Mujeres de vida alegre, años terriblemente tristes

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Mujeres de vida alegre, años terriblemente tristes

Notapor Felicidad » Mié, 11 Nov 2009, 17:21

Transcribo un artículo de Julià Peirò en un periódico de Ciutat Vella (es donde vivo) llamado Masala (mezcla de especias) [el nombre del periódico es muy acorde con la realidad actual del barrio, mezcla de gentes y culturas de todas partes del mundo]. Aborda el tema de siempre, muy bien escrito, eso sí (el que sabe escribir, sabe)


De la prostitución se ha escrito mucho y siempre, o casi siempre, con una falta tan absoluta de información como de imparcialidad. Cada uno ha arrimado el ascua a sus deseos e intereses, siempre los mismos, es decir: condenándola desde la moral más patética y trasnochada, o aprovechando el tirón del morbo para cocer una sarta de tópicos que solo pretenden vender o publicitarse. Pero nadie, o casi nadie, la ha tratado con generosidad, ni la ha analizado como una simple pieza más del abigarrado puzle que conforma la sociedad, ayer, hoy y siempre.

Y cuando hablamos de la prostitución más humilde, la de los bajos fondos, y sobre todo si hablamos del barrio Chino, escenario de las mayores truculencias pseudoliterarias que se han escrito sobre Barcelona, ¡ah!, entonces los tópicos se multiplican. El barrio más marginado es, por supuesto, el terreno mejor abonado para describir los terribles años de la posguerra española, prostitución incluida, y hacer saltar las lágrimas a cualquier corazón sensible.

Es de una evidencia meridiana que la victoria fascista supuso, en todos los ámbitos del país, un retroceso de decenas de años; las conquistas sociales, los avances del movimiento feminista, que se habían iniciado tímidamente en las postrimerías del siglo anterior, la modernidad, en una palabra, se fueron de golpe al garete. De nuevo se empezaba de cero y bajo el terror de unas autoridades tan victoriosas como criminales. En esa situación, hablar de marginados, y aplicarla en especial al mundo de la prostitución, es un eufemismo; en los barrios pobres, y más en los míseros, marginados eran todos. Si buscamos la verdad y nos dejamos de oropeles literarios, veremos de inmediato que para las muchachas que vivían de su cuerpo esos no fueron años peores que para los demás. No se llevaron la peor parte, y con ello no quiero pasar un velo sobre sus penurias, que también fueron muchas.

A grandes rasgos, las leyes franquistas pasaron de la prohibición del negocio sexual de los primeros días a una inmediata tolerancia, para llegar a los años lujuriosos de la flota americana (de 1951 a 1956), en que un buen número de chicas se forraron (sobre todo las que eran delgadas, pero con mucho pecho, las dos obsesiones de los marines); y de pronto, en 1956, llegó la prohibición oficial de su ejercicio, con una parafernalia de clausuras de locales, para que quedara muy claro que la orden (qué palabra para el franquismo: ¡la orden!, ¡el orden!) iba a cumplirse a rajatabla y para siempre; aunque enseguida se hizo la vista gorda y, con unos cambios discretos de maquillaje, se permitió que todo siguiera igual, y así hasta la muerte del dictador y algunos años de propina. La señora Rius, hoy la “madame” más famosa de Barcelona y posiblemente de España entera, me ha contado muchas anécdotas sobre esa época que siguió a la gran prohibición, pues precisamente se corresponde a sus inicios en el oficio, aunque en la “casa” más lujosa de la ciudad, situada en la calle San Mario, y así lo cuento en un libro, “La señora Rius de moral distraída”. Con amigos en la policía se ejercía con toda normalidad, e incluso una de las casas de citas más importantes, la favorita del pintor Dalí, estaba en la calle Copérnico-Muntaner, enfrente mismo de la comisaría de policía del distrito. Algo ocurría sobre el año 67, porque desde Madrid llegó la orden de cerrar todas las casas de citas. Pero las chicas no pararon de trabajar, ese es un oficio sin crisis; se multiplicaron los pisos particulares y los muebles (en realidad, hotelitos discretos, exclusivamente para parejas hetero, sin que se practique en ellos comercio alguno, al margen del pago de la habitación) no paraban, día y noche, hasta que los cerraron también, pero ya en 1972 (¿pero no quedamos con que la prostitución, sus pompas y sus obras estaban prohibidas desde 1956?), y no volvieron a abrir hasta un año después del gran óbito, que (me permito recordarlo a los olvidadizos) se produjo en noviembre de 1975, fecha que los elaboradores de champán recuerdan con especial regocijo, pues agotaron sus existencias.

En realidad, muchos puntos oscuros sobre la aplicación de la ley se explican por la sibilina manera de actuar del régimen: para mantener su imagen impoluta y bien lavada, la aplicación la ponía en manos de los gobernadores civiles, que ejercían su derecho según criterio, con lo cual, comparando la situación de Sevilla o de Madrid, por poner dos ejemplos, con la de Barcelona, aquí vivíamos una tolerancia que alucinaba a los foráneos y desesperaba a las mentes biempensantes. Aunque, al margen de los gobiernos civiles, grupos de incontrolados muy controlados, organizados y fieles, actuaban a su antojo y aplicaban su propia ley de caza de brujas (la verdadera cara del régimen). Esos grupos solo saltaron a la luz pública de manera notoria tras la muerte de Franco, pero llevaban sembrando su particular terror a lo largo de cuarenta años.

Pero tanto en los años de legalidad (que en realidad no era legalidad, sino alegalidad, o mejor, tolerancia, y según el día), como en los años de prohibición, en el fondo la misma cosa, las profesionales del amor (curioso término), y sobre todo las jóvenes o las aún apetecibles, gracias al oficio gozaban de una independencia y unas comodidades vedadas a la mayoría de chicas de su edad, vistas las carencias y dificultades de la época; su mayor problema era personal: casi todas procedían de clases muy humildes, muy baqueteadas por la Iglesia, eterna bestia negra, y creían vivir en pecado permanente y con un pie en el infierno; pero, superada esa imbecilidad, no tenían otros problemas que los chulos y los embarazos no deseados. Como las leyes de la época no permitían a una mujer, fuera menor o mayor de edad, comprar o alquilar un piso, ni abrir una cuenta corriente en un banco sin el consentimiento de su padre o de su marido, vivían de realquiladas en pisos, por lo general sencillos pero honorables, donde no podían subir sus clientes ni amigos, y trabajaban en pensiones o en pisos más o menos secretos. De cara a la sociedad, la mayoría se tapaba con el manto del artisteo, que daba para mucho, o de un oficio muy de mujeres, como peluquera o modista. En cualquier caso, como el régimen necesitaba demostrar en todo momento el orgullo de la raza, el machismo estaba más que bien visto, y a las chicas les era fácil conseguir que cualquier autoridad, y las había a docenas y de todos los niveles, las protegiera a cambio de favores, moneda muy corriente en la época. Ni siquiera era necesario que fueran policías o guardias o grises, o urbanos, cualquier elemento que hubiera luchado en el ejército vencedor recibía todo tipo de prebendas, y podían permitirse ofrecer garantías a esas “pobres descarriadas”. Aunque en esos años, garantías, garantías, no las tenía nadie, fuera prostituta, maestra o estudiante, que en todo momento estaban al pairo de sufrir las iras de cualquier mano negra con credenciales, y ya no digo uniforme, y verse en una mazmorra sin saber por qué.

No he hecho referencia alguna a las pobres mujeres de edades avanzadas o de físicos degradados que aún ejercían el viejo oficio, ya casi menos viejo que ellas mismas, en los rincones más míseros, cobrando unos céntimos, tal vez una peseta, por un trabajillo manual que les permitiera comer un día más. Terrible sí, pero su situación era la misma, exactamente la misma, que la de tantas y tantos, hombres y mujeres, que la guerra y sus secuelas convirtieron en despojos vivos, y sin siquiera zapatos que calzarse, se envolvían los pies en papeles de periódico. ¿Su oficio? ¿Quién habla de oficios? Su oficio era sólo la miseria.

Pero si hablamos de sexo, quienes se llevaron la peor parte, la violencia más gratuita y brutal, fueron, y con mucho, los homosexuales. Eran delincuentes solo por su inclinación, la policía les fichaba como tales, y cualquier ciudadano que gozara del calificativo de adicto al régimen, una auténtica patente de corso, podía detenerlo o hacerlo detener, e insultarlo, vejarlo, maltratarlo, agredirlo, apalearlo: todo era lícito contra un homosexual, no se necesitaban mayores explicaciones. Como tantas chicas de vida alegre, algunos buscaron el refugio del artisteo, lo que les permitía, en principio, pasear sin tanto disimulo su condición. Aunque siempre caminando en el filo del cuchillo. Un artista popular, y vecino del hoy Raval, antes Chino, Carmen (antes Miguel) de Mairena, me lo contaba así: “No era necesario que hicieras nada para que te detuvieran. Estabas sentado en un bar con unos amigos, hablando tranquilamente, cuando pasaba un poli que os miraba con mal ojo, y era suficiente: os detenía a todos, todos a la cárcel. Me encerraron un montón de veces; los vecinos pensarían: ¡Qué sinvergüenza debe de ser ese, tantas veces en la cárcel!, y te juro por mi madre que yo soy incapaz de robar un céntimo o de hacerle daño a una mosca”.
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Re: Mujeres de vida alegre, años terriblemente tristes

Notapor Rosa Maria » Mié, 11 Nov 2009, 17:57

Y cuando hablamos de la prostitución más humilde, la de los bajos fondos, y sobre todo si hablamos del barrio Chino, escenario de las mayores truculencias pseudoliterarias que se han escrito sobre Barcelona, ¡ah!, entonces los tópicos se multiplican. El barrio más marginado es, por supuesto, el terreno mejor abonado para describir los terribles años de la posguerra española, prostitución incluida, y hacer saltar las lágrimas a cualquier corazón sensible.

No he hecho referencia alguna a las pobres mujeres de edades avanzadas o de físicos degradados que aún ejercían el viejo oficio, ya casi menos viejo que ellas mismas, en los rincones más míseros, cobrando unos céntimos, tal vez una peseta, por un trabajillo manual que les permitiera comer un día más. Terrible sí, pero su situación era la misma, exactamente la misma, que la de tantas y tantos, hombres y mujeres, que la guerra y sus secuelas convirtieron en despojos vivos, y sin siquiera zapatos que calzarse, se envolvían los pies en papeles de periódico. ¿Su oficio? ¿Quién habla de oficios? Su oficio era sólo la miseria.

Es totalmente verdad lo que escribe, Juliá peiró, pero no solo ocurria en posguerra, tambien aun existia hayá por los años 70, yo lo vi con mis propios ojos, con una chica trans que conocí en barcelona, en alguna ocasion estubimos por eso lugares de barrio chino, calle Ecudiller (asi se llamaba por aquel tiempo) eran un laberinto de calles , alguna de ellas desenbocaban en el paralelo, entramos en un bar y sentadas junto alguna mesa cutre esperaban alguna chicas que ejercian la prostitucion y alguna que otra mujer anciana muy pintada y maquillada casi con exageracion, tambien esperando que alguien se dignara a requerir algun servicio, por 5 pesetas, y en algun portal, con pena tambien veiamos alguna ancianita con el mismo objetivo por una limosna, yo era muy jovencita pero esas imagenes no se me olvidan, pobres mujeres de mi alma lo que tendrian que pasar para poder sobrevivir,

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