La mente se resiste a olvidar las cosas preciosas,
se aferra a ellas y olvida todo dolor,
mágicamente anonanada por la belleza.
No recuerdo discursos contra mis débiles brazos,
guardando la exacta dimensión de su cintura;
recuerdo la suave, exacta, *llúcida transparencia de sus manos,
sus palabras en un papel que encuentro aquí,
la sensación de dulzura por las mañanas.
No la entiendo y desearía odiar,
y querría no sentirlo como por ejemplo,
el calor de las lágrimas a mis ojos,
por tanto rato ganado al vacío,
al *hastí de los días *intranscendents,
vueltos *inmortals en el *resonar de su risa,
y le lloro con ganas de odiar,
todo el que algún golpe me hizo sentir,
flor extraña en un *paraís recobrado,
donde toda felicitado era posible,
y me hiere el cuerpo sensible siento de caricias,
abandonado hace meses al sonido de besos,
y palabras o risas a la hora del baño.
L@ echo en falta con furia de cactus en el desierto,
y sé que no vendrá,
que nunca vendrá,
y que si viniera seré débil como no tendría,
y me resisto a crecerme en roca,
Tarpeya,
mujer espartana tirando su amor
liciado para que no viva,
el escondo y cuido a la oscuridad,
y entre las negras letras de mis escritos,
volcados como un río de lava entre débiles rayas azules de cuaderno,
que me recuerdan que la línea es recta,
pero el mundo es corbado.
El estimo y lo digo sea dónde sea,
a la única palabra que puede sacarme del infierno,
de su íntima y reprimida ternura que yo conozco,
y del cual conocimiento ya nunca podré escapar.
Y sé que mi siete sólo se sacia con agua,
y que nadie podrá darme de beber,
ni amor, ni placer, ni rama florecida,
sin que yo odiei por querer asemejarme,
y no quiero saber nada de otras voces,
aunque me duela querer ternura,
y la conversación larga y extensa de los dos,
porque sólo tiene el cifrado secreto
de la llave de mis palabras,
y sólo parece tener el Sol, la Luna, y el universo de mis alegrías,
y por esto querría odiar como no lo consigo,
como sé que no lo haré,
porque me encanta con la mochila de hierbas,
y nostalgias y chispa encendida,
y largos silencios,
y me tiene presa de sus manos mercuriales,
y yo me desato a Venus con tormentos,
y ramas largas y mojadas como el agua de las cañadas,
y el ozono de la Tierra que siente venir la lluvia,
y sabe que ya no hay nube,
ni evaporación,
ni ríos,
que el mundo se seca,
y que nunca jamás volverá a llover,
ni habrá nieve ni paraíso frío,
dónde pájaro alguno pueda romper
el silencio del llanto].