un sofá, delante del espejo grande y veteado, alzando los brazos desnudos o poniéndose una de ellas sobre la cabeza, vertical y sinuosa sobre el asiento y apoyándose algo en la pared, como las figuras de los bailarines de ballet formando guirnaldas en una pintura francesa de hace un siglo.

Mi amiga Lola va a todas partes con una minifalda alucinante, que hace que cuando se sienta se vea sólo muslo, grande y redondo y un top que le deja el escote y media espalda al aire, así sea en plena ola de frío polar, aunque la última vez, que la faldita era vaquera, consintió en ponerse una chaquetilla corta también vaquera.

Lola no se priva jamás de coquetear con todo varón que se ponga a su alcance. Primero lo mira también subyugadoramente, inclinando un poco la cara y poniéndole ojos de parpadeo y luego adelanta los labios, pintados de rojo esmalte o de rojo laca, con la boca entreabierta.

Puedo asegurar que el 90 % de los heteros no se le resisten y en cuanto el incauto cae, tiene muchas probabilidades de quedarse in albis, porque Lola ya ha conseguido con él lo único que le interesa: demostrarse que es irresistible para los hombres, de modo que coge el camino y andando ondulantemente con mucho caderamen, se va.

¿ Cuántos estilos hay entre nosotras?

Tantos como personas; a veces un estilo "Priscilla" y a veces un estilo "señora que va a misa"; a veces un estilo seguro y reventón, de clavel reventón y a veces un estilo azafata; a veces un estilo "acabo de empezar" y a veces un estilo "quién lo diría". Pero siempre, siempre, estilos trans, de la gente más valiente o de la que más sufre del mundo. De esto último, quiero hablar la próxima semana.

Kim Pérez 24-01-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                     Nuestra Ley

 

Ya se está escribiendo nuestra ley y dentro de poco, el Gobierno, como acaba de hacer con la ley del matrimonio homosexual, la presentará, espero que primero a nuestros colectivos, para asumir nuestros comentarios, y luego a las Cortes.

Para los y las trans, esto es histórico: dejamos de ser considerados marginales y nuestra sociedad reconoce plenamente nuestra existencia y nuestros problemas.

En la escala española, va a suceder lo que ya vimos en Andalucía, el 11 de febrero de 1999, cuando entramos expectantes en el Parlamento andaluz, para oir cómo desde la tribuna, todos los grupos parlamentarios nos saludaban respetuosamente y a la vez, lo más distinto de lo que vimos, a partir del 14 de abril del mismo año, cuando el Partido Popular acabó por desdecirse de su propia palabra en las Cortes, menospreciándonos.

Todos y todas sabemos que nuestros problemas son mucho más sociales que psicológicos o médicos. Problemas de que se entienda lo que es la transexualidad y por tanto se nos respete y se nos considere con perfecta seriedad. Esto se puede conseguir en gran parte sólo con el hecho de contar con una documentación adecuada, lo que llamamos nuestros papeles.

Y aquí viene la primera reivindicación que hemos hecho los colectivos: papeles ajustados al sexo social, a lo que la persona vive cada día, independientemente de operación o no.

Voy a enumerar muchas razones para eso. Lo primero, porque nuestros problemas sociales vienen sobre todo de que vives conforme a un sexo social distinto de tus papeles. Estos problemas son los mismos te hayas operado o no, mientras no tengas esos papeles: discriminación laboral o en el arrendamiento de viviendas, humillación cuando se dice en público tu nombre antiguo y tienes que levantarte, explicaciones que rompen tu derecho a la intimidad…

Todo esto disminuye o cesa en el momento en que tus papeles concuerdan con tu presencia, por lo que este hecho social es la mejor solución para los problemas sociales; y todos y todas los que compartimos la experiencia de un sexo social distinto del biológico, debemos compartir esta solución.

Por otra parte, en los casos de intersexualidad o hermafroditismo, tan parecidos a los nuestros que yo creo que son muchas veces los mismos, la regulación jurídica ha seguido siempre criterios sociales y no biológicos.

La inserción social de los intersexuales se hace atendiendo a lo que se considera más realista socialmente, no a estudios biológicos que pueden no llevar a ninguna parte o dar resultados contradictorios con el realismo social; y tal como debe ser, se atiende cada vez más, sobre todo, a la voluntad de los propios intersexuales de insertarse en un género (social) u otro.

Todo lo que he dicho tiene que ver con la ley británica de 2004, pero todas las compañeras con quienes he hablado están de acuerdo en que hay una cosa en esa ley que no podemos admitir en la ley española: la constitución de un panel o tribunal de expertos que dictamine si se te concede o no el nuevo sexo legal.

Para oponernos a esto, hay una razón de principio y otra práctica. La de principio es que no se puede permitir que nadie tome por ti una decisión cuya fuerza íntima, justamente por ser subjetiva, sólo tú puedes conocer; y la segunda, la práctica, que la composición de ese panel estaría sometida a las alternancias políticas, por lo que no podemos tampoco admitir que la decisión dependa de la apertura o cierre de las mentes de quienes hayan sido designados para integrarlo.

El panel británico está pensado para contrapesar la libertad del sexo social. Yo propondría un contrapeso objetivo, no dependiente de opinión alguna, certificable: que la persona solicitante presente un certificado de tener, o haber recuperado, la salud mental requerida para tomar la decisión y un certificado de haber vivido, conforme al sexo social pretendido durante un número prudencial de años (¿dos, por ejemplo?)

Una vez conseguida la documentación pueden seguir presentándose problemas puntuales y menores en cuanto a aseos, duchas, hospitales, cárceles, que pueden ser resueltos con respeto al hecho fundamental de la documentación y por vía reglamentaria.

Puede haber problemas más serios que también tienen solución: por ejemplo, que una persona con un sexo legal determinado engendre hijos conforme al sexo de origen. La solución está en la disposición que se suele tomar en otros países y, por vía judicial, se toma aquí, para las numerosas personas que hayan engendrado hijos antes del proceso: que el sexo legal (en palabras especializadas, género, puesto que es legal, es decir, social) no afecta a los derechos y deberes relacionados con la parentalidad biologica.

De esta manera, lo mismo que las personas transexuales, ya legalmente mujeres, han asumido hasta ahora sus derechos y responsabilidades como padres biológicos ante los hijos habidos antes, pueden asumirlas con los que vinieran después.

Género y sexo biológico empiezan, por tanto, a trazar con esta ley unas imágenes distintas de las convencionales, pero que son reales y siempre lo han sido. No se inventa nada; lo que esta ley va a hacer es reconocer la realidad y poner un orden jurídico en situaciones hasta ahora de hecho en donde cada cual se las ha arreglado como ha podido, generalmente sufriendo total desatención ante una realidad poco frecuente y un proceso que resulta fundamental para su bienestar y serenidad.

Con las disposiciones sobre el sexo legal se resolverá quizá la mitad de las cuestiones dependientes del sexo social; menos discriminación laboral, menos tensiones para defender la intimidad, menos necesidad de arbitrios en materia penitenciaria, etcétera

Pero no sería realista que dijéramos que está resuelto todo. ¿Se resuelven los problemas de contratación por cuenta ajena que no dependen de los papeles, sino de que eres conocida o conocido como transexual? ¿Se compensan con una cuota, en la oferta de empleo público, para las personas transexuales, fundamental para liberarnos de una marginalidad no deseada?

También, en la misma ley del registro civil, tendrán que cuidarse las regulaciones acerca de la manera técnica de realizarse la inscripción, que pueden inquietar respecto al derecho a la intimidad.

Todo esto hay que hablarlo, antes de que la Ley se presente a las Cortes; la democracia requiere que se oiga a las partes interesadas y tengo motivos para creer que el Gobierno no va a decidir sin presentar el texto del proyecto a la consideración de las asociaciones, de manera que pueda llegar a las Cortes consensuado por el colectivo transexual.

Pero en este momento, en esta hora en la que escribo, puedo decir que confío en que este Gobierno atienda estas urgencias y estos requerimientos con la misma decisión con que está atendiendo la cuestión de los papeles.

Kim Pérez 14-01-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                               Resurrección

 

"Oh happy day…

oh happy daaay…"

Empieza una voz insinuante, sutil, amielada, y luego se desmelena el ritmo de los cuerpos que ondean, las sonrisas que marcan los bellos rostros y las palmas que crujen, en los cantantes y en los fieles, que cantan también y ríen también y ondean también. Pregunta: ¿Cómo es posible que una liturgia cristiana sea tan alegre? Respuesta: Porque empieza donde acaba la liturgia católica, en la resurrección.

Oh feliz día, qué bella palabra, resurrección, para los negros del siglo XIX o de principios del siglo XX, humillados, golpeados, llamados "chico", aunque tuvieran cincuenta años, atrapados por el Ku Klux Klan, ahorcados de noche frente a ¡cruces! ardiendo, mal pagados, pobres…

De la fuerza de su dolor nació la alegría de una resurrección soñada, por la que se ríe, se canta y se baila y se hacen palmas, tan hermosa como a veces otra palabra, liberación, así en la tierra como en los cielos.

Y al verlos y oírlos cantar, yo, trans, me siento comprometida con la idea de la resurrección, signifique lo que signifique, en la tierra y en el cielo. Es un sentimiento dulce, pero que debe ser mantenido con tenacidad, con un dulce esfuerzo, porque la esperanza hay que mantenerla fuertemente contra la desesperación. Un sentimiento que sabe de dónde venimos, de nuestro dolor, de nuestra humillación con insultos como maricón o bollera aunque tengamos cincuenta años, o del peor dolor de todos, la frustración que trae el silencio durante años o vidas, vidas, esa luz que se abre, dura brevemente y luego se apaga, o después, aunque sean dolores menores en comparación, de la vergüenza frente a las normas sociales, del alejamiento de la familia más querida, de la prostitución forzada, de los golpes y en algunos sitios, de las detenciones, de la muerte…

¿Puede existir para nosotras la palabra resurrección, puede significar algo, hacernos reír por fin y hacer palmas y bailar y cantar?

¿Puede significar algo para ti, María, encerrada en una identidad de hombre en una aldea de la sierra, de donde no ves la manera de escapar?

¿Puede significar algo para ti, con tus ochenta años recién cumplidos, hermana mía, en el silencio del vacío?

¡Que signifique, que signifique dentro de nuestras generaciones, esperanza sobre toda desesperación, y que signifique la de todos y todas, que bailemos y cantemos, no por lo que tenemos, sino por lo que esperamos, tan hermoso!

Kim Pérez 10-01-2005 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                               Navidad caliente

 

A Carla, compañera de trabajo y militancia transexual, después de haber compartido el diseño de esta historia, para que nos recuerde cosas que nos llegan al corazón. 

El 25 de Diciembre en la Argentina hace un calor plano sobre las playas del Plata. El sol brilla ardientemente en el estuario del Paraná, donde el agua verde o terrosa chisporrotea y luego se extiende por las inmensidades llanas de las Pampas, dimensión y orgullo de los naturales, sombra de recuerdos y vacío, esperanza quieta siempre de un futuro mejor.

El agua en los sumideros gira en sentido contrario a las agujas del reloj, porque éste es el Hemisferio Sur, y los turistas que lo saben lo miran con pasmo, como si fuera cosa de otro planeta.

En una playa que da al Norte, es decir al sol, las olas llegan crecidas y fuertes como en Atlantic City, su simétrica, pero el mar destella con la luz del astro y alegra más los corazones que se empeñan en cerrar los ojos bajo sus fuertes caricias y olvidar.

Tumbada sobre la arena, como el país, sin dar casi sombra, yace una trans, un bikini, unas gafas negras. Con los ojos cerrados, pasan por su mente, tras sus labios apretados, las imágenes de sus amigas, Diana y Johana Sacayan, de su prisión, de los calabozos que han tenido que aguantar.

Gente violenta, ante la que hace falta ser muy dura y valiente para acobardar a los supuestos valientes, a tanto machito de ojos tristes dispuesto a sacar una pistola por cualquier cosa, para mostrar poder.

Para ella, en lo negro y lo puro de su pensamiento bajo los párpados cerrados, Diana y Johana aparecen en pie, desafiantes, casi lo único vertical en la echadura del país, denunciando una y otra vez a sus mismos verdugos, golpeadas, encarceladas, pero denunciantes, poniendo en negro sobre blanco lo que pasa, para que alguien lo vea alguna vez, la corrupción de los machitos de ojos culposos, su connivencia con los dueños de los burdeles que no quieren la libertad de las negras calles, el brillo de las farolas sobre las veredas de la noche como sustituto del sol que aclara las cosa durante el día.

Defendiendo insistentemente, siendo voz de sus hermanas trans y prostitutas, como ella, tirada y descansando unas horas de la mañana junto al mar, bajo el sol de Navidad, o de Natal, como dicen los brasileros de casi enfrente. Hermanación y amistad de prostitutas trans y prostitutas bio, alrededor de un café o un mate, en un tremendo y sedicente bar urbano, humillado por su ruda fama hasta parecer especializado, pero acogedor de verdaderos seres humanos, con el corazón lleno de dolor, asco y valor para afrontar el día a día, desde que la luz pone blanco el cielo y las trabajadoras del sexo se retiran a descansar, si siguen libres.

La trans que descansa sus cansadas carnes en la playa, que muestran aquí y allá amarilleces y moretones, se acuerda entonces de la Mariela y de lo que contaba el libro que se escribió sobre ella, la cantidad de veces que los machitos castigaron a una trans violándola, y hasta la acecharon en la casita de cuatro paredes que tenía entre los yuyos, en el descampado, pistola en mano, de lo que ella se libró porque lo presintió y se quedó escondida entre las hierbas altas, hasta que se cansaron y se fueron.

Carne expuesta la suya, pero la perseguida y la machacada tenía fuerza para proteger y cuidar, encargándose de niños desamparados que andan por allí como por otras partes perritos o gatitos; como si fuera su madre, tutelándolos, fuera la que fuera la opinión de las instituciones civiles, militares o religiosas.

Llega entonces a su lado, mientras sigue con los ojos cerrados bajo las gafas negras, otra trans, también en bikini despreocupado.

Se arrodilla junto a ella, y la mira atentamente, mientras la cree dormir. Ésta ha llegado de España y es su amiga. La conoce bien, de los quince o veinte últimos días, que han hablado y hablado sin parar. La recién llegada se siente orgullosa de que sean amigas. Mira sus facciones atentamente, cree distinguir una pequeña cicatriz en la aleta izquierda de la nariz, se pregunta cuál será la temible historia de esa cicatriz pequeñita.

Mirándola dormir, tal como parece, se le antoja que ve en su cara todo lo que ella le ha contado, su historia que ya conoce muy bien.

La trans que ha llegado, arrodillada en la arena, piensa en lo inmensamente afortunada que es por fin al tener esta amiga. El cielo azul y brillante, la arena dorada, parecen enmarcar de alegría esta escena en la que una trans, de rodillas, mira a otra, las dos casi desnudas, una con un bikini azul como el mar y el cielo, que resplandece como ellos diciendo amistad, otra con otro también azul, pero más oscuro.

Para la recién llegada, el ruido del mar es ritmo acompasado, pura música, bongós de fiesta. Ella viene de la larga cárcel de la soledad, una condena de tantos años oscuros, tan triste y tan vacía que por lo menos la memoria no puede recordar casi nada, pero ahí estuvo, y los chafarrinones amargos, la angustia y el miedo, durante tantos años, manchan las paredes de la cárcel vacía de la memoria.

La soledad ha sido su compañera. Cuánto sabe de soledad, desde que en su juventud tenía que pasear a solas por los alrededores de su pequeña ciudad, porque con quién iba a hablar de lo que sentía. Con los árboles pelados del invierno (estos mismos meses en los que está ahora mismo, aquí, tomando el sol con crema protectora factor nosécuántos), con las ovejas, con los montes, pero los árboles, las ovejas y los montes oyen, pero no responden.

Luego la decisión, por fin y el espanto de ver que le hacía perder a su familia. Telefonear muy de vez en cuando, la voz no ha cambiado, se puede saludar y parece que no ha pasado nada. Su padre, que no ha comprendido nunca...; su...; su...; para qué seguir.

Volver de vez en cuando a casa, a la ciudad, para sentirse cerca y donde entonces, pero tener que quedarse por los alrededores... Esos quinientos metros que separan de la casa verdadera,

Sin familia, podía venirse hasta el fin del mundo, aquí, a pasar estas Navidades. Será echada de menos, sin duda, pero ojos que no ven, corazón que no siente, o siente menos. "Estará por ahí..." o "¿Dónde estará?".

Cuánto se acuerda de su otra amiga, la que tuvo que meterse a puta a los quince años, porque la echaron de casa y hay que comer, que no tenía más que un cuartito en una pensión bastante sucia, la verdad, y un amigo portugués que dependía de ella, porque estaba más solo todavía. "Pero soy mujer", terminaba. "Y yo también", se dice ella.

Porque tampoco es fácil escapar de la soledad de no tener pareja, cosa tan difícil para una trans, que tenemos que adaptarnos como animalitos habilidosos que sobreviven gracias a nichos ecológicos milagrosos, por ejemplo la amistad.

Que fue lo que encontró ella hace tres semanas, al llegar a la Argentina, en un viaje al revés del que hacen tantos argentinos, porque a las trans parece que nos gusta hacerlo todo al revés.

Quién le iba a decir que en este Buenos Aires ahora cansado iba a encontrar a esta amiga, ya para siempre en su corazón.

Quién iba a decirle que ella la invitaría y que compartiría con ella su cuarto de alquiler, pobre hasta chirriar, que ella misma dormiría mientras la otra se fuera a la calle, a trabajar, y que la oiría volver, y acostarse cautelosamente, suponiendo que dormía, y que luego se levantaría temprano, mientras la trabajadora durmiera a su vez, y que se encontrarían a mediodía, en el pequeño restaurante donde comían, y que luego hablarían y hablarían, durante horas, contando cosas de su niñez y de aquellas familias que las dos habían perdido y del gusto y la añoranza por volver a verlos, hasta que una de las dos rompía a llorar y entonces tenían que cambiar de tema.

Las dos tránsfugas en las calles calientes de Buenos Aires, cayendo la noche...

Y poco a poco darse cuenta de que dos trans pueden ser amigas del corazón, más que hermanas, por tanto y tanto.

Están divirtiéndose también, yendo a pasear por las tardes por todos los paseos habidos y por haber de la Provincia de Buenos Aires, frente al mar, viendo el moverse de las arboledas de eucaliptos bajo la brisa marina, comprando en un puesto las patatas fritas de la infancia, yendo alguna noche también a todas las discos habidas y por haber, a los after hours, bailando sin parar, hasta caer reventadas, como dos adolescentes, y salir todavía de noche a no ver el mar y a oir las olas...

Las dos trans, fascinación de los ojos que las descubren. Incitación y cautela. Hay deseo, enroscándose en las pistas de baile y hay amenazas, para luego.

Pero no ha pasado nada y aquí están las dos, en la playa, frente al mar de mediodía. La que está de rodillas piensa que lo ve todo en la cara de su amiga. Le parece que sabe en lo que estará soñando. Pero no lo sabe, exactamente. Esas facciones ahora inexpresivas, inmóviles.

La que yace en la playa, con los ojos cerrados, siente que todo remonta desde lejos, como otra ola terrible, el tráfago de las calles, el bronco rumor, desde detrás, mientras suenan enfrente los golpes pausados de las olas del mar y, sin verla, nota que su amiga estará cerca. Entre la caricia de la brisa, que pasa de vez en cuando sobre sus mejllas, rememora lo que ha visto y ha vivido. Es compañera; piensa sobre todo en las compañeras que en este día radiante están pasando calor en la sombra de la prisión. Pero se mezcla con sus figuras la de esta otra compañera, la cara blanquecina de ansiedad con que llegó, después de haber cruzado el mar, sólo para encontrarse con ella. Entonces se da cuenta de que todas las trans están en el mismo corazón de Dios, y se enorgullece, y da gracias por ser como es, en este 25 de Diciembre, a 32 grados.

Kim Pérez 20-12-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                  Negación

 

A Claudia, con quien he estado hablando de todo esto. 

A veces, las trans decidimos negar que somos trans. Nos lo negamos a nosotras mismas. 

Digo las trans, porque esto nos pasa más frecuentemente a las trans femeninas que a los trans masculinos, o así me lo parece. 

La negación suele ocurrir antes de la transición, lo que le da más valor de experimento interior. La persona experimenta consigo misma. Puede ocurrir también después, lo que la hace más dramática, aunque yo les sugeriría a quienes se vean en este caso, que también puede producirse después una negación-de-la-negación; es decir, una reaceptación de la condición trans, por lo que convendría que fueran prudentes y pacientes. 

Hay varias clases de negación. La más estructural es la de quienes son conscientes de su transexualidad desde los tres o cuatro años. Suelen pasar su niñez sintiéndose del sexo no aparente con fuerza y serenidad, pero al llegar a la pubertad empiezan a tener conciencia de las dificultades prácticas que ello trae. 

No es nada infrecuente que entonces decidan que todo son chiquilladas y que tienen que integrarse en la corriente principal. Puede ser que intenten masculinizarse en apariencia, en profesión y hasta en aficiones, que se busquen novia y se casen, con total buena fe, sin decirle nada (¿para qué?), que traigan al mundo hijos, etc...  

Así pueden pasar... veinte años. Cuando la negación agota sus posibilidades, llega la negación-de-la-negación y con ella la conmoción. Una manera de entenderse adulta tiene que ser cuestionada. 

Otras formas de negación vienen cuando el proceso de transición no ha empezado pero obsesiona. Pueden venir como dudas o  sentimientos de culpa. Si en el proceso, al lado de él, hay reacciones parafílicas, excitación (la excitación no tiene nada que ver con la autenticidad del proceso trans: se produce cuando la fantasía -la fantasía sola-, actúa como solución simbólica a una angustia real), las negaciones pueden ser en ese caso más espasmódicas, más breves, más ligadas a los altos y bajos de esa excitación simbólica. 

Entonces suele haber lo que se llama purgas. La trans rompe los artículos que ha reunido, tira los libros, mete su ropa en una bolsa y se deshace de ella, deja de entrar en los foros y los chateos de Internet, respira incluso, pero la manera de ser de las trans manda y al cabo de unas semanas o unos meses vuelve la negación-de-la-negación. 

Hay otras negaciones más estables, más vinculadas a las vacilaciones de la conciencia trans, a las dudas sobre la propia identidad, a los respetos familiares y sociales. Ya empezado el proceso, se decide renunciar a él. A veces, pretendiendo masculinizarse a toda costa, otras, eligiendo un estilo de vida prácticamente asexual. En una u otra forma de negación pueden pasarse también diez, veinte años... Generalmente, esto lleva a sufrir tremendos estragos de la personalidad, obsesiones (todo lo reprimido, pugna por salir, descubrió Freud), depresiones, etcétera, hasta que se enciende una luz y se comprende que tanto sufrimiento viene de la negación. 

El período de negación puede también haberse vivido como un analgésico, con distracciones que alejen la mente de su inquietud principal o, si no se encuentran, como un inmenso dolor. Pero tiene algo bueno: confirma la decisión del proceso, cuando se llega a la negación-de-la-negación, porque se ve claramente que ésta fue una equivocación. 

O sea, que quienes han pasado por la negación, al superarla, tienen una conciencia más clara de su voluntad de transición y de las razones para emprenderla, pese a lo que pese. 

A veces, cuando en las sociedades contemporáneas se producen transiciones muy tempranas, sin apenas choque social, la persona trans pasa después por un período depresivo o incluso renuncia a la transición. Me parece que actúa entonces la negación, la necesidad de cerciorarse, de experimentar con la propia identidad. Normalmente, luego volverá, creo, la negación-de-la-negación. 

Kim Pérez 13-12-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     Muchachos y muchachas

 

Veo en la calle a dos grupos de muchachos; o mejor, un grupo de muchachas y otro de muchachos, porque están separados, unas a un lado, otros a otro, sentados a lo largo de un poyo. 

La atención se me va hacia una de las muchachas; no es propiamente guapa, sus rasgos son incisivos, ojos pequeños, boca pequeña y fina en una cara blanca, tiene algo de la frialdad de pez que siento en algunas mujeres, pero está sentada como entregada, con las piernas cruzadas y retorcidas, una sobre otra, como yo misma hacía mucho en mi juventud, quiero decir un muslo sobre otro y luego la pantorrilla se vuelve a cruzar bajo la otra, formando como un trenzado, apretando, los tobillos cerca, pero al revés; una postura en la que el cuerpo parece querer tener el máximo contacto consigo mismo. 

Su cuerpo largo como que se echa hacia atrás por el vientre y luego por los hombros se derrumba sobre el hombro de la amiga que tiene a su lado, que lleva un chubasquero blanco, y ella pone la barbilla sobre el hombro de la amiga, no se sabe si por cariño o más bien con la sensualidad de un gato, disfrutando de la postura y de la blandura del apoyo. 

Me reconozco mucho en esta muchacha, yo era así también o hubiera sido como ella, disfrutando de la proximidad física, del abandono y de la languidez entre las amigas de confianza, con la misma risa repentina, en corta convulsión, que ella, sintiéndome suficientemente atractiva y suficientemente atraída, en un mundo de deseos, de caricias francas o disimuladas y, llegado el momento, de besos y de pasiones. 

Mi mirada se va ahora hacia los muchachos, y salvo la dura madurez del rostro de uno de ellos, moreno y brillante en los dientes de su sonrisa seria, me sorprende la luz oscura que les envuelve. Están todos derechos, tenebrosos y separados, sin un ápice de aparente afecto mutuo, aunque sé que en realidad hay hoscas amistades entre ellos, pero se guardan muy mucho de demostrarlas con abrazos o miradas, y por quien no la sientan, pobre de él. 

Sonríen de vez en cuando, pero enseñando los dientes. Para ellos, lo esencial es mostrarse autosuficientes y mutuamente indiferentes, duros los unos con los otros, pensando cada cual en su rollo, mirando al frentre, no mirándose los unos a los otros. Olor áspero de la testosterona. 

Por mi parte, he estado y estoy en otro mundo, siempre, no quiero tener nada que ver con ellos, recuerdo por qué tuve que romper cualquier hilo, irme, tomar distancias. 

No me encuentro a mí misma, desde luego, con otras mujeres, pero sí con esta muchacha un poco amuchachada (de muchacho), larga y delgada, con un pelito castaño recogido en una coleta descuidada, como yo me la habría dejado también, porque no me gusta perder el tiempo en tonterías de arreglos, pero con un brillo inquietador en su mirada, como en la mía, que habla de sentir el universo como un manantial infinito de placer, de indolencia y de percepción.  

En cuanto a los muchachos, aparto mi mirada de ellos, broncos y ásperos, tan irremediablemente oscuros para mí, que lanzan miradas huidizas, ni siquiera francas y firmes hacia el lado de las muchachas. Podría ser que entre ellos hubiera habido un homosexual, lo habría percibido por la concentración que pondría su mirada en su propia mano descansando muy cerca de la descuidadamente puesta por otro, como si mirase la suya y no la del otro. Sin embargo su mirada se desviaría, irresistiblemente, hacia esa otra mano. Habría algo hermoso en ese lado, el deseo y la ternura, los brillos con que un muchacho homosexual mira a otro muchacho, embelleciéndolo y embelleciéndose. No pude ver si había en ese lado esa clase de mirada, pero decididamente me gustan los hombres homosexuales, lo mismo que no me gustan los heterosexuales.

Kim Pérez 06-12-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                 Cambio de mente

 

Estás sentada en una estación de tren muy pequeña. No tengo que explicar cómo son las estaciones de tren pequeñas, todo el mundo lo sabe. 

Estás en un banco de obra cuyo respaldo es la fachada. Al sol. 

No hay nada delante de ti, sólo las dos vías que se cruzan, vacías. 

Al otro lado, hay un árbol pequeño, de los de las estaciones, una morera. 

A tus espaldas, pasada la estación, hay una pequeña explanada de tierra y un camino que sube, entre los montes. El pueblo o lo que sea está más lejos, fuera de la vista. 

El jefe de estación se ha ido y su puerta está cerrada, lo mismo que la ventanilla de los billetes. Pero el andén está limpio, alguien lo barre. Pasados veinte metros, siguiendo el andén y el sol, hay una caseta que pone "Aseos". "Ojalá no tenga que usarlos", es lo que se te ocurre.  

Te das cuenta de que estás literalmente, en ninguna parte. Si quisieras leer algo, tendrías que absorberte en una página de periódico que hay cerca de tus pies, a tu derecha, leerla letra por letra. Si tuvieras sed, no podrías pedir ni una naranjada, el bar de la estación está cerrado. 

Únicamente te hace un poco de compañía una mata de dondiegos,  cuajada de flores, aunque cerradas, a la izquierda, que se asoma tras la esquina cortante de la estación, camino de los aseos, y un gorrión que se sube al árbol y se vuelve a revolotear y bajar, y brinca y picotea al otro lado de las vías. 

Surge un rumor a tu izquierda, entre montes y olivos, y poco después se convierte en estrépito y pasa un tren. Constatas dentro de ti que no te importa a dónde va. 

Hace años, tu corazón se hubiera ido en él; hubiérase sumado a tantos otros corazones jóvenes, a tantas sonrisas. Corazón de trans. ¿A dónde vas? ¡A Madrid! ¡O a París! ¡Cuántas cosas pueden pasar en Madrid o en París! 

¡Cuántos amores! ¡Cuántos cuerpos en las camas!¡Cuántos besos! ¡Cuántas manos sudando juntas, al pasear, pero juntas! Etcétera, etcétera. 

Ahora ya conoces tus límites y la avaricia de la vida y ya no te vas mentalmente en el tren. 

No, no tienes ganas de irte. 

No esperas nada. 

Pasa una hora. 

De pronto se oye un pitido largo a la derecha, y pasa otro tren, esta vez en dirección de donde tú vienes. Te parece imposible que alguien quiera ir en esa dirección. 

Te duele el alma por eso, pero lo soportas, porque simplemente, estás fatigada.
Miras frente a ti el tronco rugoso de la morera y el trazo negro de su sombra bajo el sol. 

Miras el gorrioncillo que insiste en revolar por allí, como si ya fuera un amigo tuyo. Un pobre gorrión. No podrías ni hablar con él. 

Bajando la vista, ves el borde de tu falda sobre las rodillas. Tu falda. También ves los largos y suaves brillos de tus medias, los miles de pizquitas brillantes bajo el sol. 

Te acaricias las piernas, largas, largas, suaves, suaves. ¿Por qué no las ha acariciado nadie más? 

Eres tú.  

Lo has entendido todo. Te levantas del banco de obra y atraviesas el vestíbulo de entrada por la puerta de salida y luego por la de entrada. 

Miras la cuesta de tierra blanca que sale desde la plazoleta. Vas a andar hasta el pueblo, entrarás en el bar y preguntarás si saben de alguna casa que se alquile. 

La primera que te digan, la alquilarás, sin saber donde está, sin preguntar nada, ni siquiera si está en una calle sombría y húmeda o en una solana. 

La mayor parte de la gente sabe conformarse con lo que tiene y tú también. 

Tendrá cristales que limpiar y por donde entre la luz. Tendrá una cocina y te ocuparás de que huela y suene a puchero. 

Puedes arreglarte para vivir ahí. 

La vida es sencilla, cuando se tiene el valor de aceptar lo que se tiene. 

Esperas sólo que la casa tenga una matita de dondiegos. Y si no, la pondrás. 

Kim Pérez 29-11-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                 Resurrección de Shangay

 

Creo que una de las máximas inspiraciones o conmociones de un artista es la que le hace crear un personaje. 

Miguel Ángel llegó a ese estado con las Sibilas de la Capilla Sixtina, a las que desde entonces no podemos figurarnos más que con esos rasgos de mujeres hombrunas; otro Miguel, al trazar los dos tipos esperpénticos de Don Quijote y Sancho; Mario Moreno, al ahijar a Cantinflas y una Persona (seguiré con las mayúsculas), que ha renunciado a su nombre real frente al de su Personaje, al visibilizar a Shangay Lily, como sublimación de las toallas que se liaba en la cabeza en su niñez y materialización de las figuras que aparecían una y otra vez fugazmente en su espejo. 

No todos los artistas consiguen consumar tal momento creador: Shakespeare no llegó, ni siquiera con Hamlet, a dejar ver un personaje inolvidable, más real que si lo hubiésemos visto, y sus tragedias son argumentos, no retratos; ni Calderón con Pedro Crespo, ni Dante, que no inventó a nadie. 

Shangay Lily en cambio existe, más verdadera que su Autor, que se esconde tras su figura y hasta ha querido, durante algún tiempo, desaparecer tras ella, como personificadora arrogante del sueño del glamour y la ironía sobre las insuficiencias humanas, color deslumbrante, como el de las pinturas de los niños o el del technicolor, maquillaje estudiadísimo del que se tarda una o dos horas en aplicarlo, como en el kabuki, al mismo tiempo churretón y perfecto, sarcástico, definitivamente español. 

Cuando Shangay se encarna y habla entre su público, condesciende como una diva y sonríe, 

                            "o diva condescendente...",

                             "oh diosa que desciendes...", 

sería la traducción aproximada de una posible pero inexistente aria de ópera; Shangay, diva operística, cargada de joyas, Castafiore o Callas, con su nombre que connota enérgicamente el Shangai Express y a Marlene Dietrich o Lili Marlen y a tantos espíritus de los muertos entonces, revestido con el duro y repentino, o tierno y seguro, final en y griega que permite jugar con la palabra gay. 

Y luego Lily, que viene de lilium, o lirio, porque también hay en ella muy escondido algo de lirio. 

El Artista Anónimo, en este momento, ha hecho más y menos que una comedia o una película o una novela, porque ha trazado un personaje que no necesita de ningún libro ni libreto ni guión para existir,  sino que  tiene tres dimensiones, y  sale de verdad a los bares o las soirées, y pueden fotografiarle los flashes y va solo, sin argumento que le sostenga, como el que se baja de la pantalla en "La Rosa púrpura de El Cairo" y por su manera de hablar se ve que aunque sea de bulto, no es de este mundo.  

Personaje cuya naturaleza consiste en estar ahí, en ex-istir, que significa lo mismo, en tener sombra y ser palpable. Sólo vive de connotaciones, que es lo único que expresa pero las expresa con tal fuerza que es un Personaje verdadero, porque cuando el Autor Anónimo se canse de él, o se vaya, o se muera, cualquier otro intérprete podrá recrear a Shangay Lily. 

La teoría deconstruccionista de lo queer sabe ver en Ella una performance, lo que significa, dicho más corrientemente, una función, una representación. Hace treinta años, se hubiera dicho un happening, un suceso. 

¿Pero qué es lo que sucede cuando Shangay Lily entra en escena, qué representa? 

Es una ubicación en el espacio social de la mediorrealización de un sueño.  

Pero hasta ahora, Shangay era sólo una imagen; le faltaba un argumento; de pronto, lo recibe y se convierte en una historia. 

Voy a contarla. 

Todo era en el fondo muy simple, casi esquemático: un Autor Invisible, Desapareciente, y un Personaje; un Arlequín, Pulcinella y Colombina a la vez. 

Pero el Autor andaba dándole vueltas a la cabeza. Estaba deseando volverse Visible y como que tenía celos y reivindicaba para sí el nombre de su Personaje. 

De hecho, por indicios sacados de allá y de acá, creo que el Autor llevaba tiempo maquinando su volatilización. Es fatigoso, supongo, ser un Personaje. A veces no encaja. A veces se encuentra Uno diciendo cosas que comprende que no corresponden a la Persona (latín)-Máscara de lo que va, y entonces se siente pesadamente cargado. 

O se articulan unas palabras y de pronto se recuerda que los labios que las han articulado están doblemente pintados. 

Hay momentos en que un beso o una mirada requerirían despojarse rápidamente de la capa de maquillaje, en un segundo de tiempo hacia atrás, digamos. 

Nueva performance. El nuevo Shangay (ya no la nueva), para explorar lo que es, tiene que pasar una prueba iniciática. Baja a los infiernos. La primera condición es quitarse el velo del maquillaje. Aparece un rostro humano, simpático e inteligente, de labios que tiemblan ligeramente, a la expectativa. Baja a la tierra terrosa, la del campo, la que embarra y pisan las vacas. El infierno, como la cárcel, tiene reglas; los sueños tienen que ceder.  

Durante algún tiempo conserva el turbante, ya no como alucine, sino como fetiche o uniforme personal, un souvenir de otros tiempos. Luego, también desaparece. El nuevo Shangay debe vestir un mono azul, de mecánico o cortijero, que recuerda los campos de reeducación chinos y al ex Emperador Pu Yi, reconvertido en jardinero, a las órdenes de cualquier funcionario. 

La figura de la Shangay Lily se ha esfumado, sfumata. La Hija del Cielo ha vuelto donde su Padre Celestial. 

El Autor reclama con voz ahogada: "Yo también existo". 

Y por tanto, de pronto, aparece el significado profundo, arquetípico, del drama que se está representando. El Autor está peleándose con el Personaje. Shangay ha visto diluirse su glamour en las duras aguas frías del cortijo (fuera el americanismo de la granja), como yo perdí en la realidad mis sueños en la rudeza de otro cortijo de verdad, de la Andalucía de donde el Autor también ha venido. 

Ahora bien, a partir de ahora, pueden pasar muchas cosas de las que sólo puedo imaginarme algunas: La primera, que siendo Shangay Lily inmortal, alguien, quizá el Autor mismo, quizá otro, puede hacerla renacer, sin muchos cambios aparentes, pero ya será una figura con una historia, con un pasado propio, trágico a la manera teatral o melodramática que le corresponde a Shangay Lily, el Personaje al que su Autor quiso casi matar y no pudo. 

"Los días que Shangay estuvo en un cortijo... los turbantes turbadores defendiéndose entre la prosa de las vacas... las pasiones y las infamias, el secuestro sin comprensión, la sutileza y la rudeza... los dos idiomas intraducibles... " ¿Qué no podrá ser imaginado, para envolver en un halo de humillación y heroísmo a la pobre Shangay Lily, la Flor de la Costa Este? 

Otra posibilidad: El Autor crea otro Personaje, parecido a Shangay, pero más profundo y más complejo. Aprovecha la sabiduría que le ha prestado Shangay, con su ironía, para poner en él todo lo que ha aprendido en este tiempo, y mucho más de lo que él es. Un Personaje que no sólo tiene los ojos del Autor, sino también su piel atezada. Éste no tiene que desmaquillarse. Pone un nombre distinto en su pasaporte, que dice otras cosas. Habla del mar, por ejemplo, la más profunda realidad en la Tierra.  

Otra tercera: El Autor no va a renunciar por cierto al mono de trabajo; una vez que se ha puesto por primera vez el uniforme proletario, no dejará de sentirlo. Pero dirá: "El mono es de Shangay; es ella, la contestaria, la revolucionaria, la que se lo ha ganado". No sé cómo, pero desde ahora Shangay unirá el turbante y el mono. Y además, radicalmente feminista. 

"En pie, los parias de la Tierra..."; o las parias, las mujeres y más parias todavía, las trans que comenzamos a levantarnos y sacar la cabeza. 

Todo esto, cuando se medio ve, no se olvida, y un mono enseña mucho. 

A fin de cuentas, Shangay Lily, la Personaja, es una de nosotras, con quienes ha desafiado al mundo en público, pasionalmente, con la compañía de una trans como Carla, quien también sabía lo que tenía que decir.. 

¿Qué hay por tanto en las trans de Autor o Autora y de Personaje? 

¿Qué hay de performance? 

¿Qué hay de desafío? 

¿Qué hay de revivir? 

Le dedico también estas páginas a Carla Antonelli, que ha sido cariñosa y fiel comadrona, a bordo una vez y otra de un puente aéreo que la llevaba y la traía, de la resurrección de Shangay Lily.

Kim Pérez 22-11-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                       El buen amor

 

"Yo te quiero bien", suena ya a antiguo, significa "yo quiero lo bueno para ti", pero esto es el buen amor. 

Es el amor de ternura; el de ocuparse y preocuparse por otra persona; hacerle regalos y gozar gastando para ella el poco dinero que se tiene, porque es para la persona a la que se quiere bien. 

¡Pobre amor de deseo, ansia, tan egoísta! Acuclillado en su rincón, pidiendo siempre, para mí, dime que me quieres, o qué bueno o qué buena estás, déjame que pruebe tu cuerpo, déjame que ponga mis labios sobre tu antebrazo, cerca de la corva, para sentir tu piel, ahí donde es  más blanca y no tiene vello, tu calor, para ver a qué sabe... 

Mira, es saladilla tu piel, como las lágrimas, que también son saladas... Sorberé tu piel.... 

Déjame, no me mires, soy una fea, una egoísta, te quiero, no, te deseo, eres mi sol, el fulgor rojo que se sumerge en las oscuridades, que me fascina, qué bello eres, qué belleza la tuya, Dios mío, déjame sumirme en ella, abrázame por Dios, abrázame fuerte, que yo me funda en ti, como si pudiera ser una contigo, apretújame, bien fuerte, así, así... 

El buen amor es más sereno, pero no menos fuerte. Es otra cosa, de otra naturaleza, es lo que se tiene ante los hijos. Se los ve, por la noche, dormidos. Tan inconscientes o tan confiados, confiados en tu amor, qué dolor. Por lo que dicen quienes los tienen, duele el corazón por ellos. Eres trans y quizás estás pensando dejar de verlos, porque tú te estás rompiendo y ellos pueden sufrir. Pero "¿cómo podría?".... "Abren los ojos, me sonríen y me echan los brazos al cuello... y esto es lo único en lo que puedo pensar"  

"Soy importante para ellos, existo porque ellos me  ven, pero ven mi máscara, Dios mío, ¿qué puedo hacer?" 

El amor bueno también se puede sentir por una madre. "Estoy nadando, e la alberca, es el calor de agosto, es la luz del sol reflejándose en mil espejos, brillando, deslumbrándome, en cada olita, es la alegría de la vida y mi madre está en la casita blanca, esperando para verme otra vez...  ¿qué más puedo desear?" 

O también se puede sentir algo así por un amante, cuando te has acostado miles de veces con él (bueno, es un decir) y una noche te despiertas, y luego te sientas a los pies de la cama, y  lo ves dormir, indefenso como un niño, y te acuerdas, y piensas en las muchas cosas que habéis compartido, y en cómo habéis reído y gozado y también en cómo os habéis hartado de pelearos y de medio reconciliaros; de pronto se te pone un nudo en la garganta y te inclinas sobre su cabeza, sus rizos negros se mezclan con tu frente, y tus labios, y le besas en la frente, el lugar donde se dan los besos del amor bueno, y se mueve, y dormido te entredice: "¿Qué pasa?" Y le dices "Mañana voy a comprarte una cosita"  medio sonríe y te dice "Pesada..." 

Esta clase de amor las trans lo tenemos crudo, la verdad. Las que somos medio asexuales (porque muchas trans somos medio asexuales), porque no nos va mucho la marcha de los cuerpos,  la verdad, somos más afectivas que carnales y en este mundo es difícil encontrar a quien le interese un cariño que es sobre todo cariño. Las que sois más sexuales, por eso mismo, porque es fácil encontrar quien quiera guerra con vosotras, pero no tanto quien quiera también la paz y la tranquilidad, pasear juntos merendar algo en aquel bar deshabitado en medio de la arboleda, cerca del mar... 

No abunda para nosotras (bueno, para nadie) el amor;  el malo, el de aquí te pillo aquí te mato, sí (y el pobre es amor, después de todo; qué cosas se dicen en los diez minutos antes y mientras), pero el amor de toda una vida, el que te pone reflexiva agradeciendo lo que te ha dado la vida y lo que tú tienes que devolverle, no. 

Pobres trans, algunas condenadas a castidad perpetua. A veces te encuentras en conversaciones y alguien se ríe de pronto a tu lado y dice "Hace tres semanas que no he mojado", y tú te ríes, pero te callas, porque, ¿cómo vas a responder que tú hace treinta años? 

Bueno, menos mal que está la amistad del corazón y la de las mismas trans, tan necesitadas de cariño, o de afecto, o de amistad, a nuestro lado, como nosotras mismas. Nada más llamarte por teléfono, lo notas: "Ésta está sola". 

El amor malo tampoco pide nada y llega al extremo de decir: "Déjame sentirte, déjame verte, tan hermoso como eres, aunque no sea correspondida. 

"Déjame ver tu fina piel de amor. Déjame desesperarme de ansiedad y de frustración, pero déjame sentirte; que yo te vea. 

"No pido a cambio nada; ni siquiera una mano que se pose sobre mi antebrazo derecho y sabe Dios cuánto la necesito.  

"Eso que tienen hasta los pobres de los barrios más pobres del mundo. Porque mucho hablar de subdesarrollo, pero ellos tienen eso y yo no.   

"Les envidio, tienen más que yo, de lo fundamental. 

"Pero sólo verte. Déjame que te vea, moreno; déjame que me muera por ti".  

El amor bueno mueve la cabeza y dice: "Ay, estás loca" y se va a hacer sus cosas, como un buen padre o una buena madre de familia. 

Se sienta tranquilamente bajo el sol y piensa cosas tan concretas como ésta: 

"Este mes no me llega... pero necesito tanto para esto y tanto para lo otro..." 

Sabe muy bien que esta vida es avara y no le pide demasiado, porque para qué. Se contenta con hacer lo que puede por aquellos a quienes quiere. No mucho, quizás. Soñar, claro que le gustaría soñar, pero prefiere no ser un iluso, le gusta ser realista. 

Con los ojos abiertos, tranquilamente, mira la realidad. 

Hace lo que puede. No pide nada. Lo que se encuentre, será bien hallado, con los ojos abiertos de par en par, atentos, sabiendo entender y valorar ese cariño momentáneo o duradero con que otros ojos le miren.

Kim Pérez 15-11-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                Candy, quince días

 

Mi padre estaba sentado frente a mí, callado, pero con la expresión de ansiedad que tenía con frecuencia en los últimos años, como si quisiera decirme algo. Detrás de mí, no sé porqué se me viene tanto a la cabeza, estaba la librería, con algunos libros. 

Entre mi padre y yo, la mesa camilla, y yo, leyendo el periódico, cuando de pronto, en una página, resplandeció y me hirió hasta el alma el anuncio de un espectáculo de travestis. Decidí que tenía que conocerlas, ya que no podía hacer otra cosa, como si fueran agua para las fibras secas de mi corazón. 

Tuve que hacer algunos trucos, llamar a la sala de espectáculos diciendo que era periodista, para pedirles que me dijeran en qué hotel se hospedaban y luego ir al hotel con la misma historia, que quería hacer unos reportajes; me daba vergüenza mentir, pero qué remedio... Lo que quería era hablar con ellas y guardar sus palabras, las más que pudiera, porque era lo único que iba a tener durante los años siguientes y también el recuerdo ansioso de todo lo que pudiera ver y observar y retener. 

Lo conseguí, porque me permitieron estar a su lado, y me contaron muchas cosas, durante los quince días que estuvieron en aquella Provincetown en triste que era Granada a finales de la dictadura, quince días que estuve saliendo todas las tardes, a buscarlas al hotel, a hablar con ellas, ya con confianza, porque enseguida les pude confiar que yo era también una travesti como ellas y que no podía hacer nada, por mi familia, por mi trabajo...  

Me callé que sobre todo  por mis dudas y por mis oscilaciones entre el polo masculino y el femenino, en fin, la triste historia de siempre.  

Pero aquellos quince días estuve con ellas, que la mayor parte eran de Sevilla, aunque no puedo decir exactamente que estuve entre ellas, demasiadas cosas nos separaban, aunque también sopesé, como teóricamente, sabiendo de antemano que no,  por pensar por pensar, pero completamente desengañada de mí, las posibilidades que pudiera tener de irme a  trabajar con ellas... 

Mientras esperaba en el hotel, el primer día, de pronto, desde detrás de una puerta de cristal, tuve el primer resplandor, la sensación de maravilla al ver acercarse a Candy, que todavía no tenía veinte años, derecha y firme, vestida con un traje de chaqueta y un pañuelillo al cuello. Era la libertad en persona para mí, "es un muchacho que va vestido de mujer", pensaba yo con toda la incorrección política habida y por haber, pero para mí los dos datos eran transcendentales, lo significativo era que pudieran estar juntos la libertad y la ropa, y que Candy fuera tan bella, y tan juvenil, y tan sonriente, y tan sevillanamente simpática, y tan amable y tan cariñosa conmigo y tan dispuesta a recoger el cariño que yo le ofrecía a manos llenas. 

Luego fui conociendo a sus compañeras, la primera, la estrella, una belga, alta, estilizada, delgada y ausente, la vedette del show,  que se había operado, luego las españolas, un muchacho transformista, de Melilla, que había tenido que escapar de una familia militar donde su lado femenino no tenía sitio, y una trans gitana, Zimbra, que me contó toda la aventura imposible que era entonces ser trans y gitana en un pueblo grande de Jaén, donde había tenido sin embargo la complicidad de su prima para ir vestida al cine, y arreglarse en los aseos de señoras, hasta que tuvo que dejar también el pueblo y a su familia, y buscar suerte en Madrid y en Sevilla... 

Apunté todo lo que les pedí que me contaran, me ponía aparte con ellas y ellas hablando y yo escribiendo a toda mecha (todavía guardo todo lo que apunté), sólo de Candy no quise apuntar nada, no sé por qué, y por eso no recuerdo nada, sólo lo que se quedó en mi alma. 

La belga me bautizó una noche como Tangerine Dream. No entendí bien a cuento de qué venía aquello y me dio un poco de miedo la posibilidad de que fuera un sarcasmo. O me consideraba un intruso o tenía celos por Candy.   

Una mañana salí con ellas a dar un paseo y hacer unas compras, la bella belga entró en una farmacia a comprarse compresas, ahora sé por qué, porque yo también las compro. Toda ella emanaba un aroma químico, que pensé que podía ser el de la operación. 

Aquella noche nos fuimos a una discoteca improvisada en unas cuevas largas y profundas del Sacromonte, en las que se notaba el olor y la humedad de la tierra. Bailé con la belga, que era casi de mi estatura, pero rabiando y llorando por dentro por tener que hacer de varón, aun estando con ellas, porque era lo que se me podía pedir para que no se aburrieran sentadas a la mesa, mirando a otras personas que bailaban. 

Por alguna razón, todo entre la belga y yo resultaba difícil y amargo -excepto la resonancia de ese nombre, Tangerine...-, pero en cambio todos los momentos con Candy fueron dulces y tranquilos. 

Tengo en la memoria algunos: rebuscando ropa en una tienda grande de la Plaza de Bibarrambla, ella tan mujer, y luego saliendo, a la plaza, donde los tilos y los kioscos de las floristas, "físicamente un muchacho y una figura de mujer tan bella", siempre los dos polos de su realidad en mi imaginación. 

Luego, una tarde, sentadas en el pretil del río, en los Jardinillos, al lado del bungalow de la biblioteca pública, hablando largamente, reposadamente, yo gozando de nuestra confianza mientras ella me contaba la historia de sus relaciones con su familia, que he olvidado del todo, quizás porque también fuera una historia en el fondo apacible. Luego he sabido que al lado de donde estuvimos sentados, un poco más allá, al pie de unos altísimos abetos entre los macizos de boj, se conocieron mi padre y mi madre y empezaron su noviazgo. 

Como el contrato del espectáculo se prolongó, se mudaron del hotel de dos estrellas del principio a una pensión, buena eso sí, en un cuarto piso, donde solían ir los artistas y las compañías de teatro 

La dueña hablaba de vez en cuando con los huéspedes y a mí me recibía con cierta confianza, que me enorgullecía. Una tarde Candy le dijo que estaba pensando operarse y la patrona, sabiendo más que los ratones colorados, le respondió que ni se le ocurriera, que se lo quitara de la cabeza, que en cuanto lo hiciera perdería todo su morbo. 

Se fueron pronto de mi Provincetown y todo se desvaneció. Candy y yo nos escribimos algunas veces. Me mandó por Navidad unas fotos guapísimas, una de carnet, sonriendo, labios anchos y seguros, muy pintados, el pelo rubio recogido en un moño elegante, porque era toda una señorita y un pañuelo al cuello como era su costumbre y otra con vestido de lentejuelas, y un marabú blanco todo esponjado, como para una fiesta y aire de estar viviendo sus sueños. 

Más adelante me enteré de que había sido la protagonista de un spot de champán, en el que personificaba a Marilyn, alzando los brazos enguantados con una copa. Pensé que podía estar orgullosa y yo lo estuve por ella. Millones de mujeres genéticas y ella era la elegida para representar a Marilyn Monroe. 

Años de nada, por medio. Luego, cuando por fin estuve entre las transexuales, en Madrid, un día le pregunté a una amiga que había vivido en Sevilla, "¿Conoces a Candy, que tendrá ahora unos treinta años?" 

"Sí...", me dijo.

Kim Pérez 08-11-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                        Fuckgender

 

Fuckgender. Follagéneros. Antes traducía rompegéneros, pero comprendo que así, aunque sea más fino, lo que se rompe es el elemento impertinente o desafiante que hay en inglés. Ahí se ve la experiencia que hay en los Estados Unidos en nuestras cosas. 

Yo nunca he visto un follagéneros moderno ("un o una", diría la Corrección Política, pero hablando de follagéneros, qué más da!), pero sé lo que son porque vi uno en Londres, en enero o febrero de 1972, cuando la mitad no habíais nacido. Era una hippy, vestida con ropas zíngaras, con pañuelo y todo apretado a la cabeza y faldas largas, y corpiño de color violeta y unas barbas negras de cuatro o cinco días, que andaba a grandes zancadas por la acera contraria a la mía, y pasó, y se alejó, y se sumergió en su vida, después de estar un segundo en la mía, lo justo para recordarla treinta y dos años después. 

En aquel momento, yo era una aspirante a trans convencional, por lo que me molestó y hasta me decepcionó un poco aquella figura fugaz, porque no entraba dentro de mis fantasías. 

Ahora me encanta ser una follagéneros. Es una palabra que expresa una actitud orgullosa: te pone por encima de esa clasificación de los sexos que a muchas nos esclaviza con su  rigidez, porque nos resulta estrecha, agobiante, tan o lo uno o lo otro, o lo tomas o lo dejas, o esto o aquello. 

No hay que pedirle permiso a nadie, no tienes que rogar la aceptación de nadie, en esa actitud orgullosa te puedes reír de cualquiera que intente reírse de ti. 

No pretendes ser reconocida como mujer, no mendigas un trato en femenino, no te maquillas con frenesí, no te preocupa tu vozarrón, ni tus rodillas, ni las manos, ni los pies, ni la nuez, eres tú, la follagéneros por encima de todas esas tonterías, a base de haber estado por debajo de ellas, dominada y machacada. 

No tienes que refugiarte en esquemas congraciatorios, en sonrisas anhelantes, para que los demás te atiendan y te perdonen por ser tú. No tienes que cuidar la voz, ni poner gestos modosos, ni decir, como si fuera en un suspiro, que eres intersexual ni recontar los porcentajes de M y de F que te puedan preguntar, ni someterte a exámenes o o reconocimientos, ni demostrar aptitudes y actitudes ante ningún tribunal médico, sino ser tú, la Reina del Mundo, la Follagéneros. 

Cada cual lo vive a su modo, de quienes estamos en esta onda, en lo que puede y como puede, desde luego, porque el mundo no es fácil, bien visto. Yo he procurado resultar una señora de media edad, lo cual realmente es agradable y apacible cuando se consigue, como yo lo he conseguido, pero ya estoy harta y aburrida. 

La señora de media edad es la sometida que acepta sus límites, que resulta aceptable porque es inofensiva, que se busca un poco más de sitio con un suspiro y una sonrisa tímida. 

Yo no soy así. No me voy a dejar barba de cuatro días como aquella zíngara de las grandes zancadas, desde luego, pero no me voy a depilar la cara con láser, no me voy a gastar esa pasta, no me importa que sombree un poquillo ni que pinché algo. 

Si cuando esté al borde de la muerte nadie me afeita y me muero así, será porque soy así. También tengo una raja en la ingle. No parece convencionalmente muy coherente con lo anterior, pero es muy coherente con lo de follagéneros. También me moriré con esa raja. 

Me visto como me apetece. A veces, muy discreta y hogareña, estilo esa señora, y otras me encasqueto mi chubasquero grueso, militar, con el cuello levantado que guarda la capucha para las ocasiones, mi cronómetro de cuatro esferas, como el de mi padre, y me voy a la calle pegando cojetás con los zapatones que me gustan, que lo mismo les da que hagamos inmersión en un charco, que pisar sobre cristales pulverizados como arena. 

Lo que no renuncio es a la falda, eso sí, recta, también militar.  Bastante me ha costado el derecho a usarla... No es sólo eso, es que además es mi garantía y mi emblema. 

Soy bastante follagéneros, la verdad, y eso me hace sentirme libre y segura, como las compresas que uso. Es hermoso sentirse libre, que estás por encima de los códigos de esta vida. 

Aire fresco, qué agradable es. 

Por eso quiero animaros, a quienes sintáis lo mismo, a que lo seáis también, libres y risueñas.

 

Kim Pérez 01-11-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                     Una religión critica

 

La religión se mete a empujones en nuestras vidas por dos bocanas abiertas: la actitud de la jerarquía católica ante los homosexuales y el terrorismo islámico. 

Ambas vías de entrada tienen un factor común: producen dolor. El de los homosexuales al ser culpabilizados (¿nosotros trans, seremos culpabilizados un día, según la respuesta a determinadas preguntas?), y el de los cuerpos al ser destrozados. Quizá no haya dolor en los que son volatilizados. 

En una palabra, la religión nos llama a voces, nos pide que la oigamos y que hablemos de ella. Cambio importante en lo que ocurría hace diez años, cuando parecía una cuestión pasada o que merecía poca atención. 

Pues yo voy a hablar. Comenzaré diciendo que me hipnotizan esos terroristas suicidas. En ellos se ve lo que hace la presencia de Dios en la mente humana. Eso es religión. Me quedo absorta pensando en ellos y en el absoluto al que sirven. 

Yo he leído más que la mayoría de ellos, seguro, porque llevo leyendo desde los cuatro o los cinco años y porque me gusta y por eso ahora soy una persona crítica, lo que significa que sé que debo pensar por mi cuenta, tratar de separar por mi propio esfuerzo lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, y que esto no es sólo un derecho, sino una responsabilidad. Puedo y por tanto debo. 

Entonces, me encuentro plantada frente a las religiones que hablan de una "palabra de Dios", que debe ser, por tanto, indiscutible. No, digo yo, que lo he leído en alguna parte, toda palabra escrita u oída es palabra de hombre; toda palabra de hombre es discutible. 

Mi actitud crítica es por tanto un efecto del respeto a mí misma y este respeto me parece sagrado. Al decir la palabra sagrado, confirmo que éste es el primer mandamiento de mi religión. Si yo debo respetarme como algo sagrado, también debo respetar a quienes son como yo,  y piensan por su cuenta o pueden pensar por su cuenta. Éste es el segundo mandamiento de mi religión. 

Soy crítica y críticamente descubro que algunas cosas (las personas) deben ser respetadas hasta el extremo, hasta dar la vida por ellas, si es preciso. 

Parece mucho decir, pero dar la vida por un padre, por una madre, por un hijo, ¿quién no lo haría? 

Dar la vida por alguna otra persona, que no sea padre, ni madre, ni hijo, ¿quién no lo haría también, por amor, y por su propia dignidad, por el respeto a sí mismo? 

Ojalá yo sepa respetarme y respetar a mis semejantes con la misma fuerza con que otros mueren matando por el honor de Dios. 

A lo largo de mi vida, me han puesto también delante de los ojos al hombre que enseñó a respetar a los otros, como a uno mismo, incluyendo amigos y enemigos y sin mirar si son buenos ni malos, a Jesús el Judío; esas ideas me importan, porque coinciden con las mías, pero en cambio no me importan nada lo que otros construyeron sobre ellas, dogmas, arzobispados, obispados, papados, infalibilidades, inquisiciones ni cruzadas. Por tanto, como sé que  Jesús el Judío hubiera sido amable con homosexuales y transexuales, digo que lo que hacen los que pretenden hablar en su nombre es mentir, hacerse hijos de la mentira. 

Por cierto, como Jesús el Judío pidió que lo recordásemos comiendo y bebiendo, yo lo hago por él cada semana. 

Pero Jesús el Judío fue un hombre y aunque aprendo de él, sé que tengo que verlo de igual a igual. Eso también es mi deber, también es sagrado. 

Lo sagrado se cuela en los momentos más inesperados y de las maneras más insospechadas. Se siente de pronto por ejemplo, cuando queremos a alguien con todo nuestro corazón. Ese amor es sagrado, sea homosexual o heterosexual, y quien lo siente, lo sabe. 

Por encima de todos los voceríos que se armen. 

También es sagrado pensar por cuenta propia; y eso puede llevarnos a donde ni siquiera nos imaginábamos. 

Y también pienso, y estoy dispuesta a rectificar si me equivoco, porque soy crítica, que debe haber algo muy grande que explique toda esta conmoción que es nuestra vida, y diré de paso que la vida trans es mucho más complicada de entender que otras, y que le dé sentido a todo, por absurdo y confuso que parezca, que sea su principio y su fin, pero esto lo pienso por mi cuenta, espero comprenderlo por mí misma, como se siente o se comprende un chiste o un poema o una canción, sin necesidad de que nadie me lo explique. 

Kim Pérez 25-10-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                     No disforia, diferencia

 

La palabra disforia viene a significar disgusto, disgusto de género. 

Pero si se queda así, supondría que es un simple sentimiento, producido por el transcurso de la vida, un enfado más o menos, enfado con el género masculino, pongo por caso, por alguna historia sobrevenida, algo construido, según la teoría  constructivista pura, que no tendría por qué tener base objetiva aunque se instalase definitivamente en la mente, una especie de fobia o resentimiento, causado socialmente. 

Si fuera sólo eso, la expresión "tengo disforia de género", en mi caso, por poner uno, implicaría esta otra, "soy un varón... disfórico de género"... 

Una realidad patológica, un daño estable, una herida más o menos cicatrizada, que obligaría a tomarla en serio y muy en cuenta, pero que taparía otra realidad debajo de la apariencia del sentimiento y por tanto, obligaría a no dejarse impresionar y a ceñirse a esa realidad, aun sin olvidar el disgusto real que produjera. 

Pero en la tranquilidad de esta noche recuerdo lúcidamente cómo llegué a formar mi transexualidad y me reafirmo en que no fue por un simple disgusto, una disforia, sino por la conciencia de un desajuste real entre mis cualidades y las del género masculino, tal como aparecía intensamente definido ante mis ojos, brillando con luces agrias o ásperas, o así me lo parecían, las más llamativas y ruidosas y visibles, que ocultaban seguramente otras formas de la masculinidad, en las mismas personas incluso, más tranquilas y discretas y apacibles pero que por eso mismo se dejaban ver menos. 

No es que yo fuera o me sintiera femenina, con diez años, pero comprendía que mi manera de ser, que definiré como muy sensitiva, vulnerable, intimista, reflexiva, afectuosa, tímida, temerosa aunque propensa a los estallidos de ira, no ajustaba de ninguna forma con la manera de ser predominante de los varones, no ajusta todavía, especialmente cuando observo a los muchachos a los que veo aturdidos por las motos, el fútbol y el sexo (que ahora sé que esconden sus corazoncitos), hablando con vehemencia y diciendo barbaridades. 

 No, definidamente, no soy como ellos, no estoy hecha como ellos desde la coronilla hasta las uñas de los pies. El desajuste que percibo entre ellos y yo es algo real, objetivo, temperamental en el sentido de innato o genético, no construído socialmente, aunque después construyese otras cosas sobre él. 

Ahora, por ejemplo, he aprendido a hablar con los hombres, a conocer sus resortes, a llevarles la corriente, me gusta incluso una parte de su conversación, los entiendo, me enternecen, pero al principio, a los siete, ocho o nueve años, mi manera de ser sólo me aisló, me hizo formar un espacio interior en el que me diferenciaba de ellos con asombro y desagrado. 

El siguiente paso fue añorar la compañía de las niñas, que me parecían más educadas y delicadas, más apacibles y sensibles, mucho más limpias y cuidadosas y por eso más acordes con mi manera de ser. Aquello lo sentí por primera vez hacia los nueve años y era también una realidad objetiva, aunque, como luego he comprendido, yo tampoco fuera exactamente como ellas, sino que mi realidad fuera, con el tiempo, suficientemente ambigua como para sentirme extraña entre ellos pero también entre ellas. 

Por tanto, mi transexualidad y la de quienes se reconozcan en estos renglones, quizás esas personas un poco asexuadas y asexuales que describe Lin Fraser, esté fundada en realidades objetivas, genéticas, temperamentales, biológicas, en proporciones hormonales o configuraciones cerebrales, no en sencillas reacciones biográficas, en construcciones que tengan que ver sólo con las historias sociales; cabe suponer, desde luego, que si mi historia hubiera traído a mi lado compañeros menos típicamente masculinos, excepcionalmente sensibles, afectuosos, protectores, yo no hubiera desarrollado algo tan fuerte como una transexualidad, pero no deja de ser verdad que yo (y ellos) seríamos distintos de esa mayoría de muchachos cuya fuerza vital u hormonal proclama con nitidez el estilo masculino, follonero, androgénicamente inquieto y provocador, móvil, ágil, jactancioso, enfrentado a otros no ya más femeninos, sino más equilibrados o neutros.  

Pero en todo caso, la expresión disforia de género creo que se queda corta en relación con mi experiencia, que no es la de un simple disgusto, más o menos coyuntural, sino la de una verdadera diferencia, más profunda. 

Por eso, voy a dejar de usarla, por lo menos como sinónima de transexualidad en general, aunque puede ser real en aquellas historias en las que no haya conciencia de diferencia temperamental, sino sólo de algún definido golpe, daño o humillación que requiriese buscar el acogedor refugio femenino. 

Kim Pérez 18-10-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                             Pros y contras

 

Todos y todas tenemos que ir pensando lo que queremos porque ahora sí, ahora tenemos la oportunidad de que se convierta en leyes, va a empezar a ponerse por escrito el proyecto y todo lo que digamos podrá tener su repercusión.

Voy a contar hechos y voy a mojarme dando mi opinión, pero que cada cual por supuesto forme la suya y que a ser posible las digamos en voz alta, que se lean en estos foros o en otros, para que se vaya formando una opinión pública trans que sea determinante para nuestras leyes.

Tenemos en Europa en estos momentos dos modelos muy distintos. La futura ley española puede seguir uno de ellos o un rumbo propio e independiente.

El más antiguo es el modelo alemán. Las personas operadas pueden cambiar su sexo legal, todos sus papeles, en una palabra; las personas no operadas pueden cambiar su nombre.

Tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Ventajas: Se basa en criterios objetivos, demostrables. ¿Usted cumple este requisito? ¿Sí? Pues hala.

Inconvenientes: Divide moralmente a nuestro colectivo, al crear derechos distintos y jerarquizados en más y menos. Nos debilita. Cuando tuviéramos que conseguir lo siguiente, válido para todo el mundo, por ejemplo los derechos relativos a la no discriminación laboral, nos encontraríamos escindidos y peleándonos.

Más en profundidad, esta división es grave, porque toca el mismo concepto de lo trans, la transición de género, que posiblemente sea un hecho mucho más unitario de lo que se cree.

El más reciente es el modelo británico. Todas las personas que vivan socialmente conforme a uno de los géneros, tienen derecho, si es el caso, a pedir la reasignación legal de sexo (todos los papeles) A pedir, porque tiene que autorizarlo un panel o tribunal.

En realidad, es un sistema de contrapesos. Todo el mundo puede pedirlo (liberal), pero otras personas tienen que autorizarlo (autoritario)

Ventajas: Que no divide a nuestro colectivo. Cualquier persona puede pedirlo con sólo certificar que lleva tanto tiempo viviendo conforme con el género tal, y poco más. Todos iguales ante la ley.

Inconvenientes: Que te puede dar un pasmo de ansiedad mientras esperas la decisión del panel o tribunal. Que no sabes los criterios o protocolos que van a usar. Que tampoco sabes lo que hay en las cabezas de esas personas que tienen que decidir sobre algo tan sagrado como tu vida.

Resultado de la comparación de los dos modelos: Escapar de la sartén del modelo alemán para caer en la lumbre del británico. Para mí, ni uno ni otro son aceptables. ¿Podemos diseñar un modelo español? ¿Sobre qué base?

Repasemos posibilidades.

Pudiera ser que todos pudieran solicitar la reasignación de sexo legal certificando sólo que tienen los niveles hormonales correspondientes al sexo que demandan y que viven conforme a ese sexo. Esto sería en la práctica un modelo alemán atenuado, que sustituiría la operación por la hormonación.

Ventajas: No hay tribunal que valga por encima de nosotros, sólo los certificados de que se cumplen los requisitos objetivos.

Inconvenientes: Seguiría quedándose fuera el importante segmento de trans que viven permanentemente con arreglo al género deseado, pero no se hormonan, o no se hormonan mas que ligeramente. Los problemas prácticos de su vida social son los mismos que los de quienes se hormonan. Ilustran con la máxima claridad el concepto de sexo social.

Otra posibilidad, que requiere más meditación, información y decisión:

¿Consideramos toda la experiencia trans como única?

¿Conceptuamos sus diferencias como modalidades o matices de esa experiencia única, siempre abiertas al cambio (es decir, que una misma persona pueda ir hacia delante, profundizando su reasignación, o pararse en un punto imprevisto al principio, o ir hacia atrás porque sí, porque ya tiene claro que es mejor para ella?)

¿Dejando abierta esa posibilidad de vaivén, reconocemos una reasignación total, pero condicionada siempre a que: a) la persona quiera permanecer en ese estatuto legal; y b) que sus hechos sean coherentes con tal estatuto, por ejemplo no engendrando voluntariamente como padre o como madre, en cuyo caso se entendería que, de hecho, no quiere permanecer en ese género?

(Hago observar que esta situación es diferente a la del nuevo matrimonio, donde dos hombres o dos mujeres pueden considerarse padres o madres; me refiero a situaciones estramatrimoniales en las que, por ejemplo, sea necesario probar la paternidad para exigir una pensión)

Ventajas: Todo el mundo que vive la experiencia trans, hormonado o no, operado o no, tendría derecho a la plenitud de la reasignación de sexo legal, a la plenitud del sexo social. También estaría abierta la posibilidad de volver atrás, por una sola vez por ejemplo.

Inconvenientes: Yo no los veo; si alguien los ve, que me lo diga.

Kim Pérez 11-10-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                       Nuevo matrimonio

 

Todo el tiempo que ha estado anunciándose la  nueva ley del matrimonio (ya se verá por qué no digo homosexual) he estado pensando en mi amigo, que es gay, así como en los comentarios que me iba haciendo.

La nueva ley le depara sobre todo un sentimiento de dignidad. Sus recuerdos desde la niñez, sus sentimientos, sus relaciones con otros hombres, quedan dignificados públicamente por una ley respaldada por la mayoría del pueblo español.

Si ahora se casara, lo haría en Valencia, de donde es, públicamente, acompañado por sus padres y sus hermanos y por los amigos de la familia, una boda tan solemne como otra cualquiera, una boda legal con los mismos efectos y el mismo reconocimiento social que otra boda cualquiera.

Por eso, el determinante "mismos" es tan importante. Porque si hubiera cualquier restricción, aunque fuere mínima, ya todos pensaríamos que los homosexuales son una categoría distinta e inferior, aunque fuese mínimamente, a los heterosexuales.

Ya volverían a estar legalizadas las miradas por encima del hombro. Ya la propia dignidad sería un clamor del propio corazón que la sociedad se habría negado a ver. Los primeros registros de parejas de hecho, para los y las homosexuales, no podían ser superados por ningún escalón más, lo que los dejaba a ellos o ellas convertidos en ciudadanos de segunda.

La nueva ley cambia radicalmente la concepción del matrimonio y la de la entera sociedad; por eso decía antes que en realidad es más adecuado llamarla ley del matrimonio que ley del matrimonio homosexual.

Desde ahora, simplemente, el matrimonio no es una institución entre el hombre y la mujer, sino entre personas. Del Código Civil se van a borrar expresiones como "marido y mujer" y se va a poner "cónyuges".

Cónyuges serán cualquier tipo de personas que quieran contraer la clase de compromisos y reconocerse mutuamente los derechos que supone el matrimonio.

Más profundamente dicho, este paso supone la consecuencia lógica de la racionalización de la vida humana, entendida como vida pensante, consciente, emotiva, por encima de cualquier otra diferenciación, que pasa a ser secundaria.

Las culturas anteriores habían dividido a los humanos por estamentos o "estados", en los que una circunstancia secundaria se superponía sobre su condición personal y se traducía en distintas situaciones jurídicas. En otros tiempos, en España renovados entre 1939 y 1975, las condiciones de clase, los distintos oficios, las distintas religiones, concedían derechos distintos y también los hombres tenían un estatuto y las mujeres otro.

Pero en la cultura moderna, la condición de persona aparece con tal fuerza radiante, que eclipsa a todas las demás. Casi todos los hechos a los que me he referido, han ido desapareciendo de la consideración jurídica y con este paso, lo hace también el último resto de valoración legal de la diferencia entre el hombre y la mujer: el que exigía que el matrimonio como compromiso supremo sólo podía tener lugar entre uno y otra.

Este punto de vista que se fija en la igual condición de las personas humanas, por encima de sus circunstancias, es también un abstraccionismo por encima de cualquier naturalismo.

Es como si nos dijera: todos los seres humanos estamos atrapados en la naturaleza, somos inteligencias condicionadas, y todos debemos liberarnos de nuestro atrapamiento y nuestros condicionamientos, situarnos por encima de ellos, usarlos, no ser usados por ellos. Conceptos que suenan familiarmente en los oídos de las personas transexuales, por cierto.

La homosexualidad es cuestión de sentimientos o de deseos, de conciencia, personal, más que de atracción impersonal de un cuerpo por otro, por la sabiduría de la especie que quiere reproducirse y recurre a todos los procedimientos para conseguirlo, como sucede en la heterosexualidad. Es verdad que los cuerpos corresponden mejor en la heterosexualidad que en la homosexualidad, pero no es en el fondo sólo cuestión de cuerpos, sino sobre todo de espíritus: los hombres homosexuales prefieren la compañía de otros hombres, prefieren el sexo con ellos, es cuestión de amistad, de afinidad, de sentimientos, de pensamiento, del placer producido por el encuentro milagroso con quien es verdaderamente un compañero, un camarada, todo personal. Lo mismo se puede decir de las mujeres homosexuales.

Homosexualidad y heterosexualidad no son simétricas, no son relaciones distintas pero iguales, no hay en ellas sentimientos equivalentes. En la heterosexualidad tira muchísimo lo biológico, la naturaleza, lo animal, que se impone sobre lo personal. En la homosexualidad lo personal ocupa el primer plano y la naturaleza se pone a su servicio.

Es el naturalismo filosófico de Aristóteles, renovado en la Edad Media por Fray Tomás de Aquino lo que sigue gravitando sobre nosotros, por su aparente fuerza lógica. El ser humano tiene que obedecer a la naturaleza, someterse a ella, dice. No, qué va; el ser humano tiene que someter a la naturaleza, ponerla a su servicio. Respetarla y cuidarla es una cosa, someterse a ella algo muy distinto. Según el naturalismo, lo peor sería lo que llama actos "contra natura" (por ejemplo, la homosexualidad). Según este otro criterio, lo peor son los actos "contra homine", contra los humanos, (como la intolerancia)

Por cierto, lo que decía Jesucristo, sobre que las leyes están hechas para el hombre y no el hombre para las leyes, se parece más a este segundo criterio, pero lo que dicen muchos cristianos se parece más al primero, desde que decidieron tener como maestro bajo cuerda a Aristóteles, más que al que tenían que tener.

De esta manera de pensar, de esta primacía de lo personal, del pensamiento, del sentimiento, sobre lo biológico parece que se va viendo producirse como una desencarnación de lo humano.

Lo humano es, desde estos momentos, más lo mental que lo fisiológico o lo anatómico; lo humano son las inteligencias sentientes; llamamos humano al pensamiento atrapado en determinadas circunstancias materiales en el que nos reconocemos; humano es el hombre elefante y humano es un tetrapléjico; aunque dependamos de estos factores, no nos ponemos a su servicio, sino que hacemos todos los esfuerzos imaginables por ponerlos al nuestro.

Por eso el homosexual no se deja condicionar por sus genitales masculinos, ni la homosexual por los suyos femeninos para tener que obedecerles, para someterse a esa realidad y mantener relaciones sexuales sólo con mujeres o con hombres, aun en contra de sus sentimientos, que son más personales que esa naturaleza.

El homosexual o la homosexual afiman a gritos si es preciso sus sentimientos y al hacerlo afirman su humanidad y el puesto del ser humano por encima de la naturaleza.

Lo mismo pero más a fondo hacemos los y las transexuales, que parece que llevamos por instinto este criterio hasta sus últimas consecuencias.

No nos importa nuestra naturaleza, nos importan nuestros sentimientos. Por eso, tampoco es importante siquiera que una persona transexual esté operada o no. No es importante lo que parezca corporalmente,  guapa o fea, flaco o recio, lo que importa es su voluntad, lo que quiere ser.

Lo esencial es que no quiere vivir obedeciendo a sus condiciones corporales de nacimiento, quiere vivir conforme a lo que quiere, conforme a su humanidad.

En ese proceso vital, puede ser que renuncie a sus órganos genitales, si esta renuncia es indispensable para el equilibrio de sus sentimientos. Puede hacerlo; lo personal es prioritario sobre lo biológico.

Por tanto, el nuevo matrimonio crea una nueva sociedad, definitivamente integrada por personas iguales, definidas por su igual o potencial capacidad de pensar y sentir, sin que las condiciones diferenciales tengan ninguna importancia.

Esa sociedad que ya es presente también es la nuestra, la de las personas transexuales, que con tanta facilidad resolvemos nuestras contradicciones internas diciéndonos: "Yo, ante todo, soy persona".

Bendito sea el momento en que esta ley fue presentada.

Kim Pérez 04-10-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                              La desconocida

 

En el golfo de la luz blanca y azul, en la Playa de la Puntilla, estamos comiendo enfrente del pinar espeso y de la ruina financiera de Puerto Sherry y los barquitos de vela en el agua y a lo lejos las edificaciones azules de Cádiz.

Mi amiga Lola me alerta mirando y en voz baja: "Una trans".

Está en la mesa de delante, un poco a la derecha y la miro con atención: elegante de postura, facciones apretadas y reconcentradas, sombra en la mejilla, un tatuaje en la paletilla atravesado por los tirantitos finos del bikini rojo y la bata que se ha puesto encima, sí, una trans, para quien sepa mirarla.

La gente no hace caso ni de ella ni de nosotras, comiendo su pescaíto frito y bebiendo sus cervezas.

En su mesa hay cuatro personas, ella de espaldas a mí, un hombre mayor, de chaqueta oscura y gorra, a su izquierda, una mujer también mayor, algo gruesa y de negro, a su derecha, un chavalillo de unos catorce o quince años a su frente.

Comen y hablan sin mucha animación. Nuestra compañera los mira comer, callada.

Como está de espaldas, temo que no nos haya visto. Decido hacer un número para que se dé cuenta de que estamos aquí, para que venga a hablarnos si le apetece.

Salgo, paso por medio, me pongo delante, yo tan visible, me pongo a hacer fotos, ¡chac!, a la derecha, a los pinos, ¡chac!, al frente, a los barquitos, ¡chac!, a la izquierda, a la curva de la playa, con mucha parsimonia. Espero que se haya fijado en mí.

Vuelvo. Lola me dice que ya antes había vuelto la cabeza disimuladamente para mirarnos.

Estamos cuatro trans en cuatro metros cuadrados, Lola, Sofía, yo y ella, con nuestros acompañantes, como tranquilamente (yo), nadie se fija en nosotras, nadie hace comentarios, esto está enteramente postqueer.

Pienso en la familia de ella. El hombre de la chaqueta oscura y la mujer de negro deben de ser sus padres o sus tíos; venidos de un pueblo del interior como lo denota su ropa, tan poco playera; venidos con su otro hijo, el adolescente, a verla, en la playa, donde ella debe de vivir y donde los ha invitado a tomar el aperitivo.

Ella lleva el pelo cortado estilo crin o estilo erizo, una melenilla medio larga, tintadas las puntas en amarillo limón, un tono crudo, como el estado de ánimo que transmite.

Está en la playa en su aire, en su mundo, esto lo domina, sabe dónde está y lo que quiere.

La familia termina las cervezas y se levanta. Ella le da un beso al hombre de la chaqueta y otro a la mujer de oscuro, sin muchas ceremonias ni muchas despedidas, y ellos se van por la derecha, saliendo entre los poyetes de la terraza, mientras que ella y el muchachillo, su hermano, se van por la izquierda, bajando unas escalerillas.

La veo un momento más de perfil. Anda bien derecha, como con orgullo. Su nariz se aprieta hacia abajo y sus labios también quedan como apretados. Se ve que no intenta disimular que es trans, la cara lavada después de meterse en el mar y sin maquillaje. La sombra de la barba se la oscurece. Y qué, parece decir.

La batilla está usada, desde luego es poco glamourosa, y el bikini colorado parece desteñido por el agua y el sol. Se va con firmeza, seguida por su hermanillo.

Me gusta su manera de ser, me gusta mucho. Soy trans, soy una trans, parece repetir sin palabras, ser trans es esto, esto es lo natural, no intento mantener un estilo particularmente femenino, lo justo para sentirme a gusto.

Yo casi me atrevería a pensar que sus padres, o sus tíos, no la aceptaban al principio, pero ahora poco a poco la van aceptando, hasta el punto de mandarle al hermano menor a que pase con ella las vacaciones en el apartamento y hasta el de aceptar su invitación para reunirse con ella en este bar y tomar unas cañas.

Todo se va volviendo normal aunque a la vez no lo sea. Ésta es nuestra vida.

Kim Pérez 27-09-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                            Manuela en el pueblo

 

Manuela trabajaba de zapatero de su pueblo, hasta que se decidió a decir en público que era una mujer y que le gustaban las mujeres. Dos cosas que cayeron como se puede suponer.

"¡Manuela!", le gritaban por las plazuelas al principio, y era por coña, era el terremoto que había dislocado al pueblo, tan aburrío, todo el mundo por fin con un tema de conversación, hablando y comentando y criticando en los supermercados y en las peluquerías y en todas partes.

Todo esto que se dice tan pronto necesita mucha explicación de cómo se llegó a eso, pero no la voy a dar aquí. Manuela acababa de ver cómo se desvanecía su mundo ordenaíco de hasta entonces, al lado de la madre de sus hijas y de sus hijas, dos primores, las dos rosas de su vida. Pero al salir a la calle arreglada como primero supo, al tirarse el pueblo encima, perdió casi del todo a sus flores. Los muchachos, sentados en el pretil de la iglesia, le tiraban cristales rotos al pasar, o le decían cosas que ella tenía que disimular mirando hacia el suelo; el cura se preocupó y predicó en misa sobre el respeto que necesitaba, pero fue peor, lo tomaron como que les estaba restregando cómo eran.

Lo peor fue la segunda parte, porque como ella declaraba en las tiendas y a quien se encontrara que le gustaban las mujeres, las clientas que iban a llevarle los zapatos, de pronto le tomaron miedo al runrún y al que dirán y dejaron de llevárselos.

Manuela, que había vivido bien hasta entonces, se encontró sin trabajo, esperando a que llegara un cliente o una clienta que no llegaba y sin dinero, viviendo de una pensioncilla que le pasaba el Gobierno y que no voy a decir de cuánto es, pero que os lo figuráis, y del huertecillo que ella misma se había hecho entre dos caminos, recogiendo el agua de la lluvia en un bidón y regando con una manga con agujeritos que hicieran un goteo.

Y de pasar por la carnicería, diciendo con dignidad y con aparente despreocupación: "¿Tienes unos restos para mi gato?"

Bueno; ésa es la noche. Ahora voy a contar el día, que ya ha amanecido.

Porque Manuela ha empezado a hormonarse y las hormonas han hecho milagros. Hoy ha venido a verme, no nos habíamos visto hacía meses y nada más verla la he encontrado muy bien y eso que llevaba su pelo recogido, formando un moño.

Pero al pasar al cuartito del ordenador, me he ido dando cuenta de que la cara se le ha redondeado y ahora es una cara de mujer, atezada, campesina, de mujer, y sus brazos desnudos bajo los tirantes anchos de la blusa han engordado y se han ablandado a la vez, femeninamente. Sus gestos también han encontrado la naturalidad de la mujer. Me ha traído un video de Casas Viejas, porque estuvimos hablando de esa historia.

Me cuenta lo mucho que ha cambiado todo para ella en el pueblo desde que las hormonas han hecho su efecto visible. Me cuenta muchas cosas, pero voy a copiar la más bonita, la más profunda.

Una muchacha pasa por la callejuela donde tiene su casilla, la casilla de la zapatería, antigua como solitaria la calle.

"Manuela, ¿tienes un cigarrito?"

"Sí, pasa". Entra en la casa, donde no ha estado nunca, y como si supiera, sube las escaleras y entra al cuarto.

Se sienta en la cama, extiende los brazos, se quita la ropa. Suspira.

Los hechos se precipitan. Las estrellas brillan en el cielo del campo, tan ancho, tan iluminado, todo el pueblo pequeñito bajo ellas, como un sombrero de paja.

Manuela también se ha tendido a su lado.

Las dos miran al techo. Todo es lento, tranquilo. "Tienes pechos", dice la muchacha, pensativa. "Te los puedo tocar?"

"Sí, claro".

Unas manos pequeñitas y suaves le tocan suavemente la punta de los pechos. "Fue maravilloso", dice al contarlo. "La piel de los brazos se me ponía así, el vellillo se movía al aire". Ella la acarició igual, con mucha lentitud.

"Mi novio", le decía ella, "cuando llega caliente, es aquí te pillo y aquí te mato".

Era amor y no era amor aquello. ¿Qué nombre se le puede dar? "Delicadeza", dice Manuela.

A medianoche, bajó al piso de abajo a subirle un poco de agua fresca del frigorífico.

La muchacha descansó su cabeza sobre el hombro de Mnuela, blando y moreno.

"Bueno, ya sabes lo que es hacer el amor con una mujer", le dijo Manuela.

"No, tú eres distinta. Tampoco eres un hombre, porque yo sé cómo lo hacen los hombres. Es hacer el amor con una transexual. Es maravilloso".

Con las primeras luces, Manuela le dijo: "No es que te eche, pero está amaneciendo".

La muchacha, feliz, ancha, bajó las escaleras y se fue por la calle solitaria. "Nunca me olvidaré de esta noche", le dijo.

Desde que su cara se ha redondeado y los brazos se han ablandado, la gente la trata de una manera distinta.

"Manuela, Manoli", le dicen en las tiendas, ya sin segundas, "te estás poniendo muy mujer".

"Si tu madre te hubiera parío hembra, serías así".

"¿Cómo tengo que llamarte?", le preguntan con consideración a veces. "Pues Manuela, o Manoli", dice ella.

"¡Manuela! ¡Sube!", le dicen las vecinas cuando pasa por la calle. Hablan todo lo que quieren, se desahogan hablando con ella. Saben como es y que no tienen que tenerle el miedo que a un hombre ni el reparo que a otras mujeres.

Hay también mucha curiosidad en ellas, la nota Manuela, pero no morbosidad.

Los muchachos delante de la iglesia ya no se meten con ella. Ella que al principio no se atrevía a entrar con ropa de chica, porque se sentía culpable de algo o insegura, ahora entra con naturalidad.

Manuela me ha traído unos frascos con conservas de alcaparrones y de cebollas y de pimientos que hace ella misma, y unas berenjenas magníficas y unos pimientos que han perfumado el cuarto con un olor recio y picantillo, nada más que abrir la bolsa, de los que cría en su huerto.

La canción del sexo suena en todos los oídos, las letras acompasadas del género también, y ella está encontrando lo que tiene que cantar en ese canto.

Kim Pérez 20-09-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     Cárcel, hospital, trabajo

 

Una compañera que está en la cárcel me escribe insistentemente pidiendo que nuestra Asociación haga algo para mejorar la situación de las trans en prisión.

Mirando al presente, presente, a lo de hoy y ahora mismo, me parece que de momento hemos tocado techo en nuestra capacidad de movilización y de reivindicación; pero mirando al futuro inmediato, también me doy cuenta de que, teniendo una ley en perspectiva, es el momento de conseguir algo que respete mejor nuestros derechos humanos.

Es decir, si se va a hacer una Ley sobre el Derecho a la Identidad de Género, debe ser una ley integral, que además de las cuestiones de papeles o documentación, contemple nuestros problemas específicos que son tan duros como ya tenemos mucha costumbre, en los ámbitos concretos en que tenemos que debatirnos, como las cárceles, los hospitales o la discriminación laboral.

Empiezo por las cárceles porque quiero que este comentario sea también una carta para mi amiga.

Lo primero es que se reconozca que decir trans en prisión es casi una redundancia, en ciertos casos. Es verdad que no todas llegamos a la cárcel, pero muchas veces, las condiciones de supervivencia de las trans, entre la marginación, la prostitución obligada (no libre) o las drogas como evasión de todo eso, ponen a muchas al borde de la cárcel, viviendo en ese mundo de los pobres en que la cárcel, que es sobre todo cosa de pobres, es una de las fachadas que se ven a diario.

¿No puede la Ley disponer que en el Código Penal figure que la transexualidad se pueda considerar, en ciertos casos, como un atenuante?

¿No es la transexualidad, como condición involuntaria, la causa determinante muchas veces de la marginación y de todas sus consecuencias?

¿No es ésta una realidad estructural, que tiene que ver tanto con la disforia de género, por un lado, como con respuestas sociales y culturales que vienen de muy lejos, y que se trata de cambiar pero que todavía no han cambiado, por otro?

No soy jurista, supongo que para todo esto habrá dificultades, pero la realidad es que la marginación predispone a la delincuencia, con lo que sobre una llaga se pone otra, y esto debe ser reconocido.

Ya en la cárcel, me da la impresión de que la situación actual queda en gran parte al arbitrio de la dirección, aunque también parece haber algunas directrices internas.

Creo que a las personas operadas de genitales, con papeles o sin papeles, se las pone en cárceles de su nuevo sexo genital, mientras que a las no operadas de genitales, sea cual fuere el resto de su cambio o de su presencia corporal, se las sitúa en las cárceles de su sexo de origen.

En este segundo caso, me parece haber observado que, en algunas prisiones, especialmente cuando el personal médico o psicológico es sensible a su situación, se arbitran soluciones intermedias, tales como destinar a la persona transexual al módulo de Enfermería, donde puede vivir separada del resto de los internos... no sin sufrir ese aislamiento social como una pena añadida.

Pero en otros casos, me parece que no se hace así, lo que atestiguaría que las directrices no son completamente claras.

La próxima Ley tendría que disponer por tanto que la Dirección General de Prisiones elaborase un protocolo completo y obligatorio sobre el trato a las personas transexuales en prisión, que contase con el consenso de nuestras Asociaciones como primeras expertas en nuestros asuntos, a la vez que con el de otros especialistas.

Cuando llega a un hospital, por otra parte, la persona transexual, además de soportar el dolor que la ha llevado allí, tiene que enfrentarse con una no menos dolorosa sarta de incertidumbres, en cuanto a su ubicación.

Nadie entre el personal parece tener muy claro cómo tratarla, simplemente porque no existe ningún protocolo sobre esta cuestión, ni nunca se han dedicado diez minutos a preparar al personal sobre la atención a pacientes transexuales.

Empezando porque, cuando estás en la sala de espera de Urgencias, por ejemplo, se vocee tu nombre antiguo, si no tienes los papeles arreglados, lo que supone una falta contra tu derecho a la intimidad. ¿Hay algo regulado por las Administraciones hospitalarias a estos efectos?

No; todo queda a la sensibilidad de la persona encargada de la recepción; quizás, si se le ha advertido, haga algo tan sencillo como decir sólo tus apellidos. Y "consulta 7", puede añadir después.

Luego, si tienes que ingresar, queda la adjudicación de habitación.

Contaré que yo me vi, después de un accidente, confinada durante media hora o una hora en un cuarto de ingresos de hombres, pese a que tenía ya mis papeles como mujer, pese a haberlo dicho.

Intentaron contentarme diciéndome que era un cuarto mixto, pero allí no vi más que hombres, en camas bastante apretadas unas con otras; no podía ser un cuarto de hombres y de mujeres.

Me fue duro, verme en aquella aspereza, porque era la primera vez después de mi cambio que me vi tratada como un hombre entre hombres, pese a todo, pese a mi voluntad; y estaba todavía bajo los efectos de un accidente y fue en una clínica donde tenían que cuidar de mí pero se tomó aquella decisión.

Tuve que soportarlo nada más que una hora, porque era una clínica privada, pagada con mi dinero para más inri, por mi seguro privado, y pasé luego a una habitación individual.

¿Pero cómo se sentirá quien estando machacada, asustada y triste, tenga que compartir durante días o semanas un cuarto de hombres, como si algún rostro demoniaco se riese de ella y le dijera: "Tú querrás ser lo que quieras, pero yo me voy a aprovechar de tus papeles, te voy a tratar como yo quiera y encima tendré la legalidad de mi lado"?

Pues de eso se trata; de que la legalidad esté de nuestro lado, y la próxima Ley también puede disponer que se elabore un protocolo obligatorio de uso hospitalario, que prevea lo que hay que hacer cuando una persona transexual requiera asistencia sanitaria.

Por supuesto, con el consenso de nuestras Asociaciones.

De la discriminación laboral, todas y todos sabemos que se puede resumir en dos puntos:

El primero, que tenemos trabajo cuando es por cuenta propia o como funcionarias o funcionarios del Estado, sin mayores problemas.

El segundo, que no hay trabajo por cuenta ajena para las personas transexuales.

Así de rotundo y claro, el segundo, sin paliativos (salvo unos pocos casos muy excepcionales u otros que signifiquen subempleo o explotación descarada)

Nuestra progresista, liberal, abierta sociedad para en seco su progresismo, liberalismo y apertura cuando se trata de contratar a una persona transexual, por capacitada que esté y se la vea en la entrevista previa.

Por eso, en los países anglosajones, que llevan más años que nosotros resolviendo la temática jurídica transexual, una de las principales actividades militantes trata de la no-discriminación laboral, tan evasiva y huidiza allí como aquí, pero que merece toda la atención pública.

Creo que la disforia de género produce también una desigualdad estructural en cuanto al acceso al empleo y por tanto debe ser atendida por la Administración no como problemas individuales, sino como un problema colectivo, el de una minoría todavía discriminada y marginada por mil hechos reales.

La forma más adecuada podrán establecerla los expertos laborales.

Pero, como reivindicación nuestra, debemos requerir, no pedir, algún tipo de cuotas o de puntos en las ofertas de empleo público, o de ayudas sustanciales al autoempleo o el empleo cooperativo.

Porque se trata de que el Estado reconozca la deuda que la sociedad entera tiene con nuestras personas. Es una deuda social, que sólo socialmente puede pagarse.

Voy a enumerar ahora, con casos muy reales, los capítulos de esa deuda:

Hemos sido sistemáticamente insultados en el colegio, cuando éramos criaturas indefensas de ocho, nueve o diez años, y a veces los profesores no han hecho nada por cortar esos insultos o incluso los han estimulado.

Hemos sido quizás expulsadas de nuestras familias con quince años, sin terminar nuestras estudios, empujadas a la calle y a la prostitución y no hemos tenido nadie a quien recurrir.

Hemos sido rechazados ásperamente por médicos o psicólogos, incluso en puestos públicos, a quienes, medio siglo después de Harry Benjamin, ningún plan de estudios ha informado sobre la transexualidad.

Hemos perdido nuestros empleos anteriores y nos vemos durante años en el subempleo o la marginalidad.

Personas muy doloridas, porque el proceso transexual suele doler, tenemos que soportar la sorna y las agresiones jocosas de quienes si sólo pudieran ver un minuto por dentro el alma de una persona transexual, se quedarían asombradas de nuestra valentía.

Todo esto es colectivo, todo esto es social, y por tanto si pedimos una cuota en el empleo público no estamos pidiendo un favor ni una compasión, sino que la sociedad nos devuelva algo de lo que nos ha quitado.

Y por tanto, en la próxima Ley tienen que disponerse medidas contra la discriminación laboral, tan radical, que seguimos padeciendo, y deben consensuarse con las Asociaciones de transexuales.

Kim Pérez 13-09-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                     Que nadie decida por mi

 

Prácticamente ya, en España empezaremos a hablar de la próxima ley de Identidad de Género.

Empezar a hablar, quiere decir esto: que los y las trans mantendremos debates cada vez más intensos en nuestros foros y que convendrá que lleguemos a un consenso muy generalizado y muy racional para que no haya más remedio que tomar en cuenta nuestros criterios.

Desde luego, ya hemos empezado con el debate, ya veo que empieza a formarse ese consenso y lo único que quiero con este comentario es hacer conscientes a todos y todas de algo que me parece fundamental.

Lo resumo en el título del comentario: que nadie decida por mí.

Lo primero, en la misma elaboración del Proyecto de Ley. Los y las transexuales debemos primero escucharnos entre nosotros (por cierto, lo mismo los españoles que los de otros países que participan en estos foros; todo lo que afecta a los y las transexuales de un país afecta a los de cualquier otro; por tanto, hablemos todos) y luego, conforme se vayan formando nuestras posturas colectivas, ser escuchados y atendidos por los partidos políticos, puesto que somos racionales y tenemos experiencia como nadie de lo que vivimos y de lo que necesitamos.

(El Proyecto de Ley anterior fue bien intencionado, pero se elaboró por expertos y sin que hubiera debate previo de nuestras asociaciones; el resultado fue la fuerte contestación que sufrió por parte, especialmente, del Col.lectiu de Transsexuals de Catalunya, al que los hechos le han dado en gran parte la razón)

Pero lo segundo es más irrenunciable: que la futura Ley no le conceda a nadie el derecho a decidir sobre mi vida.

Me refiero a lo siguiente, que hay que tener muy claro: la Ley inglesa, la Gender Act, que desde su promulgación es ya un precedente al que no se puede renunciar, da una de cal y otra de arena.

La de cal, lo bueno, es que no liga cambio de papeles con operación, sino con la realidad social.

La de arena, lo malo, o hasta lo muy malo, es que como contrapeso para esta libertad, crea un panel o tribunal de expertos que debe decidir si una persona es transexual o no y por tanto, si procede concederle el cambio de documentos, o no.

Estoy de acuerdo en que la realidad del cambio social debe ser sólida y demostrable, puesto que las personas disfóricas de género podemos pasar por fases diferentes, mientras decidimos nuestro papel social y, si en una de esas fases, que pueden ser pasajeras, hacemos algo tan trascendente como cambiar nuestro sexo legal, en la siguiente nos encontraremos con problemas...

Pero a ese contrapeso de prudencia se puede llegar de varias maneras en las que ahora no voy a meterme, pero que sí tendrá que ser de lo que hablemos a fondo en estos meses.

(Y por supuesto, dan ganas de repetir lo que se dice en las bodas: Quien tenga algo que decir, que hable ahora, que estamos a tiempo y que si no, calle para siempre)

Pero lo de que sí voy a hablar es de las razones por las que el contrapeso que figura en la Ley británica me parece tan malo.

Recordemos que le da al panel de expertos la potestad de decidir sobre la transexualidad de los o las solicitantes.

Primer problema: ¿Hay expertos en transexualidad? Todos sabemos lo diferentes y discrepantes que son las explicaciones sobre la transexualidad. Se hacen clasificaciones y siempre se quedan personas fuera de las clasificaciones. Se establecen requisitos, y al cabo de unos años se ve que resultan totalmente equivocados.

La transexualidad es un hecho para el que todavía no existe suficiente explicación científica, en una palabra. ¿Puede haber expertos en algo que no se puede explicar suficientemente?

Mientras los expertos hablan y opinan desde fuera, los y las transexuales sabemos nuestra verdad desde dentro, y la fuerza que tiene. Somos nosotros, colectivamente, quienes hemos enseñado a los expertos lo que saben, con nuestras explicaciones. Somos nosotros quienes les podemos decir "eso que dice usted es correcto; o en eso se equivoca", y ellos no tienen más remedio que escucharnos, porque ellos no son transexuales, ellos no saben lo que sentimos.

Pueden ayúdanos a poner orden en nuestros sentimientos y nuestras decisiones, precisamente porque están fuera y pueden pensar más fríamente, pero sólo ayudarnos, no tomar decisiones por nosotros.

Con esto se llega a lo esencial.

No podemos consentir, en general, que nadie, por preparado que esté, tome decisiones sobre nuestras vidas en algo que es tan fundamental e íntimo como las cuestiones de identidad.

Es decir, no podemos aceptar ningún sistema legal que se base en un principio de autorización y no en el principio de reconocimiento.

El principio de autorización, que es en el que cae la Ley británica, consiste en que sea otra persona la que decida si se te concede el cambio de documentos o no.

El principio de reconocimiento consiste sólo en comprobar si cumples objetivamente los requisitos establecidos por la ley.

Si funciona el principio de autorización, tú tienes que presentarte ante el panel o tribunal con la incertidumbre de no saber cuál va a ser su decisión.

Si funciona el principio de reconocimiento, tú reúnes tus certificados, y te presentas ante la administración con la certidumbre de que cumples todos los requisitos establecidos, sean cuales fueren.

Bajo el principio de autorización, todos los casos individuales son examinados uno por uno; estamos solos o solas, con nuestras historias, ante el tribunal; dependemos también de la formación, del temperamento, del humor, de los prejuicios, de los miembros del tribunal.

Te dicen que no, y tu vida legal y social puede verse comprometida durante años o para siempre, según que esa decisión sea apelable o inapelable; o tienes que irte a otro país.

Bajo el principio de reconocimiento, existen unos criterios legales claros para todos y todas las transexuales. Es importante establecerlos y definirlos de manera abierta y racional, y en ese establecimiento contribuimos todos y todas, colectivamente, con la fuerza que nos da nuestra organización, durante el periodo de discusión de la Ley; una vez establecidos, todos y todas sabemos a lo que atenernos y presentaremos nuestra solicitud de cambio de documentación con la seguridad de que tiene que ser aceptada.

Kim Pérez 06-09-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                               Como, no por qué

 

Tengo un montón de papeles; poniendo orden este verano, me encuentro con el texto de una conferencia que me bajé de una página llamada http://www.genderweb.org/experien/obstg.html / .

Al volver a ella me encuentro que su título completo es "Observations about Transgender People", que fue la intervención de Lin Fraser, su autora, en la ETVC (una asociación de transvestistas de San Francisco, creo) el 11 de agosto de 1990.

Lin Fraser es una psicoterapeuta especializada en temas de género. Pertenece a la Asociación Harry Benjamin. Su estudio me ha parecido tan impactante, que voy a reseñar y comentar ampliamente una de sus partes, la relativa a las clases de transexualidad que conoce.

Trata de las clases de transexuales MtF que está acostumbrada a ver. Precisaré que no habla del porqué, sino del cómo. Es decir, no se ocupa de la discusión sobre las causas y trata sólo de las diversas formas de la transexualidad de las personas a quienes ha conocido.

Nada de biologismo ni de biografismo, por tanto; sólo una descripción de lo que ve y un intento de agrupamiento de las personas según la manera de vivir su transexualidad.

Dice que en su experiencia profesional ha visto tres maneras de sentir la transexualidad MtF. Pongo lo esencial de lo que dice y lo comento y desarrollo a mi manera.

Empieza por las personas más bien asexuales, que han tendido siempre a ser tranquilas y solitarias; en su niñez, añadiré yo, pueden resultar algo femeninos, pero estoy de acuerdo con ella cuando dice que no lo parecen en la edad adulta, cuando han asimilado las reglas de comportamiento de la sociedad heterosexista; tampoco son definidamente masculinas, lo reconoce; pueden ser ginéfilas o andrófilas, añado también, pero no tanto como `para sentir fuertes y persistentes deseos hacia las mujeres o los hombres, aunque pueden haber llegado a casarse y tener hijos; a estas personas les ha preocupado desde siempre mucho su identidad y piensan en ella continuamente.

Asexualidad me parece que es la palabra clave, en estas historias. Es bastante tranquilizante, bastante biológica, desde luego; hace pensar que la transexualidad es el resultado de un intento de entenderse y de adaptarse en un contexto cultural heterosexista que dice continuamente "o A o B", "o lo uno o lo otro".

Las personas de otra de las clases son por su parte, según lo que ella ha visto, definidamente, intensamente andrófilas; les encantan los hombres y piensan continuamente en ellos, y añado yo que para ellas el cambio de sexo es la condición que posibilita el amor y por eso lo desean ardientemente.

Se ven a sí mismas, sigo yo, como mujeres en el amor y por eso necesitan verse como mujeres en la realidad. Es decir, que mientras las primeras se plantean su identidad en el fondo como algo separado de su sexualidad (aunque puede haber también excitaciones pasionales, pero en el fondo, centradas en sí mismas), en este caso sexualidad e identidad van íntimamente unidas.

Hay también, viene a decir, personas que durante su adolescencia o juventud se han travestido a menudo, con gran intensidad emocional, consiguiendo una agradable excitación sexual o un sentimiento de tranquilidad, por lo que se han considerado sólo transvestistas, dada su fuerte ginefilia y su posibilidad de mantener relaciones fuertes y felices con una mujer; pero mientras que para "los" transvestistas propiamente dichos, explicaré yo, todo queda ahí, sin más, en estas historias se registra que, al madurar, la identidad femenina subyacente iba tomando el primer lugar, hasta definir una voluntad de cambio de sexo.

(¡Qué curioso! Parece como si la feminidad hubiera estado sólo esbozada, o reprimida, durante años, hasta que de pronto se consuma en una especie de resplandor interior, de aclaración interna)

Bueno, paremos un poco; esto es fuerte; hay que pensarlo.

¿Están bien planteadas estas divisiones? ¿Estamos todas en ellas? ¿Falta alguna? ¿Cuál?

De todas estas maneras de ser transexual, cree la autora que si llega el momento de plantearse la operación, adelante, que está indicada para las tres clases, que no se arrepentirán.

También puede ser, digo yo, que haya personas de los tres tipos que no se plantean la operación; lo que pasa es que estas personas muchas veces no tienen necesidad de acudir a los terapeutas y menos a los médicos y por tanto unos y otros pueden no conocerlas ni comprenderlas bien. Por eso, para los terapeutas o los médicos, pensar en transexualidad suele ser pensar en operación, puesto que la mayor parte de las personas a quienes tratan llegan a ellos porque están pensando en operarse; si no, no llegarían.

La autora cree que también hay una forma de reacción transexual en la que es aconsejable mucha prudencia si se plantea la operación o la prueba de la vida real. Es la que se puede describir en términos de transvestismo más estrés.

Una persona verdaderamente transvestista, generalmente está bien como está y no añora ni desea ningún cambio de género permanente ni de genitales. Pero en una época de estrés profundo, que creo que puede deberse tanto al trabajo como a los problemas afectivos, de pareja, etc, es posible que sienta grandes deseos de refugiarse establemente en lo que siempre ha sido su refugio temporal: el mundo de la mujer.

Pero lo que pasa es que en cuanto desaparece el estrés (puede tardar meses o años), desaparece la pulsión. Entonces la persona puede sentirse desorientada: ha dado enormes pasos para ser aceptada en el mundo de la mujer, pero ya no lo desea, o incluso ya no lo soporta.

Si ha llegado a tanto, ahora necesitará pasar el heroico trance de la vuelta atrás, por lo menos en lo social, en la medida en que sea posible y su mundo anterior no se haya desmoronado del todo; si ha sido así, tendrá que edificar un nuevo mundo.

Por tanto, debe recomendarse que, en condiciones de estrés visible, que no se deba a las propias dificultades del cambio transexual sino a otras bien distintas, objetivables (problemas de trabajo, de dinero, con la familia, independientes de la transexualidad) se espere, que no se llegue enseguida, por muchas ganas que haya, a la prueba de la vida real, con sus compromisos casi irreversibles, ni a la operación. Que, al analizar sus motivaciones, la persona mire con atención "¿Hasta qué punto tengo estrés?" Y "¿De qué me puede venir este estrés?".

Estas historias personales se parecen mucho a primera vista a las del tipo de transexualidad que el autor o autora menciona en tercer lugar. Empiezan como transvestismo, hay ginefilia, pero unas se convierten en una nubecilla en cuanto desaparece el estrés y las otras permanecen.

Por tanto, es preciso observarse muy atentamente.

Kim Pérez 30-08-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                                   Seamos PostQueer

 

"Queer" significa raro, en el sentido de "este niño es rarito". También puede connotar, como todos los insultos, la reacción natural del orgullo y la dignidad humana: "¡Soy raro, y qué!" Lo queer es la teoría que lleva estos hechos a sus últimas consecuencias. Usa lo raro como "performatividad" (de " to perform", representar teatralmente), que sería por tanto mejor traducir como teatralidad, u hoy día, como hipervisibilidad, pretendiendo la "deconstrucción" o visibilización y desmontaje consiguiente de las convenciones sociales, sobre todo del poder sectorial que se oculta tras ellas, de manera que pueda emerger otra forma social más consciente, más cooperadora y más libre.

¡Aaaahhh! Respiro.

Para explicarlo mejor, voy a usar una representación, una película, y luego un hecho real.

La película es "Priscilla", que me parece a la vez perfectamente queer y un señalamiento y balización de los límites y problemas de la teoría queer.

Sus tres protagonistas son superteatrales, puesto que llevan de hecho un show, cuyos números siguen una estética tan provocativa que resulta demoníaca.

Pero a la vez son extravagantes al pie de la letra, puesto que vagan por las afueras, por el desierto, el resto de la sociedad ha conseguido encapsularlos en un autobús rosa y eso explica que sea una historia muy triste, en la que la transexual cincuentona es una alcohólica y está sumida en sus quimeras y los dos drags se sienten desterrados.

Lo que "Priscilla" enseña es que la transgresión no siempre deconstruye las estructuras culturales, sino que puede ser aislada, bloqueada, asimilada por los anticuerpos de la conservación social, capaces de dejar que lo teatral sea sólo un espectáculo divertido, una vez que ya no sorprende y que no consigue llamar a las almas.

Paso ahora de la representación (la película) a la realidad.

Voy a llamar queer (no sé si él se considera así) a Leslie Feinberg, a quien se puede llamar icono de la cultura trans (masculina) justamente porque ha producido una imagen inolvidable: una foto suya en la que aparece, de tres cuartos, en pose de culturista, con musculatura de culturista, brillos de culturista, duro, incluso con tatuajes, me parece y cubierto únicamente por un pequeño tanga que permite comprender que su vientre es liso y que no está operado de genitales.

Foto en la que se recoge toda una historia personal y todos sus condicionamientos profundos para decirle a todo el mundo: "soy un tío trans, ¿qué pasa?"

Creo que la historia de Feinberg muestra una manera más exitosa de ser queer que Priscilla porque, desde luego, una vez enseñada, declarada su singularidad corporal, ese tipo de mandíbulas cuadradas, seguramente pinchudas por la barba y voz recia, se mete en unos pantalones y una chaqueta amplia y sale así a la calle, sin teatralidad alguna.

Se puede sacar consecuencias de todo este planteamiento. Una, que somos raros, somos queer, queramos o no queramos. Lo somos objetivamente, independientemente de nuestra subjetividad.

La que mejor se integre, alguna vez tendrá que contar su historia, a un amante, a un médico, y entonces se dará cuenta de que es queer.

A primera vista no tiene mucho mérito esto: somos queer como lo son también, lo quieran o no, los intersexuales, que tienen que andar con las mismas explicaciones. Pero sí tenemos el mérito de que ensanchamos la comprensión de la diversidad humana e incluso de que deconstruimos al ser humano: mostramos con claridad las piezas que lo componen, al hacer ver cómo la pieza género puede contraponerse a la pieza sexo, las complejidades que tienen estas piezas, etc

Eso es llevar a unas autenticidades básicas que permiten repetir el "ante todo, soy persona", tan frecuente entre nosotros, que muestra lo esencial debajo de todas nuestras contradicciones, que nos unifica e iguala como personas, llegando a una desnudez de tipo budista (o de Cioran, no sé), en la que nos separamos no ya de nuestra masculinidad o no masculinidad de origen sino hasta de nuestra transexualidad, para constituirnos en conciencias desnudas, espectantes (mirantes) y expectantes.

Ésta puede ser la salida interior, para algunas y algunos. Hay otras, como el desafío permanente, construido sólo por la fuerza del orgullo o el narcisismo, que se funda en esa hipervisibilidad o teatralidad, tan hermosa cuando se lleva por delante a fondo, porque ese fondo, con la apariencia de fachada, por supuesto, conduce directamente a la misma desnudez interior, a la misma despreocupación y desprendimiento.

Cuántas tías en la prostitución conocen esta forma de belleza y orgullo, cuántas al ser hipervisibles por fuera están ocultando más eficazmente la visibilidad de lo que hay dentro.

Por eso, yo creo que somos y no somos queer. Lo somos en la medida en que somos personas muy diferentes y que necesitamos un espacio para vivir. No lo somos en la medida en que muchas veces necesitamos integración, no la performatividad esa, que es libre para quien la prefiera, sino invisibilidad (para algunos o algunas, es la realidad) o todo lo más una simple visibilidad.

Para muchas y sobre todo para muchos, la integración social, la aceptación, la discreción, si no hay más remedio, para conseguirlas, son el sueño más anhelado.

La performatividad es trabajosa, resulta cansino salir a la calle a afrontar miradas o directamente los insultos de quienes tienen pocas luces y mucha mala leche. Es natural que quien pueda, se integre sin más, y si yo pudiera, estaría seguramente encantada de pasar inadvertida.

Ninguna teoría queer podría convencernos de lo contrario, en ese caso. Que la sociedad se abra por otros medios, pero que nos deje en paz. Que nos deje la paz, lo que mejor puede apreciar quien esté cansado de pelear.

El oleaje furioso de la revolución se extingue suavemente al llegar a esta constatación. Queremos vivir en paz. Intentamos integrarnos lo más posible, en la medida en que podemos. Nos insertamos en la corriente principal de la sociedad, sin más que dejar constancia discreta de nuestra diferencia, cuando es imprescindible.

Sólo que si fuera posible que toda y todos nos integráramos del todo, si sólo existiera ante los ojos de todos la corriente principal (y hay, quienes por sus circunstancias, sólo pueden plantearse, sensatamente, permanecer en ella), correríamos el peligro de que se olvidaran de nosotros como colectivo y de que cada generación tuviera que empezar otra vez, desde cero, luchando por nuestra supervivencia en medio de un silencio general, viviendo lo que hemos vivido.

La única forma de evitarlo o de ayudar a que lo que hemos conseguido no se pierda es ser visible, en la medida de las posibilidades de cada cual, pero no necesariamente (salvo para quien lo quiera así, como mi amiga Lola la del Sacromonte) hipervisible; integrable, mejor que radical, lo que ha sido casi imprescindible antes, pero ya no.

Es la conciencia de que, cuanto más nos integramos visiblemente, más transformamos la sociedad. Una trans o un trans que, como se ha dicho en los foros, baja a la frutería, hace un trabajo, es conocida o conocido en el barrio y respetada o respetado (con las tensiones de siempre) y asume su condición de trans, transforma la sociedad en la que vive, por este solo hecho. No es lo mismo una oficina, una tienda, un colegio, un hospital, en los que trabaja una trans o un trans, que pasea por allí a la vista de todos, que una oficina, una tienda, etc donde nunca se haya visto esto ni se pueda imaginar.

A la fuerza, las mentes están más abiertas y cuando es un gay o una lesbiana quienes salen del armario, o un inmigrante quien se incorpora al trabajo, están más que preparadas para verlo como normal, para saber que el mundo cambia.

Esta mezcla de visibilidad e integración, en la que la transformación social se hace poco a poco, al baño María, es lo que llamo postqueer. Se funda en la experiencia queer, en la afirmación orgullosa del ser raro, o ser diferente, y en la necesidad de que nuestra sociedad sea más libre de cuerpo y alma, pero a la vez sabe que ya se puede intentar esa integración más visibilidad, para quien le guste; y a quien le guste, ¿cómo va a renunciar a ella?

Estamos viendo cómo vamos entrando en lo postqueer paso a paso. A David y Juanma (una pareja gay, para quien no lo sepa) los ha votado la audiencia masiva de la televisión para que ganen el concurso. Tiene que esta transformándose mucho nuestra sociedad para llegar a esto, porque a Juanma y a David los han querido por ser buenas personas, por ser cariñosos, es decir, sin morbo alguno.

La integración es tranquilizadora pero a la vez mantiene abiertas las puertas de la libertad como con fórceps. Conseguirlo costará siempre un esfuerzo y la visibilidad nos ayudará a realizarlo. Repetiré que no estoy pidiendo que se haga visible quien, literalmente, no pueda. Pero sí le pediré que llegue hasta donde pueda, por ejemplo, participando en estos foros, dejándose ver aunque sea bajo la protección de un seudónimo.

Kim Pérez 23-08-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                           Intersexo o herida

 

O hay varias transexualidades o la transexualidad (si es única) se puede entender, por lo menos, de dos maneras:

O se basa en una intersexualidad o ambigüedad temperamental, o radicada en el cerebro, que empuja desde siempre a la persona a sentir desde dentro que su sexo es otro con relación al que aparente le corresponde, o por lo menos que no se encuentra a gusto en él, siendo por lo tanto muy vulnerable a cualquier dificultad para insertarse en él, encontrando que sólo puede vivir en el otro o por lo menos que sólo puede estar a gusto viviendo conforme a las reglas del otro género;

O cuando no se cuenta con esa ambigüedad de base, cuando en la propia historia no hay esos rasgos de feminidad o masculinidad o no están suficientemente definidos como para llamar la atención, se trata entonces de un proceso compensador, defensivo o adaptativo, reequilibrador, que responde, como el sistema inmunológico, a situaciones emocionales que, si no existiera, serían extremadamente dañinas; las cura; las reequilibra.

Tan centrales y fundamentales serían las heridas que desencadenan este proceso, muchas de ellas arraigadas en la niñez, que cualesquiera otras sobrevenidas después como consecuencia del proceso (rupturas familiares, laborales, sociales), por terribles que fueren, serían en el fondo poca cosa comparadas con las primeras y con la necesidad de compensación o cicatrización que supondría el proceso transexual.

Sólo que en este caso, una vez comprendida en la edad adulta la historia de lo que ha pasado, habría que preguntarse si la respuesta tendría que ser enteramente la misma que antes de haberla comprendido. Para buscarla, hay que comprender un poco más: lo primero, que en la realidad, por encima de metáforas como la de la cicatriz, la herida está ahí, abierta.

Para que se entienda bien lo que quiero decir, voy a procurar detallar esas heridas. Queda claro que pueden producirse con o sin los rasgos intersexos a los que me he referido. Si se producen con, simplemente los refuerzan. Pero también pueden producirse sin.

Pueden ser, en lo que se refiere a la niñez, la edad más delicada y cuyas huellas nos configuran, que haya habido problemas muy amargos con el padre, o con los otros niños, o con todos o casi todos los que te han rodeado... o puede ser que, en la juventud o en la madurez, se haya producido un fracaso sentimental de los que te quitan la seguridad para los restos o casi... o que, lo hayas superado todo, pero sufras laboralmente un estrés agudísimo, insoportable...

En todos estos casos, cuando la herida sigue doliendo, se convierte es un hueco, un agujero sangrante, un vacío insalvable de sentimientos de seguridad que debían haber estado ahí y no están; es la nada o la repulsión lo que se siente ante la propia imagen como hombre, sabiendo que he sido rechazado o he fracasado amarguísimamente; por tanto, me falta una identidad, o mi identidad vacila, por eso no me acepto, y por eso busco una alternativa, quiero huir y escapar de esta realidad durísima, quiero figurarme cómo habría podido ser mi vida como mujer, quiero ser mujer, no quiero ser hombre, pongo sobre mi figura la figura de una mujer.

Pero hay una diferencia entre el simple "soy mujer" y el complejo "no quiero o no puedo ser hombre, por tanto quiero ser mujer".

La diferencia, la fisura entre el "soy mujer" y esta otra constatación más matizada, permite relativizar la respuesta transexual. Lo primero que hay que hacer es limpiarla de las adherencias autoginéfilas que la perturban, derivadas de la fascinación, para una mente ginéfila, que produce la aparición de una figura de mujer superpuesta a la propia.

Una de las maneras de debilitar la autoginefilia, por cierto, es la hormonación, que reduce la libido, por lo que permite juzgar más serenamente, aunque a veces desconcierta a quien, a medida que se feminiza, descubre que esa feminización le interesa menos. En ese caso, como se trata de relativizar la respuesta transexual, hormonación fuera, directamente.

Lo segundo, ya más sosegadamente como consecuencia de todo esto, comprender la propia respuesta transexual como un factor de equilibrio que puede ser permanente, necesario, como un marcapasos después de un infarto, como un bastón después de haber perdido un pie, pero que se puede expresar matizadamente, según lo que corresponda a cada cual.

No es preciso quedarse en estas metáforas, para quien no les gusten. También e posible imaginar otras metáforas para describir la respuesta transexual: un refugio, un asilo, un exilio, en las tierras de la mujer, para quien no puede vivir en paz en las de los hombres.

Y hasta algo más fuerte todavía en algunas historias: una salida simbólica de la furia y el dolor, desahogándolos aunque sea a base de cortar y tirar los órganos que se han vuelto aborrecibles, lo que aunque parezca terrible, evita que esa rabia se convierta en agresión contra si, de la víctima contra sí, esa furia que tan a menudo sentimos, en intento desesperado de suicidio, bendito sea Dios.

En todo caso, una vez que se ha comprendido, algo que se puede matizar, usando la inteligencia.

Decir que se es trans no significa entonces decir "soy mujer", sino "soy una criatura herida, cicatrizada, refugiada, exiliada, furiosa".

Cabe expresar todo esto de manera relativizada, sin necesidad de buscar una fidelidad extrema a la personificación de la mujer.

Yo no sé bien si predominan en mí la condición temperamental o las heridas, pero da igual; he sido herida, por lo que seguiré hablando en primera persona del plural.

Pueden imaginarse soluciones como una salida pública del armario como transexual, una declaración de guerra, y al mismo tiempo, porque hay que dejar claro lo que se es, ponernos un vestido, pero no pretender ser una mujer, sino precisamente una transexual.

Recuerdo un documental sobre un ("un") drag queen australiano, que parecía enteramente el inspirador de los tipos de "Priscilla"; entre actuación y actuación, recuperaba su identidad masculina, afligida por muchas historias, y se iba a pasear con su hijo de siete años de la mano, a asomarse a un mirador y mirar un parque; el niño estaba orgulloso de que su papá trabajase como drag queen por las noches e iba incluso al cabaret para verlo.

En el caso de las trans, es más duro, porque no soportamos ir y venir de una identidad a otra, como hacen las drag queens. Pero es posible quedarnos en lo que necesitemos, ponernos un vestido o una falda encima de nuestro cuerpo serrano e incoherente, pero eso permanentemente o no, hormonándonos o no, operándonos si hace falta o no, sin dejar de saber que, en estas historias en las que el factor herida parece ser lo predominante, se trata de un recurso defensivo vital, que nos es necesario como el aire, que sería angustiador no tenerlo, a la vez que se muestra a todo el mundo que sí, que somos transexuales, que no sólo no nos importa sino que queremos que se sepa, que la radicalidad está en el hecho de ponernos esas prendas bien o mal planchadas que contrastan con nuestra voz bronca, o con nuestros grandes pies, o con nuestra barba cuidadosamente afeitada pero perceptible, o con la fuerza de nuestro temperamento, o con nuestro genio que aconseja a cualquier burlón quedarse callado.

Si hay un niño por medio, a lo mejor llega a decir: "Mi papá es transexual y me lo ha explicado".

Lo mismo le pasaba al del documental, que sabía que su papá era drag queen.

Parece que tiene que ser heroico o por lo menos valiente asumir en público que se es transexual sin que eso quiera decir que se pretenda ser mujer. Todo está construido en el fondo para el conformismo de género o bigenérico, las maneras suaves, el arreglo cuidado, el "somos más mujeres que las mujeres genéticas" y el conformismo quita complicaciones y dificultades.

Sólo que, si yo no me veo de esa manera, ¿para qué voy a querer convencer a otros? ¿No es mejor que me vean como lo que soy de verdad, transexual, y que no me importen, sino todo lo contrario, todas las incongruencias que pueda haber entre mi imagen y la imagen de una mujer?

Hace falta ser valiente o realista para afrontar esta continua provocación a los otros, que en el fondo significa: "Tenéis que hacerme sitio a mí para ser como soy y expresarlo como necesito"

Pero en este tiempo, tal valentía es posible, sin que te apedreen por las calles como hace equis años. Y si es difícil, te acostumbras.

Puede saberse por supuesto que el reequilibrio transexual puede requierir un cambio hormonal, o una cirugía de mamas, o de genitales; pero con este punto de vista también se podría expresar todo esto de una forma relativizada y también sería posible que la actitud de relativización permitiera no ir en primer lugar a las soluciones más radicales, no a las máximas, sino a las mínimas posibles, y observar por tanto si cada cual se puede acomodar en las intermedias.

Desde esta segunda forma de comprender la transexualidad como respuesta adaptativa, también se puede defender el cambio jurídico para quien lo necesite, pero como recurso práctico más que como declaración de principio, para quitarse líos en el trabajo, en las tiendas con las tarjetas de crédito, en los hoteles, en los hospitales, con la policía, puesto que en nuestro sistema legal existen sólo dos sexos, y si no puedo vivir a gusto en uno, tendré que vivir en el otro.

También es lógico que se pida la atención mediante la Seguridad Social para quien igualmente la necesite, pero intentando explorar para cada cual las posibilidades de acomodarse con cambios relativamente menores, sin la presión de igualarse del todo con una imagen de mujer.

Se abre también la posibilidad de que haya personas transexuales que descubran que no necesitan ni lo uno ni lo otro.

La necesidad de equilibrio subjetivo se vuelve el criterio decisivo y la propia persona transexual es la única que puede apreciar esa necesidad de equilibrio y decidirlo, porque sólo ella conoce su subjetividad, lo que siente y hasta qué punto (aunque puede aceptar un diálogo con un psicólogo que la ayude a aclarar sus propios sentimientos, pero nunca decidir por ella)

Kim Pérez 17-08-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                       Lo que dicen los sueños

 

Tengo un sueño rarísimo. Estoy con mi hermano Pepe en un hotel pero en la práctica me quedo con la habitación, que es la número 7. Salgo, voy a recepción, que está en un espacio sobrecargado de fastuosos adornos en piedra, barrocos, es en Burgos, y luego vuelvo a la habitación, pero en este hotel los números están desordenados, hay que ir mirando todas las puertas, el 21 está al lado del 8, etcétera; además todas las puertas tienen alturas distintas y hasta contexturas y calidades diversas.

Los clientes extranjeros vagan, despistados, mirándolas por los pasillos, buscando su cuarto, yo le pregunto a una camarera que trabaja por allí, "¿sabe usted dónde está la número 7?"; ella me responde "yo creo que la he visto por aquí...", miramos y miramos, y de pronto la veo, abierta, compruebo que es mi cuarto, porque está desordenado, como lo dejé, y al fondo veo unos grandes tenis blancos de mi hermano...

Cuando me despierto y pienso en este sueño, con el relativo frescor o media templanza de la mañana, me veo a mí misma dentro de una sensación... la palabra que se me viene a la cabeza es impotencia... o pasividad... agradable, despreocupada, que conecto con el tiempo en que compartí tantas cosas con mi amiga Merche, tantas aventuras locas y disparatadas, siendo yo toda sentimiento, mañanas en las calles frescas de su pueblo o en cualquier hotel de cualquier ciudad, mujer, transexual hasta el fondo color crema de mi ser.

Esta sensación, casi olvidada últimamente, me da el significado del sueño y lo voy a explicar.

Llevo meses intentando racionalizar la transexualidad, explicarla lógicamente de una manera o de otra, como lo hice en el comentario que acabo de publicar, el de "Trans Lacan".

En esta racionalización, buscaba explicaciones en la interacción social y familiar que, en el fondo, partían del supuesto de que "¿cómo un niño corriente puede llegar a ser transexual?"

Pensar que yo haya podido ser un niño corriente, parece lógico y natural, y que todo lo que me pasa viene por los problemas que pueda haber tenido con otras personas, pero por lógico que parezca, ya he comprobado otras veces que este tipo de pensamientos me angustian y desesperan.

Ayer tarde llegué al tope viendo una película del Oeste de los sesentas, de Rock Hudson, que me gustan por los paisajes y los cielos azules y brillantes (no me interesan, hasta me fastidian las tramas de peleas y de tiros) Mirándola, sintiendo que no podía entenderme como una de las mujeres de la historia, achiquilladas, frágiles y gesticulantes, pensaba con espanto, sintiéndome perdida "¿Pero dónde estoy? ¿Qué soy? ¿No me entiendo ni como mujer ni como hombre?"

Luego, ya por la noche, salí a tomar unos vinos de verano con una pareja de amigas, a una terraza, y aproveché para desahogarme, diciéndoles que veía la parte masculina que hay en mí, pero que eso me descomponía.

También les dije, riéndome, hasta qué punto me había impresionado la escena de... ¡"Mary Poppins"!, en la que ella llega a la casa y ordena el cuarto de los niños, que la miran maravillados, mientras ella se instala como una gallina llueca que se esponja para que los pollitos se acomoden bajo sus alas...

Una de mis amigas me dio la clave de la escena, al recordarme lo desgraciados que eran los pobres niños, con un padre implacable y una madre frívola que apenas los atendían; igualmente constaté que a mí también me gusta sentirme como una llueca (vieja), que abre sus alas para los pollitos trans despistados...

¿De qué va todo esto, qué tiene que ver con el sueño del hotel?

Pues que el sueño me ha dicho que yo buscaba la lógica (los números consecutivos) por todas partes y que a veces las cosas no son lógicas, son como son. Todas las puertas distintas de altas, todos los números puestos al tuntún, como todas las personas somos distintas.

O que al pensar en acciones y reacciones familiares y sociales yo me estaba olvidando de lo que hay en el fondo de cada persona, de su ser, anterior a todas las acciones y reacciones y que es incluso lo que las provoca.

¿Cómo es posible que haya sentimientos femeninos dentro de una persona masculina? Pues siendo. Esto precede a cualquier relación con hombres o con mujeres, es la manera de ser de cada cual, originaria, antigua, que de hecho yo y otras podemos rastear hasta la niñez, aunque sea difícil ponerle palabras y fechas y ejemplos a esos sentimientos. Pero que están ahí y son el tesoro oculto de mi ser y del ser de otras.

Kim Pérez 09-08-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                        Matrimonio homosexual

 

Jeshua lo que pedía a la gente era que fueran capaces de tener cariño por cualquiera (la palabra cariño me parece la mejor traducción de la que él usaba, a fecha de hoy) 

Para ser cariñoso, es preciso tener un corazón limpio, o necesitado, como el de un niño, y él sabía que, con frecuencia, son los que más han sufrido los que tienen por eso mismo un corazón más limpio, más directo y sin intermediaciones. 

Para ser así, hace falta muchas veces haber sido muy despreciado. Por eso, él le tenía tanto cariño a María Magdalena, una puta, más que a nadie, y él sabría porqué. A otra mujer, que también tenía mala fama, y que le lavó los pies llorando y besándoselos y se los secó con sus cabellos, la perdonó "porque ha amado mucho" . Por lo visto, sabía querer, supongo que incluso a sus amantes. Para entender lo que es querer, hace falta querer; y mucha gente, no es culpa suya tampoco, la verdad, no sabe querer. 

Cuando no se quiere a las personas, se quiere a otras cosas: por ejemplo, según los temperamentos, el orden o la rebelión. Hay muchos a los que les entusiasma el orden, la ley, la ley natural a la que llaman ley divina, porque eso les permite golpear a quienes la rompen, y tener enemigos a quienes machacar siempre es entretenido. 

Ya lo dijo también Jeshua, "la ley es para el hombre, no el hombre para la ley", pero los que no se pueden enterar, no se enteraron, ni entonces, ni ahora. 

Yo no creo que Jeshua hubiera condenado a ningún homosexual por el hecho de ser homosexual. Lo hubiera mirado a los ojos, a ver si veía cariño, nobleza y sencillez, lo mismo que quizá miró a los ojos a aquella mujer a quien los bienpensantes llamaban adúltera y le trajeron para ver si decía si la lapidaban o no, y le hubiera dicho, como a ella: "Hombre, ¿alguien te condena? Pues yo tampoco te condeno" 

Cuando se piensa en el bien y el mal, es preciso recordar esta manera de ver  las cosas, que es lo que parece que no hacen las cabezas de muchos de los seguidores de Jeshua, que no se enteran de lo que él enseñaba. 

¿Qué es matrimonio? ¿No es, entre otras cosas, una unión de amor? ¿Un cariño que une a dos personas hasta el punto de irse a vivir juntas y aguantarse en lo que sea preciso? 

¿Es que no es eso hermoso, y digno, y aceptable, y emocionante? 

¿En caso de duda, quién puede entrar en el alma de esas personas, para saber todo lo que hay dentro? ¿Quién sino Dios? 

Y juzgar lo que puede haber en el alma de dos homosexuales que se casan, y despreciarlo por principio es tan disparatado como juzgar lo que puede haber en las almas de dos heteros. "No juzguéis y no seréis juzgados", dijo también Jeshua, a propósito de la manía de quienes pretendiéramos juzgar y condenar las almas ajenas, en la inmensidad de los días y las noches que las han formado. 

La Iglesia Católica Romana con frecuencia se pone a estudiar la que llama la "ley natural" a la que supuestamente debemos obedecer los humanos, cosa que no viene de su propio corazón, sino de Aristóteles, a quien dejó que se colara en él, olvidándose de lo que enseñó Jeshua de que la única ley que tiene que obedecer el ser humano es la ley de amor. Y nadie puede juzgar si hay amor o no hay amor en el corazón de otro. 

Si alguien dice que hay amor, lo suficiente para vivir juntos, incluso una vida entera, hay que respetar esa afirmación y darle los derechos que le correspondan a quien emprende semejante viaje. 

Lo demás, será cosa suya, ante su conciencia, como nos pasa a todos.

Kim Pérez 02-08-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                   Trans Lacan

 

Soy transexual y he conocido la teoría de Lacan sobre la transexualidad, aunque no en sus escritos directos, sino por medio de los de su discípula, Catherine Millot, ya vieja, ya muerta, porque ha pasado mucho tiempo de todo eso; mi experiencia me depara una posición excepcional dentro de lo psicoanalítico para entender lo que propone.

De hecho, me doy cuenta de que he interpretado a mi manera algunos de los términos procedentes de Lacan; es decir, les he dado una significación viva, desde dentro, que sólo una persona transexual puede darles, comprobando su verdad donde está (aunque puedo equivocarme también) y sus errores más flagrantes. Propios de quien ve la transexualidad desde fuera y aun librescamente, como me temo..

Lo que voy a hacer es comenzar por decir lo que yo he entendido sobre la base de lo que decía Lacan, y cómo lo he transformado, puesto que me explica, aparentemente, mi propia transexualidad, posiblemente la de otras y no la de otras más, puesto que parece que hay varias o muchas transexualidades, lo mismo que hay muchas homosexualidades.

Cuando haya contado lo que veo que debo poner en primer lugar, porque es más congruente con las propias ideas de Lacan, más bello y más fuerte, expondré su propia exposición, que se desinfla y se queda sin mucho sentido al pasar por la experiencia real.

Lo que dice suena desde luego como una barbaridad que impacta, pero que a la vez hace más necesario preguntarse si corresponde a la realidad o no tiene que ver con ella.

Para que se entienda bien todo lo que quiero explicar, recomiendo que se lea despacio este comentario, quien quiera meterse en él, claro, comprendiendo bien cada párrafo, incluso imprimiendo el texto y subrayándolo, porque éste no es un comentario para entretenerse y leerlo a la ligera. Si no se comprende bien, puede indignar y hasta hacer daño, porque sus conceptos, si se quedan mal comprendidos, pueden parecer hasta ofensivos.

Por eso, diría: Quien no quiera leerlo despacio, estudiarlo, en una palabra, que pase de él. Pero como esta sugerencia, por sí sola, hace cosquillear la curiosidad y supongo que sirve de propaganda, que quien siga leyendo se prepare bien y sepa que algunas de las cosas que se dicen aquí no significan lo que parecen a primera vista.

Lacan sitúa la transexualidad feminizante entre varios conceptos que voy a juntar a mi manera y luego, como he anunciado, diré cómo los junta él.

Uno de ellos es lo que llama el Nombre del Padre que, digo yo ahora, es la representación (por eso es un nombre) que nos hacemos de la relación con nuestro padre. Cuando esta relación no ha sido todo lo intensa que ha debido ser, este Nombre aparece desdibujado dentro de nosotros, en nuestra mente, que es su sitio natural, no tiene toda la fuerza que debería tener.

También digo yo: cuando echamos de menos el Nombre del Padre, en nuestra mente queda un hueco o vacío que nos espanta, da miedo, entenebrece con su oscuridad. Esa falta es una herida, que necesita curarse, cicatrizarse y la cicatrización se llama narcisismo.

El narcisismo es admirarse, contar sólo con las propias fuerzas, sentirse omnipotente en el fondo y omnisuficiente, que no se necesita de nadie ni de nada.

Por cierto, sentirse omnipotente puede ir unido también a sentirse omnirresponsable. Quien es narcisista cree que puede hacerlo todo, que puede modificar los movimientos del mundo y de la historia, tanto más los pequeños sucesos de las vidas que le rodean; por tanto es responsable de todo y puede en ocasiones llegar a sufrir grandes sensaciones de culpabilidad derivada de que si puede hacerlo todo, es responsable de todo (yo creo que el trastorno obsesivo compulsivo, el de lavarse las manos por cualquier cosa, es narcisista)

Sigo diciendo yo que los sentimientos hay que representarlos en nuestra mente con alguna figura, lo que hace que algunos se representen mediante arquetipos.

Los arquetipos son sólo figuras, por tanto distintas de la realidad pero parecidas a ella, como una fotografía es distinta de la persona que se representa en ella, que a la vez corresponden tan bien, de una manera tan simple, con sus cuatro líneas, o cuatro trazos, a la estructura y necesidad de lo que queremos representar, que son universales. Vienen de la experiencia común de la humanidad, aparecen en las frases hechas y en los sueños, todos podemos ponernos en ellos y entenderlos (esto lo descubrió Jung)

Se diferencian de los símbolos (por ejemplo, de las banderas) en que éstos no tienen nada que ver con lo que representan. Son significantes convencionales, libres. Los arquetipos, aunque no sean lo mismo, se parecen a lo que figuran.

Una de estas figuras arquetípicas es la del Falo, tomada de la visión de un inmenso pene erecto, pero que no se refiere a él, sino que representa otras cosas mucho más profundas.

Por eso, como estoy hablando de cosas distintas, escribiré Falo con mayúscula, porque es la representación de un sentimiento, algo así como su nombre propio, y de pene, refiriéndome a los órganos concretos, con minúscula, porque es por tanto un nombre común.

El Falo quiere representar la sensación de lo que es Uno, de lo que Está ahí y es Real, de lo que es Potente porque Es. No necesita lo contrario (porque ya sería un concepto dual, formado por dos elementos), pero en cuanto se baja un milímetro de esta sensación, se encuentra lo contrario: lo dividido, lo escindido, lo roto, lo vacío, lo impotente.

El Falo es por tanto la Potencia, capaz de unificarlo todo de un solo impulso. Representa muy bien el empuje narcisista, que ve al propio Sujeto como el Uno, por encima de cualquier Dualidad, Ruptura, Raja o Fisura, Separación, infinitamente Omnipotente. Los significados se van superponiendo como los sentimientos en el alma. Escribo todo esto con mayúsculas porque todo esto son sentimientos arquetípicos. El Falo es el consuelo, la cicatriz de la herida y genera el narcisismo.

Yendo más a lo hondo, el Falo significa lo Uno que se siente como anterior a la Sexuación o la División,

Es el símbolo de la No Sexuación, la negación de la escisión de la que el pene y la vagina son sus tristes expresiones concretas, que al ser limitaciones (o se tiene una cosa o la otra, o se es una cosa, varón, o la otra, mujer) repugnan al sentimiento narcisista: "Yo sólo; yo tengo que serlo todo, dominar sobre todo; no puedo ser sólo una mitad".

El Falo unifica al Ser Humano, respondiendo también el ansia de no tenerlo que representar o como varón o como hembra, rompiéndose el alma en esta escisión de las imágenes, lo mismo que cualquier criatura corre el peligro de romperse entre la imágenes de su padre y de su madre.

Aquí se ve clarament la diferencia entre el pene y el Falo, porque el pene es lo masculino, lo mismo que la vagina lo femenino, por tanto los dos son la dicotomía, la separación, la ruptura o escisión que trae consigo la sexuación (es decir, que mente y naturaleza no corresponden exactamente; la mente tiene dificultades para ajustarse a la naturaleza, o ésta para ajustarse a la mente)

El Falo en cambio es lo Asexual, lo Potente que todo lo une.

Estos sentimientos tan puros y tan fuertes son demasiado para la vida diaria; por eso son medio inconscientes, o están rotos y desordenados en nuestra consciencia, pero quien los tenga, los rconocerá según vaya leyendo (lo que no quiere decir que no me equivoque en parte o en mucho al hablar de ellos e intentar ponerlos en orden conscientemente)

Muchos y muchas, al llegar aquí, dirán "demasiado para mi cuerpo; esto es una locura; ¿es que estamos locos?"

Respuesta: No. Según el psicoanálisis de Freud, de Jung y de Lacan esto es la inteligencia de nuestro inconsciente, que trabaja con símbolos, metáforas y arquetipos sabiendo muy bien lo que significan. Extraño lenguaje que aparece por las noches en nuestros sueños, haciéndonos reír, llorar o simplemente ver, pero que en cuanto nos despertamos, nuestra limitada consciencia no acierta a comprender. Problema de la consciencia, no del inconsciente.

El Nombre del Falo (no el pene real) representa más cosas además de las que he dicho, dualmente. Como figura lo que Es frente a lo que No Es, también es la Presencia frente a la Ausencia y en este punto, su fuerza sentimental, como cicatrizadora de la ausencia del padre, es desgarradora. Cuando se comprueba lo que es la cicatriz, se refresca el recuerdo de la herida que está debajo, aunque se la mira frente a frente, y en este sentido es curativa.

Para mantenerse en este orden de interpretaciones y comprensiones es preciso salirse de la vida diaria, de los conceptos que en ella se usan, y seguir en la selva verdosa del psicoanálisis, radiológica, como quien sigue una ascesis, un camino de profundización, propio verdaderamente de uno de los múltiples yogas.

De momento, sólo insistiré por favor, fijaos bien, para no sufrir y para no equivocaros, transexuales femeninas, en que el Falo es distinto del pene. Sólo tiene su forma externa, pero es otra cosa, un fantasma mucho más potente, grande, pretencioso y real.

Tan lejos está el Falo de ser el pene, que la figura humana que mejor lo representa (para cambiar de imagen, si lo necesitáis) es la de una muchacha, porque es lisa, cuando todavía no tiene pechos; esto lo descubrió Fenichel y lo recuerda Catherine Millot.

Una figura así es esbelta y asexuada; tiene unas líneas simples y puras, por lo que corresponde al Uno perfecto, tiene forma de Uno, mientras que las figuras de los hombres tienen sus líneas alteradas por la inoportuna presencia de los genitales masculinos, adherencias o ramificaciones del tronco de la figura que son de hecho escisiones y rompen la fuerza y pureza de la línea original.

Por todo esto, las transexuales feminizantes que necesitamos ser narcisistas para sobrevivir, por las tremendas heridas que hemos sufrido, necesitamos vernos bajo la forma del Uno que se puede representar a la vez por las figuras inconscientes del Falo o de la Muchacha.

Por eso, quienes sentimos de esta forma, para ajustar nuestro cuerpo a lo que hay en nuestra mente, necesitamos despojarlo de los órganos genitales masculinos que rompen su línea lisa, perfecta, limpiarla de toda ramificación o división.

Al principio, puede ser que nos confundamos y creamos que nos identificamos con la Mujer Adulta, de senos que también rompen esa línea; si eso se produce, es por efecto de la presión de un hecho corporal que se superpone a este impulso psíquico y lo perturba: el instinto sexual; pero creo que lo lógico es que por eso poco a poco nos despojemos del interés por esos senos, vayamos mentalmente a la imagen de la Muchacha.

Todo esto explica por qué las transexuales feminizantes somos a menudo asexuales. No lo somos por falta de impulso, sino por sobra. Buscamos la asexualidad que sentimos que es más fuerte que la sexuación, la unión más potente que la división.

También explica por qué nuestra imagen de la Muchacha es la imagen externa, la de las líneas que nos importan, no la imagen interna de la mujer, que es la imagen de la sexuación, del hueco, del vacío por acogedor que sea.

No queremos acoger; queremos ser.

Por eso, simbólicamente, nos diferenciamos también de los hombres; ellos, como seres sexuados, como parte de la escisión, valoran tener el pene, el instrumento o arma que los defiende de la castración que, mentalmente, es la privación de esa joya; por eso lo valoran y lo defienden sobre todas las cosas, porque les da posibilidades.

Ése es el sentimiento también de los transexuales masculinos: quieren tener el pene, poseer ese recurso, realmente o mediante el símbolo de la masculinización social.

Los hombres, los transexuales masculinos, no quieren ser el Falo, quieren tener el pene, el instrumento, el arma.

Pero nosotras, las transexuales femeninas (por lo menos las que reconozcan esta clase de transexualidad) no necesitamos tener nada, sino ser.

Ser algo muy simple, muy desnudo: lo Uno, representado por el Falo y por la Muchacha.

Éste es el juego que yo hago, narcisistamente, con algunos de los elementos que usa Lacan y con algún otro que no usa. Los elementos con que he jugado son el Nombre del Padre, la Herida, el Narcisismo, el Falo, la Muchacha. Lacan los combina de una manera diferente.

Él parte de los conceptos del complejo de Edipo, de Freud y de la teoría del significante/significado de Saussure.

Del complejo de Edipo saca dos cosas: una, el juego del Deseo de la Madre (que entiende tanto por Deseo hacia la Madre, nacido, concreta, de la ansiedad por sus ausencias, que hay en el niño, como por Deseos de la Madre, o sea, lo que la madre desea, en lo cual creo que desbarra, como Freud, porque el niño puede ignorarlo perfectamente) y otra, el Nombre del Padre.

Lacan usa también la lingüística de Saussure (el descubridor de la relación significante/significado) para representar este conjunto de relaciones por un conjunto de representaciones o significantes, que por eso no son lo mismo que ellas, que juegan lingüísticamente en nuestra mente.

Los hechos se sustituyen por palabras y las palabras, libremente, se combinan, descombinan y recombinan en nuestro pensamiento, donde pueden ser más ágiles que en la realidad física de los hechos.

Algunas de estas combinaciones son metáforas. La metáfora es la sustitución de un significante por otro. Donde quiero decir "vida", digo "verdor"; donde quiero decir "barco de vela", digo "pelícano". Catherine Millot dice, supongo que de acuerdo con Lacan, que cada metáfora abre un juego de significantes (o de connotaciones) interminable.

Bueno, pues el complejo de Edipo, según Lacan, es una metáfora en la que se sustituye el significante del Deseo de la Madre por el significante del Nombre del Padre.

Pero cuando el Nombre del Padre funciona débilmente en nuestros sentimientos, no se puede establecer del todo la metáfora; entonces, puede producirse la transexualidad, que consiste, según Lacan, en que el niño que no puede identificarse con el padre, con la función paterna, se identifica con lo que siente que le falta a la madre, que sería lo que tiene el padre, el pene o el falo, tal como lo escribe Catherine Millot, con minúscula. Esa identificación con lo que llama la función fálica, llevaría luego a la identificación con una muchacha, descubierta por Fenichel y a la operación para hacerla más real.

Encuentro aquí muchos puntos que niego. Lo fundamental es negar que el niño pequeño, en general, distinga en los padres la ausencia o la presencia de un pene y que por tanto desarrolle una dinámica tan intensa como la que describen Freud y Lacan en torno a esa cuestión.

Lo segundo, es advertir que el falo con minúscula de que aquí se habla es simplemente el pene, no el Falo con mayúscula que he considerado antes como representación arquetípica nada menos que del Ser y del Uno, entendimiento que he encontrado en la propia Catherine Millot.

Me da la impresión de que la interpretación de Freud y de Lacan es un discurso elaborado a partir de un caso individual que luego se ha generalizado.

La descripción de las personas transexuales que hace Lacan es bastante chocante. Parece que se funda más en la erudición libresca que en la práctica clínica. Supongo que, como la mayor parte de los psiquiatras no especializados, tendría la ocasión de encontrarse en su vida como mucho con dos o tres transexuales y que por eso, sus análisis parecen apoyarse en la lectura de Freud, especialmente en el estudio del famoso caso de la psicosis de apariencia transexual del Presidente Schreber, cuya experiencia fue muy distinta de la mía, en la medida en que la transexualidad no es una psicosis.

Debido a lo que supongo su escasa información, Lacan sigue hablando de la transexualidad como psicosis, situándola en la falta de ese significante sumamente integrador de la personalidad que sería el Nombre del Padre. Pero en general, se puede responder que, según esto, todas las personas criadas sin padre o con figuras paternas débiles o poco colmadoras, serían psicóticas, lo que está claro que no es el caso.

En cambio, en mi opinión, la transexualidad, o algunas transexualidades, se produce cuando no sólo hay una falta, sino una herida, un dolor y entonces es una reacción defensiva o adaptativa, con fuerza curativa, algo así como el resultado de una capacidad cicatrizadora o inmunológica natural de la mente.

Catherine Millot transforma también las ideas de Lacan, de una manera que resulta interesante. Propone otra hipótesis: que la falta o la debilidad del Nombre del Padre se sustituye o se atenúa por la encarnación de la Mujer, con mayúscula, entendida como la Mujer Perfecta, sin límites ni defectos comparados con otra, para compensar esa falta, deparando el sentimiento de perfección que requiere el narcisismo.

Como en muchas transexuales feminizantes se da la necesidad de identificarse con esa Mujer Perfecta, joven y bella, no pueden identificarse con cualquier mujer, una mujer de la calle, baja, cincuentona, gruesa y sosa, no pueden ni siquiera identificarse y aceptar su propia imagen como mujer, por lo que recurren a un sinfín de cirugías plásticas o de sueños de cirugías, me parece que aquí hay algo de verdad, en relación con el narcisismo y las causas del narcisismo.

Yo llamo a todo eso, intentando mejorar los términos de Millot, Fusión con la Imagen de la Mujer, porque es una imagen vista desde fuera, que se produce cuando se está delante del espejo que tan hondo está también dentro de nuestra experiencia.

Entonces, me parece que las curaciones de la herida, por medio del narcisismo, pueden venir por tres caminos, separados o conjuntos: por la identificación fáliconarcisista, sin más (y entonces no hay transexualidad) o por la identificación fáliconarcisista con la imagen de la Muchacha (y entonces hay la necesidad de una operación de geitales) o por la identificación fáliconarcisista con la Imagen de la Mujer en el Espejo, y entonces puede haber una intensa preocupación por el maquillaje, el arreglo, las formas de mujer 10 y, cuando no es posible, el recurso a todo un programa quirúrgicoplástico.

Kim Pérez 26-07-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Dolores Lola

Lola en el día de su boda

 

Tú eres mujer entera, Lola, por el brillo oscuro de tus ojos, tan apasionados y tan risueños, que acompañan tan fácilmente a la sonrisa de tus labios. Y lo eres por tu repentina seriedad, cuando los ojos siguen brillando, pero los rasgos se inmovilizan en un secreto interior, tan negro y tan hondo.

No sé si esa hondura y ese silencio son la abisalidad de la mujer. Deben de serlo, porque cuando llegan, pones las manos sobre tu regazo, protegiéndolo. Y luego saltas, con indignación y rápida como una cobra, pero saltas.

Tenías que vivir como mujer, desde siempre, desde que naciste, y luego fuiste creciendo y te encontraste jugando con tus hermanas y no con tus hermanos, y gustándote sus muñecas, y quitándoselas y pegándoles para que te las diesen; el mariquita de la casa, desde siempre, a ojos vistas.

Tú no tuviste problemas con tu padre, Salvador, el Fati, hija mía, contra lo que suele pasar. Tu padre para ti fue maravilloso, todavía lo dices con unción y con alegría. En su juventud había sido marinero, pescador, salía a la bahía y traía pescado, ése fue su primer trabajo, pero luego llegó la guerra, tuvo que servir en polvorines y con el polvillo de la pólvora se quedó medio ciego; le cogió mucho miedo y odio a Franco.

Luego se metió a trabajar en las Bodegas Terry, cincuenta años, y allí fuisteis naciendo sus siete hijos. Pero él no era sólo un bodeguero, sino que tenía que hacer algo más grande, y en un campito que tenía criaba gallos de pelea y también conejos.

Tú les llevabas de comer al Reñidero (así se le llamaba), donde estaban enjaulados debajo de un poyete, separados por tabiquillos, para que no se vieran unos a otros, los cuidabas y los querías. También acompañabas a tu padre cuando él iba: "Échale al blanquito, échale al rojizo..." Hasta los sacabas de paseo, sujetos con un palo, porque tenían que andar, para ponerse fuertes para la pelea. Tu padre tenía la ilusión de que te aficionases como él, pero a ti te daban mucha lástima, porque acababan ensangrentados, matándose en la gallera. Tu padre ganaba mucho dinero con ellos, y hasta muchas copas de plata, te llevaba a Sanlúcar y a todos los pueblos de los alrededores cuando había peleas, pero te comprendía y no quería obligarte.

Te quería tanto, que cuando volvía a la casa, lo primero que hacía era preguntar: "¿Dónde está mi Lolete?" Tú, el de en medio, el mariquita, te sentabas a su lado en la mesa, él se ponía a comer pero siempre, con el tenedor o la cuchara, el primer bocado era para ti. Las niñas, tus hermanas, protestaban de que tú les quitases sus muñecas o te pusieras su ropa, pero él debía de saber que las cosas son así, porque no te regañaba nunca. Más te regañaba tu madre, la Gregoria, aunque en realidad también te lo permitía y hasta te hacía la ropita, pero era muy mandona. Tu madre para ti, ahora iré contando cómo estuvo a tu lado.

En el colegio fue más triste todo. Entraste con seis años y dices que eras un niño entonces muy gordito, muy gracioso, pero a quien todos los otros niños, incluso los maestros, se creyeron en la obligación de zaherir. Tú te ibas con naturalidad a jugar con las niñas, como habías hecho desde siempre, tu bata de color azul marino destacando entre las blancas de ellas, por lo que los maestros te descubrían enseguida y te pegaban por irte con ellas: "¡Tú no tienes que jugar con las niñas!"

Tú te remangabas los pantaloncillos, para que la bata los cubriera y pareciera que llevabas faldita. Hasta le pediste a tu madre que te los hiciera más cortos, para podértelos remangar mejor. Pero ante la actitud de los maestros, tuvo que ir una vez tu madre a quejarse, primero al maestro, luego al director, pero no le hicieron caso.

Que los maestros se consideraban autorizados a hostigarte, no cabe duda. Un año, en Navidad, uno se puso a hablar de los juguetes que traerían los Reyes: "A ti, un caballo; a ti, una muñeca; (y mirándote) a ti una muñeca también..." Todos se rieron, claro, enseñados a que no era preciso respetarte; tú te defendías pegándole a todo el mundo y llorando; te hartaste de llorar; eras un niño solitario, tal como dices, porque los niños se reían y las niñas, que temían a los maestros, no querían jugar contigo.

Único rayo de sol entre aquellos nubarrones: con ocho años, tenías una amiga, y ella un hermano de tu edad, un niño guapo, esbelto, de pelo rizado y negro, que se llamaba César. Un día, que estabas con tu amiga en su casa, entrasteis en el cuarto de él, que estaba acostado. Tú, arrobada, te sentaste con naturalidad en los pies de la cama y él se incorporó, sonrió y te dio un beso.

¡Qué beso tan bonito! Nunca se te olvidó. Al año siguiente, aunque eras muy buen estudiante ("mira, papá, me lo aprendo todo de memoria"; "Sí, si ya sé que eres muy inteligente"), como el acoso no cejaba, tu madre te sacó de la escuela, con nueve años.

Te llevó con ella, a la casa donde trabajaba, con tres de tus hermanas, la casa de Don Camilo, el Coronel de Infantería, y allí tú aprendiste y te hartaste de hacer los trabajos de la casa, fregando el suelo de rodillas, limpiando con limón y arena los pasamanos de las escaleras y todo lo que se terciara.

Don Camilo te decía broncamente que tenías que ser un hombre y que ibas a hacer la mili, pero en su casa. Tenías que lavarle la dentadura con el cepillo y ponerle a su alcance el cacharro donde escupía esputos con sangre.

Un día pasó el Domingo, el mariquita que había actuado en Barcelona y que entonces era cocinero en la Cervecería España, y te vio desde la calle: "¡Mira qué gracioso! ¿Tú eres el de la Gregoria, no? ¿Cuánto ganas aquí?" "Setecientas cincuenta pesetas al mes" "Pues donde yo estoy, te puedes ganar eso en una semana"

Coincidió eso con que te vio casualmente Don Agustín, un médico que era muy famoso en el Puerto porque estaba operado de un cáncer de garganta y hablaba poniéndose un aparato de hierro. "¿Tú trabajas en casa de don Camilo? ¿Y le recoges los esputos?" A tu madre, le dijo terminante: "Tiene que irse de allí".

Con lo que te fuiste a la Cervecería, a los diez años, y allí estuviste otros diez, y aunque te subieron el sueldo a mil pesetas, la primera semana después de entrar, al ver cómo trabajabas, la verdad es que te machacaban trabajando.

Platos sucios, vapor del agua caliente cayendo en tromba y ese olor ya de basura, putrefacto, aromático para moscas y cucarachas, penetrante, pegajoso. Freganchín, hay que ver qué título, una hora después de otra. Pero no sólo eso, sino también lavar y restregar las cajas de pescado hasta sacarles el olor y las escamas y salir con un carrito hacia la Lonja, para traer el hielo.

Pero en la Cervecería, aunque te hartases de trabajar, entre los homosexuales y la mujer lesbiana que trabajaban allí, tenías un ambiente protector, para la mariquita adolescente que iba creciendo allí.

Pudiste dejarte el pelo largo, pero era salir de allí o de la casa, meterte por las calles, y de nuevo, aquí y allá, los que no podían aguantarse las ganas, con los insultos, las burlas, incluso las pedradas. Los insultos en particular fueron formando como una úlcera sin costras en tu pensamiento. Salir a la calle era mirar a un lado y otro, temiéndolos y aborreciéndolos. Tú, una persona nacida con tanta dignidad y tanto orgullo natural, tan derecha y tan sincera, machacada por los cobardes.

¡Qué divertido es ver a un muchacho mariquita andando suavemente por la calle, embebido en sus pensamientos! Los mariquitas estan hechos para que los varones se demuestren a sí mismos cuánto lo son.

El muchacho que por dentro era Lola era muy guapo. Ojos muy grandes, muy negros, muy nostálgicos ¿de qué?, facciones ovaladas y un pelo ondulado y oscuro como las olas del mar nocturno, cubriendo las orejas, acariciando la frente.

Muchos de los que lo apaleaban en público, lo seguían con los ojos o incluso se le insinuaban a solas, pegajosos, viciosos por la manera como lo miraban, que Dios los haya perdonado, porque no eran capaces de mirarlo afectuosamente y desear hacerle la vida menos dura. Por eso, casi nadie veía día a día su belleza porque tenía que esconderla en la trascocina, el único lugar en donde tenía trabajo (porque el patrón tampoco querían que el público hablara)

Clandestina belleza.

Fuera de las horas y los días de trabajo, se iba en el autobús, a solas, a la playa, y se escondía en un rincón alejado, detrás de las úlimas retamas, que sujetaban ya la arena entre sus tallos.

Con ropa de varón, pantalón bien planchado y camisilla, se cambiaba apresuradamente. Emergía una diecisieteañera, creándose los pechos con el bikini verdoso que le había cosido su madre, la parte baja del cuerpo protegida por una toalla grande que se liaba como si fuese una falda.

Y ya liberada, bajo la alegría del sol, iba con pasos suaves, pisando sobre la arena hacia el lugar en que podía estar sola.

El pelo se abría y despegaba sobre sus sienes, se suavizaba todavía más, se convertía en una melena corta de mujer.

Las piernas suaves, con una pelusilla que el sol ponía dorada, como los brazos, las veía ella misma como piernas y brazos de mujer.

Era una mujer; ojalá el futuro le permitiese vivir a todas las horas del día como una mujer.

Ser una mujer para todos.

Desde su rincón solitario, descendía de vez en cuando al mar y entraba en su agua caliente. Las olas absolutamente transparentes izaban y bajaban su cuerpo; el bikini llevaba una faldilla, para que con esparadrapo y cuidado disimulase aquello; la banda de tela también ondeaba y cambiaba de color con las presiones del agua y la luz hilada que llegaba a tocarla.

Luego tomaba el sol, pero sentada, los brazos extendidos y apoyadas las manos en la arena y las piernas también extendidas, como las de un Cristo, porque quería mantener los ojos abiertos. Quería ver de lejos las posibles incursiones de los muchachos, que no dejarían de acercarse.

La primera vez cometió el error de hacer caso de las palabras simpáticas de uno que llegó solo. Al oir el timbre ambiguo de su voz, él se quedó callado dos segundos.

Luego miró a izquierda y derecha (tú eras tan inocente que no entendiste aquellas miradas) y se sentó a tu lado, y habló por su cuenta durante una hora, estudiándote.

Luego, su voz se volvió rara, te pidió algo, tú te asustaste, te negaste y él se puso en pie, te agarró por el pelo y te deshizo la cara a bofetadas y puñetazos. Tú te retorcías, te encogías, intentabas protegerte la cara sin resultado, hasta que te dejó inconsciente. Entonces, te violó y se fue, dejándote en el alma, cuando te recuperaste, una desesperación y una desconfianza hacia los humanos que no pudiste olvidar durante meses o años o el resto de tu vida.

Eres tan noble, que ahora casi se te ha olvidado, y se te olvida casi siempre, hasta que cualquier daño te la resucita, haciéndote ver que tienes ahí una cicatriz abierta.

Pero también eres tan valiente, que no dejaste de ir a la playa, aunque las primeras semanas jadeabas de terror cada vez que un muchacho pasaba cerca o levantaba la cabeza para mirarte. Tú volvías la cara, eso era todo, y eso les disuadía.

Lavando platos tú, llegó un día al restaurante un camarero nuevo, un hombre de expresión hermética, labios gruesos pero apretados, como esos diamantes sintéticos que se usan en la industria y gafillas de montura metálica.

Buenos días, buenos días, aquel día no hubo más. Lola (por dentro) le miró de soslayo, mientras tenía los brazos extendidos bajo el potente chorro de agua, manipulando los platos.

El camarero nuevo entraba, tomaba lo que necesitaba o soltaba las bandejas metálicas y salía. Quien era Lola por dentro temió que en aquella mirada inexpresiva estuvieran los desprecios que la asediaban en cuanto pasaba la puerta del fregadero.

Tres semanas o cuatro después, en un hueco de clientes, el camarero nuevo, Manuel, entró y se quedó apoyado indolentemente en los azulejos del quicio, mirando al freganchín.

Hacía aparentemente los gestos, a primera vista despreocupados, de quienes quieren algo o les arrastra algo. Pero detrás de ellos había mucho más, incluso un combate feroz contra sí mismo. La observación, el retumbar por dentro de la observación, la negación de la observación, para un hombre a quien siempre le habían gustado las mujeres.

La manera de lavar los platos; la manera de dar los buenos días y de callarse después; la manera de sonreír, abierta, alegre, en cuanto tenía alrededor las paredes de un refugio. La niña con ropa de niño.

Nadie dijo nada entonces, aunque Lola (por dentro), temía imaginarse a los cuatro camareros comentando sobre su persona y diciendo barbaridades.

La vez siguiente, "¡Oye!", oyó, con una voz metálica pero de acento interesado. Manuel le preguntó sobre su vida y sus sentimientos.

"Yo soy una mujer", respondió Lola (por dentro), muy seria, poniendo en la frase toda su dignidad, "aunque no lo parezca".

"¡Pero cómo vas a ser una mujer!", le objetó Manuel, en el tono del que quiere saber, no el de quien rebate, sino el de quien pregunta. "Serás homosexual, creo yo".

"Soy una mujer. Eso es lo que siempre he sentido y no sé sentir otra cosa", fue lo que se oyó responder, Lola con sus grandes ojos negros y brillantes envolviendo en negrura y seriedad toda su cara, los labios gruesos que temblaron un poco.

"Bueno, yo respeto a todo el mundo", dijo el camarero, "y a ti te respeto igual, pero tengo que advertirte que la gente se cree que no estás bien de la cabeza", y se volvió al trabajo.

Quedó claro que podían ser amigos. Las palabras se quedaban por fin pegadas en los azulejos del cuartito. Siguieron sin faltar nunca los "¡Buenos días!", por parte o parte, ni las sonrisas del freganchín agradecido.

"Yo sé que hay hombres que quieren a los hombres, pero yo no tengo ese gusto", dijo un día Manuel.

"Es que yo no soy un hombre, yo soy una mujer", dijo, escuetamente, Lola (por dentro)

Las conversaciones, largas, se hicieron diarias. Manuel iba a caso hecho al cuartito de fregar. No se daba cuenta, pero por sus venas estaba empezando a correr un líquido caliente, más dulce que el café con azúcar; se derretía. Tenía también pequeñas amabilidades con Lola (por dentro), pequeños detallitos, y ella se fue encariñando de él. El patrón sí se dio cuenta y estudiaba la cuestión.

Antes de que Manuel comprendiera por qué estaba a gusto hablando con Lola (por dentro), el patrón entró una mañana en el cuartito:

"Podéis iros los dos. Yo no quiero maricones en mi casa".

"Mire usted, los maricones son hombres mucho más serios de lo que usted cree, pero yo no soy maricón" dijo Manuel con serenidad y sin alzar la voz.

"Y yo tampoco", dijo el freganchín, por su parte, también tranquilamente.

"Más quisiera usted ser maricón", añadió, secándose las manos.

Media hora después estaban sentados en un banco del parque, desconcertados y callados. Manuel, hierático como acostumbraba, con su cara aparentemente fría detrás de las gafas metálicas, procuraba comprender aquel remolino de hechos. Estaba nublado y empezaba a llover, un día tan desapacible, vacío, despoblado y crudo como sus sentimientos desconcertados.

Arreció y se fueron penosamente, en busca de un refugio. Manuel se enteró entonces, por primera vez, de que su acompañante se sabía marcada, porque no quería, sin necesidad de muchas palabras, entrar en ningún bar, para no marcarlo también.

"No, no; ahí no", musitaba solamente.

Se metieron en la estación, cristales desolados, y se sentaron en un banco. Un guardia civil se acercó a pedirles los papeles, de malos modos y a preguntarles su domicilio.

Los dos se dieron cuenta, a la vez, de que juntos, no tenían domicilio, aunque lo tuvieran por separado, y movieron la cabeza. Aquello los comprometió ante sí mismos, desde aquel momento.

Manuel lo había comprendido todo: "Yo no me separo de ti, si tú no te separas de mí", acabó por decir.

Entonces vino entrar en la niebla. La niebla acogedora y protectora, tras la que no se distingue nada, pero que impide ver el sol. Los días de niebla, las ciudades de la niebla.

Para Lola, descubrir el cariño blanco de Manuel, su paciencia, su constancia. Pero también había empezado a hormonarse. Las hormonas dejaban su libido bajo cero. Sabía lo que era el agradecimiento de las transexuales, a quien te permite ser como eres, desenvolverte poco a poco.

Sin pedir nada a cambio. Amor.

En una foto de entonces, tienes los ojos muy grandes, muy abiertos, en una cara callada. El pelo forma ya una melena corta, se riza, cubre las orejas y cae por la nuca.

Llevas una camisilla de mujer, con unas bandas bordadas verticales a cada lado, y bajo ella se ve cómo despuntan los pechos, casi nada, un poco más que un pellizco. El estradiol o lo que fuera están corriendo por tu sangre y haciendo sus efectos.

Estas sentada, con pantalones y las piernas juntas, sobre las que descansan tus manos fuertes de trabajadora con las uñas pintadas.

Detrás de ti, como siempre, está Manuel, como si fuera tu guardaespaldas, protegiéndote frente a todos, cuidando a esa delicada y difícil criatura que está creciendo bajo su protección, con los sentimientos hechos siempre un torbellino de ansiedades, miedos, rabias, indignaciones.

Todo está entre la niebla. La niebla blanquecina lo esfuma todo en el blanco sin definición. No es las nubes negras y revueltas, la angustia de la tormenta, tampoco es el sol claro. La niebla es hacer tu recorrido a solas, como si estuvieras desconectada del mundo, con la compañía de Manuel, pero teniendo que entenderte tú. También es verdad que la niebla blancuzca se volvía a veces gris verdosa, en momentos en que todo el horror y la pena del mundo volvían sobre ti y que se mantuvo sobre las playas durante casi veinte años (hasta que rompió el sol)

Encontraron un sitio donde meterse, encontraron trabajo los dos, ella de nuevo en una trascocina, pero cada vez más vestida como mujer, hasta que sin darte cuenta casi, ya mujer del todo; melena larga, rizada, ancha, muy andaluza, tez morena, ojos brillantes, boca siempre radiante; cuidándolo también todo, cumpliendo con tu obligación como la mujer que querías y tenías que ser, y Manuel, en su trabajo de camarero otra vez, porque tenía buenos amigos y gente que lo apreciaba; el trabajo no le iba a faltar.

Pero aunque confiaban, y le daban buenos contratos la mayor parte dejaban unas distancias que antes no habían. "Es que vive con una travesti" (había deseo y envidia secreta en estas palabras, pero nunca se llegaba a decirlo, y la frase de deseo se convertía en acusación, en superioridad, al cortarse antes de tiempo y quedarse incompleta)

Los dos solitos, en el pueblo portuario, años y años. Manuel adorador callado de su niña, porque no sabe decir lo que siente. Se queda en silencio, con la boca abierta, como si fuera a hablar, pero calla. Ella en la niebla, contenta pero triste, sin saber porqué, y a veces en la niebla verdosa y angustiosa.

Metida entre las cuatro paredes de su casa, las que corresponden a las cuatro paredes del trabajo y saliendo los dos, de vez en cuando, a la playa, como quien sale al patio de la cárcel. Sabiendo que los dos están señalados. Escribiendo en las horas libres un diario infinito, en un motón desacorde de papeles, en facturas, en hojas de envolver, en servilletas de los bares, porque nunca tenía tiempo para ir a comprar unos folios y ya se había acostumbrado a eso, porque la variedad y la pobreza de los soportes le parecía que correspondía a la de lo que escribía, y el montón a su tristeza.

En el tiempo libre contaba también el de las labores de la casa, porque al fin y al cabo en ellas hacía lo que había querido y era la que era. Por otra parte, tenía que tenerla más reluciente, con más porcelanas, más marcos de plata, más toallas esponjosas, más azulejos destellantes que cualquier otra, por ella misma y por Manuel.

Lo mismo que salía a la calle deslumbrante, peinada con un moño de cabello negro, sonriendo con la boca perfectamente pintada de rojo, arreglada de peluquería todo lo que fuera preciso, con vestidos de primera, por ella y por Manuel.

La verdad es que no conocía a nadie que fuera como ella, una travesti ¿no? y, con su corazón, sentía muy cerca, desde que en su niñez se había quedado boquiabierta frente a ellas, a las mariquitas teatrales que se ponían en los bancos del Paseo, debajo de las palmeras, al caer el fresco, plumiferando y riendo, o a la que tenía el puesto en el mercado, delante del café.

No le quedaba más que mirar de vez en cuando a alguna, cuando salía en la televisión, embobada otra vez, con la boca abierta, imaginarse lo que podían ser sus vidas de artistas en Málaga o en Madrid, y pensar en lo que hubiera sido la suya si le hubiera tocado esa libertad...

Un día le tocó la frente una especie de viento fuerte que hubiera soplado no sólo la niebla sino hasta las nubes que hubiera encima. Como si las lágrimas de su niñez se hubieran convertido en lluvia y ésta hubiera cedido luego ante las dulces acometidas de un sol horizontal pero alegre, que levantase entre el resto de las nubes un arco iris alto, poderoso y resplandeciente. Entre la luz, ella y Manuel se encontraron de pronto como desnudados. La nación había firmado la paz con las transexuales. Ella y Manuel se parecían ahora a Judy Garland y al Hombre de Lata (con gafillas metálicas) que salían en el Mago de Oz. Miraban a un lado y otro sin saber muy bien por dónde tenían que echar.

Kim Pérez 19-07-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                           ¿ Como querernos ?

 

Quienes estamos ahora entrando en estos foros no sólo somos transexuales, sino transexuales entre transexuales. 

Formamos por tanto, nos hayamos dado cuenta o no, una comunidad, que funciona bastante diferentemente de las comunidades gay y lésbica. Gays o lesbianas, cada cual por su lado, se juntan por dos razones: primero, porque se gustan y en la vida del ambiente encuentran ligue; segundo, porque se comprenden, y en sus comunidades encuentran amigos o amigas. 

En nuestro caso, la primera motivación no es el deseo, aunque funcione también unas pocas veces; queda la comprensión, la amistad, el compañerismo dentro de una identidad compartida. Pero esto así por las buenas no es fácil y muchas veces nos encontramos solos y desolados ( o -as y -as; poned lo que haga falta) 

¿Por qué?  

Y...¿cómo remediarlo?; ¿cómo querernos? 

Todas estas preguntas van juntas, porque para poder querernos, tenemos que saber por qué a veces se nos hace tan difícil. 

Hace tiempo, cuando estaba empezando mi cambio, estaba una tarde en una habitación de hotel de dos estrellas con unas amigas, dos trans y una genética: se pintaban, mirándose al espejo, redondeaban los ojos para el rimmel o tendían los labios para pintarlos, había tirantes, ropa interior, olor profundo a cosméticos, perfumes, luz sobre el lavabo, ventanas cerradas, aire espeso, feminidad desbordada que me gustaba, aunque yo no dejaba de sentirme fuera y extraña en aquel ambiente, porque yo no soy tan coqueta (o quizá no era tan joven) Desajustes. 

Otras veces el desajuste llega por otro lado. Te encuentras frente a ti el narcisismo y sus consecuencias, la arrogancia y la agresividad, todo tan trans, aunque a veces ésta se transforma en histeria y de pronto cede, con llantos y acobardamientos (no os creáis que las trans feroces lo son tanto) 

No encuentras el sosiego, la suavidad, la dulzura, la maternalidad de una mujer madura, por lo que adivinas que tienes frente a ti a una criatura insegura, inmadura, con el agrio de una fruta poco hecha. 

No es fácil querernos y, por eso, la mayor parte de las trans andamos solas, preferimos estar solas, aunque periódicamente necesitemos volver a estos foros o quedar con una amiga para desahogarnos con quien nos comprende. 

Ah, y me faltaba otra razón de las que tenemos para no querernos: el efecto espejo que hacemos unas sobre otras, poniendo nuestros defectos a la vista en los de nuestras compañeras. Cuando nos miramos en lo que no nos gusta en nuestras compañeras (o compañeros), inmediatamente nos recuerda lo que no nos gusta en nosotras mismas (o lo que no os gusta de vosotros) 

Tu voz me hace pensar en mi voz, tu estatura en mi estatura, tus rodillas en mis rodillas, o tus anchuras (o estrechuras) en mis anchuras o estrechuras. 

No digamos del efecto multiplicador en la visibilidad, para no pasar inadvertida. Una sola, puede conseguirlo; dos, es más difícil; tres, imposible. "Transexuales, transexuales", dicen los murmullos a nuestro derredor. "¡Yo sola!", nos decimos, "¡me enfrentaré con mis problemas, no con los míos y los de ésta, ni con los míos, los de ésta y los de ésta!" 

¿Cómo podemos querernos, entonces? 

Por lo que sé, respondo así: dejándonos de idealizaciones de lo que querríamos ser o cómo querríamos ser y mirando cara a cara la realidad. Atreviéndonos a mirar con calma y respeto lo que somos.  

¿Y qué somos? Personas envueltas por la vida en una de las aventuras más fuertes en las que se puede encontrar un ser humano: en el cambio de género. Bien lo sabemos, que no se nos olvide por el día a día lo fuerte que es. 

Personas metidas en medio de dolores y de angustias que sólo la costumbre nos hace parecer pasables, con una mezcla de fracasos y de éxitos que pondría los nervios de punta al más pintado y que nosotros los soportamos. 

Es decir, que para querernos propongo que nos miremos sobre todo por dentro, sin hacer caso de la apariencia, bendita sea quien la tenga buena, ni para envidiarla ni para que nos agobie, y que prestemos atención sobre todo a que somos compañeras o compañeros en tan descomunal audacia, que pasamos por lo mismo o parecido y por tanto podremos comprendernos y respetarnos y, cuando lleguemos suficientemente hondo en todo eso, querernos. 

Kim Pérez 11-07-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Calor del verano

 

Hace mucho calor, estoy rara, arrastrada por mis sentimientos, casi delirando, quiero estar así, así soy yo, ¡sentimental!, ¿me oyes?, no racional, aunque la racionalidad me haya arrastrado más de una vez a donde ella quiere y yo no quiero ir más.

Lo primero que descubro, para quitarme vulanicos de la cabeza que justifiquen mi ambigüedad, es que soy inteligente y he leído en un estudio que los hombres y las mujeres más inteligentes suelen ser los más des-generados, los menos fieles a las leyes de género, justo porque pueden vivir medio metro por encima de ellas, relativizándolas pero sobrepasándolas, por su capacidad también de jugar mentalmente en todas las posiciones, las propias y las ajenas, al punto de acabar por no saber cuáles son las propias y cuáles las ajenas.

Entre los inteligentes, pertenezco al subgrupo de los delicados, los que tienen la sensibilidad a flor de piel y ven, sienten, huelen y perciben.

Lo segundo que me desestabiliza de un puñetazo mi fe en mi ambigüedad, leyendo otro estudio, es que mi sitio está en el temperamento sentimental (de ocho posibles) lo que me confirma que soy poco activa, poco móvil, físicamente, que aborrezco los deportes, que soy más bien lánguida, que mi corazón se estremece con facilidad y tiende a ser amable y afectuoso, que me encanta literalmente, me arrastra como un bebedizo, la música desnuda que asciende o desciende según otros golpes agudos...

Que me siento incapaz de follar, que me cansaría y me agobiarían los sudores, pero que soy propensa a ser follada, pero que todo eso está implícito en el formato del estudio, es propio tanto de hombres como de mujeres, no distingue de sexos, de los hombres sentimentales y las mujeres sentimentales y no de otros que no lo son en absoluto.

Por tanto, muchas de mis languideces, que tienen un aire tan femenino, no son de mujer sino de sentimental, lo mismo que hay millones de niños y de hombres que pueden entenderme y a quienes yo puedo entender, palabra que uso porque muchos de ellos serán homosexuales, como mucho. Pero ellos no son transexuales y yo sí. Ni siquiera la falta de empuje sexual es lo que me transexualiza. Hay millones de homosexuales que se entregan, no se adueñan.

¿Dónde está la diferencia entonces, cuál es la palabra que abre los cuartos cerrados?

¿No estará en mis recuerdos? ¿No habré sido yo un niño no-transexual durante algunos años y luego un adolescente transexual?

¿No está en la playa? Yo, pescando a la orilla del mar, con una caña de un metro y una cinta. Un niño de siete años, fijo frente a la inmensidad del mar, que rompe en olas contenidas, disimuladas, frente a mí, sin plantearme para nada lo de no-niño ni lo de no-no-niño.

Luego, o antes, las oleadas de calor, de horizontalidad y de alegría infinita del horizonte, en la desembocadura del Río Verde, en las charcas llenas de renacuajos donde boté mi barquito hecho con un corcho de las redes y una caña de espeto, aguzada en la punta, mientras un poco más allá de la arena, el horizonte azul, azul, luz y brillos vibrantes, daba paso a las diminutas larvas grises que eran los verdaderos barcos lejanos. Belleza y libertad del mar indefinido, frente a las definiciones, vallas y linderos de la tierra, que sólo era igual de bella en las flores grandes, las trompetas y las campanillas, las enredaderas cuajadas de ellas, los aromas nocturnos que hacen perder la cabeza bajo los resplandores trepidantes de grillos, las cañas, los cañizos, los carabineros contra el contrabando y los aventureros de la playa. Yo en una infinita indefinición, en la turbamulta, feliz.

Luego, más tarde, la tierra adentro, aunque también abundaba en rosas de pitiminí, de rosales trepadores, en madreselvas, celestinas, glicinias gris azules y buganvilias fogosas, me encerró desde los siete años en un colegio donde tenía que convivir con otros niños, que fueron mis liberadores sin saberlo ellos ni yo, porque tenían maneras de ser asombrosamente dispares de la mía, al parecer el modelo de la masculinidad, por lo que ahí me planté (por dentro) y me dije: "No quiero ser como ellos".

Probablemente es que nuestras diferencias despertaban su agresividad;  su agresividad despertaba mi agresividad; su rechazo, mi rechazo. Me rechazaban creo que por todo lo que he dicho antes: porque yo era tímido, y ellos descarados; yo leía muchísimo, y ellos jugaban al fútbol; porque pensaba mucho y era físicamente cobarde y no sabía responder a las provocaciones con que los varones se ponen a prueba unos a otros; porque me echaba a llorar; porque no sabía engancharme con ellos ni tampoco esfumarme en el silencio (la solución de otros)

Pienso muchas veces, me acuerdo incluso de una película francesa, que si hubiera encontrado entonces, en los despoblados del colegio, un muchacho que fuera seguro; sobriamente guapo (una belleza seria, nariz corta, líneas fuertes de la cara); dominador frente a los otros, pero protector y amable conmigo; hubiera sido mi amigo perfecto, mi hermano mayor, hasta las estrellas, encargado de enseñarme la vida, capaces de sumirnos mutuamente en nuestros sueños, quizás hubiera sido homosexual o heterosexual, pero en todo caso masculino, porque con su modelo querido, yo le hubiera seguido dócilmente.

Acabo de ver una película de Akira Kurosawa. Los varones guerreros están quietamente sentados, respetuosamente alineados en dos filas; sus ropajes de brocado se extienden piramidalmente sobre sus brazos extendidos; sobre sus piernas plegadas, todo, el cuerpo entero, recubierto en amplios pliegues que destellan moderadamente.

Cada uno está manifestando lo que es, exactamente, sin equívocos: un hombre de honor. "Cada uno es él mismo", dice Jorge, mi amigo.

El honor de sus almas perfuma la estancia y los tabiques de madera desnuda. Yo hubiera aceptado con gusto estar entre ellos, en aquel aire de rectitud y sinceridad. Pero para poder sumarme a ellos necesitaría que mi cuerpo fuera diferente en un solo punto, que no tuviera el gusano de seda, el capullo cerrado que se adivina con presencia universal bajo aquellas sedas y se siente como un orgullo secreto y que por eso me agobia.

Si por lo menos yo pudiera ser el guerrero castrado, respetado universalmente por mi particularidad. Diferente, distinto de todos.

¿Por qué emasculado, por qué mi cuerpo puro, inofensivo, limpio?

Por debajo de aquellos años entre los hombres verdaderos, aquellos años de colegio, sombríos para mí como pudo serlo en realidad el cuartel de los guerreros de Kurosawa, se había estado generando otro sentimiento más radical, que por entonces no pude entender, pero que seguramente actuaba con la fuerza inconsciente que tiene todo lo que no se puede entender ni pensar ni decir.

En la niñez, a veces, raramente, me había fijado en mi órgano genital con una distraída curiosidad, pasando revista a lo que había en mi cuerpo. No me pareció entonces más significativo que el dedo meñique y comparable a él en cuanto a pequeñez, gracilidad y forma, cubierto por una piel suave y pálida.

Era el órgano de la orina y ésta era un chorrito de líquido amarillo y transparente, por lo que merecía menos pudor que el trasero, sin comparación más sucio.

Con nueve años tuvieron que hacerme una fimosis, o algo similar, que requirió una anestesia con éter, la usual entonces, en la que me asaltaron sueños agrios en los que veía colores desagradables y hasta carruseles de estrellas. El descapullamiento que fue su resultado me mostró un genital feo y hosco, coronado por una especie de casco del ejército alemán.

Pero tenían que darse otros descubrimientos, como cuando me enteré de pronto de que había madurado, y fue traumáticamente, con trece años. Lo contaré. Estando de vacaciones en el campo, me lancé en bicicleta por una cuesta de las carreteras de entonces, por donde no pasaba ningún auto. Pero había olvidado que al final de la cuesta había una curva repentina, casi en ángulo recto, que daba a un puente o alcantarilla y éste a un salto de cinco o seis metros.

Di un tirón al manillar, me caí y me deslicé linealmente a lo largo de la carretera, sobre el vientre y desollándome los codos.

Vuelto a casa, me di cuenta esa noche de que el susto me había provocado una urticaria en el genital. Cubierto de granitos punzantes y duros, hinchado, feo, como una pala de chumbera, me producía un picor acuciante, que me obligaba a rascarme continuamente.

Todo era feo y desagradable. Días después, tuve mi primera eyaculación, que me asustó mucho. "¡Pus podrido!". Me avergonzó también. Entré en la clandestinidad del sexo.

Mis genitales me fueron pareciendo después muy feos. Se había perdido la naturalidad con que los veía en la niñez. Su forma, descapullada, era lúbrica pero fea, propia de un sátiro. La piel más oscura los diferenciaba del cuerpo circundante. Llegaron a parecerme postizos, un añadido que no conseguía integrar dentro de una imagen personal.

Quizás lo fueran, si es verdad que en las personas transexuales el sexo cerebral no coincide con el genital y si esto es verdad en mi caso. Jamás los entendí como el medio de expresar mis impulsos más profundos (como los hubiera entendido mi amigo Igor, del que hablaré otro día, tengo su permiso), jamás tuve los deseos de penetrar con ellos (no puedo comprender siquiera que exista ese deseo), de poseer a una persona con ellos, de clavarla como a una mariposa muerta; jamás sentí ese orgullo genital de los varones, esa identificación de su entera personalidad y sus genitales.

Mis genitales me han dado placer, pero a menudo unido a una rabia por su inadecuación, como si mi cuerpo se rebelase e hiciera su vida independientemente de mis propósitos. He mantenido una relación muy difícil con una mujer, nos hemos acostado y nos hemos acariciado, siempre con un slip puesto sobre mi cuerpo, y nunca la he penetrado, ni creo que hubiera deseado penetrar a ninguna otra.

Por fin me hice operar. No me sentí radiante, pero sí tranquila; quizás porque fue una victoria sobre la masculinidad, de la que me libré definitivamente, o quizás porque fue hasta la creación de un nuevo reglamento de la realidad según el cual yo no tenía que ser de la forma en que nací; o acaso (debe ser por esto, sí, así me parece) por una imagen más perfecta de mí, más pura, más recogida, más digna de amar para cualquiera que la mire o la imagine. Llevo ya operada nueve años y sigo contenta de que mi cuerpo haya vuelto a ser inocente, inocuo, liso. Me gusta que sea así.

Por esto, sólo por esto, a mi manera, soy una criatura ambigua o quizás una mujer, lo mismo que otras trans son mucho más mujeres que yo, sin duda y sin embargo no necesitan operarse; son mujeres por otras razones, más abrazadoras de toda su personalidad y más hondas que la mía, pero que por eso mismo tienen tal seguridad en sí mismas, que pueden pasar de historias de genitales. Nada en nuestras historias es sencillo. También quiero hablar de estas historias, donde la feminidad no tiene que ver con la genitalidad. Esperadme.

Kim Pérez 05-07-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                    Naturaleza, Identidad, Expresión

 

Frecuentemente hemos planteado la transexualidad en términos de identidad y expresión de la identidad, pero la observación de las historias de las persona transexuales y sobre todo los descubrimientos de la gente de Gooren sobre el hipotálamo cerebral, hacen pensar que hay un tercer elemento, más allá de la identidad, que es la naturaleza.

Pero la correlación de estos tres elementos puede no ser automática o, dicho de otra foma, cada uno de ellos actúa casi suelto, pudiendo incluso conectarse o no. Tienen lo que en mecánica se llama holgura.

Por tanto, se pueden mirar por separado, como de hecho casi están, para comprender algunas de nuestras cosas.

La naturaleza es biología pura. Hoy lo sabemos, para todos los seres humanos: más o menos presencia de andrógenos en el pequeño cerebro que se está formando prenatalmente, lo que determina que siga más o menos las pautas de la feminidad universal primigenia o que se masculinice en mayor o menor medida. Para insistir en esto, como estamos hablando de mayor o menor intensidad de los flujos androgénicos dentro de un continuo, la feminidad básica o la masculinización cerebral pueden ser más o menos definidas, independientemente de que el resto del cuerpo evolucione en sentido femenino, intersexual o masculino.

Este planteamiento explica por qué la conducta espontánea, instintiva, de las personas transexuales y de algunas homosexuales está también más o menos definida o indefinida (la parte de la conducta que está biológicamente determinada no se puede llamar género, que la incluye junto con lo cultural, sino sexualidad, para distinguirla de los hechos anatómicos y fisiológicos, que son el sexo)

El segundo factor que entra en la estructura de la transexualidad es la identidad, que es un acto de conciencia, la constatación por el pensamiento de lo que se es, o se puede ser, o se quiere ser. Una persona transexual se define por tener una identidad cruzada en relación con su fenotipo, o forma externa del cuerpo. Por lo que he dicho antes, la identidad es la toma de conciencia de la realidad natural o de sus efectos sobre la conducta, pero también quiero decir que no tiene por qué corresponder, punto por punto, linealmente, con la base biológica, puesto que al ser un acto de conciencia está muy condicionada por factores conceptuales o culturales.

Es decir, la identidad cruzada puede faltar por completo, aunque el hipotálamo esté muy cruzado y esto explicaría por qué algunas personas muy femeninas o muy masculinas se definen sólo como gays o lesbianas.

Y entre quienes hemos formado una identidad cruzada, ésta podría fluctuar más o menos, en relación con su base biológica. Lo normal sería que las personas muy definidas cerebralmente tuvieran también una identidad muy definida y que las menos definidas tuvieran una identidad más insegura y oscilante, pero por la acción de esos factores relacionados con la conciencia, tales como la emotividad, la afectividad, los esquemas conceptuales de que se dispone, puede ser igualmente que un cerebro poco definido genere una identidad definida y viceversa. La persona que estuviera en estos casos, los comprendería al notar desajustes de su identidad, que podrían incluso angustiarla mientras no se entendiera a sí misma.

La identidad parece por tanto flotar sobre el fundamento biológico, aunque también puede estar amarrada a él por cables firmes pero que dan juego, aunque llevando este razonamiento al límite, lo mismo que antes he dicho que puede haber un cerebro sexualmente cruzado sin que se forme una identidad cruzada, también se puede suponer que puede existir a veces una identidad cruzada, por razones afectivas, sociales, biográficas, sin una base biológica, aunque la experiencia de David parece desmentir esta posibilidad, meramente especulativa.

El tercer elemento que forma la móvil estructura de la transexualidad es su expresión. Cualquiera sabe, por su propia experiencia, hasta qué punto la expresión de la transexualidad está condicionada por factores familiares, sociales, económicos, culturales y morales. Esto hace que no haya tampoco una relación lineal entre la identidad y su expresión.

La persona transexual puede verse imposibilitada en la práctica de expresar su identidad, independientemente del grado en que ésta se haya definido. Por tanto, una identidad muy definida puede coexistir con un armario implacable, por mil razones que sólo cada cual puede entender. También se debe pensar que la habitual distinción de la experiencia trans en transvestismo, transgenerismo y lo que se llama transexualismo, mejor llamado transgenitalismo, no tiene por qué corresponder siempre a formas de la identidad ni menos a aspectos de la naturaleza (aunque a veces sí), sino que otras veces sigue las leyes sociales de la expresión: a veces hay libertad de expresión, y entonces corresponden fielmente las formas expresivas con la identidad y ésta con la naturaleza y a veces falta la libertad de expresión, también en grado mayor o menor, y entonces toda la estructura tiene que acomodarse a la realidad social.

Por cierto, esta presión social puede actuar en dos direcciones, reprimiendo o empujando hacia una expresión mayor de la deseada. De la represión, todos y todas sabemos de lo que estoy hablando. Pero también es posible, por la vigencia del esquema binarista en nuestra mentalidad (dos sexos, dos géneros), olvidándonos de la intersexualidad, que una persona que adoptaría con gusto una identidad y una expresión intermedia, se vea condicionada hacia una forma de expresión más definida en la que no se siente sin embargo completamente a gusto.

Kim Pérez 28-06-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                 Pluma Gay

 

Nos hemos acostumbrado a pensar que las cuestiones de orientación (homosexualidad) son completamente distintas de las de identidad (transexualidad), ¿pero estamos seguros de que en la realidad son totalmente diferentes?

¿No será que conviene separarlas para poder pensar en ellas teóricamente pero que en la realidad están a veces separadas, desde luego, pero a veces juntas?

Lo digo para que cuando vayamos a una manifestación del Orgullo o simplemente a un bar de ambiente, nos fijemos bien en si hay algo en común entre homos y trans o, mejor, si hay o no hay personas que tienen algo o mucho en común.

¿Porque, qué es la pluma, lo propio y específico de los gays mariquitas y de las lesbianas camioneras, pero que también está más sutilmente distribuido entre muchos y muchas más?

¿No es la huella de la mujer, más o menos visible, en el corazón y hasta en el cuerpo de muchos de ellos, o la señal del hombre, en los corazones y los cuerpos de muchas de ellas?

¿No será el recuerdo de una madre, la admiración por una hermana, en determinados cuerpos, o el modelo de un padre, o en otros, determinados de otra forma?

Cuando hablamos de algunas formas de pluma que son o parecen innatas, hablamos por tanto de algo muy fuerte en la persona. De una feminidad o una feminización manifiesta, profund, siendo sin embargo varón. Muy unida a menudo al sentido de la belleza y del arte, en la fluidez verbal, sobre todo, tan unida a la feminidad, mientras el sentido espacial está más unido a la masculinidad, en las ropas y los adornos, en el arreglo de las imágenes de Semana Santa, como pasa en Andalucía, en el cuidado de la casa, como nido acogedor...

Proust, Cocteau, Lorca, dejan ver su feminidad en su literatura, independientemente de que fueran sexualmente activos o pasivos, porque lo uno no tiene que ver con lo otro.

¿Cernuda tenía pluma, por cierto, alguien lo sabe? ¿Y Kavafis? Walt Whitman, desde luego, no.

La pluma masculina de las camioneras no tiene por qué ser tan creadora culturalmente, no parece estar asociada a ninguna habilidad especial, pero quiere combatividad.

Por eso una parte del feminismo es camionero, no digo todo, con lo que se sitúa dentro de posiciones no-binaristas parecidas a las mías. Y gran parte de la política mujer también es camionera. Golda Meir, la antigua primera ministra de Israel, con sus narizotas, su pelo gris tan bien despeinado como el mío y su look antiglamouroso, tenía un plumón como para tenerle, literalmente, mucho respeto (no sé si era lesbiana en el armario)

Pero lo notable a lo ojos trans es que, en todos estos casos de feminidad masculina o masculinidad femenina, no hay ninguna necesidad de explicitarlas, de cambiar más o menos de género, ni siquiera de hacerlas conscientes.

Es como si no se hubiera llegado a cruzar determinado umbral. Son hombres y mujeres; punto. Si acaso, están dispuestos a conceder, de mala gana incluso, que son hombres algo femeninos o mujeres algo masculinas. O, en los casos más fuertes, cuando hay intimidad, dicen "Yo me siento mujer", o "yo me siento hombre" (¿en el sexo, quizás?), pero no tienen necesidad de hacer nada para manifestarlo y se las arreglan muy bien de hecho en su condición.

¿No es algo que se parece mucho a la transexualidad, aunque no llegue a sus últimas consecuencias? ¿No es sentirse más bien femenino o masculina, pero sin que eso impida vivir como hombre o como mujer, respectivamente?

Un muchacho se levantó una vez al final de un acto de nuestra Asociación. Vestía en plan radikal, cazadora y pantalones negruzcos, paño palestino al cuello. Dijo valientemente: "Yo me siento mujer, pero no tengo necesidad de vivir como mujer, como vosotras".

No sé si quería decir que estábamos equivocadas, en cuyo caso era él quien se equivocaba, o si quería explicar simplemente una particularidad de los sentimientos de algunos homosexuales.

Por lo demás, aquel muchacho no tenía pluma en absoluto; era homosexual y se sentía mujer sin tener que demostrarlo.

Pero de la pluma creo que hay dos variantes:

Una es involuntaria del todo y muchas veces muy inconsciente. Quienes la tienen puede ser que no sepan siquiera que la tienen, tan natural es, a no ser que otros se lo hagan ver, generalmente son sus crueldades. Pero es algo tan nativo que, muchas veces viene incluso de estructuras corporales. Varones extremadamente gráciles y delicados de líneas, o suaves y obesos; mujeres recias, de baja estatura por lo común, musculosas y cuellicortas.

Otra pluma es la voluntaria, la que se usa como un lenguaje, incluso como un idioma extranjero que se habla a ratos aunque haya que concentrarse y luego se vuelva al idioma natural. Esta pluma quiere decir sólo: "Soy homosexual; si eres homosexual, fíjate en mí".

Las y los transexuales necesitamos dar un paso más o muchos: Necesitamos hacer pública nuestra manera de ser, necesitamos que se sepa. Los gays y lesbianas pueden estar relativamente confortables en el armario a condición de que les permita el sexo o el amor (aunque el armario siempre hace daño a la dignidad personal) Nosotros, no, nosotros, nunca. Necesitamos salir y que se nos vea y, si no lo conseguimos, ésta será nuestra más honda pena, porque es nuestra identidad, nuestra imagen ante nosotros mismos y los demás lo que está en el aire.

También es curioso que muchas veces, antes de hacer el tránsito, los y las trans no tenemos pluma. Ésta es una cosa de las que más pueden chocar a nuestras familias y amigos: "¿Túúuu? ¿Pero túúuu?"

Pero esta feminidad más o menos oculta y contradictoria o esta masculinidad discretamente reservada constituyen uno de los temas de conversación comunes que pueden interesarnos lo mismo a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Experiencias comunes de acoso infantil, el intento de comprender los porqués, de saber hasta dónde llegar o hasta dónde no llegar. ¿Qué tiene que ver en todo esto la biología, en qué planos del organismo funciona, en qué circunvoluciones o entretelas del cerebro?

Kim Pérez 21-06-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                   Manolita Chen

 

Manolita Chen es amiga mía, amiga muy apreciada y estoy orgullosa de que lo seamos.

Nos conocimos en programas de televisión a los que fuimos invitadas junto con otras trans. Cuando pedía la palabra, inmediatamente valía la pena atender. Perfectamente arreglada, una señora en todo, comenzaba a hablar cadenciosamente, con los ojos entornados, la voz pausada, una sonrisa y la cabeza suavemente erguida.

"Me llamo Manuel Saborido Muñoz", solía empezar y luego le contaba al público lo que era su vida, lo que quería y lo que hacía, con una mezcla de dignidad, seguridad y gracia, y un manejo de las tablas que hacía que los aplausos llovieran cuando terminaba.

Entonces, en sus ojos brillaba una sola luz, al callarse.

Cuando nos veíamos después, yo siempre le repetía: "Mi madre dice de ti que eres una señora" Y lo es.

Precisaré, para quien se esté haciendo en la cabeza un lío, que Manolita Chen es la segunda con este sobrenombre. La primera fue la empresaria china que fundó el Teatro Chino, un teatro ambulante de varietés, muchachas de buena encarnación, boys y cómicos, que en los años sesenta y setenta iba por todas las ferias de España, hasta el punto de que aquel rótulo llegó a significar para todos sexo y sandunga.

Entonces, esta otra Manolita Chen trabajaba en los espectáculos del Paralelo de Barcelona, tan rotos y desgarrados, y el nombre le vino seguro por la vía burlona en la que estaban metidas las travestis españolas, tan diferentes de las finísimas francesas.

Años después, ya retirada del espectáculo e instalada como dueña de un buen restaurante en Arcos de la Frontera, su pueblo, Manolita Chen (ésta) se hizo famosa cuando decidió zanjar a su manera la polémica sobre nuestro derecho a la adopción.

Pidió y recibió en acogida a un niño con Down y luego a otros, incluso con enfermedades que ponían en peligro sus vidas y demostró así que hay niños a quienes nadie quiere y que si una transexual es buena para adoptarlos, por qué no ha de ser buena otra para adoptar a niños menos marcados por la desgracia desde su nacimiento.

Esta fue la causa de Manolita, esto hizo que toda España hablase de ella y la respetase y a ella le permitió fundar una familia.

Una persona socialmente marginal cuidaba de otras personas más marginales todavía de quienes los bien integrados se desentendían.

Ganándose así la consideración de todos, Manolita pensaba que así llegaba hasta sus últimas consecuencias su historia de mil batallas perdidas y por fin ganadas.

Contaba también cómo, recién pasada su niñez, tuvo que echarse una novia para que las instituciones la dejaran en paz y no la detuvieran ni le pegaran. La novia supuesta estaba al corriente de todo, ¿no iba a estarlo?, y consentiría supongo que por buenos sentimientos.

"¡No nos comimos cartuchos de pipas, sentadas en el parque, ni nada!", resumía Manolita (pipas de girasol, tostadas y saladas, explico para quien me lea de América, la chuchería y entretenimiento más tradicional de los adolescentes en España; hace falta saber partirlas entre los dientes, extraer la semilla con la lengua y escupir luego las cáscaras leñosas)

En cuanto tuvo edad, corrió a refugiarse en Barcelona; era guapa, y encontró trabajo en los cabarets y music halls. Por entonces, tenían que ponerse un pantalón con las perneras enrolladas debajo de la ropa de mujer, para extendérselo rápidamente si llegaba la Policía.

Luego vino el retiro, el restaurante, la familia y, por eso mismo, el golpe de ahora tiene que haberle pegado en el corazón. Acusada de tener coca en su casa, ha sido sacada de ella, detenida.

Tengo que decir que la presunción de inocencia no es sólo un derecho constitucional, sino un derecho humano que va más allá de lo que se pudiera probar judicialmente, si hay algo que se pueda probar.

¿Sabemos algo los demás, profundamente, conocemos siquiera los hechos, de verdad? En caso de que haya algo incorrecto, conoceríamos los condicionamientos y los motivos?

¿Y si no lo hay, no es verdad que en cuanto se acusa a alguien, tendemos a creernos la acusación e incluso a ponernos en lo peor, porque da más morbo?

¿Estaríamos seguros de poder juzgar humanamente, más allá de la justicia de los jueces?

Y por eso, como todos, como seres humanos, tenemos que presuponer no sólo su inocencia legal, sino su inocencia humana. "No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados".

Desde el momento en que tuvo que salir detenida de su propia casa, entre el escándalo y me temo que entre el desquite y las burlas de algunos de los que no nos quieren, desde el minuto en que está en la prisión, nada de lo anterior es de nuestra incumbencia, esto es lo único que debe preocuparnos: una trans en prisión.

¿En qué condiciones está siendo tratada? ¿Cómo está? ¿Qué soledades siente? ¿Qué fuerzas encuentra en su mismo interior? ¿Va a recibir los testimonios de amistad de quienes la quieren, y pueden entender o sentir su vida de trans?

Podemos, desde luego, escribirle. Yo lo haría a los nombres que han sido siempre su bandera:

Manuel Saborido Muñoz (Manolita Chen)

C.P. Puerto II.

El Puerto de Santa María.

11500 (Cádiz)

Kim Pérez 14-06-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                       Aleluya, David

 

Todavía estamos, de alguna manera, en el velatorio de David, foto izquierda. Sigue de cuerpo presente ante todos y seguirá por mucho tiempo.

(Digamos sólo este nombre, el que él eligió, repitámoslo, olvidémonos del nombre de mujer que le fue impuesto, al pie de la letra, impuesto, impuesto)

En los velorios se habla de todo, de la muerte y de la vida, y más de la vida. La gente hasta se ríe.

Pensemos en él.

Nunca supe nada más que lo que se publicaba en los artículos científicos que se le dedicaban a él y a Brian, su hermano gemelo.

Casi no me lo figuraba con entidad física, un niño en cuerpo y alma.

Aquí la tiene ahora, en las fotos que publica una revista del corazón, del corazón triste.

En la más grande, que voy a guardar entre mis papeles más importantes, aparece un muchacho guapo que mira medio irónico, medio triste, sonriendo pero como si tuviese algún peso guardado en el alma.

Sin embargo, en este momento quiero precisar que lo que nos ha dejado es luminoso, algo que debe ser recordado siempre, o fuerte, porque se enfrenta a muchas teorías y las vence: ¡el sexo es genético, innato, no cultural, no aprendido, no construido! ¡Forma parte del temperamento, de lo que no se puede cambiar en cada uno de nosotros! ¡Es "nature, not nurture"!

Y lo ha demostrado de la más fuerte de las maneras, porque la teoría contraria es la que le ha amargado la vida. Hace falta decir que no es que le haya llevado directamente hasta la muerte, porque lo que le decidió fue el verse abandonado por la mujer a la que quiso de corazón. Pero su muerte ha llamado la atención de todos sobre lo que fue toda su vida.

Al matarse, ha llamado la atención sobre sus amarguras y a la vez sobre la gravedad de las equivocaciones del Dr John Money, foto derecha en la ultima década pasada, con una intensidad que su decisión de volver a su sexo originario no lo consiguió.

También es cierto que no podrá dejar de verse en él y en su hermano Brian una inclinación a resolver sus angustias mediante el suicidio, que aparentemente les costó la vida a ambos, y en el segundo un diagnóstico de esquizofrenia, lo que complica las cosas, pero el mensaje de fondo es nítido: un varón que fue educado obligadamente como mujer pero que no pudo dejar de ser varón. La naturaleza se impuso sobre la educación y la socialización.

A partir de este cuerpo presente, ya nadie puede decir que no se ha enterado, los teóricos han recibido un argumento a favor de unas teorías y en contra de otras del que ya no se podrá prescindir.

Para nosotras, personas transexuales, o para muchas de nosotras, esto se traduce con las siguientes palabras, que resuenan suavemente en nuestras mentes, a menudo tan agobiadas:

La transexualidad corresponde, por lo menos en una parte importante, a la naturaleza física. No es un juego, ni una locura, ni un vicio, es una conciencia, formada de tal manera que no consigue ajustarse a lo que la sociedad espera de ella, mirando el cuerpo que la sostiene.

Pero esta conciencia, parece que dice David, yacente, se ha formado tal como es por razones que corresponden al cuerpo, aunque sean invisibles, por equilibrios endocrinos sutiles o por la influencia de estas hormonas en la formación del cerebro, todavía en el vientre de la madre, que pueden no haber tenido que ver con la formación del resto de los órganos.

Entonces, transexuales disfrazados en la misma desnudez de los cuerpos en que hemos nacido, somos hombres o mujeres, por nuestros cerebros, lo que también es corporal, aunque no se vea, aunque nosotros mismos no nos lo creamos del todo, o somos personas intermedias que también tenemos derecho a existir como tales personas intermedias.

Este muchacho, David, que está muerto delante simbólicamente de nuestros ojos, fue obligado a ser lo que no quería ni podía.

Fue víctima de una equivocada seguridad de un teórico de la "sexualidad aprendida" (o "construida") que prescindió de que con las personas no se pueden hacer experimentos; quiso comprobar en este niño indefenso sus teorías. Era un gemelo, genéticamente idéntico al otro; si se podía hacer de él una niña, mientras que su hermano seguía siendo un niño, sería que la teoría del aprendizaje (y con ella el conductismo y el constructivismo) correspondía a la verdad.

O vio una ocasión perfecta, un caso que reunía todas las condiciones para convertirse en un argumento indiscutible (caso de tener éxito su experimento) dejándose llevar por la vanidad o tuvo una confianza ciega, no científica, en su propia teoría, que trataría de reafirmar, no de ponerla prudentemente a prueba.

En todo caso el Dr Money, ante la destrucción del pene del niño con motivo de una circuncisión mal realizada a los ocho meses (por tanto, antes de que se hubiera formado una identidad, como sostienen las teorías cognitivistas, que también quedan en entredicho), opinó que lo más práctico sería reasignarlo como niña, castrarlo (los testículos habían quedado intactos) y educarlo como niña sin que él supiera nunca su historia.

Así, decidió de hecho por él sobre su vida, puesto que el chiquillo no podía decidir sobre sí mismo, convenció a sus padres y fue diseñando autoritariamente, hasta inaguantablemente a veces, lo que había que hacer, no sólo sobre las cuestiones de identidad, sino sobre las de orientación.

Desconociendo la diferencia de estos conceptos, todavía no establecida entonces o no bien establecida, supuso que el muchacho, por la presión educacional y el tratamiento hormonal, no sólo desarrollaría una identidad femenina sino una orientación hacia los varones.

Hoy se sabe que el sexo cerebral se forma en el vientre de la madre; como luego se demostró, el muchacho era irreversiblemente muchacho desde que nació.

Hoy, en casos análogos, las asociaciones de intersexuales y, cada vez más, las de transexuales, reclaman el derecho de la propia persona intersexual o transexual a ser quien decida, aunque haya que esperar hasta su mayoría de edad. Se trata de desmedicalizar (es decir, de arrancar de un indebido poder social de los médicos) la decisión sobre las vidas de intersexuales y transexuales.

Hoy, psicólogos o médicos, deberían seguir respetuosamente al chiquillo, al adolescente, pero sin marcarle ningún camino, sino abriéndole puertas para que pueda ir decidiendo por sí mismo y quitándole obstáculos. Hay que observarle y apoyarle cuando lo necesite, en lo que decida, puesto que el verdadero sexo de la persona , el cerebral, surgirá por sí mismo, madurará por sí mismo.

El Dr Money se equivocó al seguir el método opuesto, no el de asistir, sino el de mandar, en algo que no está al alcance de nadie mandar sobre ello: insistió en sus propios criterios, que no se parecían en nada a los de David y quiso imponerlos, vencer cualquier resistencia.

Según él, el chiquillo podía aprender a ser una niña, luego una mujer, y él podía enseñárselo o hasta obligarle a aprenderlo; así se integraría bien como mujer y sería feliz.

Bien podía David adolescente (bajo su otro nombre) jugar al fútbol, pelearse con los otros chicos, sudar, aburrirse con las muñecas, ser una tarabilla y aparentemente un marimacho, en realidad un macho.

Los recuerdos de David acerca de las imposiciones de Money, tal como los contó luego, eran terribles; también el propio Brian se vio algún vez involucrado en los experimentos para orientar a David hacia los varones.

No era tan difícil para el Dr Money hacer la comprobación: ahí estaba Brian, su gemelo, que supongo que sería tan futbolero, peleón y follonero como David, en quien se vería repetirse, no con sus palabras, sí con sus hechos, "¡Soy igual a él, estoy hecho de la misma pasta que él!"

Esto no ajustaba con la teoría y para los fanáticos de las teorías (el Dr Money demostró serlo), cuando los hechos no ajustan con su teoría, peor para los hechos.

Rechazado por sus compañeras, intentó suicidarse al parecer tres veces; una de ellas, quedó en coma.

También una vez, en su adolescencia, quiso matar al Dr Money y se presentó en la consulta con una pistola que había conseguido comprar; algo le detuvo; acabaría volviendo su ira no contra el culpable, sino contra la víctima, contra él mismo.

David se enteró por fin de su verdadera historia y en cuestión de semanas decidió hacer su propio "cambio de sexo": volver a su sexo natural.

Qué curioso, ese niño nacido niño, tuvo que acabar viviendo las mismas experiencias que un transexual masculino: difíciles faloplastias, hormonación (estaba privado de andrógenos desde los ocho meses fuera del cuerpo de su madre, y sin embargo era muy masculino), cambio de documentos, reasignación social.

Una historia que algunos de los que me lean sé que comprenderán perfectamente.

Luego encontró una mujer que fue para él tal revelación que, siete años después, ya casados, continuaba enviándole flores, como si fueran novios. Adoptó a los tres hijos de ella.

Pero sin que se sepa porqué, un día ella lo abandonó, llevándose también a los niños.

No pudo olvidar todo lo que había pasado.

Luego, Brian apareció muerto, por una sobredosis de la medicación que tomaba para la esquizofrenia. David iba todos los días a su tumba.

Dos años después, hace justo un mes, el 4 de mayo, David hizo de nuevo por suicidarse, y esta vez lo consiguió.

Pero hoy que está muerto, por un suicidio que nadie puede atreverse a juzgar, nos está diciendo y repitiendo una o dos cosas: cuando alguien no se encuentra a gusto en el sexo que socialmente le corresponde, es por razones muy serias. Y los médicos o los psicólogos no pueden tener el poder de decidir por nosotros, de tutelar nuestras vidas.

Ese muchacho muerto está llevando a la profundidad de lo biológico los orígenes de la transexualidad, está llorando por la falta de respeto que sufrió hacia sí mismo, pero reclama respeto para nosotras y para vosotros, tan femeninas, tan masculinos, tan intermedios. Y lo está ganando.

Kim Pérez 07-06-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                          De los de abajo

 

A veces la transexualidad duele mucho. No voy a hablar de todo el mundo trans, pero sí de algunas personas. Que se identifique quien se identifique y no se identifique quien no, con lo que voy a decir.

Mira a este chico suficientemente masculino, de gestos, actitudes y figura; tiene una novia que le gusta y a quien le gusta, pero no puede ajustar su masculinidad y para entenderse tiene que decir que es mujer y lesbiana.

Mira más allá a ese hombre adulto, casado, con hijos, también sin huella aparente de feminidad, que de pronto renuncia públicamente a su masculinidad. El tránsito resulta estéticamente desgarrado y moralmente (laboralmente, familiarmente) demoledor.

Algunos dirían que lo objetivo le pega gritos a lo subjetivo, pero la subjetividad es también una cualidad objetiva: no se puede negar, no se puede eludir, nos pesa, nos agobia, nos tortura.

Se quisiera a veces tener la fórmula para escaparse de esto, para reconciliarse con su cuerpo y sus circunstancias, pero no la encontramos, por lo menos al pronto. A veces parece que se trata de exorcizar a un demonio que nos tiene agarrados.

Para muchas personas, hagan lo que hagan, la calamidad las va a perseguir. Si se quedan como estaban, porque van a sufrir en silencio hasta la muerte; y si hacen el cambio, porque las amenaza la soledad, las dudas y/o la culpa. Hay casos en los que hay escape para todo eso y casos en los que no hay escape.

¿Tenemos en nuestra cultura algún recurso que nos permita salvarnos?

Lo tenemos: para empezar, puede hacerse un análisis de nuestras relaciones de clase, sociales.

Muchos de estos sufrimientos amenazan sólo a quien tiene una posición que conservar. Respetabilidad profesional, familiar y todo eso. No amenazan a la trans sin estudios, tirada a la calle desde los quince años, ni aunque tenga setenta, puta o drag o camarera o todo junto.

Pero para quien quiere la respetabilidad ante todo (actitud conservadora) es para quien resulta demoledor todo lo que he dicho. Este contraste resulta bastante clarificador.

Porque entendemos que los sufrimientos por la respetabilidad amenazada, son sufrimientos de clase. Quien se lanza a vivir una vida de trans, no va a conseguir en general la clase de respeto que se da a la formalidad y que sepa que tampoco es lo principal.

En vez de eso, va a conseguir vida, la que conocen los de abajo, los que no se preocupan de ser respetados ni de tener dinero y seguridad (¡pequeña burguesía, qué mortal eres!), sino de combatir por una vida nueva para todos, o de pillarla para sí, buena es, que otras la vean, reír aunque sea a costa de llorar y sentir que se está de pie en la nada... donde todos estamos, en realidad.

La vida que hacen los no-respetables, los humillados y también los que son tan humildes que no tienen dónde caerse muertos.

Es en la clase social de la no-respetabilidad, dondequiera que esté, donde la gente se habla de tú por tú y ofrece su cara humana en directo, tal como es, guapa o fea, y sin don ni doña.

Ahí no importa mucho si una trans es guapa o fea (la mayor parte de las trans somos feas), ni se hace el ridículo o no, importa que sea una persona humana, lo que significa que tenga buen corazón, que sea valiente, que sea divertida al situarse fuera de este mundo con naturalidad... las cosas que importan en realidad.

Está claro que esto sólo lo ven quienes están al mismo nivel, en la calle, mirando a las personas desde su misma estatura, no quienes estén en la cubierta de primera clase del Queen Mary 2.

La cuestión tiene por tanto una solución política y estética, para quien pueda verla y sea capaz de completar su transición metiéndose en ella.

La transexualidad nos mete de coz y hoz en el mundo de los de abajo; nos mete a patadas y nos corta las vías de retirada; nos ahonda en la pobreza, si hemos nacido en ella y nos lleva hasta la marginalidad o nos arranca de las comodidades, las convencionalidades, las formalidades, los planes de jubilación y otras mentiras y nos mete en la realidad.

Nuestras caras mandibulares, nuestras piernas delgadas, nuestras rodillas prominentes, nuestras faldas cortas, pueden ser lo más feo del mundo si se mira "desde allí", pero lo más bonito y valiente si se mira "desde aquí". Y quien no lo sepa ver, que mire. Y si es un hijo quien no lo entiende, la mejor herencia es dejarle el libro de los secretos abierto.

"Bienvenido a la realidad", le dice Morpheo a Neo.

"Bienvenido a la vida", le dice La Miranda al muchacho gay, tan guapo.

¿Y quién dejará de querer estar en la realidad cuando la haya visto, aunque sea terrible?

¿Y si es terrible y maravillosa?

Pero también puede verse en la actitud trans una explicación más honda de lo político (es decir, de lo moral o inmoral, cuando se tiene en cuenta que vivimos en sociedad)

Las trans nos aferramos a la transexualidad aferrándonos a un símbolo, que ofrece una solución a una angustia.

Lo mismo que muchos homosexuales se aferran a esa arma o herramienta que es una polla, para salvarse de qué sé yo qué.

La angustia es siempre de poder; de desigualdad de poder; de no poder ganar; de los límites, de que la vida nos venza, que los otros nos machaquen.

Por eso la feminización es muchas veces una introversión absoluta, un refugio interior frente al acoso exterior, frente al "¡mariquita!" o el "¡trabaja, vago!", o el "sus resultados no son los esperados, no cubren los mínimos".

Ése es el significado de los genitales abolidos, sustituídos por un vértice de vacío en el que confluyen todas las líneas de fuerza, sin encontrar ya resistencia, hundiéndose hasta el infinito, apaciguando, tranquilizando.

Es el poder de los otros lo que nos ha dejado indefensas, el poder hostil u odioso de los hombres, lo que hubiéramos querido convertir en una amistad soleada e igualitaria, el mundo de los dinosaurios convertido en el mundo de los humanos.

Por eso no es un disparate, tiene sentido que andemos por ahí diciendo que no queremos este sexo o este género, en realidad lo que significamos es que no queremos este mundo, que nos ha herido tan profundamente; somos las chamanas, la profetisas de otra realidad en la que ya no hay resistencia frente al poder porque ya no hay poder.

Al reconocer la naturaleza simbólica de nuestras actitudes, el doble plano en el que se mueven, lo que queremos simbolizar y lo que simbolizan, podemos liberarnos de profundos convencionalismos, valorar lo que nuestras difíciles vidas representan, respetarnos y hasta admirarnos porque nos haya tocado esta forma de vida que nos obliga a ser más valientes que nadie porque lo afrontamos todo, incluso nuestra propia y personal incomprensión de nosotras mismas.

Kim Pérez 31-05-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                               Yendo de Boda

 

¿Qué hace una trans de provincias en Madrid, merodeando en la Boda Real?

Lo primero, divertirse. Chueca estará de locura, desde la víspera. Todas las mariquitas de España congregadas. Aglomeraciones, risas y encuentros, besos en las dos mejillas y luego lo que venga.

Por la Puerta del Sol, hace diez años había novios búlgaros, unas travestis duras, de camiseta italiana, tetas grandes y barba de un día, que subían por allí, una drogata tuberculosa tosía escondida en un rincón y otra andaba pequeños trechos doblada como un clavo. La trans subirá ahora y se inmergirá en la multicultura de Lavapiés. Luego, ya fuera de esas calles, mirará como con descuido a izquierda y derecha, sobre todo a derecha, para ver si asoman algunos de la partida de los bates y porras. "Tú en Madrid no duras ni una semana". Va a estar casi media.

Lo segundo que hará, por la mañana, tarde ya, cojeando, con zapatones cómodos y uno de sus atuendos de exploradora, será ir con su amigo o quizás con sus amigos a buscar un sitio para ver el cortejo. ¡Gente por todas partes, qué hartera de andar y de buscar, qué ajetreo! Por las tiendas, se fijará en los recuerdos kitsch, y comprará lo más kitsch que encuentre, además de estar al tanto para agarrar uno de los cien mil abanicos que regala el Ayuntamiento. Donde encuentren un hueco, se pondrán a esperar. Mientras, no tendrán más remedio que pensar en las bombas.

Cuando pase la comitiva, en un auto descapotable, verá a Letizia y Felipe, sonriendo y saludando con ritmos de limpiaparabrisas. Con los brazos en alto, agitará la bandera del arco iris que lleva, sin saber muy bien porqué. Desde una azotea, un policeman fijará en ella sus prismáticos y otro apuntará con la mira telescópica su fusil. Tiene que tener cuidado con el momento en que la saque del bolso, se recuerda a sí misma. No puede abrirlo y sacarla justo en el momento, tiene que ser antes, para que desde arriba la observen, la estudien y se percaten de que no hay nada.

El auto, en sí, pasa en tres segundos. Se acabó. De vuelta. Los detalles de la ceremonia, los verá luego, en el programa extraordinario.

 ¡Ha estado, ha estado! Ha participado en el más estelar de los eventos del Corazón. La Boda Real entra muy por encima, pero en los mismos parámetros que las historias de Ambiciones y de Jesulín, o los folletones de Pajares o los dramas de Chiquetete, pero a qué altura sobre todos ellos! Los deja de teloneros, menos que teloneros, durante semanas, los deja tres o cinco o siete plantas por debajo, en las Torres de Papel Couché.

En realidad, las Bodas Reales sólo entonan entre sí, e incluso llegan hasta la altura de las que pudieran pasar en el mismo Olimpo, protagonizadas por los Inmortales.

¿No son Inmortales estos jóvenes y estas jóvenes, tan bellos, tan divinamente vestidos, con telas tan caras, y estos señores y señoras maduros, tan elegantemente canosos, ante cuyo paso una voz litúrgica bisbisea: "Su Alteza Real la Princesa de..., Su Alteza Real, el Heredero de..., Sus Altezas Serenísimas..., Sus Majestades los Reyes de...", una y otra vez, en una larga letanía, casi inacabable?

La fantasía, al verlos, entrevé los jets, los yates, las caricias de la vida y también las venganzas de los dioses. ¿Quién se casa con ellos por amor? ¿No están condenados a no saberlo nunca o a saberlo muy tarde? ¿Quiere el Doctor Zurita a la pobre Infanta Margarita, que cojea como yo?

Telonera de verdad fue la boda de Copenhague. Vaya catedral, que parecía una oficina de Hacienda o un salón de baile de un pueblo de diez mil habitantes. Vaya obispo, con gola plisada en círculo perfecto, pero dándoles sistemáticamente la espalda a los novios. Vaya (aparentemente) bicho, dura y analítica (es que es abogada, una mujer de negocios) la novia, que será una reina de las de armas tomar. Pero algo tiene que tener, porque lo más bonito fue cuando el Príncipe, el novio, se echó a llorar esperándola, y las lágrimas llenaron, ¡de verdad!, sus ojos azules, un poquito enrojecidos por los bordes, mientras hacía, ¡de verdad!, pucheros con la boca.

Y el padre de la novia, bruto y barbudo como buen descendiente de escoceses, feliz al hacer el negocio del siglo, y sentado con el kilt abierto y las piernas separadas frente a la Reina, que procuraría mirar a otro lado durante toda la ceremonia.

Vaya Palacio Real adosado, con cuatro columnas en la fachada y va que corta, pero vaya procesión de invitados, y de vestidos preciosísimos como flores y como pétalos, sobre todo la corola de la Infanta feúcha, más que la flor y la hoja de la guapa, y uniformes con sables jamás esgrimidos, como el del Rey de Bélgica, buscando un paragüero donde ponerlo, y el Rey de Suecia con cara de hooligan contento con sus hazañas, porque se mete por las autopistas a trescientos por hora (entre los autos de los currantes, a punto de hacer un estrago) y la Reina de España con un traje de luto que encontró en el ropero, y Roger Moore, que parecía exactamente otra alteza real, como si fuera el hermano gemelo y arrugado del pobre Príncipe Henri, que quiere escaparse y está con ansiolíticos, carcomido por el spleen y por el poco aprecio que le tienen (aunque la Reina le consuela, tomándole por la mano)

¡Había una gorda, por lo menos, la Gran Duquesa de Luxemburgo, y otra con gafas de culo de vaso, la Princesa de Saboya, Marina Doria, las dos con aire de decir: "Es que pasábamos por aquí..."!

Y Felipe y Letizia, él corrientito, aunque tan alto, y ella una mezcla superfashion de Hollywood y Dinastía, más Hollywood si acaso, con el moño italiano divino que estrenó la víspera, que le da cuello de cisne, cuello de Beatrice o de Laura o de Simonetta, y unas telas rojas pasión cayendo con algo de peso sobre sus piernas, ciñéndose a ellas y acariciándolas, que hace falta empujarlas para andar y unos ademanes de comerse el mundo.

Aunque, qué rígido todo. La vida de cualquiera puede ser cualquier cosa, está abierta a todas las ocurrencias, es libre y no está predeterminada. La vida de los Príncipes y Princesas sigue un guión único, escrito por los servicios de protocolo que sólo saben una canción, es una vida de Príncipes o Princesas.

¿Por qué no hacen todos lo que Estefanía de Mónaco, y se van del palacio y se casan con un artista de circo, y se ponen debajo de la pata de un elefante mientras la gente dice: "¡Uuuuuuuy!"

Bueno, ya vendrá la vida y pondrá a algunos en lo más serio, comandando quizás los Ejércitos del Continente como ya profetizó Nostradamus.

Convertidos nada menos que en Hombres y Mujeres, demostrando en tiempos sombríos que ellos tienen valor y determinación, y ellas más inteligencia y astucia que ellos, y también más valentía. Riesgo, oportunidad, destino, misterio. Pero su hora, si llega, no ha llegado todavía. No han sonado las compasadas campanas. No han exhalado las bocas los suspiros. No se han aclarado los corazones. No se han desperezado los músculos.

Pero, volviendo al principio, ¿qué hacía esa trans sesentona en la boda supershow y estelar, la de los propios Felipe y Letizia, la de Madrid?

Acordarse de su propia adolescencia. Pensándolo bien, antes de querer decididamente ser mujer, hacia los doce años, quiso ser príncipe. Príncipe y no Rey. Príncipe y no Princesa.

No era que le fascinase el poder, lo que hubiera traslucido de querer ser Rey, con barba blanca, como los de la baraja. Bueno, si acaso un pequeño principado, de cuento, como Liechtenstein.

Lo que le fascinaba es que los Príncipes seducen a todo el mundo, todos se quedan ante ellos en silencio y sonriéndoles atontados, todos les miran procurando retener el momento de su aparición, todos procuran complacerles, todos los quieren.

Un Príncipe es como algo santo, que transforma con su mano todo lo que toca, le transmite su gracia como un perfume.

Lo mismo nos pasa con las personas de quienes nos enamoramos; después de que ellas tomen una cosa en sus manos o pasen pr un lugar, ya nada vuelve a ser igual.

La casa en la que vivía Philippe era la casa de mi Príncipe; su jardín; la ventana de su cuarto; todo transparentaba mis propios sentimientos viniendo de su persona, todo era lo ´nic que había n el mundo, roseando mientras lo demás griseaba.

Ser Príncipe, en mis doce años, era ser amado y merecer ser amado.

Ser qué bello; ser qué distinguido y esbelto; ser qué bieneducado, qué naturalmente amable.

Tener qué ojos azules; qué expresión dulce y melancólica; qué lágrimas escondidas; qué belleza materna revivida y encarnada en sus mejillas de rosa y en su mirada lánguida; ser, en una palabra, el Príncipe Harry de Inglaterra.

Que parece que está hecho sólo para besar.

¿Por qué no soñaba en ser Princesa? No se puede pedir a todas las trans que seamos siempre coherentes. No había formado todavía el deseo de ser mujer. No me hubieran apetecido tampoco esos faldones. Una Princesa, en aquel tiempo, era un bello perfil, inclinado sobre una azucena y unas ligerísimas manos.

Demasiado inerte, pasiva, limitándose a ser bella; un adorno lateral de los palacios. Un rayo fugaz de luz.

Una hija, una novia, una esposa, una madre, siempre "de", nunca ella existiendo por sí sola.

Y yo quería existir gracias al amor que me dieran, pero llegar a existir yo, adquirir así una belleza propia, una cualidad que mereciera ser llamada gentil.

Quería llegar a tener gracia y encanto, como algunas personas bienaventuradas las habían recibido de los dioses, cerca de mí, como el rocío de la mañana; lo que yo temía que me faltara crudamente.

Quería ser digno de amor; pronto, ese deseo se convirtió en el de ser digna de amor.

O sea, que para aquella trans que el 22 de Mayo, día de Santa Rita, andaba como loca por las calles de Madrid, ir a la Boda era meterse en su propia vida, en símbolos de otra hora, en palacios y saludos y mármoles y arañas y belleza y miradas y altísimos relojes de pared y alabarderos y bustos y enredaderas y sueños y jardines y fuentes saltarinas, una estancia en el País de lo Imposible que acabó siendo, aunque con rebajas, de lo Posible.

Unas miradas llenas de añoranza en Chueca, verdadero significado de la diversión. Lo que pudo ser y lo que es, a medias, pero es. La percepción de la belleza de los rostros firmes, de la vida y de la aventura. Algunas palabras sueltas que hablan de cuartos revueltos.

La juventud de los cuerpos, aromáticos a fuerza de ser jóvenes, incluso en su sudor.

Los espíritus expectantes.

Los horrores de la Puerta del Sol, los torbellinos del kilómetro cero, de los que has sido hasta ahora eximida, sin saber por qué. Unos luchando por la vida y otros por la muerte. Trajinadora pobreza de extranjero, drogadicción extenuante, prostitución sin muchas esperanzas. Café a las cuatro de la madrugada. ¿Dónde está Raquel?

Las horas, los minutos, el tictac del Reloj de la Puerta del Sol siguen su curso.

Kim Pérez 24-05-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                   Interior y Exterior

 

Todas las personas hacen una representación de sí mismas, lo que quiere decir que se toman a sí mismas, se recogen (re), se ven a sí mismas y se presentan ante las otras, se re-presentan, como en un teatro, se ponen en el tablado de la escena para que todos las vean.

Las trans sentimos así, éste es el fuego de nuestra vida, como cuando yo de adolescente me travestía, en secreto, tras las puertas acerrojadas, con un ansia porque me vieran que me sacaba literalmente a las ventanas y me ponía delante de todos, cuando la casa estaba vacía, esperando que alguien alzara la mirada y me hiciera existir como la mujer que yo improvisaba, con una toalla liada en la cabeza para disimular mi pelo pelado corto, como un turbante a lo años cincuenta o como los que se ponían las brasileñas (o Shangay Lili)

Me presentaba ante mí y necesitaba representarme ante los otros; pero nadie alzaba la cabeza, ni miraba para ver aquella sorprendente, hierática mujer, en pose en el marco de una ventanita, temblando por dentro pero quieta por fuera, dispuesta para ser vista, expuesta ante los ojos ajenos.

Por eso dicen los etimólogos, a propósito de esta representación que todas las personas hacemos y no tenemos más remedio que hacer, que esto es lo que significa "persona", "lo que resuena", la máscara resonante que se ponían los actores (-ores, eran sólo varones, para hacer los papeles de Antígona o Lisístrata), los protagonistas y antagonistas griegos y romanos, para que su voz saliese por la gran abertura que figuraba la boca, resonando y llegara a los espectadores situados en la fila más alta del anfiteatro.

Esto es lo que sufrimos, trans, gays o lesbianas, en el drama del armario: no poder presentarnos ante los demás tal como queremos y aún más, tener que fingir que somos lo que no queremos.

Por tanto, la representación personal debe equivaler a hacer ante los otros, un papel que transmita fielmente, palabra por palabra, acto por acto, gesto por gesto lo que queremos que salga de nosotras, canción exterior que corresponda a la interior, sentirnos y sumergirnos en la figura que debemos interpretar, en el gran coro de nuestra existencia, entre palmas y ritmos, donde piedras, animales, plantas, santos, nosotros, cantamos al unísono ese canto que sólo en momentos de lucidez o de finura del oído conseguimos percibir.

Es la verdad de lo que se es, lo que cantamos, aunque en nuestro caso sea una verdad tan estremecedora como la del desacuerdo entre nuestro cuerpo y nuestra alma, el cuerpo que nos ha tocado y el alma que queremos que se vea.

Aunque también es posible que a veces seamos actrices o actores de una manera muy teatral, y que no representemos lo que somos, sino otra cosa, que disfrutemos imaginándola y materializándola. Puede ser que creemos o nos inventemos el papel que nos encante hacer, dejándonos llevar por él como por un sueño o un baile, con los ojos cerrados, que proyectemos la imagen no de lo que somos, sino lo de otra cosa, más espectacular y más divertida, pero guardando siempre la distancia entre el actor o la actriz y lo que representa. A veces se trata de esto y es arte puro, creación. construcción, justificada por los libres movimientos del espíritu, como en cualquier arte, sin tenerle que dar cuentas a nadie, sin tener que explicar ni justificar, sólo así: me gusta...

El gran actor no miente: encuentra dentro de sí el papel y lo expresa con toda sinceridad, entendiendo por esta palabra la correlación entre lo que siente y lo que dice, rebuscando todas sus percepciones en sí mismo. El gran actor puede notar que su alma encuentra a otra alma, que se transforma en ella y que sus labios le dan la voz a ella.

Cómo si fuera un medium, poseído, entregado, pero sin trance, lúcido para dejarse llevar y para separarse cuando quiera.

También hay actores que actúan de otra manera, eligen modelos y los copian desde fuera, tienen que verlos delante de un espejo, estudiar posturas, gestos de las manos, mohines, miradas, entonaciones, melodías de la voz, hasta aprendérselos. Ve y repite, mima y mimetiza, se acoge a tipos clásicos, arquetipos que son tantos y no son nadie, fácilmente reconocibles, la Letizia, la Femme Fatale, la Solterona, e te ce.

Estudian las revistas, miran las imágenes y se maquillan conforme a lo que ven, o miran las caras de las tías que pasan, sus gestos, sus actitudes y las repiten en silencio, o musitando, una y mil veces y observando con ansiedad si su carne, la materia de la que disponen, se ajusta a tal repetición.

Miran fascinadamente hacia fuera, se balancean en las fluctuaciones de su visión, suben o bajan como el oleaje...

Aunque, generalmente, las trans no nos representamos de esta forma. Todo nos viene de dentro, ha sido tan fuerte que ha arrollado todas las convenciones y arquetipos habidos y por haber, y si ha arramblado con los que correspondían a la vida en el armario, de código masculino, ¿cómo no va a acabar rompiendo los que corresponden a los códigos femeninos?

Toda persona, todo ser humano, todo hijo de madre, tendrá en su vida, supongo, que acabar por comprender la delicada forma en que su interior se manifiesta a la vista de todos, los capilares arteriales que forman esa visión, lo que hay en ella de sinceridad y lo que hay de farsa o juego, pero en nadie se ve esta necesidad más cruda y más desnuda que en las trans y los trans.

Por eso les llegamos tan hondo, aunque no quieran confesarlo y se protejan en forma de insultos o de risas, a quienes nunca se habían preguntado antes por su interioridad y por su representación: porque les hacemos ver, poniéndoles delante de los ojos nuestras figuras, que ellos también tienen que pensar en lo que hay fuera y lo que hay dentro.

Una trans por la calle, fascinante o no, guapa o no, bien arreglada o no, y casi mejor si es fea, destartalada, poco arreglada, porque eso la hace más visible, provoca a todas las otras personas a que, después de mirarla, se miren a sí mismas, por dentro y por fuera.

"¡Qué valientes sois!", dicen algunas. ¿Por qué? No son trans, no van a cambiar de género, no quieren cambiar. ¿Será porque les hacemos ver que es posible también hacer otras cosas que han deseado pero a las que jamás se han atrevido?

Somos más incómodas que las profetisas de Israel o que Casandra la troyana. Inquietamos con nuestra sola presencia, sin palabras. Por eso la gente se desasosiega, y nos rechaza o hasta nos golpea y a veces nos mata. También apedrearon a los profetas. Somos las profetisas del interior. Decimos que existe, que cuenta, más que lo exterior. Incluso cuando fracasamos y no podemos representar nada de nada, porque entonces representamos para nosotras mismas una tragedia interior, invisible por fuera, pero terrible, agotadora.

Pero si se nos puede ver, también decimos a quien nos oiga: "Esto rompe hasta las familias, hace perder los trabajos, caer en la vergüenza, mirad si es fuerte, mirad si es grande todo esto, que viene de dentro, sólo de dentro".

Kim Pérez 17-05-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                         Hombres y mujeres de 1933

Detenidos de Casas Viejas sospechosos de haber participado en la sublevación

 

¿Qué habrían sentido toda su vida aquellos hombres de las Casas Viejas para que en aquel día, aquella fecha, hicieran caso a la llamada a la insurrección en toda España; para que se dieran la contraseña unos a otros, con sus labios resquebrajados por el sol?

Para que cogieran las escopetas por la primera vez para defender lo suyo, y mirasen con fiera alegría a su derredor, las pitas, las chumberas, los campos buenos, anchos, los árboles altos, las lomillas azules del horizonte, pensando que aquélla iba a ser su tierra, que ellos ya no eran suyos, sino ella de ellos.

Lo peor no es no tener que comer, sino tener que soportar que te hablen de tú y tú responder de usted.

La humillación es lo peor, la humillación lo primero, más que el hambre.

Eso no está hecho para los hombres, eso no es cosa de hombres, y aunque no pueda ser, porque sea imposible romperlo, hay que ir contra eso.

No estaba allí todo el pueblo, no podía estar toda la gente de las chozas, pero estaban José Monroy, Miguel Pavón, Sebastián Pavón, Perico Cruz, Paco Cruz, Pepe Pilar, Pepe Pareja, Fernando Lago, Juan Sopas, Cristóbal, Manuel Quijada, Gallinito, Zorrito, Currestaca y también María la Libertaria...

La noche del día 10 fueron llegando noticias de Jerez de que el movimiento estaba fracasando. Los dirigentes del sindicato aconsejaron prudencia a la gente. El secretario, Villarrubia, de veinte años, que había sido elegido mientras estaba fuera y no quería líos, se espantó, dimitió en el acto y dejó la organización, y no sólo eso, sino que se fue al cuartelillo a enseñar el papel de su dimisión y decir que no se hacía responsable. Currestaca, el presidente del sindicato, se fue del pueblo esa misma noche.

Pero la mayoría de todos los que estaban allí, casi trescientos hombres, tenían ya la sangre caliente, sabían por lo que estaban y decidieron seguir adelante, como fuera, por lo que fuera, se habían levantado ya y seguirían, aunque estuvieran solos.

La sangre caliente iba con la cabeza fría, la de casi todos, menos el alborotado Gallinito, como siempre y la muchacha, María la Libertaria, que recorrió las calles del pueblo llevando y ondeando una bandera rojinegra.

No salieron de la reunión pegando gritos. Siete de ellos fueron a rodear, en silencio, el cuartelillo de la Guardia Civil, y allí aguantaron toda la noche de enero. Tuvieron tiempo bastante para que se enfriaran las ideas, si hubiera sido el caso, pero no cejaron. A Pepe Pilar le habían pedido que prestara su escopeta para uno de los que iban a acechar, pero él dijo sobriamente: "No, eso es mucha responsabilidad; iré yo mismo".

Miguel Pavón fue también voluntario, por la misma razón. Era uno de los mejores tirando y se hubiera considerado un cobarde de no ir.

Tenían puntería y costumbre de furtivos, porque a veces comían de eso. Las escopetas bien agarradas, sobre el brazo en el frío de la noche y por la culata.

Al amanecer del día 11, mandaron recado a los cuatro números de la Guardia Civil de que salieran, que no les pasaría nada. Pero el sargento dijo: "¿Qué no salgamos nosotros? He salido en Cádiz. ¿Cómo no voy a salir aquí?"

Salió con dos guardias para reconocer la situación, pero les tiraron un escopetazo que le dio ligeramente a uno de los guardias y se resguardaron. Luego, se asomaron al segundo piso, y uno tiró un tiro que alcanzó al sargento y a otro guardia de muerte. Dos muertos.

La mañana pareció tranquila. También Juan Sopas se fue, lo más lejos que pudo, poniendo tierra por medio.

A las dos de la tarde, llegaron doce guardias civiles en un camión. Lo dejaron en las afueras y entraron en la aldea; corrían y su sargento gritaba: "¡Ocho aquí! ¡Ocho aquí!", como si tuviera a muchos.

Los cuerpos de los amotinados; unos acribillados; otros asfixiados y el resto carbonizado

Fue suficiente. Todos se desbandaron, de momento. Pero los guardias empezaron a matar a quien se moviera. Cayeron dos hombres de la aldea, al azar. Cuatro muertos.

Treinta o cuarenta de los huidos fueron volviendo, o acercándose.

Tres horas después, a las cinco de la tarde, se sumaron refuerzos: doce guardias de Asalto –el cuerpo creado por la República- y otros cuatro guardias civiles. Fueron buscando a unos y otros.

A Manuel Quijada lo encontraron en su casa, cuando se ponía los zapatos, y se lo llevaron descalzo. "Jugaron con él como si fuera un balón. Le salía la sangre de las orejas, la nariz, los ojos y la boca".

Algunos de los que habían tenido más que ver, esperaban lo que tuviera que pasar en la choza del Seisdedos, en lo más hondo de la Calle Nueva; una calle ancha, muy ancha, de tierra, en cuesta, que bajaba hacia donde se pierde el pensamiento.

Esperaban todos, en la choza, sin moverse ni correr, sabiendo que tenía que venir la Guardia Civil, a oscuras, toda la familia y hasta una amiga, el Seisdedos, carbonero, de setenta y tres años; Perico Sin Hueso y Paco Cruz sus hijos; Pepa Franca, su nuera, viuda de un hijastro, que lo cuidaba; el hijo de ella, Francisco, un zagalón de dieciocho años; también Zorrito, su hermana Maria la Libertaria y una amiga de la Libertaria, Manuela Lago, de diecisiete años; y Manolo, el otro hijo de la Pepa, de trece años, que jugaba con un balón en la puerta, seguramente para avisar, al lado del pesebre donde estaba atada la burra de subir al monte.

Cayó la noche. Los guardias civiles y de asalto se acercaron. No había luz encendida en la choza. "Perico, sal y no te pasará nada", dijo uno, y le guiñó el ojo a otro. No hubo respuesta.

El guardia de asalto Martín Díaz fue a entrar en la choza. Un tiro y cayó muerto. Cinco muertos.

Los guardias se resguardaron. Otro de los de asalto, Fidel Magras, se quedó cerca de la puerta; hubo un tiroteo de lado y lado, y Magras cayó herido.

Pero no todos los insurrectos habían huido ni mucho menos. En la oscuridad de la noche, los treinta o cuarenta que volvieron habían rodeado también a los guardias y les disparaban con sus escopetas, guiándose por los fogonazos de los rifles.

Para obligar a los de la choza a que se rindieran, el teniente decidió mandarles a uno de los dos detenidos, Manuel Quijada, el que habían apaleado hasta que la sangre le salió por los ojos, esposado, descalzo, para que los persuadiera.

Cuando lo vieron así, le dijeron: "No salimos, ni tú tampoco. Morimos todos juntos". Y le quitaron las esposas. Eso lo contó María la Libertaria.

Pasada la medianoche llegó a las Casas Viejas el capitán Manuel Rojas, con cuarenta hombres que se sumaron a los treinta que ya habían ido llegando allí. El director general de Seguridad le había dado la orden de que quemara la choza y disparase sin piedad, y él la iba a cumplir más allá de las órdenes.

Los anarquistas seguían acosando a los guardias, y un rico del pueblo oyó decir a un guardia: "Mi capitán, las chumbas nos están matando; no podemos acercarnos".

Los guardias pusieron una ametralladora contra la choza. Las balas atravesaban las paredes de barro. Seisdedos cayó muerto. Luego su hijo Perico Cruz, Perico Sin Hueso. Siete muertos.

Cesó el fuego, y otro guardia se acercó a la choza y enseguida cayó muerto. Ocho muertos.

Pero con el tableteo de la ametralladora huyeron, eso sí, todos los anarquistas que acosaban desde fuera a los guardias. Tenían puntería, pero sus escopetas no hacían nada, frente a ella.

Llegó un telegrama: "Es orden terminante del Ministro de la Gobernación se arrase casa donde se han hecho fuertes los revoltosos".

En cumplimiento de la orden, el capitán Rojas decidió prender fuego a la cañas secas que techaban la choza, que arderían como yesca. Se pidió de nuevo a los escondidos que salieran, y se procedió al incendio, tirando trapos con gasolina, sujetos en piedras y prendidos.

A la luz de las llamas, la Libertaria vio a los dos muertos, el abuelo y Perico Cruz, y a Pepa Franca escondida, con sus hijos, detrás de un bidón o un cubo que había en la cocina. La Libertaria agarró al más jovencillo y salió corriendo con él. El capitán Rojas gritó: "¡No tiréis, que son una mujer y un muchacho!"

Francisco y la otra muchacha, Manuela, fueron a salir, espantados del incendio, y los mataron en la puerta. Allí dentro se ahogaron con el humo o aguantaron Paco Cruz, Zorrito, Manuel Quijada y Pepa Franca y allí murieron. Catorce muertos.

Los guardias de asalto y los civiles se entregaron al día siguiente a represalias indiscriminadas. "Habría que hacer un escarmiento", dijo el capitán. Fueron entrando en las casas y sacando a muchachos y hombres, todos, menos uno, de los que no habían participado en el levantamiento, porque los que se alzaron estaban huidos.

Sacaron en total a doce. El capitán rompió una botella de coñac, en la taberna, y bebió de ella, y los guardias también bebieron. Luego llevaron a los presos a las ruinas de la choza. El padre de Manuela vio el cuerpo de su hija. El capitán disparó dos tiros con su pistola y los guardias los mataron a todos, de una descarga.

"Nos lo han matao, nos lo han matao", gritaba Isabel Montiano, por su hijo. Había "ríos de sangre que se bebían los perros". Dolores Benítez vio a un hijo muerto y al otro ya no lo vio, "porque al dolor se le perdió el mundo de vista". María Toro se llenó con la sangre de su hijo las manos, cuando fue "pa besarle el cuello".

Veintiséis muertos.

En aquellos mismos días, en las calles de Barcelona estarían sonando en la radio las noticias de lo de Casas Viejas. Los recuerdos de lo que había pasado también en la ciudad estaban calientes como la orina humeante. En ella había empezado el levantamiento y allí había acabado, después de que los rebeldes atacasen el cuartel de Atarazanas, al lado del puerto.

Al pasar por alli, habían aprovechado para derribar las planchas malolientes de un urinario viejísimo y famosísimo que había allí; viejísimo, porque todas las quintas de los soldados de la guerra de Cuba y luego de la de África, a quienes acompañaba el espanto de sus madres, habían pasado por él para mear; y famosísimo, porque había sido el paraíso de los homosexuales que iban a ver y ligar.

No se sabe por qué lo tiraron los anarquistas, el domingo 8 de enero, si por lo uno o por lo otro; eran puritanos y vegetarianos, de manera que pudo ser por las dos cosas juntas.

Los anarquistas habían dañado, qué contradicción, la libertad sexual de Barcelona. Los maricones habían perdido uno de sus espacios queridos, el lugar perfumado pesadamente a amoníaco donde sus imaginaciones se convertían en realidad.

Y las carolinas, las travestis (todavía no se llamaban así) que se ganaban la vida en sus alrededores, habían perdido la base de sus ingresos.

Comenzó enseguida el bullebulle en los cafés o en los bares donde se podía ver la pluma sin que el resto del público, acostumbrado a ella, levantara la cabeza de sus periódicos.

Entre el plumaje desenfrenado nació la idea de que era preciso hacer algo, el palomar había sido derribado y las palomas no tenían dónde meterse, los sueños, la memoria, las vidas y hasta las pesetas dolían.

Era preciso decir en voz alta que aquellas planchas costrosas tenían dueño, eran de alguien.

Lo que equivalía a decir: "¡Estamos aquí! ¡Existimos! ¡Reclamamos!"

Las que la llevaron a cabo fueron las carolinas, a dar la cara, a hacer el número las que no tenían ya nada que perder.

Por la mañana, a las ocho, a la hora de entrada al trabajo de los cien mil obreros y estibadores de los muelles, salieron en procesión.

Todas muy arregladas, con mantones de Manila y vestidas de colores o de negro, alguna iría de pantalón y  chaqueta, pero todas muy pintadas,  unas treinta, dando gritos y protestando; no suplicando, sino haciéndose oír; una llevaba un ramo de rosas rojas.

Pasaron entre las palmeras de los paseos, bajo el sol frío de la mañana. Y aunque los que iban para el trabajo se paraban y las dejaban pasar, hartándose de reír a su costa y burlándose, ellas gritaban.

Las carolinas protestando a gritos; casi meterían miedo.

Las treinta llegaron, entre el jolgorio y el barullo, a donde estaban apiladas las planchas de metal del meadero, todavía espesas, y sobre ellas pusieron el ramo de rosas; las pusieron sobre los recuerdos y sobre los recuerdos que estaban más allá de los recuerdos.

Pero en medio del público amontonado y burlón, también había maricones que miraban pálidos lo que pasaba, sin atreverse todavía a mezclarse con la carolinas, a sumarse, y entre ellos Jean Genet, que con todo lo que había vivido no se atrevió, pero luego lo contó, porque todos comprendieron lo que  estaba pasando: un hasta aquí, una puerta abierta, un desafío.

La primera manifestación del orgullo gay y trans que hubo en el mundo.

Quien vivía ya entonces en el Puerto de Santa María, a cincuenta kilómetros de las Casas Viejas, era un muchachillo de unos trece o catorce años.

Me lo figuro, oyendo hablar de aquellas cosas, con los ojos muy abiertos.

O disimulando, como quien no presta atención, acostumbrándose ya a disimular.

Porque las burlas se abrían como las flores en la primavera en cuanto se descuidaba un momento y dejaba ver sus maneras de mujer.

El muchacho tuvo tiempo para crecer viendo cómo las tropas de Franco tomaban el Puerto, cómo la gente se callaba como muertos y se escurría a lo largo de las tapias blancas, cómo algunos hablaban muy fuerte y otros no hablaban.

También comprendió según fueron pasando los años, que para salir adelante tenía que provocar la risa y la distancia; ser como una loca; no oír las burlas del público, nada más que cuando le interesara para responder, pero con gracia; ir a todas partes siendo un teatro, su propio personaje siempre en escena: la Paca.

Yo digo que en el pensamiento de la Paca tenía que estar, por lo menos en el fondo, por lo menos escondido, el recuerdo de lo que hubiera oído de las Casas Viejas.

Porque era una revolucionaria que olía a perfume Tabú, el que se ponían las mariquitas.

Ya había estado ya varias veces en el cuartelillo o en la cárcel, por gritar en la calle "¡Abajo Franco!", aunque en cuanto olía a un policía se ponía a decir, disimulando "¡Arriba España!"

Ya sabía bien, sin duda, lo que eran las caras de desprecio, y las bofetadas, y la diversión de tener que ponerse en pompa, y pagar dos pesetas para salir en libertad.

Pero la fuerza de lo de las Casas Viejas tuvo que ser lo que la decidiera, el día de la procesión de la Virgen de los Milagros, la Patrona del Puerto, a saltar, a atravesar las filas de gente de la acera, a ponerse en medio de la calle, delante de los apellidos que presidían el desfile, delante de la etiqueta de los Osborne, los Domecq, los Terry y los Jiménez, entremedias de las señoras en mantilla, con rosario sin rezar en la mano, y se pusiera a gritar, señalando a los señores y echando por la boca el alma y hasta las tripas: "¡Quitad esa carroña! ¡Llevárosla de aquí! ¡Abajo Franco! ¡Abajo Franco!"

La Virgen de los Milagros se quedó inmóvil, mientras daba las voces. La peana estaba adornada con las varas de nardos que le llevaban los más pobres del Puerto. La Paca empujaría a manotazos a quien se acercase, comedidamente, para apartarla. Sabía muy bien que esa vez estaba firmando su sentencia.

Tuvo parada a la procesión media hora, la mariquita, puesta en medio de la calle, hasta que llegaron los guardias y se la llevaron.

Todo el público tuvo que entender lo que eso significaba.

La metieron en el Penal del Puerto, no en la cárcel corriente, sino en el Penal de tantas lágrimas, tantas condenas y tantas soledades y allí, agarrada a las rejas de las ventanas, como todos los presos, pasó sus últimos años y allí se murió.

Pobre Paca, de la que sólo ha hablado una persona y por la que sólo llora, treinta años después, una persona.

Sólo ocho años después de lo de las Casas Viejas y lo de Barcelona, pero un mundo de por medio, que parecía que había sido en otro mundo, nació en Granada otro chiquillo.

Su familia era fina y rica, más que los Jiménez del Puerto, pero iba a ser travesti o transexual o lo que fuera.

A este chiquillo, lo que le ahogó fueron los pensamientos; no las flores que se llaman pensamientos, sino las ideas que la asfixiaban.

Lo que demuestra que el ahogo de las mariquitas les toca a todas, sin saber de clases, ricas o pobres y hasta acaso, por una especie de venganza, más a las mariquitas ricas que a las pobres, porque en la clase trabajadora hay más libertad y más compasión.

Hasta que una noche de mayo se acordó de los campesinos de Casas Viejas y en la oscuridad fue viendo como por primera vez todo lo que sabía de ellos y en cuanto se hizo de día saltó y se puso a releer todo lo que tenía de ellos y se acordó también de la figura del guapísimo muchacho gay que de pronto levanta el puño, en la película "Stonewall".

Y pensó que tenía que levantar el puño, por sí misma y por todas.

 

(Debemos todos los detalles y hasta las palabras que aquí se cuentan al autor de "Los anarquistas de Casas Viejas", Jerome Mintz, y también a Jean Genet, en la novela y a mi amiga Lola Rodríguez Sánchez)

Kim Pérez 10-05-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                        Adiós a mi Concubina

 

Mi comentario toma este nombre de una novela, que a su vez lo toma de un drama antiguo. También lleva el mismo título una película. Este título se repite y es muy difícil cambiarlo, porque suena suave como una caricia o un suspiro. He leído estas noches la novela, "Adiós a mi concubina", de Lilian Lee (o Li Lilian, me figuro que se dirá allí, primero el apellido, una sílaba, y luego el nombre, dos)

En ella se vislumbra una perspectiva de cómo se plantean las variaciones de género en otro medio cultural, en concreto el chino de los años veinte a los ochenta.

La historia de Dieyi y Xiaolu también da la impresión de que es la historia de su sociedad, con lo que se aporta un testimonio deslumbrante a la idea de que los procesos de género son en parte (pero sólo en parte) procesos sociales.

Contaré algo del principio, sin pasarme, por quien pueda sentir interés en este libro que está actualmente en las librerías, en edición de bolsillo.

En la portada, está la imagen de Dieyi, de perfil delicado, atravesado por el dolor como la mancha de color rojo sobre su boca y la pasta blanca que cruza de su mentón a sus mejillas.

El Chico Duzi era un hijo de una mujer pobre de los años veinte, que tuvo que entregarlo a un maestro del teatro tradicional para que le enseñara el oficio. Lo entregó y nunca más volvió a verlo.

El niño de ocho años, con seis dedos en una mano, era tímido y sensitivo, condiciones desfavorables para salir adelante en aquel refugio de pobreza y dureza. Pero desde el primer día, el Chico Shitu, otro niño de doce años, lo tomó bajo su protección.

El desamparo hacía que la gratitud se convirtiera en amor y la delicadeza en entrega.

La llamada ópera de Pekín era un teatro popular pero a la vez resplandeciente de belleza, que me hace pensar en algo de lo que podían ser los tablaos flamencos de aquellos años por esta tierra.

Los aprendices vivían con su maestro, que los alimentaba como podía, los abrigaba como no podía y les hacia compartir un chamizo donde los ratones y las ratas debían ser designados con nombres ceremoniosos pero nunca por los vulgares.

Los pobres chicos allí refugiados iban de las peleas por un trozo de manta al compañerismo de los desesperados. A la vista de las condiciones y cualidades de cada cual, el maestro les asignaba la clase de papel que habrían de representar toda su vida, y en el que tendrían que especializarse. Al delicado Chico Duzi le adjudica el papel de "dan", o dama joven, y al Chico Shitu el de "sheng" o héroe.

Como era un teatro representado sólo por varones, como el isabelino en Inglaterra o el barroco en España, estos encargos se tomaban como parte de la rutina, puesto que una vez que los maquillajes y las vestiduras desaparecen, los chicos actores vuelven a emerger, con sus cabezas rapadas contra los piojos.

Los papeles tienen que ser interpretados, alguien tiene que hacerlos y hay que comer, así de sencillo.

Sin embargo, el público ve en su imaginación sólo a las damas cuyas palabras entonadas en obligado falsete y cuyas historias apasionadas bisbisea según las oye, alimentado por la memoria, hasta el punto de que puede apreciar o desvalorar cualquier mínimo gesto de los intérpretes.

Aun sabiendo que la figura que le emociona recubre una realidad corporal diferente, lo da por supuesto, no piensa en ello, atiende sólo al sueño materializado sobre la escena.

La interpretación hermosísima producía una transmutación misteriosa del mismo orden, aunque invertida, que la que hacía que en nuestros pueblos el público se lanzara o escupiera contra el actor que hacía de Judas. El actor también quedaba sutilmente impregnado por sus personajes, aun cuando se quitara los tocados y vestidos.

Pero no era sólo el público quien veía a la mujer. Mientras representaba, y crecía representando, día a día, el Chico Duzi, ahora llamado Dieyi, veía su propia interior feminidad, se sumergía en ella, las palabras de sus versos, memorizadas, eran sus propias palabras; y su contraparte inseparable, su amigo de la niñez, antes el Chico Shitu, ahora Xiaolu, era no sólo a quien amaba bajo la forma del héroe de la composición, sino a quien su corazón había amado desde siempre.

Todos los días podía Dieyi inmergirse durante horas en la alucinación de la música, la voz que cantaba lo que sentía, los ropajes suntuosos y cadenciosos, y todas las noches se desmaquillaba volviendo secretos sus sentimientos y su amor, que nunca desveló a su compañero, por una pureza complacida.

Pero no tenía tiempo de lamentar su vacío, porque veinticuatro horas después, con la nueva función, todo recomenzaba, y los sueños volvían a arrebatarle.

Con el tiempo, Xiaolu se casó y Dieyi sintió feroces celos contra su esposa. Y al mismo tiempo tuvo que aceptar la protección de un poderoso empresario teatral que a la vez admiraba las figuras virtuales que Dieyi materializaba y deseaba su cuerpo.

Los espléndidos regalos que le hacía eran siempre para las mujeres que veía en la escena: adornos para los complicados peinados o fantásticos vestidos de brocado, que Dieyi empezó a guardar y cuidar como su propia vida.

En la cotidianidad, sólo expresaba lo que sentía dejándose el lacio pelo negro un poco largo, una media melena sobre sus facciones delicadas, mientras se vestía con grises chaquetas y pantalones. Casi una mujer travestida.

Vivía solitariamente, sin más compañía que otro joven aprendiz de actor con quien podía compartir su lecho. Y fumaba opio, hasta volverse adicto.

En sus roperos, había muchas más prendas femeninas, suntuosas y sobrecargadas, que cuidaba y en las que se abstraía, que masculinas, y las paredes de su piso estaban llenas de sus fotos, maquillado para las interpretaciones o sin maquillar.

¿Transformismo? ¿Homosexualidad? Me parece que estos conceptos sexológicos resultan demasiado rígidos y simplificados para expresar la honda y fluida experiencia de quien sueña despierto cada día y luego sale de sus sueños para permanecer durante unas horas en un mundo más gris.

No cuento más. La novela sigue un curso terrible, el que corresponde a la historia de China en el siglo XX y a la separación más y más doliente de un corazón del otro a quien ama, pero hay inesperados consuelos.

El final es sutil y tornasolado, como uno de esos hilos formados de hebras de seda de cuatro o siete colores con que se bordaban los vestidos. Me callo.

Kim Pérez 03-05-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                               Entrada y consumición

 

Bueno, ya estoy harta de hablar en serio, que si disforias, que si identidades, todas estas palabras mienten. Hablaré de sentimientos, que no mienten.

La otra noche nos fuimos de marcha dos amigos gays, una amiga trans y yo.

Terminamos en una disco bastante mixta y divertida. Me fijé en una muchacha de aspecto oriental, pero seguramente española, labios siliconados, pelo muy largo y lacio, pero castaño. Muy alta y esbelta. De pronto, pensé que era una trans.

Entró una drag vestida a la Gestapo y luego otra, estilada a lo último, pecho liso de muchacho al descubierto, fuertes sombras oblicuas de maquillaje en las mejillas, gorra, sólo un largo collar de perlas, plumerío drag, y se puso a bailar frente a la posible trans.

La trans tendría los años que comienzan por dos. Me llevó, me arrebató a mi propia juventud. Me imaginé que yo fuera ella. Bailando, vista por todos, reconocida por todos, entrando en la realidad.

Yo, dentro de su piel. Yo, ella. Sintiendo mi pelo en mi cuello y mis hombros y en el nacimiento de la espalda. Sabiendo que mi cabellera estaba limpia, suelta, perfecta. Notando los ojos de los hombres puestos en mí, en mi naricilla, en mis labios gruesos, sonrientes. Sabiendo que la vida me había dado eso y que iba a gozarlo.

Agradeciendo a la existencia mis senos grandes y redondos, presionando mi top malva con tirantes de tirillas, mis piernas largas y rotundas bajo la mini vaquera, mi vientre estricto y sucinto...

Advirtiendo cómo, por mi pulso izquierdo, asciende, enroscándose como liana, una pulsera de plata que dice y dice: "Soy bella".

Miradas de los hombres, poneos en mí. Bailo, llevada por la música, yo sola, pero como si me llevasen esas miradas y se moviera la belleza en las sinuosidades de mi cuerpo. ¡Existo! ¡Los ojos y mi cuerpo se enlazan!

¡No sé por qué, no sé cómo, no sé hasta qué punto, no me importa, pero soy una mujer joven y bella bailando esta noche aquí!

¡Sólo existe la alegría de este momento, las luces claras de la disco, la música que retumba en mis oídos y me lleva!

¿Es posible un éxtasis sin pastillas, sólo porque cada cosa está en su sitio y mi vida de trans me ha traído aquí?

¿Tienen sentido las distinciones lógicas, las precisiones de los psicólogos que me han visto, lo que se dice en frío, frente a este sentimiento de trans, que no tiene nombre, ni partes, ni divisiones, sino que es sólo sentirse una mujer joven, bella, mirada, que transmite con su baile todos sus deseos, sus languideces, sus sobresaltos, sus impulsos, las sonrisas que sin poderme contener se escapan de mi boca, las caricias con las que sueño, para que mis dedos largos y delgados abracen el antebrazo velloso de un hombre o para que un abrazo fuerte me ciña a su cuerpo, me atraiga y me apriete? ¡Ojos entrecerrados, dulzones, dormilones, rientes, ojos de mujer, ojos que soy yo, metida en este cuerpo, metida en esta vida, en estas alegrías bellísimas, que serán siempre mi presente, aunque ya sea vieja y tenga los pelos grises, entrecerrando los párpados, reviviendo...!

Kim Pérez 26-04-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                               En la tribuna

 

En la tribuna del Congreso de los Diputados, Zapatero pronuncia las cuatro sílabas de la palabra "tran-se-xua-les".

Son duda, es la primera vez que esta palabra, que es nuestra vida, suena en aquel lugar histórico, que ha visto la vida política de nuestro país durante ciento cincuenta años.

Por eso hay que señalar este día, 15 de abril, y tal señalamiento está por encima de cualquier partidismo, porque marcará nuestras existencias desde ahora.

Quizás la otra palabra que también se ha dicho, la compañera "ho-mo-se-xua-les", se haya dicho alguna vez, antes, incluso no sé si en tono insultante. Pero, seguro, que la palabra "transexuales" no se ha dicho nunca en ese sitio, ahí.

Hace cinco años, casi día por día, el 14 de abril de 1999, también en un aniversario de la República, se habló de transexualidad en las Cortes, pero no allí mismo, sino en otras dependencias del Congreso, en una Comisión. Pero no allí, no en el Salón de Plenos.

Tengo motivos para pensar que entonces, el Partido Popular o una parte de él, nos engañó y jugó con nuestras vidas.

Quienes hemos vivido años o decenios en la oscuridad, asustadas o reprimidos, y quienes han muerto a lo largo de los siglos sin esperanza, encontramos entonces a un político capaz de decir las sílabas justas, y un político que poco después iba a ser Presidente del Gobierno de España.

Una minoría de treinta mil personas, pequeña, pero formada por personas que pensamos, y sentimos, y nos duele si nos pegan, lo mismo que a cualquier otra persona, empezamos a ver que alguien reconoce nuestra existencia, que es lo mismo que decir que reconoce nuestros sentimientos y nuestros pensamientos, nuestra condición humana,

Con la pronunciación de estos sonidos se abre una secuencia de acontecimientos que, con muchos o pocos pasos intermedios, afectará al sentimiento de nuestra dignidad, a enseñar con alegría nuestro carnet de identidad, a oír con naturalidad nuestro nombre cuando nos llamen en un hospital, a la mayor facilidad para algunas para encontrar un empleo o para otras al alquilar un piso, a poner la X en la casilla que queremos ponerla en los formularios.

Ahora quiero pensar o dejar volar la cabeza un poco no sobre lo que se dijo, sino cómo se dijo.

Primero, anotar que se dijo en un momento en que España siente un profundo deseo de cambio y de aires nuevos.

Se dijo en el contexto de una esperanza colectiva, parecida a la del 82, más sobria desde luego, pero más realista y más fuerte por eso mismo.

Fue como un momento de una canción; esta canción tenemos que poner todos de nuestra parte porque se mantenga y nos permita bailar de verdad.

Después, en cuanto a la letra misma de la canción, llama la atención que se haya hablado del derecho al matrimonio para homosexuales y transexuales.

A primera vista, parece una equivocación. Nuestro colectivo no pide en primer lugar el matrimonio. Queremos que nuestra identidad sea reconocida legalmente, lo cual implica a continuación el derecho al matrimonio y que entre en la Seguridad Social la atención psicológica, médica y quirúrgica en la medida en que las requiramos.

En tal primera vista, da la impresión de que alguien había escrito "el matrimonio para los homosexuales", y alguien más, ¿quizás el propio Zapatero?, ha añadido después "y transexuales".

Como una manera de decir: se legislará para homosexuales y transexuales.

Como se va hacer así, hay que recordar que para una parte de nuestro colectivo, las personas que se han hecho la operación de genitales y (o) tienen sus papeles en regla, está resuelto el matrimonio heterosexual.

Fue una decisión de la Directora General de Registros y del Notariado, en 2001, ¡en tiempos del PP!, que lo resolvió por la vía administrativa, casi sin publicidad, pero con valor como precedente legal.

Pero también se puede suponer que el razonamiento que ha conducido a esa frase en el discurso de investidura haya sido muy meditado y consciente:

"Vamos a aprobar el matrimonio, a todos los efectos, para los y las homosexuales. Al hacerlo, resolvemos también cualquier clase de matrimonio, hetero u homosexual, para las y los transexuales".

O a lo mejor, hay algo ímplícito, no dicho (pero sí estudiado por algún asesor, conocedor del proyecto británico de ley, laborista, es decir socialista), que se podría entender asi:

"Vamos a regular la identidad de género, la vida social de los y las transexuales, y por tanto, su derecho al matrimonio independientemente de su situación corporal".

Este momento de nuestra historia requiere, y posiblemente conseguirá, que todas las demandas de las los homosexuales y de los y las transexuales se vean cumplidas, para hacer honor a la esperanza de cambio. He aquí nuestra esperanza.

Kim Pérez 19-04-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                        Leyes Comparadas

 

Las leyes o los proyectos de ley sobre la transexualidad que hay en Europa se fundan en dos principios: existen las que autorizan y las que reconocen, aunque no hay ninguna que sea solo de reconocimiento.

Como no hay nada perfecto en este bajo mundo, cada una tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Ahora que en España va a gobernar el Partido Socialista y va a aprobar, sin duda (ánimo, Zapatero, sin duda), una legislación que será parecida al Proyecto de Ley sobre el Derecho a la Identidad Sexual que el PP le bloqueó durante dos legislaturas, creo que es importante para nosotros ver cómo están las cosas en otros países.

Empezaré por las leyes que autorizan.

La italiana, del 14 de abril de 1982, es muy corta, siete artículos.

La operación tiene que autorizarla un tribunal, previa instrucción del proceso por un juez que puede pedir asesoramiento, y contando con el ministerio fiscal. Para operarse, para este acto de disposición sobre sí, los y las transexuales tienen que estar a lo que decidan otras personas.

Dicho está todo, en cuanto a los inconvenientes.

La ventaja es que, para quienes reciben la autorización, el reconocimiento legal del cambio de sexo es automático.

Para las personas que no se operan no parece haber nada previsto, aunque a lo mejor queda abierto el enfoque condicional del artículo 3, "cuando resulta necesaria la adecuación de los caracteres sexuales, a realizar mediante tratamiento médico quirúrgico", lo que deja abierta la puerta a que un tribunal autorice el cambio de sexo legal sin esa adecuación.

La ley británica, todavía en fase de discusión parlamentaria, corrige este inconveniente, pero corresponde también al sistema de autorización, aunque se llame de reconocimiento.

Comenzaré por sus ventajas.

No habla de cambio legal de sexo, sino de género, contando así con el carácter social del género; en la práctica, extiende este concepto a toda la población.

Representa un cambio legal verdaderamente radical, puesto que pasa del concepto biológico de sexo al social de género, para todos.

Eso es lo que tiene que legislar un Gobierno: las conductas sociales; lo que tiene repercusión social ¿No es lo biológico parte de la intimidad personal; no es en el secreto de esa intimidad donde se han refugiado durante siglos los intersexuales o hermafroditas?

Puede solicitar el cambio legal de género cualquier persona que viva con arreglo al género que desea, por lo menos durante dos años y quiera seguir en él hasta su muerte (esté operada o no operada, en eso no entra el proyecto) y da todos los derechos correspondientes a la demás personas de ese género, incluído el matrimonio. Resuelve a nuestro favor todas las cuestiones de cambio de nombre y sexo legal (o género)

El inconveniente, grave, es que funciona bajo el régimen de autorización. En este caso, es un panel o tribunal formado por expertos médicos y legales el que dictamina si se autoriza a la persona que demanda el cambio de género. Si el panel está formado por expertos abiertos, muchas demandas (pero no necesariamente todas, ¿y con qué criterios?) serán aceptadas: si por expertos cerrados, muchas demandas serán denegadas.

De nuevo, otras personas decidiendo sobre mi futuro, en algo tan personal como mi identidad.

El proyecto deja abierta la posibilidad de que la persona que ha cambiado de género quiera dar marcha atrás, para lo que tendría que volver a pasar por dicho panel. En este caso, sería, de acuerdo con los principios expuestos, que la persona no "quería vivir en el nuevo género hasta su muerte".

Se supone que el panel diría que sí, pero apuntaría el nombre de la persona para denegarle el permiso si otra vez se presentara, lo que requeriría que cada cual se lo pensara bien antes de solicitar el cambio, primero, y la marcha atrás, después.

Un sistema de reconocimiento mezclado con otro de autorización está representado por la ley alemana de 10 de septiembre de 1980, en la que se inspiran los proyectos de ley español (ya con unos seis años de edad, si cuento bien) y el belga, que acaba de presentarse.

En la ley alemana se prevé la "gran solución" y la "pequeña solución".

La "gran solución" reconoce a las personas que se hayan operado de genitales el derecho al cambio legal de sexo, a todos los efectos (matrimonio, etc) Hay expertos, pero sólo para reconocer que la persona está operada y (¿o?) es estéril.

La "pequeña solución" reconoce a las personas no operadas el derecho a cambiar de nombre, no de sexo, con la condición de que se mantengan en esa situación; si se casan, con arreglo al que sigue siendo su sexo legal, o tienen un hijo, el cambio de nombre deja de tener efecto.

En este caso es donde se mezcla el sistema de autorización con el de reconocimiento, puesto que tiene que haber dos expertos (de nuevo un tribunal) que dictaminen sobre la firmeza de la solicitud (¿y de nuevo, con qué criterios para decir que sí o que no?)

La ventaja de la "gran solución" en esta ley es que reconoce las situaciones dadas y no hay ningún tribunal que tenga que autorizar nada. Los inconvenientes, que para la "pequeña solución" vuelve al régimen de autorización por tribunal y que en la práctica induce a personas que normalmente no se operarían, a operarse para contar con todos los derechos.

En nuestro caso, puede ser que el nuevo Gobierno se limite a presentar de nuevo el anterior proyecto de ley (que por su origen creo que debería llamarse Proyecto de Ley Galiacho)

Como conozco a su inspirador, sé que debe calificarse como racional, amistoso (hacia el colectivo transexual) y conservador.

Sin embargo, la presentación del proyecto británico señala un antes y un después, y creo que va a obligar de hecho al nuevo Gobierno español a replantear su Proyecto de Ley, con arreglo a algunos de sus supuestos, y a los y las transexuales a reflexionar y aportar ideas sobre tal proyecto.

Para que la futura Ley fuera la mejor posible, que reuniera el máximo de ventajas y el mínimo de inconvenientes, creo que debería:

Primero, ser una ley de reconocimiento y no de autorización; nada de jueces ni de tribunales médico-legales.

Segundo, ser una Ley sobre el Derecho a la Identidad de Género más que sobre el Derecho a la Identidad Sexual, clarificando el género como dimensión social del sexo y siguiendo la línea británica de legislar sobre el género, no sobre el sexo.

Tercero, dejar en todos los casos las decisiones jurídicas condicionadas a que las personas permanezcan en su nueva identidad social, considerando que renuncian por su propia voluntad a ella si interactúan muy significativamente conforme a la anterior, después del cambio legal, en particular procreando a un hijo o decidiendo expresamente dar marcha atrás en su proceso de socialización.

Creo que se debe recordar que esta línea ha sido ya defendida apasionadamente en nuestro país, en particular por Beatriz Espejo, por Natalia Parés y por Yliana Sánchez, mientras yo por ejemplo me adhería más conservadoramente al modelo alemán; que por tanto no es nueva aquí, y que lo que queda (y mucho) es seguir pensando y exhortando al Partido Socialista a que haga realidad sus promesas de dialogar con la sociedad, en nuestro caso con las y los transexuales.

Kim Pérez 12-04-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                       Disforia Pura

 

Escribo esto para la semana de Pasión, y creo escribir con acierto, porque para cierto número de personas trans su experiencia fundamental es el dolor, una pasión que dura no una semana, sino una vida entera.

La disforia, el disgusto, el desajuste, el sufrimiento de género pueden ser para estas personas la más profunda y casi la más verdadera realidad afectiva.

Quiero decir que, hagan lo que hagan, transiten o no, se van a encontrar disfóricas. Si van para adelante, disforia. Si se quedan atrás, peor.

Para otras personas, la transexualidad es más que la disforia: es una esperanza, luego una alegría, un bienestar.

Y para otras, la disforia o disgusto de género, no existe propiamente; simplemente, prefieren hacer el cambio. Entre una situación en la que están bien y otra en la que se van a encontrar mejor, prefieren lo mejor.

Luego hay un número de personas que por sus circunstancias, o más bien por sus responsabilidades, podrían encontrarse mejor si pudieran cambiar, pero en la práctica no van a conseguir dejar atrás la dichosa disforia.

Y por fin hay otras que son las que quiero considerar en este texto: las que lo mismo si hacen la transición que si no la hacen, son ahora disfóricas y lo seguirán siendo después.

¿Por qué se puede ser disfórica o disfórico de esta manera?

Muy sencillo: ¿Tenemos la obligación de que nos guste todo lo que nos rodea cuando llegamos a este mundo?

¿Tenemos la obligación de que nos guste nuestra familia por habernos engendrado?

¿O la ciudad en la que nos hemos criado, que puede parecernos horrible por lo que sea?

¿O el país del que somos ciudadanos?

¿O la religión o la filosofía en la que otras personas nos han educado?

¿O el género que nos corresponde de acuerdo con el código de género vigente a nuestro alrededor?

No: el ser humano, eterno espectador de sus circunstancias, tiene derecho a asombrarse ante las que le han tocado, y sentir que no le gustan, o que no las quiere, por razones justificadas.

De su familia puede alejarse; de su ciudad puede irse; de su país puede renunciar a su nacionalidad y hasta a su lengua; puede abandonar la religión o la filosofía en las que ha sido educado.

Con su género puede sentir una profunda incomodidad; y más aún: con todo el sistema de los géneros, tal como es, con uno y otro.

Otra cosa es que se incline, con compasión, sobre todos los que no le gustan; es posible que una persona o una situación no nos gusten y procurar hacer por ellas lo que esté en nuestra mano.

Creo entonces que hay personas que pueden encontrar su paz en reconocer que son disfóricas; ni siquiera trans; si hacen la transición de género, descubren que no están a gusto en el nuevo como no lo estaban en el otro.

Estoy en la idea de que para las personas disfóricas puras, que serían éstas, sólo definirse como disfóricas puede ser un alivio, hasta tal punto los humanos necesitamos encontrar palabras que nos definan, en las que descansar y que nos guíen.

Porque una persona que se reconoce como disfórica pura puede sentirse libre para expresar su posición respecto a los géneros de cualquier manera, o de muchas maneras, unas más visibles, otras más íntimas e invisibles.

Puede hacer una transición social muy fuerte (o muy desconcertante para otros, puesto que no se va a ajustar al modelo de género "varón" ni al modelo de género "mujer", sino que va a ser ella misma, una especie de vagabunda errante)

Puede relativizar en su ánimo los sexos y los géneros admitidos. Puede relativizar su propia situación en la vida. La misma palabra "transexual" puede resultarle excesiva. ("No, yo soy sólo disfórica (o disfórico)"

Puede intentar comprender, con paciencia, los motivos de su disforia, como los de una tos crónica. Puede asumir con orgullo que tal relativización no la convierte en valor absoluto, en exigencia ineludible: si no ha hecho ninguna transición, puede que descubra que, en su caso, está más que justificado, y que entiende su vida no como un desastre, sino como un drama que admite por igual varias conclusiones y puede sentirse digna y orgullosa por las opciones que haya tomado.

Estoy distinguiendo, me doy cuenta, entre disforia y transexualidad, porque aunque a menudo vayan juntas, no tienen que irlo siempre. Puede haber disforia sin transexualidad y transexualidad sin disforia.

La disforia pura existe cuando no se está a gusto con el género de partida ni con el de llegada.

Los disfóricos, las disfóricas, plantean sin duda con mayor claridad que otros, una experiencia humana: sentirse simplemente, sobre todo personas, por encima de cualquier adjetivo, entre ellos, de los géneros, que son sólo adjetivos.

Cada vez que nos sentimos personas por encima de cualquier otra cosa (nacionalidad, sexo, clase, etc), estamos afirmando un fundamento de igualdad humana, que es la solidaridad con cualquier conciencia atrapada en los condicionamientos de la existencia.

"Tú eres como yo; un ser que piensa, siente, ríe, llora, se duele, que vive".  

Kim Pérez 05-04-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                  Excitación

 

Pretendo entender y explicar con tranquilidad lo que para muchas trans es un misterio, un secreto, una vergüenza callada que más vale no comentar: que nos hemos excitado sexualmente al mirarnos en el espejo o al vestir como mujeres.

Voy a ser cruda en la explicación, pero espero sirva para que os sintáis más a gusto, más seguras de vuestra identidad y más tranquilas.

Comenzaré despejando una equivocación (y una preocupación) En un principio, el Dr Ray Blanchard (y la médica transexual, la Dra Anne Lawrence) creyeron que eso correspondía directamente a la atracción sexual hacia las mujeres.

Ahora se sabe que las cosas son distintas: esa excitación la pueden sentir tanto las transexuales atraídas por las mujeres (las voy a llamar ginéfilas), como las atraídas por los hombres (las voy a llamar andrófilas) También hay transexuales ginéfilas o andrófilas que no se excitan. La única diferencia parece estar en un porcentaje de frecuencia ligeramente superior en las ginéfilas que en las andrófilas. Recuerdo de memoria cifras de algo así como el 70 y el 60 % de cada grupo, que registran excitación. Es decir, una pequeña diferencia de algo así como un diez por ciento, que además puede deberse a defectos estadísticos de la muestra (como los sondeos)

No recuerdo bien, por otra parte, si estos resultados, que contradicen su opinión, vienen de las investigaciones de la misma Anne Lawrence. Esto, desde luego, aumentaría su credibilidad.

Entonces, si la explicación no es (no es, no es) la atracción sexual por la mujer, o no es sólo eso, ¿cuál es?

¿Podría hablarse de parafilia, entendiendo las parafilias, como se hace habitualmente, como procesos de excitación provocados por motivos externamente sorprendentes, como pueden ser los zapatos de tacón de aguja, etc?

No; es preciso ir más allá. En las personas trans hay no sólo un proceso de excitación, sino sobre todo, sobre ella, cuestiones de identidad o de disforia de género...

Muchas veces, la excitación viene como un molesto añadido, un invasor inoportuno, que trae consigo placer, pero también incomodidad o fuerte dolor psíquico. "¡Eres hombre, eres hombre! ¡Reaccionas como un hombre!", nos parece que repite.

No se querría que pasara, pero pasa. Rompe nuestro ideal de feminidad, nos recuerda amargamente nuestros condicionamientos biológicos... Es decir, no estamos de acuerdo con ella, no nos gusta, aunque sucede.

Incluso, podemos habernos acostumbrado a ella. La desesperación habitual de la transexual (en el armario) puede hacernos recurrir al placer para aliviar la angustia, como otros recurren a un porro o al alcohol. Placer amargo, deprimido.

No es un placer sencillo.

Yo creo que para entenderlo hay que recurrir a una definición más profunda de la parafilia: no hay que fijarse en lo que produce la excitación (los sostenes o sujetadores, los zapatos de tacón...) sino en por qué la produce.

Y la respuesta que propongo es ésta:

La parafilia es una solución simbólica a un problema real. Excita porque es solución, porque saca de la angustia, pero tiene que repetirse porque sólo es simbólica, mientras que el problema sigue siendo real.

Por lo que a mí toca, estoy segura de este planteamiento por mi experiencia: con ocho años, el pavor a un niño del colegio que había amenazado con pegarme, hizo que en sólo una tarde (días después) desarrollara una fantasía masoquista completa de sumisión (una parafilia)

Traduzco a nuestras historias:

Si soy disfórica de género, es que siento angustia por mis condiciones de género (y de silencio)

Me visto a escondidas en casa. Me miro en el espejo. ¡Es la solución! Me excito.

Pero enseguida tengo que volver a mi ropa de antes y vuelve la angustia. Vestirme a solas no era la solución real.

Pero me ha hecho soñar.

Tengo que repetirlo.

Según este esquema, cuando es posible la solución real, desaparece la parafilia y por tanto la excitación (la solución real es el cambio social de género o cualquier otra forma de superación de la disforia de género, que no sea la simple aceptación de una derrota)

Cuando la excitación no tiene que ver con un choque identitario, sería cuando se trata de transvestismo ocasional o periódico.

Aun así, la parafilia tendría el mismo valor de solución simbólica de un problema real. ¿De cuál?

En muchos transvestistas (digo "muchos", con o, porque no hay cuestiones de identidad), el problema real es la necesidad de una distensión frente al estrés o ante un concepto hipermasculino o hiperresponsable de sí mismo.

Pero una vez conseguida esa ansiada relajación, ese descanso, se puede volver sin problemas a la identidad masculina y a la dureza de la vida... hasta que el estrés vuelva a ser inaguantable.

En todos los casos, resueltas las cuestiones de identidad o las cuestiones de estrés, las parafilias suavemente, se extinguen.

Y para nosotras empieza la vida real.

Kim Pérez 29-03-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                              Expresión

 

En estos días terribles he oído muchas veces hablar del apoyo psicológico a las familias de las víctimas. Me he preguntado en qué podría consistir ese apoyo en circunstancia tan duras, qué podrían decir los psicólogos que no fueran convencionalismos o frases hechas, hasta que uno de ellos lo explicó: no se trata de hablar, sino de escuchar.

El padre, la madre, el hijo, la hermana, necesitan desahogarse, por encima de todo, y que haya alguien que sepa escucharlos, atentamente, incluso sin interrupciones, pero atentamente, comprendiéndolos, sabiendo decir en un momento la palabra justa.

Esto significa que los humanos necesitamos sobre todo expresarnos, lo que quiere decir comunicarnos, encontrar apoyo (o rechazo, pero comunicarnos), y esto y no otra cosa es lo que convierte en drama situaciones como la disforia de género o la homosexualidad, que no serían muy complicadas de administrar si pudieran expresarse desde el primer vuelco del corazón, pero que en la realidad nos dejan muchas veces durante años y años encerrados en el secreto, la incomunicación, incluso con las personas más queridas o más cercanas, incluso la culpa ahogada mil veces, o el sentir que mentimos, cuando la culpa es del código penal de género que no nos ha permitido expresarnos.

Por esto, por no poder hablar de lo que sentimos y llevar así una vida verdaderamente humana (lo humano es la reflexión y la comunicación) es por lo que muchas personas transexuales u homosexuales sentimos que no vivimos, nuestros días transcurren sin ser una vida, puesto que no podemos expresarnos. No vivimos porque no tenemos una vida humana de expresión y comunicación.

Diré de mi propia experiencia que he sentido durante decenios que yo no vivía, porque no podía hablar con nadie, nadie, nadie, de la cuestión que más me interesaba, la cuestión previa, básica de mi vida, que tenía que resolver antes de poder atender a otras.

Me sentía como alguien en una sala de espera, mirando hacia la puerta, que no se abre durante años y años.

En cuanto salí del armario, tuve la sensación radical de empezar a vivir. Ahora vivo mi vida, lo sé, existo en presente, no en futuro, vivo desde hace once años.

No sabía si era algo privativo mío. El otro día leí que el novelista Henry James, que no se permitió nunca decir ni una palabra ni vivir de ninguna forma su homosexualidad, se quejaba al final de su vida de que había tenido la sensación de no haber vivido nunca.

Es decir, de no haber podido o conseguido vivir como debe vivir una persona: transparentemente, ante los otros, hablando, dialogando, siendo insultado, si se tercia (los insultos son un honor; en el fondo, significan: "¡Estoy fuera!", "¡Se me ve!"), diciendo: "Soy como veis".

Por eso creo que la primera urgencia, para transexuales u homosexuales, lo primero de todo, es conseguir expresarnos ante alguien, aunque no sea ante todos, expresarnos de alguna manera, en alguna medida, dejar una huella.

Quienes sólo pueden leer o escribir en estos foros de la red, están consiguiendo algo de expresión, algo de comunicación. Parecerá poco, pero no lo es, para quien, como yo, ha estado en el grado cero (o ha vuelto a él) durante años, y años, y años, y años... y sé lo que es el grado cero. Pero que también intenten ampliar gradualmente la expresión, hasta donde se pueda.

Los homosexuales pueden tener relaciones clandestinas, pero hermosas, como los encuentros en las noches calientes o los amaneceres que cuenta Kavafis.

Para nosotras (más que para vosotros, compañeros), es más duro.

Pero también puede salir del encierro en sí misma una transexual simplemente participando en el ambiente transexual, aunque no sea posible cambiar públicamente de identidad, pero sí hablando, comunicándose, estando, cenando con quienes sienten lo mismo y por tanto pueden entender y respetar las propias circunstancias.

Ser así transexual entre transexuales, por lo menos, ver las miradas, sentir el calor cercano de los cuerpos, morirse quizás de amargura interior a veces, pero tener caras conocidas, experiencia, a veces sonrisas amigas y a veces falsas, palabras unas veces comprensivas y otras desconsideradas, pero da igual, un eco de la propia existencia, una sombra en la pared, oírse llamar con el nombre de mujer, aunque la propia apariencia siga siendo un disfraz.

Ya no es el grado cero, por lo menos, es algo, no es el vacío, algo se puede hablar y ver y sentir y contar. Es el grado tres o cuatro por lo menos. Para muchas y muchos será el grado cinco. Suficiente.

Kim Pérez 22-03-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                              Día para el recuerdo

 

Por la noche, oigo a un muchacho mauritano, Wazir, tocando una flauta de caña, una flauta de pastor, con una melodía triste y lenta, en la que el aire palpa por dentro las paredes del tubo, titubeando, lo mismo que una vida tierna, que se mantiene, haciendo sentir con más precisión que ningún otro medio a una muchacha que vive, cuya sangre se siente palpitar dulcemente en sus venas como el aire por la caña.

Vida cantada, impregnada de sensaciones y sueños; ansiosa de futuro y melancólica, porque todo lo que dice ha sido amenazado y no se sabe si se ha extinguido.

Wazir, muy suavemente, tocó en el programa de Javier Gurruchaga, tan histrión siempre, hoy vestido de negro y muy serio, acompañado por una mujer también de negro luto, hablando de libertad y de serenidad.

(Por la noche veo Crónicas Marcianas, y me encuentro al granuja de Javier Sardá, también de negro, hablando con la sinceridad de que sólo son capaces los granujas cuando toca ponerse serios; a su lado, entre otros, al canoso Javier Nart, que me suele caer mal, por lo ácido y lo escéptico, pero con quien hoy me reconcilio definitivamente porque dice sentirse orgulloso de pertenecer a un pueblo en el que nadie ha alzado la voz para pedir medidas extraordinarias, nada más que la libertad y la paz; frente a él, Ramoncín, también de un negro que sería rockero si no fuera porque es lo que corresponde, lo propio, lo serio; con sus facciones finas y sensibles, su barbita provocadora, hablando con sencillez de sus amigos de Vallecas, que suelen coger esos trenes)

Y del día, recordaré la misteriosa imagen que aparecía frente a los ventanales desde donde estaba viendo la televisión, cuando alzaba la mirada de ella, la alta mole de la Sierra Nevada, con sus olas de nieve sucediéndose en la ladera, alternando azules casi sombríos y brillos helados, relumbrando bajo un sol grisáceo entre las nubes, todo muy alto, muy solo, muy frío, muy separado de las tierras bajas de los hombres, como para que lo recorrieran medio aturdidas medio felices de tanta libertad las almas que acabaran de separarse de los cuerpos.

La incapacidad y el estupor de los heridos tirados en el suelo en un polideportivo adaptado como hospital de emergencia, y las personas que les prestaban atención, cubriéndolos con mantas, una mujer con un abrigo canela, arrodillada e inclinada maternalmente sobre un cuerpo, otro sanitario palmeando suavemente las mejillas de una mujer algo mayor, para que se mantuviera consciente, unos humanos cuidando de otros.

Y luego, una mujer buscando a su hijo, que había salido de su casa para ir a clase.

Y una mujer de pelo blanco, de mi edad, ecuatoriana, y su sobrina, buscando angustiadamente a otra sobrina, desaparecida, por los hospitales y yendo luego al depósito de cadáveres, pero queriendo no encontrarla y por fin, encontrándola en algún sitio y viva.

Muchos inmigrantes, rumanos, ecuatorianos, colombianos, porque los trenes venían de la periferia obrera. Muchachas del Este o latinas, hombres rudos hablando con acentos para nosotros nuevos. Otros como ellos, algunos de ellos habían llegado a España a ganarse la vida y han encontrado la muerte.

Hay una persona, que yo sepa, que no pudo enterarse bien de lo que pasaba. Una trans que ese mismo día tenía una entrevista con sus hermanos y sus cuñados, organizada por los servicios sociales del Ayuntamiento de su pueblo, para recomponer el trato con su familia. Ojalá lo consigan.

En el barrio en que vivo, hay una bandera del arco iris con un crespón negro.

Kim Pérez 15-03-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                              Cuerpo o alma

 

Después de decir lo que tenemos en común, voy a hablar, con mayor o menor acierto, de lo que tenemos de diferente.

Se puede empezar por dos esquemas distintos para entender distintas transexualidades. Seguramente hay más variantes, y ya procuraré hablar de otras.

En los esquemas que voy a poner, figuraos que cada guión es una flecha hacia la derecha; es que no sé ponerlas con el ordenador.

Uno:

(Este esquema vale para algunas trans y algunos trans) 

Base biológica fuerte (configuración cerebral cruzada, BSTc o lo que sea) –– desajuste de género (inadaptación, más que disgusto o rechazo) -– transexualidad como decisión reflexiva.  

(En este caso, serían mujeres u hombres cerebrales; personas intersexuales, dada la discrepancia de su cerebro y su sexo aparente) 

Dos: 

(Este esquema vale para otras trans feminizantes, no para los trans. Obvia la base biológica, que puede existir, pero ser más liviana, o puede incluso no existir) 

Los procesos son sobre todo psicoafectivos. 

Falta de la experiencia homoafectiva de la niñez y la adolescencia (no se ha vivido lo de "las niñas con las niñas y los niños con los niños"; por tanto, falta de identificación con el propio sexo) –- falta de una barrera identitaria (falta el "estoy orgulloso de ser un hombre"), frente a la aparición de pulsiones de fusión sexual con las mujeres -– fusión con la mujer (no mero deseo) / repulsión absoluta del varón –- disforia de género o genital –- transexualidad compulsiva.

Hay otros esquemas posibles, de los que procuraré hablar en otro escrito.

Pero la diferencia entre estos dos, es que en el primero cuenta más lo biológico y en el otro cuenta más lo que se ha vivido. Por eso digo que uno es por el cuerpo y otro por el alma.

El primero es más sencillo. Creo que origina personas muy femeninas o muy masculinas, que suelen identificarse con las mujeres o los hombres desde la niñez y sentirse atraídas por hombres y mujeres respectivamente.

Pero en la adolescencia y la juventud, es frecuente que se produzca un terremoto, sobre todo en las trans femeninas, que suelen hacer un esfuerzo "por ser más normales", al contrario que las que siguen el otro proceso, en quienes en esa edad es cuando rompe todo.

Incluso puede haber pretensiones de hipermasculinidad, en la elección de profesión, etc

Al no conseguirlo, vuelve la identidad primaria, quizás después de una depresión, y entonces, sin disforia, es decir, sin rechazo fuerte, sin repulsión, simplemente sintiendo su desajuste con ese género tan pretendido, se empieza la transición, que suele dar resultados espléndidos de ajuste.

El segundo proceso es más complicado; por eso voy a explicarlo con más detalle.

Parte de la evidencia y acuerdo de que casi todas las personas XY que evolucionan como hombres, suelen pasar en la niñez y la adolescencia una fase homoafectiva, de gran compañerismo y amistad, en la que aprenden a ser hombres. Freud habló de ella, pero dura más de lo que Freud supuso, llega muy fuerte hasta la edad de las pandillas y en realidad dura, como fondo afectivo, toda la vida.

Lo dice el tango: 

Adiós muchachos, compañeros de mi vida,

farra querida

de aquellos tiempos... 

Produce por tanto una identificación llena de orgullo, recuerdos y alegrías con la masculinidad.

Esa identificación crea en los varones masculinos una especie de barrera afectiva por la que el deseo de la mujer "no" se convierte en deseo de ser mujer, en admiración y ansia de fusión con la mujer, de ser como ella, de ser ella, tal como admiran y quieren ser como sus modelos masculinos.

Pero diré enseguida que, aunque las personas XY que van a evolucionar como trans feminizantes (precisamente éstas) reaccionan biológicamente como hombres, se encuentran con dos grandes faltas que impedirán su desarrollo masculino: la falta de experiencia de la homoafectividad y la falta de la barrera identitaria.

Estas dos carencias son irreversibles, porque están ligadas a una edad, la niñez o la adolescencia, que no se puede repetir, y por tanto equivalen a la falta de un órgano anatómico.

También la homoafectividad limita en la mayoría de los hombres la repulsión sexual ante otros hombres; en estas trans, no. Al no tener casi ningún sentimiento positivo ante los hombres, los rechazan absolutamente y rechazan la masculinidad en sí mismas.

Por tanto, la falta de esa barrera de identidad masculina, hará que tiendan a fundirse con la feminidad y a rechazar radicalmente la masculinidad.

Disforia de género. Repulsión.

(Por cierto, después de la transición, una vez afirmada la diferencia, la persona disfórica puede reconciliarse con los hombres; a condición de que exista esa diferencia)

Son dos sentimientos, y cada uno puede ser más fuerte que el otro.

En caso de que predomine el primero (el deseo de fusión con la mujer), hay que tener en cuenta que la hormonación hace caer la libido y por tanto el deseo de fusión con la feminidad.

La trans puede sentirse muy desconcertada ante este desinterés por seguir la transición, precisamente al empezar a hormonarse, y hasta desorientada.

Debe comprenderse primero a sí misma para entender este complejo proceso y decidir (por ejemplo, seguir adelante, pero sin hormonarse)

En caso de que predomine el segundo (el rechazo), la trans seguirá contenta adelante, con tal de diferenciarse de los hombres.

He hablado al principio de que puede haber una base biológica light incluso en esta segunda forma de transexualidad.

Para verla claramente, es útil cruzar este análisis con la tipología de los temperamentos, debida a los psicólogos Heymann y Le Senne.

Por temperamento se entiende la base biológica de la personalidad, lo que nos diferencia desde nuestro nacimiento.

Heymann y Le Senne han hecho un cuadro que, cosa interesante, no distingue de sexos. Temperamentos similares pueden ser de hombres y de mujeres.

Su cuadro se basa en la combinación de tres variables fundamentales: emotividad/autodominio, actividad física/gusto por el reposo y resonancia (o rapidez/lentitud de reacción)

Es un estudio que "no" trata de las causas biológicas de los temperamentos.

Pero yo no dejaría de plantear si, por ejemplo, los temperamentos que Heymann y Le Senne llaman "sentimentales" (emotivos, no activos o reposados físicamente, reflexivos) estarán menos influidos por los andrógenos (que tienen tanto hombres como mujeres), que los temperamentos "coléricos", que son emotivos, pero activos, rápidos, luchadores e impetuosos (tanto hombres como mujeres)

Las personas "sentimentales" son hipersensibles, vulnerables y tienden a la soledad.

En el caso de las personas XY "sentimentales" esto dificultaría su inserción en el grupo de los niños y por tanto estorbaría la homoafectividad; en casos extremos, se llegaría a la transexualidad.

Puede cruzarse también esta tipología con otras que distinguen en las personas tres figuras básicas: la larga, la recia y la suave.

Los de líneas alargadas son cerebrotónicos (piensan mucho, le dan vueltas por todo a la cabeza, incluso se obsesionan) y asténicos (tienden a sentirse cansados sin motivo) 

Los de líneas recias, son musculares o atléticos; son fuertes y combativos, sencillos y rectos.

Los de líneas suaves son gozadores, amantes de los placeres, sexuales,  bienhumorados, prácticos, eficaces, poco sentimentales.

La descripción de los de líneas largas también hace pensar en lo hipoandrogénico, mientras que la de los de líneas recias resulta hiperandrogénica y la de los de líneas suaves parece que está equilibrada, tanto en hombres como en mujeres (recuérdese que la libido depende tanto en hombres como en mujeres de cierta proporción de andrógenos, que en las mujeres segregan las glándulas suprarrenales)

¿Explica esto por qué muchas trans feminizantes tenemos estatura alta o cuerpos más bien delgados y alargados, mientras que muchos transexuales masculinos son recios o musculares, de media o baja estatura, atléticos en una palabra?

Kim Pérez 08-03-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                    Máximo común divisor

 

No hay una transexualidad, sino muchas. Todas tienen algo en común, y algo distintivo. ¿Qué tienen en común? Casi no hay que decírnoslo: lo que hace que las personas transexuales acudamos a estas páginas; en ellas nos reconocemos lo suficiente. Pero si no hablamos de lo distintivo, siempre habrá alguien que al leer algo, no se reconozca, se sienta distinto o distinta, solitario, quizás inaceptada.

Siempre en silencio, incluso entre los afines; siempre en el armario; siempre sin expresión.

Pues intentemos hablar de todos esos matices libremente, por lo menos aquí. Sepamos que lo que cada cual entiende por su transexualidad no es forzosamente la regla universal. Que sentimos de manera diferente y que nuestros proyectos de vida son diferentes, aunque afines.

¿Concretando más, qué es lo que tenemos en común? Que en cuanto una persona XY se pone falda o una persona XX quiere llamarse Antonio, se plantea una cuestión de género. Ropa, nombre... es género. Género es (en parte) la reglamentación social del sexo. Por tanto, lo que tenemos en común es que somos infractores del género.

Las reglas de género son un código no escrito (salvo en unos pocos puntos decisivos), pero un código fuerte. O hasta muy fuerte, que impone penas muy graves. La infracción de las reglas de género se puede castigar con la marginación social y laboral, con la ruptura familiar, con los ataques de los extremistas que ponen en peligro la propia vida o las condiciones de vida (aunque no sea por la violencia, sino por la legislación, o por la no-legislación) ...

Ese enfrentamiento con la sociedad general es suficiente motivo para que todos los y las transexuales nos sintamos una piña, sin hacer distingos entre nosotros. Quienes más dificultades tienen en ese enfrentamiento social (por ejemplo, las prostitutas), menos precisiones hacen. Suficiente es luchar por salir adelante, y por ponerte minifalda eres mi hermana, o por lo menos mi colega, punto.

Pero cuando estamos entre nosotras y vosotros, como aquí, hablemos libremente de nuestros parecidos y nuestras diferencias, para sentirnos verdaderamente a gusto, para poder decir eso tan hermoso de "yo soy así".

También es común algo que se piensa menos: que la transexualidad no es exactamente una cuestión de quién soy, sino de cómo interactúo con los demás.

Es decir, no sólo de mi propia naturaleza, aunque ésta puede favorecerla.

Tampoco de mi concepto de mí o identidad, que es lo que se ha pensado hasta ahora.

Sino de cómo me hayan ido las cosas en cuestiones de género y sexualidad (que es el sexo en marcha, las relaciones sexuales propiamente dichas), mis dos maneras de interrelacionarme, a media y corta distancia, respectivamente.

La identidad (o las identidades, que de todo hay), vendrán después, aunque sea desde muy temprano, como efecto de esa interrelación.

"¡Qué niño tan guapo! ¡Qué lástima que no haya sido niña!", oímos decir a veces a los cuatro o cinco años. Puede no impactar, aunque se quede grabado, o puede sonar como una revelación.

Tal interrelación empieza manifestándose como una cuestión social, una cuestión de género. En las transexualidades que empiezan a una edad muy temprana (hacia los 3 ó 4 años), hay que tener en cuenta que el niño distingue antes los géneros que los sexos (así lo afirma, por ejemplo, Lawrence Kohlberg, psicólogo cognitivista) Por tanto, si dice que es una niña o que quiere ser una niña, está diciendo que quiere incluirse en el género femenino, no necesariamente en el sexo femenino, que todavía desconoce.

Por tanto, muchas personas que se han sentido (o identificado) toda su vida con el género que no se les suponía, pueden sentirse cómodas simplemente cambiando su posición en los géneros: ropa y nombre...

En otras personas, el desajuste puede referirse sobre todo a ese cogollo, centro y base de lo social que es la llamada técnicamente sexualidad, la interacción corporal.

Más claro aunque un poco fantástico: mucha gente de la nuestra, si hubiera vivido en una isla desierta, desde siempre, en total aislamiento de otras personas (y sin más animales a la vista, por ejemplo, que las aves), no habría tenido nunca problemas de género ni de sexualidad.

En esa isla desierta, una erección hubiera sido sentida como el ensancharse del círculo del horizonte; y una eyaculación, como el romper de una ola sobre la playa.

Es lo social, incluso en la mínima o máxima, según se mire, expresión de lo social que es lo sexual, lo que provoca nuestro desajuste de género o de sexualidad.

Por eso, si esa persona primero hubiera vivido entre otras personas, y desarrollado su personalidad entre ellas, y luego hubiera caído en la dichosa isla desierta, no podría evitar, aunque estuviera sola, sentir que la barba de un palmo que adornase sus mejillas o los genitales que habían crecido con ella, eran su propio cuerpo disfrazándola, su piel ocultando sus sentimientos.

Sabiendo entonces que la transexualidad es inseparable de lo social, del género o de la sexualidad o de ambos, ¿podemos preguntarnos si sería posible ampliar las posibilidades del desajuste de género obligando a los códigos de género a ser más flexibles, para que eso nos diera más cancha social?

Volviendo al principio, si todos y todas somos infractores del género, ¿no tenemos que centrarnos primero en cambiar y distender las reglas de género, para encontrar nuestro lugar en ellas?

Quiero decir que nuestra propia existencia, en tanto transexuales, es un ensanchamiento de las reglas de género.

En cambio, si aspiramos a sumarnos, sin más, a uno de los dos únicos géneros que las reglas reconocen, desaprovechamos el propio potencial de nuestra experiencia.

Precisamente, en un punto que no nos favorece. Si le decimos a alguien que somos hombres o mujeres, y punto, estamos dejando muchos puntos flacos al aire, entrando de nuevo en un armario de precauciones y miedos, sólo que al revés, o provocando que los discutidores nos lo nieguen, o se dediquen a buscar cualquier mínimo rasgo que no sea conforme con ese estereotipo.

En cambio, si decimos: "soy trans"; u "hombre trans"; o "mujer trans", todo el mundo estará de acuerdo. Y con algo de suerte (todavía nos hace falta la suerte), nos harán sitio, con lo que estaremos ensanchando las reglas de género, con operación o sin ella, con transición total de género o sin ella.

Para hablar de las transiciones mínimas, pero transiciones: Isabelle Eberhardt, por ejemplo, fue una mujer lo suficientemente viril como para cabalgar, galopar y pegar tiros entre los tuareg del desierto. Y personas como Miguel Bosé tienen suficientemente acreditado un estatus de ambigüedad que se vuelve su definición. Ambos resultan bellos y son ambiguos, en cuanto a las reglas de género. ¿No vale la pena que cada cual ensaye su particular manera de infringirlas, para hacernos sitio a quienes no estamos a gusto con ellas, sin necesidad de volver a someternos a su rigidez?

Kim Pérez 01-03-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                         Fandango

 

Hoy va primero de gays y, al final de trans. Porque lo que quiero explicar tiene que ver con lo que llamamos gay (o lesbi) y con lo que llamamos trans.

La palabra gay (alegre) es una pretensión, la alegría de la libertad, del amor o del placer, que nace del fondo del alma, desde luego una realidad a veces y a veces un sarcasmo. Las novelas de Mendicutti dejan ver el risueño escepticismo de quien ve a los gays viviendo como pueden, con más o menos suerte. Esta vida es un fandango...

¿Pero cuál es la forma de vida gay? ¿Tiene que ser tan rígida como se concibe la hetero? ¿Un gay no puede echar una pluma al aire acostándose con una mujer?

¿Y hoy, con tantas formas de familia, no se puede concebir que un gay duerma con una mujer, tenga un hijo, y siga viéndolos como buen amigo de ella y buen padre de su hijo?

Los alemanes del siglo XIX son los  que idearon la palabra "homosexual", pero como en aquellos tiempos eran tan rígidos (desfilaban al paso de la oca), la contrapusieron totalmente a "heterosexual".

Tenías que ser o lo uno o lo otro.

Pero, esgraciaos, los puritanos de este lado o el otro del Atlántico, arrastran una herencia cultural estricta que los hace a menudo antipáticamente rígidos, tan políticamente correctos, lejos de cualquier forma de vida que suponga brisas, aire templado, tiestos de flores, estiércol en los campos y la pizca de cachondío que todo eso produce.

Porque me voy a un texto recogido por Alberto Cardín y me encuentro con esto: "Todos los griegos modernos son bisexuales..."

¡Claro! ¡Aquí está la cuestión! Ahora me lo explico. También añade que "...son unos hipócritas".

Eso no es por herencia de los griegos antiguos, demasiado refinada para conservarse, sino de los turcos, de quienes se puede decir exactamente lo mismo, con los dos términos.

Aclaro: lo interesante es que ni los griegos ni los turcos se llamarían a sí mismos con esa palabra alemana de homosexuales, aunque no liguen más que con hombres. Aludirían a preferir la carne o el pescado, los higos o los melocotones, supongo, sin tanto dramatismo. 

Pero no tienen que definirse con un "nosotros" frente a "ellos", u "homosexuales" versus "heterosexuales". Simplemente, ligan y echan polvos. Me figuro que incluso aman a veces y forman amistades particulares e imperecederas. Supongo que pueden hablar de eso entre los amigos, entre copa y copa o café y café, entre cigarro y cigarro o entre fútbol y fútbol, aunque sea guiñandose, como quien cuenta la visita a un puticlub, porque todos entienden, porque la masa crítica es bisexual, no oficialmente y militantemente heterosexual, como en los países de tradición de alzacuellos, católica o protestante.

¡Vamos a ver! ¿Cómo un tío no va a hablar de sus ligues con tíos con otro tío, con un capitán del Ejército, un poner, de los de bigotazos y buena barriga, cuando el Ejército Turco fideliza la tradición militar de que los soldados amen a los soldados, los sargentos se líen con los sargentos o con los soldados, los capitanes con los capitanes, los sargentos o los soldados,  y así sucesivamente?

O sea: ¿que lo que propongo es la vuelta de costumbres que no dejan de oler a rancio y mojoso?

¿Los hombres, siempre, buenos padres de familia, buenos maridos de sus mujeres y luego, fuera, que se apañen con quienes quieran, lo mismo que las mujeres, encerradas en el secular gineceo, pueden hacer si les place con sus amigas y visitantes? ¿Todo muy bien mientras se guarden las formas del matrimonio, aunque después todos y todas hagan de su capa un sayo?

No, qué va. Digo que todo eso es posible, y también que haya varones a quienes sólo les gusten los varones y mujeres a quienes sólo les gusten las mujeres, y que luego haya un conjunto de más y menos de lo uno y lo otro bastante divertido.

¡Ay, Aristófanes, déjanos que nos riamos! ¡Anacreonte, que gocemos del amor!

Quiero ahora poner la atención sobre la palabra "hipócrita". En efecto, en la Turquía o en la Grecia de hoy (o de anteayer) todo eso se hace, pero tiene que disimularse. No tienen más remedio. Hay ortodoxias escriturarias que se han encaramado por encima de ellos y el mismo poder tiene que hacer como que no ve lo que ve o como que no hay lo que hay. Por eso, se les llama hipócritas. Yo diría: prudentes, calculadores... o más bien: espabilados.

Por eso, la idea central de lo que estoy argumentando es la de masa crítica bisexual. La noción de masa crítica se refiere a la cantidad necesaria de algo para que pase determinada cosa; por ejemplo, una explosión atómica. Sobre esto es sobre lo que hay que poner la atención. Si aceptamos que la mayoría de la gente quiere, o ha querido alguna vez, amar, o jugar, o gozar con hombres y con mujeres, la hipocresía se habrá acabado.

Cuando reconozcamos que la mayoría se sitúa en las zonas templadas o tibias de la escala de Kinsey.

Entonces, los que pueden amar sobre todo a hombres o a mujeres, casi exclusivamente, absorbentemente, independientemente de ser hombre o mujer, podrá decirlo, podrá contar sus aventuras o sus amores a cualquier otro, porque la mayoría de quienes le oyeran le entenderían. Porque entenderían.

No todo el mundo tendría que ser bisexual, no sería la explosión y la generalización de la bisexualidad originaria que Leopoldo Alas ha supuesto que sería la próxima etapa de la historia gaylésbica. Pero si la masa crítica no fuera como es ahora la de los heterosexuales nominales, sino la de los bisexuales declarados y contentos...

¿Qué no existe esa masa crítica de bisexuales, que todo es una especulación? Mirad al Ejército Turco.

¿Y qué tiene que ver todo esto con los y las transexuales?

Primero, una cosa que ya está ocurriendo: la fluidez de los géneros, parecida a la de la bisexualidad. Pero hasta hace poco, nada de nada: dos géneros, dos modelos únicos. Ay de quien no supiera hacer lo que tuviera que hacer.

Muchas o muchos somos transexuales porque no nos hemos encontrado a gusto dentro del sistema de dos géneros rígidos. ¿Pero qué habría ocurrido si desde pequeños hubiéramos vivido en un mundo en el que hubiera habido suficiente masa crítica de personas intergéneros?

¿Si, por ejemplo, las drag queens encontraran además de su estilo nocturno, un estilo diurno, más de diario, con el que ir a clase o al trabajo?

Yo conozco chicas que trabajan que van casi estilo drag (menos, claro), pero con oros desde los dedos a las muñecas. peinados espectaculares y vestidos de ay, qué dices. ¿Por qué no puede haber drags que vayan al trabajo como ellas?

¿Y cómo las llamamos, en masculino o en femenino? (A las drags les encanta jugar a las dos cosas) ¿Y en qué aseos entran?

Por lo menos, con ellas en el curro, éste no sería aburrido jamás. Estimulante. Hasta rentable.

¿Y qué es una drag, de género? Interesante pregunta. Que respondan ellas.

¿Y las o los rompegéneros?  Incluyen muchas variantes. Barba de dos días y vestido ajustado, o ropa militar, en gente trans.

Los  vestuarios rompegéneros son inimaginables. No todo el mundo se lo puede permitir, pero algunas, ya, sí, y en la sociedad en la que vamos entrando las rompegéneros arrasarán.

¿Y si en ese mundo de expresión libre del género, hubiera habido en resumen incontables modelos diferentes, viviendo algunas como mujeres, hermosas o feas, pero sin necesidad de llamarse mujeres, sin necesidad de pedir perdón, orgullosas de su condición de trans, tan alucinante?

¿Y lo mismo por lo que respecta a los caballeros?

¿Qué habría sucedido entonces en un pueblo que tampoco se tomara en serio la dualidad rígida de los géneros y los sexos, sino que permitiera a algunas o muchas de sus personas el derecho de jugar con el género y el sexo, como los griegos o los turcos con el amor, sin necesidad de ponerse nombres especiales y muy plurisílabos?

Kim Pérez 23-02-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                         Bloqueo y Evolución

 

Mientras la transexualidad, o la disforia de género, permanece bloqueada, la mente transexual o disfórica apenas puede evolucionar. Sus sentimientos se quedan esencialmente inmovilizados, repitiéndose incesantemente y, si acaso, tendiendo a calcificarse.

He dicho antes "apenas"... algo cambia, sí, pero no lo suficiente como para el corazón madure y lo transforme verdaderamente.

Por ejemplo, la adolescencia puede ser un delirio de travestismo compulsivo y masturbatorio delante de los espejos, acompañado por sueños obsesivos en la calle y en la cama, pero si todo eso no se convierte en realidad, los treinta años pueden seguir manteniendo el mismo tipo de fantasías, aunque ya se haya renunciado al travestismo solitario, demasiado decepcionante.

O puede haberse dado lugar a una intensificación de las fantasías, para que mantengan su umbral de estímulo, hasta modos sadomasoquistas.

El desbloqueo en cambio permite que la persona pueda seguir su evolución libremente, y que ésta sea impredecible.

Lo primero que hace, es poner a la imaginación de patitas en la realidad. Sólo esto permite que los estímulos no tengan que ser creados por la fantasía, sino que vengan de fuera, y esto es muy sano.

Estímulos anímicos que pueden ir desde los golpazos a las inesperadas amabilidades y a las sorprendentes caricias. Pero la persona transexual o disfórica, tan confinada hasta entonces en una existencia alucinatoria, en un Polo Norte mental y glacial, tiene por primera vez la experiencia de vivir.

De que vive como todos los demás, públicamente, mostrando la imagen suya que quiere que sea vista, ya real y visible para los demás, ya no disfrazada bajo la apariencia que le humillaba, entrando en un bus o en un pub como ha querido entrar, recibiendo miradas verdaderas, un "señorita" o un "maricón", pero oídos en bocas ajenas, sonando en el aire de la calle.

Para quienes hemos vivido encerradas en el terrible calabozo del bloqueo durante años y años, en la cárcel interior, hasta el insulto es un honor.

Puestas en la realidad, la evolución sigue. En cualquier sentido. La transexualidad se reafirma, tranquilamente, o la disforia se relativiza o se esfuma. Hay historias en todos estos sentidos.

El Dr Domenico di Ceglie, italiano que trabaja en Londres, contó en Transiti, de Bolonia, que había tratado a un adolescente transexual. La línea fue ayudarle a que expresara su transexualidad, prestarle apoyo en el colegio para que sus compañeros lo aceptaran en su nuevo género, y detener hormonalmente la pubertad (sin hormonación femenina), para que sus rasgos no se masculinizaran. El adolescente se adaptó bien y se le preparó para operarse a los dieciocho años.

Al llegar a esa edad, dijo "No, gracias", y recuperó su identidad masculina (por eso he estado hablando continuamente de él, en masculino)

Igual podía haberse afianzado una identidad femenina, sin traumas. Hizo la prueba, entró en la realidad, y la realidad le llevó suavemente hasta donde él quería realmente estar.

Esperemos que una vía semejante, que no prejuzga la salida, se abra en el futuro para todos los y las adolescentes transexuales, fuera de prejuicios, fuera de aspavientos, fuera de compulsiones y culpas, con el apoyo afectuoso y libre de familias, colegios y psicólogos.

La entrada en la realidad supone por tanto un experimento consigo mismo o misma. El problema es cómo se hace en la edad adulta. En la adolescencia, es fácil. Este chico fue transexual en el colegio y supongo que en la universidad se encontró empezando una nueva vida. Amigos nuevos, ambientes distintos.

¿Pero se puede hace el desbloqueo, pasar a expresarse, sin comprometer las situaciones laborales, familiares, etcétera, de la edad adulta?

Por lo menos, conozco a una persona que lo hizo inteligente y modélicamente. Su fórmula: viajes.

Entraba en la vida real yéndose de viaje, y podía experimentar así el trato ajeno hacia una trans, observar sus propias reacciones, etcétera.

Desde el entusiasmo, la emoción de los primeros viajes y la pena al tener que volver a la otra forma de vida, a la agradable semirrutina de los siguientes.

No sé si todo sería así, pero esta fórmula acepta variantes que se pueden preparar con paciencia, ahorrando, por ejemplo, si es factible: no ya viajes más o menos largos, sino vacaciones enteras, o hasta años sabáticos en las Seychelles creando artesanía.

Ya sé que puede estar leyendo esto quien piense tristemente: "¡Ojalá yo pudiera!".

Es verdad. Escribo sólo para quien tenga la suerte de poder recurrir a cualquier esfuerzo económico, a cualquier crédito, a cualquier empeñarse hasta las cejas, si éste fuera el único problema, para decirle que esto se justifica suficientemente por la tremenda fuerza que la transexualidad o la disforia de género tiene en nuestras vidas.

Que no pierda el tiempo, en el bloqueo, diciéndose "ya se me pasará". Mientras siga el bloqueo, mientras no haya alguna forma de expresión, creo que no se pasa. Y cualquier franqueamiento con la familia, cualquier explicación de la necesidad de romper el bloqueo "a ver qué pasa", puede justificarse porque es entonces, a veces, cuando se pasa.

No diré en qué dirección evolucionó mi amiga, para que nadie prejuzgue su propia evolución.

La prueba del desbloqueo puede incluir también la hormonación, en las trans, con cambio social... o sin él.

Es posible hormonarse y seguir con la vida exterior habitual, pero observando los cambios interiores. La transexualidad a veces es sólo una parafilia, una solución simbólica, no real, a un problema real (por ejemplo, el estrés o la humillación), pero otras veces sus origenes son más profundos.

Como la hormonación produce una bajada de la libido, la solución parafílica se desvanece y pierde efectividad. La persona puede encontrarse apaciguada, con más calma para afrontar su realidad, o quizá triste y agobiada, si subsiste el problema y no tiene ya la salida parafílica al alcance de la mano.

Entonces, tendría que mirar cuáles son las verdaderas causas de su estado de ánimo (ese estrés, esa humillación, ese fracaso) y ponerles remedio real.

Si la pulsión transexual permanece pese a la caída de la libido, es que no se trata sólo de una solución parafílica. Por eso, la hormonación es como un ensayo general, reversible en gran medida, de las condiciones del cambio definitivo.

Y esta hormonación desbloquea la transexualidad, lo mismo si da paso al cambio social, que si no, a la reasignación quirúrgica que si se permanece sin ella.

Pienso en estas dos formas de desbloqueo adulto, a la expectativa, que pueden dejar también cualquier puerta abierta, sea cual sea el resultado de la experiencia.

Seguramente, se pueden crear más. No hay límites para la iniciativa y la audacia de cada cual, según sus circunstancias, como sabéis de sobra, sin que yo os lo diga

Kim Pérez 16-02-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                           Por la conciudadanía

 

 

El hecho transcendental con el que se inaugura la historia de nuestra Península y las Islas en el tercer milenio, es la Inmigración. Lo pongo con mayúscula porque así figurará en los textos de historia del futuro.

Las personas homosexuales o transexuales que somos ciudadanos de este país (o estos países) debemos también participar en la consideración de esta perspectiva.

Se calcula que en los próximos años podemos necesitar en España y pueden llegar por tanto unos diez millones de inmigrantes (quede claro que vienen y se quedan los que les permitimos venir y quedarse; ellos no nos imponen su presencia)

Ya hay unos tres millones. Conforme vayan llegando los que faltan, una cuarta parte de la población venida de fuera puede ser suficiente para que cambien los parámetros culturales y de estructura social.

En principio, llegan para sustituir al proletariado autóctono, superado por la silenciosa revolución de la enseñanza obligatoria y la "clasemediación" general, que hace que progresivamente los autóctonos queramos menos y menos trabajar como peón de albañil o de invernadero, como marinero, minero o jardinero o en el servicio doméstico o en la prostitución.

Sólo esto apunta un posible peligro que ya es medio real: un apartheid integrado por unas clases altas y medias autóctonas y un proletariado inmigrante mantenido en parte en la falta de papeles y por tanto de derechos civiles y laborales, para que funcione como "ejército laboral de reserva", con el fin de reducir los costes salariales.

Afortunadamente, contrarresta esta tendencia un profundo igualitarismo moral que se conserva en nuestra sociedad, desde el "todos somos hijos de Dios" de los católicos hasta las tradiciones de izquierdas... y la necesidad de trabajadores con "papeles" para asegurar los pagos de la Seguridad Social. Si faltan trabajadores dados de alta, faltarían impuestos para pagar las pensiones dentro de unos años.

A la vez que se constata este movimiento histórico de poblaciones, se observa que la población autóctona no está preparada para comprenderlo ni asimilarlo, que ignora que es una necesidad de nuestra pirámide de población, y por tanto, al desconocer las causas y la necesidad social, el racismo crece en todos los estratos sociales, entendiendo la inmigración los unos como invasión y los otros como competencia laboral.

El propio gobierno no lo explica suficientemente y atiende las nuevas urgencias a tientas y fragmentariamente y la sociedad no ha emprendido un debate generalizado que aclare las ideas.

Las consecuencias a medio plazo en la política partidaria son previsibles: surgimiento de partidos racistas y condicionamiento de la política electoral de las izquierdas y las derechas.

En este desierto donde apenas se oyen algunas débiles voces muy y muy allá, ¿hay necesidad de plantear esta cuestión en un medio transexual?

Debe recordarse que por nuestra parte, en nuestras propias carnes (literalmente), somos muy sensibles tanto a los avances como a los retrocesos de la libertad; que aunque somos pocas personas, tenemos fuerza mediática; que muchas veces somos la vanguardia de movimientos afines, como el homosexual; y que sería un mensaje notable para la sociedad en general que los y las transexuales (y homosexuales) asumimos y priorizamos los problemas colectivos como la manera verdadera de abordar los propios.

Parece que la experiencia de los países más avezados a la inmigración, muestra dos clases de actitudes: el integracionismo (en los Estados Unidos, antes; en la Argentina, Brasil, Francia, Holanda) y el multiculturalismo (en los Estados Unidos, ahora; en Francia, que integró bien a polacos, españoles o italianos, al no poder integrar a su poderosa minoría musulmana, supongo que en Alemania con los turcos, en Inglaterra)

El modelo integracionista cuenta con "una" sociedad y" una" cultura. Los recién llegados se supone que vienen como una "tabula rasa", dispuestos a renunciar a sus propios recuerdos y a sumarse, sin más, a la cultura y la sociedad preexistentes. Es la política del "melting pot", del crisol (que en los EE.UU. exceptuó a los indios, confinándolos en reservas y a los negros, estrepitosamente hasta los años sesenta, poniendo así las bases del multiculturalismo de ahora)

El multiculturalismo es sólo aparentemente progresista, porque contempla a la sociedad conjunta como un agregado de sociedades, unidas entre sí sólo por los derechos políticos iguales, pero que evolucionan separadas, desiguales, y a menudo hostiles. Desde luego, rígidas. Se "pertenece" a una comunidad (ya la palabra es expresiva), como a un doble nivel de ciudadanía.

Salvo la igualdad de derechos, reconocida probablemente mientras las sociedades subordinadas sean minoritarias, el modelo puede ser los guetos o los ya extintos bantustanes del apartheid.

Ciudades de calles peligrosas, recorridas por bandas étnicas con el odio a flor de piel. Colegios separatistas.

De hecho, sin políticas coherentes, esto es lo que está sucediendo ahora mismo aquí. Se están formando guetos por nacionalidades, ni siquiera de inmigrantes en general. Algunos, se ven. Otros, están tan marginalizados, que ni siquiera se los ve.

Nuestra sociedad abierta y agradable de los ochentas, los noventas y los primeros ceros, corre el riesgo de crisparse. Las crispaciones suelen resolverse, en estos casos, en involuciones. Una crispación y una involución de las libertades sociales (no necesariamente de las jurídicas) puede sentirse en el modo de vida de homosexuales y transexuales. De modo que lo que suceda con la inmigración, nos afectará a todos.

Frente a los dos modelos conocidos, el integracionista y el multiculturalista, que me parecen defectuosos, defenderé aquí un tercero: el de la conciudadanía.

La alternativa conciudadanista contempla dos planos: el de los derechos iguales y el de las culturas libres.

Parte de la igualdad ante la ley y del fomento de la interhabitación en barrios no separados y la interescolaridad, para no dar lugar a bantustanes ni a una incomunicación estructural; pero a la vez, afirma el derecho de cada cual de expresar sus opciones culturales a su manera: lengua, religión, tradiciones nacionales o étnicas...

No expresaría mis sentimientos personales más profundos si no dijera que ese derecho a la expresión cultural incluye las formas de la orientación sexual y de la identidad de género, que conjuntamente afectan a un diez por ciento aproximado de la ciudadanía... autóctona e inmigrante.

Porque, con éste como mejor ejemplo, las expresiones culturales no son excluyentes, no significan que cada cual pueda expresar su entendimiento de la vida de una sola manera, sino que pueden superponerse unas y otras, combinar libremente, cómo no, los factores étnicos, con los religiosos o los sexuales en mil combinaciones posibles.

No es casual que sea una persona disfórica quien esté escribiendo estas líneas, y que afirme que la comunidad gaylesbitrans es constitutivamente de las más conciudadanistas que se pueden encontrar.

Una política conciudadanista partiría de la voluntad de la convivencia ciudadana, en todos los planos; de compartir ciudades y ciudadanía; de elaborar una cultura civil, que precisamente por ser civil deje espacio a la multiplicidad y a la fluidez de las opciones culturales.

Esta actitud es la que se ajusta a la naturaleza del Estado Español, como sociedad cuya antigua pluralidad en el punto de partida, lingüística (siete u ocho lenguas, incluyendo el altoaragonés, el aranés, el bable), filosófico-religiosa (católicos y agnósticos o ateos), étnica (gitanos) o sexual (homosexuales y transexuales) se acrecienta muchísimo con la Inmigración, que aporta orígenes nacionales muy diversos y devuelve la religión islámica a esta tierra, a la vez que, minoritariamente, también ha vuelto la judía y han llegado las protestantes, la ortodoxa y las religiones de China.

Considerar todas esas peculiaridades como culturales, y por tanto como opciones (se puede seguir perteneciendo a ellas, abandonarlas, reforzarlas por matrimonios endogámicos o debilitarlas por matrimonios mixtos) representa afirmar la libertad personal y con ella, transformar acaso fuertemente el rumbo histórico de nuestra sociedad.

Contando con una fuerte proporción de españoles de religión musulmana, la España del siglo XXI asumirá que la realidad de su convivencia no radicará ya en la confrontación pasada del moro y el cristiano, sino en haber creado en el presente un espacio de igualdad para unos y otros.

Contando con una fuerte población de españoles de origen quechua, aymará o mestizo, tampoco será exclusivamente el país de los conquistadores, sino el de todos.

El conciudadanismo se parece mucho a la idea del patriotismo constitucional de Habermas; pero va más lejos, al afirmar la convivencia en la ciudad, con sus dimensiones afectivas como el ideal que se debe pretender; el patriotismo constitucional se convierte en uno de sus ingredientes básicos, puesto que fundará una constitución que sea generadora de dinámicas de justicia, igualdad y libertad para que haga la sociedad habitable; pero el puro amor a la constitución es demasiado logicista y abstracto, y expuesto a los períodos inevitables en que una constitución se desajusta y debe ser reformada. El conciudadanismo pretende crear lazos humanos personales entre los habitantes de la ciudad y vínculos de todos ellos con la "cosa pública", que permitan también reformar las constituciones económicas y políticas cuando sea lo requerido.

Y amparar con esos principios de la convivencia la diversidad cultural de la que se parte y la que vaya naciendo, siempre, si es una sociedad viva, inagotable.

¿Qué es lo que se puede hacer en la práctica para empezar esta tarea?

Hablar de ella, donde se pueda y cuando se pueda; las organizaciones transexuales ya van siendo numerosas y van dando ejemplo de resultados prácticos de su trabajo; que en este trabajo, la cuestión de la inmigración no nos parezca ajena, sino cercana, propia, alimentada incluso por la presencia de las y los transexuales inmigrantes; que vaya siendo una causa asumida también por los grupos homosexuales.

Que, a medida que la inmigración florezca en nuestro país (sí, la palabra debe ser florezca), transexuales y homosexuales sepamos que es una causa única con la nuestra: la de los marginados que aspiran, no a una integración que niegue nuestras particularidades, sino a una conciudadanía que las entienda y las valore.

Que, en lo que se refiere sobre todo a los y las transexuales, cada cual se considere como lo que es en cierta medida, inmigrante en su propia tierra, aspirante a la plena conciudadanía.   

Kim Pérez 09-02-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                              Bajorrealismo

Cartel de la pelicula

 

He visto "Todo o Nada", una película de... no sé (me he enterado luego: de Mike Leigh); no va a ser famoso, eso lo sé.

En realidad fuimos porque vi el trailer en televisión y leí una crítica. Lo uno y lo otro fueron suficientes para hacerme pensar y escribir de otra manera, palabrotas incluidas, si es necesario. Luego, cuando vimos la película, todo se quedó más fuerte.

Es la historia de la familia de Phil. Phil es un tío gordo, feísimo, grasiento y desastrado, que se afeita cada cuatro días, me parece y tiene un pelo de cortinilla de plástico.

Trabaja como taxista, pero como es un vago, se queda durmiendo a la hora en que salen los mejores trabajos, como llevar a la gente al aeropuerto.

Su mujer trabaja de cajera en un supermercado. Ha sido guapa, es guapa todavía, es buena y seria, pero está harta de trabajar y de la vida que llevan.

Su hijo ha heredado la obesidad de Phil, aumentada, es un comilón compulsivo, más vago todavía que su padre, que se tira en plancha al sofá en cuanto acaba de comer, para ver la televisión y que es un esaborío, antipatiquísimo, peleón, agresivo, cuya frase predilecta es "¡que te jodan!".

La hija, Rachel, es también obesa, callada, reflexiva y cariñosa y trabaja de limpiadora en una residencia de ancianos.

Viven en la depresiva y horrible Inglaterra creada por Margaret Thatcher, donde la clase media baja se hundió y los ascensores se llenaron de graffitti y desesperación.

Los vecinos son una madre que vive sola con una hija, que es un prodigio de antipatía, novia desde dos meses antes de un chuleta superagresivo y la familia de otro taxista, cuya mujer es una alcohólica frenética y la niña una semiputilla.

Hasta aquí, comprendo lo que le dijo un muchacho argentino, guapito, al salir, a la chica que había ido con él y a la que sin duda él le encantaba: "¡Es deprimeeente!".

Estaban tan cerca de nosotros, que casi me hubiera parecido natural meterme en la conversación y decirles que no, que la película es preciosa y en el fondo alegre.

Porque poco a poco, a medida que vas conociendo la historia, vas viendo cosas.

Phil es bello, con lo feísimo que es, porque tiene un buen corazón, es tierno y ha sido divertido, y se comprende que su mujer lo supo ver y por eso lo quiere, más allá de las apariencias, y tuvo la suerte de encontrarlo en la vida, como él en la suya.

Fotograma de la pelicula

Te enteras de que en esa familia hay amor, fuerte, de todos por todos, lo mismo que hay buena y sincera amistad entre las tres vecinas, y amor entre la madre soltera y su hija superantipática, y un medio loco tiene adoración por la semiputilla.

No cuento más, por si acaso vais a verla.

Lo que me impactó, fue que me apliqué la lección a mi manera de ver a mis compañeras y a mí misma.

Veréis por qué. Vuelvo un momento a la película.

Hay una imagen, cuando el taxi pasa por delante de una parada de autobús. Creo que ya nunca voy a mirar tampoco a la gente que espera en las paradas del autobús de la misma forma que las he mirado hasta ahora.

Los de esa parada de Londres (lo de Thatcher) eran personas cansadas, derrotadas, tristes. Pero aunque no lo fueran; aunque sólo fueran vulgares, grises, normales, incluso denotando ilusiones. La película enseña a mirar con atención y ver más allá de las apariencias.

Me di cuenta de que yo estaba dejando de mirar con atención y curiosidad a mis amigas y mis amigos. Me había dejado llevar por el monólogo: hablar y hablar del propio rollo. Naturalmente, me repetía una y mil veces mis propios prejuicios y mis propias manías.

Leía; pero cuando se hace a solas, no deja de ser una actividad solitaria. Cortas los rollos que no te gustan, cuando quieres, así: plaf. Cierras el libro.

Para seguir el ejemplo de "Todo o Nada", me dediqué a pensar en una amiga a la que quiero mucho, pero a la que también estaba dejando hablar últimamente sin prestarle mucha atención.

Me acababa de llamar y me había contado, como de pasada, a su estilo, como de haberlas superado, cosas amargas de su adolescencia.

Ahora que es adulta, su vida es sencilla y buena. Y la sentí, y me pareció maravillosa, casi un milagro. Me había hecho falta pararme y mirarla con atención para sentirlo, y me ha producido una emoción llena de respeto y cariño. Lo curioso es que todo eso lo sabía, y hasta lo había sentido, pero no con tanta claridad como ahora, ni diciéndome: "Eso es".

Esa noche, para leer en la cama, bajo mi quinqué, me llevé mensajes de los foros que he imprimido porque los temas me llamaban la atención por algo. A muchas y muchos no os conozco cara a cara; no os he sentido vivos; y a quienes conozco de un momento, es más fácil recordaros mediante algún cliché rápido.

Leí los mensajes queriendo ver entre líneas a los autores y autoras. Tuve la impresión de entrever cosas que no había visto nunca antes y de emocionarme con lo que poco a poco aparecía.

Tanta lucha, tanto desarraigo, tanta voluntad, tantas frustraciones, tantos delirios, algunas alegrías de las que conozco...

Ver la realidad, más allá de las apariencias. Antes, lo miraba todo con dos errores: a la ligera (superficialmente) e idealizando. A la ligera, claro, no ves nada de lo que se te pone delante de las narices. Idealizando, te empeñas en convertir los sueños (legítimos) en realidades, y luego viene el tío Paco con las rebajas y chocas con la realidad, cual mosca con el cristal.

Entonces, ves con claridad una parte de las cosas, la parte que no te gusta la primera, nuestros defectos en una palabra, como que solemos ser a) narcisistas (divinas a tope); b), como consecuencia, egocéntricas; c) como consecuencia, a veces, ásperas como la lija, y si sólo has visto esto, se te caen los palos del sombrajo, te hartas de ti misma y de todas o casi todas las trans.

Pero si sigues mirando atentamente, si no haces juicios precipitados, si guardas en la memoria este detalle y aquél, si los entiendes, a lo mejor de pronto descubres lo que hay debajo de las apariencias.

Y por qué está escondido allí.

En todas y todos, hay algo escondido. Incluso a nuestros propios ojos, que se han olvidado también de verlo.

Y puedes ver el ímpetu frustrado pero infatigable en ellos, la virilidad autoafirmativa, seria.

O en nosotras esa blandura callada, casi secreta, indefensa, esa ansiedad que es verdadera hambre de valoración y de cariño (y de ahí viene el narcisismo) o... (seguid mirando)

Yo no quisiera dejar de miraros, compañeras y compañeros, para sentir vuestra compañía.

Kim Pérez 02-02-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                     Tercera  persona del plural

Sylvia Rivera

 

Leyendo esto con el corazón, como lo he escrito, se comprenderá por qué hablo sin tiquismiquis y hasta como una ordinaria; por qué es necesario decir lo que tengo que decir, para que nos situemos donde nos tenemos que situar. Hace unos días, saltó la cuestión en los foros y me puso las pilas. Las españolas, pensad por favor en La Veneno.

La cuestión es si las trans siliconadas, superpintadas, alucinantes, que salen en la televisión y encima enseñan la polla, nos hacen daño a todas o no.

Yo digo que no, y no sólo que no nos hace daño, sino que son las más rompedoras, las más valientes y descaradas (a veces las más disparatadas y caóticas, también a veces las más desastrosas y las más hundidas, pero el kit viene así) y las que nos han traído hasta donde estamos, aunque parezca mentira.

Me acordé de Sylvia Rivera, y me emocionó recordar su valor, con veintipocos años, cuando salió de su casa de puertorriqueños pobres y se tiró a la calle de Nueva York, y luego fue de las de Stonewall, en su pelea con la policía, y ganaron.

Fueron quizás sólo ellas, sólo entonces, pero ése es el temple de las trans peleonas e insolentes. "¡Eeeéh! ¡Cuuuidado!", parecen decir, como la Antonia de los Morancos, y es verdad que cualesquiera de ellas podían haberse metido en el mismo follón... liberador.

Porque la verdad es que saben mucho de todo, más que nosotras las formales, de insultos y de responder a los insultos (yo me callo y disimulo cuando me insultan; ellas, no), de trabajar en lo más desagradable, pero ganarse su vida, y por supuesto, de salir en la tele, para que las vecinas del barrio puedan decirles: "María de la O, ayer te vi en la tele".

Cuando recordé estas cosas, se me pusieron los vellos y el pelo de punta, y sentí un temblorcillo mental de felicidad, mientras miraba los coches que iban y venían por una autovía, y pensé que yo tengo un sitio en la vida gracias a ellas, precisamente por su caos, porque no hacen cuentas de quien es trans o no es trans, o drag, o travesti, o mariquita, o lo que sea, sino que quien se pone una falda y quiere salir a la calle es una compañera y se acabó.

Entonces, ellas me hicieron compañera suya, las de Madrid me hicieron además su amiga, y no me han desengañado nunca de esa amistad.

Cada cual a su manera, y a su forma, con sus exquisiteces o sus ordinarieces, al estilo de la Veneno o al de Montserrat Caballé, pero personas que abrimos así, todas, las puertas humanas y rompemos cercas y clasificaciones.

Para entender a fondo lo que quiero decir, alquilad o comprad la película "Stonewall", sobre lo que pasó en aquel bar en 1969.

En aquellos años sesenta de los EEUU, trabajaba allí un movimiento gay integracionista; personas que pretendían demostrar que un gay podía ser tan formal como cualquier otro. Gente de traje, de chaqueta y corbata, muy militante, muy seria, muy organizada. Gente de clase media, blancos, cincuentones, y por supuesto, plumas fuera. Muy bien, pero equis gays, ya, fuera.

Por aquellos mismos años, las calles de Nueva York estaban llenas de pluma. Negros, amarillos, puertorriqueños, drag queens, como se les llamaba a todos los que se ponían de mujer, mariquitas o trans (todavía no se hacían distinciones, eran los tiempos buenos), que se pintaban, se contoneaban, se ponían las primeras minifaldas, tacones de medio metro y andaban por las calles compitiendo con las biológicas para hacerse un cliente.

Se metían drogas o lo que hiciera falta para combatir el frío o los desprecios, a los que hacían frente con una sonrisa en la que enseñaban todos los dientes (o los que les quedaran), se emborrachaban un ratito en bares de mala muerte como el mismo Stonewall y dormían en la puta calle porque ninguna pensión los admitía. Digo "los", con rabia, a caso hecho.

En la película, una de ellas, La Miranda, la protagonista, en la realidad era Sylvia Rivera, que supongo que, lo mismo que sus compañeras, se habría tenido que ir a chupar pollas (encima le gustaban las mujeres) para salir adelante con lo suyo.

Las putas trans supongo que les horrorizarían a los integracionistas, porque no eran personas como otras cualesquiera. Eran lo peor de lo peor, y encima tenían pluma mogollón y se reían.

Aunque fuera por no llorar, porque además de vivir a salto de mata y de dormir en los cómodos cartones neoyorquinos, tenían a la policía cayendo sobre ellas a cada momento y los calabozos de las comisarías eran su segundo hogar.

La policía hacía redadas rutinarias por los bares y se llevaba a veinte o treinta trans, con sus lentejuelas y sus chaquetillas de piel falsa, entre la diversión de los vecinos, ("y allí estaba la hija de mi madre", pensaría más de una)

Hasta que una noche caliente del principio del verano, cuando todos estaban calentitos más de la cuenta, a la policía se le ocurrió entrar al bar Stonewall, a arramblar con unas cuantas trans. Y entonces, ocurrió lo que nadie se podía imaginar: las trans les hicieron frente. Con su pluma y su rabia se les echaron encima, y a taburetazos y arañazos los hicieron retroceder, y los policías tuvieron que irse.

A la noche siguiente volvieron, y a la otra y la otra, y nada, y toda la calle, y hasta una plaza que parece que había por allí, llena de vecinos, que esta vez se divertían pero aplaudían a las débiles trans y a los plumosos gays que hacían frente a los robustos policías del Estado de Nueva York.

Había nacido el orgullo. Una sensación nueva, santa: el orgullo de ser trans, o drag, o gay, o lesbiana, o lo que fuera. La autoafirmación. Lo que La Miranda, o Sylvia Rivera, y sus compañeras y sus compañeros plumíferos habían hecho era afirmar el derecho humano a que cada cual viva su propia vida y exprese lo que tenga que expresar, pero más todavía, a que rompa las barreras razonables que nos limitan, a que deje de plegarse a lo convencional, repetido y admitido, a que renueve, a que se invente formas nuevas de vivir y amarse. Los últimos serán los primeros.

¿Qué importa que los que se pelearon en aquel rincón de Metrópolis fueran clasificables como homosexuales, o transexuales, o travestidos, o la madre que los parió? ¿Qué importan las clasificaciones?

¿Hubo algún médico o psicólogo que les autorizara y les firmara un papel para que se metieran en la pelea?

¿Tuvieron que entregarle a la Policía un certificado de lo que fuera para liarse a palos con ellos?

Por tanto, no era sólo el orgullo; era la libertad de vivir como cada cual quiere vivir, por las razones que cada cual sabe, sin tenerle que dar cuenta a nadie de ellas, mientras no se le haga daño a nadie.

Esto, precisamente, es lo que me impresiona: no echaban cuentas de quien es esto o lo otro, sólo eran gente que querían unas follar, y otras plumear, todas vivir a su modo, a nuestro modo, y que lo consiguieron. Los integracionistas tuvieron que cerrar el kiosko. Resultó evidente que lo que habían hecho era suplicar comprensión, someterse a las reglas, decir "somos como vosotros". ¡Y no lo eran!

Pero eso era, en el fondo, porque eran personas de clase media, que pretendían seguir viviendo cómodamente; hay que comprender a la clase media.

Las drags de Stonewall eran de la clase de gente que no tiene nada que perder y que por eso se lanzaron en tromba contra las barreras de las convenciones sociales (y mentales) y las rompieron.

Nos abrieron el cielo azul a todas, gays y no gays, heteros o no heteros. El orgullo (de la diversidad) fue una noción que se quedó desde entonces en la cultura del mundo y que nos ha ido abriendo las puertas, de un empujón, a quienes hemos sido menos valientes que lo que fueron ellas.

En España he visto mucha valentía, en aquellos años y fuera de aquellos años. Qué curioso, hablar de valentía para referirse a maricones. Claro que tenía que ver con dos factores: el ser pobre o el sentir tal seguridad y desesperación por los propios sentimientos, que se era capaz de romperlo todo con tal de vivir.

La Joaquina era un mariquita o una trans (aquí tampoco se hacían esas distinciones por entonces) de una familia pobre, que trabajaba como criada, barriendo y fregando.

No echaría mucho de menos la condiciones de su casa, las papas, el gazpacho y el hambre, en la casa de los señoricos, que seguramente las mejoraba. El oprobio social total se compensaba con el orgullo de decirse "vivo como quiero", y un polvo de vez en cuando.

A la Sonia la conocí en los noventa, cuando tenía veintidós años. Era gitana, los gitanos son muy patriarcales, su padre la puso en la calle a los quince años, con gran dolor de su madre, y vivía de la prostitución callejera, en una pensión, cuando le iba bien, en la que una vez que entré no me quise sentar por la capa de mugre que había en el sofá, y cuando le faltaba el dinero, se encontraba en la calle, de noche, con un maletón en el que llevaba todas sus pertenencias. Y le pasaron otras miserias.

"Pero soy mujer", me dijo una vez, sonriendo. Y no estaba operada, desde luego.

A mí, la verdad, en cambio, fueron las vacilaciones identitarias las que me paralizaban. Todos los identitarismos son paralizadores y conservadores y angustiadores, porque se fijan en lo que "se es", lo catalogan, buscan requisitos, en vez de fijarse en la vida, tan abierta siempre, tan imprevisible.

Y yo no hacía más que pensar en si cubría los requisitos.

Pero cuando el empujón era muy fuerte, también rompía lo que tuviera que romper. Lo que pasaba es que (por ser de casta de señoritos, que para esto es un inconveniente) enseguida me asustaba y me desanimaba.

Así me coloqué como criado con uniforme, en una casa de gays, en Madrid (duré dos días), como costurera en un taller de Barcelona (¿de Pertegaz?; duré dos o tres días), o pinche de cocina en Jönköping, en Suecia; (un mes) y luego lo mismo en Londres (cinco meses)

Bueno, no me faltó el valor al pronto, pero sí la seguridad en lo que sentía y quería, y acababa por echarme atrás.

Pero mientras, las locas de Barcelona trayendo el orgullo de la diversidad a España, provocando, haciendo que se hablase de todo esto. Fueron las locas, las callejeras, los mariquitas con pluma.

(Bueno, Armand de Fluviá hacía una cosa que parecía integracionista, pero aquí, con Franco, nada era integracionista)

De Barcelona saltó el orgullo (de la diversidad) a Madrid y luego, ya fue más fácil dar el salto, para todos, ya había un ambiente, una atmósfera protectora.

Lo que importa es entender que las identidades no son realidades, sino conceptos, y que te encierran en trampas mentales.

Pongo por caso: algunas se operan; es una necesidad del corazón, y siempre defenderé ese derecho, porque sé lo que me ha dado; pero no hay sólo la identidad "mujer" detrás, también lo sé.

Otras no se operan; también sé la variedad de identidades que se ocultan detrás de esa decisión, y que algunas son mucho más femeninas que yo; y siempre será más importante el bienestar que cada una pueda conseguir que el nombre o identidad que se le dé.

Y por eso, en lo de ponernos faldas y todas, provocar, queramos o no queramos, todas somos compañeras, como lo saben por instinto las más locas.

Desde luego, es normal aspirar a la integración y eso siempre significa transigir con las convenciones. Los humanos también tenemos derecho a despreocuparnos de vez en cuando y descansar. O pensar en el resto de lo que nos importa. Yo hasta voy a misa a la parroquia y el párroco me da la comunión.

Pero provoco. Más, cuanto más formal voy y cuanto más hago lo corriente, lo que hace todo el mundo. Cuando quiero y cuando no quiero.

Tengo además otra suerte. Me angustia cuando me dicen: "Eres una mujer". Yo qué voy a ser una mujer. Yo tengo una disforia de caballo, sea por lo que sea. Estoy a gusto teniendo un semicoño así y entrando en los aseos de señoras (adiós los de caballeros, ya puedo no entrar en vosotros), pero no soy una mujer. Ni quiero serlo.

Mi vida no está cerrada en la conformidad, está rota y abierta. Eso me hace entender todo lo raro y todo lo nuevo, estar a gusto con los gays, amar a los inmigrantes, saber que el mundo cambia siempre. Que yo no me integre del todo nunca, quiero ser una inclasificable, una medio loca. Con la vida resuelta, eso sí.

Kim Pérez 26-01-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Chistmas Medley ´´ Melodía Navidad midi)

 

                                                                     Segunda persona del singular

 

Tenemos suerte y encontramos un bar desierto (para desesperación de su dueña), en el que da el solecito de la mañana después de pasar por unos visillos, sobre una mesa a la que nos sentamos para hablar con tranquilidad, y nos estamos de hecho durante casi dos horas.

Te pregunto y me contestas que la primera vez que le dijiste a alguien que eras una niña, fue con siete años, a tu madre. No recuerdo lo que dijo tu madre. Pero te pregunté que si tienes recuerdos anteriores y me dices que sí, que lo que no recuerdas es que nunca no te hayas considerado una niña.

Jugabas con las niñas y, por vergüenza, te quedaste con las ganas de pedirle a los Reyes Magos una muñeca. Recuerdos de niña.

Nada de eso hay en mis recuerdos.

Como suele suceder en las historias como la tuya, la adolescencia fue una revelación dolorosa. Tú te encerraste, durante años, en tu soledad. Libros, ordenadores. Tu sexualidad adolescente, simplemente, no se desarrolló. Para qué dar más explicaciones: no se desarrolló.

Tus sentimientos sí, y te confundían: te gustaban las mujeres, sentimentalmente, por afinidad, por saberte una de ellas. Oculta en tu rincón. Nadie podía suponerlo.

Otras personas como tú, en esos momentos, lo que hacen es negarlo violentamente todo, negarse a sí mismas. "No soy una mujer, qué tontería haberlo pensado, tengo que ser un hombre, hasta más hombre que cualquiera, para verlo yo bien claro, tengo que demostrarme que soy un hombre, en el trabajo, en el deporte, en el sexo, más duro que nadie... ; tengo que casarme, casándome se me quitarán todas estas tonterías...!"

¡Qué tensión! ¡Qué esfuerzo para no ser lo que se es! ¡Qué agotamiento, siempre al límite!

Parecen dos clases de historias distintas, la tuya y la mía, y sin embargo tienen probablemente parecidos ocultos.

En el fondo, habrá lo que sea, quizás lo mismo. Tú empezaste por saberlo y en la pubertad, quisiste olvidarlo.

Yo era más masculina, pero algo había, aunque empecé mi vida ignorándolo todo, hasta que fue la pubertad la que me abrió los ojos brutalmente.

Para decirlo más claro: el esquema de tu vida ha sido: conocer tu feminidad; luego, querer olvidarte; luego, reconocerla y hallar la paz.

El de la mía: desconocer cualquier idea de feminidad, despertar de pronto, seguir enfrentándome conmigo toda mi vida, pero encontrarme básicamente en paz.

Ahora, en este bar tranquilo, donde el sol sigue alumbrando pacíficamente las mesas, vacías todas, menos la nuestra, me miras con dulzura, inclinada femeninamente sobre la ventana, con tus largos cabellos bien peinados.

Estás preparando las cosas para operarte. "Simplemente, es quitarme algo que no me corresponde". Hablamos, te pregunto. No tienes disforia, entendida como angustia o rechazo. Simplemente, vuelves a tu ser, para que tu cuerpo parezca lo que es, el cuerpo de una mujer.

Otras como tú, paradójicamente, no tienen que operarse. Se han sentido siempre tan mujeres, que su cuerpo, tal como es, lo han entendido siempre como el cuerpo de una mujer. Quienes se han acostumbrado a razonar, se llevarán las manos a la cabeza. Pero que razonen un poco más: "si mi cuerpo, como es, ha sido siempre el de una mujer, ¿por qué voy a tener que cambiarlo?"

Y finalmente, "soy yo quien tiene que entenderse, nadie más", dirán con razón.

Para ti, particularmente, crecer y liberarte ha ido comprender que puedes ser mujer y que te gusten las mujeres.

"¡Rizar el rizo!", te dicen los que no tienen ni idea de lo que sientes. Para ti está muy claro: lo mismo que sabes sin lugar a dudas, y lo has sabido siempre, nunca has pensado otra cosa (¡qué envidia!), que eres mujer, sabes que quienes te atraen son las mujeres.

De hecho, sólo estás a gusto entre ellas, como una de ellas. No necesitas en tu vida a los hombres, esos extraños a los que no comprendes. Te es suficiente con vivir entre mujeres.

Esto significa hoy día vivir en ambientes lesbis. No es fácil que las lesbianas acepten a una trans: tienen que sentir que eres una de ellas; para llegar a eso, la trans tiene que sentir también, a fondo, que es una de ellas. Que está en un mundo afectivo donde se ha desvanecido toda referencia masculina; que en el amor, cuando te sea posible, las aguas os rodearán con la suavidad y la beatitud y los repentinos colapsos, seguidos de nuevos cursos fluidos, de los amores lésbicos.

En medio del agua azul, bajo los rayos filtrados, formando variables abanicos, del lejano sol.

Yo en cambio me he encontrado con sorpresa que, entre quienes estoy más a gusto, es entre los gays. Como una amiga, eso sí. Vosotros gays, yo trans. Ni siquiera "Mí,Tarzán; tú, Jane".

Pero es que las trans, siendo todas parecidas, somos todas distintas.

Kim Pérez 19-01-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Chistmas Medley ´´ Melodía Navidad midi)

 

                                                                   Primera persona del singular

 

¡Ya sé lo que es la transexualidad! (Por lo menos la mía)

La transexualidad es el sueño de las noches de verano. Cuando salmodian los grillos, chillan las estrellas, el cuco toca su trompeta rítmica, ondula el aroma del galán de noche, grita la belleza de la noche, en la cama solitaria los cuerpos transexuales ondean también en el sueño.

Las sueños se hincan profundamente en el corazón humano. Son más verdaderos que los razonamientos. Nadie ve menos de lo que puede ver. Los sueños rompen las cáscaras de la apariencia, dejan entre las superficialidades el hueco en el que se ve nuestro verdadero, profundo ser, nos abren a nuestra verdadera patria, el infinito de los cielos estrellados.

Veo que he sido hecha para soñar que soy mujer y me estremezco entre las risas y las lágrimas.

Cuando me levanto a la mañana siguiente y el sueño continúa, en la hermosura fresca de las plantas de grandes hojas y las grandes campanillas que me ha regalado la vida, como una promesa de futuro, es que soy transexual.

He sentido lo más bello, me he estremecido con fantasías que nadie puede imaginar, he anhelado los amores más precisos junto al mar, bajo la ronda de árboles de la plaza, tan precisos que es imposible pensar que no hayan sido reales.

Esto ha sido mi vida, cuando la recuerdo tal como ha sido, verdaderamente, ansiosamente.

Los sueños tiran de la realidad hacia delante, mientras la realidad sola se atemoriza y se encoge. Me aferro a mi sueño, llorando por amor, a lo único bello que hay en mi vida, pero que es algo bello en mi vida, que no me lo deshaga nadie.

Literalmente, es un sueño.

Esta madrugada he soñado lo que puede parecer una tontería, pero no lo es. Estaba en Gibraltar, por unos pubs que había en las calles de la parte alta del Peñón, por el lado de Poniente, que en realidad no las hay.

Entré en uno que resultó estar vacío, en el que en medio de la pista sólo estaba, bailando sola, una chica con un vestido largo azul.

Luego estaba yo en alto, como en un un altillo, y desde allí veía a la chica que ahora cantaba para mí.

Subió y me di cuenta de que estaba atraída por los lados masculinos que hay en mí.

Se me acercó, y me preguntó ansiosamente, mirándome a los ojos: "¿Te gusto?"

No me gustaba, porque era fuerte y recia y su cuello tenía los tendones triangulares de una nadadora, pero no me atrevía a decírselo.

Salimos del pub por la parte de arriba y vi, trabajando como barrenderas, de negro, como deshollinadoras, pobres pero felices, a dos amigas lesbianas.

Pero yo iba a asumir mi lado masculino, y volver a vestir de hombre. Me puse una chaqueta grande y... Y me miré en el espejo y me encontré encantada y sorprendida.

La chaqueta era tan ancha y entallada que resultaba una chaqueta de mujer elegantísima y sofisticadísima, sobre un chaleco que formaba una V larguísima y una camisa de seda con cuellos anchos y abiertos; mi cara triangular, que tampoco es así, resultaba fina, coronada por unos cabellos negros disminuyendo hacia el cuello, e incluso en mis blancas mejillas se veía una sombra de vello sugestiva por lo ambigua.

Miré, y ¡no llevaba pantalón, sino una falda de franela gruesa, de color canela, larga hasta los pies, cuyos pliegues pudieran dar la sensación de que era una falda pantalón!

Mi figura me pareció bella y refinada, por lo que animada, me dispuse a volver andando hacia el centro de la ciudad, que de nuevo era Granada, por calles anchas y horizontales, alegres. Me crucé con un chatarrero, de los que van tirando de una mula y ella de un carrillo, y tenía la ilusión de que me mirase.

Hace falta entender la gramática y la verdad y el poder de los sueños)

Kim Pérez 12-01-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Chistmas Medley ´´ Melodía Navidad midi)

 

                                                                           Veo a Beth y soy ella

Beth de Operacion Triunfo

 

Veo a Beth cantando, y la canción parece que baja lánguidamente siguiendo las líneas agudas de su cara y las largas de su cuerpo, y aunque parezca ridículo y disparatado, ahora que tengo sesenta y dos años, en el momento en el que dice algo así como "...mi vida de mujer...", siento que sus delicados pómulos, que exhalan esa voz, son los míos, que su juventud es la mía, sus ambiciones, sus fantasías, todo lo que puede llegar de verdad a su vida y podría llegar en sueños a la mía.

Luego, por un momento, en una escena posterior, no sé si un anuncio, en blanco y negro, veo la figura de una muchacha mientras se abre o se cierra una puerta, brazos redondeados y caderas medio dobladas, bajo una combinación de tirantes de las antiguas y también siento que mi carne es su carne, que yo soy ella, viviendo lo que ella.

"... mi vida de mujer... ", mis expectativas de ser amada, que es como meterme en la música del deseo, me hacen también sentirme igualada con las mujeres de media edad que se levantan, al terminar de cantar Beth, entre el público, para aplaudirla, y que aunque ahora tengan las pintas fatigadas de la vida y arruguillas alrededor de la boca y de los ojos, han deseado lo mismo que yo y sueñan lo mismo que yo. Un amor perfecto, de alguien que supiera verlas como querían ser vistas y amadas. Por lo menos, en esta profundidad, las comprendo perfectamente.

Sentimientos de trans, irracionales, difíciles de explicar, que se nos olvidan en cuanto cesa de oírse esa música en nuestros oídos, que intentamos racionalizar y de hecho, a veces, desdeñamos en nosotras mismas, porque no los entendemos.

No, no quiero traicionarme, ni traicionaros, compañeras. Cada vez que me pongo a razonar, en plan serio, responsable, surgen las cáscaras de hombre que hay en mí. Avisadme cuando me pase eso. Pero en cuanto pongo un momento la televisión y siento algo, siento como trans, sueño como mujer.

Kim Pérez 07-01-2004 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Chistmas Medley ´´ Melodía Navidad midi)

 

                      `` La Nochebuena que pasamos en Chueca ´´ cuento de Navidad Trans

 

"Tú te vienes y no hay más que hablar", le dijimos a la Joaquinita la Potencia.

"¿Pero yo dónde voy? Estoy ya muy vieja y muy gorda, y además, mira, con pantalón y jersey y el pelo corto" (La verdad es que iba de vaqueros y con un jersey marrón con muy poco glamour)

"¿Tú no eres una mariquita de las de antes? ¡Pues eres una trans! Y por eso, te vienes a la reunión que vamos a hacer en Chueca mañana que será Nochebuena!"

"Y además viene la Choco, la de Almería!", dijo otra. "¿Tú la conoces?"

"No... yo..."

"Es que es mayor que ella, les aclaré a todas, lo menos diez años. La pobre ha tenido que dejarse la barba para que la acepten en la Residencia de Ancianos, pero ha dicho que hoy se afeita y se viene".

"¡¡Muy bien!!", dijeron todas.

La noche del 23, tomamos el autobús en la estación. La idea era viajar de noche, para ahorrarnos la pensión (muchas estaban tiesas) A las once menos cinco, llegó la Lola, deslumbrante, con su chaquetón de oveja sintética y su minishort que le llegaba más o menos a las ingles. Se acercó ondulante al conductor qu recogía los billetes junto a la puerta: "Guapo", le susurró, estilo Kim Novak en "Picnic", "no tengo para el billete. ¿Me llevas fiá?"

El chófer se quedó sin palabras. Luego reaccionó. "Aquí se sube con billete". "Bueno, esaborío, tómalo. Me lo ha regalado tu compañero", se inventó la Lola sobre la marcha.

Los viajeros de las once de la noche no tenían sueño. Les faltaba ponerse en pie y desojarse para vernos. Yo iba en plan formal, con mi jersey de cuello alto, que me favorece, pero riéndome. La Lola se sentó a mi lado y me encantó, porque eso significaba mucho.

Cuando arrancó el autobús, pensé que a esa misma hora había decenas de otros autobuses o de trenes saliendo de toda España para Madrid, llenos de trans. Trans tren, trans bus. Medio dormí, pensando en esas tonterías, mientras, detrás de mí, un ronquido poderoso, de una de nosotras, amenizaba el viaje. Íbamos a reunirnos decenas y decenas de trans, cada cual de su estilo, cada cual con su historia, con mucha historia que contar, historia de trans, lo que nos unificaba, lo que nos daba la entrada para la reunión.

Con las luces apagadas, la penumbra de los pilotos, vi pasar por los cristales los llanos blanquecinos de la Mancha, como si estuvieran nevados. Pensé en mi amiga Lucía, tan elegante, tan profesional, con su boina de medio lado sobre la melenita, que a esa hora estaría conduciendo su auto por una autovía tan solitaria como la nuestra. Otro estilo: el americano, el del futuro. Mujeres trans integradas y respetadas y resueltas. ¿Vendría su amigo con ella?

Llegamos a Madrid a las cuatro de la mañana y hacía frenéticamente frío. Decidimos quedarnos en la sala de espera de la Estación Sur, compartiendo el relativo calorcito con algunos inmigrantes y otros marginales que dormían en los bancos de metal rojo vino. Yo, que soy lógica, quería que durmiéramos, para medio coger fuerzas, pero la Lola y la Joaquinita decidieron no parar de contar chistes, con lo que el marroquí de enfrente se enderezó, y con cara de no comprender nada y barba de cuatro días, nos miró con asombro.

La Lola se levantó al cabo de un rato y se fue a los servicios. Tardó un poco. Cuando volvió, dijo: "He ligado".

"¿Con quién?"

"Con un tío que me ha tirado los tejos".

"¿Y qué has hecho?"

"¿Yo? Nada. Le he dicho que me esperase en el servicio de caballeros, que se quitase los pantalones y allí estará".

A las siete y media desayunamos unos batidos de chocolate y nos fuimos para la Estación de Atocha, donde habíamos quedado para la cita general.

Estábamos en unos bancos, entre la luz medio penumbrosa, veteada de grises y de sombras, que tanto me gusta de Atocha, y el fragor de los trenes que llegaban y salían.

De pronto, a contraluz, vimos llegar a cuatro mujeres altísimas, elegantísimas, divinas, extraterrestres. Supuse que eran las de Barcelona, Roser, Agnes, Morgana y Gwen.

Lo eran, y nos saludamos todas ceremoniosamente. En medio de la tropa de las andaluzas, parecíamos ellas o nosotras un poco fuera de lugar.

Aquello sí que era el glamour en estado puro. Además, Roser es modelo profesional y aunque no conocía a las otras personalmente, supuse que también lo eran o podían serlo con sólo chasquear los dedos.

Envueltas por el delicioso perfume de las recién llegadas, que dominaba los olores de la estación, esperamos otro poco y de pronto llegó, tambaleándose sobre los tacones, a lo que se veía que no estaba acostumbrada, una trans en minifalda que dejaba ver unas rodillas sobresalientes y unas pantorrillas de ciclista. "Chiquilla, pensé, quien no tenga las piernas bonitas, que no las luzca". No la conocimos, hasta que nos dijo que era Dahlia, una del chat.

Para qué voy a dar más detalles, así nos fuimos reuniendo cuarenta o cincuenta, una chilena de origen chino guapísima, cuatro o seis las pobres con ropa de hombre y alguna a la que la naturaleza no las había favorecido y eran más trans que la madre que las parió, pero clavadas a sus padres.

Tardamos lo menos dos horas en reunirnos todas y a algunas se nos iba calentando el corazón. Allí estábamos, la típica reunión de trans, las reinas del mundo, de todas las edades y condiciones, algunas preciosas y exuberante, guapísimas, con unas pecheras deslumbrantes y escotadas y otras con orejas grandes, narices largas, piernas de palillo y tendencia a la minifalda. No pocas eran parejas entre sí, y aprovechaban la libertad de Atocha para tomarse de la mano.

Tarde, como de costumbre, llegó por fin Margot, mi amiga de Madrid, la que se había encargado de reservar los sitios y todo eso, y en cuanto nos vimos, nos abrazamos con la alegía y el apretujón de costumbre.

"¿Cómo te va, guapísima?", le dije.

"Soltera, como de costumbre", me respondió. "Bueno, vamos a ver si nos vamos yendo, ¿no?", precisó.

Bueno, los viajeros que pasaban junto a nuestro grupo turístico, alucinaban, y hasta se les enredaban las piernas con las bolsas de viaje, uno medio se cayó, pero ni los veíamos siquiera.

Nos habíamos metido en mil conversaciones, charlábamos y casi sin danos cuenta, nos pusimos en marcha, Paseo del Prado y Recoletos arriba, despacito.

Los autos frenaban al vernos, casi chocaban y nos saludaban con música de claxon. Nosotras íbamos a lo nuestro, aunque sabiendo que cuarenta o cincuenta trans juntas, éramos una manifestación, un acontecimiento.

Primero nos fuimos a tomar un aperitivo en un bar y aprovechamos para seguir saludándonos las que menos nos conocíamos y luego, ya era la una, y nos fuimos al restaurante que Margot había reservado para la comida, en Chueca.

En el restaurante tenían dos mesas largas preparadas. Nos sentamos y nos sentimos como hermanas. Sin embargo, observé que por una especie de ley de la naturaleza, las afines se juntaban. Las que todavía iban de chico, se habían sentado juntas, las glamorosas con las glamourosas, centradas por Roser y sus amigas; únicamente las petardas se metían en cualquier sitio, se levantaban y se volvían a sentar, como la Lola, enseñando su escote y su tetamen a quien se le pusiera por delante.

En la sala de al lado, había una despedida de soltero, que por ser el día 24, se celebraba a mediodía. Entre nosotras y ellos había sólo unos tabiques de papel, correderos, porque el restaurante era de estilo japonés, y conforme los tíos se achispaban, se asomaban más a nuestra sala y ligaban con las exuberantes, como la Gloria, que acabaron en vaivén entre una sala y otra.

Mientras, hablábamos de lo que nos esperaba en Chueca esa tarde; íbamos a recorrer un itinerario de locales "trans friendly" (desgraciadamente no lo son todos), seleccionados por Margot, y cerca ya de medianoche, a la hora en que la mayoría cerraba para que la gente fuera a cenar a casa, íbamos a irnos a otro restaurante muy mariquita, abierto sólo para nosotras, y que nos iba a poner un menú muy mariquita, de esos de chuletitas con menta y chocolate y tortillitas guarnecidas con manzanas partidas y cosas así.

En esto, el soltero que se despedía entró, ya borracho del todo, diciendo que tenía el gusto de invitarnos a champán francés que le habían regalado para la ocasión.

Hubo amenos comentarios sobre el francés, y de pronto aparecieron copas planas y botellas chispeantes.

Lo primer que recuerdo después, es yo en el suelo, y por encima, mesas y manteles medio descolgados, como palios, y gente lamentándose, cuyos brazos que se levantaban espasmódicamente y cuyos cuerpos en el suelo veía yo de refilón.

Había música de Navidad y luces por todas partes, hasta que me sacaron y comprendí que eran las luces y la sirenas de no sé cuántas ambulancias.

Yo estaba mareadísima y vomitaba sin parar. "Qué ha pasado, que ha pasado", dije débilmente. "Que se han intoxicado ustedes", me dijo una chica jovencilla uniformada de rojo, una amable voluntaria de la Cruz Roja.

Los cuarenta o cincuenta de la despedida de soltero, las cuarenta o cincuenta trans, fuimos embaulados en las ambulancias, de dos en dos, y salimos disparados, con las sirenas a todo meter y trepidando en las camillas, no sabíamos para dónde. Yo iba en la mía con un cuerpo que daba lástima, con náuseas y jadeando. En mi misma ambulancia iba Joaquinita la Potencia, que parecía que roncaba suavemente, pero que en realidad era como un estertor.

La cabeza, de todos modos, daba vueltas, y pensé que teníamos que habernos intoxicado en el primer sorbo, en el brindis, para que cayera todo el mundo a la vez.

El resto no lo entendí bien durante unas horas. Nos llevaron a una clínica particular que estaba medio vacía, porque por lo visto las Urgencias de todos los hospitales se preveía que se iban a saturar unas horas después, con las cenas y las postcenas.

Nos pusieron lo que fuera, los médico y las enfermeras parecían locos a nuestro alrededor, análisis, pinchazos, sueros gota a gota...

Lo que resultó es que la intoxicación había sido espectacular, pero leve. Estábamos tiradas en las camas (y los amigos del novio desparramados), pero poco o a poco, según pasaban las horas, nos íbamos entonando.

A las siete o las ocho, me atreví a levantarme. Una enfermera vino sobresaltada, pero aunque me tambaleé un poco, le dije que estaba bien.

Nos habían puesto unos camisones azules como de fibra de papel, por milagro que no eran de esos abiertos por detrás. Vi que las trans estábamos en un lado y los amigos del novio en otro.

Saludé a varias que también estaban ya de pie, con un "¡hola!", que resultaba muy sobrio y conciso.

Poco a poco, íbamos levantándonos algunas y algunos. Tambaleándonos, pero con los camisones azules, parecíamos todos angelitos del cielo. La única diferencia era que muchos de los amigos del novio llevaban bigote o barba y nosotras, desde luego, no. Pero estábamos derrengadas y derrengados, y de vez en cuando teníamos que volver a nuestras camas a descansar un poco.

Joaquinita la Potencia empezó a revelar todo lo que llevaba dentro. No volvió a echarse ni un momento y empezó a ayudar a las enfermeras, a las que les faltaban manos para atender a quienes suspiraban, se quejaban o pedían agua. La Joaquinita entraba en todos los cuartos, contando chirigotas y sus fantasías, hasta que en todas partes comenzaron a oírse risas, de no parar.

Estuvo como una madre con todas nosotras, levantándoles la cabeza para que se incorporasen a las más quejicas o tomando el pulso como una profesional, aquí o allá, para decírselo a las enfermeras.

Cuando te cogía la muñeca y miraba tu reloj (ella no tenía) era como si te diera la mano, y sentías un escalofrío de cariño.

Especialmente estuvo pendiente de la Choco, que con sus ochenta años, estaba que si se iba, que si no se iba. La Joaquinita tuvo una idea genial. La incorporó, le dobló las almohadas, le pidió a una de las catalanas lo que necesitaba, ¡y la maquilló!

Divinamente y en un momento. Fondo, polvos, azul de ojos, rimmel, color en las mejillas, los labios a la Marlene Dietrich.

Le puso un espejo delante y la Choco revivió inmediatamente.

Hacia las nueve o las diez, todos y todas (es preciso decirlo aquí, lo de os y as) estábamos ya bien.

Había buena calefacción, y todas y todos empezamos a pasearnos y meternos en las habitaciones ajenas para curiosear.

Entre las trans, fue como una consigna sin palabras: ¡a maquillarnos! Con las batas azules, alguna tuvo la idea genial de que haciéndoles una cinturilla de esparadrapo, se convertían en unos vestiditos muy aparentes. Las que iban de chico, se maquillaron y se vistieron en público por primera vez.

Todas nos interesábamos unas por otras y de pronto, todas empezamos a unirnos.

Los amigos del novio, al descubrir el uniforme de las trans, prefirieron ponerse los pantalones y las camisas, aunque fueran sueltas, por fuera.

También ellos se vinieron con nosotras, algunos tan revividos que volvían a ligar y otros simplemente preguntándoles con curiosidad y con respeto a otras.

Uniformadas de azul, en aquel momento, todas las trans, todas, empezando por la Choco, como una reina sentada en su trono en la cama, éramos hermanas.

Algunas se abrazaron y lloraron durante mucho tiempo. Una de las altísimas lloró así, de corazón, sobre el hombro de la de la minifalda, la Dahlia, que seguía con sus piernas al aire, invencible.

A las diez teníamos hambre, con el estómago cuidadosamente vaciado por los vómitos durante las primeras horas.

Como la clínica no estaba casi ni inaugurada, lo único que había eran tarrinas de arroz con leche y agua mineral, eso sí, con gas y sin gas.

La cena de Nochebuena la tomamos todos: las enfermeras; los celadores; los médicos de guardia; las trans y los amigos del novio y el novio; y los cuatro o cinco enfermos que había en la clínica antes de que llegáramos, que habían estado muy tristes y muy aburridos y ahora estaban muy interesados por todo.

Nos apiñamos veinticinco en el cuarto de la Choco, que era una mujer de edad maravillosamente pintada y radiante y casi nos emborrachamos con el agua mineral de lo bien que lo pasamos.

Algunas trans estaban cogidas del brazo, o de la cintura, con los amigos del novio; otras con otras; y hasta dos amigos del novio con otros dos (nunca se habían atrevido a reconocerlo)

Cantamos villancicos, brindamos con el agua mineral y fuimos sintiendo que el amor, como un niño pequeñito y tierno, nacía en nuestros corazones. Nos hartamos de llorar. 

Web-. Felices fiestas a todas/os las y los trans, con sus familias, con sus amigos, consigo mismas/os, nunca estaremos solos sabiendo que hay otras personas con nuestros mismos sentimientos e inquietudes, y en la medida que se alcance que ésta Web sea un nexo de unión desde cualquier punto del globo para todas aquellas personas que así lo deseen.

Agradecer a Kim Pérez en especial por hacernos esbozar una sonrisa, pensar, ilusionarnos y tantas cosas mas, con ésta y otras tantas redacciones semanales

Carla Antonelli

Kim Pérez 22-12-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Chistmas Medley ´´ Melodía Navidad midi)

 

                                                                                        Aislamiento No

 

Me asusta ver que poco a poco quieren envolverme las cáscaras negras de la segunda soledad trans... de las trans realizadas, por mi gusto, para más inri.

La primera soledad fue la que casi todas y casi todos hemos pasado: el armario. Soledad porque no se podía hablar, ni aun cuando tuviéramos mil amigos, de lo único de lo que queríamos hablar. ¿Pero de qué te vale un amigo, aunque sea íntimo, cuando no puedes abrirle tu corazón y soltar tanta, tanta hojarasca y lágrimas amontonadas?

Luego viene el estallido de la liberación, la salida del armario, para quienes hayamos tenido la suerte de salir, y entonces, durante unos años, es una locura, tú eres trans en medio de trans, a las que necesitas para reafirmarte, "soy como tú" y para sentirte acompañada por las únicas personas que te pueden comprender de verdad en el mundo.

¡Qué disloque, para algunas y algunos, de salidas, de burlas, de desafíos, de orgullos, de maquillajes, de perfumes, de baile, de caderamen!

¡Y qué pandillas presumidas, atravesando las calles, las granvías, cinco o seis o siete trans, asombro de los viandantes, como nosotros, chicas y chicos, marchando por el Paseo de la Concha de San Sebastián para sumergirnos en una disco que hay al ras de la mar espumosa, o en la noche de Zaragoza, otros diez o doce, arrasando en los pubs, bailando, sudando, riendo, gozando de ser trans y estar juntos!

¡Qué bello!

¡Qué madrugadas blancas y felices y qué destinos los nuestros, rarísimos pero unidos!

Luego, viene la rutina, e increíblemente, llega la desbandada. Te acostumbras a tu nueva vida y es una vida como otra cualquiera. Ser trans se vuelve una anécdota, aunque no lo sea nunca para los otros. Pero te preocupas de otros motivos, piensas en otras cosas, lo mismo que el resto de la gente. Quizás en encontrar pareja...

Y te alejas de los trans y las trans. Quizás porque te hartas de verte en mil espejos que sacan, precisamente, tus imperfecciones, los que compartes con ellos o con ellas. Como decía una amiga mía, "¡ni tran, ni trin, ni tron!", porque le dio  un ataque de rabia creo que por sí  misma y por mí, sobre todo.

Ya no tienes nada que pedirles, que te confirmen tu identidad. Ya sabes quién eres. No necesitas que te acompañen. Ya estás segura, acostumbrada a todo, ya controlas. No tienes (o no sueles tener) sexo en común, como los gays o lesbianas. Resultado, cada cual por su sitio.

A las trans, el cuerpo no nos suele pedir guerra. Pues otra buena razón, para quedarte en casa, en la mesa camilla, tranquilita, viendo los programas del corazón.

Los trans sí quieren guerra, y la encuentran con sus parejas. Punto.

Empieza el invierno, nieve sobre el mar.

Tengo un amigo gay y dos amigas trans para vernos y para hablar. Más que suficiente. Me entienden, me acompañan. La noche gélida, polar, avanza. Pero se está calentita en casa.

¿Cuál es el paso siguiente?

Veo una pista. Las trans que hacen la calle no dejan de ser amigas, cuando son amigas (también pueden ser enemigas, como una que peló al rape a otra)

La vida es dura. La "vita di trans" es dura. Pero cuentan unas con otras. ¿Por qué? Se necesitan y se dicen: aquí estoy.

Pues las que estamos en nuestras casas, liberadas, no nos olvidemos de esta compañía, que todas y todos seguimos necesitando.

Y no nos olvidemos tampoco de que la soledad cómoda, con quinqué al lado del sillón, es una trampa insidiosa, silenciosa, que poco a poco nos va deshaciendo, nos va durmiendo, como un bebedizo, diciendo silenciosamente en nuestros oídos "estás a gusto, estás a gusto", hasta que de pronto revela donde nos ha dejado: en la soledad de la otra, en la tristeza, en la depresión.

Hoy, por fortuna, siento un sobresalto de alegría inesperada: vienen unas amigas a verme.

Vamos a hablar de lo nuestro. Mi mente y mi corazón se ponen en marcha.

Se me ocurren cosas. Me alegro.

Así que son trans. Que se han metido en mi misma vorágine. A unas y unos le va bien y a otras y otros les va mal... Pues aquí estamos.

Kim Pérez 15-12-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Hermanos y hermanas

 

Hay quien vive encerrada en un cuerpo que no le parece suyo.

Hay quien vive clavado a una mina de la que no puede salir, y que le llevará a la muerte, agarrándolo por los pulmones.

Hay quien se descubre atado a una silla de ruedas y a una parálisis cerebral en la que su inteligencia se asombra de los espasmos de su cara o de sus miembros.

O quien se ve en una cárcel, sabiendo cómo ha llegado a ella, pero no comprendiendo cómo ha podido llegar allí.

En todos estos estados, la misma voz profunda sale desde dentro del corazón: ¡Liberación, liberación!

A veces se consigue y a veces no se consigue.

Pero todos ellos los refleja la bandera de los seis colores alegres que significa la esperanza de que acaben los seis dolores.

Cuando se miran desde dentro, todas estas situaciones son iguales: un ser humano que se ve atrapado en un mundo donde todo duele, donde a cada paso que des, tus huesos chocan con las paredes de la realidad, y hasta a veces te pegas en el "hueso de la risa", cerca del codo.

Desde dentro es lo mismo. Desde fuera, le damos distintos nombres, transexual, minero, minusválida, preso, y parece que son historias distintas. Pero cuando se miran desde dentro...

Unos ojos pasmados y doloridos por lo que les ha tocado vivir. Un corazón desgarrado. Y más lejos todavía, una madre que ha echado a su hijo al mundo deseándole lo mejor pero sin saber lo que le esperaba.

A veces con remedio, a veces sin él.

Lo que quiero decirme y decirnos es que no nos olvidemos de mirarnos por dentro y ver que lo que sentimos está compartido de maneras distintas, que es en el fondo la suerte general humana, nada más que nosotros la vemos con mayor claridad.

Que no nos creamos que una cosa somos los y las transexuales, otra cosa los minusválidos, otra cosa los pobres de los países pobres, otra cosa los presos, otra cosa... Porque, en el fondo, todos somos lo mismo, humanos atrapados en las cárceles que sabe poner la vida que gritamos "¡liberación, liberación!"

Ese grito es santo por eso, como es darlo cada cual por su situación, pero también darlo por la de todos. No es utópico, esta vida puede ser horrible para muchos o digna y medio humana para todos. Para mí lo ha sido, primero horrible, luego decorosa, ¿por qué no van a vivir lo mismo otras y otros transexuales, los mineros de Bolivia, los paralíticos cerebrales, los presos?

¿Por qué no vamos a querer lo mejor para todos, como habrían querido nuestras madres al darnos a luz? ¿Por qué no vamos a tener ese cariño por todo ser humano, por todo ser hermano?

Acordándose con la palabra liberación suena otra, como un estribillo lejano, muy flojito: amor, amor, amor, amor...

Kim Pérez 08-12-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                        Una aventura: Hiperandrogenia

 

Me voy a atrever a hablar de lo que no conozco más que por algunos amigos: la hiperandrogenia.

La masculinidad depende de los andrógenos que inundan el cuerpecillo y el cerebrillo del feto, lo mismo en personas XY que XX.

Cuando la corriente de andrógenos entra en el cerebro, éste resulta ser tan inmenso, un palacio tan grande en su complejidad, que puede llegar a algunos centros cerebrales o a todos.

Probablemente, esto explique parte de las diferencias que se ven en los trans, tan diversos como los varones genéticos. En cambio, las trans hipoandrogénicas nos hemos parecido en nuestra niñez todas.

El chorro de andrógenos, por sus variaciones de intensidad y su incidencia en tal o tal área, prepara la variedad de los seres masculinos.

Una vez conocí y me fascinó una mujer lesbiana que podría gustarle a cualquiera que amase a los hombres. Alta, muy alta, con melena leonina, con movimientos enérgicos y largas líneas rectas recubiertas por una chaqueta que se abría como una bandera y un pantalón de pana sobre sus infinitas piernas. Pero era mujer.

Los andrógenos no habían tocado el sentido de su identidad.

Puedo hablar también de trans gentiles y amables, de rasgos finos y temperamento cortés, que se sienten hombres y arrastran una larga historia de defensa de su identidad, a veces entre las bofetadas paternas.

Es notable que, pese a ello, los padres, los padres de familia, los han tratado más como a niños que como a lo otro, con una agresividad que muchos varones reservan para sus hijos varones.

Éste fue el caso de otro amigo. Manifestó su invasión androgénica jugando al fútbol como una fiera (los compañeros lo llamaban por su apellido) y siendo el líder indiscutido de la clase.

Era también el protector natural de las niñas y se vio empujado, desde siempre, a aventuras sentimentales con ellas y a sueños en los que era más o menos Tarzán protegiendo a Jane.

Cuando la edad le permitió llegar en esas aventuras hasta su alucinante final, se sintió mutilado por la Naturaleza en su cuerpo. Le había dado un deseo, pero no la manera de cumplirlo.

Como suele pasar con frecuencia entre los trans, es recio y bajo o mediano de estatura. Pero tampoco hay un tipo standard, como tampoco hay temperamentos uniformes. Hay trans sentimentales y trans reflexivos, trans audaces y otros encerrados y vencidos por la timidez, sexuales o afectuosos.

Modelado por los andrógenos, el ser humano entra de mil maneras en los parajes de la masculinidad como, escaseándole, en las trans hipoandrogénicas, la feminidad de fondo emerge más o menos nítidamente.

Por cierto que no me digan que los andrógenos no tienen que ver con la irritabilidad. Todos sabemos que cuando los trans aumentan su androgenización natural con la hormonación, pasan por una crisis de genio que, afortunadamente, en un par de meses se suele integrar en la personalidad, que aprende estas reacciones más fuertes y cómo controlarlas.

La abundancia natural y nativa de andrógenos, en nuestros compañeros, puede venir de una producción intensa de las glándulas suprarrenales.

También esto es una causa de intersexualidad patente puesto que hay veces en que los andrógenos se concentran en el desarrollo del órgano peniano común a hombres y mujeres, que mientras está sin desarrollar se llama clítoris, pero que se puede convertir en un pene visible. Sin embargo, si en este proceso intersexual el río de andrógenos no ha inundado el cerebro, este ser humano no será lesbiana ni transexual, o por lo menos su biología no empujará en esa dirección, aunque sí puede hacerlo la biografía.

Kim Pérez 01-12-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                          Una historia: La hipoandrogenia

 

La hipoandrogenia es la condición común a tantos niños delicados, de grandes ojos inquisitivos, interesados sobre todo en saber y comprender, sensitivos hasta la extenuación, cuyas terminales nerviosas culminan en un cerebro donde todo se registra y todo se siente con hondura inverosímil y con perspicacia.

Hipoandrogenia quiere decir ser bajo en andrógenos, las hormonas que en otros niños se extienden con generosidad. Puede ser que ese cuerpo delicado, desde su formación, haya generado pocos andrógenos o que eso haya ocurrido en el momento del crecimiento del cerebro, que no ha quedado tan masculinizado como en los otros.

Entonces la masculinidad queda como superficial e incompleta, y deja ver el fondo de feminidad que hay en todo ser vivo.

Los niños hipoandrogénicos se reconocen enseguida; suelen ser suaves y dulces, introvertidos y callados, aunque dentro de sus ojos brilla a veces un genio incomprensible.

La extraña musicalidad que liga a la conciencia al mundo a la vez que la diferencia tajantemente de él, bajo la forma Sujeto-Objeto agudamente percibida, como extrañeza y asombro, se percibe quizás en sus movimientos torpes de brazos y manos, pero delicados en los dedos.

Los niños hipoandrogénicos muestran una tendencia analítica masculina, pero no la ejercen sobre los objetos físicos, circuitos y estructuras, sino sobre los conceptos; son pensadores de nacimiento; y también muestran una tendencia femenina a sintetizar sus sentimientos, a unirlos y verlos brillar e iluminar el alma en forma de obras de arte; el arte es su natural medio de expresión, creándolo o recreándolo.

Todo un segmento de las criaturas XY es hipoandrogénico, tan numeroso que hay que suponer que es genéticamente necesario. Correspondemos a las tipologías psicológicas que nos describen como cerebrotónicos (mayor actividad mental), como leptosomáticos (cuerpos largos), como asténicos (con tendencia a sentirnos cansados), o como sentimentales.

Estas tipologías ponen su atención en nuestra pasividad o indolencia o desinterés por las actividades violentas; el niño hipoandrogénico de hecho permanece con gusto en la tranquilidad del sofá o de su cuarto, leyendo, oyendo música e imaginando con una potencia que corresponde a la energía que no descarga físicamente; es un lector constante o un adicto a los ordenadores. También se advierte que su sensitividad y su vulnerabilidad lo convierten fácilmente en neurótico, sacudido por sus sentimientos y pensamientos, que constituyen el mundo en que vive, un mundo interno, demasiado alejado muchas veces del aire libre.

Somos o hemos sido complicados, autoanalíticos, memorizamos demasiado bien las heridas y no tenemos muchas veces las fuerzas para liberarnos de los dolores pensados y repensados. Los hipoandrógénicos somos la fuente de mucha de la creatividad artística y reflexiva, pero a qué precio,

El proceso del desarrollo de los niños hipoandrogénicos tiene muchas particularidades. En la edad de la socialización, en todos los adolescentes, se activan los impulsos de la libido social en forma de homoafectividad. Los brazos se cruzan tras las cinturas o sobre los hombros.

Los hipoandrogénicos, si pueden, se refugian en la compañía de otros adolescentes hipoandrogenicos, los más parecidos a ellos, a quienes mejor pueden comprender y quienes mejor pueden comprenderles.

Pero estos compañeros, estos iguales pueden faltar, y la soledad se instala entonces en ellos. Es fácil, porque en conjunto los hipoandrogénicos no son la mayoría, son una minoría relativamente numerosa pero claramente una minoría.

Sin embargo, creo que de encontrarse, se da la relación óptima, la más homoafectiva, la que mejor puede hacerles evolucionar arropados por la compañía de alguien tan pasivo y sensible como uno mismo.

Todo resulta un poco gris y lluvioso, es verdad. Pero más allá de estas nieblas matutinas, la sensitividad, la emocionalidad intensa, el color deslumbrador de los sentimientos del adolescente hipoandrogénico, le pueden hacer vivir esta homoafectividad con tal emoción que se convierta en homosexualidad, temporal o duradera.

Sus sentimientos pueden fijarse también en otros adolescentes del tipo que Heymann y Le Senne llaman apasionado, que arrastra a todos con su profundidad activa, que pueden ser benévolos y amables con ellos, verdaderos hermanos mayores que les inician en los misterios de la vida en su compañía encantadora y fuerte; muchachos cuya potencia vital resplandece como un aura o como un perfume, musculados naturalmente, bellos, recios de facciones, protectores.

Encontrar, en la realidad de la vida cotidiana, el cariño de un amigo así, aunque haya sido a cierta distancia y para qué decir si ha estado cerca, afectuoso, curioso de la complejidad y complicaciones de nuestra alma, puede marcar definitivamente al niño hipoandrogénico, que jamás podrá olvidarse de él.

Su adolescncia habrá estado llena de emociones y de alegrías, de aventura y seguridad, de equilibrio aprendido del compañero tan equilibrado y seguro. Habrá sido indescriptiblemente feliz y habrá querido permanecer siempre junto a este hermano mayor o buscarlo de nuevo cuando se vaya del todo, y será homosexual (hay otros tipos de homosexualidades, pero las comprendo menos y de momento me centro en ésta)

La función de la homoafectividad en la evolución personal es crear la identidad, el sentimiento de pertenencia a un grupo, el orgullo de ser tal o cual.

Cuando no ha sido posible encontrar a un solo compañero a quien querer, ni parecido como los otros hipoandrogénicos ni diferente pero afín como los apasionados, el adolescente está en riesgo.

Cuando su aparente debilidad, que no es más que delicadeza, su sensibilidad que le lleva al llanto frecuente, la facilidad con que se le puede herir hasta los tuétanos, su desinterés por el fútbol o el baloncesto, su interés por la lectura, son percibidos por otros adolescentes más androgénicos, más activos y agresivos, éstos pueden verlo como un antimodelo y atacarle por lo menos con insultos y desprecios, a lo peor con palizas.

Una soledad siniestra pretende devorar entonces el alma del adolescente hipoandrogénico. Frente a la agresividad primaria de los otros, provocada por sus andrógenos, responde con una agresividad reactiva que su timidez e incluso cobardía física le hacen tragarse, la deja inexpresada, haciéndole daño dentro. En esas condiciones, no es posible que se consolide ninguna identidad y, si había empezado a formarse, aunque no se destruya del todo, se ve sometida a violentos empujones de desidentificación, de ruptura.

El desajuste hipoandrogénico con la masculinidad estalla entonces en una disforia de género, en un rabioso y doliente ""¡yo no quiero ser eso!", que a veces se convierte en disforia genital si la naciente genitalidad de los atacantes es rechazada como todo lo suyo. Se ha llegado a una transexualidad. También hay otras transexualidades, pero también ésta es la que mejor comprendo. No sé cuántas personas la comprenden también.

Kim Pérez 24-11-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             Lo siento, Dr Blanchard

 

En estos días se ha llegado a un punto dramático en el más sentido debate científico que ha conocido la comunidad trans de los Estados Unidos.

Empezó cuando el doctor Ray Blanchard, un médico de Toronto (Canadá), especializado en transexualidad, pero que no es transexual (esto es importante), lanzó la idea de que algunas transexuales sienten excitación sexual al imaginarse como mujeres. A esto le llamó autoginefilia, amarse la misma persona como mujer.

Esto es verdad en parte, como algunas hemos comprobado, a veces con agobio o a la desesperada, y también que mientras estamos en ese estado galáctico, que puede durar semanas, o meses, nos parece (pero sólo nos parece) que ésta es la mayor fuerza que nos empuja a querer llegar a ser mujeres.

Es decir: eso es lo que se puede ver a primera vista (pero sólo a primera vista) cuando se examinan las historias de algunas de nosotras.

Pero como el Dr Blanchard no es transexual, no supo ver nada más que la apariencia, no supo entender algunas cosas más hondas y cometió varios errores:

El primero, en esta línea de la impresión a primera vista, creer que la dichosa autoginefilia era la causa de esa clase de transexualidad, y no ver que es en cambio un efecto indirecto de la disforia.

El segundo, no darse cuenta de que debajo de esta excitación, antes de ella, hay una cuestión de identidad.

Y el tercero, haber generalizado y decir que hay dos clases de transexuales, las autoginefílicas y las androfílicas (a quienes les gustan los hombres y no se excitan al imaginarse como mujeres)

Tuvo, de todos modos, un mérito importante: poner la cuestión de la excitación sexual, que tanto nos ha preocupado y nos ha confundido a algunas, a la vista, a la luz del día, para hacer que se hable de ella, y que no quede como nuestro "esqueleto en el armario" particular.

Airearlo y sacarlo a la luz se consiguió cuando otra médica, ésta transexual, la Dra Anne Lawrence, decidió darle la razón a Blanchard y decir no sin valentía que ella es autoginefílica.

Pero al aceptar esta idea, tanto el Dr Blanchard como la Dra Lawrence, tocaron dos fibras sensibles del alma trans: la tendencia (o el rechazo) a clasificarnos y jerarquizarnos (más o menos mujeres) y más profundamente, la acusación de unos sentimientos de tipo masculino ocultos en las transexuales autoginefílicas.

El lío se armó. La mayoría sentía, instintivamente creo, que en esta teoría había algo profundamente equivocado, pero Anne Lawrence es una transexual prestigiosa, integrante de la Asociación Intencional de Disforia de Género Harry Benjamin, que es la más importante asociación de profesionales especializados en lo nuestro, y no podía prescindirse de su posicionamiento.

Mi interpretación personal (se quedó en personal, es decir, casi nadie se enteró de ella) fue que la teoría era simplista, que como digo obviaba la cuestión de identidad, la disforia de género previa y distinta de la excitación, la dialéctica del "no", disfórico, anterior y más fuerte que el "sí" de la excitación.

Tengo la prueba personal y directa de lo que digo: yo era bastante autoginefílica hasta el momento en que, no sé si por haber empezado el proceso real o por la hormonación, cesó la excitación y sin embargo no cesó la disforia; y seguí siendo transexual.

(Sin dejar de reconocer que puede haber transexuales en las que la excitación y la disforia sigan haciendo juntas su camino)

La cuestión llegó a tener una resonancia mayor cuando el Dr J. Michael Bailey, miembro de la Northwestern University de Chicago, publicó un libro que se titula "El hombre que quiso ser reina", en el que seguía la tesis de Blnchard.

Varias transexuales universitarias, las Profesoras Lynn Conway, de la Universidad de Michigan, Deirdre McCloskey, de la Universidad de Illinois, en Chicago, Barbara P. Nash, de la Universidad de Utah y Joan Roughgarden, de la Universidad de Stanford, así como el Profesor Ben Barres, también de Stanford (por cierto, en España tenemos asimismo varias transexuales profesoras de universidad y al menos un transexual profesor), enviaron en julio de este año una carta a la Asociación Harry Benjamin cuestionando los motivos, métodos de investigación e incluso la veracidad del libro del Dr Bailey.

Como resultado, la Asociación Harry Benjamin publicó su respuesta el 20 de octubre, diciendo que "una relación de confianza y respeto mutuo entre las comunidades científica y trans es esencial... Muchos de nuestros miembros creen que este libro pobremente referenciado no refleja la literatura que existe sobre las personas transexuales y podría dañar esa esencial confianza".

En vista de este reproche a un seguidor suyo, en una cuestión en la que se ha hecho notar tanto, el Dr Blanchard acaba de renunciar a su puesto en la Asociación, el 4 de noviembre de 2003, en protesta contra la decisión del equipo directivo "de intentar intervenir en la investigación de la Northwestern University sobre las alegaciones hechas por integrantes de la comunidad transexual contra el Prof. J. Michael Bailey".

Supongo que Anne Lawrence estará también muy afectada. Me intriga por qué se pronunciaría a favor de una tesis que debía de serle personalmente dolorosa, como sólo las que estamos en su caso podemos comprender.

Ella defiende que la excitación sexual que cree comprender que es la base de la transexualidad que llama autoginefílica es, como toda sexualidad, buena y alegre.

Pero no se da cuenta de que esa posición, de hecho, nos quitaría nuestra identidad, y eso no sería bueno ni alegre.

Me figuro que en el fondo, defender esta doliente idea, sería para ella como dejarse llevar de un ansia de verdad y sinceridad, que le haría olvidar y no ver en sí misma esas complejidades que la tesis de Blanchard no ve.

También, seguramente, por un sentimiento de culpa que late frecuentemente en el alma de las transexuales autoginefílicas, precisamente por haber sentido esa excitación sexual. Los sentimientos de culpa se producen muchas veces sin que haya verdadera culpa, pero si los siente, la necesidad de una sinceridad equivocada sería también una forma de expiación.

Agradezco a la NTAC la publicación de un artículo que me ha permitido conocer estos hechos recientes.

Kim Pérez 17-11-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                             La Belleza de la Mujer Trans

 

Sé que lo que me falta es ser guapa.

Si fuera guapa, iría por la calle sabiéndomelo, sintiéndomelo. Sentiría las miradas de los hombres en mí, diciéndose "¡Qué guapa es!"

Mis ojos brillarían sólo con el reflejo de los suyos. Mis movimientos serían entonces con naturalidad femeninos, graciosos, para ser vistos y para sentirse deseados.

Coquetería. Lo sé porque algunas pocas veces lo he sentido por unos minutos y sé cómo reacciono. Sonrío, río, la alegría se instala en mí como un mes de junio.

Como un junio riente y hermoso soy... o habría sido.

Le habría salido a mi madre... La copla lo dice: 

"Eres alta y delgada

Como tu madre,

Morena salada,

Como tu madre.

 

Bendita sea la rama

Que al tronco sale,

Morena salada,

Que al tronco sale.

 

Eres como la rosa

De Alejandría,

Morena salada,

De Alejandría.

 

Colorada de noche,

Blanca de día,

Morena salada,

Blanca de día" 

Todas las cosas raras y tristes que me invento sobre mí, son porque no sé lo que es ser guapa.

La guapura no actúa sobre mí milagrosamente, no me da esa gracia y ese hechizo que he soñado, no me hace sentir mi propia vida, las caricias que me han faltado, los besos pasionales que no me han dado, los perfumes de la piel junto a la mía, las miradas exaltadoras, los silbiditos, los piropos ardientes cuando los hombres se confesaran débiles a mi paso.

Todo lo contrario. Salgo a la calle tensa. Las miradas que se ponen en mí, fijas, me parecen analíticas. Las de los hombres, peor, me parecen hostiles, agresivas, furiosas, insultantes.

No dan lugar a que lo que pueda haber de femenino en mi alma, de pétalo, de terciopelo, de tallos en el agua, de cantos de un pájaro, florezca. La mujer que no es querida no llega a existir. Lo siento, por las feministas racionalistas.

Tengo que inventar identidades alternativas, rasgos intersexuales, actitudes guerreras y amazónicas, porque nadie me ha visto como soy y tengo que seguir viviendo.

Pero por lo menos, ahora lo entiendo, y me sale un llanto muy hondo, desde el fondo de mi pecho, por mí misma, y sólo puedo esperar que algún día encuentre el quid de la cuestión.

De este juego de la vida, que me ha hecho mujer sin dejarme ser mujer, bella sin serlo.

Como tantas y tantas otras.

Kim Pérez 10-11-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                        Dios es Trans

 

El Dios que sentía Jesús, que siempre perdona a quien se lo pide, que manda incluso su gracia y su cariño a quien no lo pide, se parece más que a un padre, a una madre.

Lo divino sería el Amor, no la Ley ni la Justicia, lo que corresponde a la función materna y no a la paterna.

La parábola del hijo pródigo, que hace barbaridades, se gasta todo lo que tiene y luego vuelve, habla del amor incondicional, maternal: un hijo ha transgredido todas las normas y sin embargo es acogido e incluso preferido al hermano que las sigue cumpliendo.

Esto no es lo propio de un padre, sino de una madre. Es verdad que luego Jesús habló también del Juicio Final y de quemar la paja, pero lo original suyo, lo que sentía, era el amor a esa clase de amor.

Por eso el cristianismo es una religiosidad femenina, entendida del todo más bien por las mujeres. Por eso las iglesias están llenas de mujeres, diez a uno o cosa así, y los sacerdotes suelen ser hombres que tienen una fijación especial con su madre y algunos de ellos son femeninos en sus modales y su manera de hablar, y por eso las vestiduras litúrgicas, hasta hace poco, eran tan femeninas, llenas de encajes y puntillas.

El Padre Dios se encuentra sobre todo en la religión de Mahoma, donde es la Norma y la Ley, inflexible y dura, el incitador de la guerra y el garante de la victoria. Perceptiblemente, el Islam es la religión de los hombres, los únicos a los que se ve prosternados ante Dios, en filas rigurosas, listos para oprimir a las mujeres.

El psicoanálisis parte de las figuras de la madre y del padre dentro de la mente del hijo.

Yendo más allá, hacia lo social, se puede ver que la libido materna se expresa en la formación de un nido, acogedor y cuidador, y la paterna, en el gusto por un arma, encargada de mantener el orden y de la defensa.

Al observar a Jesús con estas ideas, se descubre que él, en su edad adulta, se seguía viendo sobre todo como hijo (Hijo del Hombre, Hijo de David, Hijo de María, Hijo de Dios), lo que lo llevó a la soltería, por no poderse comprender como padre.

Y más todavía, que no tenía ni idea de lo que es un padre; que probablemente lo echaba de menos, pero se imaginaba un padre que en realidad era una madre.

Sagazmente, la teología lo hizo hijo de una Virgen; y más sagazmente todavía, los católicos han puesto a María, la madre de Jesús, casi en el sitio de Dios.

En resumen, si fuera verdad lo que sintió Jesús, Dios sería una especie de trans, pues bajo la apariencia y el nombre de padre, sería en realidad una madre.

Tal Dios nos preferiría, como hijos o hijas que vivimos unas vidas tan especiales, nos comprendería siempre, no nos juzgaría nunca, porque estaría dentro de nuestros corazones y sabría todo lo de turbulento y apasionado y angustiado que pasa en ellos, y los purificaría con su cariño y nos haría sentirnos queridas y queridos por fin, alguna vez.

Kim Pérez 03-11-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                               Nuestra prostitución

 

Prostitución es trabajo. El resto son prejuicios o condiciones ajenas al propio trabajo.

Mientras exista una demanda social de sexo por dinero, existirá ese trabajo. Y mientras exista necesidad de ganar dinero para vivir, existirán trabajadoras o trabajadores del sexo.

Considerar que el sexo no debe ser objeto de mercado, es o un prejuicio contra el sexo, en general, o un prejuicio contra el mercado.

¿Quiénes son los clientes de la prostitución? Personas solitarias, o que arrastran graves problemas de relación con sus parejas, que así pueden distenderse, o...

¿Los condenamos a la represión forzada y perpetua?

Eliminemos prejuicios, precondenas tradicionales y convencionales, intentemos mirar la realidad con los ojos abiertos.

Estoy segura de que hay y puede haber también una prostitución vocacional que, si se ejerce en libertad, confirma la naturaleza de trabajo de esta dedicación.

Entonces se elige ser prostituta y se trabaja con interés en la materia del sexo.

La vocación puede venir de varias fuentes, más o menos coincidentes. Para algunas personas, sé que es un refuerzo formidable de la propia estima: "Gusto y me desean tanto, que me pagan".

Para otras, puede ser un gusto por la aventura, por las situaciones extremas o límites. Una necesidad de huir de la rutina y de los horarios. Una adrenalina que se necesita sentir palpitar.

Para otras, una derivación natural de su propia estructura mental, profundamente sana. Entre las tipologías psicológicas, uno de los tipos conocidos es el de quienes pueden separar perfectamente el sexo de los sentimientos.

En el caso de las transexuales hay un significado añadido, que no deja de ser tierno y desafiante. Una compañera me dijo una noche, cuando me encontré con ella en la "oficina" del Salón, en Granada: "Me gusta que me llamen puta, porque me llaman mujer".

Quien ejerce libremente una profesión, puede ser una buena profesional por eso mismo. Puede trabajar relajadamente y sin tensiones internas. Puede sentirse de buen humor.

Puede conocer a sus clientes, ser tierna, simpática, tratarlos con cariño, darles un ratito de compañía y de amistad, con total sinceridad, simplemente porque se está a gusto.

Habrá los clientes rollos y se soportarán con buen humor, y serán menos rollos, habrá los clientes peligrosos y se sabrá defenderse con la cabeza clara.

Los problemas de la prostitución vienen de fuera de ella. Son las mafias, la explotación de los proxenetas, pero también son víctimas de las mafias y de la explotación los inmigrantes. ¿Reprobamos o prohibimos la inmigración?

Es también la drogadicción, que en las condiciones legales de hoy, hace que muchas personas se prostituyan contra su voluntad. Pero eso no es trabajo del sexo, sino angustia, y el problema que tiene de debatirse aquí es el de la drogadicción.

Es el de la miseria, que hace que haya niños de la calle que tienen que sobrevivir de alguna manera, o llevar dinero a sus casas, y ni siquiera hay trabajo infantil de catorce horas al día para todos.

Pero no es, en todas estas situaciones, un problema la prostitución.

El problema es la explotación, la drogadicción, la miseria que la fuerzan. Como podrían forzar cualquier otro trabajo, el de los invernaderos bajo plástico a cuarenta grados y entre nubes químicas, por ejemplo.

Cuando miramos al futuro de la prostitución, nos encontramos con dos posiciones, la abolicionista y la legalizadora.

Con arreglo a lo que he dicho, la posición abolicionista no toma en cuenta que la prostitución pueda ser un trabajo libremente elegido.

Generaliza y considera que siempre es una humillación y una imposición, y por tanto penaliza a los clientes.

Es el modelo que se ha impuesto (es la palabra) en Suecia. La consecuencia es obvia: si la demanda existe y la oferta también, el trabajo se realizará clandestinamente y aumentarán los riesgos y las mafias "protectoras".

La posición legalizadora es la que ha seguido Holanda y, a su ejemplo, Alemania.

Se puede resumir en Seguridad Social + IVA. Derechos sociales e impuestos.

Los Ayuntamientos quedan obligados a ofrecer medios (como en Ámsterdam) para el libre ejercicio de la profesión de las ciudadanas prostitutas, a protegerlas contra amenazas de proxenetas o de skins. Para eso pagan sus impuestos y sobre todo, para eso son personas libres.

Hace tiempo me enteré de hasta dónde llega la conciencia libre en Holanda. Ante el problema que sufren ciertos ciudadanos imposibilitados de moverse, pero no exentos de sexualidad, los Ayuntamientos han creado un servicio de atención sexual a domicilio.

A eso es a lo que me refiero.

Kim Pérez 27-10-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                         Estatuto de la Transexualidad

Diosa Cibeles

 

Ya se sabe que la homosexualidad comenzó siendo un entretenimiento o una pasión, compatible muchas veces con la entrega o los deberes maritales, como lo fue todavía hasta hace muy poco, por lo menos, entre los griegos y los turcos; luego se vio como un pecado o un delito, del que no se podía ni hablar, pero merecedor de la hoguera o la prisión (Wilde); en el siglo XIX, los médicos alemanes la rescataron de ese terrible pozo, considerándola como una enfermedad, y por tanto, digna de respeto y de atención... pero también de intentos de cura, comprendidos los electroshocks; en el siglo XX, el movimiento gay tomó la palabra reclamando la desmedicalización y la proclamación de una condición o una identidad, merecedoras de orgullo; luego, la teoría queer la ha considerado como una transgresión del sistema sexo/género, rompedora de identidades...

La transexualidad comenzó su recorrido histórico como una pulsión divina. Las y los transexuales eran entendidos como seres dotados de doble vista, de una visión profunda y paranormal. Esto les daba con frecuencia un estatuto mágico. Los no transexuales se inclinaban con respeto ante el misterio. Todavía en México, los "maricones" de los pueblos tienen un estatuto muy diferente al de las "mariquitas" andaluzas; suelen ser mayordomos religiosos, mostrar así las huellas del antiguo chamanismo.

Las galas de Cibeles, como testimonia Catulo, se creían arrebatadas por la diosa, por una furia divina. Más adelante, cuando la represión se instaló, todos los reprimidos fuimos igualados. La confusión con la homosexualidad fue general. Fuimos pecadores mientras los homosexuales fueron pecadores. Ya en el siglo XIX, los médicos comenzaron a definir la transexualidad como una patología distinta de la homosexualidad, y le dieron un nombre (transvestismo), lo mismo que a ella... y que a la heterosexualidad.

En el siglo XX, el humanísimo y perspicaz Harry Benjamin, médico, hacia 1955, y Louis Gooren, médico, actualmente, han empezado a entenderla no como patología, sino como condición. Desde aquí se abren dos caminos. Uno de ellos: es la condición de la disforia de género (otro nombre médico), del profundo desajuste con las reglas del sistema sexo/género; en la medida en que es dolorosa, debe ser medicalizada, incluso con cargo a la Seguridad Social.

El otro camino es el de la teoría queer: la transexualidad es un hecho (no una identidad, ni una condición) de transgresión del sistema sexo/género. Como tal, no debe ser medicalizada, sino incluso potenciada en sus aspectos más rompedores y aparentemente incongruentes (drags, follagéneros, etc)

Llevado al extremo, lo queer dice a los trans: despreocupaos de operaciones y hormonaciones, como no sean las plásticas, los implantes y liftings, despreocupaos de ser femeninas o masculinos, cread, expresad, impactad.

(Libres, como espíritus...)

Como se ve, la división entre un camino y otro está en el sistema sexo/género: ¿debe ser fundamentalmente respetado o fundamentalmente transgredido?

De otra manera dicho, ¿debemos considerarnos todos y desenvolvernos como hombres y mujeres o podemos considerarnos como personas cuya expresión desborda los límites de la estructura dual de los sexos, los géneros, las orientaciones, las identidades...?

(Y kantianamente, ¿podemos convertir esta norma propia en una norma universal?)

Yo pongo aquí mi respuesta, que plantea una solución transqueer.

Lo primero es examinar la estructura del llamado sistema sexo/género. Por sexo se entiende lo anatómico, por género lo cultural. Lo dado, frente a lo aprendido y transformado.

Pero aquí faltan dos conceptos: el de sexualidad, que es la conducta ligada pulsionalmente, naturalmente, al sexo (cerebral o aparente; véase en nuestros hermanos animales) No abarca muchos hechos, pero sí algunos.

Y el de expresión simbólica, una necesidad humana, personal y única; usar palabras, gestos, actitudes, para representar lo que sentimos y lo que queremos.

Por tanto, en el sistema sexuado, la sexuación, visto desde fuera, hay elementos de sexo, elementos de sexualidad, elementos de género y elementos de expresión, por lo que lo queer, descubridor pero absolutizador del género, debe superarse.

Visto desde dentro, la expresión manifiesta los distintos equilibrios personales de sexo, sexualidad, presiones culturales de género e impulsos de la voluntad.

Entonces, la transexualidad es más que una condición y más que una transgresión: es una expresión. La condición sería cosa de sexo y sexualidad, la transgresión sería cosa de género o de antigénero.

Pero la expresión transmite todo eso y más cosas que eso.

La expresión puede ser la misma en las formas, pero es siempre única y personal en los significados, porque traduce distintos equilibrios y voluntades a partir del sexo, la sexualidad y el género.

La expresión transexual conduce a cada persona a donde sólo ella quiere ir. Sólo debe ser medicalizada cuando esta necesidad de expresión se vea estorbada o impedida y por tanto resulte dolorosa, y medicalizada por el dolor que comporte.

Si para la persona hay un desajuste doloroso e irreversible entre su voluntad y su condición genital, puede llegarse hasta la cirugía de reasignación de sexo, cuya necesidad sólo ella sabe y puede decidir.

En conjunto, cualquier forma de sexuación se convierte humanamente en una forma de expresión, favorecida o estorbada por las condiciones de género (culturales)

Por eso es bella, y resulta alegre y noble de ver, la masculinidad, potenciada, consciente, digna, libre. Un Gary Cooper, para que nos entendamos.

Por eso es bella la feminidad, consciente, potenciada, digna, libremente expresada: la Madre Teresa.

Pero insisto en que deben ser dos formas de expresión libre, para ser humana.

Por eso, algunas personas cuya anatomía es contraria, eligen vivir como Gary Cooper, digamos. Y otras, cuya anatomía tampoco nos ayuda, elegimos vivir como la Madre Teresa, digamos también (¡vaya!)

Pero también son bellas, y hasta muy bellas, las formas de transición, siempre fascinantes.

O sea, ni conformismo obligado, ni transgresión obligada, a lo que por aciertos pero también simplificaciones llega lo queer: liberación de la expresión personal, potenciación de la expresión personal, conciencia de la expresión personal, dignidad de la expresión personal, libertad de la expresión personal, unas veces en formas definidas y otras en formas de transición.

Transición y transacción, teoría trans, o si se quiere, teoría transqueer. 

Kim Pérez 20-10-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Wlalk on the wild side ´´ Lou Reed midi)

 

                                                                                        El Niño de la Cruz

 

Los primeros bancos de la parroquia están reservados para los niños. Al primero llega un niño como de cinco años, delgadito, con la cabeza grande y el pelo corto, con patillas bien trazadas.

Como no hay todavía nadie en el banco, mira a un lado y otro y por fin elige su sitio. Me doy cuenta entonces de que lleva una muñeca Barbie en la mano.

La mira con atención, pero la lleva con tanta naturalidad que te preguntas si no será de alguna hermana que le haya encargado que se la guarde durante un momento.

El niñito tiene orejas de ratoncillo, de soplillo, y como es inquieto y se vuelve con frecuencia, deja ver sus ojos incisivos y observadores y su medio sonrisa apretada.

Mira detenidamente a la muñeca, de larga melena rubia brillante y zapatitos rojos. Puede ser que le gusten las muñecas, y que sus padres lo hayan pensado y le permitan que las tenga.

De pronto, se levanta y cruza la nave, para saludar a una niña que está en otro bloque de bancos. Vuelve, y su apostura es la erguida y flexible propia de su edad, que manifiesta una elegancia contenida.

Lleva un polo malva descolorido con el cuello vuelto, y vaqueros de pata de elefante (o de elefantito), con un ancho cinturón rojo en la cintura.

Visto desde el sitio retirado donde estoy, me parece de pronto que veo el punto plateado de un pendientito en la oreja.

Puede ser que sea una niña, con pelado de niño, pero el pelado, desde luego, es de niño, sin concesiones. Las orejas al aire y terminado, por la nuca, en un piquillo.

Para decirlo todo, dentro de mí hay una gran tristeza, y como un cansancio, un miedo de que el futuro repita el pasado.

Al llegar al Evangelio, todos se persignan, y el niño también, y con la mano izquierda, haciendo una cruz parecida a la ortodoxa. Es zurdo, y le han dejado que lo sea. Me parece que estoy viendo la imagen de un niño en un espejo.

En esto me doy cuenta de que ha puesto a la muñeca sentadita a su lado, en el banco de madera, reclinada en el poste del respaldo, de manera que es la primera feligresa de la misa, por la mano derecha. La mira para comprobar que está bien, en su sitio.

Todos sentados, y el chiquillo cruza un rato las piernas abiertas, en forma de cuatro, una postura típica masculina, aunque luego las enreda, que los pies apenas le llegan al suelo.

Cuando llega la Consagración, al arrodillarse la gente, el niño lo hace igualmente y con desparpajo se sienta sobre sus talones para estar más cómodo. De pronto se acuerda de su muñeca y se vuelve hacia ella, para ponerla de rodillas, intentando doblarle las piernas de la forma adecuada.

Quiere ponerla arrodillada en el banco, para que también adore a Dios, como todos los fieles, pero no lo consigue, la muñeca no se mantiene y se cae de lado.

Luego el chiquillo sigue entretenido con ella, le quita la cinta roja del pelo, se la pone en su mano mientras juega con ella, la coge por los pies puesta para abajo, dejando que el pelo rubio caiga por su peso, de una manera muy distinta a como las niñas suelen jugar.

Luego la agarra por el pelo y a su vez lo dobla como para peinárselo y finalmente se lleva la carita de la muñeca a su mejilla por un momento. 

¿Cómo la quiere? ¿Cómo la siente? 

¿Qué es la Barbie de zapatitos rojos para su almita de cinco años? 

¿Este crío o esta cría es una niña vestida casi de niño, a quien le gusta este atuendo, y que juega con su muñeca a su modo?

¿O es un niño que la ve como una especie de compañerita o amiga?

En todo caso, es alguien a quien sus padres o quizá un psicólogo infantil le dejan que exprese sus sentimientos, sus preferencias, a su manera, que evolucione hacia donde quiera, según vaya creciendo.

No se trata de asustarse por detalles en los que el género se cruza; se trata de dejar que la personilla pueda entenderse, entender el mundo y decidir.

No se puede decir en esa edad que un niño sea trans, no se puede decir que sea ya de una manera concreta, no es, está siendo, sus sentimientos evolucionan tanto, que con el tiempo, al crecer, pueden volatilizarse heterosexualmente, o definirse en sentido homo o trans. Pero hay que cuidar de que su vida no sea dolorosa, que no le lleguen golpes en esta edad.

Ése es, seguro, el sentimiento que me entristece y que me cansa, pero que a la vez me avergüenza por asustarme.

Quiero que se sienta seguro y libre, y creo que lo está consiguiendo, que pase su niñez con tanta naturalidad como la pasa, que decida lo que tenga que decidir, sea lo que sea lo que se está preparando en su pequeña alma de cinco años.

Kim Pérez 13-10-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Barbie girl ´´ Aqua midi)

 

                                                                                   Proceso o sacrificio

 

Cuento esto por si le es de utilidad a alguien. Creo que sí, porque aquí hay personas que saben de sobra lo que estoy hablando. Por eso, aunque es una historia personal, supongo que alguien se reconocerá más o menos en ella.

Con treinta y dos años, mi condición transexual me costó un daño laboral muy serio, por lo que me asusté mucho. Fue como si me dijera: "Esto no puede ser". Me convencí de que la transexualidad era cosa peligrosa.

Decidí olvidarme de todo, vivir como si no existiera. Puse mi atención en algo que me parecía mejor, la militancia social, para hacer un esfuerzo que me librase de mis sentimientos.

Durante dos o tres años pareció que lo estaba consiguiendo. Vivía equilibrado, interesado, contento de haberme librado de agobios y dejando a un lado mi sexualidad. Podía haberle dado un sentido real nuevo a mi vida, pero con el tiempo, el empuje perdió fuelle: no sabía lo que hacer ni tampoco podía.

Desanimado y confuso, lo de la militancia se fue quedando en el aire. Pero me mantuve firme en mi propósito: mi transexualidad no se hacía real. Cedí, sin embargo, en el siguiente paso: real no, pero sí fantaseada.

La fantasía se convirtió en obsesión y la obsesión llegó a momentos terribles, esta vez dentro de mí, más terribles por tanto que los de dieciocho años antes.

Comprendí entonces que sólo la Realidad podía salvarme. Empecé lentamente a vivir mi transexualidad en la realidad, a hablar de ella, a encontrar a personas con quienes podía manifestarla, todavía sin más hechos: "Soy transexual, aunque vivo como hombre".

Me equilibré.

¿Hubiera podido ser el sentido de mi vida aquel otro, fuera de la transexualidad, si hubiera encontrado lo que hacer y cómo hacerlo?

Digo lo del sentido, porque si lo hubiera llevado a la práctica, mi vida estaría ahora llena de recuerdos, alegrías, emociones, fracasos, fotografías, de aquellos años de militancia, de los treinta y dos a los cincuenta, que se quedaron vacíos por no saber qué hacer.

Como tiene sentido la vida de quienes renuncian al proceso transexual por un hijo o lo retrasan por lo menos equis número de años.

Creo que es posible que estas vidas tengan para cada cual una historia meritoria, un significado verdadero, un valor para su corazón, aunque oculten la tristeza de una frustración que se habría quedado enquistada y como encogida.

Yo me habría sobresaltado hasta el tuétano cada vez que una imagen de la televisión me la recordara y me hubiera dolido el alma. Mantener mi silencio me habría costado grandísimas tensiones.

Por eso, en realidad, más profundamente que ese medio sentido personal que acabo de explicar, para mí, mi vida habría tenido el sentido de una cruz y yo habría sido un crucificado demacrado capaz de comprender otras realidades.

A condición de tener claro por qué se hace el sacrificio, por quién te subes a la cruz: por un hijo adolescente sí, por un susto laboral que te va a afectar sólo a ti (como en mi caso), no.

Pienso y pienso, y no encuentro razones para negar que existe la tremenda pulsión transexual, para negarse a expresarla, a comunicarla de alguna forma, en alguna medida, salvo ésa: por amor (razonado) a otras personas. No puede haber ninguna norma general que diga: "Quien tenga disforia de género, tiene que sacrificarse y no expresarla". Como, teniendo en cuenta la posibilidad del sacrificio, tampoco puede haber ninguna norma general que diga: "Quien tenga la pulsión transexual tiene que expresarla".

Los sacrificios nunca deben ser gratuitos. Son por alguien o por algo. La palabra sacrificio significa que entregas algo que es grande para ti por alguna razón que es más grande todavía, o que no es grande, sino sagrada.

Ahora sé que seguir el proceso transexual es una cuestión de salud. Tendría que entenderlo todo el mundo. No es cuestión de querer o no querer; es cuestión de tener que expresar de alguna manera unos sentimientos tan fuertes. Sé que haberme metido en el proceso (eso sí, podría ser en más o en menos) es lo que me da seguridad y tranquilidad para relativizarlo.

Sé que haber seguido el proceso me ha desagarrotado el alma, me ha permitido evolucionar, pensar en otras cosas. Esto no es sólo experiencia mía: Freud dice que las pulsiones sexuales no deben reprimirse, sino encauzarse, expresarse de alguna forma razonada, que es lo que yo he acabado haciendo. Pero porque he podido. Podía no haber podido. O no haberlo querido, por alguien.

Kim Pérez 06-09-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Woman ´´ John Lennon midi)

 

                                                                                     Mamografías

 

Hace como un mes, recibí una carta del Servicio Andaluz de Salud en que se me citaba para una revisión de las mamas, con motivo de una campaña preventiva del cáncer.

Con lo poco que me gusta meterme en citas médicas, mi primer pronto fue decir "no voy; si acaso, prefiero no saber mejor que saber; a lo mejor, rutinariamente en nuestro cuerpo se están formando pequeños bultos y continuamente los estamos deshaciendo, y si me hago una foto de un momento determinado, a lo mejo me dan el susto cuando sería una tontería, y ya tengo que estar pensando en eso" (digo yo, que no tengo ni idea de Medicina)

Luego pensé: "Cómo va a ser eso, lo propio del ser humano es saber. Más vale saber y afrontar las cosas que cerrar los ojos".

Estaba en eso, cuando caí en la cuenta de un detalle: la carta estaba enviada a mi nombre legal anterior.

Es decir, al hacer el listado de granadinas mayores de cincuenta años, a quienes se dirige la oferta, alguien se había acordado de mí y me había incluido. Es decir, no me incluían por ser mujer, sino simplemente por ser trans.

Entonces lo que me dije fue muy distinto: "¿Puedo decepcionar a alguien que se preocupa por mi salud como trans no yendo?"

De manera que fui al Centro de Salud del Zaidín, que me corresponde. Es un edificio que gusta por moderno, por dentro lleno de escaleras que no se sabe si suben o bajan, con pasillos abalconados y parapetos sobre huecos, como los grabados de ése que dibuja edificios en los que vas bajando y de pronto te encuentras subiendo.

En la consulta 15 estábamos... cuatro personas, con cara de preocupadas. Un cartelito en la puerta que decía "Detección precoz del cáncer de mama", creo recordar, lo explicaba. (Debería decir por cierto, "Prevención", o algo así, más positivo)

Seguramente, seríamos la décima parte de la citadas, o menos. La mayoría, por puro canguelo, habría dicho lo que yo al principio: "No voy. Ojos que no ven..."

Entré la tercera, para hacerme el historial. La enfermera era amable y tenía un cestillo con caramelos muy apetitosos. Me dio ganas de coger uno, pero me aguanté. Le enseñé mi carta con la cita y le dije que era transexual (supongo que ya se habría dado cuenta, si no estaba ciega...)

Debía de ser yo la primera trans que llegaba, pero me hizo el historial con total naturalidad. "Claro, esto está hecho para mujeres... aquí hay una serie de preguntas que no se le aplican...", dijo, mirando el cuestionario (me las imagino: "¿Con qué edad se produjo la menopausia?", etc), y luego encontró algunas que se me aplicaban, y me las hizo.

Mientras, entraba y salía la radióloga, muy vivaracha, pero no se fijaba en mí de manera especial ni nada.

"Bueno, pues pase aquí al lado y espere un momento".

Me puse a esperar para hacerme ya la mamografía en una sala con asientos de plástico verde, vacía, desde la que se veía en un jardinillo un árbol que me gustaba, con muchas bolitas amarillentas en sus ramas.

Probablemente, era la única paciente del servicio que estaba contenta y orgullosa. La radióloga abrió enseguida la puerta, me hizo entrar, me indicó que el vestidor de la entrada iba a ser todo mío, para que me desnudara de medio cuerpo, y cuando salí, me puso delante del aparato.

Yo me había enterado ya por una amiga de que tienen que apretar tanto que te duele. En efecto, había una pantalla de cristal, y yo tenía que apretarme y mis pechos son pequeños ("no son los únicos", pensaba)

Ella tenía que empujarlos también, para que se quedaran bien a la vista en la cámara. Me apretaba fuerte y de pronto me dijo: "Es que son tan turgentes, que se me resbala la mano". Luego: "Perfecto", e hizo la imagen.

Yo, más contenta que todo, le dije: "Es que yo soy mayor, pero ellos son jóvenes".

Luego me dijo: "Ahora hace falta hacer la imagen de lado, tomando las axilas", y me puso en una postura especial para que se viera todo. Luego me enteré de que a quienes se han siliconado, o puesto suero biológico, se les hacen también estas imágenes, para ver el tejido mamario debajo del implante.

Terminamos, ella muy agradable, me dijo: "Dentro de dos meses recibirá una carta diciendo que todo está bien, y hasta dentro de dos años!"

Le di las gracias por haber sido tan amable y me fui.

Kim Pérez 29-09-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Woman ´´ John Lennon midi)

 

                                                                                                Dragss

El actor John Leguizamo en `` To wong foo, thanks... ´´


 

La primera drag que conocí fue un chico, pareja de otro, que me saludó en la estación subterránea de Barcelona.

Tenía el pelo azul y facciones que en sí eran duras, pero que las ablandaba el buen humor y la simpatía (como las de su amante)

Luego he ido conociendo a otros (una exigencia con las drags es mezclar, al hablar de ellas, el masculino con el femenino constantemente)

No hay que dar explicaciones de por qué se es drag. Una drag lo es porque quiere, porque le gusta y hasta donde le gusta y quiere, porque se divierte y punto.

No lo es por nada que tenga que ver con su ser, con su pasado, lo es por voluntad, por gusto del presente y del futuro.

Una drag creo yo que se ve por dentro más que por fuera, sabe lo que quiere y lo que expresa como se le ocurre. Crea. Hace un poema con cada atuendo, usando tijeras, hilo, maquillajes mil, purpurina y peluconas de colores como papel y tinta, escribe una comedia, una tragedia o una tragicomedia.

La última tendencia que he visto me ha electrizado: no fingir tetas, sino usar una especie de tops que dejan intuir los esbeltos torsos y ver las tetillas al aire, indiscutibles, provocadoras, tetillas masculinas bajo unos maquillajes de mujeres extraplanetarias.

Las drags que conozco son Cenicientas princesas, resplandecientes de noche que vuelven a la ropa sobria al ser de día. Un poco vampiras también, entonces.

Pero algunas, que no se consideran drags, lo son sin saberlo, hasta más permanentemente: como Eme Jota, que de día va de vaqueritos, camisa blanca, sólo el pelo muy largo y unos pendientes (y los labios siliconados, en su cara triangular e interesante) y de noche se encasqueta una minifalda de charol rojo, una torerita a juego, sobre unas superbotas ídem, se supermaquilla y se superpeina y se va a hacer la calle cuando le da la gana.

Lo importante es que no haya un estilo dragqueen, sino que cada una se invente el suyo, según la inspiración de cada instante. ¡Fuera el conservadurismo de lo aceptable y lo justificado y lo victimista!

Miss Shangay Lily

Es precisamente lo que hace Miss Shangay Lily, foto derecha, creando su personaje cinematográfico, con estilos de los cincuentas, que se trasluce incluso en sus speech... Habla o escribe como si interpretara.

Yo quiero ser una trans drag. Lo soy cuando me invento mi ropa y mi peinado o mi despeinado, trazo una figura que habla a la vez de mis historias y mis sueños, realizados o sin realizar, habla, habla, habla, para quien sepa oir.

Soy una dramaturga de mí misma. Lo soy cuando me pongo en estilo respetable, porque lo soy y porque me conviene; soy drag cuando me he operado, porque me gusta que mi cambio sea permanente, como un tatuaje, y cuando he conseguido papeles de mujer, porque son parte del guión, sabiendo que soy mucho más complicada que una mujer como otra cualquiera.

Soy una trans drag aunque no lo parezca, precisamente porque no lo parezco. Ya estoy harta de hablar de penas: yo me creo a mí misma o a mí mismo, poned la equis donde queráis.

Kim Pérez 22-09-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` A quien le importa.. ´´  Alaska midi)

 

                                                                                                 Para ser libre


 

Con la letra de Foucault se ha estado tocando, desde los noventas, el rock queer (Ejemplo visual: Priscilla) Su idea era deconstruir los discursos del poder, ocultos pero luego perceptibles en la misma distinción homosexualidad-heterosexualidad (y para nosotras, en la misma noción de transexualidad)

No le faltaba razón, pero el propio discurso foucaultiano (luego con sus transformaciones queer), llevado demasiado lejos, absolutizaba todo el poder como el mal a deconstruir y se quedaba de hecho en una resistencia eterna, pero sin objetivos.

Poder tenemos todos, poder es mis ojos que te envenenan, y poder es vida. De lo que se trata no es de derribar todo poder, sino conseguir un equilibrio de poderes, y no sólo de los políticos, ejecutivo, legislativo y judicial, según la fórmula de Montesquieu, sino de los poderes personales y sociales, de manera que la democracia controle, que no dé cancha a leviatanes, monopolios mediáticos y multinacionales, poder de la pasta concentrada, que aplasten otros poderes de los que disponemos los ciudadanos corrientes.

Así se plantea una política o una estrategia postqueer o transqueer o noheteroxista o como queráis. Para las y los trans, minoría entre las minorías, se trata primero de afirmar nuestro propio poder, nuestro empowerment, por chico que parezca (no lo es en modo alguno, tenemos fuerza mediática alimentada por el cortocircuito mental que provocamos, somos la vanguardia imaginera y peleadora del movimiento gaylesbitrans, ¡trans siempre delante!) y enseguida de trazar una política de alianzas que nos permita sobrevivir en un mundo donde –potentes- vectores fundamentalistas y conservadores amenazan con mandarnos de nuevo al armario, a medio plazo.

Las alianzas fundamentales ya están hechas, pero nuestros aliados no tienen de momento la mejor salud. El movimiento gay, devorado por el euro rosa y el consumismo. El movimiento de mujeres no está tampoco muy fuerte, pero sobrevive y sobrevivirá.

La fuerza de uno y otro está en las ideas que han conseguido que se vuelvan indelebles y casi irreversibles en nuestra cultura. Lo mismo que el feminismo trajo el nosexismo, el movimiento gaylesbitrans está trayendo el noheterosexismo, que es la negación del prejuicio de la dicotomía sexual, de que existan sólo dos sexos, dos géneros, dos orientaciones inalterables e identificadoras... El noheterosexismo llama a la existencia social no sólo a los intersexuales, como ciudadanos sexuales de pleno derecho, sino al continuo de los géneros y a la oscilación de las orientaciones.

Y ésta es la desprejuiciada realidad de nuestro tiempo, que no niega nada, a la que le gusta ver a la vez al Terminator y al Beckham y en los institutos y en las calles a toda clase de individualidades, por fin liberadas, que expresan por fin su derecho a existir.

Pero esta realidad no es verdaderamente definitiva. La amenaza la remontada del integrismo, con su vertiente skin head, siempre dispuesta a meter mano, que nos encerraría de nuevo y hasta nos perseguiría en nuestros encierros. Me da sudor imaginarme que mis setenta años sean menos libres que mis sesenta y que alguien me prohibiera mi identidad y mis ropas (me vestiría aunque fuera con una sábana)

La amenaza también que no sea una conquista universal, sino que muchas partes todavía hoy, o ya hoy, homos, bi, trans, estemos encerrados, expuestos a todo tipo de agresiones, burlas, detenciones o muertes violentas.

Hay que saber que lo que hayamos podido conseguir no es definitivo, no es irreversible, para defenderlo con todo nuestro corazón.

Kim Pérez 15-09-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Vivir sin aire ´´  Mana midi)

 

                                                                                                 Trans Mito


 

En un momento de rabia y desesperación como el que tuve ayer, en el que quería recordar a la vez que mi cabeza está envuelta en una cabellera gris y rizosa y que soy dura, que mis piernas largas son ágiles, necesito comprenderme y no lo consigo hasta que de pronto flashean dentro de mí las imágenes del cómic y el manga y la ciencia ficción.

Yo, por lo menos, no sé si vosotras, soy más bien una guerrera que una mujer encogida, aunque también quisiera ser guapa, delicada e hipnotizante, que los hombres se quedaran enganchados de mí.

Tengo genio, soy violenta, aunque me sujeto. Me doy cuenta de pronto de que no podremos entendernos mientras no veamos delante de nosotras, dentro de nosotras, las imágenes deslumbradoras del mito.

Primero se me viene a la cabeza el título de una novela famosa de ciencia ficción, "El hombre hembra". Algo así me siento, el solo nombre trabaja dentro de mí y me explica lo que quiero entender, me lo explica a gritos.

Pasa todo en un planeta lejano, en un futuro cercano, en la que hay una región, o un satélite, en la que las mujeres son "cambiadas", es decir, trans.

Es el refugio de los hombres, la patria de la sensualidad y el deseo, de la intimidad y la complicidad, donde nadie habla de casarse ni de poner un piso ni de los niños.

No recuerdo más detalles, pero me imagino sus grandes ojos profundos que guardan dentro de ellos la infinitud de los sueños y a la vez ese asomo de desvalimiento y ternura que nos da el ser trans, sus figuras altas y altaneras.

Por alguna razón, las cambiadas son en ese planeta una alternativa a las mujeres genéticas; hay algo de relativo en su identidad de hombres-hembras, algo que me parece muy propio de algunas trans, muy en dos planos, una naturaleza de fondo, a veces masculina, a veces ambigua, una presencia física, a veces ambigua y a veces femenina.

Las trans podemos ofrecer matices mucho más sutiles, pero que tocan la misma vena que las heroínas de cómic, tan superfemeninas de pecho y culo, como ambiguas en su musculatura y su agresividad.

Las trans podemos ser lánguidas y nostálgicas como Margarita Gautier, la dama de las camelias, podemos ser amantes y amorosas como cada una sabe dentro de su alma, podemos ser fuertes y desafiantes, podemos ser tan distintas como lo somos cada una, en esta forma nueva de ser humanas.

Kim Pérez 08-09-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Walk on the wild side ´´  Lou Reed midi)

 

                                                                                         Paca la del Puerto
La mariquita vieja en la cárcel, después de haberse pasado toda la vida en otra cárcel, en la que estábamos todas

 

Puerto de Santa María, donde tuvo que nacer la Paca hacia 1900 ó 1901; por tanto, tenía la edad de mi padre y mis tíos y mis tías; no sé nada de ella por entonces, nada más me puedo imaginar, salvo que tendría que hacer la mili hacia 1920.

Familia de peones, me figuro, de los de boina en la cabeza y telarañas en la tripa, en tierra de señores, de bodegueros, exportadores, los Jiménez, los Terry, los Osborne, los Domecq, de caserones de patio florido y en los búcaros, nardos, cuyo perfume alegra las pajarillas.

O sea, que la Paca vivió en 1920, en 1930, la República, y cuando llegó la guerra, en 1936, tenía eso, unos 30 años... Y con 30 años se metió en la dictadura de Franco, la empezó, desde el principio, que tenía que durar otros cuarenta.

El mundo al revés para una mariquita, o mejor, para una trans que no tuvo ocasión, en ese tiempo, ni a tener ese nombre.

Pero con ella no pudo nadie. Lo primero que sé de ella es de 1967 o por ahí, cuando ella tendría esos años y faltaban ocho para que se muriera el Generalísimo.

Su manera de decir aquí estoy yo, era teñirse el pelo con L’Oréal, que era su orgullo. "L’Oréal, L’Oréal", pedía, cuando llegaba a la droguería a buscar el tinte para ponérselo ella misma.

Un mes, el pelo negro, al otro, rubio, al otro, rojo. Todos los meses se cambiaba de tinte, que todos lo vieran, se pintaba un poquito los ojos, para salir a la calle.

Domingo, Ojitos, Juan Chiquete, el Zorrito, la Marquesa, Paquito, la Paquera, la miraban con admiración. Y quien parecía entonces un niño de diez años, dulce y ya machacado por la vida, se la quedaba mirando con la boca abierta.

La Paca era capaz de ponerse una blusa roja y un pantalón rojo y en cuanto aparecía, la Guardia Civil la detenía, la llevaba al cuartelillo, que estaba junto al Penal, le pegarían lo que ellos sepan y le ponía una multa de tres pesetas, antes de soltarla.

Arrestos, golpes, burlas y multas, debieron de ser lo suficiente para quemarle la sangre, y que empezara a decir a gritos "¡Abajo Franco, abajo Franco!", cuando nadie lo decía, nadie, ni los hombres más valientes, lo que volvía a llevarla a donde no quería ir.

Pero tuvo horas de reinado, sólo horas o casi. En los Carnavales se ponía muy guapa, cara fina y misteriosa, boquita pequeña, a lo Greta Garbo, aunque era pequeñita y, en esos años, con arruguitas finas alrededor de los labios, gordita, rebolondita, una corona sobre su pelo y el vestido largo y de vuelo, de película, como el de una Emperatriz. Así está en una foto, reinando.

Pero luego se quedaba destronada en un pis pas y la rabia por lo que le había tocado como vida, volvía a estallar.

La Virgen de los Milagros, pobrecita, la madre de los pobres, la Patrona, la sacan en procesión desde la Prioral una vez al año, que es la Iglesia Mayor, pero la procesión no es bonita. En ella salían, con toda su prosopopeya, los Jiménez, los Terry, los Domecq, los Osborne y hasta un Teniente Coronel, con el sable de plata al hombro.

La Paca, entre medias de la gente, comenzó a gritarles, tanto, que la procesión se paró. La Guardia Civil vino y esa vez se la llevó al Penal del Puerto, para que se agarrase a los barrotes de las ventanas, entre las paredes gordas de cal, la mariquita vieja en la cárcel, después de haberse pasado toda la vida en otra cárcel, en la que estábamos todas.

Y allí murió, del pecho.

Kim Pérez para ésta Web 01-09-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Habaneras Cadiz ´´  midi)

 

                                                                                    ¿ Que significamos ?

 

Con lágrimas y con sollozos en la garganta, con verdadera angustia fundada en tus recuerdos y que me devuelve el sentido de la realidad, me preguntas: "¿Qué significamos? ¿Qué somos?".

No sé contestarte.

Pero hoy mismo, un viaje en auto hace brillar delante de mí los olivares y los montes azules de mi adolescencia y mi juventud, que estuvieron tan cargados de opresión, silencio y desesperación y entre los que aquella adolescencia y aquella juventud se perdieron irreversiblemente.

Entonces, bien despiertos los recuerdos por este paso por aquellos lugares de cuarenta o cuarenta y cinco años atrás, yo me siento igualada a ti, para poder darte una respuesta que es una gran verdad:

Nuestras vidas significan dolor.

No haber podido sentir la hermosura de aquellos veranos cuando me correspondía por la edad, como a los demás. Mientras subimos, oigo, para colmo, una canción de los sesenta, sensual y romántica. Eso, precisamente, me faltó.

¿Pero no puedo darte otra respuesta, sólo dolor y desajuste, la pena que recuerdo, mis pobres diez años, mis tristes dieciséis años?

Tengo que darte una respuesta clara, a ti que no pudiste ni siquiera ir a la escuela por tu condición y que por tanto tienes la ventaja de poder exigir algo que todo el mundo entienda.

¿Vale ésta: somos más humanos que otros, casi más humanos que nadie, porque ser humano es no estar conforme, sentir la distancia entre lo que se tiene y lo que se quiere; y nosotras, o vosotros, no estamos conformes ni con nuestro sexo, como lo están los otros?

¿Y qué sacamos de no estar conformes?

¡Dilo claramente!

Tengo en mi memoria una figura que he visto ya dos veces en un documental de televisión. En una silla de ruedas, una persona pequeña y retorcida, que se mueve a tirones, cuya cara pudo ser corriente o hermosa, pero que está deformada, con una boca en la que la mandíbula superior sale demasiado, y que es transexual o transvestista, lo mismo da.

Primero, se la ve hablando con ropa de hombre, contando su vida, y luego se la ve con una peluca rubia, bien pintada, que cae sobre su pobre cara, un poco embellecida por el maquillaje y con un vestido sobre su pequeño cuerpo.

Esto permite comprender que la imagen interior que tiene esta persona de sí misma es una cosa, y su imagen exterior, otra.

Lo que pudo ser o lo que pudiera ser si la medicina hubiera avanzado lo suficiente, y lo que es.

Pero sólo la transexualidad permite que se adivine esa imagen interior. Esa persona es minusválida, esa persona está afeada, pero ni la minusvalía ni la fealdad nos permiten ver lo que hay dentro de ella.

La transexualidad, sí.

Sólo la transexualidad evidencia la diferencia entre lo que se quiere ser y lo que se es y esta diferencia es lo humano.

Que se ponga una peluca, que se maquille con cuidado, que vista como mujer.

Si no, la figura interior estaría ahí, pero no la veríamos. Incluso si participase en un campeonato de baloncesto para minusválidos, podría creerse que estaba conforme con su condición. Su transexualidad hace ver a todo el mundo que no puede estar conforme con su condición.

La transexualidad, bandera de la condición humana, bandera visible.

Esta disconformidad entre lo que se es y lo que se quiere ser o lo que se tiene y lo que se quiere tener es el fundamento de la medicina, de la ingeniería, de las izquierdas, del Reino de los Cielos o del Paraíso Universal.

Consiste en tener inteligencia para comprender no sólo lo que está delante de los ojos, sino lo que podría ser, y en querer que la realidad sea mejor.

Para llegar a diferenciar entre lo que hay y lo que podría haber, es preciso haber sufrido a fondo, no malos ratos ocasionales, sino una vida de general dolor.

Los pobres lo saben en su pobreza, los enfermos en su enfermedad, y los transexuales en nuestra transexualidad. Por eso, quienes sufrimos somos quienes queremos un mundo más bonito, más gracioso y más tierno.

Dices: "Yo sólo tengo un partido, que es el de la justicia para las trans".

Es el mismo que el de todos los que sufren y necesitan un mundo mejor.

¿Esta fuerza de disconformidad y sufrimiento le da sentido a los años que he perdido y a los insultos que has recibido?

Kim Pérez para ésta Web 25-08-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Entre mis recuerdos ´´  midi)

 

                                                                                             Transmigración
La reencarnacion

 

Acabo de leer la última de las cuatro novelas en que Yukio Mishima cuenta cómo el abogado Honda contempla, a lo largo de su vida, el paso por la vida y la muerte y la vida de su amigo Kiyoaki, a quien luego vuelve a encontrar como Isao y luego como la princesa tailandesa Rayo de Luna o Ying Chan.

No me gusta la palabra reencarnación, que suena como una rueda que mecánicamente da vueltas, prefiero transmigración, que sugiere transformación, desenvolvimiento, innovación.

Además, contiene el prefijo trans, tan caro a nosotras y vosotros.

¿Somos los y las trans testimonios excepcionales de una transmigración?

Yo tendría que tener algún recuerdo difuso de otra vida, pero no lo tengo conscientemente, no lo tiene casi nadie o nadie.

¿Pero será la misma transexualidad, tan poderosa, tan irracional, tan propia de un destino, el efecto de hechos y deseos olvidados?

¿De qué sexo vendríamos, hacia qué sexo iríamos después, cuando junto a la fecha de nuestro nacimiento se ponga la otra?

Yo sólo puedo decir que en lo que ha sido mi destino me asombra la convicción de haber nacido para el amor carnal y no haberlo encontrado. Burla, o castigo, o preparación.

¿Y por qué mi ansia de querer a un hombre y mi imposibilidad de conseguirlo?

Moriré con este vacío. Pereceré ordenando la carne en torno a esta ansia, como mujer, para absorberme en ese amor, llegar hasta su fondo y conocer sus límites o no llegar hasta el fondo y conocer que no tiene límites?

¿Y por qué esta existencia entre dos aguas, frustrada de mil maneras y sólo feliz en la afirmación pública de mi transexualidad?

¿Vengo de una existencia como varón, como militar, por mi sentido del orgullo y la dignidad?

Nací en 1941. Tengo una profunda afinidad secreta por el Japón, lo mismo que Ying Chan sabía que había sido un muchacho japonés antes de volver a la vida. Me siento muy cerca de Mishima y de su sentido shinto de la santidad de la belleza y del heroísmo.

Sé que la hermosura de los pinos, ante la extensión neblinosa del mar, es una realidad fundamental.

Desde luego, no he sido Mishima, que se inmoló por todo lo que amaba en 1970, cuando yo tenía veintinueve años, pero la guerra chinojaponesa fue antes del cuarenta y uno.

¿Seré, si se vuelve a renacer, ya una mujer, o acaso una trans no sé si operada o no operada, pero a la que querrá un muchacho, exactamente como yo he querido ser querida, con la misma juventud y la misma locura que he soñado, amando y conociendo y delirando ante todos los recovecos y lo recóndito de mi alma, aceptándolo todo, queriéndolo todo por ser mío, como los rehundidos, y las axilas, y las corvas, y el ombligo, y las comisuras, y los lagrimales y los hoyos y los huecos de mi cuerpo?

Porque ese amor, de ese muchacho, es lo que me he quedado deseando en esta vida.

¿Habrá sido esta vida una vida intermedia?

Kim Pérez para ésta Web 18-08-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)   ( `` Aire ´´ Mecano midi)

 

                                                                                                 Furia Trans

 

El calor me gastó anoche una mala pasada. Estaba sudando, a la una de la madrugada, una lámina de sudor sobre el cuerpo, y cenaba con dos amigos queridos.

El calor me pone irritable, lo sé, lo tengo en cuenta, pero de pronto, no sé cómo, me encontré lanzada, descontrolada, peligrosa, haciéndole todo el daño que podía con mis palabras, con furia de trans, contra uno de ellos.

Pudo haber sido peor si él no se mantiene tranquilo y educado, aunque dolido.

Digo con furia de trans porque, lo mismo que el otro día decía que muchas (¿todas?) las trans tenemos instinto de estrellas, también me parece que muchas (¿todas?) las trans tenemos un genio a flor de piel que es la fuerza secreta que nos da la vida.

Por eso digo también que muchas (¿todas?) las trans, con una poca de broma y otro poco de comprensión, nos podemos llamar malas.

Porque si no fuera por nuestro genio, ¿de dónde íbamos a sacar la fuerza para hacer lo que hacemos, exponernos a lo que nos exponemos, a que se rían de nosotras los cuatro imbéciles que no tienen más luces, romper nuestros lazos familiares y nuestros corazones al mismo tiempo o, si llega el caso, ponernos bajo las anestesias y los bisturís?

Y si no conseguimos nada de eso, cuidado con nuestro genio, que nos baja a los infiernos, nos hunde, nos enfrenta con nosotras mismas, con nuestro cuerpo, con nuestro destino.

Cuidado con nuestra fuerza vital, si no consigue emplearse como lo pide con todas las fibras y las entretelas de nuestro ser.

Creo que en mí, en muchas (¿todas?) hay esa furia oculta que nos empuja y que se calma sólo cuando puede ver que nos hemos salido con la nuestra.

La furia sale aquí o allá, incluso entonces, porque es lo nuestro y a veces se despierta como un recuerdo de otros tiempos y se lanza al ataque.

Todo el mundo se queda asombrado. Nos ha podido ver a lo mejor tan alegres y tranquilas, que no se puede figurar que salga de pronto ese chorro de palabras ardientes y ojos deslumbrantes.

Y sin embargo, somos nosotras, somos así, para bien o para mal. Es la fuerza que hay nosotras. Pero quizás sea también una acción reactiva, algo que surge como una respuesta a otras cosas, que a lo mejor, en otras situaciones, no habría tenido por qué manifestarse.

Porque de dónde viene esta furia?

¿Con qué nos hemos encontrado, cada trans, al llegar a este mundo?

¿Con qué desajustes sociales, con qué incomprensiones?

¿Con qué malos tratos, quizás, con qué represiones, bofetadas, encierros, con qué burlas, y si no, con qué vergüenzas, con qué miedos?

¿Con qué niñeces y qué adolescencias?

¿Con qué juventudes y madureces?

¿Con qué vejeces?

No nos extrañemos de que la fuerza trans estalle en nosotras o en vosotros de vez en cuando. No nos asombremos de esa furia, no la reprochemos. Más o menos oculta u olvidada, está en cada cual. Es quizá nuestro orgullo. Es lo que nos puede hacernos sentir más profundamente hermanas y hermanos, lo más hondo, lo más secreto de nuestro ser.

Es lo que más merece nuestra comprensión, nuestro cariño, nuestras manos tendidas.

Egocéntricas, egocéntricos, furiosas, furiosos, sí, ¿pero por qué?

Kim Pérez para ésta Web 11-08-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( `` I will survive ´´  midi)

 

                                                                                Quienes no nos quieren
Lo traicionó Judas, lo sabemos, pero se desesperó.

 

Jesús era comunista, amante y amigo de las prostitutas y de los humillados. 

Como aquélla que le lavó los pies, los untó de bálsamo y los secó con sus cabellos. 

Aborrecía a los fariseos, los hombres formales que se fijan sólo en las reglas externas. 

Lo traicionó Judas, lo sabemos, pero se desesperó. 

Lo traicionó San Pedro, pero se echó a llorar. 

Lo traicionó San Pablo, fariseo, a quien le gustaban las personas formales y cumplidoras y no le gustaban los homosexuales ni los afeminados. 

Lo traicionó Santo Domingo de Guzmán, que puso en marcha la Inquisición. 

Lo traicionó Santo Tomás de Aquino, que metió a Aristóteles entre los suyos, haciendo distinciones entre lo que es "secundum natura" y lo que es "contra natura" (la ley de la naturaleza y no la ley del amor) 

Sólo no lo traicionó su hermano Santiago. 

Por eso, siglos después, él sigue siendo bellísimo, masculino, juvenil, como lo retrataron en "Jesús Christ Superstar" o, más guapo todavía, el homosexual Pasolini. 

Una figura que parece que se repite en la del Che Guevara, que también fue guapísimo, también se entregó por los pobres, también murió joven, ejecutado. 

Y por eso, a fuerza de traicionarlo, sus seguidores son feos de alma y aburridos hasta decir por favor. 

No se merecen que les regalemos nada más que un ramo de hojas de papa y en todo caso otro de hojas de tomate.  

Ya sabéis lo que han dicho. Bueno, ni caso, claro. 

Pero con razón, me ha dicho un amigo gay que estas palabras van a alimentar los odios congelados contra homosexuales y transexuales. 

Ojalá no salgan de aquí más palos contra nosotros, o algo peor, en tal país o tal otro. 

"Lo ha dicho el Papa", dirán. 

"Que no ha dicho eso", protestarán los que se relamen con la noticia, disimulando. 

Bueno, la gente de a pie no hila muy fino. Coge las ideas generales. 

El que murió hace tantos siglos hubiera sido amable con nosotros, marginados. Nos hubiera entendido, porque entendía a quienes tenían que ser entendidos. Si nos hubiera pillado llorando, nos habría consolado. 

Ese papel, que se llama documento, ni es afectuoso, ni nos entiende, ni nos consuela. 

Pero el guapo predicador de Galilea tiene más vida que todos sus supuestos seguidores juntos. Aunque los que eran como ellos le pegaran y quisieran acabar con él, como a nosotros nos pegan y quisieran acabar con nosotros, pero ni consiguieron lo uno ni conseguirán lo otro. 

Kim Pérez para ésta Web 04-08-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( `` Imagine ´´ Lennon midi)

 

                                                                                                       Hijos

 

Una de las experiencias más tremendas de la vida de una persona es ser transexual y tener hijos. No quiero hacer ninguna afirmación porque no he experimentado personalmente lo que hablo, sino expresar mi respeto y mi entendimiento de una situación que puede haber surgido de una de las numerosas purgas (arrepentimientos) a las que nos sometemos ("esto se acabó, ya nunca más"), que a veces pueden durar años y años.

Yo no me he casado, pero me puedo imaginar casándome en una de ellas: "Esto son tonterías, y en cuanto me case se me pasan", para ver después, al cabo de unos años, que no se pasan.

O en otras historias personales, cuando el surgimiento o afloramiento de los sentimientos transexuales es tardío, puede verse cómo una vida matrimonial hasta entonces equilibrada se encuentra en inesperadas dificultades.

En uno u otro caso, cuando se ha llegado a un matrimonio, hay que saber entonces qué hacer entre una persona a la que se puede querer mucho y una pulsión transexual, y si hay hijos hay que saber también lo que se puede hacer.

Para algunas personas, la solución puede estar en irse y alejarse. Separarse "como la uña de la carne", como reza el cantar de Mío Cid, puede ser algo que se dice en pocas palabras.

O al contrario, muertecitas de pena, decidir que el bien de los hijos requiere el sacrificio de años y años de la propia vida, entregar la juventud.

Así se encuentra una causa más grande que la propia vida para entregarse por ella y es verdad que la sobria alegría del propio sacrificio puede compensar mucho de la felicidad a la que se renuncia.

Puede esperarse a que los hijos sean mayores y tengan capacidad para comprender hasta dónde llegan los derechos de la persona que los ha engendrado y lo que ha hecho por ellos.

Es verdad que las situaciones concretas pueden ser muy distintas. Una hija adolescente puede asimilar mejor la transexualidad que un hijo que ha creído ver su modelo en la figura paterna. La hija puede incluso alentar el cambio, buscar el nombre de la nueva mujer que aparece en su vida y a la que está ligada tan profundamente.

Y a veces los hijos, cuando ya tienen su propia personalidad formada, te pueden comprender y aceptar. He visto con qué naturalidad se relaciona una amiga mía con su hijo y hasta qué punto éste la acompaña, incluso con orgullo: puede enorgullecerse del valor de quien le ha dado la vida y de los sacrificios que ha hecho por él.

Algunas personas pueden encontrar problemas de identidad para entenderse como transexuales o mujeres por un lado y como maridos o padres por otro. O lo simétrico.

Es una cuestión lingüística. Nos faltan conceptos y palabras para entendernos.

La transexualidad es una cuestión cerebral o mental que no tiene que ver con el resto del cuerpo. Por eso somos transexuales.

Nuestros cuerpos son fecundos con arreglo a uno de los sexos, pueden engendrar o concebir. Nuestras mentes, que son lo dominante, van por otro lado.

La cuestión se plantea a nivel verbal. ¿Como nos llaman nuestros hijos? A veces, se resuelve con la continuación del uso de las palabras papá o mamá, que reflejan una costumbre y una realidad biológica (ya no nos es difícil distinguir entre mujeres transexuales y mujeres genéticas u hombres transexuales y hombres genéticos y por tanto entre la transexualidad y lo genético)

También se puede resolver usando el nuevo nombre personal, o un diminutivo que resulte ambiguo. En muchas familias se llama al padre o la madre por sus nombres. Esta práctica quizás subraye más el aspecto personal e insólito de la experiencia. Puede decirse que no es fácil pasar de la noche a la mañana a llamar a una persona de otra manera. De la noche a la mañana, no, pero en meses o unos pocos años, sí.

Kim Pérez para ésta Web 28-07-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( `` chiquitita ´´ Abba midi)

 

                                                                                               Estrellas en el cielo

 

La diferencia más radical entre las y los trans es que nosotras (la mayor parte) necesitamos brillar, ser las estrellas, mientras que ellos (la mayor parte) necesitan la firmeza del anonimato y la grisura masculina.

Nosotras, cada una brillamos a nuestra manera.

Ésta brilla desde su deslumbrante arreglo, su pelo muy a la andaluza, sus ojos destellantes, rimmelados, su boca ancha pintada en rojo ardiente, y una flor de pasión en el pelo.

Pero es que además sabe que necesita deslumbrar, ser deseada, consumir a un hombre tras otro, y lo hace y goza y en eso encuentra su alegría y su seguridad.

Aquélla brilla con su arrogancia, con la hermosa altivez que le da seguir el principio de "la cabeza siempre alta", con el fulgor de sus ojos grises y de una sonrisa que piensas que viene precisamente del orgullo de ser trans (¡del orgullo!)

Otra estrella, siempre medio oculta tras la grisedad del polvo, empieza a brillar sutilmente cuando se da cuenta de que hay un apremio de acción y reivindicación de nuestros derechos, y ya prendido, te das cuenta de que el fuego presiona por lucir cada vez con más fuerza, con mayor urgencia, más deslumbrantemente.

También hay quienes parecen no tener ninguna necesidad de brillar; pienso en mi amiga Equis, en mi amiga Zeta, que parece que les gusta seguir vidas deliberadamente humildes y oscuras...

Parece que aceptan con naturalidad ser las últimas de la lista y que no le preocupa en absoluto... No sé si es que se contentan con un fulgor tranquilo, sosegado, suave, ellas sabrán ante quiénes y en qué momentos...

¿Por qué tenemos este instinto, esta precisión de brillar, cada una a su modo?

Yo creo que, por alguna razón, debemos de tener un vacío muy hondo, muy cerca del centro de nuestro corazón, que necesitamos llenarlo, y compensarlo y consolarlo. Yo creo incluso que ese vacío es lo que nos hace trans.

Cada cual conocerá su historia y sabrá que ese vacío se ha formado por esto o por lo otro, pero que está ahí y pide atención y por fuera pide brillo, que nos haga sentir que ya no existe o que la vida nos ha traído algo maravilloso que lo compensa.

La necesidad de brillar con belleza de mujer o con el atractivo de cualquier otra forma es lo que explica eso que un médico que no es transexual, el Dr Blanchard (aunque lo haya seguido, sin fuerzas propias, una médica transexual, la Dra Anne Lawrence), ha interpretado equivocadamente, llamándolo "autoginefilia", la idea de que algunas trans, la mitad más o menos, somos trans porque nos gusta la imagen de mujer que vemos en nuestros espejos.

Sí, pero por qué esa figura se nos impone con tal fuerza?

¿Por qué no podemos despegarnos de ella?

¿Será porque le da forma y belleza a lo que si no, sería tan sólo un triste vacío, un hueco oscuro?

De mi niñez recuerdo la tarde en que vi fascinadamente una película de un príncipe que estudiaba de incógnito en una pequeña universidad alemana, como un estudiante más... pero era un príncipe.

También quise ser príncipe. La palabra príncipe para mí no quiere decir exactamente poder, sino existir mágicamente, como un ser sobrenatural, del reino de las hadas y los elfos, que todo lo que tocas se transfigura porque son las manos de un príncipe las que lo han tocado. Que la gente te mire con admiración, te respete y te sonría. Que te sonrían; que te quieran; que seas una estrella en sus vidas.

Esto es lo que nos hace falta y una parte de lo que nos hace trans, pero una parte muy central.

Esta noche he soñado que se moría la Reina Isabel de Inglaterra y que me habían invitado a la coronación de su hijo, que iba a reinar como Jorge VII; vi el cuarto en el que sobre un almohadón largo estaban preparadas las insignias reales; yo deambulaba por el Palacio de Buckingham, sin que me hicieran mucho caso, la verdad, pero yo era el Príncipe Diego, un príncipe pobre pero de la familia. Me desperté algo sobresaltada ante esta supervivencia identitaria masculina, hasta que me acordé de todo lo que he dicho.

En cuanto al carácter de los trans, sólo me atrevo a decir que pretenden el anonimato para ser más plenamente un hombre más, un hombre como otro cualquiera, para gozar y compartir la fuerza colectiva de la masculinidad. Pero que lo expliquen ellos mismos.

Kim Pérez para ésta web 21-07-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( `` Flor de Luna ´´ Santana midi)

 

                                                                           Sentimientos en Ghost

 

Suena esa música y otra vez me arrastra más allá de la muerte, a donde tus sentimientos se quedan inmovilizados en mí, acariciándome, más allá del tiempo, más allá de los disfraces de vejez y obsolescencia que van revistiendo lo que es mi cuerpo pero no soy yo.

Te veo por dentro, porque veo detrás de tus ojos cerrados y detrás de los míos y seguramente por eso estos sentimientos tienen ese color de arcilla, rojizo, oscuro, el color de la luz dentro del alma, filtrada por la carne viva de los párpados.

Veo tu alma amante y la deseo, como tú conoces y quieres sobre todo esta alma infantil y tierna, y juguetona por encima de sus desdichas, que tanto te quiere.

Estás ahí, alma mía, y un día me recogerás. Yo no quiero tus apariencias, ni siquiera tus palabras, fíjate, sino sólo la sensación clarísima y fascinante de que me quieres, y eso te hace fascinante para mí.

Creo que los gays ven a los hombres de una forma y nosotras de otra. No sé si ellos tienen diferentes maneras y nosotras también, pero quiero decir lo que me parece que sienten algunos y lo que sentimos algunas.

Como me dice un amigo, cundo él mira a los ojos a un hombre, ve en él una mirada como de provocación amante, mirada entre iguales, entre hombres y compañeros.

Por eso, por igualdad, el sueño de lo que cada cual quisiera ver en sí mismo es lo que ve en el otro. Juventud eterna, belleza perfecta. Un bellezo.

Nosotras, algunas, los miramos sintiéndolos distintos. Puede impresionarnos la belleza, pero es de otra manera. Será la tuya, no la mía.

El cabello rubio, tieso, los ojos, zafiros alegres, grandes pectorales en un torso interminable, vientre liso, culo ligeramente respingón, verga obsesionante.

Yo te veo así y no te veo así. No es tu físico lo que más me impresiona, aunque me agrada y me encariño contigo por ser tan guapo. Veo sobre todo tu alegría y tu ternura. Son los ojos vivos, debajo de las cejas, los que pueden inquietarme, guardianes de una historia y unas experiencias.

Sobre todo si se centran en mí.

Es lo que puede haber detrás de los ojos lo que me intriga y me hace correr a su lado para que sea mi amigo, mi amante, mi hermano mayor, mi padre.

Vidas y corazones de hombre, poderosos para arrancarte de las maquinaciones de la cotidianidad y para llevarte a los cielos externos donde son capaces de vivir y reinar con todo su poderío. Y de abrírtelos, tiernamente, para que tú puedas ser también, por fin, feliz.

Los hombres viven, desean y aman. Hay que saber verlos como son, gigantescos cuando saben ser lo que deben. Hay que dejarlos ser como son, para respetarlos.

Pienso en Al Pacino, el terrible teniente coronel, que ya no se soportaba a sí mismo, enjuto y áspero, con la fuerza de la soledad, del alcohol y de la desesperación, dando esos gritos viriles que claman por el infinito de la fuerza y la decisión...

Pero cuyo corazón se derretía por una mujer, que podías haberlo sido tú, y contigo en sus brazos subía a ese paraíso de música y perfumes, en el que hundía su cara y cerraba sus ojos ciegos, absorbidos, y todo se justificaba.

No sé si es guapo o feo, no me importa demasiado; tampoco su edad o mejor dicho, prefiero que sea cuarentón o cincuentón, que sepa de qué va la vida; sé que su cara afilada y dura es la pura expresión de su carácter, y como su carácter me gusta, su cara me gusta.

Por eso no me interesa verle en otra película; me gusta en ésa, como si fuera su propia historia.

Y me gusta también que se ponga un uniforme, bien planchado, que tantos recuerdos me trae, para hacer lo que quiere hacer y por fin no hace.

Pienso también en Gary Cooper, solo, en "High Noon", y valiente, diciéndote que la valentía de su corazón humano, ya sesentón, pero plenamente dispuesto a cumplir con su deber, puede hacerte descansar y gozar del alegre calor del mediodía y de tus sueños.

¡Con la seguridad y la felicidad que tendrías si estuvieras en los brazos de una madre!

Él se esfuerza y suda por ella, yendo de un lado a otro con sus piernas larguísimas, pero ya seguramente cansadas, y se retira sólo cuando ha hecho lo que tenía que hacer.

Kim Pérez para ésta web 14-07-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( `` As  time ´´ Casablanca midi)

 

                                                                                     Mediamuerte y Purgatorio

 

Como un Adonis, no muy alto, sonriendo con la boca de medio lado, la toalla sobre tu hombro, andando con paso de pasarela, vienes por el borde de la piscina.

El auto corre por la carretera de cornisa. El Rhin, el río de Granada represado, brilla bajo el sol casi poniente, amarilleando de lado a lado del valle de agudas laderas boscosas. Hay un peñasquito negro entre el agua dorada. Habría que entrecerrar los ojos voluptuosamente. En  cualquier momento, entre el esplendor y la alegría horizontal de la luz, puede despeñarse, diez metros aquí, cincuenta metros más allá, pero las manos lo llevan con firmeza por el inseguro paisaje.

Se estrella finalmente donde menor puede ser el daño. Los reflejos azulados se dirigen durante varios metros hacia el quitamiedos; un fulgor amarillento de polvo a un lado; el ruido de azúcar de la grava al pisarla las ruedas, y el pensamiento de que "ya está", de que "esto es", según se acerca el golpe.

Luego, la sacudida violenta, absorbente, seca. Durante un minuto, un jadeo ruidoso, asfixiado, lúcido, más de susto que de daño.

En mi frente se abre un piquete por el que mana un paño de sangre. "Toma un kleenex, límpiate".

Cuando te desesperas, a mi lado, junto a la ventanilla rota por mi cabeza, acaricio tu brazo desnudo, sudoroso, brillante, para tranquilizarte y consolarte.

Por los pasillos del hospital, veo sólo los techos, tendida sobre la camilla que corre, el mundo al revés, mareante. Piensas que puedes salirte para andar por ellos, pero por aprensión te contienes, no vayas a salirte de verdad.

Caras estraterrestres, bocas que sonríen al revés, agujeros de nariz, se inclinan sobre mí. Luego me dejan sola, inmovilizada, en una encrucijada de grandes corredores. Sólo las placas del techo sobre mí. Sólo ellas. Nadie al lado. Nervios, comienzo de pánico. Me contengo. Me sumerjo en la meditación, para encontrar lo que hay dentro de mí distinto de todo lo que pasa y me tranquilizo un poco. El blanco aguado del techo.

Luego, rayos X, reconocimiento, cama en Observación.

Pasan muy lentamente las horas.

Mi barba de transexual, no depilada por láser porque en su mayor parte es de canas, ni por electrólisis, que duele mucho, crece.

Al día siguiente, rodea mi boca y cubre mi barbilla.

Me consuelo, con una especie de impudor anhelante, cada vez que tengo que pedir la cuña para orinar y las enfermeras me la tienen que poner levantando las sábanas. Supongo que verán algo. Supongo que luego harán comentarios.

Puedo asumirla, entenderla a cuenta de la intersexualidad, sobre todo mientras estoy casi a solas, pero cuando vuelvo a correr por los pasillos, entre quienes me miran, pienso que con sus caras vueltas hacia mí ven a un hombre.

Mi nombre legal de mujer suena, incongruente con mi aspecto, que surge del pasado, como reincidente. Por primera vez en diez años, como en las pesadillas que tengo a veces, pero esta vez es real.

Parece que mi aspecto cuenta más que mis papeles. "A este hombre vamos a ponerlo...", dice un médico.

Me meten en una habitación. Veo, de refilón, a un anciano, engarabitado. Suena una voz: "¡Hola, compañero!"

Me dan ganas de decirle "¡Yo no soy su compañero!", al pobre anciano. 

Le susurro al celador con ansia, luego a la enfermera: "Soy mujer legalmente. Tengo que estar en una habitación de mujeres".

Me dicen que es una habitación de espera, mixta. No me fío. Llega un nuevo paciente, un muchacho todavía tierno, esperanzado y dócil, con una crisis de almorranas. Lo reconocen en la cama del otro lado, separada de mí por una cortina.

También pienso que si me hubieran puesto en un cuarto de mujeres, con esta barba, ellas me habrían mirado con extrañeza y no me hubieran aceptado por las buenas.

Reacciono; la simple decisión de defenderme, me hace sentirme mucho mejor; sé que tengo que demostrar hasta humor.

A la enfermerita, muy pequeña y amable, le digo lo que soy: "Es que soy la mujer barbuda", las que antiguamente salían en los circos. Es demasiado joven y no me entiende. Pero ya estoy segura, firme.

No es que haga gran cosa, pero sigo adelante.  En mi cuarto ya, me llega una maquinilla gillette. Pido un vaso de agua, me mojo la cara, me afeito con avidez.

Me quedo más relajada.

Pero he cambiado. Al día siguiente me levanto, veo que puedo andar, me ducho, pido el alta voluntaria.

Sin peluca, espero en el vestíbulo a que vengan a recogerme. Mi pelo gris, escaso en la parte de arriba, mi frente digamos que ancha. Pero soy yo, así, desafiante, fuerte.

Así estoy hecha. La gente pasa junto a mí sin fijarse mucho. Sé que hay algunas mujeres de mi edad con problemas de pelo.

No estoy para tonterías después de haberme visto al borde de la muerte.

Kim Pérez para ésta web 07-07-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( `` Entre mis recuerdos ´´ midi )

 

                                                                                                                GLTB
Lectura del manifiesto del Orgullo 2003

Me hubiera gustado estar en Madrid para ver en directo a Carla Antonelli leyendo el manifiesto de la manifestación del 28 de Junio.

Su estilizada figura en la tribuna, su agradable voz canaria sonando en los aires, me hubieran hecho pensar hasta qué punto nuestra pequeña minoría es importante y hasta la vanguardia de esa enorme multitud abigarrada de seiscientas mil personas.

Lo mismo pasó cuando mi queridísima Mónica Blanco fue la encargada de leerlo anteriormente. Ya no se concibe una conmemoración de Stonewall sin la presencia trans, lo que significa volver a loS orígenes y aún rehabilitarlos: fue una mayoría de trans, cuando todavía carecíamos de identidad propia, la que protagonizó, en 1969, aquellos hechos.

Lo que acabo de decir hace pEnsar que, en estos treinta y cuatro años, hemos construido precisamente esa identidad colectiva que antes sentíamos pero sólo podíamos nombrar confusamente. Por entonces, yo sólo conocía el ejemplo de Coccinnelle, y me llamaba, con alivio (era el primer nombre que existía) y con orgullo, travestí, como ella; las de Stonewall se llamaban a sí mismas drags.

La formación de nuestra identidad pública, lo mismo que la de gays y lesbianas, requirió durante unos años que nos distinguiéramos unos de otros. Sentíamos, tanto gays y lesbianas por un lado como trans por el nuestro, al comparecer en televisión, que era preciso aclarar una y otra vez que las cuestiones de orientación y las de identidad son distintas.

Ese trabajo iba dirigido tanto al público en general como a nosotros mismos, a nuestras propias conciencias, muchas veces confusas y vacilantes, con fuertes dificultades para entendernos.

Ahora, al cabo de unos cuantos años, ese trabajo está hecho. La mayor parte de la gente conoce la diferencia entre un o una trans y un gay o una lesbiana. No está terminado, de pronto te encuentras con confusiones, incluso de nuestra propia gente, que te hacen llevarte las manos a la cabeza, pero nuestra sociedad también ha aprendido algunos nombres.

Después de aquella espontánea solidaridad de Nueva York en el 69, y de la heroica, entre nosotros, de la primera manifestación de Barcelona, en los 70, donde trans, gays y lesbianas dieron también la cara juntos frente a una represión todavía amenazante, nuestra presencia conjunta en las megamanifestaciones de los noventas y los dos mil es plenamente consciente.  

Siento que corre por mis venas un escalofrío de comprensión y afinidad cuando me encuentro como trans entre gays y lesbianas. Lo he sentido desde mi primer contacto con la gente de COGAM, en el 91, con la calidez y la amabilidad de aquel pequeño grupo de gays del verano de Madrid, lo que permitió mi encuentro por fin, tantas veces deseado, con Transexualia.

Luego en Granada, la gestación simultánea de Nos y de Identidad de Género. Son hechos de cordialidad y de cariño, amigos de corazón, compañeros profundos, que sobrepasan mucho lo conceptual, para poder decir un "nosotros" conjunto, como el que se dice el 28 de junio.

Hay razones objetivas de afinidad, que permiten que nos entendamos: la condición de minorías emergentes, emblemáticas de una liberación emocional de la que ya se está beneficiando toda la sociedad; los problemas de armario, familiares, sociales y laborales...

Y también hay razones subjetivas de comprensión, que hace poco no se podían decir, pero ahora sí: ¿estamos seguros de que gays, lesbianas y trans somos totalmente diferentes?

En algunos casos sí, pero en otros hay terrenos profundamente comunes entre algunos gays, algunas lesbianas y las y los trans. Reivindico el concepto de afeminamiento, que hasta ahora suena peyorativo, y llamo la atención sobre lo arcaico y sexista que es considerar que un varón tenga cualidades femeninas sea negativo. Reivindico también el concepto de virago, o marimacho, o camionera, como queramos llamarlo, como signo del derecho de cada cual a ser como es, sin tener que ajustarse a lo que no se es.

Postulo también la necesidad de una cultura gaylesbitrans que exprese nuestro humanismo; que a partir de nuestras experiencias minoritarias encuentre fórmulas válidas para entender al ser humano en conjunto, y que lleguen a fecundar la vida humana de todos.

Sitúo el centro de esa cultura en el noheterosexismo. Lo mismo que el feminismo, básicamente, es un humanismo que ha definido el sexismo como un límite o una barrera donde no debía haberla, gays, lesbianas, bisexuales y trans hemos ido más lejos en ese mismo concepto, sacando de él todas sus consecuencias y explicando la falacia heterosexista, que coincide en creer que sólo hay dos sexos (es falso), dos géneros, masculino y femenino, dos orientaciones (del hombre hacia la mujer y de la mujer hacia el hombre), dos sexualidades, activa y pasiva...

¡No hay sólo dos de cada una de estas condiciones!

¡Hay muchas más, hay un continuo en donde cada ser humano concreto tiene su sitio!

¡Miremos estas arboledas, estas praderas igualitarias y libertarias en las que empieza a vivir la inmensa mayoría de nuestros coetáneos, la gente de los chándales y los móviles, unificados por una educación similar y por un profundo sentido democrático!

Porque el heterosexismo dualista que nuestra cultura niega se compagina muy bien con otras divisiones binarias de lo humano (ricos y pobres, ganadores y perdedores, desarrollados y subdesarrollados), que se alejan del sentimiento de la comunidad humana, de nuestra profunda solidaridad ante la vida y la muerte, de nuestra necesidad de salvarnos juntos...

Todo esto lo representa la fiesta del 28 de junio, la bandera del arco iris, la solidaridad GLBT...

Kim Pérez para ésta web 30-06-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( I´will survive midi )

 

                                                                                                Después de la boda

A las dos semanas de la boda de Manolo y Lola, vuelve el día a día y es el momento de pensar a dónde hemos llegado y a dónde no hemos llegado, qué nos queda por delante.

En este repaso voy a poner en un orden algo sorprendente lo que se ha conseguido y lo que no.

Hemos llegado a dos cimas muy altas: a que la bandera del Arco Iris estuviera desplegada delante del Auditorio de Capuchinas y que fuera besada con todo el respeto del corazón de Lola, mostrando que es la bandera de todo el movimiento gaylesbitrans, de la unidad de todas las minorías sexuales que preferimos pensar en lo que nos une y además en lo que puede ser distinto, y también de toda la diversidad humana: es la bandera del movimiento indio de América y ha sido la de las recientes manifestaciones por la paz en Italia...

Para Lola, por instinto de toda su alma y por convencimiento, su boda era su boda, pero antes que todo era una boda reivindicativa, que tenía que servir para que todos los que hemos estado humillados durante siglos, levantemos la cabeza.

Por eso, dice que ella, en la nube de la ceremonia, sólo tuvo plena conciencia de dos momentos: cuando le dio un beso a la bandera de los oprimidos y cuando volvió la cabeza hacia mí, y ni siquiera hacia su madre, a quien quiere mucho, y como  especifica, pidiéndome la venia, no por lo que yo personalmente pudiera ser para ella, sino porque en aquel momento representaba al movimiento que le ha dado la vida.

También es digno de mención que la boda estuviera presidida por el Alcalde del Puerto de Santa María, que no delegó en ningún concejal sino que anunció personalmente, antes de las elecciones (y por tanto desafiantemente) que tendría el honor y la responsabilidad de unir en nombre de su ciudad al matrimonio.

Por cierto, puede pensarse que esto fuera un gesto electoralista; pero cuando Hernán Díaz Cortés los casó, ya estaba reelegido y por otra parte, humanamente se debe recordar, que sus manos temblaron sobre la vara de mando y su voz se quebró con la emoción. Sabía sin duda bien lo que los dos contrayentes habían tenido que sufrir, hace pocos decenios, para llegar en estos tiempos a este reconocimiento social y civil.

¿Hasta tanto hemos llegado, a que los representantes civiles de una sociedad que hace poco nos encarcelaba y nos escarnecía, ahora aprendan que somos iguales que el resto de los ciudadanos?

Hemos conseguido en concreto un hecho significativo: que se reconozca, desde enero del 2001, que nuestros matrimonios tengan la validez de otros cualesquiera, lo que los reconoce como matrimonio heterosexual, pero aquí está la trampa sutil: se sigue requiriendo que el matrimonio lo formen un hombre y una mujer, no es todavía la unión de dos personas en el amor, sin distinción de sexos.

No creo que deba reivindicarse el matrimonio homosexual, como no hay que defender el matrimonio heterosexual: el matrimonio es la unión de dos personas que se quieren y deciden vivir juntas.

Cierto que al ser una mujer trans quien lo contrae, comienza a demolirse la definición restrictiva de los sexos, preocupada e incluso obsesionada por el stricto sensu más que por el lato sensu, pero no se nos puede olvidar que nuestra ambición como trans no puede ser el matrimonio heterosexual, sino el matrimonio como unión de amor sin distinción de sexos o, en otras palabras, que se cumpla ya lo que los juristas están señalando: que la mención del sexo deje de formar parte del estado civil o situación legal de las personas, al derrumbarse la última reserva en la que la mención legal del sexo tiene que ver, que es el ordenamiento matrimonial.

Así ha desaparecido también del estado civil la mención de la religión, por importante que sea para cada conciencia (en España, en este punto, el escribiente anotaba en otros tiempos sin preguntar C.A.R., es decir, Católica Apostólica Romana, como en Grecia todavía se señala la ortodoxa)

La supresión del dato sexo en el estado civil no quiere decir que el sexo sea irrelevante (¿cuándo el sexo ha sido irrelevante?), sino que no tiene significado legal en un Estado constitucionalmente igualitario.

Queda también la libre elección de nombre en la edad adulta, por encima del impuesto en el momento de nacer. Cada cual sabe qué nombre le conviene, cuál debe ser el género gramatical de ese nombre y la importancia social y laboral de que género social y nombre correspondan.

Cuando el sexo desaparezca como mención en el estado civil, tampoco tiene que corresponder, por tanto, la elección del nombre (que sí figurará en ese estado civil) con un dato que no será legalmente importante en una sociedad de iguales.

Lola ha vuelto a su trabajo diario en su tienda de frutas y olvidos y esto también tiene un significado sutil.

Como muchas trans, cuenta con un negocio propio. Ella, personalmente, ha trabajado por cuenta ajena, pero uno de los mayores golpes que ha tenido que aguantar fue cuando Manolo se enamoró de ella y el dueño del bar, al descubrirlo, los puso a los dos en la calle, por quererse.

Luego pudieron volver a trabajar, es verdad, y ya juntos, por cuenta ajena durante diecinueve años, pero aquel despido es uno más de los casos de precariedad laboral de las trans (sobre todo), que son despedidas, o de las que no pueden ni llegar a trabajar.

Aquí sigue estando la frontera mayor de nuestra libertad y la prueba de lo que para parte de nuestra sociedad es tolerancia (de arriba abajo) pero no respeto (entre iguales)

No se nos da trabajo, y el trabajo es la vida. Se nos dan ya papeles (a las operadas y a parte de los operados), se nos reconoce, a regañadientes de muchos, la Seguridad Social (todos éstos, hechos de responsabilidad institucional), se nos respeta y se nos considera más o menos (y no se nos comprende prácticamente nunca)

Pero a la hora de pedir trabajo a un particular, nadie o casi nadie contará con nosotras.

Pues a este borde hemos llegado y tenemos que pasar más allá.

Kim Pérez para ésta web 23-06-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( Habaneras Cadiz midi )

 

                                                                                                          Nuestra boda

Lola quería que su boda hubiera sido en el Monasterio de la Victoria, pero no pudo ser. Voy a explicar por qué. El Monasterio fue la capilla del antiguo Penal del Puerto, del que hoy quedan unas naves destartaladas, el Penal donde tantos desgraciados cumplieron sus condenas, y las aguantaron cantando coplas que salían entre las rejas.

Ella pensaba en que su boda hubiera sido allí, justo como un símbolo de liberación; porque también ella había estado presa en los prejuicios, y las incomprensiones, y los castigos, desde los nueve años, cuando su madre la tuvo que sacar del colegio para que no se metieran con él, que era ella.

Hubiera querido casarse en el Penal antiguo del Puerto, y luego recorrer las naves de celdas vacías, diciendo:"Estoy aquí".

No pudo ser por cuestiones de fechas, pero para compensarla, el Alcalde dispuso la boda en un sitio mucho mejor que la estrecha sala del Ayuntamiento, otra antigua iglesia, el Auditorio de Capuchinas.

Cuando la novia llegó, nada menos que en un Pontiac descapotable color crema, ya estaban esperando la gente de Jerelesgay, de Jerez, con la gran bandera del arco iris desplegada entre sus manos y las de gente voluntaria que también la sostuvo.

Lola tomó el borde de nuestra bandera en la mano y la besó.

Ella sabe lo que significa aquel beso.

Toda la gente que esperaba en las aceras, toda la que estaba en el atrio de la antigua iglesia, la estaba ya aplaudiendo, gritando "¡guapa!" y "¡viva la novia!", y las palmas lo llenaban todo con su estrépito.

En el estrado del Auditorio (el presbiterio de la iglesia), ya estaba el Alcalde del Puerto de Santa María, don Hernán Díaz Cortés, esperando, tras un atril, con la vara de mando puesta en él.

El maestre de ceremonias, delgado y elegante, dio la señal con la mano y empezó a oírse la Marcha Nupcial de Wagner. Tardaron un poco, entre el gentío, pero por fin Lola y Manolo empezaron a entrar, por el pasillo entre los invitados.

Lola sonreía nerviosa, pero controlándose, porque no quería que se notase mucho, los ojos negros brillantes y la boca apretada, luciendo su gran vestido de novia, clásico, con volantes de encaje fino, como una reina.

Cuando subían la escalinata del estrado, yo pensé: "Ahí va un alma de mujer", y también que habían tenido que esperar veintiocho años para que llegase este momento.

Había cinco sillones en el estrado, para los novios, para los padrinos y para el niño que llevaba los anillos en una almohadillita, un sobrino de Lola, que se le parecía mucho a ella en su niñez.

El Alcalde del Puerto dijo que, antes de leer, por precepto lgal, los artículos del Código Civil, quería decir unas palabras

Este hombre de aspecto tímido y discreto, con unas gafillas doradas, habló con cariño y respeto. Empezó mencionando, reverencialmente, algo que en España merece ser reverenciado: que la Constitución prohíbe cualquier discriminación por nacimiento, raza, sexo, religión u opinión. Y luego recordó, sin decirlo, lo que había tenido que pasar para que este momento llegara.

Para quienes la sabíamos, habló de toda la historia que había detrás de esta boda.

De una criatura de siete u ocho años, de ojos grandes y firmes, vejada e insultada en la escuela. En una foto de entonces, sonriendo, pero forzando los labios para sonreír, dice que para defender por lo menos esa sonrisa. Y apretando con fuerza el lápiz, cuando no sabía hacer ni la o con un canuto, para dejar ver con cuántas ganas quería aprender.

Maltratada, manoseada, castigada, violada. A los nueve años, su madre no tuvo más remedio que sacarla de la escuela y ponerla a que la ayudase limpiando casas.

Luego, a los catorce años, el niño-niña, trabajando como pinche, refugiadito en una cocina y luego su madre cosiéndole un bikini para que pudiera ponérselo en la playa; y estaba preciosa.

Entonces llegó a trabajar al mismo bar un camarero de veintiún años, Manolo, que se enamoró de aquella criatura y sigue con ella veintiocho años después.

El dueño que los descubre y los pone en la calle. Los dos, sentados en un banco del parque, sin saber a dónde ir, pero ya juntos.

Refugiándose en un chamizo, detrás de unas hierbas, en la estación, y haciendo tiempo en la sala de espera, hasta que llegaron unos policías y les pidieron los papeles y les preguntaron por los porros.

Luego trabajo y trabajo de los dos, como camarero y como pinche de cocina, hasta que pusieron una frutería para que Lola pregonase la fruta limpia con gracia y con alegría. "¡Niñas, vamos...!"

El Alcalde del Puerto termina su discurso, en el que sin hablar de nada de esto, habló de todo.

Muchos de los asistentes tienen los ojos llenos de lágrimas o tienen que contenerse para no llorar. La novia se ha propuesto que, si le da gana de llorar, se mantendrá serena. Manolo está sentado a su lado muy tranquilo, guardando en su silencio toda la historia.

Cuando el Alcalde deja de hablar, el coro rociero que hay detrás de él, a la izquierda, rompe a cantar:

"Como una paloma blanca,

la Lola se va a casar..."

Paloma blanca es mi Lola, llena de inocencia, buena fe, y valentía.

En el habla de Andalucía, la "blanca paloma" es la Virgen y con ella se compara a las mujeres guapas y buenas.

El coro lo forman las vecinas de un barrio y uno o dos vecinos, que se han ofrecido voluntariamente para la boda. Son mujeres y hombres de edad, con arrugas en la cara y vestidos de faralaes o de corto. Un hombre afable toca una flauta y la mujer de la izquierda lleva la voz cantante y el compás con un tambor.

Cuando el coro termina, el Alcalde empieza a leer los artículos del Código Civil que tienen que ser leídos. El primero de ellos: "El hombre y la mujer son iguales en derechos".

Mientras lee, sus manos tiemblan, puesta una sobre la vara de mando, el emblema de la autoridad civil.

La voz se le entrecorta y tiene que dominarse para seguir hablando. Luego el coro vuelve a cantar, con alegría y bullicio, y el Alcalde se dirige a los novios para preguntarles si quieren contraer matrimonio. Manolo dice con naturalidad y firmeza que consiente. Lola me mira un momento, ofreciéndome en su mirada toda su amistad y nuestro cariño y dice también que sí.

Luego, las firmas de los documentos, las fotos de los novios, el descenso, juntitos, por las escaleras y al llegar abajo, las miradas con los ojos de par en par, los abrazos, las lágrimas, y al salir del auditorio-iglesia, los pétalos de flores que caen sobre los novios, el arroz, los aplausos.

Lo primero que quiero, al salir, es saludar a la gente de Jerelesgay, y con la bandera del Arco Iris llenando la calle, brillando sobre el Pontiac descapotable, les damos un beso Jorge Puchol, fundador de Nos, y yo. Hay también un aluvión de cámaras de televisión y de micrófonos, más de veinte. Luego nos vamos a una antigua bodega, de las del Puerto, donde se celebra el convite; las camareras llevan armoniosas redecillas goyescas en el pelo.

Están los rocieros en la puerta, tocando y cantando y Luis María se pone a bailar como un torbellino, con su traje blanco, luminoso y una trans baila con gracia.

Otra mujer trans, Bibiana Montoya, canta copla para Lola durante la cena; allí estamos siete u ocho trans, Bibiana, Sofía, Paula, Damaris, Carla, Jaime, yo ¿y...?, varios gays, alguna lesbi; y luego nos vamos al "Niño Perdío" y luego a "Los Cuatro Vientos", a la playa de la Puntilla, que es un chiringuito techado de palma seca y una chapa encima, con un retrato blanco y negro del Che en la pared, porque los dueños, que se llaman Pepe, que tiene ojillos amistosos, e Isabel, de cara ancha acogedora y trencillas afro, han querido invitarnos a champán, en esa casa de todos.

Nos amanece y Lola decide que quiere hacer una cosa. Nos vamos a la plaza, donde ya están abiertos puestos y tiendas.

Arrastrando la larga cola del vestido por los suelos sucios y mojados, como una princesa en el mercado, pasa por todos ellos. La gente, los amigos de tantos años, se acercan, felicitan a Manolo dándole la mano o le dicen a Lola: "¡Qué guapa estás!"

Una mariquita ya mayor, de mi edad, el pelo negro ensortijado, que tiene un puesto de verdura, la ve como si viera el futuro.

"Los Pepes" es un café añoso, con pinturas aceitosas de toros en las paredes y mucha gente entrando y saliendo, como el fresco por sus ventanas abiertas; nos sentamos y desayunamos chocolate y unos churritos.

Jorge Puchol y Luis María, que se han quedado detrás, vienen con toda la prensa, porque la noticia está en toda ella. El Diario del Puerto trae una foto en color que llena media primera plana.

Lola ha manchado la cola de su vestido en las calles del mercado de los suyos para que la vean y vean su liberación.

Por eso ésta es nuestra boda.

Kim Pérez para ésta web 16-06-2003 Habla de este comentario ( pon el titulo)  ( Habaneras Cadiz midi )

 

                                                          No tienen ni nombre

 Tantas trans anónimas que abandonan su país..

No tiene todavía ni siquiera nombre, porque no sabemos su nombre verdadero, el de ella.

Se la han encontrado en Madrid, en la calle, a las ocho y media de la mañana. "un cuerpo de aspecto femenino", de unos veinticinco años... Tres puñaladas, afectándole quizás al pulmón.

La llevaron al hospital y allí, se supone que sola, murió.

Ecuatoriana.

Poneos en su mente adolescente y luego juvenil. Nosotras podemos ponernos.

Lo que haya sentido, nosotras lo hemos sentido.

Poned además un país miserabilizado, lleno de limites.

La necesidad de venirse aquí. ¿Para qué?

¿Sólo para ser más libre y poder hacer realidad sus sueños, esos mismos sueños que nosotras hemos tenido cuando teníamos veinticinco años?

¿O también para mandar dinero a una familia, padres, hermanos, abuela, que si no fuera por eso tendría que verse en la calle, entre cuatro cartones y mendigar?

¿Para poder venirse es preciso hacer un contrato con una mafia?

Luego aquí, si eres trans, ¿qué te encuentras?

¿La distancia de los instalados, duros por eso como piedras, las miradas de arriba abajo en los bares, por tus hermosos rasgos aindiados, la desconfianza que ignora tu corazón limpio, la soledad que mete miedo de las carreteras nocturnas, los parques, las calles medio descampados?

¿Las pensiones miserables, para ti, hija de familia, hasta hace poco protegida por tu familia, hasta que te has visto sola, herida en la calle, muerta en un país extraño, sin nadie que te consuele?

¿Quiénes eran esas tres personas, dos hombre y una mujer, de las ropas manchadas de sangre? ¿Amigos? ¿Enemigos? Ya se sabrá.

¿Qué tenían que ver con esta muchacha trans, ya muerta, ya fuera de este mundo espantoso?

¿Cuántas trans ecuatorianas, o colombianas, o argentinas están en este momento en las calles, viviendo esas mismas experiencias?

Sé que Transexualia, de Madrid, está cerca de ellas, como siempre, con tantas historias parecidas de compañeras como sabe.

Que sean nuestra primera solidaridad y nuestra primera prioridad. Que sientan que las trans españolas somos sus hermanas, que sentimos como ellas, que en este durísimo mundo hay corazón.

Y más allá del corazón, trabajos y luchas.

Por ti, compañera, que moriste el 30 de mayo de 2003.

Como por ti, compañera y amiga, que moriste en Puerto Real el 13 de mayo de 1993.

Por nosotras, que sobreviviremos.

Kim Pérez para ésta web 02-06-2003 Habla de este comentario ( indica el titulo  )  ( ``Piensa en mi ´´ Luz Casal midi )

 

                                                                    Querer

                        Quiero ser.....

Todos sabemos que hay muchas homosexualidades y muchas transexualidades. Por tanto, no hay una versión ortodoxa de lo que es ser homo o ser trans ni tampoco una jerarquía. No soy más homo que tú por tal cosa ni más trans por tal otra. Cada cual es a su manera, que le ofrece ciertas experiencias, que le permite conocer la vida desde un ángulo usual para una o uno pero poco frecuentado para otra u otro. Si quieres, es mi karma y todos los karmas conducen al mismo fin.

Por eso, hoy quiero – tengo ganas – necesito hablar de una transexualidad, la del "quiero ser" en vez de la del "soy". La del "quiero ser" es la mía.

Bendita la gente que desde chica (alguna, desde los tres años) ha dicho "soy una niña", aunque físicamente pareciera un niño, o viceversa.

Añoro ese sentimiento tan claro, tan sencillo, tan firme, tan puro, tan definitivo. Mi experiencia, en cambio, tiene la ventaja de ser más compleja; he tenido que aprender más cosas de la vida humana, más allá de que haya hombres y mujeres.

Hace tiempo (¡ay!,¡ay!), con cuarenta años, me sentía desesperado (pongo para entonces todavía una o) No veía ninguna manera de conseguir por fin mi cambio. En la desesperación, se lo fui diciendo, como escape por lo mínimo, a algunas pocas amigas. A una se lo conté paseando por el Barranco del Abogado, una de las colinas exteriores de Granada, entre pitas y chumberas, con la nieve al fondo. Conforme le iba explicando lo que sentía, empecé a llorar casi a gritos: "¡Quiero ser mujer!"

Me dio la impresión de que debió de asustarse, creyendo que estaba medio loco (seguiré con la o, que era lo que ella veía). Yo era un cuarentón, un profesor estable y de pronto salía con eso. ¿Qué es lo que había dentro de mí, lo que no se veía?

Al acordarme ahora de aquel momento, me doy cuenta de que he sufrido verdaderamente; como ahora lo he conseguido, tiendo a olvidarme de todos esos decenios, no años, decenios, de cumplimiento de una pena, no sé qué pena. ¿Qué es "querer ser mujer"?

Es no querer ser hombre. No poder encontrar en tu niñez un modelo masculino que te entusiasme y te haga sentir: "Quiero ser como tú". Por qué, cada cual tendrá su versión, pero es eso. Tú sabes que eres un niño, has nacido como niño. Te has sentido niño hasta cierto momento, pero de pronto, ves que no puedes seguir. No hay perspectivas por delante. No es que te hayas sentido siempre niña (¡bendita la que haya sentido eso!), que hayas jugado a las casitas, etc Es que, a partir de cierto momento, se acabaron los modelos y entonces, miras a tu alrededor, desolado y ves a las mujeres, que no tienen los defectos de fábrica que has encontrado en los hombres y dices: "quiero ser mujer".

No dices: "soy mujer"; sino "quiero ser mujer". Sabes que no lo eres, y eso te desespera, pero querrías serlo completamente, perfectamente, fascinantemente. Querrías sentir lo que siente una mujer, despertarte y que fuera así, pero no lo es.

Pero lo quieres. El "quiero ser" se instala en el centro del ser, se clava en tu plexo solar, se convierte en tu identidad. Sabes que es imposible, pero lo quieres. ¡Quizás en otra vida!

Eres un niño, luego un adolescente, luego un joven. Las mujeres te parecen agradables, incluso a veces hipnotizantes. Amas a las mujeres, pero no quieres amar a las mujeres, porque no es eso lo que quieres. 

Sueñas con que un hombre, un muchacho, te ame como puede amar a una mujer, tienes hambre de que su amor haga real lo que deseas. Que un hombre te ame viendo a una mujer en ti. Que te haga real a ti.

No quieres a los hombres, pero quieres amar a los hombres. Haces todo lo posible, toda tu vida, por querer a los hombres. Encuentras a lo largo de ella, a lo mejor, esos hermanos mayores que te faltaron en tu niñez, los que saben más de la vida que tú, los que marchan brillando, los que te conmovieron por su desenvoltura, o por su encanto, o por su fuerza muscular o vital, por su ternura hacia ti, por su protección amable y sonriente, que te hace estar tan seguro. Si hubieran estado a tu lado cuando tenías ocho años, a lo mejor hubieras dicho "quiero ser como tú", y te hubieran absorbido en su querido modelo y quizás hubieras sido homosexual.  

Pero no es el tiempo de eso. Ya se ha clavado en tu ser que quieres ser mujer. Es lo más que vas a encontrar de parecido al amor hacia un hombre, a los que, en general, detestas, tú sabes por qué.

Los filósofos tenían que aprender de nuestras vidas sutiles y complejas. En términos filosóficos, pero útiles para entendernos y para valorar todo esto, hablan algunos de la primacía del querer ser sobre el ser. Yo soy niño, pero quiero ser mujer y esto en concreto para mí es mucho más importante que ser niño.

Yo a lo mejor, alguna vez, deseo a la mujer, pero no quiero desearla, me humilla esta sumisión a mi destino. Yo no deseo a los hombres, pero quiero desearlos, me he pasado cincuenta años de mi vida queriendo amarlos, queriendo derretirme, queriendo que un hombre me obsesione, me vuelva loca; al leer una novela gay he tenido que preguntarme: "¿Cómo será sentir eso?" y he tenido que recurrir a mis pálidos deseos de las mujeres para entenderlo; también me he dicho que ojalá yo sintiera eso.

La primacía del querer sobre el ser la han clamado Schopenhauer, Nietzsche, Unamuno; la voluntad de ser, más humana, más esencial, más beligerante y activa que el mero y pasivo ser, aunque como en mi caso, me lleve a derrota tras derrota. ¡Pero no rendirme nunca! Quizás en otra vida.

Pararse en el ser, incluso admirando "la profundidad del ser", como decía Sciacca, un filósofo conservador, es pararse en lo que hay; ser conservador; los teólogos conservadores le dijeron a Felipe IV, que quería hacer el Tajo navegable hasta Toledo, que "si Dios hubiera querido que el Tajo fuera navegable, lo hubiera hecho así". ¡Ole! ¡Todos quietos! ¡No tocad nada!

La realidad cambia y tiene que cambiar más todavía. Estamos en un purgatorio, en un túnel negro. ¿Nos quedamos aquí?

Tenemos la voluntad. 

Letra de, Y, ¿ si fuera ella ?.

Kim Pérez para ésta web 26-05-2003 Habla de este comentario ( indica el titulo  )  ( ``Y, ¿ si fuera ella ? Alejandro Sanz midi )

 

                                                              Perfección

                                      Bella

 

Eres guapa, hija, qué guapa eres, de verdad te lo digo.

Eres muy femenina, de piel fina, canelita, de labios grandes, de pelo largo, largo, y a la vez te queda un poco de masculina, con los ángulos de tu cara y las caderas escurridas.

Y te gustan los tíos, vaya si te gustan. Te han gustado siempre. Los llevas en las entretelas de tu alma. Desde chica (o desde chico) te han gustado. Te han obsesionado.

Y te han humillado.

De todos modos, aunque sea hablando de broma, pones los ojos en blanco y los párpados aletean, así un poquito, cuando hablas de ellos, y tu boca ancha y maravillosamente pintada, de grandes dientes y grandes labios, se ríe.

Esperas lo más grande de los tíos, esperas la vida, la vida entera que te espera, ahora que tienes veintidós años y que todo lo tienes por delante, todo puede ser. Todo. Poned aquí puntos suspensivos y rellenadlos cada cual con lo que quiera o con lo más bonito que le haya pasado, o que haya esperado que llegue, porque todo puede ser.

Te has operado hace dos años y parecía que el todo se acercaba hasta tocarlo con la punta de los dedos, pero te has quedado un poco triste, porque la operación no ha quedado bien del todo. Ha habido problemas aquí y allá, los suficientes para que algunos de esos sueños no se vuelvan imposibles, pero se dificulten.

Ya, como de costumbre nos pasa a las personas, has tenido que recortar un sector de los puntos suspensivos...

Una nueva operación, los retoques, es lo suyo, pero para eso hacen falta pelas. ¿Y dónde están las puñeteras?

Qué normal es que tu cara tan guapa se irrite y entristezca cuando pienses por qué el cirujano no lo ha hecho como debía haberlo hecho.

Y qué normal es que te olvides de que tienes la cara guapa y veintidós años. Fíjate, se oye la música...

Quienes ya tenemos más experiencia de lo que es la vida, te oímos y te decimos: "Hija, es que no hay perfecto nada".

Y yo: "Si pudiera ponerte en la cabeza lo que yo sentía y vivía con tu edad, se te quitaría todo..."

Es verdad, pero lo que yo quería con su edad es lo mismo que ella quiere ahora. Yo tenía 0 y ella tiene 7, pero ninguna tenemos 10, que es lo que yo soñaba y con lo que ella sueña. Y todas tenemos derecho a soñar y niña, no lo dejes, y sigue luchando por tu segunda operación. 

 Kim Pérez para ésta web 19-05-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )  ( ``Piel canela ´´  Instrumental midi )

 

                                                             Lo ha dejado

       La despedida

 

Ya sé que lo has dejado.

¿Ha sido una derrota?

¿Es que no has podido más, de soledades, de alejamientos, de vivir a salto de mata, de no tener a veces ni para comer y dormir, de cansancio, de miedo?

(Lo que le pasa a una trans cuando lo rompe todo)

¿O ha sido una victoria de tu equilibrio?

¿Te ha servido este tiempo largo para conocer mejor lo que tú sientes?

¿Para saber hasta dónde llegas y hasta dónde no?

¿Para descubrir la manera de vivir lo que tú quieres a partir de ahora?

¿Te ha dolido volver a ponerte la ropa de antes?

¿Volver a oír el mismo nombre?

¿O has sentido un alivio raro e inesperado?

¿La primera vez que has salido a la calle –porque ahora, de nuevo, ha habido una primera vez-, has salido con la tristeza en el alma, sintiendo que te disfrazabas de marrón, que la gente volvía a verte como a ti casi se te había olvidado que te vieran?

¿O has salido, distendidamente, con la curiosa sensación de "aquí estoy yo", "otra vez", mirando tú a la gente sin fijarte en que te miren, con libertad, con desahogo, con seguridad, miradas francas y fuertes?

En tu memoria queda ahora, como un sueño, la extraordinaria aventura que has vivido durante todo este tiempo. Se mire como se mire, extraordinaria.

Fue como nacer de nuevo, en un momento, como tener una adolescencia a toda velocidad, aprender a arreglarte, a vestirte, moverte con naturalidad, conocer a quienes no hubieras creído nunca que ibas a conocer y que te fascinaban, tener amistades y experiencias especiales, conocer los secretos del mundo.

¿Ha sido para ti una pesadilla?

¿O un sueño?

¿O un sueño mezclado con una pesadilla, del que te has despertado llorando amargamente, como pasa a veces, llorando con toda tu alma, llorando por ti?

Sí, lo has dejado con razón o sin ella, pero date cuenta de que, a tu manera, sigues siendo trans y lo seguirás siendo.

Porque ser trans no es vivir de esta manera o de la otra, sino tener en el corazón ese lo que sea, haber soñado con eso y ver por las mañanas, al despertarte, que vuelves a soñar aunque luego, al levantarte, digas con firmeza: "Es sólo un sueño y va a ser sólo un sueño".

Almas nuestras, que vivimos esta historia, tierna y desgarradora, única, y que luego tenemos que entrar en la realidad, en las calles de la ciudad, donde los semáforos y las oficinas y vivir cada cual como pensamos que podemos vivir.

 Kim Pérez para ésta web 12-05-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )  ( ``Bye bye love ´´  Everly Brothers midi )

 

                                                        Que me den una alegría

       Hermafroditas

Si por fin se demuestra, definitivamente, que la transexualidad es una intersexualidad, mi corazón reiría.

Con una gran paz. Con el alivio de mi verdad.

Habrán terminado tantos años de dudas y sobre todo de culpas y vergüenzas, mi verdadero y gran dolor.

Ser transexual, ser intersexual, lo mismo. Una condición natural. Así se explicarían incluso nuestras contradicciones íntimas, que son las que más nos humillan, los caracteres que en nosotras son masculinos y coexisten con otros femeninos.

Ser intersexual es naturalmente contradictorio: es situarse en el mundo de una manera singular, con rasgos unidos en una sola persona que en otras suelen estar repartidos.

Recuerdo haber leído, no sé dónde, que en el cerebro humano parece haber varios centros relacionados con la sexuación: uno, rige la orientación, el objeto del deseo; otro, la identidad, la adecuación o desadecuación de sí a uno u otro sexo; otro, me parece que tiene que ver con la sexualidad, o actitud sexuada, la penetratividad o receptividad o ambas.

En la formación del cerebro, en el pequeño feto que nada en las aguas de la placenta, las reglas, los automatismos, las intenciones, la sabiduría de la naturaleza pueden hacer que cada uno de estos centros se desenvuelva diferentemente, en más o en menos y, como resultado, el cerebro puede generar vidas sexuadas muy distintas.

Todos sabemos ya que desde hace unos años, hay algunas pruebas de intersexualidad hipotalámica en las transexuales, los hechos que encontraron Zhou, Hofman y Swaab, del equipo de Gooren, luego reforzados por un segundo estudio. Seguimos, sigo, esperando con ansiedad más pruebas, pruebas de paz.

Frente a este sentimiento, hay una corriente de pensamiento dentro del mundo gay, y del lésbico, y del bisex, y del trans, que dice: "No. No hay justificación médica que valga. No queremos esa alegría. Nosotros sólo decimos: No. No a las leyes de la naturaleza. No al condicionamiento biológico. No a la naturaleza, madre de tanto dolor. No amo, sino que desfogo mi rabia. No obedezco a un sexo interior, sino que rompo mi sexo por no romperme yo mismo..." 

Kim Pérez para esta web 05-05-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``Let it be ´´  The Beatles midi )

 

                                                     La Madelón de Mendicutti

       Portada del libro

Portada del libro Una mala noche la tiene cualquiera. Eduardo Mendicutti.

 

Leo la última novela de Mendicutti y, entre mis manos, me miro en ella como en un espejo, aunque sea casi al revés de lo que soy.

¿No quería verme? Pues ahí me veo y me da a la vez mucha emoción todo y mucha pena por mí misma por lo que veo y me dan casi ganas de morirme o de hartarme de llorar, aunque también me consuelo. La Madelón, en Madrid, lo más valiente, una travestí como nos llamábamos antes desde que tenías veintitantos años, y yo mientras tanto en mi pobre Granada de entonces, sin atreverme a tirarme a la calle y a la vida, comiendo soledades y manías más amargas que la hiel.

Tú corriendo del cine Carretas a la estación de Atocha, entre el gentío, haciéndote soldaditos y moros de volverse loca con tu amiga la Begum al lado, o trabajando las dos en el cabaré Marabú, tú en el Metro y yo para qué te voy a decir.

Hasta llegué a creer que no tenía sentimientos ni podía querer a nadie, pero gracias a Dios me enganché con mi amiga Mercedes de mi alma y también nos pasaron muchas cosas juntas y muy graciosas, por Bollullos y Sevilla y Granada y Valencia y Madrid y yo qué sé, y ese enganche me demostró que soy humana.

Y tú, Madelón, amando la libertad por instinto, por el olor, lo más grande para ti, porque sabías lo que la libertad te daba y yo, encerrada desde siempre en la falta de libertad y acostumbrada a los encierros y gustándome lo serio y temiendo a la libertad, aunque la razón me dice lo que me ha dado, lo muchísimo que tengo que agradecerle, que me ha dado la vida, la poca vida que he tenido, pero desconfiando de todas formas de lo que me ha dado y mirándolo y remirándolo por si tuviera averías.

Madelón de mi alma, tú votando en cuanto pudiste votar a los comunistas, porque para ti eran el no va más del pueblo y la libertad, aunque tampoco sean para tanto, y yo mirándolos con mucho reparo.

La Madelón, narra las peripecias que vivió la noche del 23 de febrero de 1981, cuando la Guardia Civil española toma al Congreso

Y tú que disfrutabas de verdad en las manifestaciones, entre las barbas y los paños de cocina palestinos, coreando con toda tu alma y dando saltos de alegría, voces que yo no podía corear ni aunque quisiera, porque tú, Madelón, eres de izquierdas como quien dice soy de este pueblo o del de más allá, y yo soy más de derechas, aunque tengo un buen ramalazo de lo otro, desde luego, lo que quiere decir más pazguata, con menos vida y menos saltarina, con menos emoción, aunque también con mi parte de razón (mi padre era un caballero, de derechas) ...

Y para colmo, tú eres de una Andalucía que es la perfecta, es la calma del aire y del entrellano, la alegría y la calma del mar y la del calor, la de la cadencia de los modales y el habla con una música que embelesa y una gracia que enamora; la de la filigrana en las casas, las rejas y las torres, la de las risas y las sonrisas y la guasa de la gente que les sale a todas horas del fondo de sus almas y yo soy de la otra, que te voy a explicar cómo es: cuajada de flores, oliendo los jazmines y las madreselvas, que nunca se sabe dónde empieza uno y acaba otro, de la espesura en las tapias de las rosas de pitiminí, pequeñitas como los puñitos de los niños; con fuentes que saltan aquí y allí y un cielo a veces tan dulce que parece rosa; y las personas que me han querido, tan guapas; cerca también del mar, aunque no al lado, que es decir al lado del Paraíso, más lleno de flores todavía, de flores como trompetas, de los recuerdos de la niñez en que el mar era la esperanza y por tanto el infinito y que además me acariciaba con su mano azul por las mañanas temprano.

Pero cruzado todo por el airecillo de la melancolía, que a veces hiela los corazones, y nos hace más discretos, más tímidos, de más fondo, más dramáticos y hasta más esaboríos, menos explosivos, menos contagiosos de alegría.

Esto es lo que veo en tu espejo, Madelón, un complejo para mí, pero me da igual: lo bonito es lo bonito y tú eres preciosa.

Kim Pérez para esta web 28-04-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``La puerta de Alcalá ´´ Ana Belén midi )

 

                                                             Ansias de amor

       La necesidad de ser desea y ser querida....

La transexualidad es un sueño, un ansia que quiere hacerse realidad.

En este tirón profundísimo, hay que aprender a manejar a la vez las riendas del caballo del sueño y las del caballo de la realidad.  

Las condiciones trans son tan variadas que  sabemos que hay mujeres trans a quienes les gustan los hombres y otras a quienes les gustan las mujeres (También ocurre lo mismo con los hombres trans, pero con menos frecuencia)  

Bueno, pues hay también mujeres trans que no soportan que les gusten las mujeres, aunque les gusten; y que ansían que les gusten los hombres, aunque no les gusten.  

Se suele pensar que esto es por una necesidad de afirmación propia, que requiere conformarse a los estándares heteros, pero en realidad va más allá.  

Va por la necesidad de ser deseada y ser querida, tan fundamental para las trans, y en esa necesidad otra mujer se convierte en una rival de sí misma. Mientras que el hombre, que en el amor es deseador, quien adora la belleza, cumpliría justamente lo que ella necesita. Que alguien abra los ojos de par en par, extasiado ante una belleza radiante, indiscutible, escultural (como en las películas de los cincuenta, la estrella descendiendo por unas escaleras vertiginosas desde las nubes) 

O más realistamente, alguien que pudiera sonreír llevado por tu sonrisa y hundirse en tus ojos oscuros y dulces, de grandes pestañas, tan tiernos como todo lo que tú llevas dentro de ti...  

Pero este sentimiento, clarísimo, puede chocar brutalmente con la realidad como un cuerpo arrastrado por las olas contra una roca de la orilla, cuando notas la precariedad de tu química con los hombres, o mejor, solamente sus intermitencias y sus contradicciones. Una atracción fugaz, un brazo velloso que se acaricia con gusto durante un momento, un cosquilleo en las distancias cortas pero no en las largas, donde los hombres te parecen grises en comparación con las claras y alegres mujeres.  

Es como si nuestra sexualidad estuviera estructurada en zonas y unas estuvieran preparadas para desear a un hombre y otras para la frialdad o la tibieza. La realidad exige a estas trans que sepan administrar este complejo de sentimientos. No pueden decirle a un hombre "te quiero", en medio del frenesí y dudar de ese sentimiento en el día a día, minuto a minuto de la  convivencia. 

Tendrían que crear su relación con los hombres, inventarla, puesto que no tienen modelos. Pueden darle los rasgos de la ternura, la confianza a fondo, la amistad que es más que amistad, el sentido de lo guapos que son, el recuerdo inolvidable de sus rasgos cuando éstos te dicen todo lo que sabes de ellos, la necesidad de sus caricias y aceptar que algo tan simple como el deseo, como ponerse, se vea obstaculizado una y otra vez quién sabe por qué, el simple deseo, tan bello, esa sacudida y ese cosquilleo en el vientre que te dice: "te necesito, a ti", que estalla  como el Domingo de Resurrección, con toda la alegría y el sol y la brisa de abril que el corazón humano anhela. 

Kim Pérez para esta web 21-04-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``Love Theme ´´ Vangelis midi )

 

                                                                   La flor

        Una flor colorada de grandes pétalos......  

Tener catorce años y ser trans es el milagro de la flor. ¿Te acuerdas? 

Sí me acuerdo. En las noches calientes de verano es imaginarte como una flor colorada, de grandes pétalos, de perfume enloquecedor para ti misma y para el muchacho que se acerca a besar tiernamente esos pétalos que son todo el mundo, toda la vida, todas las canciones que pueden soñarse. 

Son sueños, solitarios, bajo las estrellas, pero son sueños puros, son lo que podía haber sido pero no es; puros aunque la sensualidad te arrastre en olas calientes; juveniles y expectantes.  

Lo que quizás sea alguna vez. Lo que quieres que sea, lo que esperas que sea. Lo que te desespera que no sea todavía, pero estás convencida de que tiene que ser, lo que te pide todo tu ser, tus células, que sea. 

A los diecisiete, a los dieciocho años, o la desesperación empieza a poner sus colores negros encima de las flores o empiezan a abrirse de verdad, a pasar del sueño a la realidad. 

Jóvenes trans que os lanzáis a las discotecas o los botellones, ¿qué encontráis? 

Encontráis la vida. Puede ser que llegues a la discoteca deslumbrante, transparentando la luz que llevas dentro y que encuentres unos ojos jóvenes y masculinos que sepan verla. 

Que bailéis, riáis, salgáis. Que de pronto te pongas seria y le avises: "Soy trans", y él diga: "Ya lo sé". Que por horas, semanas o meses ese encantamiento subsista y hasta aumente hasta la locura. Placeres, ternuras. Luego, el muchacho vuelve a la cordura. O no. Porque el muchacho puede haber visto de verdad la flor encarnada, que en realidad es siempre invisible, y puede haberse quedado prendido de ella. 

Por ella puede afrontar burlas, puede enfrentarse a su familia, puede con ella perder trabajos, verse despedido, pero siempre con ella. "Contigo siempre". No me invento nada.  

Si no es ése el caso, la joven trans necesita por encima de todo que alguien la vea, que adivine la flor oculta, que la quiera, que la desee. Es una constante de la sensibilidad trans: ser deseada, ser querida, ser valorada. Eso es lo que nos vuelve locas. 

Por eso muchas muchachas trans se meten de cabeza en la prostitución, para sentir que alguien las desea hasta el punto de pagarlas. Avenidas de las afueras y accesos de las autopistas por donde lo que corren son admiradores que pueden quedarse fascinados por la luz de un cuerpo. O entrar en los circuitos de las cristaleras y el baile tras ellas. Ojos al otro lado. Nos hacen existir. (Pueden venir también drogas, soledad, decepción, depresiones) 

Los sueños pueden quedarse cortos de realidad. Llegar a ser querida, de verdad, para toda la vida, hasta el fondo. O llegar a ser artista, o modelo, famosa, para lo que hay que ser bellísima, fascinante. Y ver después que la realidad es muy distinta, en muchos, muchos de esos casos, para  qué voy a describirla. "He fracasado como mujer". 

No, cariño. La flor encarnada brilla y aroma intacta, dentro de ti. No has sabido entenderte. Has sentido que necesitas ser querida, admirada, que la flor resplandeciera para todos, pero su existencia era más tranquila y más profunda.  

Eres una flor de un jardín caliente de Sevilla, pequeño y medio escondido, jardín joven de una casa vieja y medio abandonada, exultante de frondosidad, de sombra de unas palmeras, de sol. Y en él, entre su espesura, estaba esa flor encarnada para que sólo un hombre, el único inquilino de la casa, pasara junto a ella y no pudiera olvidarla nunca. 

Kim Pérez para esta web 14-04-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``Mira Luna ´´ Ana Belén midi )

 

                                                                 Génesis

        

La hipótesis que siempre he mantenido ha sido de tipo materialista: la materia precede a la mente, la organización de la materia condiciona la estructura de la mente.

Esta clase de hipótesis, aplicada a las personas transexuales, diría así: somos seres materialmente XY o XX, que por alguna razón no hemos desarrollado los flujos endocrinos y las formas cerebrales que nos corresponderían y por tanto, nuestra mente, al abrirse, siente una disforia o disgusto con nuestra condición que determina la transexualidad.

Con esta hipótesis, es posible imaginar una graduación de la misma transexualidad, más o menos intensa, según los flujos recibidos o ausentes.

Sin embargo, desde hace tiempo, me ronda en los oídos y en el pensamiento otra hipótesis que sería espiritualista. Según esta manera de pensar, es el espíritu el que configura y determina la materia.

Esto parece como un cuento, pero voy a contarlo así.

Un espíritu femenino tiene que tomar cuerpo o decide encarnarse, pero por alguna razón espiritual tiene que hacerlo en un cuerpo XY. O supongamos que es un espíritu masculino el que tiene que encarnarse en un cuerpo XX.

Desde los primeros meses, en el cubículo del útero, recibe un oleaje de andrógenos o no lo recibe o lo recibe a medias. Cuando nace, le espera una nueva carga al tener que educarse como niño o niña, según su apariencia.

Encuentra valores, modelos que admirar en su padre o su madre, mecanismos de desarrollo que obedecen a su estructura corporal y que pueden llenar su conciencia o ego.

Sin embargo, inconscientemente, una vocecilla o un vozarrón repite: "Yo no soy eso".

La conciencia lo oye más o menos temprano, más o menos definidamente. La disforia va surgiendo y rompiendo a compás de los acontecimientos que llegan en la vida o, por el contrario, va durmiéndose de nuevo, hasta que la fuerza de la realidad la traiga a un despertar.

La persona puede creerse que es sólo disfórica, que sólo está a disgusto, que está desajustada consigo misma, por alguna razón, que no es hombre ni mujer. O puede sentirse preparada sólo para un proceso limitado interno y externo de transición.

Sin embargo, de ser verdadera esta hipótesis, lo que estaría ocurriendo es que el espíritu original, el espíritu femenino o masculino, está tomando conciencia de sí con mil dificultades, entre las oleadas de andrógenos, entre las estructuras aparentemente irrefutables de su cuerpo, entre una educación y una expectativas ambientales completamente condicionadas por el desconocimiento de ese oscuro, débil, pero insistente espiritillo.

Según esta hipótesis, no habría graduaciones en la transexualidad. Sólo condicionamientos más o menos fuertes.

¿Cuáles son las comprobaciones que requiere esta hipótesis?

Que tendríamos que escarbar muy hondo en nosotros mismos, en la apariencia incluso de sentimientos muy sólidos y muy hondos, de identidades tan firmes a primera vista como conflictivas consigo mismas, que luchan entre el "soy hombre o soy mujer", para encontrar la voz verdadera y acallada del espíritu que nos ha creado.

Para alguna, para mí, como si fuera entrar en el País de las Hadas, tan querido y tan olvidado desde la niñez o en otros espacios cualesquiera de sol mañanero y tranquilo, cada una el suyo, cada una su casa y su sol.

Para otros, el reconocimiento de una energía latente inconfundible, de un afán de prestar su protección profundísimo y cierto o cualquier otra forma en que la fuerza interior tenga que emplearse.

Y finalmente, en el momento de la clarividencia suprema, llegar a saber claramente por qué el espíritu femenino tomó un cuerpo XY o el masculino un cuerpo XX.

Gracias, Clara y Laura, por haberme hecho pensar en tal hipótesis.

Kim Pérez para esta web 07-04-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``Flor de Luna  ´´ Santana midi )

 

                                                          Daños colaterales

            Los `` daños colaterales ´´.....

¿Los trans y las trans, los gays y las lesbianas, los bisex, tenemos algún daño que temer de esta guerra? 

Bueno... he pensado en cuando yo tenía cinco o seis años (noches de Madrid) y me he preguntado qué hubiera sentido si de pronto se hubieran oído motores de aviones y estampidos de bombas; no lo habría entendido, hubiera sentido emoción o curiosidad o miedo. A lo peor, una hubiera podido caer en mi casa, y mi vida de cinco años, tan corta, se habría terminado (y a lo mejor hubiera empezado el misterio); o me hubiera encontrado de pronto, herido, llorando en un hospital, o con un brazo o una pierna perdida... o, que Dios no lo hubiera permitido, hubiera visto a mi madre, tan guapa, herida también... Entonces no hubiera podido saber nada ni entender nada, nada más que padecer. 

Pero esta guerra ha llegado cuando soy mayor y cuando estas desgracias pasan lejos. Ahora entiendo algunas cosa mejor. 

Entiendo que esta guerra es el momento de inflexión de un mundo que quería ser democrático (wilsoniano, el  de la Sociedad de Naciones y las Naciones Unidas) a un mundo que algunos quieren que sea imperial. 

Los Estados Unidos han decidido organizarlo unilateralmente y, han dicho, con estas palabras, lo han dicho, "quien no está conmigo está contra mí". 

Va a ser un mundo duro. La política y la cultura se van a volver muy duras. Va a ser la hora de leyes duras, el tiempo de los duros, de los conservadores, de los fundamentalistas, de los temibles bienpensantes, de los fariseos. Quieren la ley del más fuerte. 

Los trans y las trans, los gays, lesbianas y bisex vamos a tener que ser también muy fuertes para defender lo que hemos conquistado en los treinta años precedentes y para seguir adelante. 

Necesitamos más que nadie la libertad y la atención a lo que tenemos que decir. Para que se nos respete, necesitamos que sea general el respeto y la consideración a todos. Necesitamos un espíritu incansable de buena voluntad, necesitamos líneas culturales y políticas que sigan haciendo posible un  mundo como el que, durante treinta años, desde Stonewall, nos ha permitido vivir... 

No hay campos separados. La buena voluntad hacia los inmigrantes, la preocupación por las miserias africanas o latinoamericanas, el horror por la situación de las mujeres en ciertos regímenes islámicos, la afirmación de los derechos de una subjetividad singular como la nuestra, todo es lo mismo. 

Lo único bueno de esta situación es que nos ha convencido de que todo eso, que parecía andar solo, aburridamente, sosamente, que era ya cosa de organizaciones no gubernamentales, en realidad estaba en vilo y en el aire.

 

Cada uno, cada una de nosotros tiene que saber que su vida y sus hechos como gay, lesbiana, bisex o trans, son ya un hecho de afirmación que significa solidaridad viva, lazos de sangre con quienes ya están muriendo. 

"Alea jacta est", la suerte está echada. Pero la partida no está terminada, ni va a estarlo en cien años. Una cosa son los sueños imperiales y otra conseguirlos... contra todos. 

Mucho poder se está poniendo en los desiertos amarillos del Irak. Esto acabará como acabe. Pero, acabe como acabe, va a ser una derrota moral para ese proyecto de imperio, porque hay miles de millones de personas que lo hemos descubierto y lo repudiamos. 

Miles de millones, miles de millones de vidas, de inteligencias, de ingenios, guiados por la fuerza mayor de la Historia, por la añoranza del Paraíso, por la Bandera del Arco Iris, ahora convertida universalmente en la Bandera de la Paz, por la buena voluntad. 

Y también nos estamos poniendo en pie. Con nosotros, gays, lesbis, bisex, trans, toda la gente lista y de buena voluntad.

Kim Pérez para esta web 30-03-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``Enola Gay  ´´ Orchestral M. midi )

 

                                                                Rompegéneros

                                Rompegéneros

Por una calle de Londres, pasaba una criatura hippiosa, con falda zíngara de tonos violetas, pañuelo atado a la cabeza... y barba de cuatro días. 

Por la otra acera pasaba yo, que me la quedé mirando. De esto hace un montón de decenios (bueno, tres), por lo que a lo mejor no existía la palabra entonces, pero era la primera fuckgender, follagéneros o, más fino, rompegéneros, que yo veía. 

Ahora, bien visto, yo también soy una rompegéneros. Hoy, en clase, estoy vestida con un jersey largo, verdoso, ancho, falda recta y zapatones de medio metro cada uno. 

Cuando tengo que regañar, doy una voz con mi vozarrón que se oye tres aulas más allá. Mis estudiantes más pequeños me llaman "Seño" (aunque alguno, con intención, me llama de vez en cuando "Profe"; ¿y qué voy a decirle?), pero cuando me toca estar de guardia, no sé qué pasa, que siempre que se me acerca alguien, me pregunta: "¿Es usted el profesor de guardia?" (Nunca me han dicho "¿Es usted la profesora de guardia?") Y también he decidido que me dé igual. 

En la radio en este momento, mencionan una copla, o algo, que se llama "Prohibido dar el cante". Bueno, pues al revés, a los rompegéneros nos da lo mismo dar el cante, incluso nos gusta. 

Ésta es una estética que va más allá de lo trans. Lo trans indica que se pasa de una parte a otra, que se pasa de una estética a otra. La estética fuckgender o rompegéneros (por lo fino) dice que te quedes donde quieras, donde puedas o donde te guste. Y es una estética conforme con tu profunda verdad. 

¿Puedes tapar lo que has sido, ocultar lo que ha sido tu complicada historia? ¡Ni falta que hace!  

Pues lúcela y verás cómo te asombra que eres respetada sólo por eso.  

Esto viene a cuento de tantas trans que, por lo que sea, no conseguimos perdernos en la multitud de las otras mujeres. 

Otras lo pueden: si están a gusto, benditas sean, pero suerte tienen. 

                                No puedo creer de verdad

                                que tanta felicidad

                                haya llegado hasta mí...

                                pensando que voy a amar... 

(Es que estoy con un canal radio de copla; ¿se nota, no?) 

Pero estamos las que no podremos ser queridas, ni siquiera vamos a quedar guapas, aceptables, si nos consideramos "una mujer como otra cualquiera" (palabras que me parecen tan imposibles y tan irreales que me quiero olvidar de ellas) 

Me agobia ver que tantas compañeras intentan crear una imagen convencional y resulta un desastre. Esto, en el fondo, viene de no tomar en cuenta las mimbres que se tienen para hacer el canasto. 

Nos cabe una estética profundamente nuestra, la estética rompegéneros, la que dice por las buenas "soy así, que me tome quien me quiera", estética desafiante y provocadora, segura de ti, que puede provocar ojos de par en par pero provoca también respeto, porque se ve que eres lo que eres, no pretendiendo ser una mujer de sueño, porque lo que serías (triste, pero valientemente) es real. Pero a lo mejor eres también digna de amor, justo por ser como eres. 

Hasta esto, desde luego, yo no he llegado. O bien mirado, casi. Dejémoslo en incógnita. Cuando la incógnita se despeje, lo contaré.

Kim Pérez para esta web 23-03-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``A quien le importa ´´ Alaska midi )

 

                                                               Viva la Congo

  Que es una mariquita ya viejecilla....

¿Qué le passa a la Congo?

Que es una mariquita, ya viejecilla, de Almería City.

Que la Bibi (Montoya) se la encontró en un banco, de los de tomar el sol, después de muchos años sin verla y se dieron un par de besos mu alborotaos.

"¿Congo, qué haces?", le preguntó la Bibi, con su tono languidón.

"Pues ya ves, hija, aquí, sentaíca..."

Es que las mariquitas guerreras nos podemos quedar mu solicas al ponerse el sol, si no hay una hermana o una sobrina o por lo menos una cuñá que nos quiera y nos cuide.

Pues ná, que la Bibi puso en marcha sus recursos, que son muchos; pensaba en lo de la Residencia de Mariquitas Jubiladas (Gays, Lesbis y Trans) que se ha tomado todo lo a pecho que hace falta, pero por lo pronto le consiguió una plaza en una Residencia corriente.

Pero corriente quiere decir entre gente corriente (Bueno, aunque ya se sabe lo que pasó de verdad en una encuesta de la televisión: "¿Es usted heterosexual?" "¿Heterosexual? ¡No, qué va! ¡Yo soy corriente!")

En fin... que dónde están las lentejuelas? ¿Y los coloretes de otro tiempo? ¿Dónde están los guiños, dónde están las risas?

¡Ay, Congo!

La Bibi fue un día a verla y las dos hicieron un espectáculo para los abuelos y las abuelas, unas coplas, unos guaseos, unos bailes, unas caderas, la sal de la vida. La Congo, muertecica de risa, pasándoselo divino, saltó:

"¡Dejadme que dé un chillío, coño!"

Chillíos. Los que a ella le gustan, los que tiene en el alma, risas y llantos, desde que era un chiquillo y se echaba bailes en las plazuelas, entre las palmas de los vecinos.

Y la Bibi decía después: "¿Por qué estas criaturas no pueden pasar la vejez con otras que les comprendan y les comenten: Te acuerdas cómo nos comíamos a aquel hombre? O: ¿Tú te acuerdas del "Cominito", lo bien que nos follaba?"

Pues que se sepa, tenemos, tendremos el derecho a reírnos siquiera con los recuerdos, o a ponernos romanticonas delante de todo el mundo, entre compañeros (o –as) a los que querremos que estén a nuestro lado en esos días.

España está llena todavía de mariquitas solitarias, de las que no han hecho nunca estas finuras, estos distingos de gay o trans. Yo veo por las aceras de Granada a mi tocaya, la Joaquina, mucho más valiente que yo, que fregaba en las casas en mi niñez.

Bibi conoce en Melilla, supongo que por los alrededores del Casino Militar (algún ordenanza caería) a La Bella Dorita, que tiene ochenta y ocho años, o dicho a la francesa cuatro veces veinte y ocho.

¡Mariquitas de España, cantaoras por la Marifé, más valientes que la madre que os parió, que no os dejemos solas ni nadie nos deje solas a la vejez!

Kim Pérez para esta web 17-03-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  ) ( ``Con los años que me quedan ´´ G. Estefan )

 

                                                                    Cambios           

                          Cuando llega la transición.......

Cuando llega la transición, no termina el proceso trans; al contrario, empieza.

Voy a contar algunos de los cambios que he visto en mí o en otras personas.

Como si fuera un dique, cae, el agua se extiende por los campos y van llegando transformaciones a cuál más asombrosas. Es como si haber dejado caer las barreras de la identidad social, te fuera dejando libre para cambiar, quién sabe hasta qué punto.

Lo que voy a contar no es un modelo de cambio único, igual para todas las personas; unas cambian de una manera y otras de otra, pero algunas pueden reconocerse en alguno o muchos de estos cambios.

Voy a enumerarlos.

El primero, el más sencillo: la rutina.

De pronto, te das cuenta de que eso que fue tan extraordinario para ti como ir con falda a la calle, por ejemplo, se ha convertido en lo más corriente, en rutina.

Bendita rutina, te dices, es increíble. No tienes que pensar mucho en eso.. Vas por la calle pensando en otras cosas.

Únicamente rebulles un momento cuando te miras, al pasar, en un cristal o ves tu sombra extendida por el suelo, con tu pelo y tu falda. Hasta te has acostumbrado, controlas, las miradas que dicen "trans".

Es un sentimiento suave, casi distraído, de bienestar y tranquilidad, algo así como el que se siente al estar en casa.

Otro cambio, la no excitación. Para mí fue la sensación más sorprendente. Durante años y años, la idea del cambio había sido excitante y eso a la vez me gustaba (físicamente) y me fastidiaba (moralmente)

Ahora, me lo explico así: la frustración, la represión, generan respuestas imaginarias. Las fantasías (las parafilias) son una solución simbólica a un problema real. Como solución, son agradables e incluso placenteras, pero como sólo son simbólicas, no resuelven el problema real (el armario), por lo que tienen que repetirse una y otra vez.

Cuando sales de la fantasía a la realidad, te das cuenta de pronto de que la parafilia ya no es necesaria. Tienes una vida real mucho más interesante o más dura, más absorbente.

Yo estaba casi obsesionada por el tema de tener pechos y ponerme sujetador, que aparecían en todas mis fantasías. Entré en el mundo real, la fijación desapareció, se desvaneció. Ahora son dos temas en los que no pienso prácticamente nunca, no me ponen.

También puede tener un papel el cambio hormonal, desde luego, que rebaja la líbido. A propósito de esto, cada cual debe observar sus propios equilibrios. En mi caso, la solución parafílica era para mí negativa, me molestaba. En otras personas, la parafilia puede ser un empuje importante y positivo en su personalidad.

En esos casos, el cambio hormonal puede hacer que se sienta vacía, sin estímulos, deprimida y decepcionada después de haber dado el paso transcendente de la transición. Pues en esos casos, que piense que la transición tiene formas múltiples, estilos muy diferentes, significados infinitamente matizados y que elija una forma de transición que no cuente con el cambio hormonal, por ejemplo.

Otros cambios que te divierten y te enloquecen pueden tener lugar en la orientación. Hay personas que han sido ginéfilas (que les han gustado las mujeres, vamos) antes de, y de pronto, al transitar, se descubren repentinamente andrófilas.

En esos casos, es como si la experiencia de cambiar socialmente hubiera producido también un cambio radical de los deseos y sensaciones. Como si al verse distinta la persona por fuera, cambiara también a toda marcha por dentro.

También hay quien en la época anterior se sentía obligada a ser andrófila, para cumplir con su supuesto papel, al verse cambiada, segura en su nueva identidad, puede decirse de pronto: "¡Pero si a mí me gustan las mujeres!"

En otras personas, esa misma seguridad de verse "en el otro lado", desencadena otros procesos rarísimos. Por ejemplo, antes podía rehuir a los hombres como amigos, por no confundirse ante sus propios ojos con uno de ellos; ahora puede disfrutar con su compañía.

Antes podía decirse: "¡Qué distinta soy de los gays!" Ahora, segura de lo que es, puede decirse, como yo: "¡Me gustan los gays! ¡Estoy a gusto con ellos! ¡Me parezco en algunas cosas a ellos!"

Antes, estaba absorbida por admirar a las mujeres; ahora puede sentir con frecuencia una definida misoginia (te fastidian las mujeres), como muchas mujeres la sienten por cierto.

El proceso trans te das cuenta de que sigue abierto; las personas trans hemos roto las barreras de los sexos y rotas se han quedado; ya no se recompondrán nunca para nosotras.

Esto nos lleva a donde no sabemos ni podíamos imaginarnos. Si os da miedo, parad un poco, pero no os lo aconsejo. Hace falta sólo tener la mente abierta. ¡Qué viaje hemos empezado!

Kim Pérez para esta web 10-03-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )          ( ``Aire ´´ Mecano midi )

 

                                                             Neti, neti                            

           Nadando en las fantasías de escape....

Lo mejor es cuando pienso que existo, que así me ha hecho Dios (o el Destino) y que por eso tengo derecho a ser como soy.

Una mujer (o una medio mujer) cerebral, una especie de intersexual... Todo lo que he hecho queda legitimado.

Lo peor ha sido cuando me he preguntado si en realidad he sido un hombre (qué duro es sólo decirlo, en qué tristeza me sumiría, si fuera sólo eso), si no ha habido intersexualidad, por lo menos en mi caso, ni nada que se le parezca.

Entonces, me pregunto también si me hubiera podido resistir a todo esto; si hubiera podido aguantarme, plantar cara; en otras palabras más duras todavía, si esto es un pecado, una flaqueza. Si tendría que haber buscado otra felicidad, otra fuerza.

De hecho lo intenté durante casi veinte años, me puse cada vez peor, llegué casi a volverme loca, pero te queda la pregunta, desgarrándote: ¿Hice todo lo posible?. 

¿Y si ha sido sólo el resultado de un conjunto de miedos, rabias, abandonos, fantasías de escape, deseos, placeres y dolores que conozco muy bien, pero a fin de cuentas, la cabeza turbia, el alma dolida, el instinto queriendo sacarme a flote como fuera?

Ésta es mi polémica frecuente conmigo misma. O mi condición es natural, y entonces me relajo, me distiendo, tengo ánimos para defender a todos y todas los que tienen mi mismo derecho, o mi condición es una enfermedad (que hubiera tenido que curarse) o una flaqueza o un pecado... Y entonces pido sólo verla con toda claridad, pienso que sólo puedo compartir la solidaridad en estas dificultades.

De un extremo a otro, me agobia a veces esta incertidumbre (que no se resolverá, previsiblemente, hasta dentro de unos años, cuando los estudios sobre nuestra naturaleza avancen)

Sólo esto sería una buena recomendación de la primera solución: hay que vivir, hay que ser fuerte, hay que ser feliz y transmitir felicidad y que Dios limpie y perdone lo que tenga que limpiar y perdonar.

He recordado que hay otra manera, la tercera, de mirar todo esto. No es ni decir "soy esto" ni "soy lo otro", sino decir algo muy distinto: yo soy sólo yo, quien mira con asombro esta desusada y extraordinaria vida que me ha tocado; yo me he encontrado con unas condiciones y una historia determinadas y me arreglo en ellas como mejor puedo.

Yo, alma desnuda, mirando lo que me ha tocado vivir. Yo, reconociendo en los demás almas desnudas, mis iguales, más allá de las infinitas diferencias de la condición humana. Hermanada con ellas en esta desnudez, en ese ansia de libertad y de pureza por encima de las mil confusas historias que tenemos que vivir.

Ser transexual, o disfórica, desde este punto de vista, es una condición más, como otra cualquiera: la que me ha tocado, la que conozco; lo que he hecho o lo que he dejado de hacer tampoco toca a esta alma pura, infantil, que sólo sabe mirar y reír o llorar por lo que pasa, pero sin dejar de ser pura, mira, mientras que el resto es lo que mira, lo que pasa, el gran espectáculo, el Gran Teatro del Mundo.

A otras almas les toca ser la madre de los pobres o un asesino. O mejor dicho: hacer de eso. No lo son. Sólo son conciencias humanas, espejos, viviendo vidas diferentes, pero en el fondo siempre puras o purificables, siempre niñas, castigadas o recompensadas pero intactas.

Lo que sí reconozco es que es la disforia lo que me ha enseñado a pensar así. Yo no soy este cuerpo... yo no quiero este cuerpo... yo no quiero esta forma de vivir masculina o femenina que me ha tocado por nacimiento... Quiero ser otra cosa y a la vez te das cuenta, en cuanto rompes con esas condiciones, que las otras son un recambio, una imitación, un juego que es a la vez la vida, que no son tampoco nada transcendental.

Ya te has separado de todo lo que te destrozaba. Pero eres tú, en el fondo, un alma que mira, juzga y siente, cargada con el cuerpo y la circunstancias que le han tocado.

Lo sentimos así los disfóricos, los feos, los enfermos. Nuestros problemas nos liberan. "Neti, neti", dicen los brahmanes: "Tú no eres eso, tú no eres eso".

Alrededor nuestro, el gran espectáculo, Maya, levanta sus velos encarnados, hace que sus demonios y sus ángeles nos rodeen, nosotros los miramos, interactuamos, decidimos. Cuando has aprendido que tú puedes ser sólo quien mira, ya no se te olvida.

Es que has aprendido algo más, algo que va más allá del simple "soy". Te sientes relativamente distante de muchas cosas grandes o pequeñas, las de fuera. Te sientes sólo cerca de las otras conciencias humanas a las que, como a ti, les ha tocado una vida y por tanto reír o llorar. Quisieras que no tuviesen que llorar.

Éste es un mundo alto, donde no cuentan ni las buenas o las malas figuras, ni guapura o feúra, ni riqueza o pobreza, ni juventud o vejez, sólo almas humanas. Entiendes lo que pueden sentir. Almas como tú.

Kim Pérez para esta web 03-03-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  ) ( ``Entre mis recuerdos ´´ Luz Casal )

 

                                                                Armarios

           La lucha por emerger

 

Sé que voy a largar de un tema nada menos que doloroso. Con la esperanza de que pueda aligerar algunos de los dolores o de señalar líneas de escape o por lo menos provocar un debate en el que la gente se pueda desahogar, gritar su pena, su agobio, su rabia.

Su rabia, su rabia.

Sabiendo que nuestro armario debe ser a veces hondamente respetado, hasta que den ganas de llorar, por las circunstancias que lo provoquen y de las que sólo sabe de verdad la víctima.

La diferencia entre armario y no armario a veces es del ancho de un hilo. Por ejemplo: trabajo inestable + hipoteca + deberes (y quereres) familiares = armario.

Varíense cualquiera de los elementos y a lo mejor el resultado es diferente: trabajo estable (propio) + hipoteca + deberes familiares = no armario.

O no hipoteca.

O que no haya deberes o quereres familiares.

¿Es útil analizar nuestro armario como el resultado de una suma de circunstancias?

¿Podemos cambiar alguno de los sumandos?

¿Nos liamos la manta a la cabeza y salimos, confiando en que la vida es flexible y rara?

Otra cuestión: hay armarios absolutos y relativos.

Absolutos: silencio total. Inexpresión completa. Silencio. ¡Cuánto me ha dolido, durante tantos años!

Relativos: Cualquier fórmula que te permita salir del secreto y el silencio totales. Esta web, por ejemplo.

¡Ojalá hubiera existido Internet cuando yo tenía veinte, treinta, cuarenta años, de verdad lo digo, sólo Internet!

Una gota de agua en el infierno, pero una gota de agua, que lo hubiera convertido en purgatorio.

O salidas fugaces. Recorridos nocturnos en auto por las carreteras, las estaciones de servicio, los bares de carretera. Pero recorridos.

O amigos o amigas, ensanchamiento del corazón durante tres, cuatro o cinco horas, nada menos. Mi primera salida: arreglada más o menos como Juanita Reina en una fiesta de unos amigos gays, mirándome en el espejito borroso del cuarto de baño, yendo en el auto y registrando las miradas que se detenían en mí en los semáforos.

¡Algo!

O salidas a otra ciudad, cambio de ropa en el auto, tiendas, cafeterías, restaurantes, experiencia. El Corte Inglés (a ver si me pagan algo por la publicidad) El negro volver a la ropa de cada día.

Pero realidades. Recuerdos. Con la amiga con que vas, puedes hartarte de llorar, a solas en el auto.

Quienes no hemos tenido ni siquiera esas realidades sabemos lo que valen.

Asociaciones, puntos de encuentro.

Yo, feliz en Transexualia hace diez años, con ropa de hombre, pero diciendo por fin a quien quisiera oirme: "Soy transexual" ¡Por fin, por fin!

Feliz por verme entre trans, entre amigas y amigas que podían entender lo que sentía, por compartir experiencias, aunque fuera limitadamente, sentimientos.

Por poder hablar por fin con la boca grande y con toda naturalidad aunque fuera de mi propio armario, de mis propios miedos y vergüenzas.

"Tengo un aspecto muy masculino", me dices.

"¿Y yo?

¿Cuál crees que tengo o he tenido?

¿Qué crees que es una trans?"                

Kim Pérez para esta web 24-02-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  ) ( ``Desátame ´´ Mónica Naranjo )

 

                                                        Resistencia o imperio

     Asistimos a un nuevo orden por la fuerza

 

La Humanidad parecía estar organizándose, poco a poco, como una anfictionía o comunidad que se reconocía derechos iguales, que se sometía a reglas comunes, aunque algunos países fueran más poderosos que los otros.

De pronto, el Gobierno (no el pueblo) de los Estados Unidos rompe la baraja y dice:

"¡Decisiones unilaterales!"

(Es decir: no al derecho internacional)

"¡Ataques preventivos!"

(Con razón o sin ella)

"¡No a los Tribunales Internacionales!"

(Es decir: a los míos los juzgo yo)

Han tirado a un lado la idea de Comunidad Internacional y están procurando un Imperio : el orden por la fuerza.

El proyecto de Imperio no puede conseguirse sólo imponiéndose sobre los otros; también, para ese esfuerzo, es preciso controlar a los propios.

Necesita leyes nuevas que permitan saltarse las leyes.

Y necesita saber lo que hacemos todos.

Los buscadores del Imperio rastrean día y noche millones de webs y de comunicaciones, haciendo "¡bip!" (es un decir) cada vez que encuentran u oyen palabras señaladas como clave: tales como Imperio, terrorismo, etc

Esta página, esta autora, han hecho ya "¡bip!" dos o tres veces por el simple hecho de publicarse.

No exagero: en otra página que tengo,  en la que había palabras delicadas, recibí en la estadística la "tarjeta de visita" del... Ejército de los Estados Unidos.

Como diciendo: "¡Ojo!"

Matrix y el Gran Hermano observan.

El proyectado Imperio va a sacar sangre de los cuerpos para asentar su poder.

Si hay una respuesta terrorista, mejor: más golpes, más poder.

¿Pero a nosotros, gaylesbitrans, nos va a dejar al margen? 

No: el Imperio necesita doctrinarios para dominar también las mentes.

Sabemos los que son: los moralistas, los hipocritones, los beaturrones, los que ven la paja en el cuerpo ajeno y no ven la viga con la que lo aplastan todo a su paso.

¿Nos quieren?

¿Nos entienden?

Todo lo que hemos conseguido ha sido montados en una ola de libertad que viene de muy lejos.

Ahora llega, detrás, una ola negra.

Querrán ahogarnos. Ya lo hacen, en lo que pueden.

Resistencia.

Resistencia por mí, porque he gozado de once años de vida gracias a Stonewall (y a sus efectos aquí)

Resistencia por los que se han muerto sin tener un minuto de alegría.

Resistencia por quienes hoy disfrutan de la libertad.

Resistencia de los corazones.

Que no nos sometamos, que no nos resignemos.

Que siempre mantengamos las cabezas altas, en nombre de lo que hemos tenido que sufrir.

Que el Gobierno de los Estados Unidos, que no tiene tampoco poder para llegar a todas partes, que no es Dios, sepa que en todas partes hay gente que le decimos: "No"

Los pueblos, los que no somos consultados, los que vemos que se decide sin preguntarnos, hacemos a veces milagros, con la ayuda de Dios o del Destino.

No nos resignemos, no nos sometamos.

De pronto, nos hemos puesto todos serios. No a la guerra.

Resistencia o Imperio.                                                                                                                        

Kim Pérez para esta web 17-02-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  ) ( ``Crime Of The Century ´´ Supertramp midi )

 

                                                              Intersex o drag

                          Los rasgos intersexuales 

Discretamente, va tomando cuerpo un nuevo movimiento: el de las personas intersexuales.

Se llaman intersexuales quienes tienen rasgos físicos, visibles o invisibles a primera vista, que no coinciden con los de hombres o mujeres.

Hay muchas clases de intersexuales. La naturaleza crea una gran variedad de formas, que pueden llegar a ser un dos por ciento de la población.

El movimiento intersexual presenta por ahora sólo reivindicaciones médicas, a diferencia del movimiento gaylesbitrans, al que sin embargo comienza a acercarse.

Pero sus reivindicaciones tienen una dimensión filosófica y política.

Por ejemplo, la más notable es... que la decisión del sexo debe quedar bajo la responsabilidad de la persona intersexual y no bajo la del médico.

Durante muchos años, cuando un niño nacía intersexual los médicos estudiaban cuáles eran, a su juicio, las mejores oportunidades que pudiera tener para insertarse "en un sexo u otro" y entonces le asignaban uno de los dos sexos legales e incluso le intervenían quirúrgicamente para asegurar la adaptación al sexo asignado.

Buenas intenciones que los intersexuales o algunos intersexuales descubrían a veces, unos años después, con dolor o con rabia, que no habían sido las adecuadas.

Los criterios que se usaban era puramente objetivos, fenotípicos (de forma corporal) o cariotípicos (cromosomas); no se sabía nada de un sexo cerebral, ni de una posible intersexualidad cerebral, ni de los fortísimos criterios personales o subjetivos.

Una persona podía haber nacido con un pene completamente formado (puesto que el clítoris es un pene no desarrollado) y contando a la vez con órganos externos e internos de tipo femenino. Los médicos podían decidir que lo más correcto sería extirpar el pene y asignar a la persona el sexo femenino.

No podían saber que, con un cerebro masculino, al crecer y saber su historia, la persona así asignada podía gritar y enfurecerse al descubrir que su personalidad era masculina (cerebral), que había nacido con un pene desarrollado y que otros habían tomado en su lugar la decisión de extirpárselo y de asignarle un sexo femenino en sus papeles y en su educación que ahora tendría que rectificar con un largo proceso transexual.

Porque en la práctica, sorprendentemente, las personas intersexuales pueden reasignarse a sí mismas como varón, como mujer o permanecer en una identidad intersexual. Decir: "Estoy a gusto como estoy", o incluso, "me gusta estar como estoy", cada cual con sus mil razones personales, sutiles e inextricables, como el recuerdo de cierto verano o de cierto placer.

Pero quieren decidir por sí mismas, a la vista de su subjetividad en la que nadie puede entrar, nadie puede saber lo que hay, la fuerza de estos sentimientos o de estos otros. Definir lo que siente y expresarlo, es su derecho inalienable. 

El famoso artículo de Zhou, Hofman y Swaab, del equipo de Gooren, afianzó la idea de que las personas trans seamos en realidad intersexuales.

Aunque sea un poco dramático, diré que el estudio se hizo sobre seis cerebros (ay, sólo seis) de trans femeninas (que habrían tenido la clarividencia de donarlos) y en todas ellas se descubrió que una zona del hipotálamo, que rige la conducta sexual, era como la de las mujeres y no como la de los varones.

Ésta es la situación, de momento, de la investigación (yo, desde luego, dono mi cerebro para lo que haga falta)

Nuestra intersexualidad sería sólo una de las que no se pueden ver a simple vista, como hay muchas otras, pero sería un condicionamiento biológico que luego la vida de cada cual realizaría y expresaría de muchas formas.

Podría verse a veces como una ligera falta de masculinidad, casi indefinible, en un varón o una ligera falta de feminidad, igual de indefinible, en una mujer.

Podría expresarse como el estallido de una identidad cruzada inconfundible desde la niñez o como una disforia o desajuste más o menos intenso, pero confuso, con el sexo de asignación.

En el futuro, cabe imaginar un acercamiento cuidadoso entre el movimiento trans y el movimiento intersexual.

Cuidadoso, porque lo intersexual es biológico y puede ser que tanto lo intersexual consciente y afirmador de sí como lo transexual sea una experiencia moral más que biológica o más moral que biológica.

¿Cuántas trans, con lo orgullosas que somos, las trans somos frecuentemente orgullosas, no seremos en realidad rebeldes?

¿Incapaces de soportar las leyes que descubrimos en la vida?

¿Furiosas hasta el punto de entregar nuestros cuerpos de una manera u otra a nuestra rebeldía?

¡Qué poco se habla de algunos sentimientos de algunas trans que no se parecen en nada a lo que nosotras mismas suponemos: la ira, sobre todo!

Lo trans puede expresar la rebeldía por mil motivos, el distanciamiento de los condicionamientos naturales, el "¡No a esto!", que es lo más humano, quizás.

La rabia por el mundo puede expresarse en la negación del propio género, del propio cuerpo. La negación del mundo tal como es puede tomar la forma del heroísmo, la de la mística, la de lo trans, en sus formas más extremas.

Fotogr. del film To wong foo 

¿Qué quieren decir algunas drag queens con su desafío? ¿Qué desafía cada una de ellas? ¿A dónde puede llegar?

¿Qué significan esos ojos intensos y refulgentes, esa sonrisa densa, esa burla de sí mismas y de quienes las miran; a quién pueden admirar de verdad?

El mundo, la naturaleza, la biología, tiemblan bajo unos ojos de drags que a lo mejor son también los nuestros.

Porque no sabemos a dónde puede llegar una drag, una vez iniciado su vertiginoso camino; y no sabemos si nosotras o vosotros nos hemos dejado llevar por el convencionalismo al adoptar formas de vida más corrientes, dentro de lo poco corriente que es todo lo trans.

Una drag es una exploradora del espíritu y la sexualidad humanos, que se desnuda de todo lo respetable y se aventura por las honduras de lo desconocido.

Siente y vive experiencias humanas que no tienen nombre.

Se ríe.

Ve.                                                                                                                                  

Kim Pérez para esta web 10-02-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( ``Dancing Qeen ´´ Abba midi )

 

                                                         Noheterosexismo

                                   Los sexos 

Los y las trans, pero sobre todo los, estamos atrapados en el heterosexismo.

Lo raro es que somos quienes más a fondo lo hemos roto en los hechos, pero chico, en los pensamientos nuestras mentes siguen sujetas y zarandeadas por esa dichosa forma de pensar, que no permite que nos comprendamos ni a nosotros mismos.

Recordaré que las clarificaciones empezaron cuando las mujeres se dieron cuenta de que existía el sexismo: mejor o peor trato a las personas, según su sexo; luego, los gays se dieron cuenta de que también existe el heterosexismo, la idea de que la gente tiene que emparejarse, obligatoriamente, con el otro sexo.

Luego hemos llegado los y las trans y hemos ido más lejos, llegado más hondo. Lo de "uno y otro" sexos es poco para nosotros. ¿Dónde nos metemos?

¿No hay una multitud de sexos, empezando por los intersexuales, formados por la naturaleza, que a lo mejor tiene interés?

¿Y de géneros? ¿Masculinidad y feminidad? ¿Dónde empiezan una y otra?

¿Dónde ponemos entonces el límite entre lo masculino y lo femenino? ¿Dónde exactamente, por favor, please?

¿Y a quien siendo hombre sea menos masculino o siendo mujer sea menos femenina de donde hayamos puesto el límite, qué hacemos, le prohibimos que sea como es? ¿Con qué autoridad?

¿Y de las dos orientaciones, sólo hay androfilia y ginefilia? Ah sí, y la androfilia de los varones gays y la ginefilia de las mujeres lesbis. ¿Y ya está?

¿Si a mí me gusta la gente ambigua, la que siendo hombre resulta algo femenina o siendo mujer algo masculina, qué hago, tienen que no gustarme? ¡Pero es que me gustan! ¿Qué hago yo?

¿Está claro, verdad?

Bueno, pues en la práctica, los y las trans somos muchas veces más heterosexistas que el padre que lo parió.

Digo que nos sometemos al heterosexismo, porque no somos capaces ni de hablar de lo que rompa los esquemas.

Nos dejamos llevar por los conceptos heteterosexistas en estado puro. Si yo soy trans MtF, se supone, todo el mundo supone, incluso en nuestro ambiente, que tengo que ser mujer, femenina y andrófila. ¡Heterosexismo puro!

Si yo soy FtM, para qué decir. ¡Para qué decir!

Y eso que los y la trans hemos roto, de arriba abajo el heterosexismo. ¡Pero no nos hemos dado cuenta!

Lo que en nosotros no corresponde con lo que se supone, sencillamente nos lo callamos. Yo no he visto gente que se calle más sobre su sexualidad y sobre sus sentimientos que las y los trans; bueno, un poco de broma lo digo.

Hay gente, bendita sea, ¿pero cuántos se atreven a hablar de que no han cambiado de genitales y no les hace falta? ¿O de que no son muy masculinos ni muy femeninas, cielos? ¿O de que no les gustan lo que se supone, los hombres o las mujeres, o al revés, o tampoco eso?

Bueno, voy a decir quiénes se atreven. Las travestís argentinas o chilenas, que tienen el valor político de llamarse travestís. El arrojo de decir, como Lohanna Berkins: "Estoy orgullosa de ser travestí. Estoy orgullosa de tener pija y tetas..." Han formado su valor luchando contra la policía que las sacaba de los cines y las cafeterías y contra quienes mataron a sesenta y cuatro travestís en diez años.

Las y los demás, creo que nos torturamos con nuestros secretos. Nos obligamos a ser y parecer modelos de lo que es todo un hombre o toda una mujer. ¡Rayos, ya se nos ha olvidado lo que fuimos, lo que somos?

¿Tanto interés tiene que en el mundo haya un hombre más como otro cualquiera, una mujer más como otra cualquiera o es más interesante que en el mundo haya una persona feliz en su singularidad?

¿Uno más, una más, o yo?

Nota enviada al foro el día 28 de enero de 2003:

Siento como si lo nuestro fuera como un inmenso mantón de Manila con figuras diferentes e intensidades diferentes, pero el mismo mantón.

En la sexualidad humana hay dos polos arquetípicos, dos grandes atractores (¡anda que no!), pero eso es como el plano del proyecto; también es cierto que en los humanos concretos, en las personas reales, existe una continuidad entre uno y otro.

Con otras palabras: no hay una sola persona real en todo el mundo que pueda decir "soy hombre" (del todo) o "soy mujer" (del todo)

Empezando por la ambigüedad corporal de todos: todos los varones tienen tetillas y todas las mujeres tienen clítoris que son penes sin desarrollar. A partir de ahí, todas las combinaciones en más o menos, tanto físicas como identitarias, son posibles.

En resumen decir sólo "soy mujer" o "soy hombre", en todos los casos, es una simplificación que refleja el concepto de que sólo hay hombres o mujeres.

Yo creo que la realidad es que todos los seres reales somos más o menos hombres o mujeres; más o menos, palabras importantes; y que hay algunos que se encuentran justo en medio de los dos atractores.

En eso, las personas trans seguimos la regla general: o mejor dicho, la evidenciamos, la hacemos más clara a los ojos de todos: somos más o menos. Como todos.

Y también, como todas las personas, debemos saber que somos diferentes unos de otros, que nuestro ajuste en la vida se puede hacer de maneras muy variadas, en el fondo, individuales. 

Kim Pérez para esta web 03-02-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )( `` Machoman Village People ´´ midi )

 

                                                              Me llamo Ruth

    Los medios robaron a Ruth su identidad transexual

Carla me pide que hable de Ruth. Tengo una sacudida por dentro. ¿Cómo no había pensado que es necesario, más que necesario? 
Para quienes no lo sepan, Ruth está en medio de las acusaciones por inyecciones de silicona en los pechos que han llevado a una de sus clientes a perderlos. 

Veo una foto en esta página de Carla: Ruth es guapa y elegante. Rostro delgado, anguloso, chaqueta ligera... Vuelve de Madrid a su tierra, Canarias, de contar lo que tuviera que decir, en una televisión. 

Aparenta unos cuarenta años. Por lo tanto, nació hacia ¿1960? Como otras de nosotras, se tragó la dictadura. 

Leo detalles de su vida aquí y allí. Es como leer lo escrito sobre una plantilla donde estaban ya las líneas, aunque sin tinta. 

Intento interpretar. 

Buena clienta, buena amiga de algunas peluqueras. 

Aparte, droga. ¿Por qué? 

A veces es difícil aguantar a pie firme determinados rollos; de eso saben demasiados mis amigas de Sevilla: la Sonia; la Brenda... 

Pero a ella tampoco la ha deshecho personalmente; puede conservar una imagen, una figura. 

Pero ha habido malos momentos. Tres intentos de suicidio. Historias de trans. 

Ahora esto. La juez (la) la ha metido en la cárcel de mujeres de Tahiche. Por lo menos esto. Pero esto es el colmo de su vida de trans. 

Los comentarios, para todos los gustos. 

Como no puedo saber los que se han dicho en bares, oficinas, peluquerías, etcétera, pongo los recogidos en papel escrito e impreso o digitalizado. 

José R. Sánchez, en "Canarias 7", se burla, emplea sarcasmos avinagrados, diciendo que su detención corta su ruta por las teles, que cantó de lo lindo, que salió esposada y con menos ganas de sonreír. 

¡Yo no he visto hablar así ni siquiera de los terroristas! 

Reírse de una persona en tales circunstancias es tan cruel que revela sólo que los prejuicios y la agresividad mandan sobre la reflexión. 

Ahora: un detalle. El artículo empieza diciendo "Ruth (luego pone sólo las iniciales oficiales) para las autoridades..." Luego viene lo malo. 

"La Provincia" tiene un redactor o redactora (anónimo) que, aunque empieza poniendo a la vista de todos el nombre todavía legal, luego sabe mirar lo que ve y oir las palabras de Ruth: 

"Nada me motiva; nada. No le doy valor a ver amanecer el día. Estoy en un callejón sin salida, ni familia, ni casa, ni dinero, nada tengo. Nada. Y encima tratada como una asesina" 

"Entrar en la cárcel sin tener algo que controle mi adicción me da mucho miedo..." 

Y sabe oír otras palabras, como la de otra clienta de una peluquería: 

"Yo me puse silicona en la cara y las tetas en una peluquería del Sur y conozco por lo menos 25 que ofrecen ese servicio en sus salones. A esas no les pasa nada y sin embargo Ruth se va a comer el marrón solita". 

Y también sabe constatar que, mientras hay gente buena y virtuosa (o que se cree eso) que grita ¡que lo pague! hay otra que piensa que su condición de trans, drogadicta y marginal (acaba de trabajar como aparcacoches) la tiene sentenciada. 

Ruth, ¿quién de nosotras, trans, puede olvidarse de ti? 

¿Cuando tu historia podría haber sido nuestra historia? 

Una pequeña diferencia en las circunstancias, un día difícil, una suerte contraria, una equivocación, y a todas nos habría pasado lo que a Ruth. 

Confío en la juez que la ha mandado a la sección de mujeres; confío en quienes la han llamado Ruth, que es como ella ha querido llamarse y usando el género femenino; confío en quienes comprenden que ser transexual, drogadicta y marginal es una atenuante grandísima, se mire como se mire; confío en quienes somos sus hermanas y sus hermanos y no la olvidaremos y la ayudaremos a que sienta que no es verdad que no tenga nada. Y a que no tenga miedo. 

Esto puede hacerse de verdad, de una manera real: escribiéndole a la prisión de mujeres, para que sienta que nos tiene a su lado. 

Creo que se puede poner la dirección de esta manera: 

Ruth Socorro García. 

C.P. de Tahiche (Módulo de Mujeres). 

35509 Tahiche, Lanzarote. Islas Canarias. 

Y no olvidándose de poner un remite, porque si no, los C.P. (Centros Penitenciarios) devuelven las cartas. Y si las devuelven, comunicándolo, para que podamos reclamar el derecho de que las cartas le lleguen. 

Kim Pérez para esta web 27-01-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )( `` A quien le importa ´´ midi )

 

                                                           Militancia

                                  La militancia Gaylesbitrans

¿Qué significa la militancia outer, o gaylesbitrans, o como queramos llamarla, a principios del tercer milenio?

¿Qué significa cuando las posiciones integracionistas o las propiamente queer o "raras" han quedado en el pasado que lo devora todo?

¿Qué significa agitar la bandera del arco iris en el breve momento en que escribo estas líneas?

Lo primero de todo, reconocer que la palabra gaylesbitrans no es sólo un agregado de elementos coyunturalmente unidos sino que significa una realidad más profundamente unida de lo que hasta ahora hemos querido reconocer.

No se trata de que todos seamos lo mismo; se trata de que hay anchas zonas de convergencia en las que una persona puede no saber exactamente si es gay o trans, o lesbiana o trans, o bisexual o gay o lesbiana o trans... o tener momentos... o ramalazos...

"Yo me siento mujer, pero no tengo necesidad de vestir de mujer ni de operarme", me dijo un chico, vestido informal y masculinamente, con un ancho chaquetón, jersey oscuro y pañuelo más o menos kefiano al cuello. ¿Cuántos gays podrían decir lo mismo o algo parecido, hablando con total sinceridad?

Y yo misma me vestiría con gusto como él, nada más que sustituyendo los vaqueros por una falda negra, programática.

¿Y qué quiere decir la pluma, cuando es profunda, inarrancable, lo mismo en mariquitas que en camioneras?

¿Y qué quiere decir que a menudo, en nuestra niñez, hayamos sido indistinguibles?

Quiere decir que somos conjuntos secantes, en los que hay elementos distintos y elementos comunes o dicho más imaginativamente, galaxias en colisión, cada una con su propio centro gravitatorio, en las que hay brazos y estrellas, que se mantienen diferenciados, pero otras zonas en las que hay estrellas que no se podría decir muy bien a qué galaxia pertenecen.

Por eso el primer hecho de la nueva militancia debe ser afirmar la unión profunda del movimiento gaylesbitrans.

Para mí por lo menos es una realidad viva: me siento a gusto en el ambiente, mis amigos más queridos son gays y naturalmente, trans, comparto con gays y lesbianas tés y conversaciones.

Por eso creo que sé cuáles deberían ser las líneas de la militancia gay y lésbica al principio del tercer milenio, pero para no meter la pata, me las callaré.

Sólo apuntaré que pasan por romper identidades fosilizadas, ocupar con naturalidad todos los espacios públicos, y desarrollar todas las formas de la afectividad homosensual y homosentimental, para que sea posible superar la situación de ghetto. A esto es lo que llamo ser outer.

Pero también, por definición, somos outer los y las trans y también hay que romper ya anticuadas identidades, como la clasificación tripartita en TV, TG y TS, que resulta rígida e incompleta.

A las líneas de militancia que voy a seguir por mi parte, a la militancia mía, personal, que no sé siquiera cuántas personas pueden compartir, les voy a dar los colores de nuestra bandera.

Rojo. Uso de nombres o conceptos rompedores, rompehielos, liberadores, como disfórico de sexo o de género, o rompegéneros; nombres que sacan a rastras de cualquier acomodo convencional.

Naranja. Negación de cualquier uniformidad trans y exploración del noheterosexismo, es decir del entendimiento de cada cual según su propia historia, circunstancias y voluntad.

Amarillo. Creación de entendimientos colectivos mediante la unión entre los afines, las y los trans, o los disfóricos o disfóricas, o los y las rompegéneros, sabiendo que hay muchas diferencias dentro de estos nombres, pero que también hay dificultades y batallas compartidas.

¡Travestis, drags queens y kings, mariquitas, camioneras y camioneros, operadas y operados, transformistas, travestistas pajeras, no operadas y no operados, gays con pluma de todo el mundo, uníos!

Verde. Exploración de todas las formas imaginables de expresión, desde el arreglo ambiguo, el cabello, el maquillaje o la barba, la ropa rompedora,

el estilo más o menos desafiante (según gustos y posibilidades),

la hormonación o la ingeniería quirúrgica, como gritos concretos con los que decimos lo que sentimos.

Azul. Aprecio de la prostitución de las trans como una forma de expresión de determinados sentimientos y determinados deseos y determinado estilo de vida (cuando no es obligada)

Aprendizaje de la profesionalidad prostituta, de los mil juegos de la seducción, del servicio real a los clientes, de la liberación de los factores autodestructivos como la culpa y la droga.

Militancia prostituta, radical, más allá del conservadurismo de otras profesiones.

Violeta. Combate legal por la abolición de los residuos que subsisten de la consideración del sexo como elemento del estado civil (ya sólo es operativo a efectos matrimoniales) Por tanto:

Supresión de la mención de sexo en las partidas de nacimiento y documentos de identidad.

Libre decisión del nombre.

El matrimonio como derecho de las personas, no como derecho entre hombres y mujeres.

Agrupación en hospitales o cárceles por criterios médicos y psicológicos, no anatómicos.

Libre opción en los accesos a aseos, duchas y vestuarios.

Kim Pérez para esta web 20-01-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )( `` A quien le importa ´´ midi )

 

                                                    La Tierra en vilo: 2003

         El deseo de poseer la Tierra.....

Entramos con el ánimo receloso en un año que empieza con el anuncio de una guerra de la que a lo peor se ve el principio pero no el final. De esto es de lo que quiero hablar, de lo que se ve y de lo que no se ve, en este año 3 del tercer milenio... que nos llevará a las estrellas o nos hará ver las estrellas.

Lo que se ve, todos lo sabemos: la República Imperial poniendo la cuarta pata de su control sobre el área del petróleo, sangre de nuestra civilización (las otras tres patas de allí son Turquía, Israel y Arabia; y en Europa, Inglaterra, España e Italia) Pero por las bravas.

Lo que no se ve es esto: la concentración del capital privado por medio de opas y fusiones y su extensión capilar por zonas antes incólumes como el movimiento gay, que bajo el euro rosa se desactiva, se fashioniza, se glamouriza, se trivializa, justo en el momento en que podía ser más fuerte, rompedor y seductor.

¡Cuántos gritos de amor y de rabia hay que dar todavía desde el fondo de nuestras almas gaylesbitrans que no se han dado!

En el instante en que la capitalización global deja ver su peor cara (armándose, mintiendo), y a la vez que empieza a resurgir la idea de que otro mundo es posible.

Cuando volvemos a proyectar un mundo igualitario, en el que nuestros valores vuelvan a respetarse, sin que el consumismo los devore.

En el que se vuelva a ver la pureza humana (que no ha desaparecido, pero que no se ve, bajo el estruendo)

Cuando la confusa antiglobalización muestra que nos estamos desperezando, estirando los brazos y las piernas, despertándonos, yendo hacia donde cada cual piense que debe ir, pero andando.

En estos momentos, cielos, ¿dónde está la bandera del arco iris?

Yo la he visto, la he visto, bueno la hemos visto todos, por lo menos, en la Puerta del Sol, cuando las uvas; estaba muy bonita, ondeando a un lado y otro, entre la alegría y el bullicio; bendito el que la sacó y la ondeó, para defender su honor.

Había también, por allí, una bandera de Palestina y otra de Venezuela, que ondeaban también, en estas duras Navidades.

¿Pero vemos la bandera del Arco Iris en todas partes, defendiendo los derechos de todas las minorías, que es lo que representa?

Otra cosa que no se ve aquí, pero se ve en Europa, son las reacciones lepenistas o haideristas, que se atisban, sólo se vislumbran, en nuestra Península y que ojalá no se concreten nunca jamás, frente a una inmigración que necesitamos como el aire (invernaderos, tajos de obras, campo, servicio doméstico, minas, seguridad social futura) y que nos renueva.

¡Ahora que nos estamos convirtiendo en un país cosmopolita, con nuevas alegrías y nuevas penas, con los Lavapiés, la Calle de las Teterías, de Granada, los Ejidos...!

Pero los timoratos, los ciezos maníos, que suelen ser también los conservaduros, se asustan y rezongan.

Oigo, muy bajito todavía, pero me parece oír un sordo runrún peligroso.

Puede que si maduran los miedos, los viejos de espíritu se líen a batazos contra los inmigrantes.

Y que nadie se haga ilusiones: los inmigrantes y nosotros somos lo mismo (podéis hacer ese gesto de poner los dos índices juntitos)

Palo que se escape de los inmigrantes, palo que puede caer sobre nuestras cabezas.

La intolerancia es única.

¿No están ya el Oppus y la Jerarquía fomentando, apoyando y animando una verdadera campaña de odio contra nosotros, en cartas al director y artículos de sus medios más cercanos, por la que pedirán también perdón... dentro de cien años?

Es asombroso, pero parece que el sitio que han ido ocupando los judíos, los protestantes, los ateos... ¡lo ocupamos ahora nosotros! ¡Somos los únicos con quienes no se habla de dialogar!

Tendremos que estar de pie antes que ellos y que otros; aunque seamos pocos, hoy por hoy, los militantes gaylesbitrans debemos mirarnos unos a otros, sonreír y decirnos: "Aquí estamos".

Kim Pérez para esta web 13-01-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )( `` Breakfast In America ´´ midi )

 

                                                       Reyes Magos

         Llegaron los Reyes Magos...

Si yo, tal como soy yo, fuera diseñadora de juguetes para niñas, ya me habrían despedido porque no sabría lo que les gusta a muchas.

De los juguetes de los anuncios me sorprende todo, empezando por los colores: rosa, malva, fucsia, lila, violeta, azul muy suave... Demasiados tonos tibios, demasiado blandos para mí.

También me sorprende la insistencia en los cabellos: muñecas con cabelleras interminables, casi infinitas, incluso caballos redondeaditos con crines larguísimas y sedosas y colas igual que están diciendo: "¡Péiname!"

Hay casitas que me gustan más, pero la luz malva-rosa-lila-fucsia está en todas parts, calentándolas con un significado que me resulta extraterrestre

Hubieran sido otras cosas las que me hubieran gustado, nada de eso se me hubiera ocurrido, nada en mí me daría su calorcillo interior o una emoción o una insistente fascinación al verlo.

Ahora paso al campo de los niños. Tampoco hubiera podido ser diseñador o diseñadora, tampoco habría acertado.

No se me hubiera ocurrido en la vida diseñar un madelman supermusculado, con cara fiera, de pirata tatuado, bigotazo y boca torcida.

Tampoco entiendo un castillo que parece de los malos, por lo oscuro y negruzco, y que además está hecho para montarlo y luego derribarlo a bombazos, entre gritos salvajes y aspavientos de los chiquillos.

Tampoco me hubiera dicho nada un balón; más aún, me hubiera sentido muy desengañada si me lo hubieran echado los Reyes, porque para mí un balón no es un juguete.

Pero no hay problema, no los anuncian. En realidad, no hace falta anunciarlos.

Mis juguetes hubieran estado más cerca de los niños pero no hubieran sido del todo como los suyos o yo no hubiera jugado igual que ellos.

Me hubiera gustado un avión de combate. Me hubiera encantado. Siempre lo he deseado.

Pero no para combatir; no sé explicarme; quizás para que fuera un avión de combate, pero no para luchar yo con él.

Para imaginármelo volando.

Un avión como el de mi padre, que fue piloto de combate de verdad.

Quizás para ver a mi padre en él.

Un avión de combate es fuerte y duro, ágil y vertiginoso, mientras que una avioneta es una cosa de colorines y un avión de línea, un gusano de seda, que un día tendrá alas, pero que de momento es fofo.

Mi juguete más fascinante, más grande, la verdad al alcance de los niños, fue un calidoscopio, un tubo negro que hacía girar entre mis dedos y que me daba mil flores, mil estrellas, mil vidrieras de colores fuertes e intensos: rojos, verdes, azules, amarillos, jugando y transformándose a cada momento, con un solo movimiento.

Lo increíble, lo inesperado, la belleza de la vida en estado puro, Dios en persona. Iba por la arena de la playa con mi caleidoscopio en un ojo, el otro cerrado, sin poder dejar de mirar.

También me hubiera gustado tener una casita, seguro como la que había en la Najarra, una finca de Almuñécar, que era una casita de verdad, a escala, por la que los niños podían subir y bajar de verdad, entrar por sus puertecitas, de su altura, asomarse a sus ventanitas...

O un tren eléctrico, como el que tuve. Pero me hubiera gustado más el territorio del tren, hasta el punto de poder casi prescindir de él y de las vías, por lo menos en movimiento.

Hubiera dejado, en primer término la estación, con sus almacenes y anejos; eso es interesante; luego, por encima, un monte verde, con casitas soleadas, geranios en la ventanas, gente en los jardines, caminitos sinuosos, bosquecillos de abetos...

Sé que todo eso les había parecido aburrido a la mayor parte de los niños, verdaderas mariconadas, poco estimulantes, pero es lo que a mí me hubiera gustado.

¿Estimulantes, para qué?

Pienso que en los juguetes hay una dimensión instintiva, biológica, que es lo que fascina a las niñas o a los niños o a las pequeñas trans o a los pequeños trans, que es lo que les hace desearlos con ansiedad, que va más allá o se queda más acá de lo que se llama género, que es lo cultural.

Los colores malvas, lilas y rosas que tanto me extrañan y me descolocan en los juguetes de las niñas, tienen un tono que no sé si definir como carnal o floreal. Me recuerdan esas imágenes de una cara de mujer descansando sobre la cabecita de su bebé, tranquila y serena, embebida en sí misma o en la compañía de su niño, con cuya cabecita se unen sus labios repetidamente, en besos suaves.

O los largos y sedosos cabellos recuerdan y estimulan quizás el deseo de acariciar, de otra manera, de peinar largamente, una y otra vez, las largas melenas, lo mismo que las monas se absorben explorando el pelo y despiojando a sus monitos.

Por lo que a los niños respecta, también emerge la biología en estado puro: el desfogue, la necesidad de empujarse y de empujar, de gritar, de pelear, de hacer signos estentóreos y torpes de victoria, de derrumbar y romper, de analizar...

No hay que pensar que los niños juegan con lo que los padres les imponen.

Los juguetes que anuncia la televisión están diseñados después de un minucioso estudio de mercado, que seguro que incluye hasta encuestas psicológicas.

Las fábricas que se anuncian trabajan para millones de niños y niñas (no para unos poquitos y poquitas trans) y pagan los anuncios a precio de oro.

Si ofrecen eso es que hay demanda de eso. Y la demanda no viene de los padres, viene de los niños que les dicen: "Yo quiero esto o lo otro".

Por mi parte, tan extraña me siento a la mayoría mercantil de las niñas, como a la mayoría mercantil de los niños y por eso soy trans y he jugado siempre a mi manera: juguetes más bien de niños pero en compañía de niñas.

Resulta que al pensar en esto, me he hecho una especie de test proyectivo. Los resultados pueden ser muy distintos en cada persona, en cada trans.

Puede ser que haya trans a quienes les hayan encantado los juguetes de las dos clases que he comentado primero.

Si les han gustado cruzados (juguetes de niña para niño y viceversa) no hay problema; pero puede ser que les hayan gustado los juguetes que teóricamente les correspondían.

Como hay mucho que hablar, que me escriban: me ofrezco a comentarlo.

Kim Pérez para esta web 07-01-2003  Habla de este comentario ( indica el titulo  )( `` Los Tres Reyes Magos ´´ midi )

 

                                                Un cuento de Navidad trans

Y llegó la Navidad.....

 

- ¿Qué vais a hacer esta noche? - preguntó Alicia a su grupo de amigas a quienes hacía mucho tiempo que no veía. 

- No me vas a creer pero todavía no lo sé - respondió Lola-, quizá me quede en casa viendo televisión y comiendo palomitas ¿y vosotras?. 

- Yo quería proponer irnos de juerga por ahí, cenar y bailar toda la noche ¿qué os parece? - Sugirió Martha, con una maliciosa sonrisa llena de picardía. – Quizá podamos ligar algo. 

- Me parece buena idea –contestó Isabel-, le voy a decir a Enrique que se venga con nosotros. 

- ¿Sigues con el chico que conociste el año pasado, el primero de diciembre, día del sida? – preguntó Gabriela a Lucía. 

- Sí, tenemos veinte días de vivir juntos. –Levantando la ceja- Después de un año de relación decidimos compartir.  

- ¿Quién iba a decir que aquel ligue de una noche se iba a convertir en una relación seria? – se sorprendió Teresa, soltando su melena y poniendo al descubierto una mata de cabello negro. 

- Pues ya ves, -sonrió Lucía.- Ese ha sido uno de mis logros de este año; emparejarme con alguien que me quiere y me respeta; más allá del sexo que podemos tener ¿y vosotras andáis con alguien?. 

- No, en momentos como hoy sí apetece tener una pareja, pero yo no cambio mi libertad por nada del mundo, - habló Alicia mirando a las demás con una fuerza interna enorme-. Además, no creo que nadie acepte compartir mi sexualidad con otros hombres por dinero y luego llegar a casa  y tener tiempo para él. 

- Yo combino mi marido y mi trabajo, no tiene por qué ser incompatible,  –sugirió Martha, arreglándose el entallado vestido- El sabe que una cosa es diferente de la otra ¿no creéis?, aunque más de una vez me ha pedido que deje la calle, no creo que pueda vivir sin la independencia que me da el dinero.  

- Lástima que no nos dan pensión de jubilación, porque veinte años ¡son veinte años!, ja, ja, ja... –rieron todas al unísono-. Bueno, en serio, ¿qué hacemos esta noche, invitamos a los demás chicos trans?; me parece que se iban a reunir ellos. 

- Podemos juntar la fiesta, seremos más. No creo que pongan ningún impedimento. Le llamaremos a Rey para proponérselo. 

II 

Después de unos momentos, unas copas se levantaban sobre la mesa de aquella casa que recordaba las viejas cenas de muchos integrantes en la familia. 

- Por favor brindemos, por este nuevo encuentro y cuando choquen estas copas pidamos un deseo desde lo más profundo de nuestros corazones. – Pidió Martín, con la voz varonil que lo caracteriza. 

Y lo siguiente salió de lo más recóndito de su ser, algunos deseos pincelados de esperanza y de amargura; pero totalmente sinceros: 

- Yo pido que me toque la lotería – rieron todos- para operarme, que es lo que más deseo en el mundo. Así se terminarán mis días de angustia y encontraré la libertad que tanto anhelo. Aunque sé que la operación no es lo único en la vida, a mí me ayudaría a vivir en paz conmigo mismo. Pues desde siempre he deseado tener el “quinto elemento” –refiriéndose a su miembro viril- que me convertiría en un hombre pleno. 

Mientras iban hablando pasaban una flor de mano en mano y cada palabra era escuchada atentamente. 

- Mi deseo es que encuentre trabajo pronto y que mi familia entienda que no estoy loca o enferma, - susurró la más pequeña del grupo-, y que se acabe el rechazo a las personas transexuales en la sociedad para poder ser lo que cada uno de nosotr@s deseamos. 

- Yo le pido a Dios o al ser superior que conserve mi relación con mi mujer, que le de paciencia para aguantar mi proceso de cambio de sexo de mujer a hombre y que siempre esté a mi lado. Dale salud y guárdamela por mucho tiempo, pues no sé que haría sin ella -dijo aquel hombre con un nudo en la garganta, haciendo guardar un silencio total. 

- Estos momentos de silencio los quiero ofrecer a mi mejor amiga Mª José que hoy no está con nosotros. A su memoria y diciéndole desde aquí lo mucho que la echamos de menos, sobre todo yo, porque fue la única persona que confió en mí y me animó a luchar. Desde aquí Mª José, un beso y pedirte que le digas a Dios que nos ayude en esta dura vida. 

- Yo quiero encontrar una persona con quien compartir, pero que me trate de igual a igual; que me presente a su familia y no se avergüence de mí; -una lágrima se asomó en sus ojos y mientras hablaba rodó por sus mejillas.- También deseo eliminar el miedo de ser descubierta como transexual, que las personas me traten como una persona más, y si saben de mi condición, no me rechacen. Quiero un poco de fuerza para seguir adelante. 

- Mi deseo es tener dinero para dejar de trabajar en el frío de la calle y poder retirarme para vivir tranquilamente; creo que ya es suficiente. –Habló aquella mujer a la que los años la habían hecho más bella.- Aunque es un trabajo que me permite conocer muchas personas de diferentes niveles, yo quiero cambiar, porque la calle te va echando por personas más jóvenes. Ley de vida, así que deseo un dinero para poder estar serenamente. 

- La petición que quiero hacer es que se acabe el mal estado de salud de mi pareja, -se oyó una voz apartada-, que le provocan las hormonas que toma cada día en su anhelo de ser quien desea ser. Que el sueño de vivir con el género que desea no se convierta en un perjuicio para su salud. Yo le quiero así, tal y como está, si desea cambiar, le apoyo; pero que no enferme, por favor.  

- Yo deseo más unión en el colectivo transexual, -habló la líder del grupo, mirando cada rostro con una expresión que genera confianza-, que nos unamos y no nos ataquemos l@s un@s a los otr@s, como ha pasado alguna vez; que el respeto por nuestras diferencias prime en nuestras vidas; pues creo que podemos convivir trans operadas, no operadas, transgenéricas y travestidas, jóvenes y viejas, prostitutas y no prostitutas, chicos y chicas. Para que unid@s podamos luchar por leyes más justas y atención médica en la sanidad pública.  

- Yo este año, no sufro por mi familia que está lejos y que no entiende el esfuerzo de vivir feliz conmigo misma; sino que disfruto la oportunidad de estar nuevamente reunidos. Brindo por cada un@ de nosotr@s, las chicas, los chicos, las parejas y los amigos que nos hemos reunido hoy. Juntas y juntos estamos desafiando al mundo con nuestro modo de vida. Es por eso que brindemos, por nosotr@s mism@s, por un año más. Gracias. 

Aplausos y abrazos se escucharon esa noche; a sabiendas que afuera estaba un mundo raro, incomprensible y caótico. ¿Pero qué importaba?, si estaban juntos, si se cuidaban mutuamente, si se hallaban en aquel espacio de seguridad. Si la felicidad no existe, sí existen momentos felices, y éste era uno de ellos...

Charly Fonseca para esta web 23-12-2002  Habla de este comentario ( indica el titulo  )( `` ChristmasMedley ´´ midi )

 

                                                         Kano Sozaburo

 Cartel de la pelicula

 

La impresión que me dio Kano Sozaburo cuando lo vi en "Gohatto" es que, si lo hubiese visto con catorce años, mi vida habría cambiado.

En aquellos catorce años hubiera visto en él una huidiza belleza semifemenina, en la que lo duro del fondo se transforma en lo suave de las formas, unida a una fuerza masculina sólida en el movimiento de las piernas y en los grandes pies desnudos, firmes sobre el suelo.

La belleza de sus facciones me hubiera invadido de tal manera que me hubiera imaginado que eran las mías, como las siento ahora.

La finura de sus labios, que se contraen ligeramente, sobre todo el superior, hubiera imaginado que se repetía en mis labios. Labios silenciosos, secretos, que apenas pronuncian nada, salvo el obediente y enérgico "¡Ha!" de los guerreros.

Es amado por eso. Él casi elude a los hombres, discreto como una mujer, con su paso ligeramente vacilante, con piernas muy separadas, que le lleva a dónde sólo él quiere ir, pero los hombres a su alrededor se convierten en amantes. Un hombre amante es bello. Eso es lo que yo hubiera querido con los catorce años, ser amado, valorado y puesto sobre el altar de lo inaccesible.

Esto hace que se pueda ser mujer y hombre sutilmente, de una manera tan entrelazada que no se puede separar lo uno de lo otro. Yo hubiera adquirido seguridad en mi propia belleza que, con catorce años, era unos ojos negros e inmensos en los que brillaban mil risas cortadas en seco.

Yo también lo hubiera amado a él. Hubiera sido mi otro yo, carne de mi carne, alma de mi alma, yo de mi yo, como les pasa a los adolescentes. Hubiera aprendido de Kano a existir. En la película, lo más masculino de Kano Sozaburo, es que desea matar. Yo he matado mi masculinidad corporal con gusto y me pregunto cuánta ira hay en mí, contenida.

Fuera de la película, Kano Sozaburo se llama Ryuhei Matsuda; es un estudiante de bachillerato, supongo que solitario y callado, que juega al fútbol y hace de sus compañeros amantes extraviados que no se atreven a decirlo. Le deseo que muera pronto, porque su belleza juvenil se perderá dentro de muy pocos años y su existencia dejará de tener sentido para él mismo, belleza sobrenatural encarnada.

Kim Pérez para esta web 17-12-2002  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( `` Gohatto ´´ midi de la película  )

 

                                                         Disforia de género

 Los géneros no son fijos, no son inmutables...

 

Disforia de género. O sea, disgusto de género.

Es una expresión negativa, pero a veces puede resultar más positiva y tranquilizadora de lo que parece.

Muchas veces me he encontrado rodeada por los "no".

No quiero ser hombre.

No puedo, no consigo ser mujer.

¿Qué soy?

Disfórica de género.

De pronto, con estas palabras, doy un salto: desde mí, desde mis problemas, hasta el género.

Puede ser que este niño, este adolescente, que llegó al mundo y se encontró con que había sólo dos géneros, el masculino y el femenino, descubriera que no le gustaba ninguno, tal como venían preparados.

Y a lo mejor tenía razón.

Los géneros no son fijos, no son inmutables. No ha sido lo mismo ser mujer en 1900 que serlo en 2000.

Existe por tanto el derecho a decir: "¡No me gustan los géneros, tal como están! ¡No me gusta el género que os empeñáis en que sea el mío! ¡Quiero cambiar de género! O: ¡Quiero cambiar de género, pero irme a ota cosa, no a lo que hay!"

No es nada sagrado: unos genitales, ¿un género? Si lo que llaman sagrado resulta variable, entonces no hay nada sagrado que obligue a mantener la unión entre lo uno y lo otro.

A veces, las cosas llegan más lejos: el niño, el adolescente que viene a este mundo y se mira en el espejo o en su propio cuerpo, puede decirse: "No me gustan estos órganos generativos. No me gusta la sexualidad que se supone que me corresponde".

Entonces, es un ser humano cuestionando la Naturaleza.

¿Pero es eso algo malo?

¿La Naturaleza tiene que estar por encima de nosotros? ¿Tenemos que obedecerla?

Eso es lo que hacen los animales. ¡Entonces, seríamos como animales!

El ser humano sólo está por debajo de la Ley del Bien y del Mal. No podemos hacer que lo bueno se vuelva malo, ni al revés, aunque muchas veces querríamos.

Para el ser humano, el bien es dominar la Naturaleza, ponerla a su servicio. Así de grande. No para dañarla, no para que le dañe: a su servicio.

Entonces, los descontentos somos los que mejor expresamos la condición humana.

Los que hacemos que las cosas cambien y mejoren.

Los disgustados.

Los disfóricos.

Kim Pérez para esta web 09-12-2002  Habla de este comentario ( indica el titulo  )     ( `` In my life ´´ Beatles midi  )

                                                             Outers

 Primera Mani Orgullo en el 77, las trans siempre ahí.....

De la clandestinidad (antes, de las hogueras), a la "integración homosexual" (años 60); después, Stonewall (hecho por trans que se consideraban todavía una forma de gays); después, el Orgullo Gay; las identidades (años 70); luego, lo queer, lo raro, lo marica, lo provocador, lo rompegéneros (años 80 y 90) Ésta es nuestra historia. Bueno, en los Estados Unidos.

En España, la antigua sede del Imperio Católico, todo ha ido más deprisa y como atropellándose unas cosas a otras: de los mariquitas de Cádiz, defendiéndose mediante una autodenigración burlona, el subdesarrollo y la dictadura, al desarrollo, la Transición, Bibi Andersen y el Front d’Alliberament Gai de Catalunya, junto con el integracionismo de Barcelona y Valencia (años 70). Luego vinieron Chueca y el Orgullo Gay (años 90) Lo queer ha sido aquí un fuerte impulso teórico. ¡Todo esto en el transcurso de una vida humana, Dios mío, por ejemplo la mía, desde la clandestinidad al transactivismo!

¿Dónde estamos ahora?

Creo que en condiciones parecidas. En los Estados Unidos se ha ido despacio y marcando el camino, y en España nos hemos acelerado y hemos conseguido estar en un plano similar en pocos años. Más profundamente quizás. En Estados Unidos la Seguridad Social no cubre el cambio de sexo y aquí no hay fundamentalismo social.

En los años cero, estamos en lo postqueer o transqueer. ¿Por qué digo eso? Porque hemos traspasado, atravesado lo queer y estamos en un lugar superior.

Hemos aprendido de las ideas queer (Foucault), no las negamos, pero estamos en la práctica más lejos.

Ya no somos los raros, porque la sociedad nos imita y nos sigue, aprende de nosotros.

Los que éramos marginales, somos centrales, vanguardia que transmite ideas, valores y consumo, teoría no ya sobre nosotros sino sobre todo el ser humano.

Nuestra experiencia radical se convierte en una experiencia humana radical, de dimensiones colectivas.

El mundo se abre y se transforma.

Hacemos que cada cual pueda verse a sí mismo sin las rigideces conceptuales de la ortodoxia sexual. Que no tenga que imitar formas ajenas. Que cree las propias.

Que no tenga que someterse a disciplinas ajenas. Que aprenda que su realidad es interior y que la libere.

Que asuma actitudes, ropa, proyectos, fundamentalmente propios. Que se una voluntariamente a los semejantes que encuentre, no reglamentariamente.

Empezando por el sexo, el género y la orientación y siguiendo por todo lo demás.

Por eso somos los outers, los exteriores.

Los que hemos salido del armario, en una sociedad que también está saliendo del armario.

En la que se abandonan las antiguas ligaduras (religiosidades de pertenencia social, convencionalismos rurales, conservadurismos temerosos) y se contempla cómo nosotros, gays, lesbis, bisex, trans, afirmamos y defendemos la soberanía de la realidad interior.

La hemos defendido en un nivel teórico, primero.

En los años 60, el feminismo trajo el concepto de sexismo, como problema de resolución prioritaria, viendo claramente dos sexos, uno dominante y otro subordinado. En los 70, la experiencia trans produjo, entre las feministas, el concepto de género, como realidad distinta del sexo.

En los años 80, el movimiento gaylésbico amplió el sexismo hasta el heterosexismo: ya no se veían sólo los sexos o los géneros, sino una sexualidad definida como natural, la heterosexualidad, y otra que se le contraponía, la homosexualidad (Foucault pensaba que del concepto de heterosexual nació el de homosexual; yo creo que fue al contrario: la práctica homosexual provocó por reacción la creación de los dos conceptos, transformados en identidades)

Los disfóricos de género somos en los años cero quienes podemos profundizar en el binarismo sexual o sexobinarismo, (que rompen justamente todos los bisexismos, intersexualismos o transexualismos), llegando a comprender con toda claridad que el problema es el número dos que afecta a todos los conceptos sexuales: porque recordaremos como hecho básico que no hay sólo dos sexos físicos, sino muchos más, todas las formas intermedias, incluidas la nuestras sean naturales (intersexualidades cerebrales) o culturalmente realizadas; a las feministas les recordamos que estas formas intermedias no hemos existido siquiera en el discurso político, hasta que hemos dicho: "Estamos aquí; tenéis que contar con nosotras" (esto fue lo que les tuve que decir literalmente en una reunión sobre género en Granada en 2002, para pedir que no se hablara sólo de hombres y mujeres, sino de hombres, mujeres y minorías sexuales; y fui muy bien comprendida); hablando de géneros, podemos decir que no hay sólo dos, lo masculino y lo femenino, sino muchos, muy sutiles, muy variados, muy hermosos, muy enigmáticos, muy reales; hablando de sexualidad, tenemos que decir que no hay sólo la atracción de un hombre por una mujer o la de una mujer por un hombre (o la de un hombre por un hombre y la de una mujer por una mujer), sino un sinfín de sentimientos y comportamientos, temporales o permanentes, de amores de una persona por otra antes que por su sexo o su género, de amores ambiguos por personas ambiguas, que no somos ni hombres ni mujeres, pero somos cada cual y tenemos nuestra belleza propia, irrebatible, irresistible.

Para defendernos a nosotros mismos, para defender nuestro derecho a existir, tal como somos, hemos afirmado que la sexualidad es y debe ser múltiple, confusa, sutil y que lo que en ella cuenta ya es la expresión personal y la atracción entre personas individuales. Expresión y atracción que suelen incluir el deseo de los hijos, pero tambien pueden eludirlo.

Y que esto es un valor que todos pueden reconocer y admitir.

Los disfóricos de género, por definición, somos quienes hemos terminado de romper las barreras. Somos quienes nos hemos sentido profundamente a disgusto con el sistema binario de géneros y quienes a través de él hemos descubierto la irrealidad del sistema binario de sexos y del sistema binario de las orientaciones. Hemos hecho ciudadanos a quienes eran inexistentes en su singularidad.

Por medio, nos hemos encontrado con una sociedad que siguiendo ya su propio impulso o el impulso que le hemos dado, sin apoyaturas teóricas siquiera, va entrando en esta nueva realidad. Heterogays y drags no provocadoras sino integradas, futbolistas que se besan en la boca al meter un gol. Identidades diluidas, variables, cambiantes. Experiencia humana. Exploración. Afirmación de lo que soy yo.

¿Quién me puede negar ese derecho?

"Kránpack" es una película outer española, del 2000, en la que dos amigos adolescentes se hacen pajas mutuas pensando en otra cosa, follan incluso, mientras uno evoluciona hacia el amor por los hombres y otro hacia el amor por las mujeres, sin hacerse preguntas ni dramas.

"Gohatto" es una película outer japonesa que se sitúa en su siglo XIX pero descubre los sentimientos de nuestro tiempo: en un mundo de hombres es posible que todos se enamoren y todos se sorprendan y todos bromeen por la atracción que sienten hacia un compañero en quien feminidad y masculinidad son sólo conceptos, distinciones mentales que separan artificialmente lo que en su persona es una sola y vertiginosa realidad. 

Kim Pérez para esta web 02-12-2002  Habla de este comentario ( indica el titulo  ) ( ` I will survive´´ Gloria Gaynor midi )

 

                                                               Niños

   Te rodean los adolescentes y los niños.....

 

Este fin de semana estuve en unas jornadas gays y lésbicas (con algunas trans también)

Como de costumbre, muchos saludos, muchos besos, todo muy normal, muy amistoso, muy cálido, muy divertido. Por las noches, cada cual hizo lo propio: al ambiente.

Follón de gente, ¡cuánta gente estamos!; los bares llenos de bote en bote, empujones, miradas, seducciones o, más sencillo, saludos de gente que te conoce y te da un beso, te dice unas palabras, hola, ¡hasta la vista!

El lunes, al trabajo. Lo has pasado tan bien, que te parece natural contarlo. Llegas deseando contarlo. ¡Si aquello está lleno! ¡Si todo el mundo entiende!

El trabajo debe de ser una continuación de lo mismo. ¿No ves caras por el estilo de las de anoche, miradas serias o graciosas, bigotes o labios pintados?

Hay heteros claro, pero es que yo no voy a hablar de sexo (tampoco ellos hablan), voy a hablar de diversión, de lo bien que lo pasamos en tal sitio, de amigos, etcétera.

Etcétera, porque bien sabes que la ley del trabajo es el silencio. El armario general. Es que no se puede hablar. Tú eres trans, desde luego, se te nota, sobre todo por la falda, pero no vayas a hablar del ambiente, de las drags descomunales, de los camareros supercuerpos, que todos se van a quedar cortados hasta que alguno diga: "¡Las y diez! ¡A clase!".

Pero lo más digno de consideración es que tú trabajas en la enseñanza y que tu trabajo sea un instituto. Te rodean los adolescentes y los niños. Muchos. Por todas partes.

Te das cuenta de que no puedes decir ni una palabra. Te das cuenta de que muchos de ellos tampoco pueden decir ni una palabra.

Es que hay dos mundos, separados por el silencio.

Hay el ambiente y hay otro mundo.

Lo que en el ambiente es normal, divertido, amistoso, reconocido, masivo, aquí no existe. No se puede decir.

No se puede hablar, nadie habla de ello.

Recuerdas tu propia niñez y tu propia adolescencia y te sitúas muy bien.

El silencio. El disimulo. Lo más importante de tu vida, callado y disimulado.

Lo más hermoso. Lo más fuerte. Las pasiones. Los sueños.

Las angustias, calladas.

Las alegrías, pocas o ninguna.

Pero reconoces que por lo menos el silencio suponía una cápsula de seguridad. Te envolvía como el cristal. Tú subías las escaleras, pensando en tus cosas, y como nadie las sabía, te dejaban en paz.

Eras un niño burbuja, sin que nadie lo supiera.

Lo más corriente es que fueras un solitario. No podías hacer migas con los niños y te daba corte irte con las niñas. El raro. Pero, bueno... Entenderte a ti mismo. ¿Qué soy? ¿Es pecado? ¿O no?

Estadísticas: ¿un diez por ciento, entre intersexualillos, gaycillos, lesbianitas, bisexualillos perplejos, travestillas de cuarto de baño a cal y canto?

¿Cuánta gente es un diez por ciento en un instituto de mil alumnos? ¿O nada más que un cinco por ciento?

Están ahí. Hemos estado ahí.

En la edad más delicada de la vida, nuestros niños y nuestros adolescentes, nosotros, callados, avergonzados, confundidos.

Silencio. ¿Y por qué, en nombre de qué?

Si se llega a saber algo (porque has confiado en quien no podías confiar, o tienes pluma, o alguien ha leído algo que has escrito...), para qué decirte.

En esa edad, Dios mío, en esa edad, en la que todos se preocupan del bien de los niños y los adolescentes, ¿quién se preocupa del bien de los niños y los adolescentes gays, lesbis, bis, trans?

¿Quién les oye, quién les presta atención?

¿Quién cuenta con que existen?

¿Quién los defiende de insultos –el maricón, la bollera- , quién los consuela?

Cuando los propios padres no se enteran, o no has querido que se enteren, o no quieren saber nada, o te atacan y tú no sabes la manera de pedirles ayuda?

¡Papá! ¡Mamá! Estos gritos de socorro básicos suenan y muchas veces no son respondidos.

¿Quién llora por nuestros niños y nuestros adolescentes las lágrimas que hemos derramado nosotros y nosotras mismos?

¿Quién hace que no sean dos mundos separados por los prejuicios y el silencio, el mundo que no entiende y el mundo que entiende, dándole ahora a esta palabra su sentido de respeto, consideración y, cuando sea preciso, compasión?

Están ahí, encerrados, sufriendo. ¡Sacadlos de ahí!

Por lo más hondo y lo más sagrado para mí, por lo que más quiero, éste debe ser nuestro trabajo fundamental. El prioritario. El que más energías consuma.

Trabajo difícil a chorros. Pongamos que hacemos una Asociación de Profesores GLBT dispuestos a defender, en primer lugar, a los alumnos. Nos verán como pederastas. Pongamos que se proponen charlas formativas sobre minorías sexuales. Muchas Asociaciones de Padres dirán: "No". O "que mi hijo no vaya". Pongamos que un Centro privado, no estatal, toma cualquier iniciativa: "Allí hacen propaganda de la homosexualidad". Ruina por desbandada.

¿Cómo, entonces?

Una ley. Una ley que imponga, a todo el país, una hora por lo menos, cada curso, una hora entre un millar, para explicar lo que son las minorías sexuales. Unas tutorías formadas y especializadas mediante los debidos cursillos. Unas Asociaciones de Padres de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales, que tengan derecho reconocido a ser oídas.

Pero como base de todo, una Ley. No podemos descansar hasta que exista una Ley de Derechos Escolares de las Minorías Sexuales, que incluya la atención obligatoria a los niños y los adolescentes.

De estas jornadas, recordaré una idea: por delante de la petición de comprensión y tolerancia al cuerpo social, está la exigencia de igualdad ante la Ley.

Kim Pérez para esta web 25-11-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  ) ( `` I have a dream ´´ Abba midi )

 

                                                                Caña

   Ave Fenix resurgiendo de las llamas

¿Por qué van las personas trans al cuchillo?

Por dos razones distintas:

Unas, porque necesitan ajustar su imagen interior con la imagen exterior.

Otras, porque necesitan que los demás vean la imagen exterior que corresponde a su imagen interior.

Es decir, una, sobre todo, por sí mismas; aunque tuvieran que irse a vivir a una isla desierta, si antes tuvieran la oportunidad, lo harían.

Otras, sobre todo para resolver problemas sociales de dignidad, reconocimiento, cambio legal de nombre, matrimonio, etc.

En la práctica, las dos razones actúan juntas. Pero lo que quiero subrayar es la expresión "sobre todo".

Unas, sobre todo por una cosa.

Otras, sobre todo por otra.

Introvertidos y extravertidos. 

El cambio de sexo tiene una fase suave, casi natural, cuando la hormonación desarrolla los pechos en las trans femeninas, el micropene, que será micro pero es pene, en los trans masculinos.

Son partes que están en nuestros cuerpos (bisexuados de manera natural, qué curioso) y que sólo tienen que crecer como crece un ser vivo.

Pero luego, en algunos casos, aparece por delante algo tan fuertemente iluminado, duro, frío y artificial como un quirófano y un cuchillo.

Quieras que no, le va a hacer daño a nuestro pobre cuerpo. Le va a dar un corte o un montón de cortes, que luego van a ser nuestro orgullo. Nuestras heridas.

Habrá que tener ideas muy claras y muy radicales para dejar de acudir al quirófano. 

¿Podremos llegar a ser tan valientes como para decir en voz alta: soy intersexual (cerebral) o soy disfórico de género; deseo por encima de todo la operación, pero si pongo en juego mi inteligencia, a lo mejor me convenzo de dejarla a un lado?

¿Qué es lo que tengo que comprender para medio atreverme –temblando- a decir eso? 

Creo que lo que tengo que ver con toda nitidez es que nuestros pueblos enteros y yo misma tenemos metido hasta el fondo de nuestro ser el concepto heterosexista.

Tan metido, que es lo que vemos; que no nos damos cuenta de que es un cristal de colores puesto delante de la realidad; que estamos seguros de que las cosas son así porque todos las dicen.

¿Qué es el heterosexismo?

El concepto (los conceptos pueden estar equivocados) de que hay sólo:

Dos sexos.

Dos géneros.

Dos orientaciones.

Y que no hay, o no debe haber, nada en medio, ni nada cruzado, ni nada al contrario.

Pero sabemos que la naturaleza crea continuamente personas que están (o estamos) en medio de los dos sexos.

Es la naturaleza la que lo hace.

¡Es un error de la naturaleza!, dirá alguno. ¿La naturaleza se equivoca!

¿Estás seguro de saber tanto como para juzgar a la naturaleza o a Dios?  

                 Cuando los sexos se funden

¡Hay más de dos sexos! ¡Hay más de dos géneros! ¡Hay más de dos orientaciones! ¡Esto es lo que hay!

Y en ese "más" estamos nosotros.

Ésta es la cuestión. Si yo he querido dejar de ser hombre para ser mujer, ¿no será porque tengo metida en mi alma, hasta el fondo, la idea de que sólo hay hombres o mujeres?

¿No será que me olvidado de que yo soy yo misma, distinta, sólo yo, a mi manera?

También sé que es por los demás. Sé que ellos piensan que sólo hay hombres o mujeres. Si no quiero que me vean como hombre, tendré que hacer todo lo que pueda para que me vean como mujer.

¿Pero no es eso seguir el rollo como hasta ahora?

¿No tendré yo, precisamente yo, por mi manera de ser, que enseñarles que hay muchas maneras de ser humano, no sólo la de ser hombre o mujer, masculino o femenina y desde luego heterosexual?

¿No lo están aprendiendo todos de hecho, sobre todo las generaciones más nuevas, que ya pasan de que su compañero o compañera sea mariquita o lesbiana?

¿No va ya la sociedad muy deprisa y lo que hace falta es aclararle las ideas para que vaya más deprisa todavía, en nombre de los que hasta ahora hemos sido mil veces víctimas, por no ser comprendidos, por no comprendernos a nosotros mismos?

¿No tengo derecho a ser un rompegéneros, o una drag, según mi humor o mi temperamento, a que la sociedad se ajuste a mí y no yo a ella, porque yo existo y por eso soy respetable?

Yo, desde luego, estoy harta de jugar al juego de que todos me vean sólo como mujer. Yo no quiero jugar más a ese juego.

Mi compañera de trabajo Ana se quedó muy contenta una vez cuando pensó que "el sexo de los ángeles" era el de Kim. Un taxista que me aprecia y me respeta, me preguntó el otro día: "¿De qué es usted profesor?" Mis alumnos me llaman: "¡Señorita!" Una alumna lesbiana, orgullosa de mí, ante sus compañeros: "Yo soy como él".

O sea, que no hay desprecio, ni burla, ni sarcasmo: me ven como me ven. Unas veces en femenino y otras en masculino y otras, como Ana, en neutro.

Es que me ven como soy.

O sea, que a lo mejor (no quiero asegurarlo) si yo hubiera comprendido todo esto antes, la pilila con la que he nacido podría descansar tranquilamente en mi ingle, como un animalito en su madriguera.

Y yo seguiría sin ser hombre. Sería trans. Seguramente me habría hormonado y mis dos tetillas, naturales, habrían crecido hasta convertirse en pechos.

Si todos lo hubieran sabido, si mi sociedad hubiera estado como lo está ahora la de Gran Bretaña, o la de Holanda, o la misma nuestra pero ahora, me hubieran ayudado desde los catorce o quince años.

Habrían detenido mi pubertad. No habría crecido tanto como he crecido. No habría tenido barba. Mi cara hubiera seguido siendo muy suave y ovalada.

Y habría seguido siendo trans. Ni hombre ni mujer. Lo de en medio.

Mis genitales se habrían quedado dormidos definitivamente. Pequeños y suaves. Me habría puesto, conscientemente, un nombre ambiguo (Kim es un nombre ambiguo)

Sería lo que soy. Trans.

Kim Pérez para esta web 18-11-2002  Habla de este comento ( indica en el titulo  ) (Gloria Gaynor `` Soy quien soy ´´midi )

 

                               La mano de la Cibeles, diosa de la transexualidad          

   Cibeles diosa de la Transexualidad

Madrid está centrada emblemáticamente en la imagen de Cibeles, de quien habíamos olvidado que es la diosa de la transexualidad, del impulso misterioso que, bajo la forma de los leones de colas batientes y bocas rugientes que la llevan por los bosques nemorosos, empujó a Atis a convertirse en mujer.

Las galas, las sacerdotisas transexuales de Cibeles, seguidoras de Atis, quien había enigmáticamente llegado a ser considerada como la diosa de la fecundidad, por el sacrificio de su capacidad genesíaca, llegaron con su religión desde Frigia hasta la Roma metropolitana, donde alcanzó renombre universal.  Kim Pérez: “Cibeles, nuestra memoria”.

Según ha anunciado el concejal de Rehabilitación, la madrileña estatua de Cibeles va a contar con dos nuevas manos. La izquierda, posada sobre la llave de la capital, será de mármol de Montesclaros y no de resina como se pensó en un primer momento. Recordemos que la mano de la diosa fue arrancada por unos jóvenes el pasado 21 de septiembre. Tras una noche de diversión y borrachera acabaron subiéndose al monumento y rompiendo la mano, la cual se llevaron y depositaron en un contenedor de escombros del barrio de Entrevías. El miembro de la emblemática estatua fue vertido, junto con la basura, en Valdemingómez. Por ello, la mano arrancada no ha sido buscada. Seguramente yacerá bajo muchos metros cúbicos de piedra y desperdicios. 

Lo que no sabían los jóvenes que dejaron manca a la Cibeles, y probablemente desconoce buena parte de la población española, es que la afectada es la diosa de la Transexualidad (Sí, sí, homófobos y tránsfobos, los GLBT tenemos cultura y símbolos propios). Yo mismo no lo supe hasta que no conocí a Kim Pérez, la Presidenta de la Asociación Identidad de Género, a la que debo una amistad cargada de enseñanzas y sentimientos. Curiosamente, estos acontecimientos tan poco afortunados han sucedido paralelamente a la paralización de la Ley de Identidad Sexual. Ha sido difícil evitar la relación de un hecho con otro. El Partido Popular, que ya no puede ocultar la dominación a la que está sometido por parte de la jerarquía eclesiástica y el opus dei, intenta poner cortapisas y obstáculos para que la población transexual, gay y lesbiana, no consiga la equiparación legal que le pertenece. 

No creo en la casualidad, sino en la causalidad. Los signos dominan los caminos de nuestras vidas. Los jóvenes que arrancaron la mano de la Cibeles simbolizan el poder opresor e intolerante (y de paso la España profunda) que intenta evitar el libre desenvolvimiento de la personalidad de miles de transexuales españoles. Arrancaron a la diosa parte de su derecho a ejercer la democracia, evitando así levantar el puño para que nuestros actuales gobernantes no se salten la Constitución Española ni los tratados donde se defiende y protege al colectivo trans. La Cibeles no puede hablar ni protestar, al igual que los transexuales sumidos en la más absoluta de las depresiones, encerrados individual y socialmente en un cuerpo que no les pertenece por obra y gracia de los ridículos cánones establecidos tras el horripilante invento de la máquina capitalista. La mano de la diosa fue a parar al gran vertedero madrileño y los jóvenes se fueron a su casa a dormir ¿tranquilos?.  

La Cibeles es testigo mudo de los destrozos que se producen a su alrededor cuando gana un partido el Real Madrid. Esta es la cultura que han enseñado a los jóvenes que arrancaron la mano de uno de los principales símbolos de la capital y la cultura trans. La diosa, aparte de tener que aguantar, como muchos españoles, los gritos y acciones de “júbilo” de miles de personas cuya existencia depende de que unos cuantos tíos en calzones ganen un partido, también tiene que soportar que los herederos de arraigadas tradiciones no sepan ni cogerse una supina borrachera sin dejar a su paso una estela de destrozos irracionales. El asunto de la Cibeles supone un suceso que refleja, por ser la diosa de la Transexualidad, la situación de miles de personas en este país que asisten impotentes a la paralización de sus derechos. Una vez más se demuestra que algunos no comprenden algo si no lo sienten; y nadie tolera nada si no conoce.  

Pero la Cibeles, diosa de la Transexualidad, es como la energía. Se transforma, no se destruye y conseguirá aquello que le corresponde. Su mano le será devuelta y en la misma línea coexistirá la capacidad para lograr la activación de la Ley de Identidad de Género como una constante para el colectivo transexual. Y gays y lesbianas estaremos justo ahí, a su lado. Porque nuestra cultura está guiada por los sentimientos; los mismos que instalaron un nudo en mi garganta cuando la Cibeles quedó manca… eso que llaman “Síndrome de Stendhal”. Lo siento a menudo porque adoro mi ciudad, Madrid. Tanto como al orgullo de pertenecer al colectivo gaylesbitrans. 

Por Adolfo Coria para esta web 04-11-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  ) ( Madrid Madrid midi )

 

                                                   Posible o imposible

  

 

Yo me he criado en una casa que he visto hoy, al pasar. Tenía una torrecilla con ventanitas en arco y tejado piramidal y estaba sumergida en una deliciosa espesura de plátanos de Indias, un grandísimo ciprés y chorros de flores. Celestinas con ramitos azul celeste y rositas de pitiminí en cascadas amarillas y quizás (no me acuerdo) buganvilias encendidas y glicinias melosas...

¡Qué poco me podía figurar entonces lo que la vida, oculta tras ese espesor de hojas, me reservaba, a mí y las personas que son como yo!

Lo primero, cuarenta años de armario absoluto respecto a mis sentimientos. Clandestinidad, humillación, silencio. Sólo unos breves destellos de libertad.

Bueno, sé que ésta es la situación de un número indeterminado, respetable, conmovedor, de personas que leen estos foros. Y de otras que ni siquiera pueden leerlos.

Sé también que, para muchas, no es cuestión de plantearse esta historia como cuestión de desafíos ni osadías y que les ofendería que se hablase de valentía.

Valientes son por hacer lo que hacen: asumir la imposibilidad.

Pongo un ejemplo: un padre o una madre ancianos, al propio cargo, más una hipoteca; un empleo que puede saltar por los aires. Resultado de esta ecuación: no es posible.

Sin embargo, ayer, pensando en una amiga que se encuentra en un caso muy parecido, en un torbellino de ansias y otro de dificultades, pensé de pronto que no le había dicho algo.

Algo tan simple como esto: ve a un médico (mejor a un endocrino) y que te recete la hormonación.

¿Qué puedes sacar con esto?

Lo primero, la sensación de que estás haciendo algo, de que no todo son puertas cerradas en torno de ti, como en un castillo.

Lo segundo, ver en tu intimidad, en la dulzura de tu soledad y tu silencio, cómo al cabo de unos meses empiezan a levantarse en tu pecho dos senos.

(No te preocupes por el qué dirán. Primero, tardarán meses; segundo, lo más probable es que sean medianos, y que la ropa ancha los pueda disimular; lo tercero que cierta ginecomastia es normal en genéticos sobre todo gorditos y no hay más que ver lo despreocupados que van con sus polos levantados por las dos tetillas que también ellos tienen)

Lo tercero es más astuto. Muchas de nosotras hemos experimentado una excitación al mismo tiempo que hemos sentido una pulsión transexual.

Esa excitación puede habernos molestado mucho (a otras, no; para ellas sería como el no va más de la delicia) Para mí era como algo distinto y que no tenía que ver con el curso de mis pensamientos. Un diablillo entre los ángeles. Al mismo tiempo, ha sido el motor principal que nos ha empujado, nos ha agobiado, nos ha puesto a los pies de los caballos.

Bueno, pues la excitación disminuye mucho con el tratamiento hormonal. Sigue existiendo la disforia de género, sigue sintiéndose la pulsión transexual, pero es posible vivirla con mucha más tranquilidad, más racionalidad, más sentido crítico, más adaptabilidad.

Es verdad que para algunas personas, propicia también, según dicen, cierta depresividad (para seguir con las palabras terminadas en "ad") A mí no me ha pasado, de manera perceptible.

Al contrario, en los últimos años de mi frustración, había desarrollado una especie de fetichismo por la idea de ponerme sujetador, que me molestaba mucho. Fue empezar a hormonarme y desapareció por completo tal fetichismo. Hoy los pechos son órganos (que miro, cuando me acuerdo, con cierta distraída ternura) y los sujetadores son prendas de uso conveniente (tengo una talla muy pequeña)

Y desde luego, hice lo que pude racionalmente. Y más racional soy ahora.

Por Kim Pérez para esta web 04-11-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                         De boda

   `` Yo también quiero esto ´´,  pensé.

 

Ayer estuve en una boda. Fue en un templo barroco, bellísimo, elegantísimo, entre una columnata impresionante y delante de un fondo presidido por dos imágenes, en mármol blanco, del arcángel Miguel, el guerrero, y Rafael, el acompañante, situadas en ambos laterales. La ceremonia fue solemne y tranquila, gracias a un coro, que la rompía de vez en cuando con cánticos que serenaban y concentraban el ánimo. Un suave "Ave María", de Schubert, un "Sanctus, Sanctus, Sanctus" que me llegó menos...

En cierto momento, el sacerdote, dirigiéndose a los novios, les dijo: "Estamos delante del altar..."

Y aquellas palabras me hicieron sentir que lo que había ante nosotros era verdaderamente un altar, por el que los pensamientos y la vida ascendían, como la llama fresca, petrificada, del tabernáculo de mármol rosado que emergía de él, hacia la alta cúpula que había justamente encima y aun más allá.

"Yo también quiero esto", pensé.

No me refería al matrimonio. Me refería a la elevación de espíritu, a la dignidad que nacía de allí, algo a lo que pueden aspirar creyentes y no creyentes, heterosexuales y transexuales...

Luego, en la comida, me tocó una mesa con compañeros de trabajo y amigos. La conversación llegó al estilo de los adolescentes a los que damos clase en nuestro Colegio. Comentamos, impresionados y divertidos, que nuestros alumnos, chaneros o poliganeros (barrios de Granada), aunque vayan de vaqueros, piercings y tatuajes, se están volviendo muy flamencos y aflamencados. Que Camarón les llega hasta el fondo y cuando vamos a Cádiz dicen: "¡Eso! ¡Y vemos su tumba!" y que muchas chicas que llevan también pendientazos de colores y el pelo entrelazado son "yolis", que siguen la estética gitana.

En aquel momento, me pareció que hubiera sido natural continuar con mis propios descubrimientos sobre el nuevo ambiente, en el que bandas enteras de chicos y chicas gays, lesbis, bisex, trans y heteros van juntos a los pubis las discos e incluso van más lejos y tienen un rollo ocasional con un amigo o una amiga sin preocuparse si eso los hace gays o heteros (¡ved la película "Kránpack", de Cesc Gay, un chico catalán!), e incluso una trans lesbiana no se viste de manera muy diferente a la de sus amigas y sus amigos (que visten muy parecidamente), pero las lesbis le dan nombre de mujer y la tratan como una más.

Pero me di cuenta claramente de que todavía no había llegado el momento, en aquella mesa, de contar todo eso, aunque seguramente falta poco para que lo oigan con curiosidad, naturalidad y el alegre cosquilleo que da al ver el cambio de los tiempos.

Luego fue el baile. Hacía tiempo que no iba a una fiesta hetero (me he acostumbrado al ambiente)

Lo que me pareció es que había una rigidez y un distanciamiento entre las diversas células que formaban aquel tropel de gente, donde cada cual estaba con los suyos y pocos tenían algo en común, empezando por los invitados "del novio" y los "de la novia", que tampoco teníamos mucho que ver unos con otros.

Eso no existe en el ambiente, donde en cuanto entras, te declaras como si fuera a un novio, y que es mucho más comunicativo, relajado y besucón. Y hermanado.

En el baile del gran hotel, los maridos bailaban con sus mujeres, algunas amigas bailaban con sus amigas, un hombretón, gallardo y canoso, bailaba solo, muy divertido y un muchacho acompañaba complacido, por turnos, a su madre, su tía, etcétera...

Estaba bien, pero se percibían ciertas barreras invisibles.

Eso me hizo comprender que el ambiente es realmente una sociedad alternativa, que es diferente y nueva. En él hay conciencia de que se está en él; es decir, de una libertad o más aún de una liberación compartida. Cuando llegas a un sitio de ambiente, sabes que es un sitio de ambiente. Puede ser que haya una bandera del arco iris en cualquier lugar; en los pubs heteros no hay banderas, no hay ideas en común.

En el ambiente actual se puede ver a parejas heteros besándose, lo mismo que gays o lesbis que se abrazan y se entrelazan y trans que hacemos lo que podemos... O a lo mejor, el nuevo estilo adolescente ha corrido más de lo que te puedes figurar y no son estrictamente ni heteros, ni gays, ni lesbis, ni siquiera trans, sino casi drags, que se unen o se visten según el estado de sus sentimientos...

En todo caso, es una verdadera forma social alternativa, que poco a poco irá transmitiendo su estilo al resto. Ya no un ghetto, sino un modelo de libertad, cordialidad e individualidad. Y nosotros estamos creando, lo sepamos o no, seamos políticamente conscientes o no, un nuevo estilo para la sexualidad humana, que se hace más distendida, más abierta, más favorecedora de lo personal por encima de lo socialmente obligado.

Por Kim Pérez para esta web 28-10-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                         Álbum de fotos

Los recuerdos de un álbum de fotos.....

Cojo el álbum de fotos y lo miro. Hoy me pongo triste. En él veo muchas caras queridas... para mí, me digo, insegura.

Hay sonrisas y abrazos con toda el alma que fueron flor de un segundo.

La gente se ve, se separa y se pierde.

De una de las fotos, que refleja una de las noches más felices de mi vida, más intensas, más divertidas, más liberadoras, en la que la risa y la felicidad estaban compartidas por todos, todos los que estamos, sólo sigo viendo a... uno... dos... quizás tres...

Otras historias que veo en el álbum son bellas, pero se están poniendo tristes.

La vida sentimental de las trans, concluyo, es un desastre (de las trans, no de los trans, generalmente)

Nuestros amores son una especie en riesgo de extinción, amenazada por todos lados, que es preciso tratar con mucho cuidado y cariño para que salga adelante.

Lo primero, que mi álbum es sólo de hace once años; de antes, ¿para qué?

No había nada, no me interesa lo que pudiera verse en él. Pero ¿ahora?

A veces, ni nos enamoramos; bastante lío tenemos en la cabeza con ir poniendo nuestras ideas en orden y luego nuestras vidas y luego nuestros cuerpos... ¡Es que es un follón!

Luego, si llegamos a enamorarnos, muchas veces es como si nos metiéramos en uno de esos laberintos de cristales que hay en las ferias: te vas metiendo, crees que hay vía libre y de pronto te pegas el topetazo en mitad de la frente.

Por ejemplo, ¿te enamoras:

de un hombre hetero? ¡Pum!

¿De un homo? ¡Catapúm!

¿De una lesbiana? ¡Recatapúm!

¿De una transa o un transo? ¡Recatapumpumpúm!

No digo que te vayas a dar siempre el leñazo. Digo que te vas a pegar topetazos mogollón y que a lo mejor, luego sales bien, pero con más cardenales que el Vaticano un día de fiesta.

Yo, la verdad, no puedo quejarme. Miro otra vez mi álbum: un amigo, una amiga, otro amigo (éste especial; no, muy especial), otra amiga, otro amigo, otra amiga...

Con todos ellos, cuando los encuentro, nos damos por lo menos un beso, nos abrazamos, nos reímos y a veces hay momentos maravillosos en un pub, o en una disco, o...

Lo que no hay es cama, ni casa, así de claro lo digo. Y sé que muchas, al leer esto, dirán: "¡Anda que yo!"

Pero hay todo esto. Hay hasta penicas, cuando unos vienen y otros van. Yo siempre he dicho que lo peor es el vacío, la soledad total, el hueco turbio donde sólo viven los espíritus, la almas en pena, lo que yo he tenido hasta hace once años, cuando pude empezar a hacer mi álbum (y mi agenda telefónica)

De modo que menos quejas. La vida es amarga y dura y lo que consigas, no lo desprecies, que no te parezca poco: date con un canto en las espinillas por haberlo pillado. Otras no teníamos (o no tienen todavía) ni eso.

De modo que menos señoritismo y menos llorar.

O sea, ¡que hay algo en mi vida! ¡Yuhu! Lo normal: en cuanto hay algo, unas veces va bien y otras mal. Normal: es decir, tirando a mal. Bueno, no: según se mire. No cambio lo que tengo por nada.

Lo que tengo es sobre todo la colectividad. Ésta sí que es fija o casi fija, como conjunto.

Unos vienen y otros van, pero la colectividad permanece. Colectividad que para mí está formada poir mis amigas trans, mis amigos trans, gays, lesbis, bisex, heteros...

Voy de marcha con ellos, me lo paso muy bien y me harto de llorar luego, pensando o temiendo que tú te vayas y que esta noche que he pasado contigo, en el pub, de disco en disco, puede que no se repita... bueno, o se repita de otra forma.

Pero la colectividad seguirá existiendo. Nuevos amigos asoman su cara sonriente, cuando antes no estaban. También saldré con vosotros, también iré a merendar a vuestras casas, a tomarnos un té y oir música, mientras Dios quiera. Nuevos amigos aparecen, tan titiritiesos, tan alegres, tan guapos... Vistos y no vistos, o amigos por años y años...

La ley de lo colectivo es el cambio, pero el colectivo permanece. También está el chat y el correo electrónico y los móviles y los mensajes de los móviles y los toques de los móviles...

Nos quejamos mucho, las trans, pero no nos damos cuenta de lo que tenemos: el colectivo.

¿Cuándo los heteros van a tener algo ni siquiera parecido?

¡Ellos sí que están solos cuando se quedan solos, pobreticos!

Haced la prueba: aconsejadle a un hetero divorciado que se meta en un chat o en una lista o un foro... ¿Cuál le recomendáis?

¿La lista de criadores de canarios?

¿La de coleccionistas de metralletas de la Segunda Guerra Mundial?

¿La de forofos del Alcoyano C.F.?

¿Dónde van a encontrar los pobres alguien que les comprenda tan a fondo como nos comprendemos nosotras?

¿Quén puede hablar de lo más íntimo con tanta naturalidad y como de rutina?

Es verdad que el colectivo no es todo oro y plata y platino y esmeraldas y rubíes.

Puede ser que a veces nos parezca todo lo contrario: que estamos hartas de las compañeras y los compañeros, que no los soportamos, que la lista, o el foro o el chat son demasiado, pero no importa. Siempre hay un alma querida, por lo menos, alguien con quien nos entendemos y nos consuela. Y estas almas vienen del colectivo, nacen gracias a nuestros contactos, las conocemos poco a poco, algunas veces se alejan luego, pero nos dejan un recuerdo de ternura. Han sido buenas con nosotras, nosotras hemos sido buenas con ellas. La vida de trans nos ha ofrecido sus dones.

Alguna puede decir: A mí no, no, no. Pero que mire a su alrededor con atención.

Por Kim Pérez para esta web21-10-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

     

                                                                   Neuronas

Una parte del cerebro M/F es mas parecida al de las mujeres que al de los hombres

Hoy quiero hablar de algo muy serio; es muy concreto, casi aburrido en apariencia, pero muy emocionante en el fondo.

Una de esas cosas que pueden cambiar tu manera de entenderte a ti mismo o ti misma.

Un tema de actualidad, aunque es de enero del 2000; pero yo por lo menos no me había enterado antes.

Los y las transexuales andamos siempre, en el fondo, preguntándonos:

"¿Qué somos?"

"¿Por qué somos transexuales?"

"¿Nos viene por las circunstancias que hemos vivido?"

"¿O es de nacimiento? ¿Es natural?"

O más penoso, a veces (yo):

"¿Es un pecado?"

"¿Es un vicio?"

"¿Tengo que olvidarme de todo?"

Hace años, ya Zhou, Hofman y Swaab, del grupo del doctor Gooren, de Holanda, dieron la primera de las pocas respuestas científicas, neurológicas, que hasta ahora ha habido:

Una parte del hipotálamo, que es la zona cerebral que rige las conductas, incluida la sexual, es más parecida en las trans MTF a las mujeres que a los hombres.

(Esa área es la base de la estría terminal o BSTc; por eso Natalia Parés Vives e Yliana Sánchez llamaron así a la revista que fundaron, en cuyo número 1, de 1999, se tradujo al castellano ese trascendental artículo)

En enero del 2000, Kruijver, Zhou, Pool, Hofman, Gooren y Swaab, publicaron otro artículo con nuevos detalles sobre la misma cuestión, en particular medidas y recuentos de neuronas, que se ha titulado "Las transexuales MTF tienen un número femenino de neuronas en un núcleo límbico".

En ese estudio, aunque seguían contando sólo con los restos cerebrales de seis trans MTF, lo que es poco, han incorporado por primera vez uno de un trans FTM y los han comparado, hecho que también es importante, con los de otras treinta y cinco personas, heteros y homos.

Las conclusiones son éstas:

Los hombres, homo o hetero, tienen un número parecido de neuronas en la BSTc, mayor, casi el doble, que las mujeres.

El número de neuronas de las trans MTF es parecido al de las mujeres y el del trans FTM entraba dentro de las cifras de los hombres.

Otra cosa es que no parecía que hubiera diferencias entre el número de neuronas de la BSTc entre las trans que toman conciencia de sí muy temprano y las que la toman a una edad más adulta (por tanto, pierde casi toda su importancia la distinción que se ha hecho a veces entre ellas, llamándolas primarias o secundarias)

Otra cosa más que se ha medido en este estudio es el volumen de la BSTc en trans MTF y en mujeres, resultando muy parecido, mientras que el de los varones era bastante mayor.

Los autores han tenido cuidado en estudiar otras posibles explicaciones y han comprobado, por ejemplo, que la diferencia no se debe al tratamiento hormonal, ni a la orquidectomía que se hicieron cinco de las trans MTF pero no una de ellas...

El resumen es sencillo pero muy serio: los y las trans tenemos cerebro de hombre en cuerpo de mujer o cerebro de mujer en cuerpo de hombre.

(Lo que siempre se ha dicho, pero que ahora se sigue comprobando científicamente)

Por Kim Pérez para esta web14-10-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                 Contra el actual estado mundial de las cosas

Asistiendo a un cambio en el orden mundial.....

 

   Ante el estado del orden internacional actual, y con la excusa de los atentados del 11-S, estamos asistiendo a una situación en la que los DDHH, que tanto trabajo ha costado conseguir, cada vez tienen menos importancia, en virtud de la "supuesta seguridad". Reflexionando un poco, pensemos en las 180.000 víctimas civiles en Irak, en la guerra del Golfo, en los constantes bombardeos que siguen asolando la población iraquí, afgana y palestina. En los golpes de estado promovidos desde USA sobre diversidad de Estados, muchos de los cuales intencionados por motivaciones económicas.

Los atentados del 11-S constituyeron una salvajada, pero parece que a la "sociedad occidental" solamente le preocupa cuando son sus propios miembros los que sufren la brutalidad de los atentados. El resto del mundo es como si no existiera.

Estamos asistiendo a un cambio en el orden mundial en el que USA se está autoproclamando "salvador y dueño" de la humanidad, saltándose si es necesario los acuerdos internacionales, no reconociendo las instituciones internacionales como la Corte Penal Internacional, promoviendo el odio hacia otras culturas para poder justificar bombardeos e invasiones de otros Estados.

Ante esta cuestión desde la Asociación Española de Transexuales - Transexualia decidimos no quedarnos impasibles, y gritar: ¡BASTA YA!

Hemos decidido sumarnos a la manifestación del pasado 29 de septiembre, celebrada en Madrid, contra la guerra de Irak que anda planeando USA, convocada por el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe (CSCA) y apoyada por multitud de entidades entre las cuales destacamos IU y diversos colectivos de barrios.

También apoyaremos otra convocatoria de manifestación en Madrid para el próximo 26 de octubre, que coincidirá con otras convocatorias a nivel internacional. Os animamos a participar en este evento y los que se convoquen ante el actual estado de atentados constantes contra los Derechos Humanos.

Juana Ramos

Presidenta de Transexualia


Comunicado de ANSWER
La coalición estadounidense ANSWER promueve movilizaciones internacionales para el 26 de octubre de 2002 y el 18 de enero de 2003

'El pueblo de EEUU y todos los pueblos del mundo tenemos la obligación de detener la demente campaña de la Administración Bush destinada a emprender una nueva y total agresión militar contra Iraq. La Administración Bush no tiene derecho a emprender la guerra contra un país que no representa amenaza alguna para EEUU. Haciendo caso omiso al Derecho Internacional, Bush, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz y los demás miembros de la Administración están planeando enviar a miles de jóvenes soldados estadounidenses a morir y a matar en una guerra que es por el petróleo.'

30-09-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                   Futuro de subjuntivo

Y también se enamoran......

Un muchacho amigo que tiene ¡veinticinco! años, me dice que se queda a cuadros cuando ve a los que tienen ahora diecisiete o dieciocho, que parecen otra generación.

Lo creo; también son amigos míos a través de los abismos intergeneracionales.

Sé cómo funcionan.

Por ejemplo: van a los sitios de ambiente ¡en bandas de treinta!

Absolutamente mixtas: chicos gays, chicas lesbianas, chicas o chicos trans, heterogays, heterolesbis...

¡De treinta en treinta! (O de cuarenta en cuarenta)

¡Cuando hace poco se llegaba con un aire semiclandestino, a solas o de dos en dos!

Imagino el éxtasis de los dueños de los baretos al verlos entrar.

Seguros, hablando fuerte, riendo tope, disfrutando de su compañía...

En cuanto a los heterogays voy a decir algunas palabritas, porque algunos deben de estar ya saltando en sus sillas por enterarse.

Los heterogays (y heterolesbis) están ya en el ambiente hace años. Son los chicos y chicas heteros que tienen amigos gays o lesbis o trans, que comparten su vida con nosotros, que se vienen a nuestros bares, que están invitados en nuestras fiestas, que nos saludan besándonos, que les encantamos...

¿Por qué? ¿Somos más expresivos, más comunicativos, más tiernos, más divertidos, más aventureros, más claros, más desprejuiciados, menos formales, menos calculadores, menos transcendentes (gays, lesbis y trans) que los heteros? Pues sí.

Así de claro.

Pues si los heterogays de veintitantos o treinta años son así, cómo serán los de dieciocho...

Bueno, estoy prácticamente segura de que en esas bandas de treinta, puede caer lo mismo un polvito con un amigo que con una amiga, sin que nadie se considere gay o lesbi o hetero sólo por eso.

Simplemente, se toman las cosas relejadamente. Y a la vez, muy equilibradamente. Estudian (mucho, hace falta saber lo que es hoy día el bachillerato o la universidad o lo que sea); oyen música; entran en Internet; salen los viernes (lo de los treinta), se ven los sábados y los domingos y se besan en la boca para decirse hola, se toman de las manos, tienen sus revolconcillos con toda naturalidad... Y también se enamoran, se absorben, se obsesionan, sufren, gozan, se suben a lo más alto o se hunden en lo más bajo ...

Lo mismo es lo que veo venir con los y las trans.

En este mundo de orientaciones fluidas, ¿no se volverán también las identidades más fluidas?

Comparo mis diecisiete años con lo que hubieran sido ahora. Lo sombrío, el secreto, lo durísimo, lo amargo, la vergüenza a solas, la represión.

Un mundo heterosexualistísimo, donde yo no tenía sitio. Sexos definidísimos, orientaciones rigurosísimas (oficialmente; la realidad era, naturalmente, otra; pero nadie hablaba de ella)

En la clandestinidad tuve que hacer mi recorrido. Era como la Alemania de Hitler. O estás dentro y eres de ellos, o estás fuera. No cabía nada mediano, confortable, soportable.

Me pregunto cómo habría vivido esos diecisiete años ahora, en estos jardines amenos y divertidos.

Pondré que, por alguna razón, hubiera querido también acercarme al espejo, hacerme más parecida a las mujeres que a los hombres. Expresar ciertas cosas. Manifestar ciertos sentimientos.

¿Pero qué es hoy una mujer y qué es un hombre?

¿No son situaciones infinitamente matizadas, en las que hay mayorías estadísticas pero también muchas, muchísimas minorías reconocidas?

¿Cómo me habría vestido?

¿Cómo me habría dejado el pelo?

¿No me habría hormonado para impedir que cayera, para dejarlo largo y suave?

Sí.

¿No habría querido que mi cara siguiera siendo delicada, que mis ojos siguieran pareciendo secretos y apasionados?

También.

Supongo que muchos, al verme subir al autobús, se hubieran preguntado: "¿Es un chico o una chica?" Pero se hubieran dicho también: "¡Es guapo (o guapa)!"

Para mí hubiera sido, quizás, suficiente.

¿Qué habría llevado, sobre mi cuerpo delgado?

¿Un jersey oscuro? ¿Un pantalón ceñido, de terciopelo negro?

¿No llevaría también un flequillo sobre mis ojos?

¿No me habría puesto unos pendientes, unos aretes de oro, por intrigar y provocar, como cualquier chico o chica?

¿Qué habría hecho de mi sexo?

¿En qué habría trabajado, qué ligues hubiera tenido, qué amores íntimos?

No lo sé.

Kim Pérez para esta web 30-09-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                  Una trans enamorada

Necesita saber que lo deslumbra......

Una trans se ha enamorado.

Lleva pocos meses viviendo como mujer. Por eso, aunque tiene veintiséis años, parece que tenga catorce.

Se ha deslumbrado con el primero que le ha dicho "ojos negros tienes".

Él se siente interesado por ella y un poco fascinado por su inocencia casi de adolescente, que hacía mucho tiempo que no había visto; pero él quiere una relación aventurera y pasional, como otra que tuvo durante años, una relación casi a lo Bonny and Clyde, de colegas en la tempestuosidad y en el placer, con otra trans, una aventura que fue muy diferente de lo que ella imagina.

Él quería repetir, cuando la conoció, esa relación de locura y sexo, de risa, desesperación y amistad generosa.

Es suficientemente honesto y sincero para decírselo. A él le gustan mucho las mujeres y todavía más las trans. ¿Por qué? "¿Porque las mujeres biológicas son unas pavas al lado de nosotras?"; "Sí", dice.

Pero de lo más hondo de las entrañas de ella nacen otros sentimientos, tan absorbentes que son como una película interior que ve con los ojos cerrados.

Se pasa horas ante el espejo, maquillándose con esmero.

Necesita saber que lo deslumbra y precisamente por su belleza de mujer.

Necesita gustarle.

Necesita saber que es bella.

No quisiera vivir nada más que para el amor que sueña.

Le encantaría hasta una vida tradicional, limitada y casera, de balcón y macetas de flores, con tal de poder sentir con solidez que está en el sitio sentimental que le corresponde, querida y asegurada, compartiendo sus fuerzas con un hombre.

Llegando a la estabilidad de una fusión física y moral, visible para todos, reconocida por todos.

Percibida en cada minuto, en cada hecho, con toda naturalidad.

"Vamos...", "nos miran...", "piensan...", "nos gusta...", "sentimos...", "sabemos...", "somos...", "vamos por aquí...", "estamos..."

Un sentimiento del todo de mujer.

Esto es todo lo que le importa.

¿Es tan difícil de entender? ¿Tan difícil de respetar?

Sí; es difícil.

Porque todos y todas nos asustamos: "Es que no ves la realidad...", decimos prudentemente, escépticamente.

Pero repasad todos los elementos de esta historia.

¿Cómo continuará? 

Kim Pérez para esta web 23-09-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                          Reina del desierto

Cartel de la película

 

Veo de nuevo "Priscilla", a trozos (nunca he tenido ocasión de verla entera) y por primera vez encuentro más verdad en sus desafíos y extravagancias que en mi estrategia de mujer como otra cualquiera.

Es cierto que "Priscilla" es casi un manifiesto de la estética queer y que ésta responde a la filosofía política de provocación hasta las nubes, del estilo drag, completamente segregado de la vida corriente, números del show vestidas de lagartos, que abren aparatosamente sus membranas cervicales y dejan ver unas lenguas malignas, pero es que no es necesario ir tan lejos.

En lo que me he fijado es en la verdad de las dos drags y de Berenice, la trans de facciones masculinas y ajadas, en las horas de ruta en el autobús, en las que ninguna pretende ser una mujer sino lo que son, personas (lo que sean) que quieren vivir como mujeres.

No importa que sean o no masculinas, que sean duras, que Berenice se lance a puñetazos contra quien la llame por su antiguo nombre, no importa su realidad, sea la que sea, importa su voluntad o, más exactamente, importa lo que quieren representar, reconociendo que sólo pueden llegar a representarlo y que no pretenden más; ni siquiera Berenice, aunque se refugia, para asumir su parte de fracaso, en las copas que bebe continuamente: pero su dureza de hecho y su esperanzada ternura (por Bob, el viejo de la barba), las dos juntas, hacen de ella una drag más sutil, de sombrilla romántica, pero drag.

Al llegar a un pueblo, las dos más jóvenes, Felicia y ¿Adam?, salen del autobús con una peluca azul y otra ¿fucsia?, arrogantes y dejando boquiabierto al personal, que es más servicial y obsequioso con ellas que si fueran de mujeres "como otras cualquiera".

Me recordaron mis propios primeros meses como trans cara al público, todavía unisex y rara por las calles (por ejemplo, por Madrid) o los supermercados, en compañía de otras trans, cuando disfrutaba del desafío a los ojos de la gente, goce luego perdido en la actitud defensiva del "quiero que me acepten como una mujer cualquiera", lo que nunca se cumple, en mi caso; soy la trans del barrio o la trans profesora del colegio, pero en vez de salir a la calle como una reina, salgo como una paria, mendigando aceptación.

No voy a volverme drag, quedaos tranquilas; la estética-política queer tiene sus límites. La sociedad corriente y moliente acaba por absorber la provocación como espectáculo y como artículo de consumo, integrado en sus circuitos comerciales.

Lo que hace falta es ser simplemente lo que somos, trans, lo que significa reconocer que nuestra verdad está compuesta de dos planos, el de lo que somos y el de lo que querríamos ser.

El otro día se me acercó un niño, hijo de inmigrantes chinos, que me preguntó: "¿Es usted un señor o una señora?"

Le respondí sonrientemente: "Yo antes era un señor, pero ahora soy una señora".

¡Mentira!

Ni antes era un señor ni ahora soy una señora. El niño no se convenció. Se alejó diciendo: "Es un señor vestido de señora".

Hubiera tenido que responderle: "¡Soy una trans!", y dejarlo alucinando, intentando comprender el sentido de esas palabras.

Que quiero hacer visibles, quiero hacer de ellas mi estética, ya sabré cómo.

Al mirarme en el espejo, veo en mis ojos un brillo peligroso y rejuvenecido en agradable óvalo mi rostro de sesenta y un años. Tengo algo que hacer, más importante que la lucha por nuestros derechos.

Tengo que elegir ropa: el pensamiento se me fue desde el primer momento a una tienda de prendas casi militares: quizás una cazadora de grandes bolsillos, una sahariana, y falda. Desde luego, nadie se atreverá a meterse conmigo por la calle...

Nunca he cambiado mi voz ni la cambiaré. No dejaré de parecer arrogante, fuerte y segura, con mi metro ochenta y siete. Lo soy. Tengo que parecer mujer, pero no pretenderé que soy mujer.

El premio espero que sea lo que se ve en "Priscilla". El arrobamiento, el embelesamiento de quienes miran a las drags como lo que son, como drags, portadoras de un mensaje latente, la libertad humana frente a la coerción del sexo y el género, usándolos y no sometiéndonos a su ley, convirtiéndonos en una especie de ángeles por encima de los sexos.

Es verdad que esto resulta tan retador que algunos se asustan y les pintarrajean el autobús. El doblaje español traduce: "Fuera, maricones con sida", aunque el original lo que dice es: "Fuera, folladores con sida". Para tapar la pintada, ellas pintan el autobús entero de rosa (o de fucsia), haciéndolo todavía más audaz.

Tengo, en el despachito que uso para la asociación, un poster guapísimo, que editaron Transexualia, Soy Como Soy... en el que una chica despampanante lleva una camiseta con este letrero: "No soy un transexual. Soy una mujer". Yo me pondría: "No soy una mujer. Soy una trans".

Pasando de la defensiva a la ofensiva.

                     
                  

Kim Pérez para esta web 16-09-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                         Clases, sexos

Por una sociedad sin clases...

Parecía que no podría existir una sociedad sin clases, que era una utopía, y hete aquí que (todavía) medio la vemos en las calles de Europa, después de decenios de un Estado del bienestar que hay partidos que quieren liquidar.

Hay matices, sin duda, pero en general, el nivel de ingresos de cada cual es casi indistinguible en las aceras o en los autobuses. Es una inmensa clase media, de cara urbanas y ropas concordes, sobre todo en los jóvenes, entre quienes no puede adivinarse la situación de los padres y menos la de los abuelos.

Sé que no es verdad que la clase media sea la clase única, pero se le parece, por lo menos a primera vista.

Están los riquísimos, están las Koplovitz, o los Botines, o los Ybarras, pero como no se les ve por las calles, ni siquiera por la televisión, es como si no estuvieran.

También se ven por las calzadas distintas marcas de autos, pero están tan escalonadas, que cualquiera que tenga una puede imaginarse con la del escalón superior.

Es decir, no pasa como antes (hace cincuenta años), que a simple vista se decía: los ricos y los pobres.

Ahora, la igualación de las clases coexiste con la equiparación social de hombres y mujeres. Al ir a clase por las mañanas, apenas pueden diferenciarse las chicas de chándal de los chicos de pelo largo.

La clase media universal que vemos lo es realmente, objetivamente, porque todos o casi todos poseemos algo, los mismos bienes básicos: un piso, un auto, un televisor, un frigorífico, una lavadora, un teléfono fijo (y un móvil)

Las posesiones básicas hermanan a la gente en un mismo modo de vida; hacen que al entrar en cualquier casa no sientas una diferencia radical con la tuya.

Lo que quiero decir es que en la igualación social, florece sin embargo el individualismo. Las únicas diferencias notables son individuales, no son de clase (económica)

No hay por ejemplo modas excluyentes, desde hace años. Cada cual se viste como quiere, según su gusto personal o el de la tribu urbana que lo identifica (incluso para ser pijo no es forzoso ser rico; se puede ahorrar...) Cada cual baila como quiere, hace los movimientos que se le ocurren. Cada cual ama como quiere.

Las identidades fuertes de hace veinte años, se diluyen en el estilo juvenil permisivo, en el que las parejas responden al deseo espontáneo y se puede besar y hasta acostarse ocasionalmente con un compañero o una compañera sin considerarse gay ni hetero.

Una amiga trans lesbiana, muy joven, estudiante de Universidad, me dice: "Es que hoy es natural todo; no hay ninguna rigidez".

Esta trans todavía va de chico, pero lleva el pelo largo, se pone ropa bastante unisex, sus amigas son lesbianas y la llaman con un nombre de chica. ¡Que poco tendrá que hacer para dar un paso más decidido!

Me parece que con las clases rígidamente segregadas, se está disolviendo algo que era tan rígido como el arriba y el abajo, la clase de los señores y la de los pobres: el heterosexualismo, que era la afirmación terminante de que no hay más que dos sexos, dos géneros, dos orientaciones.

Pero también me parece que esta realidad, la permisividad y la tolerancia de la sociedad casi sin clases europea, que la ha regido durante el siglo XX, está amenazada ahora por el gigantesco rulo del Megacapitalismo Financiero (lo pondré así, con mayúsculas), que se ha apoderado ya de los Estados Unidos.

No por casualidad, allí la diferencia de clases se materializa y se visibiliza en las limusinas (invisibles aquí) y en los barrios depredados y la falta de seguridad social de allí, al mismo tiempo que el fundamentalismo y la intolerancia hostilizan a las diferencias sexuales.

Clasismo y heterosexualismo, pijismo y machismo, se ven unidos, a la defensiva y a la ofensiva. Cristales ahumados de los superautos y crímenes de odio.

En América Latina lo uno y lo otro hacen estragos. Pero en esas mismas sociedades, tan castigadas, tan miserabilizadas desde hace poco o desde hace mucho, tan retratadas por los cobijos de cartón y de latas, por la rebusca entre la basura, tan condenadas al narcotráfico, se mantienen muchas almas puras, las personas son más corteses y respetuosas que entre nosotros, cualquier populismo despierta llamaradas de ilusión, risas y cánticos....

Allí resurgirán de nuevo las fuerzas que aprovecharán cualquiera de los frecuente colapsos y crisis de las megafinanzas para renacer. Y entre esas almas puras, entre esas personas corteses, más valientes que nadie en las calles nocturnas, aunque todavía haya quien las desprecie más que a nadie, estarán las travestís de Chile y la Argentina, las transexuales de Venezuela y Guatemala... que también están ya de las primeras en la faena de hacer que el mundo sea mejor. 

Kim Pérez para esta web 09-09-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                         Sentido común

Soñar una de la cualidades mas bellas del ser humano...

Los humanos tenemos que estar locos para poder vivir. Para poder aguantar lo que nos ha tocado: las servidumbres del cuerpo, las limitaciones de los amoríos cutres, el afeamiento según envejecemos, para qué seguir... Por eso, tenemos que volvernos locos y soñamos. Que cada cual busque el repertorio de sus sueños y le ponga la música que requiere para hartarse de llorar. Pero soñamos. Nos damos cuenta de todo, vemos las cosas como son y a la vez soñamos. Esto es lo más bello de la condición humana.

Locos por locos, las más locas somos los gays, las lesbianas y las trans y los trans. ¡Cómo nos complicamos la vida!

Por eso los humanos adoramos fascinadamente todas las locuras: enloquecer por la pintura o la música, el síndrome de Stendhal; amar hasta la muerte; amar más que a sí mismo; todos los heroísmos; todos los sacrificios. En todo eso vemos la verdadera dimensión de la existencia humana: el desprecio de esta vida. La muerte y la locura tienen que aparecer a cada momento.

Empiezo por aquí porque me acuerdo de que pasé un tiempo leyendo y oyendo apologías del sentido común. Cuando nuestros deseos se esfuman. Cuando nos cansamos de ansiar, sudar y sufrir. Cuando no nos atrevemos a saltar y decir: "¡Aquí estoy yo!" Entonces somos capaces de poner cualquier cosa por delante de nuestros pobres corazones que mientras, se ahogan. Ponemos deberes, la carrera, el bienestar, la familia... ¡Cuando un minuto de vida verdadera vale más que diez años de sentido común! ¡Un beso! ¡Un beso, por Dios! ¡Unos ojos pintados, una falda en la calle!

¿Lo demás qué es? ¡Ir tirando! ¡Asustar a las criaturas con "Esto es lo que hay"! Reconozco que un poco de sentido común, o picardía, para disminuir los daños, no está mal, pero tira de mí, loca, hazme vivir, haz que mi vida sea una vida, aunque sea corta y desgraciada, pero que sea bella, digna, humana!

Y todo ser humano que sea un poco listo tiene que despreciar este sinvivir del día a día. Dejemos a los cobardes que se aguanten. A nosotros nos ha tocado con sus dedos finos la locura, seamos dignos de ella. No nos traicionemos, que es tan doloroso... No perdamos nuestra vida, como yo la he perdido (o a punto)

Todos los razonables nos censuran. Sus morales equilibradas nos condenan. No se las cae de la boca llamarnos estériles: nuestro amor es estéril, nuestros cuerpos se vuelven estériles. Pero en el fondo sus corazones nos aman, sin poderlo entender ni ellos mismos. Su dios murió en un patíbulo, un Cristo, un loco. Y estéril. No quieren tanto al razonable Confucio. Su novela más famosa es la del que soñó ser el gallardo amante de Dulcinea (y era lo que era). Y fue estéril.

Nos aman porque les decimos que la puerta se ha quedado abierta. Que sólo hay que pasar. A los gays y lesbianas y trans desde luego no parece que nos quieran, más bien nos machacan, ¿pero no será porque siempre hemos estado asustados y escondidos y no nos conocen?

¿No se quedan hipnotizados cuando leen a Kavafis?

¿No se quedan muertos cuando ven a la acuosa Bibi Fernández? ¿O a Dana International?

Tengamos paciencia. A lo mejor, todo llega. 

Kim Pérez para esta web 02-09-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                     Mayorías / Minorías

Los crímenes del odio.

 

En alguna parte del mundo, una travestí muere asesinada. Miremos su hermoso rostro desfigurado y cubierto de sangre seca, tan joven, y pensemos en cuántos sentimientos, cuántos desamparos y cuántas ilusiones han terminado en ese momento. Que no se nos olvide esta imagen.

En otra parte del mundo, un muchacho gay, recién salido del colegio y del armario, recién comprendido por sí mismo, es apaleado, pisoteado, aplastado por una banda de los que no pueden comprender por qué le odian. Que no se nos olvide tampoco esta imagen. Y pensemos. Incluso fríamente.

Los hechos que vemos se pueden tipificar, hasta subdividir:

Algunos son vandálicos, gamberradas sangrientas, descontroladas.

Otros son obra de grupos ideologizados para la agresión.

Algunos son desahogos, caprichos de poderes públicos, que disfrutan de la impunidad del despotismo.

También hay los ejercicios de poderes que pretenden ser morales, cumpliendo todos los requisitos legales.

Crímenes de odio, los llaman los anglosajones. Esta noche se me ha ocurrido algo más claro: crímenes de la mayoría contra las minorías.

Las mayorías morales son unánimes, sin saberlo. Se van formando a lo largo de los siglos, quién sabe a través de qué terribles historias. El resultado no se les puede reprochar justo a quienes las representan en cada momento, mientras duran sus cortas (como todas) vidas: simplemente son personas que vienen a este mundo, que comprenden que tienen que adaptarse y que se adaptan. Se consideran a sí mismos gente corriente, gente buena, con pensamientos normales.

Los veo en la Granada de los 50 : monos de trabajo y raras veces, un detallito presumido, bigotillo a lo Clark Gable; ellas, rebolondas, perfumadas, con ropas ajustadas y un niño en la cunita y dos o tres dando chillidos alrededor de la mesa; una mirada de ternura por ellos; el cocido a las tres; únicos sueños, único momento infinito: el baile agarrado bajo las estrellas y la voz de Frank Sinatra.

Por todo esto, las mayorías morales son a menudo opresoras y agresivas. Lo mismo cuando están fuertes (cuánto han reprimido dentro de ellas) que cuando están débiles (cuánto tienen que reprimir fuera)

No sé cuántos de sus integrantes son personas desesperadas que se reafirman en el sentimiento de mayoría: cantan, gritan, se oyen unos a otros, las lágrimas se les saltan, son felices gregariamente y machacan al diferente.

Me parece que la dialéctica mayoría/minorías es tan importante como la de derechas/izquierdas; diferente y complementaria.

Derecha/izquierda es mirar por dentro; mayoría/minorías, por fuera: recontar. O a lo mejor es la más profunda: valentía y riesgo frente a conformismo; una fuente clara de significados frente a la hipocresía (por lo menos, algunas veces)

Porque también ha habido izquierdas en el poder, mayoritarias.

Nuestra visión como gaylesbitrans es que formamos una minoría y que como tal tenemos que pensar el sistema social.

Las minorías siempre están amenazadas. Siempre en precario. Nuestro actual régimen de (relativa) tolerancia en Europa puede ser pasajero y es una isla en el mundo.

En cualquier momento pueden volver los golpes o la sangre sobre nosotros. En tiempos inseguros, las mayorías suelen volverse a su alrededor mirando dónde descargar: judíos, gitanos, inmigrantes, gays, lesbianas, trans, mendigos, prostis...

No les faltan administradores de la violencia, portadores del bien frente al mal (representado por los diferentes)

La dialéctica mayoría/minorías genera potencialmente agresiones morales o corporales.

La única política que cabe para las minorías es una política de alianzas. Alianzas tan grandes como puedan ser, que produzcan respeto o un saludable temor a las consecuencias de la agresión.

Que nadie se preocupe: las alianzas de la minorías nunca constituirán una mayoría porque serán alianzas inestables, variables y a veces, difíciles de conseguir.

¿Cómo unir elementos tan dispares? Esas veces, la conciencia del peligro común obra el milagro. Tampoco importa que una minoría determinada se descuelgue: estará integrándose en la mayoría; otras minorías nuevas estarán surgiendo.

No quiero ser injusta con las mayorías: ha habido pueblos, como el holandés, refugio de todas las minorías y respetuoso de las diferencias desde hace cuatro siglos; ¿pero será así siempre?

Otros pueblos se han ido incorporando a la lista, después de ráfagas tempestuosas de opresión, demoledoras. Uno de ellos es el nuestro. A lo mejor, en el futuro, somos un ejemplo.

Al fin y al cabo, se trata de aprender y de aplicar esta técnica: la mayorías son peligrosas para la minorías en todas partes; por tanto, no hay que confiarse nunca; y las minorías tienen que aliarse.

Éste debe ser un elemento central de la cultura gaylesbitrans. Alerta, alianzas, comunión

Kim Pérez para esta web 26-08-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                              Symbolón

Hermafrodita durmiendo.

     En el Museo de Nápoles hay una estatua que representa una figura yacente; uno de los brazos se alarga lánguidamente y descansa sobre la cabeza; es una figura juvenil, con la belleza de las formas llenas y la tersura de una piel de diecinueve años; la cara, semioculta, reposa con los ojos cerrados en un sueño matutino y feliz; el cuerpo es longilíneo, como corresponde a un canon esbelto; las caderas se ensanchan noblemente, esplendorosamente; bajo el torso más que verse se adivinan dos pechos pequeños, pero redondos, llenos; y en su vientre descansa un falo, pequeño y bello, como el de toda la estatuaria helénica. La figura de Hermafrodita.

¿Qué representaba para quienes la hicieron?

¿Algo real?

No; en aquellos tiempos no se podía hacer que desde un cuerpo masculino nacieran dos senos; y tampoco era probable que, si fuera un milagro de la naturaleza, se produjera a la vez un cuerpo tan proporcionado y emocionante; doble milagro.

¿Algo soñado?

Entonces, quiere decir que quienes concibieron esa estatua vieron en su imaginación la belleza de la Ambigüedad. La de algo aparentemente sin sentido, pero que podía ser; la de uno de los secretos más profundos del alma humana, obligada a escindirse en la dualidad de los sexos, de manera que no podemos concebir siquiera la forma única de lo Humano, sino que tenemos pensarlo con dos formas rotas entre sí: como hombre o como mujer.

Para aquellos antiguos, la Belleza era sagrada: la expresión de la mañana del mundo. Y lo sagrado transforma la visión. Es inspirador.

Porque la forma de Hermafrodita es hoy la forma real de cualquier trans. De todas las bellísimas travestís (empezando por Eva Robins, que en una de sus películas encarna y vivifica, en su desnudez, a la Hermafrodita de los romanos), pero también la de algunas de las transexuales, que incluso después de extirpar los genitales que nos desequilibran, sentimos que expresamos la Ambigüedad.

En el misterioso Hermafrodita se puede pensar que se juntaban armónicamente lo masculino y lo femenino, no sólo en lo corporal sino también en lo anímico. Audacia e inasibilidad (frente a cualquier deseo de posesión), escaparse como la luz de la tarde, junto a la delicadeza y la gracilidad. ¡Yo he visto gente así, real!

Así somos las trans. Podemos añadir algunos defectos, vetas del mármol purísimo: somos egocéntricas, por lo que sea... Pero siempre, un sueño de belleza. La única diferencia entre la figura de Hermafrodita y la nuestra es el punto de vista con que la miramos y nos miramos. Aquella figura yacente es también, para nosotras, un anhelo. Fue creada por una cultura que creía en la belleza y el misterio, que sabía que podían ir juntos.

Nosotros pertenecemos a una cultura racionalista que lo profana todo, despedazándolo en el análisis. Ante un análisis puramente racional, nosotras, las trans, parecemos no tener sentido. Pero sólo ante un análisis racional, que no representa todas las posibilidades de la inteligencia humana. Si a esto se le añade la moral de la sexualidad reproductiva, considerada por error cristiana, apaga y vámonos. Pero la belleza del Hermafrodita de Nápoles es una brisa fresca que entra por nuestras ventanas abiertas de par en par y mueve levemente los visillos. 

Por Kim Pérez para esta web 12-08-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                               Prohibir la prostitución, legalizar el proxenetismo

La explotación sexual de proxenetas.

     Recientemente, la Generalitat Catalana ha introducido una serie de medidas vía decreto destinadas a los locales prostibularios... Aparentemente, podría interpretarse dicho decreto como algo positivo. Mucho me temo que la otra cara de la moneda, sea la de dar carta de normalidad a la explotación sexual de la que son objeto las trabajadoras sexuales por parte de los proxenetas-empresarios. 

Posteriormente, en la Comunidad Valenciana ya han anunciado, descaradamente, que regularan penalizando a la prostituta autónoma de la calle, y que favorecerán el ejercicio proxeneta-empresarial para que la que la prostituta ponga su cuerpo y sus servicios sexuales a beneficio del “patrón”. La prostitucion, un oficio mas, dicen hipócritamente. 

En los últimos tiempos, parece que hay una fiebre reguladora en los países sur-europeos por parte de políticos conservadores. Dichas medidas, no obstante, no conllevan un avance para la trabajadora, en tanto que sujeto de derecho, sino que son un beneficio destinado a los clubes, en los cuales, el empresario-proxeneta se lucra de la explotación sexual ajena. Todo y a pesar, que se vende la idea de que por fin estarán protegidas las “pobrecitas trabajadoras sexuales”. 

Destaca lo enunciado en dichas medidas: tipificar como delincuentes a las prostitutas de la calle, también posteriormente, proponen penalizar los domicilios particulares en los que se ejerza la prostitucion, y habilitar espacios con una serie de condiciones donde el proxeneta-empresario marcará las normas en lo que respecta al personal. 

Traducido; en lo que respecta a este país, ni Franco lo hubiera hecho mejor

¿Ignoran los legisladores que en los puti-clubes mas honestos, el 50% de lo recaudado como beneficio va a manos del proxeneta? ¿Les importa? 

¿Ignoran, que las trabajadoras de estos locales provienen en su mayoría de países económicamente depauperados?. Carne fácil para la explotación ¿Acaso piensan  que acceden a dichos locales de forma voluntaria y por su propio pie?

¿Qué piensan de la trata de blancas? 

Ninguno de estos temas encontraran solución por parte de las comunidades Catalana y Valenciana, pues en este tipo de regulación, no hay ni un atisbo de protección a los derechos humanos de las prostitutas. 

Desde mi punto de vista, la regulación de la prostitucion solo tiene sentido, en tanto esté destinada a proteger derechos y libertades de quien la practica. Antes que oficio, la prostitucion es una actividad sexual, y como tal debe gozar de la protección derivada de la libertad sexual, como impone la Constitución.

Dicha libertad esta por encima de las normas del comercio, por lo cual no puede ser objeto de especulación partidista. 

¡Claro que estaría bien que se legislara! Pero solo a favor de la trabajadora que es quien pone el cuerpo y hace el servicio. Al igual que otros oficios (policías, jueces, fedatarios públicos, etc...) debe concebirse este oficio con una consideración especial. 

La prostituta, ha de ser libre y autónoma para llegar al pacto que desee entre ella y su cliente. No puede ser tratada como ganado, situándola en espacios que la administración decida. La prostituta, al igual que el resto de los ciudadanos, tiene derecho a contactar con quien quiera y donde quiera, y establecer la relación intima que desee en las condiciones que, como cualquier otro acuerdo sexual, ambas partes establezcan. 

Deberían también, acometerse políticas destinadas a la reinserción de personas que ejerciendo dicho oficio, sin embargo no lo desean. 

Ninguno de estos principios básicos parecen tenerse en cuenta, por los que legislan.

Así pues asistiremos a una agresión sin precedentes en nuestra moderna democracia, contra una forma particular de libertad sexual ( cuando la prostitucion es voluntaria) a favor del capitalismo salvaje, la explotación sexual y el ataque a la libertad sexual.  

Y mientras... ¿qué harán los políticos de izquierdas a los que se supone cierta sensibilidad por los derechos humanos? 

¿Y los sindicatos? 

¿Y las feministas? 

¿Y las asociaciones pro- derechos humanos? 

¿Se encontrara la prostituta sola una vez mas, ante semejante agresión? 

¿SE PERMITIRÁ QUE SE LEGALICE ALGO TAN ANTI-CONSTITUCIONAL? 

¿Vencerán finalmente los depredadores del sexo? 

Beatriz Espejo   Secretaria del C T C 29-07-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                                 Transfilia

La Transfilia: amor hacia quien es trans...

 

Lo he visto con mis propios ojos. Mi amiga Consolación, que es trans (muy provocativa, muy sugestiva, mu andalussa, pintada fuerte y con grandes pendientones bajo su melena rizada) liga aproximadamente cada cincuenta metros.

He ido con ella y ésta es la distancia a la que aparecen los hombres a los que se dirige sonrientemente, irónicamente, casi besándoles en el aire y ellos responden con una sonrisa sorprendida y descolocada.

Puede ser que algunos rasgos físicos secundarios les dejen saber que es trans, pero no importa, eso no impide el zumbido como de abejas machos, el atontamiento que aparece una y otra vez alrededor de ella.

Y la siguen, y la piropean, y suben las escaleras de su casa, y llaman a la campanita (no tiene timbre)

Ella me dice con sinceridad: "De verdad, cuando estoy en un bar, me digo, ése, y voy, y cae".

También hay lo que le pasa a mi amiga Lola, que vive en su barrio hace ya unos pocos años y por tanto el vecindario sabe que es trans. Bueno, pues yo he visto a tíos hechos y derechos, incluso jubilados de la Guardia Civil, sonriéndole también en el estado de derretimiento que corresponde ante una mujer rompedora.

Y yo no sé; pero yo tengo amigos que me quieren mucho, con un cariño especial, que se han quedado pasmados con mis cosas y me reservan un poquito de sueños, un montón de confianza y algo un poco tierno y protector.

Y tengo amigas trans que viven felizmente su amor por una mujer, con historias muchas veces conmovedoras. Y son decenas.

De los chicos, no hace falta ni hablar. Mayoritariamente, sus parejas son heteras y sienten hacia ellos una devoción leal y duradera que no sé si debe a que encuentran en ellos una manera nueva de ser varón, a la vez que prueban una mezcla de ternura casi maternal por quien tiene que construir su masculinidad poco a poco, a su lado, e incluso un sentimiento de admiración por quien es capaz de meterse en tales complicaciones.

También conozco a un chico trans, muy viril verdaderamente, que se define como gay y tiene su novio gay con quien va desafiantemente por la calle tomado de la mano...

Y también existen y son muy reales los amores de una mujer trans por un hombre trans o de un hombre trans por una mujer trans y en ellos hay mucha confianza mutua y de comprensión, toda la que se quiera...

En una palabra: las personas trans somos amadas o podemos ser amadas.

Tenemos que preguntarnos si quien nos ama es capaz de ver nuestra mente y nuestro corazón, más allá de las apariencias y las circunstancias. A veces, es indudable que esta mirada purísima es real; en ella se da un respeto hacia nuestras condiciones que es conmovedor. Hay quien nos ve incluso con mayor claridad y seguridad de lo que nos vemos nosotras o vosotros mismos y distingue nítidamente la mujer o el hombre que están escondiditos dentro de estos cuerpos contradictorios.

Otras veces, me figuro que nos quieren justamente no por la sencillez de nuestro espíritu sino por la complejidad y la ambigüedad del conjunto de nuestro ser. También la ambigüedad es hermosa y digna de amor.

Por lo uno y por lo otro, puede hablarse de que algunas veces somos amados con arreglo a un código íntimo de heterosexualidad o de homosexualidad, como sucede cuando una mujer genética ama a una mujer trans o un hombre genético a un hombre trans, y otras mediante una verdadera transfilia: amor hacia quien es trans, precisamente por ser trans.

La palabra transfilia es bonita, pero yo no usaría derivados como tránsfílo, sino una forma más sencilla: transamante.

Los y las transamantes nos quieren, nos aman, porque somos trans. También se meten en no pocas complicaciones, lo mismo que vosotros y nosotras, con su familia y sus amigos, pero lo hacen por vosotros o nosotras. Más hermoso no puede ser. Afrontar las dificultades de nuestra vida sin tener nuestras alegrías y compensaciones, sino sólo la de estar a nuestro lado. 

Kim Pérez para esta web 29-07-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                       ¿ Es una locura ?

El tiempo pasa y la consume...

 

Tiene cuarenta y dos años y es del campo. Sabe dar volantazos en un tractor y un poco de obra. Ha venido a este mundo en un rincón del interior, que está a sesenta kilómetros del pueblo grande más cercano y a más de cien de las ciudades. Tiene la piel de la cara fuerte y quemada, cuero de verdad. Habla tropezando. Se casó, pensando que "así se le pasarían todas estas tonterías" y a su mujer le gustó como hombre. Tienen dos hijos, ya mozuelos, la única ventaja. Quiere mucho a su mujer y quisiera no hacerle ningún daño. Porque es transexual. Quiere cambiar de sexo.

El médico, Don Ene, le ha dicho: "Yo veo que esto es una locura. Tienes que hacer frente a la realidad. Tus sentimientos serán tus sentimientos, pero todos tenemos algo con lo que aguantarnos. Si te pones muy mal, te puedo recetar tranquilizantes. Pero tú tienes que poner de tu parte".

Sale del médico desesperado, pero dispuesto. Piensa que el médico tiene razón. ¿A dónde va a ir, sin conocer más oficio que la obra, y poco? ¿Le aceptará alguien como mujer, con su aspecto? ¿Y qué va a dejar atrás, una familia a la que quiere y que le quiere?

El médico tiene razón, el médico tiene razón. Va a poner por su parte lo que pueda, aunque tenga la sensación de que no está viviendo su vida, de que el tiempo pasa y la consume...

"Lo que le he dicho es que tenemos que aceptar el principio de realidad", recapacita el médico mientras tanto. "Tiene que reconocer los deberes hacia su familia, sus propias limitaciones, que nadie le va a ver nunca como una mujer, que no le va ni siquiera la prostitución... ¿A dónde va esta criatura, con qué se va a encontrar?"

Como un ánima en pena le ha hecho caso. Ha tenido que prohibirse la televisión, para no ver a ninguna trans, porque verla la pone mala durante días y días. El ansia del cambio de sexo le obsesiona, pero resiste y resiste. No sabe que el Vaticano prescribe la misma pócima a los homosexuales: "Es algo natural, pero están llamados a la castidad".

Encuentra a veces cierta paz, mirando las encinas, el sol que descansa sobre ellas, la infinitud de las lomas azules, que se alejan hacia donde vive gente más feliz... Está cumpliendo con su deber, la familia pervive sin traumas, aunque una persona esté consumiéndose, muriéndose de pena, llamando a la muerte...

Cada cual vive esto a su manera. A lo mejor, lo mejor, el amor que siente por la mujer y los hijos le compensa y le alumbra en medio de las tinieblas de su vida. La habrá dado por ellos. Esto es lo sobrenatural del amor: te quiero más que a mi vida.

Un verdadero sacrificio, algo que hago para lo sagrado (como "beneficio" o "maleficio"), una ofrenda en la que la víctima soy yo misma...

Pero lo sobrenatural sólo se activa cuando lo natural no deja de verdad escape. Y lo natural deja muchos escapes, como lo saben muy bien los prisioneros cuando cavilan en sus planes de evasión. Someterse a lo aparentemente invencible es hasta fácil; pero hay que asegurarse de que es de verdad invencible. Los niños que le dan vueltas al cubo de Rubik y terminan por dejar cada cara de su color, cuando sus padres creyeron que era imposible, muestran que no hay que dejarse tumbar demasado pronto. Y que una persona que admite la derrota antes de tiempo tendrá que acabar reconociéndolo ante sí misma.

¿Cuáles son las vías de escape de una persona como ésta?

Cada cual tendrá que estudiarlas, como estudia el prisionero las cercas, los reglamentos, los horarios que lo encarcelan. De pronto verá el hueco. Y tendrá que arriesgarse.

Puede necesitar valor para dejarlo todo atrás, para perderse como si se hubiera muerto, para irse lo más lejos. Trabajos míseros, como pinche, dormir en la calle, soledad; yo no tuve el valor de hacerlo, cuando pude, pero hay trans que se atreven, por lo que no tengo derecho a quejarme de haber perdido mi juventud. Fui demasiado señorita.

Otras veces, se tratará de mirar con realismo las proporciones de los hechos. En cada caso (como en cada prisión) serán diferentes. Si la persona trans se está consumiendo y enfrente sólo hay el miedo al que dirán y poco más, está claro que puede lanzarse. Si los hijos son ya mayores, si sus personalidades están formadas, si ya viven sus vidas por sí mismos, pueden ejercer sus propias fuerzas; será absurdo que la persona transexual siga aguantándose en silencio cuando ya no les hace falta. Sería como esos hijos adultos que se oponen al matrimonio de un padre viudo, por no alterar sus propios equilibrios.

Habrá que esperar, habrá que sacrificar tiempo, habrá que arriesgarse, habrá que echarse a las frías y negras aguas de lo desconocido, pero habrá también que guardar, entre los más íntimos secretos, la voluntad de escaparse a la primera. Esa voluntad alivia.

Pero los demás también tendremos que hacer algo para aliviar el destino de estas criaturas, que son como palomas torcaces, arrecidas y perdidas en la ciudad.

Tendremos que repetir a unos y otros que no es humano mirar las apariencias; que ya está bien, después de tantos siglos de saberlo muy bien, que se nos juzgue según el "tanto tienes" (de guapura, de listura, de pasta), "tanto vales". Nuestro movimiento trans, muy en particular, tiene la obligación de manifestar que lo Masculino y lo Femenino no pueden convertirse en dos cárceles que encierran precisamente a quien está fuera de ellas.

Trans, no no os dejéis atrapar por las ortodoxias de "soy una mujer como otra cualquiera" o "soy un hombre como otro cualquiera". Acordaos de que habéis tenido que sudar sangre para estar donde estáis, y de que sólo eso hace que no seáis como cualquiera. Si estáis contentas y contentos del resultado, enhorabuena, pero declarad a todos que habéis roto las paredes de esas cárceles, que ya no existen, pensando en quienes vienen detrás y no pueden encerrarse en la cárcel cambiada ni aunque quisieran.

El médico, que es joven y guapo, sigue dándole vueltas a la cabeza: "Lo del principio de realidad es idea de Freud. ¿Pero qué realidad cuenta más, la que hay o la que ansiamos?"

Kim Pérez para esta web 22-07-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                        Orgullo Sida

Orfanato en Africa

 

-         "Mirando al mar, soñé

que estabas junto a mí;

mirando al mar, yo no sé qué sentí,

que acordándome de ti,

lloré..." 

Tú, yo, recuerdo, llanto...

Un gay y una trans han oído esa canción, lavando platos en la cocina con las ventanas abiertas (hay flores en el emparrado del patio) la noche de verano.

Luego se han puesto a ver la televisión. Ven los documentales que acompañan a la noticia de un congreso sobre el sida.

Se les atraviesan los recuerdos. Amigos y amigas de otros tiempos que ya no están.

Niños seropositivos, en un orfanato de África, que no conocerán a sus padres, que han muerto de sida. Y que, quizás, no crecerán.

No habrá para ellos, tú, yo, ni recuerdos, ni mar al que mirar.

Caras espantadas de adultos, con bigotazos y flaquísimos, caídos sobre catres, en Guatemala.

Un ponente que dice, en tono bajo: "Se trata de un problema político, no técnico".

No les llegan las medicaciones. La razón que se alega: "La investigación sobre el sida no es rentable; la inmensa mayoría de los infectados son muy pobres".

La trans y el gay se habían puesto un poco tontos oyendo "preciosa habanera", como dijo el de la radio. Mientras miraban los documentales, unas lágrimas claras brillaron en sus ojos y un nudo se formó en sus gargantas.

Pero al llegar a este punto, las lágrimas y el nudo, sin dejar de existir, se transformaron en rabia.

"¿Qué podemos hacer nosotros, por este mundo desastroso? Nada, nada", se decían.

Pero conforme pasaba el rato, las ideas se les iban aclarando.

Sabían que formaban parte de una multitud que se define por sus sentimientos: gays, lesbis, bisex, trans, somos lo que somos por lo que sentimos. En un mundo sin sentimientos, somos seres de sentimientos. Entonces, lo que pensaban se puede representar así:

Frente a la razón y los intereses, nos define el deseo, los sueños, los dolores e incluso el amor. Por eso se nos llenan los ojos de lágrimas y se nos aprieta la garganta.

Pero nuestros sentimientos nos hacen marginales, nos hacen pobres aunque tengamos dinero. Decía Paco, Paquito, su amigo del alma y su peluquero, en la película argentina "Eva Perón": "Ser puto (maricón) y pobre, es lo mismo..."

¡Bendito sea! Porque los marginales somos la sal del mundo. Lo que le hace adelantar.

¡Pero tenemos que saber esto; tenemos que hacer de esto nuestro orgullo!

Tenemos que crear una cultura gaylesbitrans nueva, fundada en la afectividad (tan despreciada por la cultura dominante), en la marginalidad orgullosa, en la solidaridad.

Tenemos que saber que nuestros votos, unidos a otros millones, y nuestras voces, pueden determinar virajes en esa política de la que se hablaba en el congreso.

Pero para eso no podemos dejar que nos devore la cultura fashion ni el dinero rosa, como ya han devorado a buena parte del movimiento americano.

No podemos dejar que la forma y las apariencias sustituyan al fondo de nuestros corazones, con todo lo que hay en ellos.

No podemos consentir que el silencio frío remplace en el ambiente al compañerismo alegre y cómplice.

Esto es lo más inmediato que podemos hacer, porque todo se une, todo acaba resonando en las conciencias humanas, la mayor fuerza del universo.

De esta manera, nuestro estilo de vida personal, tan definido, tan personal, contribuirá a ser el fundamento de una sociedad distinta.

Tenemos que representar un apoyo personal y colectivo para las luchas sociales en nuestros propios países, donde los inmigrantes están a punto de convertirse en los nuevos parias, en América Latina, en África, en Europa Oriental, en Asia.

Nada nos es ajeno, todo viene unido: la suerte de los inmigrantes será una de las medidas más claras de nuestro futuro; si los inmigrantes son apaleados, nosotros acabaremos por ser apaleados; las sociedades se vuelven más humanas o más inhumanas, no se quedan donde están.

De la misma manera, la suerte de nuestros hermanos gays, lesbis, bisex, trans, en el resto del mundo, será una de las medidas más claras de lo que sus pueblos consigan o pierdan. No podemos desentendernos de ellos ni del resto de sus pueblos. Violencia, intolerancia, ignorancia son las malas compañeras de la miseria y de la injusticia.

Kim Pérez para esta web 15-07-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

          Realidad transexual desde los años 70( Conferencia de Juan Vásquez )         
Manifestación 1977 de Barcelona

 

El jurista Juan Vázquez, histórico militante del Movimiento GLTB, quien perteneció al FLHOC, en los primeros años de la transición, y quien posteriormente contribuyó a la consolidación de varias asociaciones, incluidas COGAM y muy especialmente Transexualia; hace un repaso de la situación de las personas transexuales, desde los años 70 hasta la actualidad. Nos indica cómo en un principio, en aplicación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, las personas transexuales y homosexuales podían ser recluidas en centros de rehabilitación en donde sufrían todo tipo de terapias aversivas con el objeto de rectificarles por el “buen camino”, incluidos electro-socks.

Como en las primeras manifestaciones (77/78) existía una cierta unidad entre transexuales y homosexuales, que pronto se resquebrajó debido a las críticas de determinados colectivos, intelectuales y políticos. Algunas revistas rosas reflejaron una actitud de absoluta intransigencia y desprecio hacia la población transexual.

Posteriormente la plaga del SIDA, los espectáculos de transformismo y el boom de las drag queens fomentaron la estigmatización y desvirtuaron la esencia misma de la transexualidad.

La famosa transición. Bien hemos de recordar que la democracia no ha llegado a todos por igual: transexuales, lesbianas, gays y bisexuales observamos atónitos como el actual Gobierno del Partido Popular tiende a paralizar todas las iniciativas encaminadas a nuestra plena equiparación en derechos. No somos los únicos, otros colectivos, como el de las personas migrantes, sufren también las políticas restrictivas en derechos que les diferencian del resto de la población. Vivimos en una democracia que diferencia a las poblaciones en virtud de su procedencia, de su estatus económico, de su orientación sexual y de su identidad de género.

En concreto en el caso de los transexuales denunciamos la actitud del actual Gobierno en los siguientes puntos: 

-         Derecho al cambio de nombre y sexo en el Registro Civil y en los documento de identidad. A finales del 2000 el PSOE presentó la Proposición de Ley por el Derecho a la Identidad Sexual, en el Senado. En marzo tras aprobarse por unanimidad su toma en consideración se trasladó al Congreso. Durante varios meses, en los que se fueron posponiendo sucesivamente las fases de enmiendas, distintos grupos parlamentarios presentaron las suyas, algunas mejoras y otras recortes. Las del PP dejaban la Ley vacía de contenido. No contentos con los recortes efectuados han paralizado completamente la tramitación de la Ley.

-         Derecho al tratamiento integral de cambio de sexo (psicológico, hormonal, plástico-quirúrgico) en la Sanidad Pública. A principios de 1999 el Grupo Parlamentario de IU presentó en el Congreso una Proposición No de Ley que incluía tal cuestión junto a una lista de derechos sociales. Se aprobaron la tramitación de la inclusión sanitaria y la del derecho de los transexuales en prisión. Este último fue ventilado el pasado año con una circular que únicamente reconoce el derecho de los transexuales operados a ser destinados a la prisión según el sexo que tengan entre las piernas, aunque no hayan formalizado el cambio de sexo en los documentos, pero no aborda la situación de los no operados, que habitualmente sufren todo tipo de vejaciones y malestar psíquico. En cuanto al derecho sanitario, constatamos la voluntad política del Partido Popular de tener este asunto bloqueado. Después de haber designado sucesivamente dos comisiones de expertos para evaluar técnicamente la inclusión, el primer equipo en 1999 y el segundo en el 2001, y pese al informe favorable de este último equipo, los meses van pasando sin que se observe movimiento alguno en la tramitación. 

Si bien la situación de las personas transexuales ha mejorado desde los 70, todavía queda mucho camino por recorrer. El principal es la equiparación en derechos. Posteriormente tenemos por delante la labor de sensibilización social, a través de canales como el Sistema Educativo, campañas con apoyo de las instituciones, labor que en la práctica será la más costosa y de mayor duración. Nuestra intención es que así como los zurdos eran llevados a la hoguera en tiempos del Medioevo, o forzados a “corregir” su “deformidad” a base de palos, hasta hace bien poco, y que en la actualidad son personas iguales en derechos y en consideración social que el resto de lo que en nuestra sociedad se considera “normal”, los transexuales queremos que nuestra condición sea igualmente percibida como un aspecto secundario, sin mayor trascendencia. 

En la actualidad los problemas más frecuentes con que nos encontramos son: 

-         Acceso al mercado laboral (en el caso de las mujeres transexuales prácticamente la única salida es la prostitución).

-         Acceso a una vivienda en régimen de alquiler, sobre todo si no se ha realizado el cambio de documentos.

-         Tener que costearnos por nuestra cuenta los gastos de los tratamientos e intervenciones (a excepción de los empadronados en Andalucía, donde sí está incluido desde 1999).

-         Motivo de risas, humillaciones, agresiones físicas por una sociedad prejuiciosa que no es capaz de concebir nuestra existencia, nuestro derecho a tener derechos. 

¡BASTA DE DISCRIMINACIÓN A TRANSEXUALES!

¡POR UN RECONOCIMIENTO SOCIAL DE NUESTRA DIGNIDAD!

¡POR EL DERECHO A LA DIVERSIDAD SEXUAL! 

(Esta misma conferencia fue realizada en noviembre del 2001, en la que Transexualia otorgó una placa a Juan Vázquez en reconocimiento de la importante labor desempeñada en pro de los derechos de las personas transexuales.)

Comentado por Juana Ramos 08-07-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                       Amor de trans                                           
Poema de Córdoba de Julio Romero de Torres

 

El amor de trans... Me veo, con diecinueve años, hermosa y delgada garganta morena, hermosa piel destellante, hermosos ojos oscuros, profundos, en el alto balcón de la casa, apoyado lánguidamente sobre el quicio, embebido de los colores y los olores que subían desde el jardín enorme... digna de ser amada y deseada... por lo menos, queriendo serlo... 

Digna de ser querida... el amor de trans es frecuentemente un deseo de ser querida, quizás porque encontramos esa falta en el centro de nuestro corazón. 

Quizás nos ha faltado nuestro padre; o nos ha faltado un hermano mayor; o nos han faltado nuestros compañeros de clase en el colegio... y este lejano vacío, siempre presente, es lo que nos hace trans. 

¡Ser queridas! ¡Ser hermosas! ¡Ser deseables! 

No vemos con precisión la cara de quien nos tiene que querer. En la imagen del balcón, estoy sola, o quizás solo. No veo ninguna cara junto a mí. Porque tendría que llegar luego. 

Primero: ¡Existir! ¡Ser alguien! ¡Para alguien! 

La cara puede materializarse en cualquier momento. Es la de alguien que me mira y me admira, se derrite por mí. Piensa en mí a todas horas. Es increíble. Me hace existir. 

Nuestro sentimiento, el de las trans que somos así, es entonces de profunda gratitud. De entrega abnegada a quien nos ha mirado, se ha fijado en nosotras, nos ha hecho preguntas amables sobre lo que vivimos y lo que queremos... 

Nos ha deseado, envolviéndonos en la blandura de sus frases, en el suave sonido de sus palabras... 

¡Dios mío! ¡Qué milagro! ¡Alguien que me desea! 

¡Por tanto, soy bella y deseable! 

¡Por tanto, embellezco el suelo que piso! 

¡Por tanto, existo! 

¡Dejadme fantasear! ¡Cuánto tiempo hacía que no dejaba salir estos sueños del fondo de mi corazón! 

¡Pero aquí están! ¡Puede que otra trans los reconozcan al oírlos! No es cuestión de posible o imposible, de fantasía o realidad, es cuestión de algo muy verdadero, muy escondido, muy olvidado a fuerza de no ser realista, pero que es la fuerza de mi corazón, lo que me ha hecho vivir y ya no quiero volver a dejar a un lado! Éste o ésta he sido yo, así estoy hecha, estos son mis sueños. Cualquiera podría mirarme con escepticismo. Yo soy de esta manera.

Por Kim Perez para esta web 01-07-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                            Stonewall, nosotras estuvimos allí                             
 La policía golpeó a una travestí y......

 

 

Los motines de “Stonewall” se consideran como el evento más trascendental de la historia del movimiento de liberación GLTB.. La lenta pero consistente apertura social hacia la aceptación y mejor entendimiento de la comunidad homosexual que podemos comenzar a ver hoy tiene su origen, en gran medida, en una calurosa noche de verano del año 1969, cuando un grupo de gays, lesbianas y transexuales decidieron dejar de ser víctimas y empezar a luchar por sus derechos. Aunque la violencia con la que se dieron estos sucesos puede ser censurada por algunos, lo cierto es que el fruto final de los motines de “Stonewall” fue uno muy positivo que aún ahora, en el siglo XXI sigue vigente en el mundo.

Aunque los enfrentamientos de “Stonewall” se han considerado tradicionalmente como la primera protesta masiva de gays, lesbianas y transexuales en busca de la igualdad, investigaciones arrojan que con anterioridad a “Stonewall” ya había grupos organizados de gays y lesbianas realizando protestas a través de los Estados Unidos. A continuación se enumeran solamente algunas de estas demostraciones:

• 17 de abril de 1965: Miembros de la organización Mattachine Society protestan frente a las Naciones Unidas y la Casa Blanca en contra de las injusticias del gobierno cubano de Fidel Castro cometidas contra los homosexuales, a quienes puso en campos de concentración.

• Abril y mayo de 1965: La Janus Society protesta en Filadelfia contra el dueño de un restaurante que se negó a servirle a un grupo de personas a quienes identificó como homosexuales y lesbianas.

• Abril de 1966: La Mattachine Society de Nueva York protesta el cierre de las barras gays y las políticas gubernamentales de revocación de licencias de vender bebidas alcohólicas a los establecimientos homosexuales.

Los sucesos de “Stonewall” ocurrieron del 27 al 28 de junio de 1969 en la ciudad de Nueva York. Curiosamente para esa misma fecha, y en esa misma ciudad, se estaba llevando a cabo el entierro de la fenecida actriz, cantante e ícono “gay”, Judy Garland, quien había fallecido días antes en París, Francia y cuyos restos fueron trasladados a Nueva York para ser expuestos. Algunos cronistas han querido ligar la muerte de Judy Garland con “Stonewall”, argumentando que la comunidad homosexual estaba muy sensible durante esa fecha por la muerte de quien consideraban su ídolo y que cualquier chispa habría sido suficiente para encender los ánimos, como ocurrió.

La noche del 27 de junio, la policía de la ciudad de Nueva York, al mando del inspector Seymour Pine, allanaron la barra gay “Stonewall Inn” ubicada en la calle Christopher, en Greenwich Village. Esa misma semana, esta barra había sido intervenida por la policía para “recopilar evidencia sobre venta ilegal de alcohol”. Durante esa intervención, varios clientes comenzaron a reclamar que debía hacerse algo para parar los abusos que cometía la policía neoyorquina contra la comunidad homosexual. Entre los abusos que cometía la policía estaba el conocido como “gayola” que consistía en el cobro de dinero a los dueños y clientes de los establecimientos gays para asegurarles no ser intervenidos. El establecimiento que se negaba a pagar, era intervenido y sus clientes arrestados y sometidos a toda clase de registros indignantes y abusivos.

La policía entró al “Stonewall Inn”, cerró las puertas y mantuvo a todos los clientes dentro del negocio hasta que decidieran lo que iban a hacer. Alrededor de quince minutos más tarde, la policía anunció que dejarían salir a todos aquellos clientes que tuvieran identificación. Los que no presentaron identificación y todas las travestís fueron arrestadas. Mientras tanto, ya la voz se había corrido de que “Stonewall Inn” estaba siendo intervenido y una muchedumbre se había arremolinado a las afueras del local.

Según iban liberando a los clientes, la multitud los aplaudía a las afuera y los ánimos empezaron a caldearse. Para ese momento, ya se habían congregado más de 400 personas. Pero lo que detonó la violencia fue el momento en que tres travestís fueron arrestadas y metidas en la furgoneta de la policía, junto con el bartender y el dueño. Una de las travestís se bajó de la furgoneta y un policía la golpeó y la subió por la fuerza nuevamente. Ahí fue cuando la multitud comenzó a quejarse de que se estaba cometiendo brutalidad policíaca y empezaron a insultar a los policías.

La gente le tiraba monedas a la policía en abierta referencia a la “gayola” y como forma de insultarlos. Pero cuando se terminaron las monedas, empezaron a lanzar botellas, latas, piedras y toda clase de objetos. El inspector Pine y sus hombres se refugiaron nuevamente dentro del bar. Una vez dentro del bar, comenzaron a destrozarlo y a golpear a mansalva al resto de los clientes que quedaban dentro, incluyendo a un cantante heterosexual.

La gente destrozó las ventanas del local desde afuera para ganar acceso al interior, donde se encontraba la policía. Alguien empezó a rociar líquido de encendedores para quemar la barra con la policía dentro. Otros arrancaron los parquímetros y comenzaron a usarlos de proyectiles. El grito de lucha era: “Gay power!”.

El inspector Pine ya tenía pensado dar la orden para disparar contra la muchedumbre, cuando escuchó las sirenas de los refuerzos. La Unidad de Operaciones Tácticas entró en acción y logró inicialmente controlar a la masa de gente. Sin embargo, y contrario a lo que esperaba la policía, la muchedumbre comenzó a reorganizarse a las espaldas de los agentes de operaciones tácticas y los enfrentaron lanzándoles toda clase de objetos.

El motín pudo ser controlado por la policía bastante entrada la madrugada del 28 de junio. Los sucesos dejaron un saldo de trece personas arrestadas y tres policías heridos. Afortunadamente no hubo muertos en los enfrentamientos.

¿En qué estriba la importancia de los sucesos de “Stonewall”? Más que nada en que por primera vez, personas con una misma orientación sexual y deseos de un trato justo, dejaron de permanecer aislados y se unieron para luchar contra el sistema. Si bien es cierto que antes de “Stonewall” ya existían grupos luchando por la igualdad de derechos para la comunidad homosexual, nunca antes se había dado una manifestación tan espontánea y masiva como la ocurrida en la calle Christopher. Los motines de “Stonewall” pueden ser descritos como una masa de furia contenida que tuvo su escape esa célebre noche.

Además, las autoridades dejaron de ver a la comunidad homosexual como un grupo de seres marginados, y se dieron cuenta de que eran un grupo sólido y unido que podían hablar con una sola voz y hacerse escuchar. Las políticas gubernamentales de la ciudad de Nueva York, relacionadas con intervenciones policíacas en establecimientos homosexuales, fueron revisadas y enmendadas para lograr un trato más igualitario.

También el activismo de los homosexuales cobró fuerza y surgieron más organizaciones enfocadas a la lucha por los derechos de los gays, lesbianas y transexuales. Muchas de esas nuevas organizaciones, aún existen y están muy activas en la lucha por las causas de la comunidad homosexual. La gente dejó de sentirse atemorizada y empezaron a unirse a estos grupos activistas.

Ciertamente, los motines de “Stonewall” marcaron el momento histórico en que los gays,  las lesbianas y los transexuales hicieron algo más que salir del “closet”. En esta ocasión salieron de años de silencio y se dejaron sentir.

Recopilaciones de Internet 25-06-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                          Libertad para Maury Oviedo
 Libertad para Maury Oviedo

 

Defensora de los Derechos Humanos y Presidenta del Colectivo Transexual "Respeto a la Personalidad", fue detenida por la Policía del Estado Carabobo, por ordenes del Gobernador del Estado Henrique Fernando Salas Feo-Römer, a quien Maury denunció, no solamente ante la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, sino ante la Comunidad Internacional, por la Persecución constante, reiterada y bajo el esquema sistemático de la Tortura, el Trato Inhumano y Degradante y el Asesinato de las Defensoras de los Derechos Humanos y compañeras nuestras de este Colectivo Michelle Paz y Angie Milano, asesinadas en forma vil y cruel por la Pollopol.

 

Maury lleva 10 días que se desconoce su paradero después de la detención, aunque las autoridades le hayan informado al gobierno de España que estaba Viva pero Presa y nosotras nos preguntamos, ¿DONDE?, para irla a ver, de que se le acusa, cual ha sido su crimen. ¿Es que acaso le quito un novio al Gobernador?, ¡Dios mío!, solamente alguien que tenga en su mente una venganza pasional se ensaña de esta manera, que no le deja ni Sol ni sombra a su adversario.

 

Maury Oviedo, no es solamente una mujer Transexual, ella va mucho más allá de la esencia del compañerismo. Su talla de heroína está en su sangre de Valiente. Su indoblegable orgullo de luchadora nos deja en el camino a muchas, que dormimos mientras ella piensa en como ganar un grano de arena para hacer una montaña.

 

Maury Oviedo, ha sido ayer, hoy y lo será mañana, el Símbolo de nuestra Libertad, porque somos prisioneras de la Sociedad y ella nos prometió Libertarnos.

 

Su lenguaje ha sido el de una verdadera  Revolucionaria, pero con una excepción a las Montoneras con quienes pudiéramos compararla. Maury es la versión de alguien que tiene la capacidad para ganar una causa, sin empuñar un arma de fuego. Su verdadero fusil, nos decía, estaba en sus pensamientos, en las ideas para llegar a un pueblo.

Ella tenía siempre en sus manos la Constitución, El Manifiesto de Cartagena, La Carta de Jamaica y la fotografía de su Líder el General Panameño Omar Torrijos. Su Cultura creo que era demasiado amplia para que fuera Transexual le comenté yo y me confesó en ese momento, que, "solamente existían dos personas con Cien Mentes cada una, ella y el hombre que  Amaba”. Mujer sumamente estudiosa, conocía como si la hubiera vivido, la historia de los Reyes de España, muy especialmente la de Don Juan de Borbón, padre del actual Rey de España. Desafortunada en el Amor, pero grande en sus Pensamientos.

 

Maury Oviedo, ha sido detenida por la Pollopol, quienes le mantenían un seguimiento a través de la División de Inteligencia y la mañana del Jueves 6 a través de una corta persecución fue capturada e introducida en una Unidad de Patrulla y llevada a un rumbo que desconocemos hasta hoy.

 

¡Compañeras!

 

Mantengamos nuestro aliento hasta màs allà del final, no perdamos la Esperanza.

 

La lucha no puede detenerse, cerremos filas, convencidas que nuestros enemigos, no han ganado ni una batalla y menos la guerra.

 

Maury espera de nosotras, donde quiera que ella se encuentre, que no extraviemos la línea de lucha, que nuestros enemigos son un grupo de Gays Frustrados que desean nuestra destrucción.

 

¡Compañeras!

 

Si la realidad fuera que hubieran Asesinado a nuestra Compañera Maury, no lo aceptaremos tranquilamente, ni pacíficamente, debemos luchar y Vencer a costa de nuestra propia sangre, para que la de nuestra Amiga no haya sido en vano.

 

 

¡DE PIE O MUERT@S NUNCA DE RODILLAS!

 

 

Mónica Álvarez Prado (Transexual) 17-06-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                         Regresión
 La regresión de los medios

 

Implante de nuevas neuronas, traqueotomía o lobotomía. Cualesquiera de estas intervenciones médicas no terminan de ser suficientes para poder digerir en más de una ocasión la tremenda regresión que vienen sufriendo los medios de comunicación y la información con relación a lesbianas, transexuales y gays. Muchos pueden pensar que esta afirmación es exagerada, pero con el tremendo y horrible bagaje de marginación que lleva sufriendo la Comunidad glt a lo largo y ancho del planeta no es para menos.

Damos la “bienvenida” al nuevo siglo XXI sin poder pensar en avances en cuanto al tratamiento de las noticias y tratamiento del colectivo. Si nos quejamos por ello, para colmo nos llaman reaccionarios. No señores, los gays, lesbianas y transexuales no atacamos por el mero hecho de atacar. Simplemente, nos defendemos porque estamos hasta el último pelo de ser tratados como muñecos en barracas de feria. 

Hace poco un programa de televisión presentado por Alicia Senovilla, llevó como invitados a un grupo de transexuales para comentar, según explicaron a la directora de esta web (y amiga de un servidor), todo lo relacionado con el tema de la transexualidad en cuanto a leyes, tratamientos, situación discriminatoria y demás temas que realmente interesan que sean conocidos por la opinión pública en toda su profundidad. El resultado no fue otro que el de enfrentar a los invitados trans contra un grupo de personas radicalmente opuestas al colectivo. Y éste último sector, dicho sea de paso, se elevó como un aquelarre de individuos bastante vacíos de contenido. Uno de ellos, a través de los foros de esta web, afirma que se encuentra en su derecho de expresar su opinión libremente, y si ésta se eleva en plena oposición a que un hombre o una mujer vivan sin cortapisas su pleno derecho a la identidad es igualmente lícita. Los transexuales se defendieron, cada uno a su manera y modo de sentir y aún así los tildan de “reaccionarios” (por no decir otros términos esgrimidos por los que yo, oficialmente, llamo “personajes vacíos de contenido”).  

En relación con la jugarreta del programa hacia los invitados transexuales, como periodista y como gay, siento una profunda vergüenza ajena. Asimismo, me he dado cuenta que cinco años estudiando ética periodística no ha servido para mucho a ciertos “profesionales” de la información. Y a la hora de afrontar algo, hay que tener un mínimo de conocimientos sobre lo que se quiere abordar: en el espacio de “Las mañanas de Alicia” (emparejándolo con lo que sucedió el año pasado en el programa presentado por Ana Gª Lozano) faltaron médicos especialistas en cambio de sexo y psicólogos. Sobraron, como siempre ocurre, “personajes vacíos de contenido”, que ni mucho menos derribaron la dignidad de los invitados transexuales. A la dirección del programa puedo ofrecerles unos apuntes que guardo de ética periodística y una charla gratis sobre humanidad (los apuntes los cobro, me valieron una pasta fotocopiarlos). 

Señores y señoras intolerantes, tránsfobos, homófobos y lésfobos, ¿con toda la carga de insultos, injusticias y tratamientos vejatorios esperan que el colectivo glbt esconda la cabeza bajo el ala? ¿cómo se sentirían ustedes si durante SIGLOS hubiesen estado estigmatizados? Eso lo sabe muy especialmente el sector transexual, y a las encuestas y realidad social me remito. Sí, caballeros y señoras “vacíos de contenido”, hay estadísticas y diversidad fuera del reducido cubículo habitado por ustedes. Antes de hablar, observen, pregunten y vean. Aunque “seres antinaturales”, los gays, lesbianas y transexuales contestaremos a todas sus preguntas. Pero si lanzan cargas radioactivas convertidas en palabras no esperen, mis estimados intolerantes, que los glt pongamos la otra mejilla. Es demasiado tarde para los tiempos que corren, donde ya existe un país utópico como Holanda, donde la orientación sexual no supone una barrera para lograr la equiparación legal. 

Entretanto, los medios de comunicación ningunean todo tipo de información relacionada con gays, lesbianas y transexuales. Tenemos que ser asesinados y perseguidos para poder llegar a oídos de la sociedad. ¿Se ha sabido en toda su totalidad la persecución y asesinatos a las que se ven sometidas las transexuales latinoamericanas? Dentro del mismo colectivo gay, ¿se saben los encarcelamientos de gays en Egipto? ¿y que en Arabia Saudita te quedas sin cabeza si se enteran de que revelas atracción física hacia tu mismo sexo? ¿Alguien sabe que nuestro actual gobierno ha emitido un voto contrario a que la ILGA ingrese en la ONU, situándose de esta forma a la misma altura que los países más homófobos como Zimbaue, Irán o Afganistán? Son violaciones de los Derechos Humanos, en toda la extensión de la palabra. ¿Acaso no son noticia? Dentro de muy poco celebraremos el comienzo de la lucha por la plena equiparación originada en Stonewall y los medios de comunicación solamente darán importancia al folclore que se va a organizar el Día del Orgullo Gay (algo lícito, pero tan importante como dar a entender a la sociedad el por qué de nuestro “orgullo”). Es probable que continúen manteniendo y creando equivocados modelos sociales glt que crearán el caldo de cultivo para que ustedes, señores y señoras intolerantes, continúen sembrando un bosque lleno de odio.  

Los “personajes vacíos de contenido” continuarán cabreándonos en más de una ocasión, pero NUNCA sacarán el desánimo y la desesperanza que pretenden provocar a lesbianas, gays y transexuales… a pesar de todo, ya es demasiado tarde. El colectivo glt está más que acostumbrado a saltar por encima de todo tipo de obstáculos. La carrera de fondo comenzó hace mucho tiempo y la acometimos con el alma repleta de contenidos.

Por  Adolfo Coria para esta web  10-06-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                         Clasificaciones
 Andrógino

Las y los trans nos preocupamos continuamente por clasificarnos. Creemos ver diferencias e intentamos entenderlas y ponernos cada cual a un lado u otro. Somos bastante drásticas o drásticos: "Tú eres esto o lo otro; yo soy esto o lo otro". En realidad solemos picarnos o molestarnos bastante con estas historias. 

Lo mismo le pasa a gays y lesbianas, pero ahora voy a hablar sólo de lo nuestro. Hasta ahora, la clasificación más reconocida es la tripartita: distingue entre personas transvestistas, transgenéricas y transgenitales. Pero en cuanto miramos de cerca, nos encontramos con que hay que meter a más gente. ¿Porque dónde ponemos a los transformistas? ¿Y a las drag queens? ¿Y a los homosexuales mariquitas o las homosexuales camioneras? 

Lo del pique o la molestia de las clasificaciones es que traducen demasiado rápidamente lo de "yo soy esto, tú eres esto otro", por "yo soy más que tú" o incluso, cielos, "tú eres más que yo". Es decir: jerarquizan. 

La clasificación tripartita jerarquiza al personal de acuerdo con lo que se podría llamar "intensidad de la transición", de manera que partiríamos de personas poco intensamente transicionadas, como los transvestistas o los homosexuales feminizantes y llegaríamos a las mayores intensidades, en cambios radicales de género o de sexo.

Pero las jerarquías se pueden hacer de muchas formas y a quien se crea una de ellas se le puede contraponer cualquier otra. Por ejemplo, la anterior se basa más o menos en la irreversibilidad de los cambios, ¿pero estamos seguros, de verdad, de quién es menos o más femenina (otra jerarquía distinta)? 

¿Es más femenina siempre quien se opera que quien no se opera? No os preocupéis de buscar la respuesta: yo estoy segura de que no, o de que no siempre. Hay casos y casos, historias e historias, y muchas son asombrosas. 

¿Nos ponemos a clasificar la feminidad de los travestís (presentados así) que cantaron por Eslovenia? 

Bueno, quede claro que en un primer momento, todos y todas necesitamos clarificar nuestros sentimientos, para saber quiénes somos. Suficiente lío hay a menudo en nuestras cabezas. Entonces, tenemos que hacer distinciones: esto, eso y lo otro, y ponernos cada cual en en un sitio claro sobre todo para ese o esa cada cual. 

Después, pasa el tiempo, y a medida en que nos sentimos seguras o seguros de lo que somos, ya las distinciones a nuestra derecha o nuestra izquierda son más suaves. 

Finalmente, no nos cuesta trabajo reconocer al hombre interior o a la mujer interior o a la criatura ambigua interior. Y conforme conocemos a más y más compañeras o compañeros, las infinitas diferencias, los infinitos matices, comprobamos por un lado que las clasificaciones usuales se quedan siempre cortas, que te desconcierta la realidad, y por otro, que siempre es el hombre interior o la mujer interior o el ser ambiguo interior quien quiere emerger, en distintas circunstancias, más o menos permanentemente, más o menos notoriamente. 

Te ocurre cuando un amigo homosexual, un chico como otro cualquiera por fuera, te dice de pronto: "Pues yo me siento mujer por dentro, pero no tengo necesidad de vivir como mujer, ni de cambiar de sexo..." 

O cuando una amiga transvestista, que siempre ha defendido la posición transvestista, que parecía perfectamente instalada en ella, de pronto da un paso adelante y comienza a vivir como mujer y a pensar en operarse... 

O cuando otra amiga, que siempre ha querido vivir como mujer, ser mujer a los ojos de todos, te dice: "me he hecho la orquidectomía, pero no veo la necesidad de seguir adelante" "¿Por qué?" "Porque eso no representa nada para mí. ¡De verdad! ¡Soy muy asexual!" 

O cuando otra amiga está perfectamente centrada en su vida social de mujer pero sexualmente quiere jugar los dos papeles... 

O cuando una chica que conoces, tan femenina que ni siquiera necesita vestir como mujer y usa un estilo unisex, de pronto te dice: "Me vuelvo atrás..." 

O... o... 

Las clasificaciones usuales sirven para no perderte al principio, para saber dónde estás. No lo que eres, que eso tiene mucho más mandanga, sino simplemente dónde estás, por dónde vas. Es como cuando aprendes a conducir, que los primeros meses tienes que ser muy consciente de todos tus movimientos, por dónde estás en cada momento, qué artículo del reglamento tienes que aplicar... 

Pero luego, cuando adquieres soltura, ya no es siquiera que hayas aprendido a conducir un coche; es que has aprendido a volar, y en tu parapente, o tu ultraligero, asciendes y desciendes por los cielos. Entonces te das cuenta de que tus compañeros y tus compañeras también vuelan, con más o menos soltura, con más o menos agilidad, más o menos alto, menos o más velozmente, pero todos y todas empujados por la misma alegría de dejar salir al hombre o la mujer o la criatura felizmente ambigua que llevamos dentro. 

Entonces, es que ya no te preocupas de los detalles: dónde estoy, qué soy. Te interesa lo fundamental, que es la experiencia de la transición de género o de sexo, entenderla, observarla en tu mima persona, sorprenderte con las vueltas que dan los sentimientos, aprender de la vida. 

Amar; salirte de la persona que eres tú y centrar tus ojos en otra a la que miras y que te mira.  Tú sabes ya, más o menos cómo eres; ahora llega la lección segunda: Cómo quererla y que te quiera. Para esto no hacen falta clasificaciones. 

Por  Kim Pérez para esta web  03-06-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                       La religión
La expulsión del Paraíso

¿Qué religión nos acepta? Hace sentirse rara, pero es a la vez muy realista y revelador comprobar que prácticamente ninguna. En nombre de Dios, gays, lesbis y trans somos las únicas criaturas de Dios que somos rechazadas en casi todos los templos. Entramos en ellos, en su penumbra, con paso vacilante, temiendo en todos que pueda producirse de pronto la expulsión. Yo me he sentido en pecado siempre en la Iglesia Católica; en mi adolescencia, incluso confesarme me daba demasiada vergüenza y por eso era el único de mi familia que no me atrevía a comulgar, sin poder explicarlo, en las luminosas y resplandecientes Misas del Gallo.

Es notable que he sido, literalmente, el publicano que no se atrevía a pasar de los últimos lugares del Templo y allí temblaba y rezaba y del que Jesús dijo que salió justificado. Pero los cristianos no han aprendido nada de su Maestro, que también fue amigo querido de una prostituta y benévolo con la mujer adúltera y habló bien de los que se castran a sí mismos por amor al Reino de los Cielos.

Como no sea en alguna iglesia anglicana, en estado casi terminal por el contagio del liberalismo, es decir, donde en realidad no se cree en nada, no nos aceptan en ninguna parte. También hay minidenominaciones protestantes en los EEUU, hechas a medida de los homosexuales, y párrocos y hasta obispos aislados que nos aceptan o toleran aquí o allí, pero... Lo terrible es recorrer el panorama del mundo. Únicamente, el humanismo permisivo moderno nos acepta, pero es que tampoco cree en nada. Ni siquiera el compasivo budismo, una de cuyas comunidades expulsó a una amiga cuando ella declaró que era transexual.

Aun así, los y las transexuales medio nos escapamos, seguramente por nuestra novedad, que coge a mucha gente con el paso cambiado, pero gays y lesbianas lo tienen crudo en todas partes.

Las filosofías tampoco se escapan, que no presuman. Ha sido tradicional la homofóbia de la izquierda mientras fue una ideología fuerte. Ahora, como todos o casi todos, también se apunta a la permisividad, cuando ha dejado de creer en el Hombre Nuevo y en los fulgores de la Revolución.

Esto me da la clave para encontrar la solución. Gays, lesbis y trans no seremos admitidos como lo que somos, criaturas de Dios o hijos del Mundo, hasta que no lleguemos ante todos con un ideario más fuerte que el suyo, seguros de lo que somos y de lo que signifiquemos (yo todavía no lo sé, pero lo sabré) en la Historia Humana.

Exigiremos, no pediremos.

Avergonzaremos, no temblaremos.

Expresaremos la hermosura y la diferencia de nuestros sentimientos, también nuestras miserias, que forman parte de cualquier experiencia humana y hasta la engrandecen, como lo comprendió el Hijo del Carpintero.

La Historia todavía no ha acabado, ni mucho menos: esperen y verán.

Por  Kim Pérez para esta web  27-05-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                 10 de mayo del 2002, el recuerdo de mi madre
Recuerdo a mi madre ....

    Como en los últimos cuatro años, este 10 de mayo, el “Día de las Madres”, recuerdo a mi madre con el agridulce sentimiento que da la nostalgia y el dolor de no tenerla ya. Son tantos los remordimientos por aquellas  cosas que deje de hacer por y para mi madre, pendientes que, aunque humanos, no dejan de lacerar la memoria y, por otra parte, tantos los momentos de cariño y alegría, que hacen una mezcla de ternura y dolor, de amargura y de amor.  

Hoy, quisiera saber o por lo menos imaginar que sintió mi madre cuando teniendo yo quince años, descubrió en mi recámara unas prendas que había robado a mi abuela y a mi tía, se trataba de una cinturilla con seis tiranteras para las medias, un hermoso fondo rosa y un jumper de cuadros grises. Alguna vez leí que como transexual se llega al colmo, cuando la madre y las hermanas se quejan de que la sirvienta les hurta la ropa, y sabes que también a la sirvienta se le han perdido bragas y sostenes; pero en mi caso, llegué muy lejos o mejor dicho, mis pillerías habían sido muy cerca, dentro de la propia familia. ¿Qué habrá pensado mi madre?, no solo era un ladrón, sino que el hurto había sido a su madre y a su hermana, y por si fuera poco, ¿qué era yo, un mariquita?. La misma noche del descubrimiento mi padre me exigió una explicación y siendo yo tan mentiroso, en esa ocasión dije la verdad: me gustaban las prendas femeninas, me gustaba ponérmelas, sentirlas y disfrutar fantaseando, un rol ajeno a mi cuerpo, ajeno a los patrones de la sociedad. Que dolor habré causado a mi padre y a mi madre, pero a ella, tal vez también la rabia de haber encontrado la explicación de porque los cajones de su ropa, los encontraba frecuentemente revueltos, sus medias con “carreras” y su lencería hasta manchada. Devolví a mi abuela y a mi tía la ropa robada, ¿ que les dije, que me dijeron?, no lo se,  la vergüenza y mi dolor, como un bálsamo, han nublado mi memoria.  

Después, y por muchísimo tiempo, el tema no se tocó, pero mi madre siguió siendo la misma conmigo, dura cuando flojeaba, exigente e imponiendo disciplina, pero tierna y dulce cuando cumplía bien mis tareas, pendiente de hacerme algo sabroso para comer y estremecida con las flores de cada “10 de mayo”. No obstante, no puedo olvidar que dos o tres veces, sin recordar porque venía a cuento, hizo referencia a “esos jotos que quieren ser como mujeres”; tal vez haya sido el comentario “normal” producto de la ignorancia y la incomprensión propia de la sociedad, pero yo sentía, dolorosamente, que era una alusión directamente para mi. 

El tiempo pasó, me casé, nació Miguelito con síndrome de down y a los tres años, se dice que por un paro respiratorio, sufrió daños  cerebrales irreversibles, iniciándose un desesperado calvario de búsqueda para su cura, diciéndome a mi misma que era un castigo por mi transexualidad. Hace unos años y por ese motivo, cuando mi esposa y yo teníamos entrevista con una psiquiatra, mi madre me dijo: “..de paso hijo, cuéntale a la psiquiatra  tu problema”; había tanta ternura y tanto amor en sus palabras, que ese día supe que mi madre me amaba por entero; no importaba que yo ya supiera que mi transexualidad no era un problema que se pudiera curar y mucho menos que élla lo entendiera, lo único que importaba era que los recuerdos que tenía de mi madre habían llegado a la reconciliación. 

Miguelito no se curó, hoy a sus diecinueve años, es un bebé con edad mental de dos;  hoy, soy una persona que lejos de culpar a su transexualidad de todos mis infortunios, la considero la bendita causa de la armonía conmigo mismo/a.  

Muchas veces he pensado que si antes de haber iniciado una familia, hubiera tenido la información, la ayuda y el coraje de haberme aceptado como hoy lo he hecho, tal vez mi vida hubiera sido otra; nunca le dije a mi madre lo yo que sentía, lo mucho que sufría con mi transexualidad, si para otras cosas con todo el cariño que nos profesamos, no hubo un puente de comunicación, mucho menos para decirle que me sentía mujer. No se si se hubiera sentido herida, si se hubiera enojado, si me hubiera comprendido y hasta aceptado, pero no tiene ningún sentido elucubrar sobre esto, porque agradezco  a Dios por no haberla puesto en esa encrucijada, por haber sido ante ella un hombre y porque esta formación ha servido para encauzar, en la medida que sus dieciséis años lo permiten, a mi hijo Alejandro. 

Mamá, sin proponérselo, me dejó un legado de ternura y feminidad, y no me refiero a que por ella, pues nunca quiso tener quien le auxiliara en el hogar, aprendí a desempeñar labores domésticas, alguien diría: propias de mujeres; tampoco me refiero a su imagen de dama, sencilla pero elegante y distinguida, la que, como un ritual se ponía las medias y con un garbo caminaba con sus zapatos de tacón alto, la que con pasión rizaba sus pestañas y pintaba sus labios y sus uñas; no, me refiero a su ternura y delicadeza, a su paciencia y a su abnegación, a su intuición y sensibilidad, mismas que ahora he volcado en Miguelito; parecerá disparatado, pero si bien sé que una transexual nunca  podrá sentir crecer a un hijo dentro de su vientre, yo he tenido algo también maravilloso: sentir crecer a mis hijos dentro de mi corazón. 

Mi transexualidad me permite esa bendita e increíble dualidad para dividir y hacer diferente el cariño hacia mis hijos, para uno soy un padre y para el otro, aunque ya la tiene grande y sublime, soy también una madre y ciertamente, porque Miguelito no es sólo un retraso mental, es un cerebro tergiversado, han sido noche enteras sin dormir, corriendo, riendo llorando y una con la angustia de: ¿qué le pasará?; cuadros, lámparas y muebles rotos, por juego o por berrinche; cenas en familia con los espaguetis en la cabeza porque la sopa estaba caliente o pisos inundados porque la limonada no tenía azúcar; en fin un sistema nervioso y un hogar siempre en reparación, pero ¡nunca en abandono! porque una madre no cesa en el empeño. 

Mi transexualidad, aunque tú no lo hayas querido ni pensado, mucho aprendió de ti,........................Gracias mamá.

Por  Mirna Piliado  21-05-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                        Ambigüedad
El sexo de los ángeles ....

    

Carajo, esto es tan fuerte que tengo que ponerlo en forma de manifiesto. 

Esta tarde, iba pensativa en un taxi, mirando la animación del Día de la Cruz en la Puerta Real (la Puerta del Sol de Granada) y partiéndome la cabeza y el alma una vez más con querer entender lo que soy, cuando me acordé de mi antiguo uso de la palabra ambigüedad, y me dije: “Soy ambigua”, y me quedé inmediatamente tranquila, tuve unos hermosos segundos de paz pensando que ésa es mi verdad. 

Ahora, por la noche, uniendo todo es con otras conversaciones, me doy cuenta de que tengo que proclamarlo y hago este manifiesto. 

Punto Primero. Las personas ambiguas existimos y por eso tenemos derecho a existir. El que no nos reconozca ni el código civil, ni la cultura general, como tercer sexo, tan real como la Luna o el Sol, vaya usted a saber por qué será. Que no podamos reconocernos a nosotras mismas como varones ni tampoco como mujeres es porque intentamos meternos en las dos solas categorías humanas de las que hablan todos, todos, todos. Por eso, ni nos figuramos que haya algo más que un vacío entre una y otra, hasta que de pronto sentimos en un momento que hay algo más que un vacío y nos instalamos en ese espacio y resulta que es grande y que comprendemos todo lo que pasa ahí, porque somos nosotras mismas. Dan ganas de llorar. 

Yo lo he sentido como si, de pronto, dos cosas mías, hasta ahora separadas, se juntaran, tranquilamente, en una sola. 

Punto Segundo. La ambigüedad puede ser física, como en las intersexualidades, tan complejas, tan enigmáticas, o psíquica, como en las transgenericidades y en algunas transgenitalidades (como la mía) 

Las transexuales transgenéricas, las que elegantemente quieren cambiar de género sin necesidad de cambiar de sexo, son el paradigma más transparente de la ambigüedad y el misterio que ella trae al mundo, igual que las personas intersexuales, cuando son hermosas, sencillamente nos rompen los corazones. 

Punto Tercero. La ambigüedad no debe traslucirse políticamente en la creación de un tercer sexo legal (habría que darle los mismos derechos que a los otros; pero por ejemplo, ¿con quiénes nos casaríamos y con quiénes no?), sino por la abolición de una vez del sistema legal de los dos sexos. No corresponde con la naturaleza, nunca nos ha reconocido, por tanto, no es real. Se ha construido a costa de prescindir de la existencia y de asfixiar la conciencia de un número de personas que, por algunas circunstancias, no podemos reconocernos ni como hombres ni como mujeres. La abolición de los dos sexos como elementos (uno de dos) del estado civil de las personas viene ya por otros caminos. Matrimonio homosexual. Éste sería un factor más. Si ahora vale el sexo (uno de dos) sólo para autorizar el matrimonio (entre uno y otro), ¿qué pinta que se mencione el sexo en el carnet de identidad , que no tiene valor para el matrimonio? 

Punto Cuarto. Los ambiguos llegamos al mundo dual, que no tenía para nosotros ni nombre, como inesperados e inexplicados. Lo estremecedor es que el rostro de un arcángel, Miguel, fiero y tierno, audaz y semisonriente, que ha llegado a posarse, empujado por el fuerte batir de sus alas azul y tornasol, delante de mi librería y desde allí me mira, medio irritado, medio risueño, tiene nuestra cara.  

Por Kim Perez  13-05-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                La mujer que llevo dentro
Mis sueños de color malva......

    

   Tenía yo en aquellos tiempos esos 17 años en los que la vida te abre todas las puertas de la sexualidad de una manera atroz y descontrolada

  Que en esos años, atrapado, atormentado y dominado ya por esos instintos o lo que fuera, que corrían  por la sangre de mis venas, cuando me entregaba muchas veces a soñar en paraísos imposibles y en excitantes fantasías que terminaban en estremecedoras sensaciones de placer.

  Son esos momentos lo que me agrada recordar y los que sin duda iré paulatinamente reflejando en estos cortos relatos en los que la mujer que llevo dentro, asomará unas veces como sueños y otras como realidad física, viviendo aventuras que nunca creí que se llegarían a materializar.

  Nunca hasta esa tarde, en que por costumbre dominical entré en aquel cine de estreno, a ver la película titulada PICNIC, en la que Willian Holden y Kim Novac vivían una historia de amor como tantas otras, tuve una imagen delante de mi que marcaría el prototipo de mujer a la que yo quería imitar cada vez que mis pensamientos u oportunidades me llevaran a poder disfrutar de mi personalidad femenina en la que tan a gusto me encontraba.

  Nunca hasta ese día, tuve en mis fantasías, la sublime sensación de poner sobre mi cuerpo, esos tres maravillosos y eternamente femeninos vestidos que Kim lucía en esta película, aunque en realidad eran solo dos porque el azul sólo flotó en sus manos unos instantes.

  Pero el que llevé en mis sueños de mujer, una y mil veces, fue ese de color malva pálido, entallado a la cintura con falda de vuelo sutil por debajo de las rodillas y un escote profundamente sugestivo que hacía lucir sus pechos de formas perfectas y proporcionadas, que alguna vez soñé como míos bajo un sujetador de encaje blanco.

  Y hubo un momento singular, para mi el mas sugestivo de todas las películas que yo haya podido ver, junto con la del memorable guante de GILDA, en el que por un extraño milagro me sentí la mujer mas feliz del mundo dentro de ese cuerpo y moviendo como la brisa ese vestido maravilloso bailando junto al lago habiendo ya anochecido.

  Lo que estaba viendo era cine pero lo que sentí fueron sensaciones reales que siguen marcando mi existencia desde aquel día en el que por unos cortos minutos, desapareció mi condición de hombre para convertirme en esa mujer que marcó mi vida: Aquella tarde tuve la suerte de sentirme Kim Novac.   

Si alguien quiere escribir a Olga Perla Sandoval puede hacerlo en este correo mailto:perlasandoval@mixmail.com           

Por Olga Perla Sandoval para esta web  07-05-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

 

                             Terror dentro del colectivo transexual venezolano
El transfóbico y sus victimas

Adolfo Coria ( Naciongay )

La crítica situación del colectivo transexual en el Estado de Carabobo (Venezuela) ha dado motivos más que suficientes para dar el grito de alarma y emitir un llamamiento a toda la Comunidad Internacional. De nuevo, los Derechos Humanos son enterrados en la parte más profunda de la injusticia, de la cual ya no solamente se vislumbran las puntas del iceberg. El punto más caliente en la actualidad lo constituye el Estado de Carabobo en Venezuela, donde su gobernador, hombre homófobo y tránsfobo en medidas que sobrepasan la exageración y la incoherencia, ha ordenado la persecución de todas las personas transgénero, creando verdadero terror en el colectivo. Se trata de Enrique Salas, un individuo que se ha propuesto la extinción de todos aquellos seres humanos identificados con la, todavía mal vista, libertad para cambiar de sexo. El colectivo Transexualia de Madrid ha redactado una carta dirigida al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en orden a intentar que cesen estas injustas agresiones cuyas consecuencias han sido mortales para algunas transexuales. La brecha ya está abierta, y todos los colectivos glbt se solidarizan ante una serie de acontecimientos que deben parar cuanto antes. Aunque, desgraciadamente, la herida ya ha producido una cicatriz que no se podrá borrar nunca.

Asesinato despiadado.

El pasado 10 de enero, apareció asesinada la transexual Michelle Paz, de 21 años. Procedía de Ciudad Ojeda, una localidad enclavada en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, en el Estado Zulia. Los vecinos encontraron su cadáver en Valencia, capital del Estado Carabobo, bajo signos que constataban la violenta muerte que había sufrido la joven. Se supuso que el móvil del crimen había sido un robo y el cuerpo tenía cuatro impactos de bala. Asimismo, Paz no contaba con ningún documento que la identificara. Este acontecimiento no ha sido, para nada, algo aislado. Desde hace algún tiempo, la policía de Carabobo acosa, golpea y detiene a las personas transgénero, que tienen que acceder a relaciones sexuales con ellos con tal de no ser encarceladas.

El grupo transexual venezolano Respeto a la Personalidad, ha señalado como principales responsables de este crimen a los funcionarios de la Policía del Estado del sector del Trigal, los cuales persiguen a los transgénero de forma constante. No dudan desde este colectivo que el responsable de este asesinato se encuentre entre ellos. Pero estos hechos hacen venir a la memoria anteriores acontecimientos que ponen sobre aviso sobre el terrible panorama en el que se mueven los transexuales venezolanos. El 29 de julio de 2000, Dayana Nives, una joven transgénero de apenas 18 años, fue disparada mortalmente por un policía del Estado de Carabobo sin causas aparentes. El caso se ninguneó y la perspectiva fue la de hacer ver que no había pasado nada. El funcionario autor del delito trabajaba bajo las órdenes de Enrique Fernando Salas Romer, gobernador del Estado, el cual tiene la suprema autoridad sobre la policía de la provincia latinoamericana. La valiente transexual Maury Oviedo denunció ante la Comisión Interamericana todo lo sucedido y cargó contra este mandatario por ser el único responsable de la violación de los Derechos Humanos en el Estado de Carabobo. Y lo más curioso y contradictorio es que se conocen las fiestas privadas de Salas, en las cuales su gusto por vestirse de mujer constituye su actividad más destacada.

El colectivo transexual venezolano en peligro.

En el momento en que los hechos se han dado a conocer ante la opinión pública a través de la prensa de Carabobo, el gobernador Enrique Salas ha comenzado una cruzada con un único objetivo: acabar con el colectivo transexual. Dos activistas transgénero llamadas Vicky Martínez y Kevin Capote fueron detenidas sin mayor explicación. La última fue golpeada salvajemente en el interior del Hotel Bilbao y llevada bajo incontables medidas de seguridad a la cárcel "La Isabelica", donde sigue incomunicada y bajo los designios del mandato del gobernador. Maury Oviedo, presidenta del grupo Respeto a la Personalidad, ha mantenido reuniones con el defensor de los Derechos Humanos de Venezuela, Israel Álvarez de Armas, con el objeto de solicitar un recurso de habeas corpus en beneficio de las dos activistas. Parece ser que no son muy optimistas con respecto a su inmediata puesta en libertad, dada la amistad que tiene la presidenta del Circuito Judicial Penal, Alicia García, con Enrique Salas.

Por otro lado, el pasado día 13 de enero, un funcionario de la policía del Estado de Carabobo disparó dos veces contra la transexual Paola Sánchez. Afortunadamente, no resultó herida y pudo refugiarse en su casa, alegando que vió un coche patrulla XXX del comando policial "El Trigal", de las autoridades de la localidad. No obstante, los "funcionarios de la ley" fueron a su residencia y entraron sin ningún tipo de orden, tomando a Paola del pelo y arrastrándola hasta un coche patrulla camino de la cárcel "La Isabelica". Hay que recordar, que en este mismo domicilio fue donde asesinaron a la joven Dayana Nives a manos de un oficial de policía. El miedo ha impedido que Sánchez haya denunciado los hechos antes.

La lucha en favor del libre desenvolvimiento de la personalidad.

El colectivo de transexuales venezolanos Respeto a la Personalidad ha hecho un llamamiento a todas las organizaciones de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transgénero en el mundo. La meta es hacer públicas todas estas agresiones violentas que están cobrándose la vida de inocentes pertenecientes al sector glbt más discriminado. En la ciudad de Caracas los colectivos transexuales están organizando manifestaciones en contra del déspota Enrique Salas para solicitar la interpelación del mismo ante la Asamblea Nacional y hacer ver el descontento popular con respecto a su mandato, obligándole a que abandone su cargo, tal y como reza el artículo 350 de la Constitución venezolana.

En España, el colectivo Transexualia, con su presidenta Juana Ramos al frente, ha enviado una carta al presidente de la República de Venezuela, Hugo Chávez, en la cual se expresa la "gran preocupación, consternación e impotencia a raíz de los gravísimos sucesos que están aconteciendo en el Estado de Carabobo consistentes en una clara maniobra de violencia institucional hacia las personas transexuales". En el texto remitido por Transexualia, se recuerda el asesinato de Michelle Paz y se hace mención al crimen cometido contra Dayana Nives. Asimismo, se mencionan las masivas detenciones como las ocurridas contra "miembros de asociaciones transexuales entre las que se encuentran Vicky Martínez y Kevin Capote, esta última salvajemente golpeada en el interior del Hotel Bilbao, las cuales han sido llevadas bajo estrictas medidas de seguridad a la cárcel de 'La Isabelica', incomunicadas y sin ningún tipo de diligencias".

Y es que, tal y como expresa Transexualia, en España y en cualquier estado democrático, estos hechos son inconcebibles. Desde el gobierno de muchos países se defienden los Derechos Humanos de una forma virtual. El colectivo transexual carga con una discriminación mucho más dura, dado que su propia imagen supone un atentado contra las mentes más arcaicas. La dinámica, triste y despreciable, consiste en ignorar y dejar pasar este tipo de circunstancias por alto y en no poner cartas en el asunto hasta que comienzan a morir inocentes. Pero la pasividad de las autoridades del Estado de Carabobo, dirigidas por un hombre del que se especula su homosexualidad pero que deja bien claro su odio hacia la Comunidad glbt, no han contado en ningún momento con la vigilancia y solidaridad de los transexuales, bisexuales, lesbianas y gays de los países democráticos. Esta es nuestra defensa y nuestra lucha por acabar con estas aberraciones contra el libre desenvolvimiento de la personalidad.

 

Por Adolfo Coria de Naciongay  29-04-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                Trans en la ciudad
El anonimato de las ciudades

 

En los bloques de diez y catorce pisos de las afueras de la ciudad da un alegre y desenfadado sol por la mañana. Las ventanas de una de las plantas altas son las de una trans. ¡Una trans! ¡Vivir allí como trans! ¡Una persona que ha hecho un cambio de sexo! ¡Vive, es decir, hace una vida incluso rutinaria,, baja al bar de la esquina del bloque, graso y cutre, se encuentra allí a lo mejor con dos amigos, sus mejores amigos, una pareja de gays que viven cerca y se toman una cerveza con unas tapas! 

La ciudad sigue dándonos esa forma de vida desamparada pero libre que tanto nos gusta. Alguna gente mira atravesada a ese pequeño grupo sentado junto a la cristalera del bar; no importa. 

Llegan, pasan, se paran también inmigrantes, con sus caras morenas y las ropas que les resultan ajenas y extrañas, ropas para defenderse del frío y hacerse admitir en una sociedad que les ignora, pero que les da la vida. 

En los lejanos y solitarios campos cenagosos de China, en los fríos despoblados de Bolivia, en los pueblos pequeños de todas partes, hay trans y gays encerrados en el más terrible de los encierros, en el secreto, que miran con envidia, o sueñan o no pueden imaginar siquiera esta vida de calentador, televisión y bar, de recibos de teléfono y compras en grandes superficies que es la de cualquier trans o gays urbano. 

Si saben que existe, si no pueden llegar, perder de vista cerros y tapias, la miran con desesperación quienes están condenados a pasar su existencia fuera de la Ciudad liberadora.  La Ciudad trepidante y anónima, la de autobuses rojos y metro, que a lo largo de los siglos ha dado voz a tantos, ha hecho crecer en sus callejones húmedos a los pobres mercaderes que luego se convirtieron en burgueses y se revolucionaron contra la secular cultura agraria; donde luego los obreros de aquellos burgueses se levantaron contra ellos, afirmando su existencia y reclamando otra forma de vida; barrios obreros, tétricos y liberadores, de alcohol, prostitución y revolucionarios; barrios de las Ciudades humosas, bajo los fulgores de los altos hornos y los nubarrones negros, anunciantes de un Apocalipsis que todavía no se ha consumado. Del movimiento, empuje, tracción de liberación de los obreros, los últimos entre los ciudadanos, tomaron ejemplo otras liberaciones, descargas de cargas insoportables, pero que era posible tirar a un lado, y esto produjo en las mismas Ciudades el movimiento de liberación de las mujeres, y luego el de los gays, y luego el de las lesbianas, y luego el de los y las trans, y luego el de los intersexuales, marcados todos hasta entonces por el sello del aplastamiento patriarcalista, último vestigio de los campos y los rebaños. 

Yo he vivido en los dos mundos. El provinciano y rural; para mí, horrible. Condena que pudo ser de cadena perpetua. Qué habría sido de mí. Luego he vivido en la verdadera Ciudad. ¡Qué cosa tan diferente! 

En los campos de la Tierra, que sólo son bellos para quien no está sujeto a ellos, hay todavía tantos campesinos sometidos, tantas mujeres encerradas, gays o trans ridiculizados o asustados y en secreto...Sé que un pueblerino de China se cortó los genitales, que un rancherillo de Bolivia hizo lo mismo, que un aldeano de Jaén intentó lo mismo, porque eran trans y lo mismo les daba morir. A lo mejor ni siquiera se habían enterado de que había otras trans en el mundo, de que no eran las únicas personas con estos sentimientos. Mucho menos de que hubiera una trans viviendo en el piso octavo de aquel bloque, radiando. 

La moraleja de todo esto es muy sencilla: no sabemos a dónde vamos, pero sí sabemos que mercaderes (en su día), obreros, jornaleros, mujeres, inmigrantes, gays, lesbianas, trans, intersexuales, nos estamos liberando de pesos reales que pesaban sobre nuestros hombros y que parecía imposible retirar. Nos  condenaban a la miseria física y moral o a la vergüenza o al silencio. Todo esto no era humano y ahora empieza a serlo. Empieza. Mirad, más allá de la Ciudad...  

Por Kim Perez para esta web  22-04-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                           Ser transexual y haber nacido en la isla de Cuba....
Plaza de la catedral en la Habana

Mucho se ha debatido y se debate en mil foros aquí y allá sobre los derechos humanos en la 'Cuba de Castro', sin embargo, aunque no parece ser prioridad ni interés del centralizado mecanismo gubernamental de la isla, burocratizado hasta el absurdo, existe un Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) curiosamente destinado a "trazar la política educacional en materia sexual de la revolución", en el  que durante muchos años ha llevado adelante una colosal batalla contra esa misma burocracia un grupo de especialistas de muy alto nivel para que los transexuales tengan acceso a las terapias modernas que permitan su reasimilación por la sociedad. A finales de los 80 una pequeña nota en un periódico informaba de la primera reasignación de sexo en la isla y en un seguimiento inusitado para una nota de esta índole se explico lo que era un transexual en un articulo que apareció días después; luego, silencio. Durante años se especulo por parte de la opinión publica sobre la existencia de un programa medico-quirúrgico que la fantasía popular colocaba en el hospital emblemático de la época para transformar hombres en mujeres, o mas bien, homosexuales extremadamente afeminados en mujeres, pues en Cuba se ignora tanto sobre tantas cosas que los cubanos suplen con su imaginación lo que los medios le niegan, matizando sus razonamientos con los prejuicios inevitables de una sociedad que ha tenido acceso a la educación pero no a la información. Los 90 trajeron con los cambios políticos globales causados por la desaparición del llamado 'socialismo real' la 'crisis de las ideologías' y en Cuba se vivió una etapa de incertidumbre tan aguda que por un tiempo el estricto control estatal se resintió, fue la época en que se hicieron películas como Fresa y Chocolate donde un homosexual encuentra como solución marcharse del país al no encontrar espacio para el allí, contemplada con el ceño fruncido por mas de un funcionario, aparecieron los "shows" de travestís como telón de fondo de cafeterías y restaurantes privados; luego los travestís y transexuales empezaron a tomar -y hacer- la calle para subsistir, una pléyade de jovencísimas muchachas descubrió las hormonas y el "Centro", en cierto momento -y haciendo una excepción aun hoy increíble- se concedió el cambio de identidad legal a un grupo de transexuales que recibían atención desde años atrás y que habían sido diagnosticados como tales. Sin reasignación, sin electrolisis, sin cirugía plástica, casi sin hormonas, con casi nada.

De algún modo la maquinaria burocrático-represiva del sistema recupero su temporalmente perdida y proverbial eficiencia y también de algún modo una sobrina del mismísimo Castro asumió la dirección del "Centro", no se conoce de ninguna otra reasignación, una de las especialistas mas capacitadas del centro en materia de asuntos de identidad sexual paso a retiro y hoy acuden allí decenas de muchachas  que al menos hallan apoyo sicológico -y muy poca información- de forma gratuita, se protegen sus identidades, se actúa de modo muy profesional y con un gran respeto, luego no sucede mucho mas, desgraciadamente.

Es curioso que al menos exista un programa de atención y evaluación sicológica en un país tan empobrecido y golpeado por las escaseses de todo tipo. Es enaltecedor que la profesionalidad de un grupo haya llegado a cubrir la indispensable necesidad de este tipo de servicio de salud. Es lamentable que no se pueda llegar mas lejos.

En un país como Cuba nada escapa al control estatal, todo esta diseñado para que dependa de los organismos rectores, 'la administración central del estado' que, a fin de cuentas no es otra cosa que el mismísimo Castro en persona. Con la perspectiva que nos da el tiempo hoy es posible discernir en parte que sucedió en los no tan lejanos años 80; Cuba recibía subsidios millonarios de la extinta Unión Soviética y Castro lanzaba su campana para trocar el país en una potencia medica mundial, se asumió un programa de trasplantes cardiacos que luego se extendió a multitrasplantes de todo tipo en el flamante hospital Hermanos Ameijeiras de la Habana, se creo el exclusivísimo Centro de Investigaciones medico-quirúrgicas (CIMEQ), hospital de elite para los privilegiados del sistema fundamentalmente, léase altos oficiales del ejercito y el ministerio del interior, ministros, sus familiares, etc. Fue en ese contexto que se llevo a cabo la reasignación de marras, se dice que no se contó con Castro para efectuarla, se dice que fue el Consejo de Estado en pleno -presidido por Castro, naturalmente- el que decidió dar el paso, se dice que los resultados no fueron los esperados, se dice que la persona involucrada recibió una casa, ropas, miles de posibilidades y que, sin embargo, no fue capaz de actuar a la altura que se esperaba de ella, se dice que ella misma develo el cuidadosamente guardado secreto de su identidad anterior, se dicen muchas cosas...en Cuba se habla mucho y la justa verdad esta casi siempre entre las posibilidades que se barajan.

Honrar honra, escribió nuestro Marti, que sean estas letras en primer lugar para honrar y enaltecer a todos los que tuvieron la valentía y la profesionalidad para vencer los prejuicios y luchar por nosotras en un país como Cuba, donde el material humano es tan valioso y donde, desgraciadamente, escasean las libertades para todas las minorías. Hoy es posible contemplar, con tristeza, como se prostituyen las muchachas TV y TS, lo mismo en la muy céntrica y popular esquina de las calles L y 23, que en el mal iluminado paseo de Santa Catalina, se les llama con nombres atroces, aunque en general el publico las ha asimilado como parte del nuevo paisaje urbano del postboom del comunismo, no se les suele ofender de palabra o de hecho y aunque a la policía se le ha dado ordenes de, en sentido general, no molestarles, son los encuentros con la policía los que mas difíciles hacen sus vidas, la tasa de drogadicción se especula que es alta, y faltan datos sobre el nivel de infección con el VIH, aunque no es difícil imaginarse que sea alto pues ellas no suelen usar el condón para complacer a los clientes. Se les ve de noche, provocativas y sigilosas, casi siempre en parejas y gesticulando a los autos que pasan o bien con una estudiada pose y atavío que pregona su disponibilidad.

Por Lucia Mirandes para esta web  15-04-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                               Discriminación en la enseñanza pública
El derecho a no discriminar 

 

Una vez más los hechos nos demuestran que la lucha por la Libertad no sólo conlleva conseguirla, sino también es preciso actuar para mantenerla. Textos incluidos en los planes de la Enseñanza Pública como el manual "Pedagogía Social", utilizado para la diplomatura de Educación Social de la UNED y escrito nada menor que por un "catedrático", el profesor José María Quintana Cabanas, junto a otros autores; con párrafos como:
 
-"La homosexualidad, entendida como el ejercicio y fomento del amor sexuado entre personas del mismo sexo es consecuencia en la mayoría de los casos de una mala educación afectiva. Es un fenómeno que se puede corregir y reorientar ..........una determinada y fija orientación homosexual es poco frecuente."
 
-"La homosexualidad,  como la heterosexualidad desviada o posesiva fuera de las normas sexuales socialmente legitimadas, en la medida en que supone una unión sexual al margen de la familia y después del matrimonio, no podemos menos que recordar que la exclusividad del amor sexuado tiene su razón de ser en la perpetuación de la familia que es lo que nos da nuestra condición social."
afirmaciones que atentan abiertamente contra la libertad sexual, que bien puede incluirse dentro del Derecho al libre desarrollo de la personalidad, recogido en la Constitución Española; otro texto, escrito por el mismo autor, y obligatorio en un curso oficial de Enseñanza abierta de la UNED; y probablemente muchos más libros que todavía desconocemos; califican la homosexualidad como una desviación. Este tipo de afirmaciones, que bien pudieran parecer poco dañinas en sí mismas, se constituyen en argumentos de la violencia social, laboral, familiar y física contra una gran parte de la población que lo único que pretende es ejercer plenamente el derecho a la libertad sexual y al propio cuerpo.
 
    Si bien, en este caso, pareciera existir un conflicto entre el Derecho a la libertad de expresión y el Derecho al libre desarrollo de la personalidad, el primero de ellos no debe ser argumento para utilizar las herramientas que confiere el Sistema de Enseñanza Pública a sus propios gestores, para realizar manifestaciones que, en última instancia, promueven y justifican la violencia hacia todo un colectivo de personas.
 
    Las Instituciones de la Enseñanza Pública deberían proveerse de los medios adecuados para evitar que los Derechos Fundamentales, recogidos en la Constitución, sean protegidos, en lugar de ser atentados, desde su propio seno; y no relegar esta función, por omisión, a las Organizaciones No Gubernamentales y asociaciones, como parece que ocurre actualmente en el Estado Español.
 

Por Juana Ramos para esta web  08-04-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                         Santo deseo
El deseo de la integración 

 

 Una trans conservadora es una contradicción en los términos, primero porque tenemos que ponernos el mundo y sus leyes por montera para salirnos con la nuestra y segundo, porque aun cuando lo consigamos, acumulamos demasiados rechazos, frustraciones, imperfecciones como para quedarnos paradas. Lo mismo se puede decir de los trans masculinos, los gays, las lesbianas y los bisex, pero sé mejor de lo que hablo cuando hablo de las nuestras. 

Sin embargo, trans conservadoras las habemos (yo incluida, claro) La razón principal es el natural deseo de integración, el mayor descanso, ser una más lo mejor posible, pasar inadvertida, etc 

¿Cuál es nuestra tasa de integración? Cada una lo sabe, de cero a cien. A ella nos acogemos, en ella nos refugiamos. Nuestros amigos, nuestra familia, la gente de la calle que nos mira o no, nos conceden esa tasa y con ella contamos. Nos acostumbramos, llegamos a estar cómodas.  

Sigmund Freud, tan lúcido en lo fundamental, estaría orgulloso de nosotras en esto: personificamos muchas veces, después del cambio,  lo que llamó principio de realidad, que no es más que acomodación, aceptación de las reglas ajenas...   

Nos vamos a reunir cuatro compañeras, cuatro amigas. Hace unos años, hubiera delirado definitivamente de entusiasmo. ¡Cuatro trans! ¡Entre ellas, yo! 

Esta mañana me he sentido desganada, incluso triste. ¿La dichosa falta de testosterona? 

No; más bien el dichoso principio de realidad, de la llamada realidad: ahora soy una maniática de las imperfecciones que compartimos. Porque ahora tengo algo que conservar: el status que he conseguido. 

Tengo miedo de que lleguemos al restaurante y en él no vean a cuatro mujeres: que vean a cuatro trans. De pronto, la palabra gloriosa se convierte en algo discutible. Bueno, estoy segura de que ésa es la desgana: si fuera con mi amiga Zeta, que es perfecta, no la tendría (O mejor: tendría mi miedecillo de acomplejarla a ella) 

Tengo miedo de volver a tener demasiada conciencia de cuál fue el punto de partida; de olvidarme incluso de dónde estamos, de a dónde hemos llegado. De que cada uno de los minutos del restaurante sea una vuelta atrás. 

Cada una de nosotras ha conseguido su pequeño espacio en que es respetada, aceptada, querida. De pronto, al reunirnos, cada una se convierte en el espejo en que la otra puede ver sus propios defectos. Si tu voz suena inadecuada, es que mi voz será inadecuada; si eres demasiado alta, qué decir de mí, etc  El principio de la llamada realidad suena y resuena y duele mucho. 

Yo antes no era así. Durante unos meses o unos años, mi principal placer era pasar entre la gente y que dijeran: ¡Una trans! Que me viesen, diferente, valiente, audaz. Entre mis compañeras, sentía orgullo y admiración mutua. ¿Por qué? ¿Cómo volver a sentirlo? 

Está claro: cuando deje de ser conservadora. Cuando vuelva a sentirme esencialmente desafiante. 

Lo conseguiré pensando en nuestra voluntad, en nuestros deseos. Estaremos cuatro personas que queremos transfiguranos en mujeres, perfectas, si posible fuera, cada cual en su estilo. Yo sé cómo quisiera ser mujer y sé que medio lo consigo. No somos lo que somos, ni lo que parecemos, sino lo que queremos. 

Ésta es la primera norma y la más profunda de la cortesía trans: no ver lo que eres, sino lo que quieres ser. Hablar en masculino o femenino sin hacer caso de las apariencias, por fuertes que sean. Hay algo más fuerte que ellas. 

La voluntad o el deseo es lo más radical de la existencia. Es lo que me hace pensar en la luz que deseo. 

Los milagros son obra del deseo. El deseo es más real que el ser, que no es nada, si nos lo figuramos como algo estable y permanente, con toda la solidez que aparenta. 

El siglo XX nos ha enseñado que somos energía. Nuestra voluntad y nuestros deseos son la forma mental de esa energía. 

Cuando pensamos en eso que llamamos el ser (por ejemplo un hombre o una mujer), nos lo figuramos como una realidad acabada, cortada en el tiempo; entonces miramos al pasado y vemos las fuerzas que la han formado, sus causas, que nos parecen lo más importante, pero no pretendemos mirar hacia el futuro, a dónde va y menos a dónde quiere ir. 

Desear es bueno, es natural, aunque parezca imposible. Cuanto más deseo, mejor; más lejos nos llevará.  Eso somos las trans: deseantes. Por eso estamos chaladas, por eso combatimos más que nadie, por eso desafiamos, por eso conseguimos.

Por Kim Pérez para esta web  02-04-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                                       Las Heroicas
Valor y coraje 

 Lo confieso: soy una valiente. Y mis hermanas trans también. Meto en la palabra trans a todas: travestís y mariquitas de barrio, operadas y no operadas, y no sé quién es más valiente. 

Y valiente quiere decir orgullosa, rebelde, resuelta. 

La lección que primero aprendió de su madre mi amiga Mercedes Camacho fue: “Tú siempre con la cabeza alta”. ¡Y anda que no la aprendió, ella, tan risueña y fuerte! Yo lo tengo más bien de mi padre, que se jugó la vida mil veces (al pie de la letra) en su juventud. Mi padre fue un valiente y yo, su hija, una trans, también. 

Algunas veces, una patulea de chavales se ha metido conmigo por la calle. Yo me he callado por eso: porque eran chavales. ¡Pero si hubieran sabido el daño que hubiera podido hacerles y no les he hecho, por esa consideración! 

Lo más patético ha sido cuando me han hecho el número de una pluma aparatosa. Entonces, lo que he pensado ha sido: “¡Si supiérais el valor que he tenido que tener, aparentemente un tío, para pintarme los ojos y la boca, mirándome al espejo, viendo lo que había que ver, y ponerme una falda y echarme a la calle!” 

“¡Más valor que todos vosotros juntos y vuestros muertos!” 

Y también: “Tenía que daros miedo una persona que ha sido capaz de meterse la cuchilla...” 

Las trans somos tan fuertes y orgullosas que muchas veces resultamos inaguantables. Sinceramente, esto es lo que más me fastidia de mis compañeras, que no sean tiernas ni dulces, hasta que me pongo a pensar por qué. 

Qué hermoso es ver a una trans, presumida, más derecha que una vela (porque ella sabe lo que tiene dentro), sola frente al mundo, disfrutando de que la miren y la critiquen e intenten tirarla abajo, pero siempre diciendo: “Aquí estoy yo”. 

Por eso mismo, nos equivocamos cuando queremos ser “una mujer como otra cualquiera”, pasar inadvertida (la que pueda), porque entonces tenemos que empezar a tapar nuestra historia, romper nuestras fotos, fingir la voz, pedir perdón y aceptación y agobiarnos por este defecto o este otro. Somos mujeres, pero no somos mujeres como otras cualesquiera. 

Somos mujeres voluntarias, como los legionarios, porque hemos querido, porque hemos luchado cada día, y eso es guapo y tierno y admirable y precioso y merece que seamos queridas como mujeres. 

En cambio, es malo querer ser “una mujer como otra cualquiera”, porque entonces perdemos desde el principio. Nos encontramos con la tira de nuestras desventajas. ¡Nadie combate en terrenos desventajosos, si puede! Quien se quiera amargar y acobardar (yo también me he amargado y acobardado), no tiene más que dejarse caer en la trampa del “soy una mujer como otra cualquiera” 

¡Somos más que eso! ¡Somos mujeres pero como las mujeres fuertes! Siempre me han emocionado Antígona y Medea. Por algo será. No es que sean exactamente mis modelos de mujer (que son otras), pero son dos de mis modelos de mujer. Las dos habían nacido con la cabeza alta y no la agacharon, pasara lo que pasara. 

Creo que hay un error de mantenimiento cuando hablan o hablamos nosotras mismas de nuestras cosas como si fuéramos unas víctimas. No somos pobres víctimas que pidamos comprensión y compasión. Lo que queremos y conseguimos es respeto y hasta un poco de miedo para quien quiera hacernos daño o jugar con nosotras. 

Muchas veces es verdad que estamos heridas, pero heridas en combate. Somos heridas de guerra, y cuántas veces hemos ganado y nos hemos salido con la nuestra. 

Por encima de todo, por favor, que no nos tengan compasión, esa supuesta virtud horrible que consiste en mirar al otro de arriba abajo. 

Queremos admiración, por lo guapas y valientes que somos, y simpatía, que es el sentimiento de las almas grandes hacia las almas grandes. Narcisismo. A lo mejor. Bendito sea. 

Empezando mi cambio, me sentía vieja y fea y desesperada. Lo único que me sostuvo fue decirme: “Pero soy valiente. Por lo menos seré recordada como una valiente”. Ésta era mi belleza a mis propios ojos y esta belleza me consoló y me dio fuerzas (y las pierdo cuando se me olvida) 

Parece mentira que saquemos tantas fuerzas quién sabe de dónde. Somos la fuerza de choque del movimiento gaylesbitrans, todo el mundo lo dice.  Fueron trans quienes la armaron en Stonewall, travestís, drag queens, mariquitas. No queremos que nadie se atreva a tenernos pena, sino que las personas normales (porque nosotras no somos normales, pero por arriba) se pregunten por lo que significa una aventura tan loca como la nuestra. Somos locas y a mucha honra.

Por Kim Pérez para esta web  25-03-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                     Globalización `` Otro mundo es posible ´´
Una imagen lo dice todo 

El  sábado 16 de marzo más de 500.000 personas participaron en Barcelona en la mayor manifestación  del movimiento por otra globalización . Desde las manifestaciones de Seattle en noviembre del 99, no se había visto tanta gente y tan diversa consciente de querer cambiar  las cosas y de que otro mundo es posible..

Como decía el Manifiesto leído en 5 idiomas  al final de la manifestación “Barcelona es una ciudad ocupada por las sonrisas postizas de la alta política. Amparados en sus fortalezas de cristal y acero la impunidad está asegurada. Miles de seres fabricados en los laboratorios de la represión aseguran que nuestros gritos no lleguen a sus oídos.

Pero el planeta se les ha quedado pequeño, la historia se ha puesto de parto y ha dicho que las cosas van a cambiar”.

Los cientos de miles de personas que durante estos últimos años se han manifestado en Seattle,  Millau, Washington , Melbourne, Praga, Génova ,Barcelona y en otras ciudades del mundo , constituyen la expresión más visible de este sentimiento de resistencia a la mundialización capitalista.

Son gente unida por el rechazo al slogan “todo el poder a las multinacionales”.Ecologistas, agricultores, sindicalistas, militantes gays, lesbianas y transexuales, de ONGS que luchan contra la deuda, feministas, militantes de derechos humanos y de grupos de izquierda, jóvenes y menos jóvenes de todas partes. Personas que saben que las decisiones tomadas en las cumbres de “los ejércitos más destructivos del planeta “ ( Fondo Monetario, Organización Mundial de Comercio, Banco mundial, Foro de Davos o Unión Europea) suponen siempre  mayor precarización del trabajo y la vida., el abandono masivo del campo provocado por el negocio de la comida basura, la esclavización de  inmigrantes, la muerte de millones de personas de SIDA al no poder acceder a medicamentos y así un largo etcétera de devastadores efectos..

Acabamos de dejar atrás un siglo con un gran potencial para eliminar el hambre , la desnutrición y paliar muchas enfermedades.

A pesar de todo desnutrición y hambre han llegado a los niveles más altos de la historia. Hoy en día hay más de 1,2 billones de personas obesas sometiéndose a dietas dañinas  y una cifra similar pasando y, 80 millones cada año, muriendo de hambre. La producción de alimentos está en manos de las grandes multinacionales para las que son más importantes sus propios beneficios que la salud de la población. Y esto es extensible a los medicamentos, el agua, los servicios sanitarios etc.

Esos cientos de miles de personas que los medios de comunicación en muchos casos ignoran o criminalizan y a los que se etiqueta despectivamente como “antiglobalizadores” simplemente  no quieren s formar parte de esos negocios y por eso dicen no  a la Europa del capital, a la deuda externa, a las políticas impuestas por el FMI , la OMC o el Banco Mundial.

Salen a la calle para “denunciar  la responsabilidad, la hipocresía y el doble juego en el mundo de la política, la manipulación de la democracia , de la población  y la justicia  y los esfuerzos destinados a crear amnesia colectiva y criminalizar la disidencia.” . Y sobre todo para denunciar  los valores del neoliberalismo porque  no quieren un mundo construido sobre el egoísmo , la búsqueda de beneficios, la explotación y la violencia..

Y salen , sobre todo, para que su visibilidad ayude a la  población a superar las actitudes que los inmovilizan. Su presencia diversa y colorista es todo un llamamiento a tomar las calles y a tomar la palabra para gritar :Somos millones... y el planeta no es vuestro. ¡ otro mundo es posible!

Por Juan Vázquez Arango para esta web  -18-03-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo  )

 

                                Políticas de Juventud y educación para la salud  
 

 

En la realidad actual el desarrollo evolutivo de l@s jóvenes esta lleno de gran cantidad de impedimentos ocasionados por el mismo contexto social, la no existencia de un contexto facilitador provoca que aparezcan mas patologías en el periodo adolescente que nos ocupa. Es una responsabilidad de los medios educativos, que dependen de la sensibilidad política de las instituciones públicas en materia de juventud, el ofrecer a l@s adolescentes y jóvenes la Educación para la Salud necesaria para facilitar su desarrollo evolutivo.  

De hace tiempo se conocen los beneficios de una adecuada educación para la salud, siendo conscientes de que su eficacia depende de los proyectos a largo plazo y no de acciones puntuales que lo único que ofrecen es una información (saber como mejorar la salud), y dentro de la Educación para la Salud es un axioma que la información por si sola no basta -la información es una condición necesaria pero no suficiente-, es un elemento que tiene que formar parte de un proceso donde se den el trabajo de las actitudes, los comportamientos y los recursos necesarios para dirigirnos hacia estilos de vida más saludables, haciendo hincapié en la responsabilidad individual para obtener salud. Es muy importante el trabajo actitudinal pues el primer paso es desear tener salud y esto en un contexto social que se caracteriza en ocasiones por valorar la rápida obtención de metas, de placeres, de grandes triunfos sin tener en cuenta que la salud se obtiene mediante un trabajo constante de valoración individual y de manejar la demora de las satisfacciones. Es conocido por l@s Educadores para la Salud que el 20% de la misma depende de la herencia, el 25% de un contexto facilitador o entorno, el 5% de los servicios sanitarios o recursos y el 50% del estilo de vida. De ahí que tenga una gran importancia introducir adecuadamente la EpS desde el momento de la escolarización de l@s niñ@s y más intensamente a partir de la pubertad, por ser el periodo evolutivo donde se empiezan a dar los cambios necesarios para el desarrollo del individuo hacia su etapa adulta.  

Con los conocimientos actuales en materia de Educación para la Salud se puede, si existe una voluntad política clara y seria de las instituciones oficiales en materia de políticas de juventud, proponer y conseguir una EpS cuyo objetivo sea un “proceso de formación” a lo largo de todo el desarrollo evolutivo del niñ@ y del/la adolescente y “un proceso de responsabilización del individuo” para que adquiera los conocimientos, las actitudes y los hábitos básicos para defender y promover la salud individual y colectiva. Si hubiera la infraestructura necesaria -y esto solo es posible si hay una implicación política clara en juventud- para que los Educadores para la Salud pudieran desarrollar su trabajo el objetivo sería un intento de responsabilizar al niñ@ y adolescente y de prepararlo para que, poco a poco, adopte un estilo de vida-lo más sano posible- y unas conductas positivas de salud; siendo conscientes de la realidad diversificada que nos rodea y de las múltiples manifestaciones sociales que muestran los distintos colectivos de jóvenes, asumiendo por tanto el trabajo de ir construyendo alternativas a las distintas necesidades que los mismos jóvenes van manifestando en su salud. 

Actualmente existen una gran cantidad de tópicos alrededor de la adolescencia y juventud, tópicos que en ocasiones marcan una visión del periodo evolutivo adolescente moralista y cargados de prejuicios que marcan políticas represivas y conservadoras sobre l@s jóvenes. Existen políticas de juventud que pretenden “normalizar” una juventud que esta llena de diversidades, momentos de riesgo inherentes al propio desarrollo de los jóvenes, y que lo que requiere es la posibilidad de tener espacios de escucha y elaboración de actitudes para que desarrollen la capacidad de autonomía individual que permite evolucionar hacia una etapa genital adulta. 

Políticas de juventud claramente progresistas posibilitan el desarrollo de una Educación para la Salud orientada al desarrollo de la personalidad individual y la capacitación para conocer y manejar la propia salud individual y colectiva desde el deseo de tener salud, conocimiento de los determinantes de salud y  comportamientos facilitadores de hábitos de vida saludables sin necesidad de tener que reprimir, pudiendo trabajar la socialización de la salud -no solo el aprendizaje conductual de los hábitos de vida saludables- y pudiendo experimentar la vivencia de la Salud y ello solo se consigue con la implicación directa de l@s jóvenes y adolescentes y su participación en unos programas de Educación para la Salud acordes con los conocimientos actuales en esta materia, pero para ello será necesario adaptar las infraestructuras existentes y hacer las dotaciones económicas para atender adecuadamente y desde las instituciones el periodo evolutivo adolescente, desde un marco constructivista, progresista y psicoanalítico. 

Alvaro Beltrán Navarro. Psicólogo Clínico.

Secretario MMSS y ONG`s de la Ejecutiva Local de Benidorm.

Coordinador provincia Alicante Grupo GLBT del PSPV-PSOE.

 

 

BIBLIOGRAFÍA. 

-         Bataller i Perelló, V. Tesis doctoral: “Educación sexual: Estudio de la sexualidad de los jóvenes de la Comunidad Valenciana en base a un servicio público de información sexual.”Universitat de València. Octubre, 1995.

-         Blos, P:  “La transición adolescente”. Amorrortu editors. 1979.

-         Font, P. “Hacer (un poco más) fácil lo difícil, o como promover la educación para la salud en la escuela”. Especialista en Educación para la Salud.

-         Xambó, R:. “L`Alliberament Sexual dels Joves. Mite o Realitat”. Ed. Instituciò Alfons el Magnànim. 1986.

11-03-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

                                                     La bandera del arco iris  
    La bandera que nos une

 

Los desarrapados suburbiales de Quito, con sus pómulos marcados y morenos, tremolan en una manifestación la Bandera del Arco Iris.  

La bandera del movimiento indio de las Américas. La de los más hermosos. La de los hijos de la lluvia fina. La que trae el cielo azul después de la tormenta. La que afirma la paz de los hombres con la Madre Tierra. 

En el Libro Sagrado de los judíos y los cristianos, el Arco Iris es también el símbolo de la paz del hombre con Dios. 

Para nosotros, gays, lesbis, trans del siglo XXI, el Arco Iris es el símbolo de la paz del ser humano consigo mismo, aceptando todas sus diferencias, el rojo, el naranja, el amarillo, el verde, los azules y el violeta. La paz para las trans que están muriendo y temiendo, en esas Américas sometidas a mil tormentas; la paz para los gays que están siendo degollados o encarcelados. La paz para las personas jóvenes que han querido vivir su vida y a las que se les ha arrbatado o para las mayores que no han podido vivirla. No es cosa fácil la paz. 

Sabiendo, para colmo (una ha estudiado Física; otros, no) que todos esos colores se funden finalmente en un único rayo de luz blanca, hermosísima 

La Bandera del Arco Iris debe ser el símbolo del movimiento antiglobalización; de esta multitud heterogénea y caótica (que debe ser heterogenista y caotista) que se reúne en manifestaciones en las que, simplemente, se vuelve a pensar toda la historia de la humanidad, colectiva y personal, la de todos y la mía, la mía, la mía y se pretende darle un sentido. 

Gays, lesbis, bisex y trans estamos naturalmente dentro de esta movida. “Naturalmente” quiere decir aunque no nos demos cuenta. Nuestras Banderas del Arco Iris deben ondear en las masivas manifestaciones diciendo una sola cosa: no son sólo nuestras. 

Verdaderísimo que el espacio común de la antiglobalización, el foro real donde nos reunimos, donde nuestras palabras vuelan de un continente a otro, cancaneando, seduciendo, amando o transmitiendo citas y proposiciones, inmorales o morales, es virtual. Pero realísimo. 

Es esta acaso querida Red, también global, de otra forma, hasta ahora libérrima, que nos ha dado amigos en todas partes, contactos, impactos, orgasmos, alegrías en un instante: la World Wide Web. 

Generalmente, parece una sesión de ouija, y nosotros los dichosos espíritus burlones: pero, de pronto, los ectoplasmas se materializan y uno o unos de ellos aparecen junto  ti, en una quedada, y son de carne y hueso, más guapos o más feos, pero son reales y verdaderos, tienen peso y sudor, afortunadamente; o las ideas corren de lista en lista y de foro en foro y de pronto se materializan millares y millares en Porto Alegre (o en Barcelona y Sevilla) Las Banderas del Arco Iris, enormes, se mueven rítmicamente sobre las cabecitas negras o rubias de los manifestantes, junto con las Banderas Rojas, las Banderas Rojas y Negras, las Banderas Verdes, todas las que se pueden imaginar. 

Y en este júbilo, esta materialización, lo que en el fondo se está pensando y diciendo, con lágrimas en los ojos, con himnos entrecortados es: “Estamos pensando en todos los humanos, en quienes compartimos esta existencia y queremos saber para qué”, y éste es el resplandor cegador de luz blanca en que se convierten de pronto todos los colores tan variados y tan hermosos. 

( Nota, Carla Antonelli; nuestra amiga Kim a estado algo mas que acertada en el tiempo al escribir este articulo cuando nos sacude la triste noticia del fallecimiento de una de la mujeres que enarbolo la bandera del movimiento trans, allá por los años setenta, la incansable Sylvia Rivera mujer que luchó toda su vida por la unificación de una causa conjunta entre gays, lesbianas y todo tipo de transgeneros )

Por Kim Pérez -25-02-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

  Transexuales, marginación y cámaras ocultas, una realidad que no interesa a las televisiones nacionales  
  Manuela Ríos, presentadora de `` Investigación Tv ´´

Felicitaciones a la televisión autonómica valenciana, Canal Nou, por su programa `` Investigación TV. ´´; el programa emitido este viernes pasado contó con la audiencia de muchos transexuales de España a pesar que solo se emitía para aquella región, pero que al ser trasmitido también por Vía Digital pudimos verlo personas de fuera de esa comunidad y otros lo mandaron a grabar con amistades.

Programa e invitados.

Tanto el contenido del reportaje como el tratamiento de la presentadora que moderó el debate posterior, siempre fue enfocado hacia el respeto y la comprensión de nuestra dura realidad cotidiana. Juana Ramos, presidenta de Transexualia, estaba en la mesa principal junto al medico sexólogo Vicent Bataller, el cirujano plástico Iván Mañero y Miguel Ángel García, un profesor de moral que en algunas de sus intervenciones dijo cosas como que el no tenia nada en contra de la transexualidad, pero que no le gustaban los transexuales que hacían ostentación del nuevo sexo adquirido, ya sea mental o físico, puesto que este tipo de transexuales perjudican el movimiento trans autentico; hay que entender que como en cualquier tipo de genero hay y habrá todo tipo de manifestaciones exteriores y es imposible pretender que todos nosotros tengamos las mismas metas o inquietudes, yo creo que en eso se basa un poco el libre derecho al desarrollo personal, entre las mujeres `` biológicas ´´ existen prostitutas, monjas, presidentas de gobiernos o yonkis, y nadie piensa que estas personas denigren o ensalcen la imagen de la mujer en general, cada ser es algo individual y único; esto es lo bueno y lo malo de la humanidad, nuestra individualidad, porqué siempre esa tendencia hacia nosotros, los transexuales* ( * ambos géneros ), de lo que haga uno perjudica a el otro, no lo entiendo la verdad, ya que cada persona es responsable de sus actos y solo debería de beneficiar o perjudicar al afectado en cuestión. Pasando pagina, Juana Ramos estuvo muy acertada en todas las intervenciones que realizó, dando una imagen serena y cabal de todo aquello que quería transmitir, comentó en algún momento la difícil situación que están atravesando los transexuales de Venezuela. El sexólogo Vicent Bataller arrojo luz sobre la peculiaridad del hecho intersexual, una espectadora llamo por teléfono planteando el caso de su bebe de dos meses, que parecía tener síntomas de hermafroditismo, rechazando la idea del cirujano Iván Mañero que era de la opinión de intervenir quirúrgicamente lo antes posible, Vicent defendió la postura que a estos niños hay que dejarlos crecer hasta ver claramente cual seria el sexo predominante; en Estados Unidos se han dado casos de cirugías muy tempranas que luego se demostraron que no fueron acertadas, ocasionado problemas muy graves a los afectados. También llamó la atención al profesor de moral cuando este se empañaba en tratar de masculino a una transexual que participaba como testimonio desde el publico, Bataller le dijo a Miguel Ángel García `` si ella es < tapicero > usted será entonces < profesora > ´´, la moderadora intervino poniendo un poco de orden al `` rifi y rafe ´´ que se avenía. Olga Cambasani, coordinadora del grupo trans de COGAM, contó su experiencia de transito en La Universidad, y el porqué la tuvo que abandonar debido a los problemas de convivencia normal, testimonió que se arrepentía de no haber denunciado en comisaría hechos discriminatorios sobre su persona a lo largo de este tiempo. Una mujer narró los sufrimientos de su hermana gemela transexual fallecida, que hasta después de su muerte hacen colas en el cementerio para ver la foto de una mujer que en su nicho tiene un nombre de varón; hasta en el descanso eterno nos quieren estigmatizar. La madre de una chica explico como su hija tuvo que prostituirse debido a que en su provincia le era imposible conseguir un trabajo digno, y cuando marchó a Palma de Mallorca donde no la conocía nadie, ha conseguido trabajar haciendo la limpieza de un hotel, le costó aceptar la transexualidad de su hija pero ahora comentaba con los ojos llenos de lagrimas, que sufre ya que ella le ha retirado la palabra debido a algún problema personal.

Se pudo ver un video de cirugía transexual realizada por el doctor Iván Mañero, comentando este las imágenes paso a paso, Mañero es un cirujano plástico de reconocida trayectoria, con muy buenos resultados, abalados estos por bastantes transexuales que se sometieron a cirugías de reasignación de sexo con su equipo técnico quirúrgico ( aquí podrás encontrar su dirección ).

A titulo de curiosidad diré que algún material grafico emitido durante el reportaje fue adquirido de este web-site, supongo que algo de información también habrán recabado, me alegra saber que el trabajo que realizo desde mi ordenador es de utilidad para personas físicas y medios de información, aunque estos últimos no hagan mención de su procedencia, mi sentido de la colaboración queda plenamente satisfecho.

¿ Transgenérico o Transexual ?.

Monse, fue la transexual que participó en la mayoría de los casos de las grabaciones ocultas, también fue la transexual de las que se vieron las imágenes de reasignación de sexo, costeada esta en buena parte por la productora de `` El mundo Televisión ´´. Después de ver el video Monse fue entrevistada por la presentadora en un decorado aparte, donde ella contó a grandes rasgos lo dura que ha sido su existencia, desde las grandes palizas que le propinara su padre sin ningún motivo aparente, hasta su vida cotidiana, quiso resaltar desde un primer momento diferenciaciones en las terminologías con las que a su juicio nos distinguimos el colectivo trans; para ella transgenéricas son las personas que no han realizado la operación de cambio de sexo y transexuales las que si han pasado por esa intervención; la singularidad de esta situación pasa porque en realidad la palabra transgenérica es una corriente que emana desde Estados Unidos y América del Sur cuando se refiere a personas que adoptan el rol del genero contrario, también la suelen utilizar para englobar a toda la comunidad transexual, de tal modo que muchas veces es utilizada tanto para una cuestión como para otra indistintamente, dependiendo del criterio de quien lo escriba o el mensaje que desea transmitir; el problema radica en que esta palabra no existe en el diccionario de la Lengua Española, pero si existe el termino transexual en la vigésima segunda edición emitida por La Academia, en la búsqueda se encuentra en su primera acepción lo siguiente: `` 1. adj. Dicho de una persona: Que se siente del otro sexo, y adopta sus atuendos y comportamientos. ´´ y en segundo termino contempla esta otra: `` 2. adj. Dicho de una persona: que mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto ´´ ( Diccionario de la Lengua Española ). Por lo tanto queda evidenciado que tanto son transexuales las personas que llevan a cabo un tratamiento hormonal y adquieren el rol del sexo opuesto, como las que realizan intervención quirúrgica por los mismos motivos; por favor no confundamos mas a la opinión publica con palabritas nuevas adoptadas de otros países, cuando por fin el idioma le ha dado acogida a nuestra idiosincrasia particular; máxime si esto se hace con la clara intención de crear estatus o clasismos diferenciadores entre los componentes del colectivo transexual. La palabra mas parecida en castellano  `` transgénrica ´´ es `` transgénica ´´ y su significado es el algo que ha sido modificado genéticamente en un laboratorio para modificar sus propiedades originales, lo cual nos evoca casos como la soja o similares. 

Cámaras ocultas.

En las grabaciones con cámaras ocultas se vieron situaciones denigrantes y vergonzosas hacia transexuales, como la de una dueña de una vivienda que quería expulsar a sus inquilinas porque las consideraba unos `` maricones cutres ´´  y peligrosos que no hacían sino que formar escándalos, cuestión que fue preguntada a otra vecina que desmintió tal afirmación y que en realidad solo temían lo `` diferente ´´ y `` particular ´´ de las personas que habitaba esa vivienda. Un sacerdote negó la confesión y posterior comunión a una transexual alegando que primero debería de consultar con el párroco titular para ver si esto era posible, a otra chica sus compañeros de trabajo, en una conocida pizzería de repartos a domicilio, la humillaban constantemente haciéndole hincapié sobre su sexo de nacimiento, comentarios tales `` ¿ dejaste embarazada a Mari Puri, por eso te vas ? ´´  `` ¿ como estas chaval ? ´´, la victima en este caso tenia una apariencia externa completamente femenina. La prostitución de mujeres transexuales se vio reflejada en los múltiples ataques por parte de grupos organizados, que las llegaron a perseguir incluso con perros de presa, el maltrato a que se veían sometidas por parte de algunos de sus clientes y un largo etc. Quedó evidenciada la dificultad de encontrar un empleo y la de conseguir un cambio legal de nombre para personas transexuales no operadas, aunque estos sean ambivalentes, en el Registro Civil; la funcionaria dejo patente que estaban teniendo muchísimo cuidado debido a la gran cantidad de transexuales que lo solicitaban, lo cual demuestra que las ordenes internas vienen desde arriba, ya que seguramente debemos de ser `` elementos muy peligrosos ´´ con los que hay que tener siete ojos, no sea que vayamos a conseguir un nombre que se adecue a nuestra propia personalidad y ocasionemos con ello un grave perjuicio a la nación, cuanto mas se nos identifique el `` triangulito rosa ´´ mucho mejor.

Conclusión. 

Curiosamente este tipo de documentos de investigación eran comprados por Antena Tres Televisión o en algunos de los casos Tv 5, claro que tratándose de dejar evidenciada nuestra marginación social seguramente no era interesante su publicación en los medios nacionales, porque la opinión publica vería y escucharía algo mas que testimonios narrados por algún transexual en un `` Reality Show ´´ de turno, donde posiblemente muchos piensen que son patrañas de algún desviado sexual, no claro que no era interesante la difusión para todos los españoles y mas aun cuando se avecina el gran batacazo que nos va a dar El Partido Popular, con la `` Ley de Identidad Sexual ´´ que probablemente se votara este mes que viene, batacazo que nos recorta mas si cabe los ínfimos derechos que hemos ganado a golpe de sentencia judicial; si a esto le añades que un sacerdote negó la confesión y la comunión a una mujer transexual, entonces para que añadir nada mas. 

Carla Antonelli 18-02-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )  

 

                                                     Maestros y alumnos  
 José Mantero en la redacción de Zero

 Don José Mantero. Párroco de Valverde del Camino. Gay. Oso. ¿Qué es lo que ha dicho?: “Este cura está desnudo”...,que viene a ser lo mismo que “este obispo está desnudo”, “este cardenal está desnudo...”, etc 

Alboroto. Entre muchos, muchos, de los Alumnos de Jesús Nazareno eso no se dice ¡Qué murga traen con el sexo! ¡Cómo sufren y hacen sufrir! ¡Qué obsesión! 

Voy a decir unas cuantas cosas. Primera. Tienen un Maestro, llamado Jesús Nazareno (que era verdaderamente brillante), que no se preocupaba del sexo. Su mejor amiga, la que más quería, era una puta, María Magdalena; ella fue la primera que volvió a verle después de su muerte.  

Y a una que había engañado a su marido con otro, por lo que la iban a lapidar (eso pasa ¡todavía!), después de organizar una historia para que se fueran los lapidadores, le dijo sólo esto: “Mujer, ¿hay alguien que te condene? Pues yo tampoco te condeno". 

No decía mucho sobre el sexo. Eso es una prueba de que no se  le partía la  cabeza con eso. 

Entonces, si no se preocupaba de esto, ¿de qué se preocupaba? De otras cosas: de que mirar al hombre fuera como mirar a Dios. De no mirar hacia arriba, sino hacia abajo. De sufrimientos y de necesidades. De hambre, llantos, pobres, enfermos, de ricos, de putas, de eunucos (habló bien de ellos) De eso era de lo que se ocupaba y preocupaba, no de tonterías. 

¡Ah, y decía cosas como que “las leyes están hechas para las personas y no las personas para las leyes”, etc ! 

Segunda cosa. Pero los Alumnos más listillos se dieron cuenta de que todo eso era un polvorín, aunque todavía no se hubiese inventado la pólvora, y que era mejor poner la atención... en la castidad. Obsesionarse. Analizar. Distinguir. Distraer.  

Es muy entretenido y menos conflictivo. 

Estuvieron así durante siglos. Pero por lo menos conservaron en algodón lo que el Maestro había dicho y hecho, lo que ahora permite decir: ¡Qué desastre de Alumnos! 

En fin: si los Alumnos hubieran querido enterarse, tampoco ellos se habrían preocupado demasiado de lo que a él tampoco le ocupaba. Uno de ellos, llamado José Mantero, habría estado o más o menos en lo que está, supongo, oyendo las penas de la gente, llevando la Cáritas parroquial o cooperando con la movida antiglobalización. Tendría su noviecillo, vivirían juntos, irían a las kedadas de los osos, que son buena gente, posiblemente lo llevarían todo juntos, y a nadie tampoco le preocuparía. Otros curas (como los ortodoxos y los protestantes) sacarían adelante a sus familias... En fin: ¡otra cosa! 

Un ejemplo práctico: Hace un año y medio, el vicario o párroco de Upper Sttraton, de la Iglesia Anglicana, decidió salir de su armario personal y de sus agobios, con 46 años. Declaró que era transexual. Cambió de sexo. Siguió siendo vicaria o párroca, la reverenda Carol Stone. Los feligreses le dieron su apoyo. Los feligreses de Valverde del Camino también están conformes con la manera con que lleva su ministerio su párroco, Don José Mantero, que es gay... Puntos suspensivos.

Por Kim Pérez -11-02-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

                         Sacerdote y gay ..... una sinceridad valiente 
  
    • Lo importante es la persona y no sus gustos sexuales.
    • La doble moral de la Iglesia lanza la piedra y esconde la mano.
    • La homosexualidad no es una anormalidad. El celibato sí.

Algunos ya teníamos conocimiento de que el sacerdote José Mantero iba a descubrir públicamente su homosexualidad a través de la revista "Zero". Pero lo que no teníamos previsto es la tremenda repercusión social que ha tenido. No es la primera vez que un miembro de la Iglesia Católica habla públicamente de homosexualidad. Ahí tenemos el caso del Monseñor Gaillot, que acudía a la manifestación del día del Orgullo Gay en Roma, en el verano de 1.999. El obispo Gaillot fue expulsado durante 5 años de su trabajo en el Vaticano, por la defensa activa de la igualdad para los homosexuales.

También, no hace muchos meses, saltaba a los medios las relaciones homosexuales que se daban en la Comunidad de monjes del Monasterio de Montserrat, sin demasiado ocultamiento... Curas que no son célibes, homosexualidad y sexo en la Iglesia, siempre lo ha habido, encubiertamente, pero ha existido. Hasta ahí, la Jerarquía Católica podría admitirlo. Otra cosa es que esto se diga públicamente y además uno lo manifieste sin ningún tapujo y con toda sinceridad tal y como lo ha hecho el párroco de Valverde del Camino. Eso es demasiado para sus superiores.

Pero esa es la doble moral dominante en la Iglesia que quizás olvida palabras como las que dice su doctor San Agustín: "ama y haz lo que quieras". José Mantero –según dicen sus paisanos y quienes le conocen- es un párroco de un trato humano y cristiano sin igual, una persona completamente entregada a sus semejantes y que vive con plenitud los principios cristianos. Pero claro, parece que esto no es tan importante para la jerarquía católica, como el hecho de que alguien en el libre ejercicio de su libertad personal, decida mantener relaciones efectivas y/o sexuales con otra persona.

Sin duda, le suspenderán en el ejercicio de su sacerdocio y la Iglesia Católica seguirá alimentando la doble moral que significa negar una parte de la naturaleza humana tan importante como es la sexualidad. Los obispos siguen diciendo que la homosexualidad es una anormalidad y un pecado olvidándose de que desde un punto de vista sexológico, la castidad es lo verdaderamente antinatural.

Más noticia aún que la salida del armario de Mantero, deberían ser las vergonzosas y fascistas declaraciones del obispo de Mondoñedo en las que declara que: "los homosexuales, los sordos y los ciegos son enfermos que tienen un fallo en su naturaleza". A lo que habría que responderle que tratándose de un dignatario de la iglesia, el enfermo es él por hacer tan denigrantes declaraciones. Felisa Pino, Vicepresidenta de la Confederación Nacional de Sordos de España, respondía a su Excelencia Reverendísima en estos términos: "No se si los obispos que hacen esas declaraciones se sentirán a gusto en su piel. Les aseguro que yo y mucha gente como yo, nos encontramos perfectamente bien dentro de la nuestra. No necesitamos que vengan a curarnos ni a salvarnos de nada. Sólo queremos que nos respeten tal y como somos".

El pulso de la calle nos dice que una amplísima mayoría de la calle está al lado de José Mantero... porque afortunadamente los ciudadanos creemos más en la sinceridad de las personas que en los dogmas formalistas o los principios restrictivos y excluyentes de instituciones como la Iglesia Católica.

No solo ciudadanos, también organizaciones sociales y Partidos Políticos, como IU, han manifestado su abierto apoyo al párroco onubense. Nosotros, como integrantes del Grupo Regional de Gays, Lesbianas y Transexuales del PSCM-PSOE nos unimos a estos apoyos y abogamos porque se acabe con la hipócrita postura de una doble moral.

Quizás este molestísimo asunto para la Iglesia Católica Española no ha hecho más que empezar, porque entre otras cosas, nuestro "homónimo" del PP, Carlos Alberto Biendicho, presidente de la Plataforma Popular Gay, ha manifestado estar dispuesto a revelar los nombres de 3 sacerdotes con los que mantuvo relaciones sexuales y que hoy son obispos. Esto sería muy fuerte... y le proporcionaría un fuerte dolor de cabeza a la Conferencia Episcopal Española, a la que no le preocupa tanto que "la mujer del Cesar sea pura, como sí que lo parezca".

Si la Iglesia sigue calificándonos como enfermos, seres antinaturales y pecadores, promoviendo así nuestra exclusión social y perpetuando la marginación, se expone también a que nosotros la critiquemos cuando se implica en escándalos financieros como Gescartera, o cuando las misioneras de sus órdenes religiosas han sufrido abusos y violaciones por parte de sus superiores... o como que se omita comunicar a la los juzgados penales ordinarios el hecho de que un sacerdote cometa abusos con un menor... o cuando condenan a muerte a más de una persona por fomentar en no uso del preservativo y así podríamos seguir con muchas cosas más. Múltiples ejemplos de esta doble moral católica la tenemos en la excelente y documentada obra del periodísta catalán y doctor en psicologia José Rodriguez: "La Vida Sexual del Clero".

Donde las dan, las puede tomar. La jerarquía católica debería ser más respetuosa y menos beligerante hacia gays y lesbianas, porque entre otras cosas la homosexualidad ni es una enfermedad ni es una alteración, es sólo una orientación sexual, y así está considerado por la ciencia, algo que parece que hay que estar recordándole constantemente al Papa, a Cardenales y Obispos. Bajo mi punto de vista... como sus Reverencias y Eminencias no se vayan modernizando, acercándose a la realidad de los tiempos, van a ir perdiendo "la clientela" y toda su credibilidad. Si existe algo realmente hermoso y bello, consustancial a la vida y a la condición humana, eso es la sexualidad. Más aún si se vive con libertad y con sinceridad hacia uno mismo y hacia los demás. Aprendamos de la sinceridad de Mantero y aprendamos de él.

José de Zor García Martínez. 06-02-2002

Coordinador del Grupo Regional de Gays, Lesbianas y Transexuales del PSCM-PSOE.

Miembro de la International Lesbian and Gay Human Rights Commission (ILGHRC)

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                                             ¿ Hay un ambiente trans ? 
  Plaza de Chueca lugar de encuentro de GLT

Las trans ( y los trans) nos pasamos el tiempo sacudidos por impulsos centrípetos (para juntarnos) y centrífugos (para huir unas y unos de otros y otras) 

Por temporadas: a veces, tenemos sed de nuestra mutua compañía y a veces no queremos saber nada de nuestra existencia. 

O por personas: hay quien decide no tener nada que ver y quien decide estar siempre al lado de sus compañeras o de sus compañeros. Pero... (poniendo la voz bajita), essto no ess ssiempre assí... a la persona más aislacionista se le quiebra el corazón de vez en cuando y la más ¿integracionista? se pierde de pronto y se va al fin del mundo una temporada. 

¡Hombre! (palabra que no podemos decir sin pensarla y sin a menudo pedir o esperar disculpas; es que existe la costumbre de hablar así; no significa nada), nos parecemos en algunos problemas a los gays y lesbianas, pero en esto nos diferenciamos. La razón está clara: no hay ningún deseo, ningún eros que nos una. ¿O sí?  

Bueno, matizo: no nos juntamos para ligar entre nosotras (y –os); por lo menos no solemos juntarnos exactamente para eso. Nos juntamos porque estamos tristes, porque necesitamos compañía, porque queremos tener a alguien que nos comprenda del todo, del todo, del todo, porque con quién te vas a sentir más cerca, porque podemos entendernos sin palabras... Nos juntamos por ansia de amistad. Cuando tenemos necesidad de todo ello. 

Porque somos pocas o pocos, por lo menos comparados con ese fastuoso Diez Por Ciento de la población gay y lésbica, con valor de voto y de márketing. Por eso, no hay ambiente trans propiamente dicho. No sé, yo no vivo en Madrid: ¿hay algún bareto trans en Chueca, donde puedas llegar y encontrarte, en la penumbra, con esos ángeles deslumbrantes y ambiguos que somos nosotras? ¿Y algunos de vosotros? Supongo que no. ¿Y en Barcelona...? ¿A lo mejor simplemente usamos el ambiente lesbigay como usa el cuco otros nidos que se encuentra hechos? 

O nuestro ambiente es otra cosa. Como somos pocas (y pocos), a veces da la impresión de que nos conocemos todas (y todos) O por lo menos, conocemos a una amiga que te conoce a ti. A lo largo y ancho de la Península, las Islas y Ceuta y Melilla. Y más allá. Cualquier agenda telefónica de una trans o un trans es sólo comparable a sus facturas telefónicas (incluido Internet) Nos pasamos la vida llamándonos o mandándonos correos o chateando.  

Nuestro ambiente por tanto es espectacularmente extenso, geográficamente.  ¿Tienen los gays y las lesbis amigos a la vez en La Coruña, en Bilbao, en Barcelona, en Madrid, en Córdoba, en Valencia, en Las Palmas? Nosotros sí (ya me he cansado del –as, -os) O: Nosotras sí (reivindicativo) 

Y procuramos hacernos una llamadita de vez en cuando, y decirnos: “Aquí estoy”, y ponernos al día y mantener brillando y resplandeciendo el cordoncito de plata, casi secreto. Ése es nuestro ambiente, en la práctica. Si tú, que me lees vía Internet, tuvieras nostalgia de eso, si crees que estás sola (o solo; ahora sí lo digo) no te cortes: chatea, escribe, telefonea y, de vez en cuando, viaja.

Kim Pérez -02-02-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

                                          La dignidad de Kim Perez
 

 

 

Los últimos días de vacaciones de navidad, he estado en Granada, visitando a Kim ,la presidenta de los transexuales de Andalucía, nada mas llegar a su casa me di cuenta de cuanta dignidad posee Kim y su madre, dos personas ejemplares, cuya presencia en Granada es fundamental, sin ellas la ciudad no merece ser visitada ni contemplada.

Ellas resumen el drama humano del exilio interior producto de otro exilio mas terrible, el exterior, como consecuencia de la discriminación sin piedad, de todos los ignorantes y desalmados que rechazan a estos seres humanos, por su condición de seres humanos y de personas.

¡Cuantas expulsiones y cuantos exilios en esa granada natal de Kim!, producto de no amar a alguien que merece nuestro amor, un grandioso ser humano, que ha decidido vivir y ser como es , un  ser humano maravilloso dotado de una inteligencia y una sensibilidad únicas para entender a otros seres humanos.

La madre de Kim me ha impresionado por su amor de madre, hacía mucho tiempo que no veía tanto amor de una madre hacia su hija, para que ella viva vive su madre, dedicada en cuerpo y alma a protegerla y cuidarla y amarla sin fin.

Y en la calle los energúmenos nos gritaron “hostia maricones”, los mismos que le hacen la vida imposible a tantas personas por el hecho de que no entienden su humanidad ni su

Dignidad de personas. Estos energúmenos no tienen mas que violencia mental y denigración cerebral, ellos son los sin alma y los sin persona que hacen de nuestro mundo un asco infernal , lleno de canallas por todas partes.

Pero la dignidad de Kim y de su madre bien merecen estas palabras de recuerdo y de elogio por la nobleza de sus corazones y por la gallardía de estar ahí, para enseñarnos que nadie les puede quitar su sitio y  su lugar y su humanidad entre nosotros.

Ya es hora de que Granada deje de expulsar a los suyos y de desterrarlos al dolor y a la discriminación opresora, y los acoja como hijos naturales de su alma y de su ser andaluz.

Por Andrés de la Portilla14-01-2002   Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

                                                        El Juicio
    

 

- Me declaro culpable, dijo aquel hombre moreno con la barba crecida y los ojos hinchados como si no hubiera dormido nada o hubiera llorado mucho.  Su conciencia lo laceraba, lo maltrataba y no lo dejaba dormir en paz.  Poco quedaba de aquel joven feliz que llegó a España con la ilusión de estudiar una carrera, y mandar dinero a su familia. De aquel chico alegre y feliz no queda nada. 

- ¿Por qué lo hizo?, le preguntó el juez, un hombre blanco con traje gris sin corbata, el pelo corto canoso y los ojos ausentes. 

Al hombre le vinieron a la mente los recuerdos que lo atormentaban y que lo habían conducido al despido del centro comercial.  Volvió a sentir la mirada inquisidora del gerente diciéndole:  “¿Sabes que todo el dinero que se recaude en la Campaña de Navidad tiene que ser depositado en la hucha, verdad?”.  Él respondió que sí, extrañado en la forma en que había venido el gerente general y la jefa de recursos humanos.   Se le había olvidado por completo que unas horas antes había puesto en sus bolsillos cinco mil pesetas, las últimas pesetas del año, porque muy pronto se iba a cambiar a euros. 

- Entonces entrega el dinero que tiene en el bolsillo, dijo el gerente con una mirada llena de desprecio, de una chulería solo presente en aquellas personas que tienen mucho poder y que son capaces de destruir a cualquiera. 

- ¿Cómo dice?, entrecerró los ojos el hombre tratando de dar crédito a lo que escuchaba. Jamás en su vida le habían hablado así. En Ecuador, su país de origen desempeñó puestos directivos en escuelas y el trato al que estaba acostumbrado era muy diferente.  Por un momento creyó que estaba soñando una de sus terribles pesadillas que lo hacen despertar llorando. 

- ¡Sí, el dinero que te echaste al bolsillo, dos billetes de dos mil. Te tenemos grabado!, vociferó el gerente con total rabia. Como si se tratara de un crimen o de un asesinato.  Le recordó que estaba ahí esa mesa para hacer labores humanitarias no para engordar los bolsillos de un empleado. 

En ese momento como un rayo vino a su memoria el recuerdo del momento en el que se le hizo fácil sacar de la cajita azul dos billetes de dos mil y uno de mil. Aprovechando el momento en el que su compañera fue al baño.  Las palabras “Devuélvelo, te tenemos grabado”  lo hicieron volver a la realidad. Quiso salir corriendo,  echarse a correr y huir de esa experiencia tan vergonzosa. 

La realidad fue acompañada de un calor inmenso en la cara, un aumento en la frecuencia de los latidos cardiacos y en la temperatura corporal.  Esto fue lo que hizo sacar de la bolsa del pantalón el dinero que tenía doblado, sin mirarlo ni contarlo; únicamente tocándolo y metiendo de nuevo en la cajita azul. 

El gerente y la jefa de recursos humanos se fueron inmediatamente para regresar después con el castigo de echarlos a la calle. Con el mandato de recojan la mesa y váyanse no sin antes dar el número de teléfono móvil de Eladio, el director de la sede Madrid que los había contratado; con el fin de informar inmediatamente del incidente. 

El hombre le dijo a la de recursos humanos que no consideraba necesario que se informara a su jefe, que fue un error involuntario por atender demasiado rápido a los clientes, por lo cual no le dio tiempo de meter ese cambio a la caja.  Sentía que tenía que justificarse, de parecer que no fue un robo, sino un accidente.  Sin embargo no lo consiguió, había sido observado. Quizá no por las cámaras de seguridad, sino por un guardia o por el mismo gerente y la grabación era mentira, sólo un argumento para asustarlo y que devolviera el dinero. 

Casi instintivamente como mecanismo de defensa innato se le ocurrió salir a la calle corriendo y adelantarse informando a Eladio de lo que había pasado. Creyó que no podía decir la verdad, así que volvió a mentir.  El hombre dijo que se metió el dinero en el bolsillo intentando apresurar su trabajo porque tenía mucha gente en la fila, pensando que al final del día lo regresaría a la caja, al hacer las cuentas.  Eladio le dijo que mañana hablarían del asunto. 

Cuando iba por la calle con su compañera sentía como si hubieran recibido un golpe en el pecho, como si tuvieran la sensación de un hueco justo en el centro del plexo solar.  Durante toda la noche estuvo presente ese recuerdo y únicamente pudo dormir cuando miró hacia el cielo y susurró estas palabras: “Estoy en tus manos señor...” 

Al día siguiente Eladio lo llamó para decirle que después de recibir su llamada le había llamado el gerente de la tienda.  Hubo un silencio sepulcral y el acusado dijo, dando las últimas patadas de ahogado: “No quiero ocasionar más problemas, mejor me voy.... pero quiero que sepas que me voy con la conciencia tranquila porque mi intención nunca fue la de robar.” 

En dos horas ya estaba firmando la carta de renuncia en la gestoría con un ingrato sabor de boca.  El  señor de la oficina fue muy educado con él y quiso remediar un poco la situación con una palmadita en la espalda pero fue inútil... 

Entonces volvió otra vez a la realidad y regresó al juzgado. Ahí estaba todos: sus compañeras de trabajo, Eladio como director de la organización de derechos humanos, Mª Dolores, la mujer que habló por él para conseguir el trabajo junto con Isabel.  Le daba vergüenza mirar a los ojos a estas dos mujeres a quienes había traicionado su confianza. ¿Con qué cara iba a ver a Eladio o sentarse en una mesa para trabajar?.  Era muy vergonzoso.  Nuevamente tuvo la sensación de huir, de salir corriendo, de regresar inmediatamente a Ecuador.  Pero como no pudo, le dieron unas ganas de vomitar, de sacar afuera toda la angustia que sentía.  Los ojos se le llenaron de lágrimas por la sensación de asco, es el aviso que va a vomitar.  

Se oyó en toda la sala un estruendoso “GUUUUAAAAA” acompañado de un vómito que provenía de las entrañas del acusado.  Y se volvió a repetir la pregunta: ¿Por qué lo hizo? 

Los juicios tienen mucho de teatralidad. Para algunos incluso es un espectáculo. Aunque no siempre es así para los protagonistas, los enjuiciados o los acusadores.  El hombre no tenía conciencia de aquello por lo que se levantó de su silla y comenzó a hablar, lo curioso era que no estaba exento de teatralidad. 

- Me va a costar mucho trabajo decir la verdad porque con ella hiero a las personas a las que más quiero, a quienes me dieron su confianza y yo traicioné esa oportunidad.  Sin embargo voy a empezar desde el principio: 

Cuando envolvía un regalo y vendía algún producto me daba mucha rabia y coraje. Pensaba “si yo pudiera leer cada libro que envuelvo o escuchar cada disco que pasa por mis manos, sería una persona culta, educada, tendría de qué hablar.”  Sentía una sensación de impotencia de no poder nunca leer ese libro que pasaba por mis manos; ya que con la inmensa deuda que tenía sólo trabajaba para sobrevivir. 

La vez que me descubrieron con las manos en la masa no fue la primera vez que robé, hubieron otras.  Cuando se dio la primera un pensamiento se apoderó de mí y me dijo:  Embolsarte ese dinero es como quitarle un pelo a un gato. Al gerente de la tienda no le va a faltar su cheque de sueldo de millones de pesetas porque tú te lleves cinco talegos.  Te ha costado mucho trabajo conseguir este empleo y por lo menos hay que aprovecharlo.  Por rabia me llevé el dinero, porque me acusaban de llegar tarde, porque me exigían trabajar más horas.  Si por lo menos me iban a explotar, iba a sacar provecho. 

- Sí señores, robé y mentí... dijo el hombre con voz desafiante, al mismo tiempo que la gente exclamaba y en su mente aparecían frases como: “¡Qué cara!, ¡qué morro!, ¡qué desvergüenza!, ¡qué desfachatez!, ¡qué descaro!. 

La primera vez que robé en España fue una gabardina de piel cuando salía de una discoteca. La tomé por error creyendo que era mi cazadora, que de material y textura era igual. Cuando la vi a la salida, observé que no era la mía y que ésta estaba mejor.  Decidí quedármela y regresar por la mía para finalmente llevarme las dos.  Cuando estuve en casa sentí un gran complejo de culpa. Creí que si se me había hecho fácil llevarme algo que no era mío, sería capaz de hacer cualquier cosa después.  Sin embargo callé esa voz diciendo que era como quitarle un pelo a un gato.  Ese momento fue decisivo, porque tuve la oportunidad de devolver la gabardina pero no la hice.  Pensé que había tenido muchas penurias económicas y que era justo darme un regalito.  No hice caso de la voz interna que me decía: El que roba, como el que miente; si lo hace una vez, lo hace otra vez. 

Sabía que iba a acabar mal porque no tenía a mi lado quien me dijera qué era lo bueno y qué era lo malo.  Me hacía tanta falta mi madre, quien siempre me decía lo que era mejor para mí.  Conseguí este trabajo de la manera más casual.  Recuerdo que llegué a una fiesta de voluntarios con la mirada perdida, no había comido en dos días y no tenía dinero para pagar el piso. Mi amiga Ana me dijo: ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? ¡Te estoy hablando!.  Mª Dolores e Isabel vieron mi ojos vacíos y al saber lo que pasaba hablaron con Eladio para pedir por mí el trabajo que sería eventual por tres semanas intensas de compras navideñas. 

Un día antes había decidido huir: o suicidarme por haber fracasado en mi intento de estudiar canto y ganar pelas o entrar a trabajar en la prostitución.  Aún no había decidido cómo iba a ser mi entrada triunfal en el terreno de la putería; como hombre o como mujer que vende su cuerpo como mercancía.  Aquí en España a los hombres prostitutos les dichen chapero, en México chichifo y en Cuba jinetero.  La idea me la había dado Mercedes, una compañera transexual que era prostituta. Tenía una cara de maldad y según ella olía de mí el vicio. Decía que desde que me vio se dio cuenta que era muy puta y que sería buena trabajando en la calle.  

Tenía la opción de travestirme para trabajar en la prostitución y poder comer; pero se me hacía muy difícil maquillarme y esconder la sombra oscura de mi barba. Además los cosméticos irritaban mis ojos. Las desveladas y el frío de la intemperie avejentaban mi cara y estropeaban mi voz.  No quería que nada de eso sucediera; ya que como dije antes, vine a Europa a estudiar canto y a buscar el amor.  Y ni una cosa ni otra.  Por lo que si no quería acabar con mi propia vida, lo mejor sería regresar a mi país. 

Las cosas parecían solucionarse cuando encontré trabajo y me eché novio.  Pero fueron pasajeros.  El trabajo lo perdí por ladrón y el novio me defraudó:  Un día me dijo que seguía enamorado de otra persona y lo mandé a tomar por culo. 

Ahora estoy solo y desempleado otra vez. Con el enorme problema de este juicio en el que estoy presente y al que no le deseo ni a mi peor enemigo.  Al principio me declaraba culpable, pero es de sabios cambiar de opinión y ahora me declaro inocente. 

La sala se quedó perpleja, la gente que lo acusaba y quienes lo apoyaban creían que se había vuelto loco.  El hombre continuó: 

Soy inocente porque como dice la canción de “Los miserables”: ... 

(En ese momento abrió la boca y empezó a cantar. Un gran silencio inundó la sala escuchando únicamente el timbre de su maravillosa voz) 

Un sueño alguna vez soñé, cuando mi vida comenzaba, soñé un amor qué idealicé, soñé en un Dios que perdonaba... Pero es en la realidad que se dan las pesadillas, donde existe la crueldad, donde acaban con tu feeeeé. 

Cualquiera juraría que era cantante de opera, en la última frase levanta los  brazos al mismo tiempo que sube la altura del sonido.  Nuevamente se siente el ambiente del juzgado lleno de teatralidad. 

-Soy inocente porque fui engañado. Los medios de comunicación en Latinoamérica dicen que España está bien, que hay dinero, que hay trabajo y oportunidades. Qué gran mentira. Miente Aznar y su gabinete.  Aquí no hay nada de eso. Sólo hay mierda. Existe mucho desempleo y pobreza.  Quizá mayor que en nuestros países porque es una pobreza en el alma. Aquí no hay música en las calles, ni siquiera niños cantando por las banquetas.  Los niños son escasos, tan escasos como su solidaridad y su amor. 

Yo pensé que la Madre Patria me iba a acoger y recibir. ¿Cuál Madre Patria? Será Madrastra Patria.  Las leyes de extranjería y la burocracia nos obligan a caer en la delincuencia y en la prostitución.  Éstas malditas leyes me violentaron a robar... Cuando voy al Ministerio de Trabajo para ver como van mis papeles me dicen: “Tiene que esperar unos meses”.  ¿Y mientras de qué voy a comer?, ¿de qué voy a vivir?.  Los sudamericanos estamos bajo el estigma de vender drogas, dedicarnos a la prostitución o ser ladrones, como es mi caso. ¿Qué podemos hacer?, ¿Qué solución me da Señor Juez?. Con estas preguntas quiero terminar mi testimonio y mi defensa. No tengo nada más que decir. 

No se sabe que ocurrió con aquel hombre cuando salió de aquel juicio. Se trataba de un robo menor, de los miles que ocurren en Madrid a diario. Quizá regresó a su país o se quedó en España, lo que a nadie de los asistentes de la sala se nos va a olvidar es el aire de dignidad que emanaba de ese hombre al que las circunstancias y el ambiente lo hicieron vulnerable para robar.  Pero sobre todo no olvidaremos al hombre que apoyado en el mueble de madera comenzara a cantar con voz lastimera el aria de “Los Miserables” Un sueño alguna vez soñé.

Charlif Fonseca  07-01-2002  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

                                             Brindis de Navidad                        

 

- Me prometiste que ibas a cantar esta noche.  Chilló aquella mujer con facciones masculinas a la que miraban todas las personas del restauran por  su vestido tan entallado del cual emergían dos imponentes tetas.

 - Sí querida, pero estoy tan tomada que se me van a salir los gallos. Ja ja ja. Es increíble que nos hayamos reunido cuatro chicas transexuales tan distintas y tan parecidas en Nochebuena. 

- ¿Distintas en qué?. Preguntó la mayor de todas, al mismo tiempo que se acomodaba la peluca lisa morena que había comprado aquella misma tarde y que en ese momento estaba estrenando. 

- Pues en que aquí mismo hay una trans operada, otra en vías de operación, una puta y otra que se traviste de vez en cuando. 

La joven del grupo saltó de su silla y dijo velozmente: “Yo soy puta porque de algo tengo que vivir, me echaron del trabajo cuando fue demasiado evidente que me estaba cambiando de sexo y cuando decidí terminar de una vez el infierno de disfrazarme de hombre cuando en realidad quiero vivir a tiempo completo como soy: una mujer.” 

- ¿Se acuerdan chicas cuando llegó a la asociación pidiendo información? Pobrecilla, con esa cara asustada y con el miedo de tocar la puerta. Afortunadamente la vi, sino se hubiera marchado sin tocar. 

- Sí, ahora no hace otra cosa que trabajar en la calle, exponiéndose al frío y algún loco que la suba a su coche. Yo afortunadamente no tuve que entrar a la prostitución para pagarme la operación, ni esperar la larga lista de espera en Málaga. Me fui a Chile, con un millón de pesetas me cambiaron lo que tenia por lo que quería ¡y sin el tratamiento psicológico!, lo que sí es cierto es que me quedé sin un duro porque la indemnización de mi trabajo como profesora se me ha agotado, pero mi sueño de ser una auténtica mujer se ha hecho realidad. 

- Qué suerte tía, porque yo lo he intentado todo, lo único que me falta es asaltar un banco. Este año he comprado un billete de lotería, a ver si me la gano y me alcanza para operarme. Porque ya estoy harta de estar haciendo colas, dar explicaciones al endocrino, inventar historias por mi nombre de hombre en el carné de identidad. Este año sí me opero, no sé como le voy a hacer. 

- A lo mejor la operación la incluyen en la Seguridad Social este año. Habló una ronca voz, quien antes sólo había escuchado. “Ya ves lo que ha pasado en el Congreso, parece que hay intenciones de hacer una ley que proteja los intereses de las personas transexuales. Pero lo que sí sería cojonudo sería que no fuera necesario operarse para cambiar el nombre en el  DNI.  Así viviría yo todo el tiempo de chica sin tener que travestirme de vez en cuando.  Para mí sería terrible no poder seguir trabajando como abogado si me cambio de sexo.  La opresión de género es tan fuerte que nos obliga a vivir en una cárcel. 

- Ya ves lo que me pasó a mí. Cuando voy a Canarias a casa de mis padres tengo que hospedarme en un hotel porque no puedo dormir en casa, mi familia me ha desconocido, mis sobrinos no pueden hablarme, sería para mis hermanos un escándalo, una vergüenza, como si el ser transexual fuera algo que se contagia, como si al hablar contigo las personas a tu alrededor se les pegara el mal. 

- Qué triste es nuestra vida en algunos momentos. Ahora mismo, sólo ella tiene novio, las demás estamos más solas que la ostia.  La soledad es el precio que debemos pagar por ser tal y como somos.  Por eso quiero que brindemos, por nosotras, por las chicas trans que se quedaron en casa o que están pasándose esta noche llorando recordando lo que han perdido por ser tal y como son. Con la frustración de no poder ejercer profesionalmente, de vivir en el paro eternamente o en la prostitución de vez en cuando. Quiero que brindemos por nosotras, por nuestra amistad y nuestra alianza. 

- Si, porque aunque como dices somos diferentes, en el fondo compartimos el mismo sueño, ser felices, ser plenas y ser personas. Sin que nos pregunten en la calle ¿Tu qué eres chico o chica?   No, gilipollas. Soy persona. Soy un ser humano. Soy algo más allá de ser hombre o mujer soy una persona humana. Aunque se oiga ridículo o parezca gitana. A ver cuando lo entienden de una puñetera vez.   Aunque tenga genitales masculinos soy una mujer.  Mi vida no la decide mi entrepierna. 

- Pues la mía sí.  Porque yo disfruto sexualmente con mi pene.  Me gusta jugar con la ambigüedad, algunas veces ir en el rol de chica y otras con el de chico. En ese sentido yo soy un transeúnte del género.  Yo brindo por las mujeres con pene... Ja...ja...ja... 

- Pues para mí es tan importante que es mi instrumento de trabajo, yo brindo por mi herramienta. No, no es cierto. Ja ja ja... yo quiero brindar por las putas, porque podamos algún día trabajar sin estigma con los derechos de cualquier profesional.  Porque algún día las transexuales podamos dejar de trabajar de prostitutas y podamos ser doctoras, ingenieras, psicólogas, barrenderas o lo que nos de la gana ser. Y la sociedad no nos obligue a hacer la calle

- Yo brindo por un mundo sin fronteras, en las que las latinoamericanas no tengamos que emigrar a España porque en nuestros países nos atacan, nos marginan o hasta nos matan. Brindo por nuestros deseos de un mundo en paz, sin guerras, sin Bush  ni Bin Landen. 

- Pues ahora sí voy a cantar chicas, aunque me salga un gallo o se me quiebre la voz, aunque esta gente se me quede viendo espantada, como siempre. Además en este bar con música en vivo, con el organista que nos está echando ojitos voy a cantar un bolero. Aquel que refleja todo lo que sentimos todas. Para vosotras : Si nos dejan......

                                                                              

                                                       Si nos dejan, haremos un rincón cerca del cielo.

Si nos dejan, haremos con las nubes terciopelo...

Yo creo podemos ver el dulce amanecer

de un nuevo día.

Yo pienso que tú y yo podemos ser felices

todavía.

Si nos dejan... 

(Gracias chicas)

Gracias a Charlif por escribir el cuento en especial para esta web. Carla Antonelli

Por Charlif Fonseca para Juana Ramos mailto:majoysimpatico@yahoo.es  

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                                                    Un sueño              

   Hoy me he vuelto a dar cuenta de la falta de amor, de la necesidad de mirar a los demás con otros ojos. Hoy me visitó el recuerdo de mi hermano Andrés por el sueño que tuve: 

Estaba en Santa Clara en las bodas de plata de mis padres. Estaba con mis hermanos en el techo del garage y nos íbamos a lanzar de la azotea al suelo. Andrés se lanzó con un una vuelta por los aires y rebotó como una pelota y dio otro salto hasta llegar a la casa de Luisa, atravesó la calle saltando el zaguán y llegando hasta ahí.

Julio saltó con un movimiento gracioso y llegó hasta el lavadero. Inmediatamente y con miedo salté yo gritando “mamáaaaaaaaaaa” y me resbalé por entre las paredes que eran largas, grises, como si estuviera en un tobogán llegué al suelo y caí de pie como las gimnastas, al llegar al suelo, reboto y voy a dar a la casa de enfrente que era verde, al techo y ahí me estaba esperando mi hermano Andrés y me recibe con un beso en la boca  cálido, suave, rico. Creo que éramos como trapecistas y estábamos felices... 

Desde siempre lo he querido, creo que el haberme quitado a mi hermano de mi cama fue el golpe más duro de mi vida. Dormimos durante 13 años abrazados, con las piernas entre cruzadas. De niño mamá me acostaba con ella y me ponía su brazo como almohada y para no pasar frío me “echaba la patita”, es decir, cruzaba sus piernas con las mías. Yo me acostumbré a dormir así, cuando iba a dormir a la casa de mi abuelita, así mismo dormía con mi tía Morena e igualmente dormíamos así mi hermano Andrés y yo; pues así habíamos sido acostumbrados. Ahora cuando tengo novio, siempre duermo igual... 

Mi casa era pobre y solo teníamos una habitación para los hijos; en una cama dormía Julio y en otra yo, cuando nació Andrés y ya no pudo dormir en la cuna lo pasaron a mi cama pues yo lo cuidaba, le cambiaba los pañales, lo bañaba, era como su madre. Así pues dormimos juntos hasta que mi madre se enteró que me había infectado de vih y las causas por las que me infecté. 

Un buen día le dije a Andrés que procuráramos no pelear, que tratáramos de vivir en paz los últimos meses que me quedaban de vida. Le dije primeramente que tenía cáncer e inmediatamente supuso que se trataba de sida. Andresito era tan listo, a pesar de sus 13 años. Le dije también que había tenido sexo con otros hombres y que no tenía la culpa de se así, que había sido violado por nuestros primos de Tizayuca, por lo que no quería volver a ir al pueblo de mamá. Le pedí su apoyo. Aún recuerdo su carita contemplando el río de lágrimas que corría por mis ojos. Lo único que le pedí fue amor, fue apoyo, paz por el poco tiempo de vida que creía que me quedaba.  

Mi madre se enteró por boca de Andrés que me iba a morir pronto, que tenía vih. Mi hermano le dijo absolutamente todo. Y a partir de entonces dio la vida un giro de 180 grados. Acostó a Andresito, ¡ay mi Andresito!..., en el sillón de la sala.  Lo arrebató de mi lado, me quitó lo que más quería, lo que más necesitaba. Me dejó solo, indefenso, con tristeza, con miedo y dolor. Creo que lo llevó al sofá por temor a infectarlo. Quedó ahí como una visita y yo en la otra habitación con muchísimo desconsuelo y dolor. En el momento en que más necesitaba sentir alguien a mi lado, una caricia... Me lo quitaron..., me lo negaron.... Luego pusieron otra cama en la habitación y por las noches lloraba tanto, con gran desolación. 

Andrés se quejaba que no lo dejaba dormir, creía que quería llamar la atención, parecer una víctima. Pero no era así, simplemente mi corazón quería limpiarse un poco. Creo que nunca supo los motivos de mi llanto. 

¡Cómo duele el rechazo de la gente, pero duele más el rechazo de las personas que más amas!  Los comentarios burlones de la gente en la calle, no nos harían sentir tan mal si tuviéramos en casa el calor fraterno, el cariño de nuestras familias. Sin embargo, existe mucho rechazo, vergüenza de tener un hijo como nosotros. Un día mi padre me dijo que mi enfermedad era algo que no podía contar a su familia, algo que le quemaba el corazón por el silencio, por la vergüenza... 

Cuando le dije a mi madre que me venía a España a estudiar, mientras le enseñaba a utilizar el correo electrónico. Ella me mandó un e mail preguntándome por qué me iba, por que huía de ella, de la familia; si era para escapar de casa.  En ese momento le dije que no, que no escapaba de nada, que podía vivir como yo quisiera en México. Sin embargo no le dije la verdad, creo que ni yo mismo la sabía: 

Me voy en busca del amor, de sentirme querido, aceptado, valorado. Me voy porque aquí me han quitado todo..., lo que más amaba... No tengo nada que hacer aquí. Me voy para vivir libremente, sin hipocresías. Me voy para no darles más vergüenzas. Para quitarles un poco la culpa... Me voy a ser yo... 

No necesitaba salir de México para ser yo mismo, ni para vivir plenamente mi sexualidad. Pero el haber estado fuera me ha hecho fuerte, independiente, me ha hecho crecer. A veces creo que nunca he dejado mi país. En los sueños siempre estoy en mi casa, en Ozumbilla, en Coatitla.  Mi corazón nunca ha salido de ahí... 

Hoy mi sueños me dieron un regalo, me dieron un beso, una caricia, una nueva ilusión. Creo que la que tanto había buscado. Una que no me la da cuando ligo al tío más hermoso, al ejemplar más bello de la discoteca. Una sensación de una caricia diferente; a mi alma, a mi corazón. 

El sueño me ha devuelto una vieja sensación: la sensación de amor, de entrega, de inocencia, de gozo en mi alma.   Ahora espero la visita de un nuevo sueño...             

Por Charlif Fonseca mailto:majoysimpatico@yahoo.es  22-11-2001

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      LA CARTA QUE NUNCA ESCRIBÍ A MI MADRE ``  Una carta a destiempo  ´´                                      

              16 de noviembre de 2001.                                                           

Querida mamá:                                                      

            Es posible que parezca que ya es un poco tarde para esta carta. Me hubiera gustado enviártela mientras todavía estabas en vida. Pero quizá todavía puedas escuchar, donde quieras que estés, lo que te tengo que contar. Y quizá, entenderme y darme tu bendición.  

            Sabes bien que nunca nos comprendimos mucho. Tengo, quizá, una parte importante de la responsabilidad. Pero quiero que entiendas que no sabía cómo hacerte saber qué era lo que sentía. ¡Ni siquiera yo pude concebir muy bien por largos años ese embrollo que me ocupaba tanto y me hacía profundamente infeliz!  

¿Y cómo explicar lo que no se tiene claro? Máxime si, gracias a esa misma ignorancia, me consumía en el fuego de la vergüenza y el remordimiento.            

Y es que nunca fui tu hijo, sino tu hija. Aunque no lo llegases a saber nunca. O, mejor dicho, que no lo quisieses ver y aceptar nunca. Porque estoy segura de que lo sabías muy dentro de ti, sin atreverte a formularlo o admitirlo. Y yo me sentía profundamente avergonzada y, para no dejarlo translucir, me ensimismaba.  

Hoy tu hija es la mujer que nunca viste. Que, según dicen, es muy bonita. Y que sabe lo que vale como persona. Que es muy eficiente en su trabajo. Que es una mujer que tiene un carácter forjado como hierro templado por los avatares y retos de la vida. Esos avatares y retos que no advertiste. Pero que, a pesar de ese carácter o, quizá gracias a él, se ha vuelto profundamente humana y comprensiva. Y dispuesta a darlo todo por ayudar a los demás. Y, sobre todo, que se siente feliz. 

Podría decirte, como generalmente se dice sobre el tema simplificando mucho, que nací en un cuerpo que no me correspondía nacer. Porque mi percepción de mi género psicológico no encajaba con la de mi sexo genético y aparente. Y que tuve que luchar por lograr mi coherencia.  

Pero me gusta más bien decir que la vida fue sumamente generosa conmigo y me puso el más extraordinario y gigantesco de los retos: buscar desarrollar un ser integral e íntegro, que vive más allá de las fronteras del género, del sexo y de las segmentaciones y fraccionamientos que se han elaborado para separar los seres humanos.  

            Comencé a sentir que algo no encajaba en mí, a los tres o cuatro años. Era una angustia no formulada. Una profunda sensación de inadecuación. Entonces me retraía en mis juegos solitarios. Esos que tú veías y catalogabas como “juegos intelectuales”.  

Pero lo que no veías ni sabías es que de noche lloraba largas horas en la cama mientras rezaba desesperadamente. Mi única petición era entonces, noche tras noche, el despertar siendo físicamente una niña. Que Dios me concediera la gracia de ser yo misma en un cuerpo adecuado. Y, de pronto, presa de profundo remordimiento, lloraba aún más y completaba mi petición solicitando que si a ti te dolía mucho esa súbita transformación, me devolviera, a tu solo ruego, a mi apariencia de varón, independientemente de lo que pudiera sentir yo. 

Ese sentimiento me siguió luego en el colegio. Allí no podía jugar con las niñas, porque éstas no me aceptaban en sus juegos con ellas. Y no deseaba jugar con los varones, porque no entendía sus retozos ni podía identificarme con ellos. Y eso hacía que me cobijara en el refugio de esa timidez e incomunicación que conociste, y que me llevaba a devorar libros a granel y a encerrarme largas horas en la soledad de mi cuarto.  

Esa misma timidez e incomunicación que, muchas veces, los maestros de primaria, --según me confesaste un día- identificaron con una “escasa inteligencia” y cierta “debilidad de entendimiento”. ¡Para ellos mi retraimiento hacía de mí una especie de retrasada mental! Esa misma timidez y retraimiento que me llevaron luego me llevaron a ser la mejor alumna del liceo y la universidad. ¡Qué cambio!, ¿Verdad? 

            ¡No puedes imaginar siquiera lo difíciles que fueron esos años para mí! Me convertí en una ostra de durísima concha, dispuesta a cerrarse a cal y canto al más mínimo intento de tocar su superficie. Presta a evitar demostrar cualquier tipo de “debilidad”.  

Apareció entonces esa coraza impermeable que hacía que me negara a aceptar una caricia tuya, o a decir algo más que lo esencial de la comunicación instrumental diaria. Esa que me impidió decirte nunca un sencillo “mamá, te amo mucho”. Esa que impidió que nos comunicáramos inclusive en los momentos más duros de tu existencia.  

            Y es que trataba por todos los medios de evitar dejar traslucir mi situación, para evitar causarte pena. Aunque a menudo sucumbía a un momento de “debilidad” que desesperadamente trataba de “reparar” con un profundo sentimiento de culpabilidad rumiado en silencio.  

Hoy tengo la absoluta convicción de que te negaste a ver la evidencia que derivaba de esos momentos de “debilidad”. Es perfectamente comprensible. Si yo misma nunca entendía lo que me pasaba, y aún hoy, lo veo como algo casi extraño. 

¿No recuerdas acaso las veces que, desde los 13 años, me pinté el pelo -que trataba de dejar lo más largo que admitían en la escuela- de diversos colores, aguantando estoicamente las amenazas de papá y la burla de los compañeros de clase? ¿O acaso olvidaste los esmaltes de uñas multicolores que encontraste más de una vez cuidadosamente escondidos en algún par de medias, cuya presencia justificaba con un balbuceo y que viste brillando más de una vez en mis uñas? ¿O los zapatos y sandalias que usaba desde la adolescencia? ¿O aquellos zapatos y pantalones de niña que insistía en comprar para ir al colegio a los 7 u 8 años, que me ganaban la burla de los compañeros y que tantas veces papá me ofrecía quemar? ¿O mis labiales, ocultos en un maletín ya viejo, que varias veces se me olvidaba retirar de la cara, al abrirte la puerta del cuarto?  ¿Y qué de las veces que me viste con las piernas afeitadas, justificadas torpemente con la excusa de que era mejor así para eliminar un hongo de la playa? ¿O de las prendas íntimas cuidadosamente disimuladas que hallaste tantas veces debajo del colchón? ¿Qué de los vestidos y túnicas que tenía en mi closet y que usaba en la casa diciendo que así los usaban los “hippies”? 

Acaso no recuerdas cuando preguntaste en varias ocasiones –ya estando yo en la universidad- por qué se me estaban desarrollando senos. Y yo, presa de remordimientos, cesaba de ingerir por algunos meses las hormonas que me administraba en secreto desde el final de la adolescencia buscando desesperadamente una respuesta intuitiva a mi dilema. Y es que en ese tiempo era un yo-yo hormonal que, locamente y sin ningún tipo de asesoramiento, me administraba hormonas femeninas, y que paraba cada vez que los remordimientos me azotaban. ¡Para recomenzar algunos meses después! 

Esos años pasaron muy difícilmente para mí. ¿Acaso no recuerdas que en el liceo y en la universidad nunca tuve amigos ni pareja? Que nadie venía a la casa jamás. Que siempre iba al cine o al teatro sola.  

En esa época todo era confusión y culpabilidad. Seguía tratando por todos los medios de acallar mi sentimiento profundo. No podía entenderme todavía bien. Y mi sentimiento de culpa era hondo, generando una enorme frustración.  Me sentía un horrible ser humano. Una especie de monstruo.  

            Tenía la certeza de que nadie podía ayudarme en este dilema. La realidad más cercana a lo que yo sentía, la había visto plasmada en ciertas prostitutas travestidas en la calle, que en alguna ocasión monté en el carro para hablar y preguntar, sin obtener respuestas. Podrás entender que, debido a la educación y formación que me habías dado, me sentía totalmente ajena a esa realidad. Me preguntaba entonces con angustia: ¿es este el futuro que me espera? Me llenaba de desazón la perspectiva de cómo ganarme la vida de manera decente si me “rendía” a lo que, en mi exacerbada sensibilidad, calificaba de vergüenza. Y me sumía cada vez más en un foso de incongruencia y culpabilidad.  

La angustia me asía de las manos. Y trataba de acallarla regalando o botando mi vestimenta y mis estuches de maquillaje que con tanto sacrificio había comprado. Ese arrepentimiento duraba algunos días. Generalmente muy breves. Y el círculo de la frustración comenzaba de nuevo.  

            Sólo cuando tenía unos 23 años, ya viviendo en Francia por estudios, vi en un puesto de revistas la portada de una revista “para hombres” que decía algo así como: “Tula, la modelo que nació hombre”. Compré la revista con el corazón en la boca. Allí se incluía la biografía de Tula, la modelo inglesa, con unas extraordinarias fotos; pero sobre todo, unos escritos autobiográficos de  Jan Morris, la escritora inglesa transexual. Leí sus historias con avidez y, lenta y trabajosamente comencé a racionalizar un poco qué me pasaba. ¡Por primera vez en mi vida pude formularme una idea clara de mi condición de incongruencia entre mi apariencia física y mi sentimiento de género! Y descubría que era posible abrirse camino en la vida buscando esa congruencia.  

            Comencé a buscar en las bibliotecas parisinas la poca bibliografía que había sobre el tema en ese entonces. Y devoré cuanto libro o revista de psiquiatría trataba el tema. Aprendí el significado del término “transexual” y lo diferencié de “travestí” y de “transformista”, tan usado de manera despectiva para referirse a las prostitutas. Aprendí lo que era la disforia de género. Y empecé a entender que es una condición innata, cuyas causas se desconocen, y que afecta a aproximadamente un hombre sobre 40.000 y una mujer sobre 100.000, que hace que la persona no se perciba como perteneciente al sexo genético en el cual nació. Y supe que habían sido inútiles los esfuerzos de los psiquiatras para cambiar el género mental para adecuarlo al físico, ya que el género mental se consolida y es inmutable desde los 2 o 3 años. A pesar de que muchas veces utilizaron métodos tan horribles como el electroshock y hasta la lobotomía. Y que el único tratamiento para esa condición, es la búsqueda de la coherencia entre lo físico y lo mental, por un cambio físico.  

            Esta realidad me aterró  Aprendí la teoría. Pero todavía me asustaba mucho la práctica. Me negaba a pensar que esa era la única vía posible. Me horrorizaban las consecuencias.  Debo confesarlo francamente: estaba desesperada. Y en esa época se sabía tan poco sobre este tipo de conflicto y no pude encontrar ninguna ayuda razonablemente adecuada. Y mi timidez y mi carácter cerrado me impedía buscar ayuda.  

Traté de decirme que yo sí era capaz de cambiar mi género mental para adecuarlo al sexo físico. Desde ese momento comenzó un camino en zig-zag al cual he pretendido darle alguna lógica y continuidad en esta carta, pero que en realidad no es otra cosa que el mismo vaivén de la adolescencia, adicionado con los condimentos de un poco más de edad, frustraciones y remordimientos. 

            Y en ese movimiento zigzagueante de acciones y arrepentimientos, debes recordar mi vestimenta totalmente femenina en Francia y a mi regreso de Francia. Y que un año después me dejé crecer la barba para integrarme socialmente en mi rol masculino, cuando no conseguía trabajo a pesar de mis calificaciones profesionales. 

Y ese esfuerzo de tratar de vivir como hombre lo hice con la mayor convicción posible. Créeme que traté de buscar una vía de integrar mi género sin cambiar mi apariencia masculina, de la manera más honesta y sincera, tratando de integrarme totalmente en la sociedad bajo esa forma física. Pero muy dentro sentía la certeza de que ese camino no era el adecuado. Y mi frustración crecía cada día. 

Por eso, mis vaivenes seguían. Coqueteaba temporalmente con las hormonas. Compraba mis atuendos y maquillaje, para luego botarlos o regalarlos.  

Por eso fue que me casé  con la primera chica que creí era medio abierta de mente, por el simple hecho de haber vivido en Europa. Tú me preguntaste el por qué esa decisión de casarme tan intempestiva. Creo no haberte respondido nada coherente en ese momento. ¡Ahora lo sabes! 

Tampoco sabes, y ahora te lo digo, que hasta una semana antes del casamiento estaba consumiendo hormonas. Que la experiencia de la vida común fue un desastre, tratando de practicar un tipo sexo que no sentía y que tenía que imaginarme que era yo la que penetraban. Que la mujer con la que me casé prácticamente me arrojó fuera cuando –estando yo agobiada por el peso de la frustración de mi incongruencia- le confesé mi situación. El resto del “culebrón” televisivo que siguió, lo conoces tú.  

Luego de esa experiencia, decidí tomar las riendas de mi vida en las manos y no que ella me guiará a mí, implacablemente, hacia un desastre ineludible. Eso fue hace más de catorce años ya. Y comencé el lento camino de mi transformación física para lograr la coherencia de mi cuerpo con mi ser interno. Pero todo era muy intuitivo. Nada coherente.  

En esos momentos consulté, por primera vez, a un psiquiatra. Este, desconociendo el tema, me recomendó simplemente que “me vistiera de mujer y viviera como tal a ver si eso era lo que quería”. Inmediatamente supe que ignoraba totalmente de qué hablaba. Nadie puede pretender que una persona de treinta y tantos años, con apariencia masculina, pase de la noche a la mañana, a presentarse como mujer ante todos sin generar la burla y el rechazo de todos. 

Busqué otras “ayudas”. Fueron igualmente infructuosas. Inclusive me refirieron y frecuenté un psiquiatra freudiano durante cuatro años. ¡Cuatro años de psicoanálisis! Este me “prohibía” que tomara hormonas y me vistiera de mujer.  Por supuesto, de más está decir que no le hice ningún caso.  

Mi necesidad de hacer la transición se hacía cada día más apremiante. Durante todo ese tiempo tomé hormonas sin prescripción médica. Sin embargo, el proceso de feminización es lento si no se introducen los correctivos de producción de andrógenos. Y, en todo caso, es mucho más lento a los treinta años andados que a los veinte, como lo veía por la simple comparación de resultados de mis incursiones anteriores. 

Fue por esos tiempos cuando llegué a la conclusión de que las “ayudas” psiquiátricas no me estaban sirviendo. Y dejé de frecuentarlos. Comencé a obtener información adicional en Internet, que recién comenzaba. Y me puse concienzudamente a planificar los pasos de mi transición. Electrólisis, hormonas, manierismos, control de la voz. 

Decir que esa transición ha sido algo fácil, es mentirte totalmente. Ha sido el mayor reto que he asumido en mi vida. Y todavía su perspectiva me hiela la sangre en algunas ocasiones. En esa etapa, la principal ayuda que tuve fue la meditación. Sin ella, no hubiera podido seguir adelante con mente fría y desapasionada.  

Cuando me sentí lista para explicarte mi condición y mis resoluciones, estabas ya enferma. Y me abstuve de decirte nada temiendo que pudiera agravarte tu enfermedad. Cuando me preguntabas por qué mi cara estaba roja por la electrólisis, tenía que inventar que tenía cualquier erupción. Y debía vestirme siempre con chaqueta, para evitar que vieras mis senos ya prominentes. Pero sé que preguntabas por qué me vestía “ahora” así. ¡Como si no te hubieses dado cuenta nunca de que siempre me había vestido más o menos así! Quizá con menos tacones. O con menos maquillaje. Pero esos son detalles irrelevantes en un conjunto.  

Tu fatal enfermedad se agravaba cada día. El año y medio que duró tu sufrimiento, tuve que fingir ante ti que no pasaba nada extraño conmigo. Hoy estoy segura de que fue debido a mi dilema y a mi incapacidad de confiártelo que nunca pudimos llegar a comunicarnos en vida, y no pudimos remediar eso al final de tus días. No pudimos nunca confiarnos una a la otra nuestros más íntimos sentimientos. A ser madre e hija. Y cuando llegó el momento en que yo estaba dispuesta a hacerlo, tú no estabas en capacidad física de asumirlo.  

Hace casi siete años que ya no nos acompañas. Las cosas han cambiado. Yo he cambiado físicamente de manera definitiva. Ahora “yo soy yo” ante el espejo. No otra persona. Mi yo externo está en congruencia con mi yo interno. Ahora soy un ser coherente que ha superado su sentimiento de alteridad. Mi apariencia física ya no está en contradicción con mis sentimientos profundos. Y vivo una vida normal y corriente. En la medida en que alguna vida como la mía pueda ser considerada como tal. Trabajo. Escribo. Me divierto. Sueño. Río. Bailo. Tengo deseos de vivir. De ayudar a todo el mundo. Y doy gracias cada día de estar viva.  

Sigo creciendo como persona. Y hoy, finalmente, puedo verme en el espejo sin desviar la mirada. Y, sobre todo, puedo ver al mundo directamente a los ojos. Sin temor. Con la certeza de que hoy soy mejor persona de lo que jamás había sido.  

Quiero decirte que en el camino ha habido muchas personas que se han alejado de mí, al no poder aceptarme dentro de su patrón de ideas. Entre otras, casi toda la familia. Con excepción de uno de los primos. Pero también te digo que me han acompañado solidariamente unos pocos amigos. Y, sobre todo, he ganado nuevos amigos. Muchos de ellos no conocen mi pasado. Y no siento ninguna necesidad de develárselo.  

He llegado por fin a un estado de transparencia social y me siento una persona coherente y completa, buscando su realización en la sociedad.  

Sé que fue muy difícil y riesgoso transitar este camino sola. Pero sólo hace unos pocos años encontré a la psiquiatra adecuada para guiarme en este camino. Con la formación y la experiencia necesarias en casos como el mío. Para ese entonces ya mi transición era casi completa. De hecho, la primera vez que me presenté ante ella, creyó que mi disforia de género era a la inversa. Que yo era una mujer física que se sentía hombre y buscaba asumir las formas físicas de tal. Ella me refirió a los médicos endocrinólogos. Y dejé de hacer locuras con las hormonas. Si hubiera tenido su ayuda desde el inicio, nunca hubiera hecho las chifladuras que hice con las hormonas y quizá todo hubiera sido más rápido y menos riesgoso. Pero las cosas son como son, y no me arrepiento de nada.  

Mamá, sé que esta carta la he debido haber escrito hace muchísimos años. Cuando estaba en el colegio o en el liceo. O, a más tardar, cuando estaba empezando la universidad. O tal vez, después de mi divorcio. Quizá nos habríamos podido entonces hacer las amigas que nunca fuimos. Quizá me hubieras podido entender y ayudar. Y tal vez mi vida de retazos podría haber tenido otra coherencia.  

Tal vez... eso ahora nunca lo sabré. Pero entonces mi mente estaba tan confusa que no podía formular nada coherentemente. Y mis sentimientos de culpabilidad me agobiaban como una gran montaña que no me dejaba respirar. 

Mis sentimientos de culpabilidad han desaparecido, al igual que mis dudas y temores respecto de si esta vía que escogí, era la que debía tomar. Hoy sé que nadie tiene la culpa de lo que me ha acontecido. Es un azar de la naturaleza que me dio un “número premiado”. ¿Será por eso que nunca gano nada más en la lotería o en las rifas? ¡Porque ya me gané al nacer el gordo mayor!  

Eso te puede sonar hasta sarcástico. Pero está muy lejos de mí pensarlo así. Firmemente creo que ha sido una suerte haberme sacado ese “numerito”, que me ha permitido llegar a ser una persona que busca la totalidad más allá de las diferencias. Ese es un reto que no termina. Y que me hace ser cada día mejor.  

Con el corazón en la mano, confío en que entenderás lo que nunca supe decirte personalmente. Espero que, si me oyes, sepas perdonarme por no haberme confiado a ti.  

Me despido con un profundo “te amo, mamá”, dicho un poco a destiempo, por las razones que ahora sí conoces y que espero puedas entender.  

Tu hija, que no conociste nunca: Tamara 16-11-2001

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                                                     El espejo                

 -“Nada puede curar mejor que la contemplación de tu propia alma”.  Decía nuestra abuela Ventura cuando tenía un problema y se lo contaba.

- Claro que la recuerdo, era mi mejor amiga. Sobre todo cuando la miro en la foto donde estamos en el Cerro de Jubilete bajo los brazos protectores del Cristo, tan inmensos y milagrosos. Es una foto tan representativa de la unidad familiar de nuestra infancia. Aunque tú todavía no nacías cuando nos tomaron la foto. Aparece papá tocándome en la espalda, como si me mostrara su afecto a su manera. En aquella foto mamá se ve más joven y un poco gorda pero con su amor inmenso. El abuelo Luis también aparece al lado de la abuelita Ventura y debajo está Julito con su playerita de Miky Maus.

- ¿Qué por qué lloro? Porque ya no estamos juntos..., nuestros abuelitos han muerto, hasta se murió la tía Lupe. Yo ya no estoy en casa, ahora vivo en España... Creo que me hacen tanta falta...  Lo que más extraño es llegar a casa y encontrar comida caliente. Estar tocando el piano y escuchar por el patio el grito “Ismaeeel,  ven a comer....” Ahora a nadie le importa si he comido o si estoy bien.  Es el precio del progreso, de buscar oportunidades que en nuestro país no existen...

- No, estoy bien. .Lo he decidido así: vivir como huérfano, sin familia, sin pareja, sin casa ni nada. Viviendo apuros... Aunque tiene muchas ventajas; si quiero puedo faltar a casa, nadie me dice nada, no me molestan en la calle, puedo ligar libremente, echarme a quien quiera... 

-Tú si que eres feliz, mamá está contigo, tienes a tus perros, tu escuela, tu mundo. ¿Sabes? Desde hace algunos días no me gustaba mi cara en el espejo, sentía como si me viera triste, como si le faltara vida a mi mirada. Y me ponía como una máscara de alegría, de indiferencia; echaba la cara hacia arriba, sonriendo todo el tiempo, actuando... Pero en el fondo me veía como enfermo.

- Claro que como bien, ¡ufff! me alimento demasiado, no sé por qué estoy tan flaco.

-No creo que sea eso... el vih está controlado... Aunque dejé de tomar medicamentos por los efectos secundarios, me he sentido bien... Yo creo que se trata de otra cosa. Quizá un vacío de amor, de querencia, de nostalgia.  Mmm.. son los recuerdos. 

- Sí, nos vimos hace poco en el puente del Pilar. Todo fue tan diferente, creo que ya no siento nada por él. Cuando amas tanto a una persona y te falla, nada puede ser igual.  El aún no estaba preparado para amar, para comprometerse, para darme lo que yo necesito.

- Vivir juntos...¿era mucho pedir? Aquí no es como en México que te enamoras hasta los huesos, en cuerpo y alma. Aquí son más egoístas, menos tiernos, menos solidarios. Por eso es que te digo que cuando se fue mi amiga de casa me paré frente al espejo y me puse a observar.  No lo vas a creer pero toda la cara se me vino abajo; la comisura de los labios parecía de un niño a punto de llorar, las lágrimas estaban a punto de salir de mis ojos.  ¿Y sabes que hice? Me dejé llevar y vi una cara que me negaba a mirar. 

- Una cara conocida pero a la vez extraña, como la de un niño asustado, con miedo, con muchísimo temor.... y... me puse a llorar como cuando era chiquito. Sin ningún motivo...

Ya conseguí trabajo, ya le agarré el modo a mi compañero de piso, tengo muchas amigas y amigos. Pero no sé, falta algo. Aunque no he avanzado mucho en mi tesis, la investigación de campo la tengo avanzada. ¡Hasta tomo clases de canto! Tengo todo para ser feliz; y hoy he conocido el secreto:  La nueva cara que vi fue un logro para el conocimiento de mí mismo, de mi recuperación emocional. 

- ¿Qué insinúas, que me estoy volviendo loco? Por eso no me gusta contarte nada, porque luego me juzgas o me recriminas. ..bueno está bien... Pues bien, como te iba diciendo, y por favor no me interrumpas.  La cara del espejo era del Ismael hecho hombre, no un niño, sino con sus veintisiete años, maduro y a la vez muy varonil.  Con tanto trabajo que me costó aceptarme como maricón.  ¡Y pensar que hasta me iba a poner tetas y tomar hormonas...! 

- Está bien, voy a continuar...Me ví como hombre... Pero un hombre extraño; un hombre que no ríe... un hombre con demasiada pena, un hombre muy triste.  Como los héroes de las leyendas mayas, con autosacrificio. Pero sabes, al fin lo encontré. 

- Sí, fue como reconocer a un viejo amigo, al de la foto de mamá y papá con nosotros el día de sus bodas de plata... ¡Ajá la de la iglesia  ja, ja, ja! Sí, la fotografía en que me veo más viejo y gordo. Esa misma cara... Aunque no te guste es la mía, no puedo tener eternamente veinte años.  Y aunque ahora tenga el pelo largo y me vista con ropa más entallada, nunca dejaré de ser aquel que un día salió de su pueblo con tantas ilusiones de amor en la Madre Patria. 

- No, por favor, ahora no te pongas a llorar tú, que voy a volver a chillar otra vez. Y sabes... después de mirarme, reconocerme y aceptar mi nueva cara; con arruguitas en las mejillas, con los ojos llorosos; me puse a cantar. Y canté mejor que nunca La fuerza del amor de Rocío Banquells, aquella que dice “no pierdas la ilusión que hay en tu corazón..., la fuerza del destino, nos llevará a estar juntos, con la fuerza del amor...”

Canta conmigo “...La fuerza del amor, no cree en el destino, atraviesa los caminos...y es mucho más que un dolor...” 

- Bueno, te llamo la semana que entra que me va a salir muy caro. Adiós...gracias....Que Dios te bendiga también. 

- Sí, a pesar de todo podré decir como recitaba Mamá la poesía de Amado Nervo: “Vida, estamos en paz”.  

Charlif Fonseca 08-11-2001  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

                                         LESBIANISMO Y TRANSEXUALIDAD

“Si no vives como piensas 

                                                  acabarás pensando como vives”

                                                   Grafiti del Labo. 

Para empezar quiero afirmar que los contenidos expresados en este texto son producto de mi punto de vista particular, elaborado a través de reflexiones realizadas sobre la transexualidad, considerando que existen diferentes puntos de vista, y que mi objetivo consiste en compartirlo con vosotras sin pretensión de ser la portadora de la verdad absoluta, máxime en un terreno tan desconocido y escurridizo como la transexualidad, y a la vez tan rico y representativo de una de las más deliciosas virtudes del ser humano: la diversidad. 

Habitualmente tendemos a creer que una persona se cambia de sexo principalmente para adaptar su homosexualidad a un estatus de normalización heterosexual. Nada más lejos de la realidad como demuestra la existencia de diferentes orientaciones sexuales en personas transexuales. La identidad de género por un lado y la orientación sexual por otro son diferentes aspectos de la esfera sexual de la personalidad, independientes entre sí. Existen todo tipo de combinaciones.  

Vivimos en un sistema social con una marcada estructura dicotómica de géneros, que asigna un género diferente a cada sexo "biológico" y que determina como ha de ser la conducta del individuo (no solo la sexual) según el género asignado, a lo largo de toda su vida. Y lo hace a modo de vestir con trajes totalmente distintos a las personas: la vestimenta social: el género. Las personas transexuales nos rebelamos contra dicha asignación. Interiorizamos los caracteres del género opuesto, y lo hacemos de forma tan contundente que modificamos nuestra biología para adaptarnos al sistema sexo-género establecido. Nos adaptamos porque al igual que cualquier otra persona no podemos abstraernos a dicho sistema. Nadie puede eludir su influjo. La presión social existente impide poder hacerlo, y por ello, en mayor o menor grado, nos acomodamos en un género, aunque no sea el que nos ha asignado el sistema ("si me siento hombre, aunque me haya sido asignado el género mujer, no sólamente siento y vivo los atributos del género masculino, sino que modifico mi cuerpo para adaptarme a lo establecido, tanto externamente (necesito que los demás vean en mí a un hombre), como internamente (necesito verme yo mismo como hombre en todos los aspectos)"). Con esto no quiero dar por sentado que asumamos todos los atributos del género que sentimos. Sino simplemente que atravesamos esa línea invisible, variable, imprecisa que separa los géneros. Y ello en sí mismo representa un acto revolucionario, un duro golpe a la norma sexista, rígida, estática, arcaica. Un acto revolucionario que mina los pilares mismos del sistema sexo-género, que visualiza la contingencia del mismo y que junto al movimiento feminista provoca un proceso imparable que va desencadenando un nuevo estado de las cosas, un proceso sin vuelta atrás. 

Aunque lleguemos a la conclusión de que la necesidad de cambio de sexo es provocada principalmente, cuando no totalmente, por la estructura del sistema social, que tal y como hemos visto es absolutamente sexista, sentimentalmente no podemos abstraernos a su influjo pues vivimos en el, y las construcciones sociales son tan reales para el ser humano como los hechos del mundo físico: "tan real es para una persona por ejemplo saberse y sentirse de nacionalidad gallega, de género masculino o femenino, de una u otra clase social, como para una gacela sentirse perseguida por un león". Y el género constituye precisamente uno de los constructos sociales más profundos, fuertes y esenciales del sistema social. Este es mi punto de vista. Otras personas prefieren atribuir causas biológicas a la transexualidad. Aunque no descarto que puedan en algunos casos darse este tipo de influencias, considero que los condicionantes sociales son determinantes en este sentido. 

Tras estas breves notas pasamos a abordar el tema que nos ocupa: la existencia, en general, de personas transexuales con orientación homosexual y ,en particular, sobre las mujeres transexuales lesbianas

1.- Introducción.

2.- Vivencias.

3.- Consideraciones políticas. 

1.- Introducción. 

Nuestra experiencia cotidiana nos muestra la existencia de un elevado índice de lesbianismo entre mujeres transexuales, más elevado que en mujeres no transexuales. En menor proporción constatamos también la existencia de hombres transexuales gays.

La realidad es que existen diferencias, aunque a mi juicio tales diferencias no deben constituir motivo de rechazo, ni ser tomadas como absolutas, pero sí deben ser tenidas en cuenta para su comprensión y aceptación. Ejemplos de las diferencias más visibles (variables en cada caso y siempre hablando en términos estadísticos) podrían ser: 

-          No somos fértiles, en principio.

-          No tenemos la regla.

-          Las que no nos operamos tenemos genitales masculinos. ¿Podemos imaginar el grado de intensidad con que el sistema social reprime la sexualidad a una lesbiana transexual no operada de genitales?¿El contundente sentimiento de culpabilidad que le hace sentir?¿La situación de aislamiento en que la sitúa?

-          Habitualmente una educación masculina que se materializa en ciertos matices de comportamiento, que no tienen por que ser mejores ni peores, sino simplemente diferentes (estadísticamente hablando).

-          Frecuentemente presentamos ciertos rasgos físicos que denotan nuestra procedencia.

-          Etc... 

De la misma forma que existen diferencias, también existen coincidencias: 

-          La opresión del género masculino que pretende hacernos sentir objetos, juguetes sexuales, que cuando son bonitos son tratados con “cuidado no vayan a romperse”, y que cuando no son de su gusto son despreciados y explotados.

-          La pretensión de una heterosexualidad que rechazamos y nos coloca en no pocas situaciones incómodas. Cuando por fin nuestros queridos representantes heterosexuales del género masculino descubren que no constituyen el objeto de nuestro deseo no lo entienden y por supuesto no lo admiten. Siempre, como en todo hay excepciones.

-          La pretensión de exigirnos el cuidado de los “pobre hombres que llegan cansados de sus importantísimos trabajos”. El cuidado material, el cuidado sexual....

-          Características biológicas dependientes de las hormonas sexuales (distribución corporal de las grasas en las caderas, en los pechos, ....)

-          Formas culturales de ver la realidad y de funcionar en la vida relacionadas con el género, implicando más nuestra afectividad, .... (¡siempre estadísticamente hablando! , pues las mujeres somos tan diversas que a menudo resulta difícil encontrar parecido entre nosotras)

-          Etc... 

2.- Vivencias. 

En mi caso el constatar atracción sexual hacia las mujeres (transexuales y no transexuales, no hago distinción), supuso un conflicto personal que requirió un verdadero trabajo de asumirme como lesbiana de forma independiente al de asumirme como mujer. Esta disociación, aunque pueda parecer fácil no lo es, os aseguro que no lo es. Más adelante cada persona va encontrando sus propios modos, formas y valores de género, dentro de un proceso de reconstrucción personal. Y también los aspectos del nuevo género que no admite, que no asume como propios, que se rebela contra los mismos. 

Una experiencia que condicionó mi vida en este sentido ocurrió a los dos años de comenzar el cambio de sexo cuando compartí mi lesbianismo en una charla titulada "Lesbianas diferentes", organizada por el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid, con motivo del 28-J. Asistimos una lesbiana negra, una lesbiana sordomuda y una lesbiana transexual. Contamos como vivíamos nuestro lesbianismo desde nuestras particulares diferencias. Tras esta charla supuse que uno de los ámbitos en los que viviría mi lesbianismo de forma más relajada sería el de la esfera político-asociativa. En un principio me sentí aceptada, pero a la vez bastante sóla pues no conocía ni coincidía con ninguna transexual lesbiana en el entorno político por el que transitaba. Mi presencia en colectivos de lesbianas no generaba apenas conflictos. En la mayoría de los casos era una más del grupo, que si bien parecía difícil entender que una mujer transexual pudiera ser lesbiana, al no existir un número suficiente de personas como yo para constituir un subgrupo dentro de un grupo simplemente el grupo me aceptaba como tal.  

Con el transcurso de los años el lesbianismo entre mujeres transexuales fue adquiriendo cada vez mayor visibilidad. Este hecho trajo como consecuencia un mayor posicionamiento de los grupos y de los individuos tanto a favor como en contra. Atrás quedaba la situación de uno o dos casos aislados. Comenzaba la creación de una nueva categoría: “mujeres transexuales lesbianas”. Encuentros de lesbianas que restringían el acceso a mujeres transexuales, grupos de lesbianas que expresaban una especial invitación a mujeres lesbianas transexuales, lesbianas no transexuales que comenzaban a meditar sobre la posibilidad de tener o no tener relaciones con lesbianas transexuales, etc... 

3.- Consideraciones políticas. 

Bajo mi punto de vista la situación actual en el Estado español hace necesaria una respuesta política a la realidad de las mujeres transexuales lesbianas. Principalmente para contrarrestar las siguientes problemáticas: 

-          Miedo al rechazo, que en ocasiones genera verdaderas situaciones de angustia y que provoca nuestra reticencia a militar en colectivos de lesbianas, cuando no a reprimir nuestra sexualidad.

-          Existencia de enormes prejuicios sobre el tema.

-          Situaciones de intolerancia que llegan a darse incluso dentro del movimiento de liberación sexual, que como tod@s sabemos actualmente une a transexuales, lesbianas, gays y bisexuales en una amplia causa común: “contra la norma sexual que nos oprime”. 

La mejor respuesta la desconozco. Se me ocurren dos: 

  1. Creación de grupos de transexuales lesbianas donde podamos manifestar nuestras vivencias, nuestros miedos, sin temor a visibilizar nuestra condición de transexuales. Donde meditemos y derribemos las estructuras que nos oprimen, las estructuras que niegan nuestra sexualidad, las estructuras que pretenden mantenernos apartadas, mantenernos en el gueto.
  1. Hacer explícitas las posturas a favor o en contra dentro de los grupos de lesbianas. De esta forma sabremos en qué grupos podremos militar de forma visible, y en que otros grupos podemos ser rechazadas. Lo peor es la situación de ambigüedad-invisibilidad: el estar en un grupo y no saber realmente si el resto de integrantes nos acepta como transexuales, ya que es una situación que genera angustia, desconfianza y conformismo. Ejemplo de esta respuesta lo podemos encontrar en un colectivo de lesbianas alemanas que en su web invitan a participar a todas las lesbianas, haciendo un especial llamamiento a las lesbianas transexuales: “Invitamos especialmente a las mujeres lesbianas transexuales, a diferencia de otros grupos de lesbianas contrarias a dicha condición”.

Juana Ramos 29-10-2001

juanaramo@eresmas.com

Asociación Transexualia  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

  REFLEXIONES SOBRE LA DISFORIA DE GENERO COMO OPORTUNIDAD DE CRECIMIENTO PERSONAL

  Tamara Adrián .

  Muchas veces mantenemos nuestras reflexiones sobre la disforia de género centradas en los aspectos inmediatos. Perdemos así la perspectiva del bosque que nos rodea.

He tratado siempre de ampliar esa perspectiva. De tomar distancia, y de esta distancia me he permitido reflexionar sobre la condición que nos es innata, como una oportunidad única de crecimiento.

Muchas veces nuestra condición hace en los que la sufren, crecer una vena profundamente egoísta. Nos ensimismamos y comenzamos a rumiar y rumiar, como vacas, para regocijarnos en nuestra desgracia. He conocido a tantas personas así. Y, yo misma me adentré en esos oscuros parajes del ser.

En mi caso he entendido, al igual que tú, que esta "condición innata" es una oportunidad invalorable de crecimiento. Una irrepetible situación estelar/cósmica que me permite llegar a ser mejor persona, y sobre todo, salir de mí para ir hacia los demás con el corazón abierto.

Me ha permitido aprender a neutralizar energéticamente las vibraciones negativas, y a transmutarlas en energía positiva (el mal que con mal se responde, multiplica el mal y lo potencia; en cambio, el mal que en bien se transmuta, se diluye y se neutraliza: es una ley universal).

Insisto siempre: hoy, después de muchos años, muchos sufrimientos y sinsabores, doy gracias a la vida por haberme puesto esta tarea de crecimiento. Considero mi condición de transexual como una BENDICIÓN.

Pero estoy consciente de que no es una tarea fácil la nuestra. Es una guerra muy difícil (interior y exterior), y que, como en la guerra, sólo los más fuertes y decididos sobreviven. ¡He visto tantas personas caer en los abismos de la desesperanza y la degradación física y moral! Y tú seguramente tendrás un abanico más grande de ejemplos que yo.

La condición de disforia de género me ha llevado a poner SIEMPRE en práctica el mensaje profundo de aquella sencilla oración (anglicana, atribuida a Friedrich Oetinger -1702/1782 y popularizada por Reinhold Niebuuhr -Serenity of Prayer- 1932):

"DIOS, DAME LA SERENIDAD PARA ACEPTAR LAS COSAS QUE NO PUEDO CAMBIAR, CORAJE PARA CAMBIAR LAS COSAS QUE PUEDO CAMBIAR, Y SABIDURÍA PARA CONOCER LA DIFERENCIA ENTRE AMBAS."

Hoy se que no puedo cambiar mi identidad sexual (mi condición de disforia de género es un trazo inmutable de la personalidad, y los intentos que hice de cambiarla me llevaron a profundos resentimientos y desesperanzas en el borde de la depresión y el suicidio); pero, se que puedo cambiarme a mi misma para conformarme a mi identidad sexual y crecer como persona; y cambiar a los demás, aunque se un poco, y ayudar así a los demás y poner un granito de arena para crear un mundo mejor .

El camino del transexual NO ES UN LECHO DE ROSAS, pero puede ser, si se maneja con la asertividad y la claridad de mente necesaria, UNA OPORTUNIDAD ÚNICA DE CRECIMIENTO Y SUPERACIÓN.

Tamara Adrián  20-10-2001 Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

  La carta de Pedro ( la dureza de vivir en un pueblo para un gay )                          

Parece claro que la igualdad jurídico-legal de gays, lesbianas y transexuales (la "externa") es un derecho innegable que la mayoría de sectores políticos o sociales ya no cuestionan. Pero hay otra igualdad (la "interna") más esencial, que no está tan clara. Es la que debería darse en el pensamiento y los corazones de los ciudadanos de una forma sincera. Y será realmente sincera, limpia, si por fin comprendemos que -a la postre- no existen gays o lesbianas, hombres o mujeres, blancos o negros, estos o aquellas... En lo esencial, existen personas; seres que aman, que luchan, que ríen o lloran, que tienen los mismos anhelos o que sufren por las mismas necesidades. Desear felicidad, querer o ser querido, contribuir al desarrollo de la sociedad con nuestro trabajo, buscar el equilibrio personal, en definitiva, todo lo que significa "ser" humano, es algo que nos iguala a todos. Lo demás, sólo son etiquetas cuya única utilidad es léxica o lingüística para hacer posible la comprensión del matiz, el detalle o la particularidad. No existirá auténtica igualdad social, si ésta no germina desde lo humano.

Y para muestra un botón: llegaba hace unos días a mis manos una carta entrañable, empapada de cruda realidad, atragantada de nudos de angustia y de ansia por asirse a la esperanza. Comenzaba así: " Me llamo Pedro, tengo 18 años y os escribo desde Malagón, un pueblo de Ciudad Real. Os escribo porque lo estoy pasando realmente mal ya que este pueblo es muy pequeño y toda la gente joven sabe que soy gay y es típico que salga a la calle y se rían y me señalen con el dedo como si fuera un bicho raro". Quizás los que vivimos en grandes núcleos de población, (esos que permiten tanto la visibilidad total o el anonimato más completo) no nos hemos parado a pensar lo dura que puede ser la vida para otros gays o lesbianas que, por una u otra razón, viven en un pueblo o una localidad hostil, donde inevitablemente les colgarán el sambenito del "maricón" o "bollera". Esta es "la otra igualdad" imprescindible: la "psico-social", la que debe permitir -entre otras cosas- que los padres con un hijo gay o lesbiana entiendan que su retoño tiene sexualidad -como cualquier otra persona- y que su sexualidad tiene un matiz particular -como la sexualidad de cualquier otra persona. Y que esos matices, son tan iguales y respetables como el plenipotenciario, impuesto y falsamente presentado como único modelo sexual: el heterosexual. Hay que empezar a decir-educar-comprender ¡ya! que sexualidad no es sinónimo de heterosexualidad.

Naturalmente hemos puesto a Pedro en contacto con los colectivos de Castilla La Mancha. Pero después de su carta, me pregunto ¿cuantos "Pedros" quedarán por ayudar? ¿Cuantos chicos/as de la España profunda siguen ahogándose en su propia angustia? ¿Cuantos están siendo aplastados por la losa del silencio? Es paradójico: en plena era de las comunicaciones, aún se dan crueles aislamientos y atroces soledades. Ahora que se habla tanto de inmigración, siempre he mantenido que un colectivo "emigrante" por excelencia ha sido el nuestro. Son muchos los gays que se marchan de sus pueblos a Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao -por ejemplo-. Hemos querido escapar de la incomunicación, del neurótico juego al escondite frente a la propia identidad; hemos hecho las maletas porque se nos apareció el fantasma de la incomprensión o el del insulto, la ofensa y el desprecio de nuestros convecinos. Y no sólo se dan estos "animus injuriandi" en manera de palabras, sino también en las formas, en las actitudes o en los gestos, que a veces duelen más.

Tales cosas siguen ocurriendo en nuestros días. "...En mi pueblo no tengo ningún futuro, me quiero ir y no volver nunca. Os escribo para pedir ayuda casi de rodillas" -nos sigue contando Pedro en su carta- Si nos paramos a pensarlo fríamente, es triste y lamentable abandonar el lugar donde naciste porque no tienes el respeto de tus vecinos o porque otros como tu, siguen escondidos asfixiados en sus propias burbujas de temor, sin posibilidad de intercomunicación. El miedo al rechazo fomenta el aislamiento, y éste a su vez alimenta la angustia, que a su vez, nos puede conducir a la depresión, a la desesperanza, al sin sentido. Pedro lo cuenta así: "Pero el problema nace hace 3 meses en que mis amigos se dieron cuenta de que soy gay porque desde que empecé a salir con ellos no salgo con ninguna chica. Me llamaron de todo y estoy, no por ellos, sino por otras personas amenazado de muerte...".

Por eso nos queda una lucha más ardua que la igualdad jurídica... la igualdad íntima e interior de cada uno. Y es aquí donde -por ejemplo- los colectivos y asociaciones gay-lésbicas siguen jugando un papel esencial e imprescindible. No porque tengamos en las grandes ciudades esos espacios de "ambiente" y ¿libertad? y porque se nos vaya a reconocer antes o después la igualdad jurídica, quedará todo hecho. Aún nos tenemos que meter -por ejemplo- en las aulas a dar una verdadera educación sexual-social que deje de presentar el modelo heterosexual como el único y verdadero. Aún tenemos que seguir ganando cotas de visibilidad y respeto ajeno, sin complejos de ser lo que somos. No sólo es discriminación aquella que se ve. También es discriminación aquello que se podría hacer y no se hace. Tenemos que plantear a nuestros gobernantes, nacionales, regionales o locales, que "dejar de hacer" por la igualdad, también es discriminar. En sus manos está el fomentar proyectos educativos, campañas institucionales, programas de intervención social, promover tejido social que trabaje por la igualdad, promulgación de leyes y normas que supriman las diferencias... Y en nuestras manos está exigirlo a los políticos, que para eso están.

Mientras continúe esta discriminación "por pasiva" seguirán habiendo muchos jóvenes "Pedros" que tendrán su corazón encogido en medio de un ambiente adverso y zafio. "...Me gustaría contactar en Ciudad Real con chicos para poder celebrar mi 19 cumpleaños el mes que viene porque si no, será el día más triste de mi vida, ya que estoy sólo, no tengo un triste amigo.....llamadme por favor, lo necesito muchísimo" -continúa nuestro amigo manchego- Por tanto, convierto mi deseo en aire renovado y fresco para que llegue hasta Pedro y a todos los que están como él, con el mensaje de que no están solos, que somos miles los dispuestos a estar a su lado. Ahora más que nunca, Pedro tendrá el mejor motivo para disfrutar de su vida junto con los que le comprendemos porque somos como él y hemos recorrido un camino similar. Unámonos todos y digámosle: Pedro, ¡feliz cumpleaños, estamos contigo!.

Por Jose de Zor coordinador del grupo GLT del PSOE en Castilla la Mancha 

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                                            Justicia `` IN ´´ --finita

La muerte de "La Cacica" Consuelo Araújo, a manos de las FARC, ha causado la mayor indignación entre los colombianos. Equiparable a lo sucedido en Nueva York, la ira que producen actos como los de estos guerrilleros terroristas, no puede menos que generar el "deseo unánime" que –menos mal- generalizaron los candidatos presidenciales y las castas políticas. "Que se les trate como Bush a los Talibanes" –decían-. Y al parecer tienen razón, pues de manera visceral, hay que desear que estas plagas desaparezcan de la faz de la tierra. Necesitamos un mundo –una aldea global- en el que por ningún motivo, ni con método alguno, se frenen: el crecimiento del mercado, y el poder absoluto de los –cada vez menos- mas ricos.

Pero ni siquiera es el acto en sí lo que más rabia nos produce. Es, contra quienes lo ejecutaron. Bien podían haber asesinado a otras personas menos prestantes. A otras trabajadoras de la cultura popular, de menos renombre y de menos plumaje. De esas y esos a quienes les toca llorarse solos. Tenía razón el alcalde de la Gran Manzana al decir: "A quienes estos actos no los toca, les invito a que piensen cómo explicarles a los huérfanos y las viudas, la manera inmisericorde como perecieron sus familiares" -una verdad sin discusión-. Otra cosa –mucho más fácil- sería explicar a las familias completas de campesinos de la alta Guajira y del Cesar -por no mencionar a tres cuartas partes de la gran Colombia- que un día amanecieron sin con qué comer y sin en dónde vivir, porque a alguno de los grupos armados oficiales, clandestinos o semioficiales, se les ocurrió que necesitaban la tierra para extender sus dominios o los de sus patrones. A los campesinos que se quedaron sin cosechas porque su sagrada hoja de coca produce una sustancia que está dejando brutos a los hijos de los dueños del planeta y ricos a unos cuantos que no forman parte de las castas elegidas.

La ira y el intenso dolor que nos causa la muerte, simplemente la muerte, a quienes casi nos acostumbramos a ver cómo desaparecen a diario nuestros seres queridos, se convierte en manos de expertos políticos como Serpa, Noemí, Uribe Vélez u otros caciques (también los Araújo y los Noguera) y los jefes de las potencias y las multinacionales, en una herramienta para hacernos pensar que es menos grave y menos terrorista producir un nuevo pobre cada diez minutos en América Latina, que volar las torres símbolo de la riqueza en el planeta. Que las FARC son más peligrosas e inhumanas por la muerte de Consuelo Araújo, que los paramilitares por asesinar al humorista Jaime Garzón. O que los militares por haber asesinado a Álvaro Gómez Hurtado. O que los narcos por desplazar con la ayuda de las guerrillas o que los ganaderos del Magdalena Medio, por robarse la ayuda de las autodefensas, la tierra de los pequeños agricultores. O que la policía por la limpieza social en las ciudades.

Deben dolernos, con toda razón, la muerte de seres humanos en las Torres Gemelas y el asesinato de la señora Araújo, pero no deben convertirse en una cortina de humo para que le entreguemos "cegados por la ira" el poder absoluto e irracional a quienes hablen con más emotividad. Para que avalemos, sin control alguno, sus actos expansionistas. Ni para dejarnos confundir por su oportunista alarde de justicia. Nuestra condena debe ser por igual, contra todo aquel que atente contra la existencia y la dignidad humana. La justicia no debe ser un asunto de los que más tienen.

Por Manuel José Bermúdez Andrada ciudadano gay de Colombia 12-10-2001

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   REFLEXIONES DEL VOTO EN CONTRA DEL PP Y DE CiU A LA PROPOSICIÓN DE LEY DEL MATRIMONIO HOMOSEXUAL

 A raíz de la no aprobación de la ley del matrimonio entre homosexuales presentada en el parlamento por el voto en contra del PP y CiU y haciéndose evidente el interés político en que se mantengan los cánones de un país como si fuera confesional con la Iglesia Católica, queremos denunciar el modelo de familia que propugna la diócesis de Orihuela a través del libro de familia cristiana que da a los contrayentes del matrimonio católico. Esa filosofía e ideología si se está enseñando en las Escuelas de la C.Valenciana en las clases de religión deberían ser adaptadas a la realidad jurídico civil de nuestro estado democrático y aconfesional constitucionalmente, dado que al excluirse la diversidad de realidades familiares existentes en nuestro país, se fomenta la violencia social e institucional frente a la diferencia y a la diversidad(actualmente se están dando agresiones homófobas en dependencias publicas como Renfe Valencia por agentes del orden público y acciones violentas por transfobia en Madrid, habiéndose denunciado por Lambda y Transexualia respectivamente). Consideramos que el PP(la derecha) sigue obviando, ocultando y negando otras realidades sociales familiares existentes ya desde hace tiempo en nuestro país, no legislando e incumpliendo las recomendaciones que el Parlamento Europeo desde 1987 da a los Países Miembros para evitar la violencia de género, homofóbia y transfobia (en nuestro XXXV congreso Federal del PSOE se aprobó la propuesta presentada por el Grupo Federal de GLBT al matrimonio civil entre homosexuales y a la adopción ). Así mismo el PP no promueve, desde su posicionamiento ideológico claramente tradicionalista en esta materia y cercano  en algunos sectores al modelo judeocristiano de familia, la  posibilidad de Educar en Valores y en Educación Sexual para la convivencia plural de las diversidades de familias  con identidades y orientaciones sexuales diferentes a la heterosexual, tratando de dar prioridad a un tipo de familia patriarcal, heterosexual y católica que consideramos que además de no ser la única realidad es un modelo no acorde con la diversidad existente en el Hecho Sexual Humano.  

El texto a que hacemos referencia representa el tipo de modelo de familia y de sexualidad que desde un sector mas católico se defiende como único válido para desarrollarse como modelo social a seguir por tod@s los ciudadan@s. Leído detenidamente y haciendo hincapié en la palabra da a conocer el discurso  exclusivista, sexista, homófobo, transfóbico que la Iglesia Católica (no olvidemos el trato preferente que la Iglesia tiene en nuestro país frente a otras religiones a costa del erario público), en el siglo XXI, sigue vendiendo con el sacramento del matrimonio, válido solo a efectos de creencia religiosa, pero totalmente anacrónico, antidemocrático y omnipotente. Pensamos, como profesionales de la salud, que en un país aconfesional la labor de educación en valores también consiste en denunciar aquellos focos de discursos que promueven la discriminación por razones de orientación o identidad sexual. 

La realidad social es mucho más compleja y se tiene que educar en valores, en la diversidad, en el respeto y en la igualdad de los sexos. Consideramos como profesionales de la salud sexual que este tipo de discurso expresado en las clases de religión para niños y jóvenes potencia claramente la violencia de género, la desigualdad social y la exclusión de otras realidades reconocidas en otros países de Europa.

Los socialistas defendemos una sociedad plural donde las libertades e igualdades no sean una cuestión solo de las mayorías y donde las minorías no sean minorizadas por los poderes públicos. 

Dr.Vicent Bataller i Perelló. Coordinador nacional del PSPV- PSOE de Grupo GLTB.

Lic. Alvar Beltran i Navarro. Coordinador provincial de Alicante del Grupo GLTB. Secretario de MMSS y ONG`s del PSPV-PSOE de Benidorm.

 02-10-2001  Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

    ¿...CONTINUARÁ EL PP PONIÉNDOSELO «NEGRO» AL COLECTIVO «ROSA»?

Es claro y evidente que hay un ANTES y un DESPUÉS de la manifestación del Día del Orgullo en Madrid. Las reivindicaciones y los vítores fueron parecidos a los de otras ocasiones, aunque por primera vez nos atrevimos a pedirlo ¡TODO!. Pero lo mejor es que las voces que se alzaron fueron muchas más y más que nunca La visibilidad y los apoyos jamás han sido tan rotundos: representantes y partidos políticos (IU, PSOE), la presencia incondicional de Rosa Díez o el compromiso de Gaspar Llamazares, los sindicatos UGT y CC.OO?); Asociaciones de Padres de alumnos, el Consejo de la Juventud de España, las Juventudes Socialistas, Amnistía Internacional, etc... colectivos que se unían a los propiamente gay-lésbico-transexuales provenientes de todo el Estado.

Sobrepasar los 200.000 participantes equipara la manifestación del día 30 a los grandes acontecimientos reivindicativos de este país. Sólo encontramos parangón con las manifestaciones contra el terrorismo o por la protesta frente el Plan Hidrológico Nacional, por ejemplo. Cierto es que son muchas y variadas las razones por las que cada cual pueda haber asistido: lúdicas o festivas, reivindicativas, solidarias, de curiosidad... pero también es cierto que nunca ha sido tan clara y contundente la unión de miles de voces en una sola gritando: ¡igualdad!, ¡igualdad!, ¡igualdad!

Más claro imposible. "Hemos hecho bien los deberes" –me decía Chimo Cádiz, del Lambda-Valencia, al terminar el acto. Y mientras nos dábamos un fuerte abrazo y un beso bajo los sones del "A quien le importa..." de Alaska, me venían a la cabeza preguntas que podrían encajar en enunciados como: ¿Continuará el gobierno de Aznar pasando por alto y de puntillas las reivindicaciones de nuestro colectivo? ¿continuará presentando chapuceros encajes políticos e hipócritas excusas para dar de lado a una realidad social tan evidente? ¿Seguirá su prepotente conspiración del silencio? Hacerlo sería una burla y un fraude, no sólo al colectivo gay-lésbico-transexual, sino a toda la sociedad española.

Además, haría gala e una tremenda ineptitud política si no atiende nuestras reivindicaciones. Apoyar la igualdad social –incluida la de gays, lesbianas y transexuales- no sólo no quitaría votos a cualquier partido, (tampoco a la derecha) sino que se los haría ganar. Únicamente es el pequeño, pero más integrista y radical sector del PP el que se empeña en "auto-venderse" esa falsa idea de que apoyar a nuestro colectivo les restaría votos entre sus partidarios. Los votantes y afiliados populares deberían cuestionarse el por qué de la gran influencia que ese sector tan minoritario tiene en las decisiones finales del PP y por tanto del Gobierno de la nación. A mi juicio, sólo por el empecinamiento retrógrado y egocéntrico de unos pocos, lo estamos pagando muchos.

Recordemos que ya van dos sesiones en las Cortes Generales donde el PP se ha quedado sólo votando en contra de sendas proposiciones de Ley para regular las parejas de hecho con independencia del sexo de los contrayentes. TODOS los partidos el arco parlamentario apoyaban esta regulación. Eso sí, cada cual con sus matices, unos con más, otros con menos, pero TODOS estaban de acuerdo en que había que afrontar legislativamente esta realidad.

Y por negarse, el PP se encuentra con tendrá que afrontar la equiparación total: el matrimonio civil con lo que supone de igualdad plena. Eso será en base a la propuesta presentada ya en el registro de las Cortes Generales por el PSOE para modificar los correspondientes artículos del código civil. Esta fórmula no sólo es más realista y efectiva respecto a la igualdad, sino que jurídicamente es menos farragosa que andar cambiando estas y aquellas otras leyes para adaptarlas a una "ley de parejas de hecho". La propuesta, que nos situaría a la altura de países tan socialmente avanzados en estas lindes, como Holanda, se debatirá próximamente... ¿podremos entonces decir que "a la tercera va la vencida"?

Si el gobierno de Aznar se empeña en no visualizar esta realidad, habrá que ponerlo a vender cupones por «invidente social». Entonces la pelota rebotaría al PSOE. Y éste debería responder, no sólo con el apoyo dialéctico, sino realizando lo poco que puede hacer: crear leyes autonómicas de parejas de hecho en las Comunidades donde gobierna, como único y pequeño avance en nuestras reivindicaciones hasta que llegase el tan merecido matrimonio civil y la equiparación total.

Ha costado mucho llegar hasta aquí y no debemos cejar en nuestro empeño. Nadie nos regalará nada si no seguimos en la brecha. Nos jugamos que el futuro en igualdad sea un hecho en poco tiempo o en todavía largos y penosos años. Años que habrán transcurrido en nuestras vidas sin un derecho tan elemental y claro como es la igualdad y cuya carencia estamos pagando (unos más, otros menos, pero todos al fin y al cabo) muy , pero que muy caro.

JOSE DE ZOR.

  • Coordinador del Grupo Regional de Gays, Lesbianas y Transexuales del PSCM-PSOE

- Miembro de la International Gay and Lesbian Human Rights Comission

02-08-2001 J. Z. Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

                                  ¿ Globalización o humanización ?

En Génova blindada estamos viendo cómo aparece la nueva izquierda con la que nadie contaba en los años del poscomunismo, cuando creíamos que toda opción por la diferencia estaba muerta. Aunque todo esto comenzó en Seattle, en Génova es donde está recibiendo forma, las imágenes que pueden llegar a todo el mundo, con su fuerza pedagógica. La ciudad fortificada con vallas de cuatro metros, con alambradas en todos los accesos; la mitad de los habitantes del centro huidos al campo o a las playas; los hombres más poderosos del mundo encerrados tras su propio poder, temerosos del bramido lejano, refugiados en barcos lujosísimos pero asediados, sonriendo para el público de una manera falsa y patética.

Enfrente, ¿los desheredados de la Tierra? No; los hijos bien educados y bien comidos de las sociedades más ricas, pero tomando partido por los inmigrantes y por las lejanas naciones a las que estrangula la deuda externa contraída por sus gobernantes. En las almas de quienes se han cansado por viajar hasta Génova, ¿qué habrá?

En unos, resentimientos y rabias ante situaciones familiares, ante fracasos escolares, ante los extravíos personales en una vida confusa; en otros, un sentimiento puro de la justicia y la injusticia; en otros, un espíritu abierto ante la variedad y la hermosura humanas, tan negadas por los que sólo quieren imponer su ley; en otros, el convencimiento de que la vida se puede organizar de otras formas, que no hay una única opción, como se repite en las tribunas del pensamiento único. Materialmente, esto se convierte en las figuras de un franciscano moreno, pequeño y enteco, con el hábito polvoriento, de un mozo con camiseta gris que provoca con movimientos del pubis, adelante y atrás, a los escuadrones rítmicos de la Policía con cascos y escudos (y la sonrisa que se le escapa a uno de los agentes, bastante joven, que no denota nada más que diversión y emoción en la semi batalla, en la pedrea de barrio, que es eso), de la muchacha con las tetas al aire agarrada a la tela metálica, de la otra muchacha, más fina, que intenta evadirse, asustada, a la que rodean los policías mientras ella pronuncia algo que se ve como "por favor" o "prego" o "please", del profeta de pelo y barba blancas, como una aureola, lo mismo que su pantalón y su camisa, que es el primero que consigue colarse a través de la cerca y sobre todo la del muchacho muerto, con veintitantos años; la cabeza rodeada de un charco desproporcionado de sangre; anteayer él estaba allí y ayer ya no estaba allí; los poderosos seguirán reunidos, pero él ya no los verá, ni tampoco sus sonrisas a los periodistas; a lo mejor, él se ha visto liberado, elevándose sobre los fragores de Génova, las peleas humanas; su perfil, caído en el suelo, es bello y delicado; la nariz, pequeña, fina; la cara envuelta en las magulladuras o los cardenales o los cuajarones de un orificio de bala; lleva camiseta blanca; la misma con que se le vio cuando, todavía de pie, con un extintor en las manos, iba a lanzarlo contra un jeep de la policía desde el que otro hombre le disparó.

Lo que clama esta nueva izquierda yo puedo hacerlo mío: que el dinero no sea la primera de las prioridades, que tiene que volver a serlo el ser humano, de una manera real, práctica, convencida; yo añado por mi cuenta que por esto debe haber bienes públicos, compartidos, que no se puede llevar el ansia de negocios hasta el extremo de privatizarlo todo, para poder meter la cuchara en todo; que los inmigrantes son personas, que son los nuevos españoles o franceses o ingleses; que todos somos personas.

Uno de los concurrentes, me parece que con barba, llevaba una mochila verde, en ella una rama con hojas y la bandera del arco iris enhiesta; al pronto, no sé por qué, me produjo rechazo, quizás porque los ecologistas me suelen parecer unos pesados; pero la bandera era la nuestra.

Por Kim Pérez  21-07-2001 Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

    MITOS, FALACIAS Y ERRORES ACERCA DE LA SEXUALIDAD

    Las vivencias de la sexualidad dependen fundamentalmente de la cultura. La nuestra es occidental y en rasgos generales antisexual y machista, reproductiva y coital y eso es lo que se sigue transmitiendo de padres/madres a hijos/as dado que la sexualidad es algo más que información y está condicionada por falacias, mitos y errores que persisten en nuestro ambiente a través de mensajes y actitudes del tipo de: 

1.- No educar sobre el sexo porque es malo 

2.- Denigrar y limitar la sexualidad de la mujer a la procreación o considerarla como elemento de tentación y perdición 

3.- Convertir el sexo en objeto de consumo 

4.-- En no tomar en serio la sexualidad como una dimensión positiva y primordial de la vida de las personas 

5.- Considerar que el sexo es antiespiritual, lo que lleva a reducir el sexo a actos puramente "animales". 

6:_ La limitación de la sexualidad a fines reproductivos y a parejas heterosexuales e institucionalizadas a través del matrimonio civil o eclesiástico 

7.- La visión peyorativa que se tiene del autoerotismo y de la masturbación todavía en nuestra cultura. 

8.- El confundir la etapa fértil, sobre todo de las mujeres, con la vida sexual, dando a entender, que tanto las personas mayores, como los/las Niños/as y los/las adolescentes y Jóvenes , no tienen ni prácticas ni expresiones sexuales. 

9.- La negación social de la sexualidad de los discapacitados físicos y psíquicos. 

10.-La designación de las tareas, profesiones y status social, en razón del sexo y no de las capacidades de preparación de las personas, dándose "roles sexuales" asignados al género, que perpetuan la  desigualdad entre la mujer y el varón. 

11- Cuanto más grande sea el pene, satisface más a la mujer. Investigaciones recientes han demostrado que el tamaño del pene en un hombre no tiene nada, que ver con el placer experimentado por su pareja. 

12.-La masturbación provoca el acné. El acné se presenta por el incremento del funcionamiento hormonal el cual estimula el funcionamiento de las glándulas sebáceas de la piel. 

13.-La mujer no debe de nadar o practicar algún deporte en el período en el que se presenta la menstruación (regla).

El realizar alguna actividad deportiva no afecta en nada la salud de la mujer el período menstrual. 

14.-Las emisiones nocturnas (sueños húmedos) indican un trastorno sexual. La eyaculación nocturna es primordialmente el resultado de sueños eróticos que se presentan en las personas principalmente en la adolescencia. 

15.-Los humanos pueden tener el fenómeno de pene cautivo” durante el coito.Nunca se ha reportado un caso científicamente comprobado de esto en los humanos. 

16.-La presencia del himen es evidencia rotunda de virginidad. Esto no siempre es cierto, algunas mujeres presentan un himen resistente incluso a la penetración. 

17.-El tamaño del pene de un hombre se puede calcular por el tamaño de su mano o de su pie. No existe ninguna relación entre el tamaño del pene y el tamaño del cuerpo u otras estructuras. 

18.-La marihuana es un afrodisíaco.

Estudios recientes han demostrado que los fumadores de marihuana presentan un mayor índice de impotencia en comparación con los hombres que no la fuman. 

19.- El desconocimiento del funcionamiento del cuerpo y de los genitales porque "eso" se aprende sin más. 

20.- El considerar las prácticas homosexuales masculinas (gay) o femeninas (lésbicas) como "antinaturales" y enfermizas. 

21.- En negar la bisexualidad y la transexualidad como si no existieran. 

Podría seguir enumerando mitos , errores y falacias...,  pero lo que me gustaría resaltar es que la sexualidad en nuestra sociedad sigue condicionada por la superstición, los tabúes, los errores y casi siempre por una "edu-castraciónsexual", que siguen transmitiendo unos determinados modelos, unas determinadas formas de relación. Educadores/as, padres/madres, instituciones y asociaciones progresistas intentan romper estos esquemas que oprimen la sexualidad y la convierten en un cúmulo de prohibiciones, amenazas y represiones. 

   Habría que tener más presente el concepto de salud sexual de la O.M.S. (1974) que la define como "la integración de los elementos somáticos, emocionales e intelectuales y sociales del ser sexual, por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la personalidad, la comunicación y el amor". 

   Me gustaría terminar con una cita de Dierkens (1957) que sigue siendo muy actual, al menos en nuestro país y dice: "Los problemas sexuales más peligrosos para el adolescente, son la curiosidad insatisfecha, los tabúes mal entendidos y las actitudes de retraimento de la vida sexual a las de una sobre-compensación. Éstos parecen ser problemas bastante comunes de los adolescentes y a menudo también de los adultos en la mayoría de las sociedades civilizadas.Sólo una educación sexual inteligente y franca, remediará la situación existente" 

   Dr.Vicent Bataller i Perelló.  Doctor en medicina y Cirugía. Sexólogo.     

 vicentesex@eresmas.net    Habla de este comentario ( indica en el titulo del que estas hablando )

 

 

` Pequeña negra ´ Primer premio de poesía internacional Gabriela Mistral 

Autor:

 Israel Álvarez de armas


                                                  UNA INMENSA SOLEDAD LA RODEA

LAS LAGRIMAS LA EMBARGAN

EL DOLOR LA LLENA DE PENA. 

ES LA NIÑA QUE LLORA

ES LA NIÑA QUE SUEÑA

Y QUE NO TIENE ALEGRÍA

PORQUE NADIE JUEGA CON ELLA

EN SU MUNDO DE POBREZA.

 

¡LA LLAMAN PEQUEÑA NEGRA!

Y TIENE LOS OJOS TAN GRANDES

QUE CUANDO BROTAN SUS LAGRIMAS

SE INUNDA TODO EL UNIVERSO

BAÑANDO A TODAS LAS ESTRELLAS.

 

PEQUEÑA NEGRA ESTÁ ENFERMA

ELLA NO ESCUCHA Y TAMPOCO HABLA

ELLA SOLAMENTE OBSERVA.

LA NIÑA NO CANTA

Y CUANDO BAILA LO HACE

PORQUE TODOS LOS NIÑOS SANTOS

DANZAN EN SU INOCENCIA. 

 

EL DÍA AMANECIÓ LLUVIOSO

¡HA MUERTO PEQUEÑA NEGRA!

SUS OJITOS SE HAN CERRADO

Y YA NO VEREMOS BRILLO

EN SU PAR DE HERMOSAS ALMENDRAS.

SE HA BORRADO SU SONRISA

DE SU GRACIOSA PRESENCIA. 

YA NO ADIVINAREMOS QUE NOS DICE

SI ESTÁ TRISTE O ESTÁ CONTENTA. 

PERO HOY

EN ESTE DÍA

PRÓXIMO A LA NAVIDAD

SU MADRE LLORA

SU MADRE GRITA,

PORQUE EL FRUTO

DE SU VIENTRE YACE

EN UNA SENCILLA CAJITA

QUE TODO EL PUEBLO ADORNÓ

CON FLORES DE SERVILLETAS.

 

ALLÍ ESTABA ELLA

VESTIDA DE ANGELITO,

CON TELA DE BLANCO SATÉN

QUE LOS NIÑOS DE LA ESCUELITA

LE DECORARON SUS ALAS,

CON BOLSITAS DE GALLETAS.

 

PEQUEÑA NEGRA SE HA IDO

EN LAS CALLES TODOS LO COMENTAN,

QUE NAVIDAD TAN TRISTE

PEQUEÑA NEGRA ESTÁ MUERTA.

 

PERO ALLÁ

EN LO MÁS ALTO,

EN EL CIELO

DONDE NACEN LAS ESTRELLAS,

DIOS HA LLAMADO A TODOS LOS ANGELES

QUIENES SE HAN VESTIDO DE GALA,

PARA ACUDIR A SU CELESTIAL PRESENCIA. 

 

Y ESCUCHARON LA VOZ DEL PADRE

QUE SONÓ COMO UN GRAN TRUENO

CON LA FUERZA DE MILLONES DE TROMPETAS

Y REUNIENDOSE LOS HIJOS DE DIOS,

ANGELES, ARCANGELES Y SERAFINES

ALREDEDOR DEL ESPIRITU DE PEQUEÑA NEGRA,

EL DIOS TODOPODEROSO DESPLEGÓ SUS BRAZOS Y LES DIJO:

 

¡JUGAD CON ELLA!

¡JUGAD CON ELLA!

 14_05-2001

 

    Estado Español: autorizados los matrimonios de transexuales

  ABRIL 2001 . Tres decisiones de la Dirección General de los Registros han terminado con una era de indefinición acerca del derecho de los y las transexuales a contraer matrimonio en España.
Hasta ahora, los y las transexuales han contado con el reconocimiento legal de su sexo post-op, pero cuando solicitaban el matrimonio, la situación se volvía repentinamente fluida: algunos jueces encargados del Registro Civil estaban de acuerdo en inscribirlo, algunos fiscales podían sin embargo recurrir esta decisión y muchos jueces se oponían a la demanda.
La causa de esta situación era un vacío legal. Juristas próximos al movimiento transexual señalaban que esta situación significaba la formación de un tercer sexo sin derecho al matrimonio y por tanto anticonstitucional, puesto que algunos ciudadanos españoles tendrían menos derechos que otros.
Ahora, estas decisiones han establecido un precedente de valor similar en el Registro Civil a las decisiones del Tribunal Supremo; cualquier oposición al matrimonio de una persona transexual podría ser inmediatamente anulada.
Este es un buen augurio para la próxima discusión, en el Senado, de una proposición de ley que reconocería plenos derechos como hombres o mujeres a las personas transexuales post-op y el cambio de nombre para las personas transexuales non-op.

Por Kim Pérez.

Presidenta de Identidad de Genero. 16-04-2001

 

     Gran éxito en Estados Unidos de la novela ` Contessa ´ que narra la vida de una transexual

 

Una novela de ficción titulada Contessa esta obteniendo un éxito arrollador en Estados Unidos; diferentes medios se han hecho eco de ella con muy buenas criticas; Según la revista mensual de la "Renaissance Transgender Association"  Contessa es una de los mejores obras de ficción que trata del transexualismo, otra revista mensual como ` Lamba book report ´ se deshizo en elogios en la tirada del mes de Diciembre. 

Cuenta en claves de ficción , que una estrella de cine conocida en todo el mundo divulga una autobiografía  descubriendo su transexualidad y dejando a la luz que nació varón. Esta es la trama de la primera novela de Sr. Fitzgerald.

Contessa comenzó su vida como Clyde Dillard. Nació en un pequeño pueblo del estado de Arkansas (en el sur de Estados Unidos ). El padre decide ingresar a su hijo en un psiquiátrico a causa de la confusión sexual; este pretendía que allí los médicos le hicieran una lobotomía a Clyde, pero su hijo escapó y las aventuras comenzaron. Marchó a México, como soldado en el ejército Estado Unidos y luego a Cuba donde hizo su transición. Pronto ella ( Contessa ) debutó cono cantante y actriz hasta que se inició la revolución cubana durante la Navidad de 1958. Escapó a Paris donde  triunfó como estrella,  regresando de nuevo a los Estados Unidos para hacer películas. 

Este libro se lee con rapidez y la historia se hace muy amena, la única traba que tiene es que de momento solo puede hacerse en ingles, a ver si a algún avispado editor español se le ocurre la brillante idea de traducirlo para deleite general.

De momento si queréis saber mas del libro y su autor  Jack Fitzgerald  os podéis pasar por la web  http://www.jackfitzgerald.com .

C. A. 14-03-2001

 

                         Dos leyes, un solo problema   ^ La transexualidad ^

 

Las dos leyes de transexualidad que se van a presentar próximamente, una la del  P.P. ya se debatió en el Senado como moción en Noviembre del 2.000 y la del PSOE  que se debatirá el próximo día 7 de Marzo, ustedes mismos juzguen cual de ellas nos interesa mas o cual cambiaria el panorama legal actual ( yo lo tengo como bastante claro ), pero siempre esta bien que todos los españoles sepan que es lo que se lleva al Senado o al Congreso de los Diputados. Primero expondré la del P.P. por el poco espacio que ocupa y en segundo lugar la que presentara de nuevo Cristina Almeida en alternativa a la primera.  (   C.A. 04-03-2001.  )

 

                                                       Moción del P.P. al Senado  

                                    El pleno del Senado insta al Gobierno a: 

a)      Impulsar las acciones necesarias para garantizar el respeto a la propia identidad de sexo y su libre ejercicio, sancionando cualquier conducta y practica de carácter discriminatorio hacia las personas por razón de su identidad de genero.

b)      Establecer, a través del Consejo Interterritorial  del Sistema Nacional de Salud, un grupo de trabajo para, en colaboración con las Comunidades Autónomas, elaborar un protocolo que contemple actuaciones homogéneas sobre intervención a las personas transexuales en todas las Comunidades, y que proporcione al profesional sanitario la formación adecuada con el fin de que pueda abordar eficazmente los tratamientos de transexualizacion.

c)       Salvaguardar el pleno ejercicio ante la Administración, especialmente en el ámbito registral, de los derechos derivados de la identidad sexual cuando se haya admitido el cambio de sexo por los procedimientos legales vigentes. ( Nota aclaratoria de una servidora C.A. que ha trascrito esta moción; los derechos no contemplan ni el matrimonio, ni la adopción, ni por lo tanto derechos de paga a viudedad,  esto lo se porque me he puesto en comunicación con la Senadora Maria José, que fue quien presento la moción en Noviembre del año 2.000 ,   ).  

Palacio del Senado, 20 de Noviembre de 2.000

Esteban Gonzales Pons

Portavoz. 

                                   Proposición de ley del Grupo Socialista  

Artículo 1.

El transexual diagnosticado como tal tiene derecho a adaptar irreversiblemente su anatomía a la identidad sexual que siente y vive, así como a rectificar la mención registral de sexo. El juez de 1.ª Instancia del domicilio del transexual es el competente para conocer la demanda de rectificación registral de sexo. Se constituirá, dependiente de la Seguridad Social, la Unidad de Identidad de Género que se compondrápor especialistas que diagnosticarán la transexualidad.

Artículo 2.

La autorización judicial para la rectificación registral de sexo podrá ser solicitada por el transexual, mayor de edad o menor emancipado o habilitado de edad y plenamente capaz. Excepcional-mente, por causa grave, quien ostente la representación legal del menor podrá solicitarla en su nombre y siempre que éste preste su consentimiento.

Artículo 3.

La rectificación registral de sexo se acordará por sentencia, una vez que se pruebe que el demandante:

a) Ha sido suficientemente diagnosticado como transexual durante un período entre uno y dos años.

b) Ha logrado, tras el tratamiento médico auto-rizado, una apariencia anatómico-genital externa lo más próxima posible al sexo reclamado. Excepcionalmente, por razones justificadas de edad, de riesgo para la salud u otros motivos graves, podrá ser concedido el cambio registral de sexo sin que el tratamiento médico se haya completado con la cirugía transexual genital.

c) No está ligado por vínculo matrimonial alguno.

d) Es estéril.

e) Acompaña solicitud para que le sea impuesto un nuevo nombre acorde al sexo que re-clama.

Artículo 4.

También el transexual no sometido a un trata-miento médico irreversible, podrá presentar de-manda judicial solicitando sólo la rectificación registral de nombre para concordarlo con el sexo que siente, siempre que cumpla los requisitos señalados en el artículo 2, artículo 3.a y siempre que se de-muestre que ha sido diagnosticado como transexual durante uno o dos años. En este caso, la mención registral de sexo no sufrirá variación. El cambio de nombre quedará automáticamente sin efecto, si posteriormente a la sentencia que lo decreta:

a) El afectado solicita recuperar su anterior identidad y nombre.

b) El transexual contrae matrimonio.

c) El afectado tiene un hijo, salvo que se de-muestre que la paternidad o maternidad es falsa o existan motivos graves para pensar que el transe-xual se sigue sintiendo del sexo opuesto.

d) Si el afectado reconoce a un hijo nacido con posterioridad a la sentencia que autorizó el cambio de nombre, o le es determinada judicialmente la paternidad o maternidad de un hijo nacido después de los trescientos días siguientes a aquel en que se adoptó esa decisión y ello desde el momento del re-—2 —

BOCG, SENADO, SERIE III A 21 DE DICIEMBRE DE 2000 NÚM. 8 conocimiento o de la determinación judicial firme de la filiación.

Artículo 5.

La Sentencia que acuerda el cambio registral de sexo o, en su caso, el de nombre, tendrá efectos constitutivos «ex nunc», quedando, pues, inalterables todos los derechos, obligaciones y relaciones existentes hasta la fecha de dictarse aquélla.

Artículo 6.

Firme la sentencia, el transexual gozará de todos los derechos inherentes a su nuevo sexo legal.

Artículo 7.

El Juez comunicará, de oficio, la rectificación registral de sexo y nombre, o sólo el cambio de nombre, al Juez encargado del Registro Civil donde figure la inscripción de nacimiento del transexual para que se modifiquen las menciones registradas correspondientes.

Artículo 8.

La rectificación registral de sexo acordada es irreversible.

DISPOSICIÓN ADICIONAL

Queda reformado el artículo 484.2 de la Ley de Enjuiciamiento Civil en el siguiente término: Se añade: Artículo 484.2: «Las relativas a filiación, maternidad, capacidad, estado civil y rectificación registral de sexo en supuestos de transexualidad.»

DISPOSICIÓN FINAL

La presente Ley entrará en vigor el día siguiente al de su publicación en el «Boletín Oficial del Estado».

Palacio del Senado, 12 de diciembre de 2000.—

La Portavoz Adjunta, María Antonia Martínez García.— 3 —

BOCG, SENADO, SERIE III A 21 DE DICIEMBRE DE 2000 NÚM. 8

(   C.A. 04-03-2001.  )

 

                                                        Liberación trans

La primera operación de un transexual masculino (de mujer a hombre) por la Seguridad Social de Andalucía, en Málaga, ha sido sobre todo un acto de liberación.

Una persona trans sabe hasta qué punto se siente liberada cuando sale del armario, primero; cuando da el dificilísimo (socialmente) paso de comenzar a vivir a tiempo completo conforme a su verdadero género, después; y cuando consigue llegar a la mesa de operaciones, si es el caso. Incluso se puede decir que hace falta ser trans para entender estos sentimientos de liberación.

Pero en este caso hay algo más: la liberación de la injusticia que ha significado hasta ahora que la llegada al quirófano dependiera de tener medios o no. Una situación personalmente agobiante, se podía remediar dependiendo de la cuenta corriente. Si eras pobre, no tenías más remedio que seguir agobiado o agobiada, soñando con lo que era imposible.

Por eso es doblemente liberador que la Seguridad Social de Andalucía haya asumido los tratamientos de las personas trans (los de apoyo psicológico, endocrinos y quirúrgicos) y es de esperar que en adelante, comunidad por comunidad, se extiendan por el resto de España (cuando cese la obstrucción puesta por el Opus desde el anterior ministro de Sanidad)

Ah, y por cierto; cuando se habla de tratamientos trans, es frecuente oír a quienes dicen, de buena fe, que necesidades como las gafas o la ortodoncia deberían pasar primero por la Seguridad Social. Respuestas: gafas y dientes para millones de andaluces o de españoles supondrían decenas o centenas de miles de millones al año; unas pocas operaciones trans suponen veinte, o treinta millones de coste; una propina para la Seguridad Social; lo que gasta en sobres o en clips. Y los problemas de gafas o de dientes no afectan, durante casi todos los años de la vida, a lo más íntimo de una persona, su sentido de la identidad. Kim Pérez

Kim Pérez es Presidenta de Identidad de Género de Andalucía

 

La gaviota necesita volar más alto: Comentario sobre la moción del P.P.

La moción del PP al Senado no deja de ser, supongo, que un intento de acercarse a la transexualidad bajo sus puntos de vista ideológicos, pero claro su manera de verlo dista bastante de la realidad en que nosotras vivimos nuestras carencias de derechos e igualdades sociales. Ellos opinan que una equiparación de estos derechos se limitan a poder ingresar en un modulo femenino de mujeres o similares, cosa por otro lado que viene a confirmar que nos ven como a un grupo marginal que siempre estamos encarceladas ya que debemos de ser delincuentes comunes o algo así.

Por otro lado me parece muy acertado que hallan querido recalcar la discriminación a la que solemos estar sometidas y penalizarlas expresamente, aunque se supone que eso ya lo amparaba la Constitución Española y hasta ahora cualquier empresario que no te quisiera dar trabajo debido a tu orientación sexual no iba a ser tan idiota como para decirte que te rechazaba por tal motivo, aunque no esta por demás que se recuerde.

Todo esto viene recogido en el artículo 1 de su moción:

1º. Impulsar las acciones necesarias para garantizar el respeto a la propia identidad de sexo y su libre ejercicio, sancionando cualquier conducta y practica de carácter discriminatorio hacia las personas por razón de su identidad de genero.

Por otro lado en el segundo punto de la moción se dice desear establecer una unidad de criterios en colectivos médicos, ya que en la actualidad es algo inexistente; esto lo veo muy positivo ya que en nuestro país no existe ningún modelo a seguir por médicos, sicólogos, endocrinos y demás especialistas que deberían de llevar el tratamiento pre-operatorio y pos-operatorio de los transexuales.

3º. Salvaguardar el pleno ejercicio ante la Administración especialmente en el ámbito registral, de los derechos derivados de la identidad de genero sexual cuando se haya admitido el cambio de sexo por los procedimientos legales vigentes.

Por esto se podría entender que todas aquellas personas que después de realizar una cirugía transexualizadora les fueran reconocidos todos sus derechos como plena mujer o hombre, dependiendo del caso, tales como algunos tan fundamentales que les corresponden a todos los españoles, tipo matrimonio, pensiones de viudedad, adopción; pero no es así, estos derechos tan fundamentales para el libre desarrollo la vida de una persona, no están contemplados en absoluto por la moción del Partido Popular, los transexuales sufrimos dos tipos de cirugías, una en la mesa de operaciones y otra secundaria por las leyes, esta ultima recorta y limita nuestros derechos jurídicos como cualquier otro ciudadano. De tal manera que este tercer punto no arroja sobre la mesa nada nuevo, y qué decir de la gratuidad del cambio de sexo en todo el territorio español, no se habla, no se comenta y no se dice.

Por último y no menos importante quisiera dejar constancia que aquí no se habla nada de las transexuales no sometidas a una a la operación, lo que se ha llamado "sexo social". Da la terrible sensación que las demás somos inexistentes a sus ojos y que si queremos formar parte del "club", sería cuestión indispensable haber pasado por una mesa de operaciones, pero existen personas que han vivido desde siempre como mujer aún sin cirugía y que todo el mundo las trata y reconoce como tales, todas ellas están condenadas de por vida a llevar un DNI con nombre masculino, y todo lo que eso conlleva.

La verdad, a veces me da la sensación como si algunas leyes fuesen redactadas para favorecer la discriminación, y así otras personas creerse que están en un escalafón mas alto. Lo que me entristece de verdad es que ellos mismo se crean superiores, para mí no dejan de ser unas tristes caricaturas en lo que a principios como seres humanos se entiende que debemos de tener todas las personas. Carla Antonelli

       Ley de cambio de sexo en Extremadura: Hasta las narices estoy de tanto listo\a

En esta semana hemos recibido la noticia que en Extremadura la Seguridad Social va a costear los gastos de la operación de cambio de sexo. Hasta ahí todo bien y a ver si ya de una vez se costea en todo el territorio español, y no región a región, como si de un goteo se tratara, ya que si no recuerdo mal se aprobó por mayoría absoluta en el Parlamento que así fuese. De tal modo que vamos a dejarnos ya de prerrogativas y acabemos de una vez por todas con esta cuestión.

Muy bien la decisión tomada por Extremadura pero, como no podía faltar, han surgido los comentaristas de turno diciendo que antes debería de costearse los dientes, las camillas de los hospitales, las viejas gafas y cien mil cosas mas que se le ocurran a los lumbreras del momento.

Bueno y digo yo, porque siempre que se habla de este tema alguien dice... "pero antes hay que hacer esto y lo otro", ¿porqué antes? A ver, ¿qué pasa?, ¿que somos la última mierda de este país y tenemos que ir siempre después de todo? Algún día no muy lejano seguro que escucharé... "pero antes que vacunen a mi perro"; ¿quién es el encargado de estimar el orden de las prioridades?; ¿porqué tengo que ir yo detrás de la compra de unas gafas o del arreglo de unas caries?

Ahhh, sí, claro, tengo que ir después porque el que escribió el articulo tiene caries y está ciego, pero no tiene ni pajolera idea de lo que es la problemática transexual, lo que me más me joroba es que encima lo dicen como que ellos no tienen problema en que esto se haga y que lo entienden perfectamente.

¡¡¡Señores!!!, no me sean ustedes hipócritas: si anteponen gafas, dientes y no sé cuántas cosas más, dejándonos a nosotras para el final - que viene a ser lo mismo que no hacerlo nunca ya que los problemas de la Sanidad española aunque pasen 50 años nunca se solucionarán - es que nosotras a ustedes les importamos un comino. Pero como es muy bonito decirlo, porque además quedáis de progresistas y de intelectuales, pues ahí va esa.

Y como yo estoy hasta la narices de tanto progre-intelectual de pacotilla, sólo digo que mis derechos son exactamente iguales a los vuestros y que no tengo que esperar al final de ninguna cola, pues ya hemos esperado demasiados años como para ahora seguir haciéndolo.

Si es que fuera que nosotras, al igual que toda la comunidad gay, no contribuyésemos a Hacienda del mismo modo que ustedes, me callaría; pero como sí que lo hacemos, también tenemos que estar completamente equiparados al resto de la sociedad. Porque no me parece de recibo que la cáscara del plátano sea para nosotros y el fruto para ustedes. Anda que listos, coño, así yo también. C.A. Carla Antonelli

Antena 3 TV emite un reportaje sobre que si los españoles deberíamos pagar las operaciones de cambio de sexo, haciendo una injusta encuesta callejera

El domingo 22 de octubre en una cadena de televisión privada que a veces parece la publica, hubo reportaje sobre la operación de cambio de sexo y que si los españoles la deberíamos pagar.

Ya el titular se las traía en latas, a cada momento se escuchaba ¿debemos pagar la operación de cambio de sexo los españoles?. Traduciéndolo viene a ser lo mismo que: ¿quiere usted regalar dinero para los cambio de sexo? Yo juzgué que existía una mala fe anticipada ya que predisponía a un `no´ de antemano. Eran las 19:45 y con un refresco light en mano me dispuse a ver el programa, bastante `mosca´ por cierto; menos la cabecera todo se iba desarrollando bien y pensé estar equivocada.

Habló Natalia nuestra amiga trans de Asturias que un juez sentenció que el Insalud debería pagar su operación, pero que a su vez éste había recurrido la sentencia, como suele hacer habitualmente cuando algún tribunal le demanda algo, supongo que algún día aprenderá a acatar las sentencias sin rechistar que para eso están los jueces, para imponer justicia. Luego hablo Bibiana Montoya, la transexual andaluza que va realizar la cirugía en breve por la Seguridad Social de aquella región, de momento la que mas sentido común está teniendo con nuestra problemática.

Todo perfecto y acabó el reportaje, creí que mis perjuicios hacia esa cadena habían creado una predisposición negativa en mi. Pero... ¡tachán¡... el truco vino después, en la encuesta callejera al español de a pie, una encuesta por otro lado poco equilibrada y me atrevo a decir que hasta manipulada, unos seis `no´ por dos `sí´.

Yo sé de muy buena tinta que la opinión publica está mucho mas equilibrada. Nos sacaron a un señor que dijo: "Antes tienen que pagar mis gafas y mi dentadura"; otro balbuceó: "Yo no tengo nada en contra, pero (después de esto siempre viene un `pero´) que se la paguen `ellos´"; otro creyó que era más importante su nariz que un cambio de sexo, y así hasta unos cinco o seis. Entre medio una chica dijo que le parecía justo y un señor también opinó igual, matizando luego que "sin dejar de lado las demás cosas importantes". Espero que esas cosas importantes no sean la gafas del primero.

Mi conclusión es que vivimos en un planeta de egoístas cuyo lema es: "Lo mío es mío y lo tuyo también es mío, por si no te habías enterado aún". De modo que mis impuestos corren hacia todas las direcciones, hacia el señor de la dentadura y las gafas, hacia el que opina que me la debo pagar yo (muchas veces no se sabe muy bien de qué manera, porque trabajar en una empresa o en cualquier otro lugar ya es sabido que es como pedirle un milagrito a la Virgen de Lourdes), y hacia las `napias´ del ultimo.

¿Pero cuándo se van a concienciar que la cirugía de cambio de sexo no es capricho ni una moda? ¿Cuándo se van a enterar que esto es una patología con la que se nace y que en la mayoría de los casos sólo es posible solucionarla pasando por un quirófano? Nada, sólo queda esperar, y mientras tanto que nuestro dinero siga hacia ellos, en este país de supuesta igualad entre todos los españoles. (23/10/00) Carla Antonelli Carla Antonelli

 

 

                           ¿? Que pasa en Tasmania cuando se pone el Sol ¿?

Hace unos días nos asaltó la noticia de que en Tasmania habían derogado unas leyes arcaicas y bastantes singulares, una de ellas era que después de anochecer ningún hombre podía ponerse faldas ni vestidos de mujer y la otra era que nadie podía pasar la noche en un granero, si amigos tal como habéis oído; no se que pasaría si pillaran a algún hombre con faldas en un granero a eso de las doce de la noche, supongo que ya seria la cadena perpetua.

A primera vista con estas leyes da la sensación de que allí en cuanto oscurecía se formaban unas fiestas terribles, que todos los hombres vestían de mujer y al final de noche terminaban con una fabulosa orgía  en el granero mas próximo;  que debido a ello no hubo otro remedio sino el de promulgar tan necesaria ley por el bien de la perpetuidad de la especie .

Hasta ahora el nombre de Tasmania me evocaba en el recuerdo de los dibujos animados de La Warner, `` El Demonio de Tasmania ´´ pero ya veo que los demonios reales solo estaban en las mentes calenturientas de algunos legisladores pajilleros y reprimidos.

Australia  en los últimos años se ha caracterizado por lo avanzada que esta en estos temas, pero parece ser que le habían quedado en el desván algunos muebles viejos de la época Victoriana por quemar, nunca es tarde y además me alegro de todo corazón que mi amigo de la infancia el dibu  `` Tas´´ ,   pueda ponerse el vestido mas mono que encuentre y de paso echarse un revolcón el granero con algún autóctono del lugar.

Carla Antonelli. 17-11-2000

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