Impresiona y sobrecoge la hilera infinita de velas luciendo a un mismo tiempo, invadiendo el aire de desgarrados sentimientos, de imborrables recuerdos en esa grandiosa estación de Atocha.
Como un altar improvisado de duelo por los que desde hace una semana nos faltan se suman, a ese mausoleo de la memoria, frases que plasman en papel el estado de emoción y conmoción de todo un país al unísono.
Flores que aromatizan el aire de olor a extrañeza, a incredulidad.
... Y un silencio soportado en los rictus de congoja de los que por allí desfilan e improvisan una honda, sincera y sentida lágrima.
Luego ponemos nombre, rostro a las vidas taladas por unos segadores de la vida de mano aviesa y firme, y nuestro corazón aún más se desgarra y desangra.
Iban madrugadores, soñolientos los ocupantes de esos vagones (hoy molestos a nuestros ojos y al recuerdo) a sus quehaceres cotidianos, a sacar su vida y la de los suyos adelante. Como esa veloz locomotora que les empujaba a un destino fatal.
Se abría la mañana en los cielos de Madrid con la esperanza de un nuevo día, de recibir la luz del sol con normalidad acostumbrada sin adivinar, sin ser sabedores, de que la próxima estación era la de la muerte.
Much@s pasarían de su sueño ligero a profundo, de efímero a eterno, en un sólo instante.
Instante infinito el de los heridos conscientes que pronto sintieron las manos solidarias, el alivio impagable de cientos de voluntarios y profesionales.
Madrid: un colapso de sirenas te hacía despertar sobresaltado.
Los medios de información, alarmados y atónitos, relataban lo ocurrido con las voces de sus locutores o presentadores ahogadas en la emoción.
... Y la tragedia iba superando todo pronóstico o presagio.
Otro día de receptores y miradas frente al televisor.
Concentraciones numerosísimas y masivas repudiando tan criminal proceder de unos terroristas de entrañas maleadas y malévolas.
El mundo entero unía sus manos a nuestras manos, sus voces a nuestras voces, su dolor a nuestro dolor, su estremecimiento a nuestro estremecimiento.
Una suma global de sentimientos y emociones puestas en un mismo lugar, en una misma gente.
Algún niño vagó ajeno al peligro y en medio de las vías buscando los brazos y besos de sus progenitores, mientras la sangre fluía a ritmo de pasmosa y elogiosa generosidad de los brazos de tantos donantes al servicio de la urgente causa.
Se iban saturando los hospitales con la llegada en masa de los heridos y afectados, y creciá vertiginosamente el número (no son ni serán un número) de fallecidos.
Costaba tragar saliva, respirar...
Costaba creerlo.
Cortaban las imágenes la retina mientras los familiares buscaban si demora y consuelo a los suyos.
En los andenes del genocidio se oía la turbada melodía de decenas de móviles esperando inútiles respuestas, agonías duraderas que agudizaban el dolor de tantas pérdidas humanas.
Enmudecieron los pájaron unidos a nuestros minutos de silencio, de angustia y recogimiento.
Entonces, como hoy y ahora, cumplimos con el compromiso de nuestra atención y comprensión.
Por vosotr@s, por vuestros seres queridos y allegados...
Próxima estación:
RECUERDO.