Una noche cualquiera de aquel lejano año 1966 yo estaba acostándome a dormir, cuándo vi que sobre una silla de mi dormitorio mi madre había dejado algunas ropas, que debía planchar al día siguiente.
Quizás fue la curiosidad -natural en un niño de 13 años- que me llevó a examinar la pila de ropa para ver que contenía. Entonces la vi, e inmediatamente la tomé, por primera vez mis manos acariciaban unas bragas de nylon de mujer.
No entendía el porqué de la gran diferencia entre la ropa interior de hombre y la de mujer. Entonces tuve un pensamiento que podría parecer absurdo: porqué la suavidad de aquella delicada braga adornada con finas flores bordadas, sólo podía ser disfrutada por una mujer?
Me pregunté como luciría y como se sentiría en mi cuerpo, y al instante me metí entre las sábanas, me quité los calzoncillos y me la puse, la sensación que experimenté fue impactante, la suavidad y comodidad de la bombacha me sedujo inmediatamente.
Pensé en lo agradable que sería poder usar esa ropa habitualmente, pero claro está sabía que era algo imposible, pues era ropa íntima de mujer y yo era un varoncito. Eso me pareció una gran injusticia.
Y si me la dejaba puesta y me dormía?
La tentación de cometer tal locura era casi irresistible, pero la angustiante mezcla de temor y vergüenza pudo más y me la quité, colocándola nuevamente en la pila.
Apagué la luz, y en la semioscuridad seguí contemplando la pila de ropa, fuerzas opuestas batallaban muy dentro mio, quería volver a ponérmela.
De improviso la puerta se abrió, yo fingí estar dormido y pude ver la silueta de mi madre que me contemplaba desde el umbral, un temor me asaltó: ¿Acaso me había visto?
Luego ella entró, tomó la pila de ropa y salió del dormitorio cerrando la puerta. Quizás recordó que la había dejado allí, pensé.
Un suspiro de alivio salió de mi boca, y casi inmediatamente me estremecí al pensar en lo que podría haber sucedido si yo me dejaba las bragas puestas.
Días después me quedé solo en la casa, teniendo la certeza de que mamá tardaría en regresar pues debía realizar ciertos trámites.
Entré totalmente desnudo al dormitorio y comencé a abrir sus cajones mientras mi cuerpo temblaba dominado por una rara mezcla de emoción, temor y vergüenza. Instantes después aparecí ante el gran espejo, vistiendo sujetador, bragas y un suave camisón de nylon con gruesos breteles de encaje.
Salí del dormitorio caminando por la casa sin rumbo fijo, con cada paso que daba la suavidad del camisón acariciaba mi piel de una manera enloquecedora, la sensación de estar vestido y a la vez desnudo, de verme y sentirme tan bien, me conmocionó profundamente.
A todo ello se sumó el placer sexual, que como niño-adolescente comenzaba a descubrir; una erección cada vez más intensa en contacto con el suave nylon de las bragas, me produjo una sensación tan deliciosa y placentera que todas las palabras en todos los idiomas no alcanzarían para describirla.
Aquel día cambió mi vida para siempre.
Aún siendo un niño, sabía en mi fuero interno que jamas podría renunciar a sentir aquellas deliciosas sensaciones.
Desde aquella primera vez, me convertí en un varón que adora vestir de mujer.