por Tom Ast » Lun, 31 May 2004, 15:06
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Mi querida Cris, pido a l@s demás foreros que te expliquen lo que es ser una jacobita, es decir, que tú eres muy revolucionaria pero entendida desde la centralidad.
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No me parece a mí que Cris pueda pecar de jacobita, pues, aún desconociendo sus creencias religiosas, creo que en España hay muy pocos fieles de la Iglesia Otodoxa Siria, la del obispo Jacobo. De hecho, a pesar de proporcionar una explicación de la naturaleza de Cristo mucho más plausible que la surgida del Concilio de Calcedonia, la herejía monofisita nunca tuvo gran aceptación y pervive ya sólo en Siria, Egipto, Armenia y no sé si Etiopia. En cualquier caso, no puede acusarse a los jacobitas de centralistas, pues su muy pequeña iglesia siempre tuvo un tinte nacionalista y de rebeldía contra el poder central de Constantinopla.
¡Ah! ¡jacobina!. Eso es otra cosa Paul y sí que tiene ya un poco más que ver con la revolución. Los jacobinos eran el partido opuesto a los girondinos tras la revolución francesa.
Jacobinos porque se reunían en el convento de los dominicos, jacobinos éstos porque su primer convento estuvo en la calle de San Jacobo. Y viene esto a cuento porque a menudo se dice: jacobinos porque eran partidarios de las ideas políticas de Juan Jacobo Rousseau; pero aunque así fuera no viene de ahí su apelativo. Girondinos porque en la región de La Gironde tenían sus principales apoyos.
De izquierdas, los jacobinos, porque ocupaban ese lado en la Asamblea Nacional. De derechas, los girondinos, porque se sentaban enfrente.
Radicales los jacobinos, porque instauraron el Terror y aunque no fueran ellos los que inventaran la guillotina, fueron ellos los que la pusieron a funcionar de forma igualitaria: en las cabezas de los reyes primero, de los girondinos después, de los jacobinos moderados más tarde y de su propio líder, Robespierre, por último. Moderados los girondinos, porque siempre vieron con recelo los excesos revolucionarios jacobinos, especialmente cuando vieron su propia cabeza camino del cadalso.
Centralistas los jacobinos, porque sus principales apoyos residían en la pequeña burguesía parisina. Centrífugos los girondinos, porque tenían el apoyo de los Departamentos más alejados, siempre más conservadores como corresponde al buen terrateniente rural. Nacionalistas no diremos en ningún caso, pues la inteligente sociedad francesa deja poco espacio, ahora y entonces, a cualquier nacionalismo diferente de la común “grandeur” cultivada desde La Provenza a Normandía y desde el Perigaux a Lyon. Nacionalistas no diremos, además, porque no fue hasta el siglo siguiente que se inventó el nacionalismo. Fue la melancolía romántica decimonónica la que inventó ese afán por resaltar lo que nos hace diferentes de los del pueblo del otro lado de la línea, diferentes y, por supuesto, casi siempre mejores.
Fue la melancolía romántica, la que, a los acordes de Bartok, Grieg y Dvorak, inventó los nacionalismos centrípetos que “vertebraron” la Alemania de Bismarck, la Italia de Garibaldi o la Hungria de Andrassy. A España también llegaron esos románticos movimientos nacionalistas, pero la convulsa piel de toro no estaba preparada para el movimiento centrípeto que hubiera requerido la construcción de un “alma nacional”. Un estado cuya acta fundacional había sido la de un de reino federal sujeto a régimen de gananciales, “tanto monta, monta”, estaba abocado más bien a movimientos centrífugos. La empalagosa melancolía romántica inventó en España los nacionalismos catalán de Valentí Almirall, gallego de Antolín Faraldo o vasco de Sabino Arana. Así, para cuando los noventayochescos quisieron inventar “la regeneración” ya la historia española llevaba la impronta política de “O Rexurdimento” y “La Renaixença” y, más tarde, incluso la lacra de los delirios cosmogónicos de Agustín Chaho. El reino federal del “tanto monta” es el padre de la “La España invertebrada” de Ortega, de la “España de las autonomías” de Suárez, de la “España del catalán sí, pero en la intimidad” de Aznar y de la “España federal o cuasifederal” de Zapatero.
En España el camino se inició hace quinientos años y no se si tiene retorno. En Europa se vive ahora un resurgir de los nacionalismos europeos de tal magnitud que ya no soy capaz de recordar las capitales de los países de Europa, multiplicadas por dos o tres desde la última vez que las recité con el ritmo monocorde de una salmodia. Nacionalista es ya casi todo el abanico político español, ya se trate de nacionalismo español, como el del Partido Popular, de nacionalismo catalán, gallego, vasco, andaluz, cántabro, asturiano, valenciano, mallorquín, canario o aragonés. Federalistas, y nacionalistas por tanto, son también los partidos de izquierdas agrupados en la izquierda “hundida”, y federalistas, o casi federalistas, o cercanos a los federalistas o pactistas con federalistas e independentistas son los socialistas. No se si los nacionalismos centrífugos generaron por reacción un nacionalismo centrípeto o si sucedió al revés, pero tengo claro que la discusión entre nacionalistas y no nacionalistas no es tal, sino una discusión entre nacionalistas centrífugos y nacionalistas centrípetos, españolistas estos últimos si queréis llamarlos así.
El eterno “bucle melancólico” del nacionalismo permite, como en un anillo de Moebius, vagar eternamente por los paraísos perdidos del “que feliç era, mare” o del “con Franco vivíamos mejor”. Pero… ¡no lo olvidemos!, el nacionalismo es esencialmente girondino y, como girondino, burgués y, como burgués, de derechas. Nacionalistas, girondinos y de derechas, por no decir cosas peores, son Le Pen y Berlusconi. Nacionalistas fueron los de la “España una, grande y libre”. Nacionalistas fueron Mussolini y Hitler. Nacionalistas a otra escala son Pujol, Fraga o Arzallus.
El invento, moderno y genuinamente español, del nacionalismo de izquierdas es una quimera, un monstruoso engendro de padre y madre desconocidos. No se puede ser jacobino y nacionalista, no se puede ser revolucionario y ser nacionalista, no se puede ser de izquierdas y ser nacionalista. La lucha de clases es un concepto radicalmente opuesto al nacionalismo, pues la conciencia de pertenencia a una clase social debe estar por encima de la conciencia “nacional”. ¿Quién merece más solidaridad, el ruandés que sufre la opresión del primer mundo pero que pertenece a una cultura diferente a la nuestra o nuestro vecino fachón, que habla nuestra lengua, tiene nuestros mismos antecedentes culturales y es de nuestra misma nacionalidad?. ¿Izquierda abertzale? ¿Izquierda nacionalista catalana? ¡Si Marx y Pablo Iglesias levantaran la cabeza!. Que yo recuerde los de izquierdas somos internacionalistas o, como dice un amigo, al menos así nos educaron ¿Cómo era aquello?: “El género humano, es la internacional”.