Mi más hermosa pequeña muerte

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Mi más hermosa pequeña muerte

Notapor jorgelinadoyhenar » Vie, 29 Jul 2011, 21:32

Lo que escribo a continuación no es en sí un poema, pero se le parece bastante.
En breves líneas cuento algo muy bello, que me sucedió luego de la última vez que fui a depilarme, y en ésta ocasión tal cosa incluyó también mis genitales.
Luego de ello me encontraba entregada en cuerpo y alma a vivir ésa siempre placentera experiencia, comencé el ritual inicial de vestirme con ropa íntima femenina. Había elegido el blanco, el color de la pureza.
Así comienza una vez más mi ceremonia secreta:
Las medias de lycra sedificada enfundan mis piernas como una segunda piel, haciendo que me sienta cómoda y dulcemente acariciada, mientras que las ligas de encaje siliconadas se adhieren perfectamente a mis piernas, haciendo que las medias luzcan estiradas y perfectas. Mis piernas, no tan lindas como las de una mujer, igual lucen seductoras con esas finas medias.
El delicado liguero de encaje, sensual y femenino, acaricia mi vientre y luce realmente bello contrastando con mi piel. El espectáculo de mi cuerpo depilado luciendo el liguero y las medias me enternece, no puedo dejar de mirarme, que divino es verme así, que divino es estar así!
El encaje del sujetador que oprime suavemente mi pecho, le hace tiernas cosquillas a mis pezones que se endurecen cada vez más, y me perturban sin piedad enrojeciendo mis mejillas.
Me pongo las prótesis de senos de siliconas y la sensación es fascinante, es como si tuviera pechos verdaderos, la forma de los pezones se nota a través de la tela del sujetador y eso me calienta aún más.
Me he puesto la más hermosa de todas mis bragas, de lycra con delicadas puntillas de encaje en el cavado. Siempre la sentí suave y tierna al estar depilada, pero ahora la siento como nunca. No solamente mi cola y mi vientre se sienten dulcemente acariciados, mi pene, mis testículos y mi entrepierna por primera vez libres de vello, rozan con la suavidad de la lycra y es algo divino, con cada paso que doy esas sensaciones aumentan sin cesar, son novedosas, únicas, y me inquieta el pensar hasta donde me pueden llevar.
Es como la caricia simultánea de miles de pétalos de rosa, que me transportan hacia un universo de sensaciones indescriptibles, sublimes, hermosas, que a cada instante me enloquecen más y más.
Me pongo un delicado camisón de satén, y me acuesto en mi cama. Al meterme entre las sábanas mi cuerpo se estremece, es como si decenas de manos de mujer acariciaran al unisono y con infinita ternura todo mi cuerpo.
Me dejo llevar, sumergida en un mar de sensaciones poderosas, que no puedo ni quiero detener, no dejo de moverme para sentir el roce del satén en mi piel inmaculada. Estoy entrando en un paraíso nunca antes visitado.
Comienzo a experimentar un leve dolor en mis testículos, no molesto y hasta cierto punto estimulante. Ello me indica que ya no hay retorno, me espera una vez más el goce del orgasmo, aquellos instantes sublimes que un poeta definió como “la pequeña muerte”.
Pero aún no quiero empezar a acariciarme para llegar allí. El conjunto de sensaciones que dominan mi cuerpo y mi mente es tan hermoso, que quisiera que esos instantes de goce supremo duraran para siempre.
Por eso apenas me muevo, para prolongar el placer. Solo lo necesario para poder sentir el roce de la ropa íntima femenina acariciando mi piel, el conjunto de sensaciones es sencillamente embriagador, no puedo con ellas, simplemente no puedo, me muero, me muero.
Estoy sumergida en la dulce agonía del éxtasis, y entonces empieza a llegar, la más dulce de todas las “pequeñas muertes” que tuve en mi vida. Como un regalo del cielo, sin que yo hiciera nada, de manera absolutamente espontánea, empiezo a tener el más hermoso orgasmo jamás gozado.
No lo siento solamente entre mis piernas, todo mi ser se estremece, es tan sublime y hermoso que un sollozo de emoción y felicidad escapa de mi boca.
Cuándo aquella ola gigante de placer se desvanece, quedo extenuada, mis ojos aún llorosos de felicidad se cierran y me adormezco dulcemente.
Esa tarde tuve un regalo del cielo, mi más hermosa “pequeña muerte”, y me morí, me morí como nunca.
Fue casi tan bello como el orgasmo de una mujer.
Jorgelina Doyhenar
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