EXTRAÑO SUEÑO

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EXTRAÑO SUEÑO

Notapor Lestat » Mié, 11 Abr 2007, 07:14

Había estado varios días sin alimento, necesitaba concentrarme en mis pensamientos y me alejé de mi maestro lo más que pude. Me adentré en el bosque, acaricié las copas de los árboles donde antes se nos enclaustraba rindiendo culto a antiguos dioses. Mis cabellos brillaban en la oscuridad como el sol en la mañana. Hacía algunos siglos que tuve frente a mi a Marius, tan poderoso y enigmático como ahora, mas esta vez me resultaba tan atrayente que tuve miedo de no apartarme de su camino. Él parecía una estatua, su piel era como el mármol con rasgos humanos impredecibles, con medidas perfectas y una mirada lívinidosa llena de pensamientos, oscuros y de concepción del mundo. Era un enigma inalcanzable que deseaba poseer, siempre fui un niño caprichoso que incluso lo llamó garabateando su nombre en todo el mundo. Por ello decidí calzarme mi vieja camisa, que ahora estaba tan en auge, con aquellos brocados en su pecho y mis pantalones de cuero ceñidos junto con un fajín de color pasional. Busqué endemoniadamente la capa de piel de lobo sintética, imitación a la que tuve en el pasado gracias a mi violinista infernal, mas no la hallé aunque encontré mi gabardina de oscuro manto. Contemplé mi mirada de maniaco y mi mandíbula desencajada, deseaba a mi maestro.

Dos noches sin probar alimento y me tambaleaba, gastaba energía ocultando mis pensamientos y dando cabriolas por las copas de los árboles hasta encontrar el preciso. Necesitaba escribir, dejar plasmados mis pensamientos en un pequeño cuaderno de hojas amarillentas. Las palabras fluían con total avidez, describía los actos más oscuros con tus labios seduciendo mi piel y sus garras fundiéndose en mí. Sentía el hambre aflorando por mis entrañas, la cacería debería cumplir su rito. Alcé la vista y encontré un pequeño monasterio, un recinto de paz como aquel que me albergó de joven. Decidí bajar y guardar tras mi blusa. Deseaba impregnar mi aliento en el gaznate de alguna novicia llena de impúdicos pensamientos. El bebedor de lo eterno, el conquistador de los sueños más bajos e infames, el príncipe malcriado había retornado a las ansias de sangre.

Correteé por todo aquel jardín incorruptible, metros antes me hice el famélico y amedrentado jovenzuelo que habían dejado en medio de aquel tenebroso bosque. Llamé con algo de fuerza al portón, intentando aparentar un hombre común. Me abrió una mujer de rasgos hermosos, mirada penetrante, tez suave y una voz que hizo que temblara por su presencia; jamás había sentido ese temor, tan sólo ante Maharet y su hermana.

-¿Qué deseáis en medio de la noche?- Comentó haciendo un inciso- Ya rondan las doce, no es normal que deambule nadie por estas tierras de paz.- Concluyó afilando su mirada en la mía.

-Vengo, venía…- Murmuré hasta tramar fielmente mis palabras en mis labios, trenzando la mejor de las mentiras.- Hace unos días que deambulo por aquí, mis amigos me abandonaron en medio del bosque y aún no entiendo el motivo. Estoy hambriento, famélico, casi no me mantengo en pie. Le pido, no, le ruego que me deje hospedarme por una sola noche y usar su teléfono al día siguiente para que alguien venga a por mí. Le pagaré una cuantiosa suma de dinero por todo esto, le ruego que me deje pasar, quien sabe las alimañas que deparan por su oscuridad y que no me he encontrado aún.- Mi mirada era de un joven extraviado, lleno de temores, impactado por la presencia de aquella virgen con mirada del mismísimo infierno.

-Pase, yo me encargaré. Soy la madre superiora suplente, ella esta ingresada por unos achaques en el hospital de la ciudad, lo que quiere decir que soy la encargada de la abadía. Espero que se encuentre cómodo entre nosotros.- Respondió a mis plegarias, un alma de buen corazón pensé, aunque ese nosotros no lo entendía bien. Entramos por las galerías mientras escuchaba como cerraban la puerta detrás de nuestros pasos. Llegamos a un pequeño patio y allí espetó unas palabras al aire que me despejó las dudas.- ¡Gabriel! ¡Maldito Gabriel! ¡Donde te hallas!- Gesticuló con aplomo y fiereza.

Un joven de cabellos rizados, rostro y mirada parecida a la de mi maestro apareció por una de las ventanas del patio.-Querida mía, querida hermana…me encuentro sacando el demonio a Sor Inés.- Dijo con tono de grandes aires y elocuencia posando su mirada en mi.- ¿Quién es el joven?- Murmuró en voz alta sus pensamientos, leí los suyos y no era tan hombre de Dios, al menos no tanto como de su entrepierna. Estaba desnudándome en sus lascivas ideas y creo que no sacaba al demonio de Inés.

-Tú y los demonios, no son horas de confesión y recogimiento, déle la consagración y venga inmediatamente.- Dijo algo enfurecida.

-Pero querida ya emprendí el rito, no debo parar por nada en este mundo. ¿Para que me deseáis?- Sus palabras de zorro zalamero dieron resultado, reí momentáneamente ante aquel actor genial…era sin duda un maestro del arte de la ilusión; aunque, ¿quién sabe si no era también amante de la hermana?

-Es por este joven. Te deseaba preguntar si le dejas echarse en la cama sobrante de tu alcoba.- Me señaló y me sentí ante la sagrada inquisición.

-Claro, la noche aún es larga, quizás no vuelva hasta la madrugada. Que escoja la más amplia y mullida, si lo desea.- No sé porqué me inquietaron sus palabras, no me fueron muy amigables, más bien demasiado lujuriosas.

Me tomó del brazo con delicadeza y me condujo hasta la recámara de aquel lobo vestido de pastor. Cerró la puerta y no dijo nada, me dispuse a quitarme la ropa y descansar, aparentemente. No dejaba de pensar en Marius y en quitar la vida a aquel infeliz. Reí socarronamente como un pequeño diablo en pleno éxtasis. Tras aquello volvería a casa, al seguro refugio de mi amado romano milenario. Aunque como era de esperarse me encontró, no era estúpido y buscó mi imagen en ojos de otros. Llamó a la puerta que casi la echaba a bajo, me pareció divertido verlo tan exaltado.

-Quienes sois- Gritó la hermana, no asimilaba la situación de tener al mismo rey del infierno…al dios más mitológico que podría encontrarse en un cuadro de Caravaggio.

-El maestro del rufián que albergáis.- Dijo sin alzar demasiado la voz, era un trueno en aquella paz. Noté como todas las ventanas se abrían hacia aquel espectáculo que se realizaba en el patio.

-¿El maestro de Gabriel?- Cuestionó dubitativa.

-No, no busco a vuestro cura del infierno, sino al joven de cabellos de oro y mirada de loco entusiasmado. Busco a Lestat, el joven que habéis albergado en vuestro convento.-

-El muchacho que se había extraviado, ya entiendo. Sígame.

Yo caí en la cama riéndome sin cesar, a penas tenía fuerzas pero aquello me resultaba cómico.

-Está en la habitación de Gabriel, la compartiría con él. Mas este no está, verá esta sacando al demonio de una de mis hermanas.- Comentó mientras abría la puerta

-¿Ahora se le llama de ese modo?- Clavando su mirada en la mía.-Déjenos a solas.

La joven monja desapareció de la escena y regaló un beso de sangre que me desequilibró. Deseaba tomarlo, que me tomara, sentir sus manos, sentir las mías sobre su cuerpo…me dio de beber de su cuello de marfil, me arropó entre su capa de infinito color rojo y nos fuimos de aquel lugar. Volamos hasta nuestro lecho y allí nos regalamos besos hasta bien entrada la mañana.




Lestat de Lioncourt
ven y veràs de gabriel la faz de alegrìa surcada, pues si en el mundo eres nada, lo eres todo para èl / Yo fui bendito por él
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