un regalito de semana santa

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un regalito de semana santa

Notapor Lestat » Sab, 07 Abr 2007, 01:04

[Amante de Cristo] - Ángel González



Siempre al término del día me convocaba en silencio, oraba arrodillado en la nada conquistando quizás el recóndito lugar donde se hallaba mi alma. Mis manos en forma de ruego ante aquel crucifijo junto al ventanal, su rostro contemplándome con mirada ausente y febril ante su próxima muerte. Había poseído mis votos de obediencia, castidad y pobreza tan sólo unos días atrás cuando todo ocurrió. Como relato era una noche más en un monasterio antiguo, junto al altar mientras los rayos de la luna rajaban el cristal colándose hasta los bancos de madera. Aquel hombre que subió al calvario, posó sus pies sobre el agua, curó a cientos y obró el milagro de ser profeta mientras que miles le escuchaban se hallaba representado en su cruz escuchando mis quejas sobre el mundo. Normalmente me posaba ante él y bendecía la buena vida, el sentimiento de paz y recogimiento del lugar, la comida, mi espíritu en tregua con la guerra interior que hacía años que luchaba, la victoria de mis palabras sobre el silencio y también mis discursos en murmullos incesantes versaban sobre la realidad más pueril. Hacía meses, quizás rondando el semestre, que no me encontraba en mí casa sentado ante el televisor contemplando como el mundo se derruía perdiendo las formas y la verdad quedando sepultada entre falacias electoralistas; en aquel mundo de silencio, paz y oración encontré mi pequeño paraíso olvidando el pecado de la carne que me devoraba.

Por una milésima de segundo creí contemplar una leve sonrisa de satisfacción de aquella estatua. En un leve murmullo confesé mis, por entonces, estúpidas visiones: “Sus labios eran obra del dolor, no del deseo, seguramente la luz de la luna ha hecho que vea tales visiones. Estoy demasiado cansado, demasiado alterado, será mejor que me vaya a la cama tras la última oración de entrega de mi alma a Dios. Mi buen padre prohíbe este sentimiento en mi, le di mi voto y con ello mi palabra.” Azoté mis cabellos, aún eran alocados como el joven que había muerto tras las rejas de aquel recogimiento. Me alcé de mi posición tras la señal de la devoción y simbología de un buen cristiano aproximándome a sus pies para besarlos; tras esto mi mente y mi alma dieron un vuelco, su piel era cálida y no un frío mármol bajo mis labios, esto me hizo salir corriendo por medio de la pequeña capilla, dejando atrás las ventanas y velas que iluminaban suavemente aquel lugar. Las suelas de mis zapatos resonaron por la galería con pasos apresurados, mis cabellos estaban empapados y pegados por el sudor de mi frente cayendo sobre mi rostro, mis manos aferradas al rosario que colgaba de mi pecho y mí corazón bombeaba mis venas con un pulso acelerado. Sin duda le amaba, amaba a Jesús y su figura, la clase de hombre que siempre deseé por completo. Mordí mis labios ante un lascivo pensamiento, una lágrima rodeó mis ojos cayendo inerte a las tablas de aquel edén hasta ese momento.

Busqué por mis sotanas la llave de mi habitación, mis dedos nerviosos no sabían como girar la cerradura, era una celda donde debería aguardar al tiempo hasta ser longevo y morir. Cerré apresurado sin hacer ruido, bastante alboroto había causado ya. Por el hueco de la ventana la luna llena resplandecía y recordé aquella vez en medio del bosque donde fui poseído por primera vez; aquella dulce y tierna vez que fui besado y adueñado por un hermoso heraldo negro, por mi amante mundano, un hombre al que siempre deseé con lujuria. Salí del trance y me desnudé, buscaba por la habitación un pequeño látigo hecho con esparto que me dieron por si los pensamientos volvían. Empecé el castigo, un sollozo extraño salió de mis labios callándolo por la fuerza de mi dentadura. Entonces en aquel acto de reflexión, de auto-castigo, una mano paró el cuarto golpe. Me helé de terror, de un presentimiento que me congeló y me negó a moverme. Un susurro se expandió por la habitación: “-¿No fue suficiente el sufrimiento que yo padecí? ¿No bastaba con verme en la cruz y mantenerme como símbolo de un castigo inútil? ¿No dolían mis lágrimas talladas sobre mi rostro? desear no es malo hijo mío, hermano, no lo es. Si te consuela de algo, yo también deseo.-”. Una de sus manos cálidas se posó sobre mi cuerpo, acariciando mis leves rasguños, mientras la otra jugueteaba con mis cabellos. Como pude me alcé y giré mi débil estructura, mi cuerpo, posando mi mirada sobre su blanca túnica y sus labios dibujando una sonrisa que parecía perpetua. Me abrazó, sentí su brazo y tras él como me agarraba firmemente por mis nalgas. Su boca me dio de beber el manjar del pecado mientras caíamos al lecho, un colchón duro y cargado de ropas por el frío del invierno.

Aquel acto lo recuerdo vivamente, como si fuera parte de una fantasía permanente. Su lengua llenaba cada recoveco de mi cuerpo, su saliva bañaba mi piel y sus manos excitaron mi miembro. Jugó entre mis nalgas más de quince minutos que me parecieron eternos. Su entrada en mi templo me hizo temblar, mis manos se aferraron a las sábanas de aquella maltrecha cama. Estábamos desnudos, excitados, llenos de lujuria y bañados en el peor de los pecados aunque yo había jurado servirle. Mis piernas levantadas por sus fuertes manos recostados de costado. Sus caderas se movían en un ritmo incesante mientras mordía mi cuello con vehemencia. Parecía el demonio en vez del hijo de dios. Me llenó de su esencia y susurró que sería su amante, tan sólo de él mientras llevara los votos. Sonreí, di un nuevo significado a la palabra fe y a la palabra amante de Dios. Mi mirada estaba turbada, llena de placer y me giré para contemplar su rostro con mejor perfección. Era hermoso, más que aquella estatua sin vida y extraña, sus cabellos eran sedosos y casi infinitos, su piel dulce con toques de amargura y su barba estaba tan recortada que parecía tan solo un hilo de noche que correteaba por su rostro. Dormí abrigado por su torso curtido, por sus brazos fibrosos y guardado por su mirada. Había cometido el mayor sacrilegio y no me sentía sucio en absoluto, en ese instante creí realmente en la religión por la que había dado mi juventud.


Desde aquella noche, hace algo más de un año, siento sus labios en cada madrugada y es un secreto que guardo bajo llave junto a estas líneas que jamás serán llevadas a la luz del día.











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Lestat de Lioncourt
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